Lucas 1, 39-45. Feria de Adviento: semana antes de Navidad (21 de diciembre). El misterio de la Visitación muestra cómo María afronta el camino de su vida de forma concreta, con gran realismo y humanidad.
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Cantar de los Cantares, Cant 2, 8-14
Salmo: Sal 33(32), 2-3.11-12.20-21
Oración introductoria
«Dichosa tú, que has creído». María fue llamada dichosa, no por el hecho de ser Madre de Dios, sino por su fe. Ven, Espíritu Santo, para que esta oración aumente mi fe en el amor y en el poder de Dios, y sepa entregarme con amor y sin reservas a mi misión.
Petición
María, Madre mía, ayúdame a imitarte hoy en el servicio a los demás.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Esta tarde hemos rezado juntos el santo rosario; hemos recorrido algunos acontecimientos del camino de Jesús, de nuestra salvación y lo hemos hecho con Aquella que es nuestra Madre, María, Aquella que con mano segura nos conduce a su Hijo Jesús. María siempre nos guía a Jesús.
Celebramos hoy la fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María a su pariente Isabel. Quisiera meditar con vosotros este misterio que muestra cómo María afronta el camino de su vida, con gran realismo, humanidad, de forma concreta.
Tres palabras sintetizan la actitud de María: escucha, decisión, acción; escucha, decisión, acción. Palabras que indican un camino también para nosotros ante lo que nos pide el Señor en la vida. Escucha, decisión, acción.
Escucha. ¿De dónde nace el gesto de María de ir a casa de su pariente Isabel? De una palabra del Ángel de Dios: «También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez…» (Lc 1, 36). María sabe escuchar a Dios. Atención: no es un simple «oír», un oír superficial, sino que es la «escucha» hecha de atención, acogida, disponibilidad hacia Dios. No es el modo distraído con el que muchas veces nos ponemos delante del Señor o de los demás: oímos las palabras, pero no escuchamos de verdad. María está atenta a Dios, escucha a Dios.
Pero María escucha también los hechos, es decir, lee los acontecimientos de su vida, está atenta a la realidad concreta y no se detiene en la superficie, sino que va a lo profundo, para captar el significado. Su pariente Isabel, que ya es anciana, espera un hijo: éste es el hecho. Pero María está atenta al significado, lo sabe captar: «Para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37).
Esto vale también en nuestra vida: escucha de Dios que nos habla, y escucha también las realidades cotidianas: atención a las personas, a los hechos, porque el Señor está a la puerta de nuestra vida y llama de muchas formas, pone signos en nuestro camino; nos da la capacidad de verlos. María es la madre de la escucha, escucha atenta de Dios y escucha igualmente atenta a los acontecimientos de la vida.
La segunda palabra: decisión. María no vive «deprisa», con angustia, pero, como pone de relieve san Lucas, «meditaba todas estas cosas en su corazón» (cf. Lc 2, 19.51). E incluso en el momento decisivo de la Anunciación del Ángel, Ella pregunta: «¿Cómo será eso?» (Lc 1, 34). Pero no se detiene ni siquiera en el momento de la reflexión; da un paso adelante: decide. No vive deprisa, sino sólo cuando es necesario «va deprisa». María no se deja arrastrar por los acontecimientos, no evita la fatiga de la decisión. Y esto se da tanto en la elección fundamental que cambiará su vida: «Heme aquí, soy la esclava del Señor…» (cf. Lc 1, 38), como en las elecciones más cotidianas, pero ricas también de significado. Me viene a la mente el episodio de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11): también aquí se ve el realismo, la humanidad, el modo concreto de María, que está atenta a los hechos, a los problemas; ve y comprende la dificultad de los dos jóvenes esposos a quienes falta el vino en la fiesta, reflexiona y sabe que Jesús puede hacer algo, y decide dirigirse al Hijo para que intervenga: «No tienen vino» (cf. v. 3). Decide.
En la vida es difícil tomar decisiones, a menudo tendemos a postergarlas, a dejar que otros decidan en nuestro lugar, con frecuencia preferimos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, seguir la moda del momento; a veces sabemos lo que debemos hacer, pero no tenemos la valentía o nos parece demasiado difícil porque significa ir a contracorriente. María en la Anunciación, en la Visitación, en las bodas de Caná va a contracorriente, María va a contracorriente; se pone a la escucha de Dios, reflexiona y trata de comprender la realidad, y decide abandonarse totalmente a Dios, decide visitar, incluso estando encinta, a la anciana pariente; decide encomendarse al Hijo con insistencia para salvar la alegría de la boda.
La tercera palabra: acción. María se puso en camino y «fue de prisa…» (cf. Lc 1, 39). El domingo pasado ponía de relieve este modo de obrar de María: a pesar de las dificultades, las críticas recibidas por su decisión de ponerse en camino, no se detiene ante nada. Y parte «deprisa». En la oración, ante Dios que habla, al reflexionar y meditar acerca de los hechos de su vida, María no tiene prisa, no se deja atrapar por el momento, no se deja arrastrar por los acontecimientos. Pero cuando tiene claro lo que Dios le pide, lo que debe hacer, no se detiene, no se demora, sino que va «deprisa». San Ambrosio comenta: «La gracia del Espíritu Santo no comporta lentitud» (Expos. Evang. sec. Lucam, II, 19: PL 15, 1560). La acción de María es una consecuencia de su obediencia a las palabras del Ángel, pero unida a la caridad: acude a Isabel para ponerse a su servicio; y en este salir de su casa, de sí misma, por amor, lleva cuanto tiene de más valioso: a Jesús; lleva al Hijo.
Algunas veces, también nosotros nos detenemos a escuchar, a reflexionar sobre lo que debemos hacer, tal vez tenemos incluso clara la decisión que tenemos que tomar, pero no damos el paso a la acción. Sobre todo no nos ponemos en juego nosotros mismos moviéndonos «de prisa» hacia los demás para llevarles nuestra ayuda, nuestra comprensión, nuestra caridad; para llevar también nosotros, como María, lo que tenemos de más valioso y que hemos recibido, Jesús y su Evangelio, con la palabra y sobre todo con el testimonio concreto de nuestro obrar.
María, la mujer de la escucha, de la decisión, de la acción.
María, mujer de la escucha, haz que se abran nuestros oídos; que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las miles de palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, a cada persona que encontramos, especialmente a quien es pobre, necesitado, tiene dificultades.
María, mujer de la decisión, ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús sin vacilaciones; danos la valentía de la decisión, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.
María, mujer de la acción, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan «deprisa» hacia los demás, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, la luz del Evangelio al mundo. Amén.
Santo Padre Francisco
Palabras del viernes, 31 de mayo 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
La fidelidad del salmista nace de la escucha de la Palabra, de custodiarla en lo más íntimo, meditándola y amándola, como María, que «custodiaba, meditándolas en su corazón» las palabras que le habían sido dirigidas y los sucesos maravillosos en los que Dios se revelaba, pidiendo su «sí». Y si nuestro salmo comienza con los primeros versos proclamando «beato» a «quien camina en la Ley del Señor» y a «quien custodia sus enseñanzas», es también la Virgen María la que lleva a cumplimiento la perfecta figura del creyente descrito por el salmista. Es Ella, de hecho, la verdadera «beata», proclamada como tal por Isabel por «haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor», y es de Ella y de su fe de quien el mismo Jesús da testimonio cuando, a la mujer que gritaba «bendito el seno que te ha llevado», responde: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican». Cierto, María es bendita porque en su seno llevó al Salvador, pero sobre todo porque acogió el anuncio de Dios, porque fue una guardiana atenta y amorosa de su Palabra.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Audiencia General del miércoles, 9 de noviembre de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
973 Al pronunciar el Fiat de la Anunciación y al dar su consentimiento al misterio de la Encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde Él es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
974 La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su cuerpo.
975 «Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo (Credo del Pueblo de Dios, 15).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Vivir hoy con la resolución de servir, por amor, a las personas con las que convivo.
Diálogo con Cristo
María, gracias por enseñarme a entregar mi voluntad a Dios, a no querer cumplir todos mis deseos, por muy importantes que me puedan parecer, a saber dejar todo en manos de nuestro Padre y Señor. Quiero imitar tu bondad y disposición para ayudar a los demás. Intercede por mí para que sepa imitar esas virtudes que más agradan a tu Hijo, nuestro Señor.
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