Evangelio del día: Amarás a Dios con todo tu corazón

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Mateo 22, 34-40. Viernes de la 20.ª semana del Tiempo Ordinario. Ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Ezequiel, Ez 37, 1-14

Salmo: Sal 107(106), 2-9

Oración introductoria

Santísima Trinidad, no puedo verte, pero sé que estás en mí. Yo no puedo tocarte, pero sé que estoy en sus manos. No puedo comprenderte totalmente, pero te amo con todo mi corazón. No hay otra cosa más importante que amarte y amar a mi prójimo como a mí mismo. Ven e ilumina mi oración para viva de acuerdo a lo que creo.

Petición

Te suplico, Jesús, me des fe para darte siempre el lugar que te corresponde en mi vida y la gracia de poder vivir la caridad de tu Evangelio.

Meditación del Santo Padre Francisco

Hipocresía e idolatría «son pecados grandes» que tienen orígenes históricos, pero que todavía hoy se repiten con frecuencia, también entre los cristianos. Superarlos «es muy difícil»: para hacerlo «necesitamos de la gracia de Dios». Es la reflexión sugerida por el Papa Francisco de las lecturas de la misa que celebró el 15 de octubre.

«El Señor —recordó— nos ha dicho que el primer mandamiento es adorar a Dios, amar a Dios. El segundo es amar al prójimo como a uno mismo. La liturgia hoy nos habla de dos vicios contra estos mandamientos», que en realidad es uno solo: amar a Dios y al prójimo. Y los vicios de los que se habla efectivamente «son pecados grandes: la idolatría y la hipocresía». El apóstol Pablo —observó el Pontífice— no ahorra palabras para describir la idolatría. Es «fogoso», «fuerte» y dice: «la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad, porque la idolatría es una impiedad, es una falta de pietas. Es una falta de ese sentido de adorar a Dios que todos nosotros tenemos dentro. Y la ira de Dios se revela contra toda impiedad, contra los hombres que sofocan la verdad en la injusticia». Ellos sofocan la verdad de la fe, de aquella fe «que nos es dada en Jesucristo, en la cual se revela la justicia de Dios». Es —prosiguió el Papa— como un camino de fe en fe «como decía a menudo Juan: gracia sobre gracia, de fe en fe. El camino de la fe». Pero todos nosotros «tenemos necesidad de adorar, porque tenemos la huella de Dios dentro de nosotros» y «cuando no adoramos a Dios, adoramos a las criaturas» y éste es «el paso de la fe a la idolatría».

Los idólatras «no tienen ningún motivo de excusa. Aun habiendo conocido a Dios —subrayó el Obispo de Roma— no le han glorificado, ni le han dado gracias como Dios». ¿Pero cuál es el camino de los idólatras? Lo dice muy claramente san Pablo a los romanos. Es un camino que lleva a extraviarse: «se han perdido en sus vanos razonamientos y su mente obtusa se ha entenebrecido». A esto conduce «el egoísmo del propio pensamiento, el pensamiento omnipotente» que dice que «lo que yo pienso es verdad, yo pienso la verdad, yo hago la verdad con mi pensamiento». Y precisamente mientras se declaraban sabios, los hombres de los que habla san Pablo «se hicieron necios. Y cambiaron la gloria de Dios incorruptible con una imagen y una figura de hombre corruptible, de pájaros, de cuadrúpedos, de reptiles».

Se podría pensar —advirtió el Papa— que se trata de actitudes del pasado: «hoy ninguno de nosotros va por las calles adorando estatuas». Pero no es así, porque «también hoy —dijo— hay muchos ídolos y también hoy hay muchos idólatras. Muchos que se creen sabios, también entre nosotros, entre los cristianos». Y añadió inmediatamente: «No hablo de quienes no son cristianos; les respeto. Pero entre nosotros hablamos en familia». Muchos cristianos, de hecho, «se creen sabios, saben todo», pero al final «se hacen necios y cambian la gloria de Dios, incorruptible, con una imagen: el propio yo», con las propias ideas, con la propia comodidad. Y no es algo de otros tiempos porque «también hoy —evidenció el Pontífice— por las calles existen ídolos».

Pero hay más —añadió—: «todos nosotros tenemos dentro algún ídolo oculto. Y podemos preguntarnos ante Dios cuál es mi ídolo oculto, el que ocupa el lugar del Señor. Un escritor francés, muy religioso, se enfadaba fácilmente. Era su defecto, se enfadaba fácilmente y a menudo. Decía: quien no reza a Dios, reza al diablo. Si tú no adoras a Dios, adoras a un ídolo, ¡siempre!». La necesidad del hombre de adorar a Dios, que nace del hecho de llevar impresa dentro de nosotros su «huella», es tal «que si no existe el Dios viviente, estarán estos ídolos». Y concluyendo, de modo casi provocador, el Papa pidió a todos que hicieran un examen de conciencia con la pregunta: «¿cuál es mi ídolo?».

El otro pecado «contra el primer mandamiento del que habla la liturgia de hoy es la hipocresía», prosiguió el Santo Padre. El punto de partida para esta ulterior reflexión lo ofreció el relato de Lucas que habla de «aquel hombre que invita a Jesús a comer y se escandaliza porque no se lava las manos» y piensa que Jesús es un «injusto» porque «no realiza lo que debe cumplirse». Y así «como Pablo no ahorra palabras contra los idólatras —notó el Santo Padre—, así Jesús no ahorra palabras contra los hipócritas: vosotros fariseos limpiáis el exterior del vaso y del plato, pero vuestro interior está lleno de avidez y maldad. ¡Es clarísimo! Sois ávidos y malos, necios». Usa «la misma palabra que Pablo dice de los idólatras: se han hecho necios, necios. ¿Y qué consejo da Jesús? Dad más bien en limosna lo que está dentro del plato y he aquí que para vosotros todo será más puro».

Jesús aconseja por lo tanto «no mirar las apariencias», sino ir al corazón de la verdad: «el plato es el plato, pero es más importante lo que está dentro del plato: el alimento. Pero si tú eres un vanidoso, si tú eres un carrierista, si tú eres un ambicioso, si tú eres una persona que siempre se vanagloria de sí misma o a quien gusta jactarse, porque te crees perfecto, da un poco de limosna y ella curará tu hipocresía».

«He aquí el camino del Señor —concluyó el Papa—: adorar a Dios, amar a Dios por encima de todo, y amar al prójimo. Es muy sencillo, pero muy difícil. Se puede hacer sólo con la gracia. Pidamos la gracia».

Santo Padre Francisco

Amor a Dios y al prójimo para vencer los pecados de la idolatría y de la hipocresía

Meditación del martes, 15 de octubre de 2013

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista san Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba (cf. Mt 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22, 36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22, 37-38).

En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.

Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. Lv 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40).

La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.

Santo Padre Benedicto XVI

Homilía del domingo, 26 de octubre de 2008

Propósito

Asistir a la celebración de la Eucaristía, preferentemente en familia, como la actividad más importante del domingo, el Día del Señor.

Diálogo con Cristo

No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio. Amar quiere decir servir, servir es amar y el amor de Dios está orientado a lograr una transformación en mí. Gracias, Señor, por el don de la fe y la gracia de tu amor.

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