Mateo 24, 37-44. Primer Domingo I del Tiempo de Adviento. [Comienza el nuevo año litúrgico. Ciclo A]. Hoy comenzamos un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios.
En aquel tiempo dijo Jesús: «Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 2, 1-5
Salmo: Sal 122(121), 1-9
Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Romanos, Rom 13, 11-14a
Oración introductoria
Señor, gracias por este tiempo del Adviento que me ayuda a prepararme espiritual y apostólicamente al gran acontecimiento de la Navidad. Permite que esta meditación me descubra los medios de perseverancia en lo que tengo que poner más atención.
Petición
¡Ven, Señor, no tardes! ¡Ven que te esperamos! ¡Ven pronto Señor!
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy, primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.
¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”» (2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos dirigimos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2, 4).
Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible! Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible.
Este camino no se acaba nunca. Así como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de comenzar de nuevo, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Es ese el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel!, ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!
El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en el corazón toda la esperanza de Dios. En su seno, la esperanza de Dios se hizo carne, se hizo hombre, se hizo historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.
Santo Padre Francisco
I Domingo de Adviento, 1 de diciembre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo iniciamos, por gracia de Dios, un nuevo Año litúrgico, que se abre naturalmente con el Adviento, tiempo de preparación para el nacimiento del Señor. El concilio Vaticano II, en la constitución sobre la liturgia, afirma que la Iglesia «en el ciclo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor». De esta manera, «al conmemorar los misterios de la Redención, abre la riqueza del poder santificador y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (Sacrosanctum Concilium, 102). El Concilio insiste en que el centro de la liturgia es Cristo, como el sol en torno al cual, al estilo de los planetas, giran la santísima Virgen María —la más cercana— y luego los mártires y los demás santos que «cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros» (ib., 104).
Esta es la realidad del Año litúrgico vista, por decirlo así, «desde la perspectiva de Dios». Y, desde la perspectiva del hombre, de la historia y de la sociedad, ¿qué importancia puede tener? La respuesta nos la sugiere precisamente el camino del Adviento, que hoy emprendemos. El mundo contemporáneo necesita sobre todo esperanza: la necesitan los pueblos en vías de desarrollo, pero también los económicamente desarrollados. Cada vez caemos más en la cuenta de que nos encontramos en una misma barca y debemos salvarnos todos juntos. Sobre todo al ver derrumbarse tantas falsas seguridades, nos damos cuenta de que necesitamos una esperanza fiable, y esta sólo se encuentra en Cristo, quien, como dice la Carta a los Hebreos, «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). El Señor Jesús vino en el pasado, viene en el presente y vendrá en el futuro. Abraza todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y resucitado, es «el Viviente» y, compartiendo nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. Es «carne» como nosotros y es «roca» como Dios. Quien anhela la libertad, la justicia y la paz puede cobrar ánimo y levantar la cabeza, porque se acerca la liberación en Cristo (cf. Lc 21, 28), como leemos en el Evangelio de hoy. Así pues, podemos afirmar que Jesucristo no sólo atañe a los cristianos, o sólo a los creyentes, sino a todos los hombres, porque él, que es el centro de la fe, es también el fundamento de la esperanza. Y todo ser humano necesita constantemente la esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen María encarna plenamente la humanidad que vive en la esperanza basada en la fe en el Dios vivo. Ella es la Virgen del Adviento: está bien arraigada en el presente, en el «hoy» de la salvación; en su corazón recoge todas las promesas pasadas y se proyecta al cumplimiento futuro. Sigamos su ejemplo, para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social.
Santo Padre Benedicto XVI
Ángelus del Primer Domingo de Adviento
Domingo, 29 de noviembre de 2009
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
1110 En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la creación y de la salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial.
1111 La obra de Cristo en la liturgia es sacramental porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la liturgia celestial.
1112 La misión del Espíritu Santo en la liturgia de la Iglesia es la de preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
¡Ojalá que le abramos la puerta y le dejemos entrar a nuestra casa esta Navidad! Tenemos cuatro semanas de Adviento para preparar nuestra alma.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, al iniciar la andadura de un nuevo Año Litúrgico me pongo alerta sobre la necesidad de vivir siempre en vela, esperando que vengas en cualquier momento. Aquí me tienes, dispuesto a recibirte hoy en la comunión, preparándome para tu venida en Navidad, orientando toda mi vida para el encuentro definitivo contigo en el umbral de la eternidad. Tú, mi amigo, serás mi juez.
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