Mateo 10, 24-33. Sábado de la 14.ª semana del Tiempo Ordinario. Quien teme a Dios permanece tranquilo incluso en medio de las tempestades, porque Dios, como nos lo reveló Jesús, es Padre lleno de misericordia y bondad.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus Apóstoles: «El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa! No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 6, 1-8
Salmo: Sal 93(92), 1ab.1cd-2.5
Oración introductoria
Señor y Dios mío, no dejes que me escandalice por la radicalidad de tu Palabra, que es la verdad. Ayúdame a no temer y a perseverar en el camino del amor. Que llegue a ser digno a tus ojos.
Petición
Señor, no dejes nunca que desconfíe de Ti a causa de mis temores; por eso te pido que seas mi fortaleza, mi refugio.
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este [día] encontramos dos invitaciones de Jesús: por una parte, «no temáis a los hombres» (cf. Mt 10, 26), y por otra «temed» a Dios (cf. Mt 10, 28). Así, nos sentimos estimulados a reflexionar sobre la diferencia que existe entre los miedos humanos y el temor de Dios. El miedo es una dimensión natural de la vida. Desde la infancia se experimentan formas de miedo que luego se revelan imaginarias y desaparecen; sucesivamente emergen otras, que tienen fundamentos precisos en la realidad: estas se deben afrontar y superar con esfuerzo humano y con confianza en Dios. Pero también hay, sobre todo hoy, una forma de miedo más profunda, de tipo existencial, que a veces se transforma en angustia: nace de un sentido de vacío, asociado a cierta cultura impregnada de un nihilismo teórico y práctico generalizado.
Ante el amplio y diversificado panorama de los miedos humanos, la palabra de Dios es clara: quien «teme» a Dios «no tiene miedo». El temor de Dios, que las Escrituras definen como «el principio de la verdadera sabiduría», coincide con la fe en él, con el respeto sagrado a su autoridad sobre la vida y sobre el mundo. No tener «temor de Dios» equivale a ponerse en su lugar, a sentirse señores del bien y del mal, de la vida y de la muerte. En cambio, quien teme a Dios siente en sí la seguridad que tiene el niño en los brazos de su madre (cf. Sal 131, 2): quien teme a Dios permanece tranquilo incluso en medio de las tempestades, porque Dios, como nos lo reveló Jesús, es Padre lleno de misericordia y bondad.
Quien lo ama no tiene miedo: «o hay temor en el amor —escribe el apóstol san Juan—; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor» (1 Jn 4, 18). Por consiguiente, el creyente no se asusta ante nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos amó hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación.
Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, tanto más fácilmente vencemos cualquier forma de miedo. En el pasaje evangélico de hoy, Jesús repite muchas veces la exhortación a no tener miedo. Nos tranquiliza, como hizo con los Apóstoles, como hizo con san Pablo cuando se le apareció en una visión durante la noche, en un momento particularmente difícil de su predicación: «No tengas miedo —le dijo—, porque yo estoy contigo» (Hch 18, 9-10). El Apóstol de los gentiles, de quien nos disponemos a celebrar el bimilenario de su nacimiento con un especial Año jubilar, fortalecido por la presencia de Cristo y consolado por su amor, no tuvo miedo ni siquiera al martirio.
Que este gran acontecimiento espiritual y pastoral suscite también en nosotros una renovada confianza en Jesucristo, que nos llama a anunciar y testimoniar su Evangelio, sin tener miedo a nada.
Santo padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 22 de junio de 2008
Propósito
Adoptar la bondad de Dios en mis pensamientos y negar la entrada de cualquier temor o miedo que me pueda apartar de Cristo.
Diálogo con Cristo
Señor, quiero configurar todo mi ser al programa de vida que propone tu Palabra. Te prometo no escatimar esfuerzos por conocer las implicaciones morales del Evangelio para conformar con ellas todo mi obrar, y desterrar de mi vida todo lo que pueda ser un obstáculo para crecer en mi amor a Ti y a los demás.
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