Evangelio del día: ¿Quién decís que soy yo?

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Lucas 9, 18-24. Décimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario. Jesús te pregunta hoy: Y tú, ¿quién dices que soy yo?.

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día». Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Zacarías, Zac 12, 10-11; 13, 1.

Salmo: Sal 63(62), 2-9

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Gálatas, Gál 3, 26-29

Oración introductoria

Señor, quiero acompañarte siempre porque sólo así mi vida tendrá sentido. Sé que eres fiel y que mi compromiso bautismal es, como dijo el Papa Francisco: «ser de Cristo, pensar, actuar, amar como Él, dejando que tome posesión de nuestra existencia para que la cambie, la trasforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado» (10 de abril de 2013). ¡Gracias Señor, por todo tu amor!

Petición

Dame la gracia de experimentar tu amor en esta oración y en la Eucaristía de este día.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de este domingo resuena una de las palabras más incisivas de Jesús: «El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9, 24).

Hay aquí una síntesis del mensaje de Cristo, y está expresado con una paradoja muy eficaz, que nos permite conocer su modo de hablar, casi nos hace percibir su voz… Pero, ¿qué significa «perder la vida a causa de Jesús»? Esto puede realizarse de dos modos: explícitamente confesando la fe o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una multitud inmensa los hombres y las mujeres que sacrificaron la vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos, muchos, muchos mártires —más que en los primeros siglos—, que dan la propia vida por Cristo y son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia. Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero está también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un «perder la vida» por Cristo, realizando el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio. Pensemos: cuántos padres y madres, cada día, ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente la propia vida por el bien de la familia. Pensemos en ellos. Cuántos sacerdotes, religiosos, religiosas desempeñan con generosidad su servicio por el Reino de Dios. Cuántos jóvenes renuncian a los propios intereses para dedicarse a los niños, a los discapacitados, a los ancianos… También ellos son mártires. Mártires cotidianos, mártires de la cotidianidad.

Y luego existen muchas personas, cristianos y no cristianos, que «pierden la propia vida» por la verdad. Cristo dijo «yo soy la verdad», por lo tanto quien sirve a la verdad sirve a Cristo. Una de estas personas, que dio la vida por la verdad, es Juan el Bautista: precisamente mañana, 24 de junio, es su fiesta grande, la solemnidad de su nacimiento. Juan fue elegido por Dios para preparar el camino a Jesús, y lo indicó al pueblo de Israel como el Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (cf. Jn 1, 29). Juan se consagró totalmente a Dios y a su enviado, Jesús. Pero, al final, ¿qué sucedió? Murió por causa de la verdad, cuando denunció el adulterio del rey Herodes y Herodías. ¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad! Cuántos hombres rectos prefieren ir a contracorriente, con tal de no negar la voz de la conciencia, la voz de la verdad. Personas rectas, que no tienen miedo de ir a contracorriente. Y nosotros, no debemos tener miedo. Entre vosotros hay muchos jóvenes. A vosotros jóvenes os digo: No tengáis miedo de ir a contracorriente, cuando nos quieren robar la esperanza, cuando nos proponen estos valores que están pervertidos, valores como el alimento en mal estado, y cuando el alimento está en mal estado, nos hace mal. Estos valores nos hacen mal. ¡Debemos ir a contracorriente! Y vosotros jóvenes, sois los primeros: Id a contracorriente y tened este orgullo de ir precisamente a contracorriente. ¡Adelante, sed valientes e id a contracorriente! ¡Y estad orgullosos de hacerlo!

Queridos amigos, acojamos con alegría esta palabra de Jesús. Es una norma de vida propuesta a todos. Que san Juan Bautista nos ayude a ponerla por obra. Por este camino nos precede, como siempre, nuestra Madre, María santísima: ella perdió su vida por Jesús, hasta la Cruz, y la recibió en plenitud, con toda la luz y la belleza de la Resurrección. Que María nos ayude a hacer cada vez más nuestra la lógica del Evangelio.

Santo Padre Francisco

Ángelus del Domingo, 23 de junio de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana en la basílica de San Pedro he conferido el orden presbiteral a catorce diáconos de la diócesis de Roma; por eso, comienzo el Ángelus con retraso. El sacramento del Orden manifiesta, de parte de Dios, su solícita cercanía a los hombres y, de parte de quien lo recibe, la plena disponibilidad a convertirse en instrumento de esta cercanía, con un amor radical a Cristo y a la Iglesia. En el Evangelio de este domingo, el Señor pregunta a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9, 20). A esta pregunta el apóstol Pedro responde prontamente: «Tú eres el Cristo de Dios, el Mesías de Dios» (cf. ib.), superando así todas las opiniones terrenas que consideraban a Jesús como uno de los profetas. Según san Ambrosio, con esta profesión de fe, Pedro «abrazó todas las cosas juntas, porque expresó la naturaleza y el nombre» del Mesías (Exp. in Lucam VI, 93: CCL 14, 207). Y Jesús, ante esta profesión de fe renueva a Pedro y a los demás discípulos la invitación a seguirlo por el camino arduo del amor hasta la cruz. También a nosotros, que podemos conocer al Señor mediante la fe en su Palabra y en los sacramentos, Jesús nos propone que lo sigamos cada día y también a nosotros nos recuerda que para ser sus discípulos es necesario adueñarse del poder de su cruz, vértice de nuestros bienes y corona de nuestra esperanza.

San Máximo el Confesor observa que «el signo distintivo del poder de nuestro Señor Jesucristo es la cruz, que él cargó sobre sus hombros» (Ambiguum 32PG 91, 1284 C). De hecho, «decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9, 23)». Tomar la cruz significa comprometerse para vencer el pecado que obstaculiza el camino hacia Dios, aceptar diariamente la voluntad del Señor, aumentar la fe sobre todo ante los problemas, las dificultades y el sufrimiento. La santa carmelita Edith Stein nos lo testimonió en un tiempo de persecución. En 1938 escribió lo siguiente desde el carmelo de Colonia: «Hoy comprendo … lo que quiere decir ser esposa del Señor en el signo de la cruz, aunque no se comprenderá nunca totalmente, puesto que es un misterio… Cuanto más densa es la oscuridad a nuestro alrededor, más debemos abrir el corazón a la luz que viene de lo alto». (La scelta di Dio. Lettere [1917-1942], Roma 1973, 132-133). También en la época actual son muchos los cristianos en el mundo que, animados por el amor a Dios, toman cada día la cruz, tanto la de las pruebas cotidianas, como la que procura la barbarie humana, que a veces requiere la valentía del sacrificio extremo. Que el Señor nos conceda a cada uno poner siempre nuestra sólida esperanza en él, con la seguridad de que, al seguirlo llevando nuestra cruz, llegaremos con él a la luz de la Resurrección.

Encomendemos a la protección materna de la Virgen María a los nuevos sacerdotes, ordenados hoy, que se suman a las filas de cuantos el Señor ha llamado por su nombre: que sean siempre discípulos fieles, anunciadores valientes de la Palabra de Dios y administradores de sus dones de salvación.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del Domingo, 20 de junio de 2010

Diálogo con Cristo

Jesús, no te pido que quites las cruces de mi camino, pero dame la luz y la fuerza para avanzar hasta el final. Te pido la gracia de experimentar tu amor, especialmente en las dificultades. Sé que éste es un don que Tú estás dispuesto a dar a todos aquellos que te lo piden con humildad, fe y perseverancia.

Propósito

Éste es el reto que Cristo hoy nos presenta. Ojalá que nuestra respuesta sea valiente, generosa, decidida, consecuente. Entonces podremos llamarnos y ser en verdad auténticos «cristianos». O sea, seguidores de un Cristo crucificado y resucitado.

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