Lucas 8, 19-21. Martes de la 25.ª semana del Tiempo Ordinario. La palabra de Dios es una enseñanza que hay que escuchar con el corazón y poner en práctica en la vida diaria.
En aquel tiempo, su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le anunciaron a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte». Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Proverbios, Pro 21, 1-6.10-13
Salmo: Sal 119(118), 1.27.30.34-35.44
Oración introductoria
Señor, ayúdame a escuchar tu Palabra y a ponerla en práctica, porque eso es lo único que realmente cuenta para la eternidad. María fue la primera en entender y vivir esta verdad, por eso, tomado de su mano, le suplico que me guíe en esta oración.
Petición
María, intercede ante Dios por mí; alcánzame la gracia de amar a Jesús con tanto amor como lo hiciste tú.
Meditación del Santo Padre Francisco
La palabra de Dios no es «una historieta» para leer, sino una enseñanza que hay que escuchar con el corazón y poner en práctica en la vida diaria. Un compromiso accesible a todos, porque aunque «nosotros la hemos hecho algo difícil», la vida cristiana es «sencilla, sencilla». En efecto, «escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica» son las únicas dos «condiciones» que Jesús pide a quien quiere seguirlo.
En síntesis, para el Papa Francisco este es el significado de las lecturas propuestas por la liturgia del [día de hoy]. Celebrando la misa en Santa Marta, el Pontífice meditó en particular sobre el pasaje de san Lucas (8, 19-21) que narra cuando la madre y los hermanos de Jesús no logran «acercarse a Él a causa de la multitud». Partiendo de la constatación de que Él pasaba la mayor parte de su tiempo «en la calle, con la gente», el obispo de Roma notó que entre los tantos que lo seguían había personas que percibían «en Él una autoridad nueva, un modo de hablar nuevo», percibían «la fuerza de la salvación» que ofrecía. «El Espíritu Santo —comentó al respecto— tocaba sus corazones para ello».
Pero confundida entre la multitud, observó el Papa, también había gente que seguía a Jesús con otra finalidad. Algunos, «por conveniencia», otros, quizá, por el «deseo de ser más buenos». Un poco «como nosotros», dijo actualizando el discurso, que «tantas veces buscamos a Jesús porque tenemos necesidad de algo, y después lo olvidamos allí, solo». Una historia que se repite, visto que ya entonces Jesús reprochaba a veces a quien lo seguía. Es lo que sucede, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes, cuando dice a la gente: «Venís a mí no para escuchar la palabra de Dios, sino porque el otro día os di de comer»; o con los diez leprosos, de los cuales solamente uno vuelve para darle gracias, mientras que «los otros nueve eran felices por su salud y se olvidaron de Jesús».
No obstante todo, afirmó el Papa, «Jesús seguía hablando a la gente» y amándola, hasta tal punto que define a «esa multitud inmensa «mi madre y mis hermanos»». Los familiares de Jesús son, pues, «los que escuchan la palabra de Dios» y «la ponen en práctica». Por eso hemos rezado en el salmo: «Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos», de tu palabra, de tus mandamientos, para practicarlos».
Pero si sólo echamos un vistazo al Evangelio —aclaró el Pontífice—, entonces «esto no es escuchar la palabra de Dios: esto es leer la palabra de Dios como se puede leer una historieta». Mientras que escuchar la palabra de Dios «es leer» y preguntarse: «¿Qué dice esto a mi corazón? ¿Qué me está diciendo Dios con esta palabra». En efecto, sólo así «nuestra vida cambia». Y esto se produce «cada vez que abrimos el Evangelio y leemos un pasaje y nos preguntamos: «¿Dios me habla con esto, me dice algo a mí? Y si me dice algo, ¿qué me dice?»».
Esto significa «escuchar la palabra de Dios, escucharla con los oídos y escucharla con el corazón, abrir el corazón a la palabra de Dios». Al contrario, «los enemigos de Jesús escuchaban la palabra de Jesús, pero estaban cerca de Él para encontrar un error, para hacerlo tropezar» y hacerle perder «autoridad. Pero no se preguntaban nunca: «¿Qué me dice Dios a mí con esta palabra?»».
Además, añadió el Pontífice, «Dios no sólo habla a todos, sino también a cada uno de nosotros. El Evangelio se escribió para cada uno de nosotros. Y cuando tomo la Biblia, tomo el Evangelio y leo, debo preguntarme qué me dice el Señor a mí». Por otra parte, «esto es lo que Jesús dice que hacen sus verdaderos parientes, sus verdaderos hermanos: escuchar con el corazón la palabra de Dios. Y luego, dice, «la ponen en práctica»».
Ciertamente, reconoció el Papa Francisco, «es más fácil vivir tranquilamente, sin preocuparse por las exigencias de la palabra de Dios». Pero «también este trabajo lo hizo el Padre por nosotros». En efecto, los mandamientos son precisamente «un modo de poner en práctica» la palabra del Señor. Y lo mismo vale para las bienaventuranzas. En ese pasaje, observó el Papa, «están todas las cosas que debemos hacer para poner en práctica la palabra de Dios». En fin, «están las obras de misericordia», también ellas indicadas en san Mateo, en el capítulo 25. Estos son ejemplos «de lo que quiere Jesús cuando nos pide «poner en práctica» la palabra».
En conclusión, el Pontífice recapituló su reflexión recordando que «mucha gente seguía a Jesús»: algunos «por la novedad», otros «porque tenían necesidad de oír una palabra de consuelo»; pero, en realidad, no eran tantos los que después ponían efectivamente «en práctica la palabra de Dios». Sin embargo, «el Señor hacía su obra porque es misericordioso y perdona a todos, llama a todos, espera a todos, porque es paciente».
También hoy, destacó el Papa, «mucha gente va a la iglesia para escuchar la palabra de Dios, pero quizá no comprenda al predicador cuando predica un poco difícil, o no quiere comprender. Porque también esto es verdad: muchas veces nuestro corazón no quiere comprender». Pero Jesús sigue acogiendo a todos, «incluso a los que van a escuchar la palabra de Dios y después lo traicionan», como Judas, que lo llamaba «amigo». El Señor, reafirmó el Papa, «siembra siempre su palabra», y a cambio «pide solamente un corazón abierto para escucharla y buena voluntad para ponerla en práctica. Por eso, entonces, que la oración de hoy sea la del salmo: «Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos», es decir, por la senda de tu palabra, para que aprenda con tu guía a ponerla en práctica».
Santo Padre Francisco: Dos condiciones
Meditación del martes, 23 de septiembre de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. La familia en el plan de Dios
2201 La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
2202 Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco.
2203 Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.
La familia cristiana
2204. “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso […] puede y debe decirse Iglesia doméstica” (FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5, 21-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).
2205 La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
2206 Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es unacomunidad privilegiada llamada a realizar un propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos (cf. GS 52).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hacer hoy una oración especial por la unidad de todos los miembros de la Iglesia.
Diálogo con Cristo
Oh, Dios, que a través de tu Hijo te has hecho Palabra encarnada, te pedimos quieras concedernos una mirada limpia para descubrirte en toda ocasión y así podamos disfrutar de la presencia de tu Rostro.
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