Evangelio del día: Un día para ser generoso con Dios

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Lucas 4, 24-30. Lunes de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Si queremos ser salvados debemos elegir el camino de la humildad, de la humillación.

Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio». Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Segundo Libro de los Reyes, 2 Re 5, 1-15a

Salmo: Sal 42(41), 2-3; 43(42), 3-4

Oración introductoria

Señor Jesús, al comenzar esta breve conversación contigo, quisiera actuar mi fe en tus palabras; mi esperanza, en tus promesas, y mi caridad, en tu inmenso amor por mí. Gracias, Señor, por ser quien eres. Gracias por cómo me tratas. Gracias por ser mi más grande bienhechor. Gracias, en fin, por todo; porque todo lo que soy y tengo, es gracia tuya.

Petición

Señor, te ruego que abras mi corazón a tus palabras, y que por medio de ellas, me decida por fin a ser generoso contigo. No quiero ser como esos hombres a los que visitaste en tu aldea y no te reconocieron. Quiero ser como aquellos otros, que, viéndote escondido detrás de un manto, supieron identificarte con corazón limpio.

Meditación del Santo Padre Francisco

Es en el camino de la marginación donde Dios nos encuentra y nos salva. Lo recordó el Papa Francisco en la misa del [día de hoy], centrando su homilía en un fuerte llamamiento a la humildad.

Para explicar lo que significa estar «en los márgenes» para ser salvados, el Pontífice se refirió a la liturgia del día, que presenta dos pasajes especialmente elocuentes, tomados del segundo Libro de los Reyes (5, 1-15a) y del Evangelio de Lucas (4, 24-30). En el pasaje evangélico, destacó el Santo Padre, Jesús afirma que no podía hacer milagros en su Nazaret «por falta de fe»: justamente allí, donde había crecido, «no tenían fe». Precisamente, añadió, Jesús dice: «Ningún profeta es aceptado en su pueblo». Y recordó luego la historia de Naamán el sirio con el profeta Eliseo, narrada en la primera lectura, y la de la viuda de Sidón con el profeta Elías.

«Los leprosos y las viudas en ese tiempo eran marginados», destacó el Papa. En especial «las viudas vivían de la caridad pública, no entraban en la normalidad de la sociedad», mientras que los leprosos tenían que vivir fuera, lejos del pueblo.

Así, en la sinagoga de Nazaret, relata el Evangelio, «Jesús dice que allí no se harán milagros: aquí vosotros no aceptáis al profeta porque no lo necesitáis, estáis demasiado seguros». Las personas que Jesús tenía delante, en efecto, «estaban muy seguras en su «fe» entre comillas, muy seguras en su observancia de los mandamientos, que no necesitaban otra salvación». Una actitud que revela, explicó el Pontífice, «el drama del cumplimiento de los mandamientos sin fe: yo me salvo por mí mismo porque voy a la sinagoga todos los sábados, trato de cumplir los mandamientos»; y «que no venga éste a decirme que son mejores que yo ese leproso y esa viuda, esos marginados».

Pero la palabra de Jesús va en sentido contrario. Él dice: «Mira, si tú no te sientes en zona marginal, no tendrás salvación. Esta es la humildad, la senda de la humildad: sentirse tan marginado» de tener «necesidad de la salvación del Señor. Sólo Él salva; no nuestra observancia de los preceptos».

Esta enseñanza de Jesús, sin embargo, que se lee en el pasaje de Lucas, no le gustó a la gente de Nazaret, tanto que «se enfadaron y querían matarlo». Es «la misma rabia» que siente también Naamán el sirio. Para ser curado de la lepra, explicó el obispo de Roma, Naamám «va al rey con muchos dones, con muchas riquezas: se siente seguro, es el jefe del ejército». Pero el profeta Eliseo lo invita a marginarse y a bañarse «siete veces» en el río Jordán. Una invitación que, reconoció el Papa, le tuvo que haber parecido «un poco ridícula». Tanto que Naamán «se sintió humillado, se molestó y se marchó», precisamente como «los de la sinagoga de Nazaret». La Escritura, destacó el Pontífice, usa el mismo verbo para las dos situaciones: indignarse.

Por lo tanto, a Naamán se le pide «un gesto de humildad, de obedecer como un niño: ¡hacer el ridículo!». Pero él reacciona, precisamente, con indignación: «Nosotros tenemos muchos ríos hermosos en Damasco, como el Abaná y el Farfar, ¿y yo voy a bañarme siete veces en este riachuelo? ¡Hay algo que no funciona!». Pero sus colaboradores, con buen sentido, «le ayudaron a marginarse, a realizar un acto de humildad». Y Naamán salió del río curado de la lepra.

Precisamente este, subrayó el Papa, es «el mensaje de hoy, en esta tercera semana de Cuaresma: si queremos ser salvados, debemos elegir el camino de la humildad, de la humillación». Testimonio de ello es María, que «en su cántico no dice estar contenta porque Dios miró su virginidad, su bondad, su dulzura, las muchas virtudes que ella tenía», sino que exulta «porque el Señor miró la humildad de su esclava, su pequeñez». Es precisamente «la humildad lo que mira el Señor».

Así también nosotros, afirmó el Pontífice, «debemos aprender esta sabiduría de marginarnos para que el Señor nos encuentre». En efecto, Dios «no nos encontrará en el centro de nuestras seguridades. No, allí no va el Señor. Nos encontrará en la marginación, en nuestros pecados, en nuestros errores, en nuestras necesidades de ser curados espiritualmente, de ser salvados. Es allí donde nos encontrará el Señor».

Y este, precisó una vez más, «es el camino de la humildad. La humildad cristiana no es una virtud» que nos hace decir «yo no sirvo para nada» y así nos hace «esconder la soberbia»; en cambio, «la humildad cristiana es decir la verdad: soy pecador, soy pecadora». Se trata, en esencia, sencillamente de «decir la verdad; y esta es nuestra verdad». Pero, concluyó el Papa, está también «la otra verdad: Dios nos salva. Pero nos salva allí, cuando estamos marginados. No nos salva en nuestra seguridad». Por ello la oración a Dios para que nos dé «la gracia de tener esta sabiduría de marginarnos; la gracia de la humildad para recibir la salvación del Señor».

Santo Padre Francisco: Marginados, por lo tanto salvados

Meditación del lunes, 24 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Conociendo justamente esta cerrazón, que confirma el proverbio «ningún profeta es bien recibido en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros realizados por los grandes profetas Elías y Eliseo en ayuda de no israelitas, para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. En ese momento la reacción es unánime: todos se levantan y le echan fuera, y hasta intentan despeñarle; pero Él, con calma soberana, pasa entre la gente enfurecida y se aleja. Entonces es espontáneo que nos preguntemos: ¿cómo es que Jesús quiso provocar esta ruptura? Al principio la gente se admiraba de Él, y tal vez habría podido lograr cierto consenso… Pero esa es precisamente la cuestión: Jesús no ha venido para buscar la aprobación de los hombres, sino —como dirá al final a Pilato— para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, dispuesto a pagarlo en persona. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia del día resuenan también estas palabras de san Pablo: «El amor… no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad» (1 Co 13, 4-6). Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto en quien Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerle y a servirle en los demás.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 3 de febrero de 2013

Propósito

Hoy haré un acto de generosidad con aquella persona que me parece más antipática.

Diálogo con Cristo

Muchos leprosos y muchas viudas había en Israel; muchos pecadores y necesitados hay hoy en día en nuestro mundo, pero sólo visitaste y obraste, Señor, con los que se abrieron a tu amor. Yo convivo a diario contigo, Jesús; presencio cada día infinidad de tus milagros. No obstante, no quiero acostumbrarme a tu presencia y a tus milagros, no quiero tenerte como a un cualquiera. Por eso, te pido que abras, Jesús Bendito, mi corazón, y te ameré como nadie lo ha hecho jamás.

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¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!

San Juan Pablo II

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