Evangelio del día: Pedro y Juan en el sepulcro

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Juan 20, 1-8. Fiesta de san Juan apóstol y evangelista. Tiempo de Navidad (27 de diciembre). Nosotros resucitaremos para estar con el Señor y la resurrección comienza aquí, como discípulos, si estamos con el Señor, si caminamos con el Señor. Este es el camino hacia la resurrección. 

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Epístola I de san Juan, 1 Jn 1, 1-4

Salmo: Sal 97(96), 1-2.5-6.11-12

Oración introductoria

Señor Jesús, creo, espero y te amo. Quiero en esta oración recostarme espiritualmente sobre tu pecho, como lo hizo el apóstol san Juan y hablar contigo durante estos momentos de corazón a corazón.

Petición

Señor, dame el don de conocerte para que pueda amarte más y así pueda seguirte mejor.

Meditación del Santo Padre Francisco

La identidad cristiana sólo se realiza plenamente en nosotros con la resurrección, que será «como un despertar». Por eso el Papa invitó a «estar con el Señor», a caminar con Él como discípulos, para que la resurrección comience ya, aquí y ahora. Pero «sin miedo a la transformación que tendrá nuestro cuerpo al final de nuestro itinerario cristiano».

Precisamente en la esencia de la resurrección, el Pontífice centró su homilía […] aprovechando la sugerencia del pasaje de la primera Carta de san Pablo a los Corintios (15, 12-20). El Apóstol, explicó enseguida, «debe hacer una corrección difícil en aquel tiempo: la de la resurrección». En efecto, «los cristianos creían que sí, que Cristo había resucitado, se había ido, había terminado su misión, nos ayuda desde el cielo, nos acompaña»; pero «no era tan clara la consecuencia conexa de que también nosotros resucitaremos».

En realidad «ellos pensaban de otro modo: sí, los muertos son justificados, no irán al infierno —muy hermoso—, pero irán un poco al cosmos, al aire, el alma ante Dios: solamente el alma». Pero «no comprendían la resurrección». «Hay una resistencia fuerte», observó el Papa, el mismo «Pedro, que había contemplado a Jesús en su gloria en el Tabor, la mañana de la resurrección fue corriendo al sepulcro», pensando que habían robado el cuerpo del Señor. Porque «no entraba en su cabeza una resurrección real»: su visión «teológica», explicó el Pontífice, «se detenía en el triunfo». Hasta tal punto que «el día de la ascensión dirán: Pero dime, Señor, ¿ahora será la liberación, el reino de Israel?».

En esencia, los discípulos no comprendían «la resurrección, ya sea de Jesús, ya sea de los cristianos». Al final, sólo aceptaron «la de Jesús, porque lo vieron, pero la de los cristianos no se entendía así».

Por lo demás, sucede lo mismo «cuando Pablo va a Atenas y comienza a hablar» de la resurrección: «los griegos sabios, filósofos, se asustan». La cuestión es que «la resurrección de Cristo es un prodigio, una cosa que quizá asuste; la resurrección de los cristianos, es un escándalo: no pueden comprenderla». Y «por eso Pablo hace este razonamiento tan claro: si Cristo ha resucitado, ¿cómo pueden decir algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si Cristo ha resucitado, también los muertos resucitarán».

«Hay resistencia a la transformación —observó el Pontífice—, resistencia a que la obra del Espíritu, que recibimos en el Bautismo, nos transforme hasta el fin, hasta la resurrección». Y «cuando hablamos de esto, nuestro lenguaje dice: yo quiero ir al cielo, no quiero ir al infierno». Sin embargo, «nos detenemos allí». Y «ninguno de nosotros dice: yo resucitaré como Cristo». «También para nosotros —prosiguió el Pontífice— es difícil comprender esto». Es más fácil imaginar una especie de «panteísmo cósmico». Hay una «resistencia a ser transformados, que es la palabra que usa Pablo: «Seremos transformados. Nuestro cuerpo será transformado»». Pero, precisó, «con la resurrección todos nosotros seremos transformados».

«Este es el futuro que nos espera —reafirmó el Papa—, y esto nos lleva a poner tanta resistencia a la transformación de nuestro cuerpo», pero «también resistencia a la identidad cristiana». Y añadió: «Quizá no tengamos tanto miedo al apocalipsis del maligno, al anticristo que debe venir antes; quizá no tengamos tanto miedo». Sin embargo, tenemos «miedo a nuestra resurrección: todos seremos transformados». Y «esa transformación será el fin de nuestro itinerario cristiano».

«Esta tentación de no creer en la resurrección de los muertos —explicó el Papa— nació en la primera Iglesia. Pablo debe aclarar lo mismo a los tesalonicenses, y hablarles de ello una, dos veces». Y «al final, para consolarlos, para animarlos, dice una de las frases más llenas de esperanza que hay en el Nuevo Testamento: «Al final, seremos como Él»». Esta es nuestra «identidad cristiana: estar con el Señor». Una afirmación que, remarcó el Pontífice, no es ciertamente «una novedad». En efecto, «cuando Juan el Bautista señala a Jesús como el cordero de Dios y los dos discípulos se van con Él, dice el Evangelio: «Y ese día se quedaron con Él»».

«Nosotros resucitaremos para estar con el Señor y la resurrección comienza aquí, como discípulos, si estamos con el Señor, si caminamos con el Señor. Este es el camino hacia la resurrección. Y si estamos acostumbrados a estar con el Señor, este miedo a la transformación de nuestro cuerpo se aleja». Por eso no hay que «tener miedo a la identidad cristiana», que «no termina con un triunfo temporal, no termina con una hermosa misión». Porque «la identidad cristiana se realiza plenamente en la resurrección».

Por lo tanto, afirmó el Papa, «la identidad cristiana es una senda, es un camino donde se está con el Señor, como los dos discípulos que estuvieron con el Señor aquella tarde». Así, «también toda nuestra vida está llamada a estar con el Señor para quedarse, estar con el Señor, al final, después de la voz del arcángel, después del sonido de la trompeta». Al respecto, el Papa quiso recordar por último que el mismo san Pablo, en la Carta a los Tesalonicenses, «termina este razonamiento con esta frase: «Consolémonos con esta verdad»».

Santo Padre Francisco: Miedo de resucitar

Homilía del viernes, 19 de septiembre de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Según Juan, María Magdalena lo encontró vacío y supuso que alguien se había llevado el cuerpo de Jesús. El sepulcro vacío no puede, de por sí, demostrar la resurrección; esto es cierto. Pero cabe también la pregunta inversa: ¿Es compatible la resurrección con la permanencia del cuerpo en el sepulcro? ¿Puede haber resucitado Jesús si yace en el sepulcro? ¿Qué tipo de resurrección sería ésta? […] «No conocer la corrupción»: ésta es precisamente la definición de resurrección. Sólo la corrupción era considerada como la fase en la que la muerte era definitiva. Con la descomposición del cuerpo que se disgrega en sus elementos un proceso que disuelve al hombre y lo devuelve al universo—, la muerte ha vencido. Ahora, aquel hombre ya no existe más como hombre; sólo puede permanecer tal vez como una sombra en los infiernos. En esta perspectiva, era fundamental para la Iglesia antigua que el cuerpo de Jesús no hubiera sufrido la corrupción. Sólo en ese caso estaba claro que no había quedado en la muerte, que en Él la vida había vencido efectivamente a la muerte.

Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, segunda parte, p. 97-98

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. La Resurrección de Cristo y la nuestra

Revelación progresiva de la Resurrección

992 La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:

«El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna» (2 M 7, 9). «Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él» (2 M 7, 14; cf. 2 M 7, 29; Dn 12, 1-13).

993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y muchos contemporáneos del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: «Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error» (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que «no es un Dios de muertos sino de vivos» (Mc 12, 27).

994 Pero hay más: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del «signo de Jonás» (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (cf. Mc 10, 34).

995 Ser testigo de Cristo es ser «testigo de su Resurrección» (Hch 1, 22; cf. 4, 33), «haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos» (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él.

996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). «En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne» (San Agustín, Enarratio in Psalmum 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

Cómo resucitan los muertos

997 ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

998 ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: «los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación» (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).

999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo» (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él «todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos» (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será «transfigurado en cuerpo de gloria» (Flp 3, 21), en «cuerpo espiritual» (1 Co 15, 44):

«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano…, se siembra corrupción, resucita incorrupción […]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).

1000 Este «cómo ocurrirá la resurrección» sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:

«Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 18, 4-5).

1001 ¿Cuándo? Sin duda en el «último día» (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); «al fin del mundo» (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:

«El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).

Resucitados con Cristo

1002 Si es verdad que Cristo nos resucitará en «el último día», también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:

«Sepultados con él en elBbautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos […] Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 2, 12; 3, 1).

1003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece «escondida […] con Cristo en Dios» (Col 3, 3) «Con él nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús» (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos «manifestaremos con él llenos de gloria» (Col 3, 4).

1004 Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser «en Cristo»; donde se basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre:

«El cuerpo es […] para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? […] No os pertenecéis […] Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6, 13-15. 19-20).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ser testimonio de alegría cristiana y esperanza en mi entorno social y familiar.

Diálogo con Cristo

Gracias, Padre, por estos minutos de oración, quiero salir de esta meditación decidido a trabajar para que muchos otros tengan la dicha de experimentar tu amor. Me has llamado a ser tu discípulo y misionero, con tu gracia, Señor, lo podré lograr.

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