Evangelio del día: Edificar sobre roca

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Lucas 6, 43-49. Sábado de la 23.ª semana del Tiempo Ordinario. Sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca. ¿Por qué ustedes me llaman: «Señor, Señor», y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida. En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 10, 14-22

Salmo: Sal 116(115), 12-13.17-18

Oración Introductoria

Señor, Señor, soy de esos que te llaman y no hacen lo que dices. Dame una fe fuerte, segura, que pueda dar frutos de bondad, así estaré construyendo mi vida sobre la roca firme de Tu Amor.

Petición

Dios mío, ayúdame a producir frutos buenos y abundantes.

Meditación del Santo Padre Francisco

De la «tentación de mucha gente buena» a ser cristiano «sólo de apariencia», llevando encima «el maquillaje» que se cae con la primera lluvia, alertó el Papa Francisco en la misa que celebró el jueves 4 de diciembre en la capilla de la Casa Santa Marta. Y volvió a proponer el testimonio de muchos «cristianos con fundamento», que construyen su vida sobre la «roca de Jesús» y viven la «santidad oculta», día tras día.

Hoy en ambas lecturas —tomadas del libro de Isaías (26, 1-6) y del Evangelio de san Mateo (7, 21.24-27)— la Iglesia, observó inmediatamente el Papa Francisco, «habla de la fuerza de un cristiano y de la debilidad; de roca y de arena». En efecto, «el cristiano es fuerte cuando no sólo dice que lo es, sino cuando vive su vida como cristiano, cuando pone en práctica la doctrina cristiana, las palabras de Dios, los mandamientos, las bienaventuranzas». El punto central es, de hecho, «poner en práctica».

En cambio, destacó el Papa, «existen cristianos de apariencia solamente: personas que se maquillan de cristianos y en el momento de la prueba tienen solamente el maquillaje». Y «sabemos qué sucede a una mujer maquillada cuando va por la calle y comienza a llover y no tiene paraguas: todo se cae, las apariencias caen por los suelos». La del maquillaje, por lo demás, «es una tentación» reconoció el Papa Francisco. Por ello no es suficiente decir «soy cristiano, Señor,» para serlo verdaderamente. Es Jesús mismo quien dice que no basta repetir «¡Señor! ¡Señor!» para entrar en su reino. Se necesita cumplir «la voluntad del Padre» y poner «en práctica la Palabra». He aquí, por lo tanto, la diferencia entre «el cristiano coherente» y el cristiano sólo «de apariencia».

Por lo demás, explicó el Pontífice, es claro cómo «nos ama el Señor». Ante todo, «un cristiano de vida está fundado sobre la roca». Por lo demás, Pablo lo dice claramente cuando «habla del agua que salía de la roca en el desierto: la roca era Cristo, la roca es Cristo». Por lo tanto, lo único que cuenta es «estar fundado solamente en la persona de Jesús, en el seguimiento de Jesús, por el camino de Jesús». El Papa Francisco confesó que encontró «muchas veces gente no mala, gente buena, pero que es víctima de esta manía de la “cristiandad de las apariencias”». Gente que de sí misma dice «soy de una familia muy católica; soy miembro de esa asociación y también bienhechor de aquella otra». Pero, según el Papa, la verdadera pregunta que hay que plantear a estas personas es: «dime, ¿tu vida está fundada en Jesús? ¿Dónde está tu esperanza? ¿en esa roca o en estas pertenencias?».

Por eso la importancia de «estar fundado sobre la roca». Por lo demás, «hemos visto a muchos cristianos de apariencias que caen ante la primera tentación, o sea, ante la lluvia». En efecto, «cuando los ríos se desbordan, cuando los vientos soplan —las tentaciones y las pruebas de la vida— un cristiano de apariencia cae, porque allí no hay fundamento, no hay roca, no está Cristo». Por otro lado, en cambio, están los «numerosos santos que tenemos en el pueblo de Dios —no necesariamente canonizados, pero santos— muchos hombres y mujeres que realizan su vida en Cristo, que ponen en práctica los mandamientos, ponen en práctica el amor de Jesús. ¡Muchos!».

El Papa quiso recordar el testimonio de ellos. «Pensemos —dijo— en los más pequeños; los enfermos que ofrecen sus sufrimientos por la Iglesia, por los demás». Y, también, «pensemos en tantos ancianos solos que rezan y ofrecen. Pensemos en tantas mamás y padres de familia que llevan adelante con mucho trabajo su familia, la educación de los hijos, el trabajo cotidiano, los problemas, pero siempre con la esperanza en Jesús» y «que no se pavonean, sino que hacen lo que pueden».

En verdad, afirmó el Papa Francisco, «existen santos de la vida cotidiana». E invitó a pensar también «en los numerosos sacerdotes que no se hacen ver, pero que trabajan en las parroquias con mucho amor: la catequesis a los niños, la atención a los ancianos, los enfermos, la preparación a los recién casados. Y todos los días lo mismo, lo mismo, lo mismo. No se cansan porque en su cimiento está la roca». Son personas que viven en «Jesús: esto es lo que da santidad a la Iglesia; esto es lo que da esperanza». He aquí por qué, prosiguió el Papa, «debemos pensar mucho en la santidad oculta que existe en la Iglesia, la de los cristianos no de apariencia sino fundados en la roca, en Jesús». Mirar a esos «cristianos que siguen el consejo de Jesús en la Última Cena: “Permaneced en mí”». Sí, «cristianos que permanecen en Jesús». Cierto, «pecadores, todos lo somos». Así, cuando «alguno de estos cristianos comete algún pecado grave» luego se arrepiente, pide perdón: y «esto es grande». Significa tener «la capacidad de pedir perdón; de no confundir pecado con virtud; de saber bien dónde está la virtud y dónde está el pecado». También de esto se entiende que son cristianos «fundados sobre la roca y la roca es Cristo: siguen el camino de Jesús, le siguen a Él».

Santo Padre Francisco: Sin maquillaje sobre la roca

Meditación del jueves, 4 de diciembre de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos amigos:

[…] En la lectura que se ha proclamado antes, hemos oído un pasaje del Evangelio en que se habla de acoger las palabras de Jesús y de ponerlas en práctica. Hay palabras que solamente sirven para entretener, y pasan como el viento; otras instruyen la mente en algunos aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida. Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él. Y, de este modo, Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos rodean y a las que estamos tan acostumbrados. El Maestro que habla, además, no enseña lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él mismo es, el único que conoce de verdad el camino del hombre hacia Dios, porque es Él quien lo ha abierto para nosotros, lo ha creado para que podamos alcanzar la vida auténtica, la que siempre vale la pena vivir en toda circunstancia y que ni siquiera la muerte puede destruir. El Evangelio prosigue explicando estas cosas con la sugestiva imagen de quien construye sobre roca firme, resistente a las embestidas de las adversidades, contrariamente a quien edifica sobre arena, tal vez en un paraje paradisíaco, podríamos decir hoy, pero que se desmorona con el primer azote de los vientos y se convierte en ruinas.

Queridos jóvenes, escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros «espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de conducta que nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz. Hacedlo cada día con frecuencia, como se hace con el único Amigo que no defrauda y con el que queremos compartir el camino de la vida. Bien sabéis que, cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y egoístas, la de propuestas halagadoras pero interesadas, engañosas y volubles, que dejan el vacío y la frustración tras de sí.

Aprovechad […] para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que, enraizados en Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más, de llegar a lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser. Hacedla crecer con la gracia divina, generosamente y sin mediocridad, planteándoos seriamente la meta de la santidad. Y, ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman, contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la Penitencia.

Al edificar sobre la roca firme, no solamente vuestra vida será sólida y estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A tantos que se contentan con seguir las corrientes de moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.

Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?

Queridos amigos: sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre, sigue vivo y cercano a todos los hombres, velando continuamente con amor por cada uno de nosotros.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Discurso con ocasión de la XXVI JMJ Jornada Mundial de la Juventud

Discurso del jueves, 18 de agosto de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

IV. La santidad cristiana

2012. “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman […] a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm 8, 28-30).

2013 “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40). Todos son llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48):

«Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo […] para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos» (LG 40).

2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama “mística”, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos —“los santos misterios”— y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos.

2015 “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:

«El que asciende no termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido» (San Gregorio de Nisa, In Canticum homilia 8).

 2016 Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Concilio de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la “bienaventurada esperanza” de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la “Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, […] que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Ap 21, 2).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Empezaré a leer diariamente un pasaje del Evangelio para construir mi vida sobre la Palabra de Dios.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, quiero iluminar mi vida con la luz de tu Palabra y conducirme en todo siguiendo tus criterios. Quiero construir mi vida con el cimiento fuerte de la oración, sólo así será una construcción que va prevalecer a pesar de las tempestades y dificultades que puedan surgir.

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