Juan 2, 13-22. Fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán. Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se nos recuerda una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es un signo de la Iglesia viva y operante en la historia, esto es, de ese «templo espiritual», como dice el apóstol Pedro, del cual Cristo mismo es «piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios» (1 P 2, 4-8).
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio». Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar». Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Ezequiel, Ez 47, 1-2.8-9
Salmo: Sal 46(45), 2-9
Oración introductoria
Ven, Espíritu Santo, dame tu luz a en este momento de oración para que mi motivación sea acudir al templo a adorar a Dios Padre.
Petición
Padre Nuestro, ayúdame a saber estar en tu presencia, y que mi comportamiento en Tu Casa sea ejemplo para todos mis hermanos en Cristo.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy la liturgia recuerda la Dedicación de la basílica lateranense, que es la catedral de Roma y que la tradición define «madre de todas las iglesias de la ciudad y del mundo». Con el término «madre» nos referimos no tanto al edificio sagrado de la basílica, sino a la obra del Espíritu Santo que se manifiesta en este edificio, fructificando mediante el ministerio del obispo de Roma en todas las comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que él preside.
Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se nos recuerda una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es un signo de la Iglesia viva y operante en la historia, esto es, de ese «templo espiritual», como dice el apóstol Pedro, del cual Cristo mismo es «piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios» (1 P 2, 4-8). Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, al hablar del templo revela una verdad sorprendente: que el templo de Dios no es solamente el edificio hecho con ladrillos, sino que es su Cuerpo, hecho de piedras vivas. En virtud del Bautismo, cada cristiano forma parte del «edificio de Dios» (1 Cor 3, 9), es más, se convierte en la Iglesia de Dios. El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre de Cristo y por el Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de nosotros ser coherentes con el don de la fe y realizar un camino de testimonio cristiano. Y no es fácil, lo sabemos todos, la coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio; pero nosotros debemos seguir adelante y buscar cada día en nuestra vida esta coherencia. «¡Esto es un cristiano!», no tanto por lo que dice, sino por lo que hace, por el modo en que se comporta. Esta coherencia que nos da vida es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir. La Iglesia, en el origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido más que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra por medio de la caridad. ¡Van juntas! También hoy la Iglesia está llamada a ser en el mundo la comunidad que, arraigada en Cristo por medio del bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, testimoniándola en la caridad.
A esta finalidad esencial deben orientarse también los elementos institucionales, las estructuras y los organismos pastorales; a esta finalidad esencial: testimoniar la fe en la caridad. La caridad es precisamente la expresión de la fe y también la fe es la explicación y el fundamento de la caridad. La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, de esta comunidad cristiana. Por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, para construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer de todo el mundo una familia de pueblos reconciliados entre sí, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad la Iglesia misma es signo y anticipación cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y reconciliación para todos los hombres.
Invoquemos la intercesión de María santísima, a fin de que nos ayude a llegar a ser, como ella, «casa de Dios», templo vivo de su amor.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 9 de noviembre de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia nos invita a celebrar hoy la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, llamada «madre y cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe». En efecto, esta basílica fue la primera en ser construida después del edicto del emperador Constantino, el cual, en el año 313, concedió a los cristianos la libertad de practicar su religión. Ese mismo emperador donó al Papa Melquíades la antigua propiedad de la familia de los Laterani, y allí hizo construir la basílica, el baptisterio y patriarquio, es decir, la residencia del Obispo de Roma, donde habitaron los Papas hasta el período aviñonés. El Papa Silvestre celebró la dedicación de la basílica hacia el año 324, y el templo fue consagrado al Santísimo Salvador; sólo después del siglo VI se le añadieron los nombres de san Juan Bautista y san Juan Evangelista, de donde deriva su denominación más conocida. Esta fiesta al inicio sólo se celebraba en la ciudad de Roma; después, a partir de 1565, se extendió a todas las Iglesias de rito romano. De este modo, honrando el edificio sagrado, se quiere expresar amor y veneración a la Iglesia romana que, como afirma san Ignacio de Antioquía, «preside en la caridad» a toda la comunión católica (Carta a los Romanos, 1, 1).
En esta solemnidad, la Palabra de Dios recuerda una verdad esencial: el templo de ladrillos es símbolo de la Iglesia viva, la comunidad cristiana, que ya los apóstoles san Pedro y san Pablo, en sus cartas, consideraban como «edificio espiritual», construido por Dios con las «piedras vivas» que son los cristianos, sobre el único fundamento que es Jesucristo, comparado a su vez con la «piedra angular» (cf. 1 Co 3, 9-11. 16-17; 1 P 2, 4-8; Ef 2, 20-22). «Hermanos: sois edificio de Dios», escribe san Pablo, y añade: «El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros» (1Co 3, 9.17). La belleza y la armonía de las iglesias, destinadas a dar gloria a Dios, nos invitan también a nosotros, seres humanos limitados y pecadores, a convertirnos para formar un «cosmos», una construcción bien ordenada, en estrecha comunión con Jesús, que es el verdadero Santo de los Santos.
Esto sucede de modo culminante en la liturgia eucarística, en la que la ecclesia, es decir, la comunidad de los bautizados se reúne para escuchar la Palabra de Dios y alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En torno a esta doble mesa la Iglesia de piedras vivas se edifica en la verdad y en la caridad, y es plasmada interiormente por el Espíritu Santo, transformándose en lo que recibe, conformándose cada vez más a su Señor Jesucristo. Ella misma, si vive en la unidad sincera y fraterna, se convierte así en sacrificio espiritual agradable a Dios.
Queridos amigos, la fiesta de hoy celebra un misterio siempre actual: Dios quiere edificarse en el mundo un templo espiritual, una comunidad que lo adore en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 23-24). Pero esta celebración también nos recuerda la importancia de los edificios materiales, en los que las comunidades se reúnen para alabar al Señor. Por tanto, toda comunidad tiene el deber de conservar con esmero sus edificios sagrados, que constituyen un valioso patrimonio religioso e histórico. Por eso, invoquemos la intercesión de María santísima, para que nos ayude a convertirnos, como ella, en «casa de Dios», templo vivo de su amor.
Santo Padre emérito Benedicto XVI: Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán
Ángelus del domingo, 9 de noviembre de 2008
Meditación de san Juan Pablo II
[Queridos hermanos y hermanas:]
1. Permitid, queridos hermanos y hermanas, que este domingo en que la Iglesia celebra el correspondiente aniversario de la Dedicación de la Basílica Lateranense, exprese yo, junto con vosotros, la más profunda veneración a nuestro Dios y Señor, que habita en este venerable templo.
¡Dios habita en el interior de su Iglesia!
Cuando el templo fue erigido en este lugar —y sucedió por vez primera en tiempos del Emperador Constantino—, fue dedicado a Dios solo. En efecto, se edifican las iglesias para dedicarlas a Dios, como para darle a El solo su particular propiedad y su habitación en medio de nosotros, que somos su pueblo. Y de nuestros antepasados en la fe recibimos la certeza de la verdad revelada, según la cual Dios quiere habitar en medio de nosotros. Quiere estar con nosotros. ¿De qué otra cosa, si no de esto, es testimonio la historia de los Patriarcas y de Moisés?
Y, ¿qué otra cosa testimonia, sobre todo. Cristo. Señor y Salvador nuestro que, de modo especial, es desde el principio, Patrono de la Iglesia en Letrán?
2. Sí, hace poco hemos escuchado sus palabras pronunciadas ante los habitantes de Jerusalén y ante los peregrinos que habían llegado para visitar el templo de Salomón: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19). Cristo había subido al templo de Jerusalén junto con los demás y —como hemos escuchado— había echado fuera a la gente que vendía bueyes, ovejas, palomas y a los cambistas sentados allí. Y entonces, ante la reacción tan dura del Maestro de Nazaret, ante las palabras que había pronunciado en esa ocasión: «no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación», le fue hecha esta pregunta: «¿Qué señal das para obrar así?» (Jn 2, 16. 18).
La respuesta de Cristo suscitó una sensación de recelo: «Cuarenta y seis años se han empleado en edificar este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días?» (Jn 2, 20).
Solamente los más cercanos a Cristo eran conscientes de que en lo que había dicho se había manifestado su «celo» filial por la casa del Padre, un celo que lo devoraba (cf. Jn 2, 14). Y ellos, los discípulos, entendieron después, cuando Cristo resucitó, que echando entonces a los comerciantes del templo de Jerusalén, pensaba sobre todo en el «templo de su cuerpo» (Jn 2, 21).
Así, pues, en el día en que celebramos el recuerdo anual de la Dedicación de la Basílica de Letrán, que es madre de todas las Iglesias, deseamos expresar la máxima veneración a esta «morada de Dios con nosotros» (cf. Ap 21, 3), profesando que ella representa al mismo Cristo crucificado y resucitado. Cristo, nuestra Pascua; porque por El, en El y con El tenemos acceso al Padre en el Espíritu Santo; por El, en El y con El, Dios mismo, en el misterio inescrutable de su Vida Trinitaria, se acerca a nosotros para estar con nosotros, para habitar en medio de nosotros.
3. De este modo, yo. Obispo de Roma, deseo hoy expresar mi veneración al misterio de este templo al que estoy unido desde hace dos años, y deseo expresar esa veneración juntamente con vosotros, que sois una parte peculiar de la Iglesia de Roma. Sois, en efecto, la parroquia lateranense. ¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Es una gran distinción, verdaderamente singular, la vuestra! Ella os impone el deber de captar, ante todo, de modo especialmente perspicaz, el misterio del templo de Dios, que la liturgia de hoy pone tan magníficamente de relieve, y os permite también vivirlo después con la necesaria coherencia.
Al saludaros del modo más cordial, con ocasión de la visita que hoy realizo a vuestra parroquia, deseo al mismo tiempo saludar con respeto y amor a cuantos tienen un especial vínculo con este insigne templo por las funciones que ejercen en la Iglesia de Roma.
Saludo, por tanto, al señor cardenal Vicario que, en su calidad de arcipreste del cabildo de la Basílica, tiene en esta iglesia una presencia especialmente significativa y estimulante. Saludo después al vicegerente, mons. Canestri, y a mons. Plinio Pascoli, a cuyo celo pastoral está confiada la zona de la diócesis a que pertenece esta parroquia; y saludo también a los venerables canónigos del cabildo que, juntamente con los beneficiados, animan la vida litúrgica de la Basílica, participando activamente en las celebraciones que en ella se desarrollan. Aprovecho gustoso la ocasión para testimoniarles mi aprecio, mientras, al dar las gracias a cuantos prestan servicio en las Sagradas Congregaciones, en el Vicariato y en otras formas de ministerio, envío de buen grado un saludo afectuoso y un augurio cordial a todos aquellos a quienes la enfermedad les ha impedido estar aquí con nosotros en esta gozosa circunstancia.
Un saludo especialmente caluroso dirijo también al párroco, don Sergio Vazzoler, que se está prodigando con generoso celo para hacer de la parroquia, reestructurada hace cuatro años en conformidad con las normas conciliares, una comunidad viva, que circunde la gran catedral, como los hijos rodean a la madre, para que no quede sola, sin vida pastoral propia.
Saludo igualmente a los religiosos y a las religiosas de los institutos presentes en el ámbito de la parroquia, con un reconocimiento especial hacia aquellos que, directamente, se ocupan en las diversas formas de servicio indispensable para una ordenada vida litúrgica y pastoral.
Mi saludo se dirige, por último, a los laicos que componen la coral polifónica, laudablemente comprometida en la animación de las celebraciones dominicales; a los jóvenes que se están preparando para el importantísimo ministerio de la catequesis, a los que aseguran el servicio del altar en las funciones sacras, y a los miembros del consejo pastoral, que secundan con generosa disponibilidad el trabajo apostólico del párroco.
4. ¿Qué os diré, queridos fieles de la parroquia de San Juan de Letrán? Permitidme seguir a San Pablo y proponeros una frase suya, sacada de la liturgia de hoy: «Vosotros sois arada de Dios, edificación de Dios» (1 Cor 3, 9).
Dos comparaciones, cada una de las cuales habla en modo muy expresivo de cada uno de vosotros y, al mismo tiempo, de toda vuestra comunidad.
Sois la «arada de Dios», que debe su buena cosecha sobre todo al agua del bautismo. Aquí, junto a la Basílica, se encuentra una fuente bautismal muy antigua. Y aquí, con el agua de la fuente bautismal lateranense, muchos de vosotros han nacido a la vida divina en la gracia de hijos adoptivos, viniendo a formar parte de esta comunidad parroquial. ¡Cuán elogiosamente el Salmo responsorial de hoy exalta las «corrientes del río» que «alegran la ciudad de Dios» (Sal 45 [46] 5)1 Y el Profeta Ezequiel evoca la imagen de los árboles que crecen a la orilla del torrente y gracias a ello producen frutos. He aquí sus palabras: «En las riberas del río, al uno y al otro lado, se alzarán árboles frutales de toda especie, cuyas hojas no caerán y cuyo fruto no faltará. Todos los meses madurarán sus frutos, por salir sus aguas del santuario, y serán comestibles, y sus hojas, medicinales» (Ez 47, 12).
Así también vosotros, queridos hermanos y hermanas, crecéis en virtud de la gracia del bautismo y producís frutos de buenas obras, frutos que deben durar para la vida eterna, si permanecéis fieles a esa gracia del bautismo.
Está después otra comparación: «vosotros sois la edificación de Dios». Tal imagen expresa la misma verdad respecto a nuestro vínculo orgánico con Cristo, como «fundamento» de toda la vida espiritual: «Cuanto al fundamento, nadie puede poner otro, sino el que está puesto, que es Jesucristo» (1 Cor 3, 11).
Así escribe el Apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios, y seguidamente plantea a los destinatarios de su Carta —y también a nosotros— la siguiente pregunta: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Cor 3, 16). Y añade todavía (son palabras fuertes e incluso en cierto sentido severas y amenazadoras): «Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo aniquilará» (1 Cor 3, 16). Para concluir después: «Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3, 17).
5. He aquí el metro con el que conviene medir vuestra vida cristiana: cada uno de vosotros individualmente y todos juntos en el contexto de esta comunidad parroquial.
Es un metro que debe estimular el sentido de responsabilidad de cada uno, induciéndole a asumirse generosamente los deberes que derivan de su inserción, mediante el bautismo, en el Cuerpo místico de Cristo. El formar, pues, parte de esta parroquia, no grande pero especialmente significativa, a la vez que constituye para todos vosotros un título especial de honor, ofrece también a cada uno la justificación de especiales deberes. Vuestra vida cristiana se desarrolla a la sombra de la catedral del Papa, a la que vienen fieles de todas partes del mundo, para confirmar su adhesión a la Cátedra de Pedro y renovar, en el contiguo baptisterio, el compromiso de su promesas bautismales.
¿Cómo no advertir el toque de atención que supone semejante contacto habitual y su consiguiente e inevitable parangón? Vosotros podéis recibir mucho de los testimonios de fe intensa y de fervorosa devoción que dan los peregrinos procedentes de regiones a veces lejanísimas, consintiéndoos experimentar cotidiana y directamente la dimensión católica de la Iglesia. A vosotros os corresponde ofrecerles una acogida que les agrade y les haga sentirse, aquí en el centro de la catolicidad, como «en su propia casa». A vosotros os corresponde darles ejemplo de una comunidad dinámicamente tendente hacia los demás, en el deseo de hacer partícipes a todos del gozo que produce el haber descubierto el amor de Cristo. A vosotros os corresponde, sobre todo, manifestaros, en cualquier aspecto de vuestra conducta. dignos herederos de aquellos romanos, por los que San Pablo daba gracias a porque la faina de su fe se había extendido por todo el mundo» (cf. Rom 1, 8).
6. Al final de esta meditación, dirijamos una vez más la mirada de nuestra fe sobre este maravilloso templo, que hoy celebra el aniversario de su dedicación.
Y acompañen nuestro encuentro con la comunidad de la parroquia lateranense estas solemnes y gozosas palabras de la liturgia de hoy: «He elegido y consagrado esta casa para que mi nombre habite en ella perpetuamente» (2 Cor 7, 16). Aleluya.
San Juan Pablo II: Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán
Homilía del domingo, 9 de noviembre de 1980
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
La Iglesia es comunión con Jesús
787 Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc. 1,16-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: «Permaneced en mí, como yo en vosotros […] Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6, 56).
788 Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf. Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa: «Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo» (LG 7).
789 La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a Él: siempre está unificada en Él, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia «cuerpo de Cristo» se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Organizar con tiempo una visita a un templo de mi ciudad y visitadlo con mis hijos (familiares, amigos, etc.).
Diálogo con Cristo
Señor Jesucristo, dame la luz para comprender que sólo hay un camino para seguirte: tu Iglesia. ¡Dame la constancia de acudir a la Santa Misa y que sea ejemplo para mis seres queridos y personas de mi entorno!
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