Lucas 9, 46-50. Lunes de la 26.ª semana del Tiempo Ordinario. Paz y alegría. Este es el aire de la Iglesia.
Entonces se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: «El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande». Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Job, Job 1, 6-22
Salmo: Sal 17(16), 1-3.6-7
Oración
Dios mío, permite que tenga este rato de oración con la sencillez, la confianza y la docilidad del corazón de un niño, consciente de mi pequeñez, de mi fragilidad y necesidad de dependencia, por ello te suplico, ven Espíritu Santo.
Petición
Señor, ayúdame a llevar a la práctica todas las enseñanzas que me deja tu Palabra.
Meditación del Santo Padre Francisco
Paz y alegría: «éste es el aire de la Iglesia». Comentando las lecturas de la misa celebrada en la mañana del [día de hoy], el Papa Francisco se detuvo en la atmósfera que se respira cuando la Iglesia sabe percibir la presencia constante del Señor. Una atmósfera de paz, precisamente, donde reina la alegría del Señor.
Los episodios de referencia proceden del libro de Zacarías (8, 1-8) —con la profecía de las calles de Jerusalén que se llenarán de ancianos apoyados en el bastón, para manifestar el valor de su longevidad, junto a jóvenes que juegan felices, para mostrar la alegría del pueblo de Dios— y del pasaje del Evangelio de Lucas (9, 46-50) que narra la disputa surgida entre los apóstoles sobre quién era el más grande entre ellos.
En los dos pasajes el Pontífice ve una especie de discusión, o mejor, un intercambio de opiniones sobre la organización de la Iglesia. Pero —recordó — «al Señor le gusta sorprender» y así «desplaza el centro de la discusión»: toma a un niño a su lado y dice: «El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí. El más pequeño de vosotros es el más importante». Y los discípulos no entendían.
«En la primera lectura —especificó el Papa— hemos oído la promesa de Dios a su pueblo: Voy a volver a Sión, habitaré en Jerusalén. Llamarán a Jerusalén Ciudad fiel. El Señor volverá». Pero «¿cuáles son los signos de que el Señor ha vuelto? ¿Una bonita organización? ¿Un gobierno que va adelante limpio y perfecto? », se preguntó. Para responder el Santo Padre volvió a proponer la imagen de la calle de Jerusalén llena de ancianos, de niños.
Así que «los que dejamos aparte cuando pensamos en un programa de organización —comentó— serán el signo de la presencia de Dios: los ancianos y los niños. Los ancianos porque llevan consigo su sabiduría, la sabiduría de su vida, la sabiduría de la tradición, la sabiduría de la historia, la sabiduría de la ley de Dios; y los niños porque son también la fuerza, el futuro, los que llevarán adelante con su fuerza y con su vida el futuro».
El futuro de un pueblo —recalcó el Papa Francisco— «está precisamente ahí y ahí, en los ancianos y en los niños. Y un pueblo que no se ocupa de sus ancianos y de sus niños no tiene futuro, porque no tendrá memoria ni tendrá promesa. Los ancianos y los niños son el futuro de un pueblo».
Lamentablemente es una triste costumbre —añadió— dejar de lado a los niños «con un caramelo o con un juego». Igual que lo es no dejar hablar a los ancianos y «prescindir de sus consejos». Sin embargo, Jesús recomienda prestar máxima atención a los niños, no escandalizarles; igual que recuerda que «el único mandamiento que lleva consigo una bendición es precisamente el cuarto, el de los padres, los ancianos: honrar».
Los discípulos querían naturalmente «que la Iglesia fuera adelante sin problemas. Pero esto —advirtió el Pontífice— puede convertirse en una tentación para la Iglesia: la Iglesia del funcionalismo, la Iglesia de la buena organización. Todo en su lugar ». Pero no es así, porque sería una Iglesia «sin memoria y sin promesa », y esto ciertamente «no puede funcionar».
«El profeta —prosiguió el Santo Padre — nos habla de la vitalidad de la Iglesia. No nos dice en cambio: yo estaré con vosotros y todas las semanas tendréis un documento para pensar; cada mes haremos una reunión para planificar». Todo ello, como añadió el Papa, es necesario, pero no es el signo de la presencia de Dios. Cuál es este signo, lo dice el Señor: «De nuevo se sentarán ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, todos con su bastón, pues su vida será muy larga. Y sus calles estarán llenas de niños y niñas jugando ».
«El juego —concluyó el Obispo de Roma— nos hace pensar en la alegría. Es la alegría del Señor. Y estos ancianos sentados con el bastón en su mano nos hacen pensar en la paz. Paz y alegría. Este es el aire de la Iglesia»
Santo Padre Francisco: El aire de la Iglesia
Meditación del lunes, 30 de septiembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
La Iglesia, instituida por Cristo Jesús
763 Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ese es el motivo de su «misión» (cf. LG 3; AG 3). «El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras» (LG 5). Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo «presente ya en misterio» (LG 3).
764 «Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo» (LG 5). Acoger la palabra de Jesús es acoger «el Reino» (ibíd.). El germen y el comienzo del Reino son el «pequeño rebaño» (Lc 12, 32) de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (cf. Mt 10, 16; 26, 31; Jn 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de Jesús (cf. Mt 12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva «manera de obrar», sino también una oración propia (cf.Mt 5-6).
765 El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc 6, 7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.
766 Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la cruz. «El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento» (LG 3) .»Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia» (SC 5). Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz (cf. San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam, 2, 85-89).
La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
767 «Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia» (LG4). Es entonces cuando «la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación» (AG 4). Como ella es «convocatoria» de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos (cf. Mt28, 19-20; AG 2,5-6).
768 Para realizar su misión, el Espíritu Santo «la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos» (LG 4). «La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra» (LG 5).
La Iglesia, consumada en la gloria
769 La Iglesia «sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo» (LG 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, «la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios» (San Agustín, De civitate Dei 18, 51; cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimiento pleno del Reino, «y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria» (LG 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, «todos los justos descendientes de Adán, `desde Abel el justo hasta el último de los elegidos’ se reunirán con el Padre en la Iglesia universal» (LG 2).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Confiar humildemente en que, unido a Cristo, puedo alcanzar la santidad con la sencillez de un niño.
Diálogo con Cristo
Jesús, Tú alabas la sencillez, la pureza, la apertura y la docilidad de los niños. Me pongo de rodillas y te digo que quiero ser una persona casta, pura, que pueda mirar directamente a los demás, con respeto y con amor fraterno.
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