La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).
Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la ‘parturienta’, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, n. 10
* * *
Necesitamos orar
Ante tantas circunstancias difíciles como estamos viviendo, recordamos la expresión san Juan Pablo II: «El Rosario es mi oración predilecta».
El Rosario es «oración sencilla y profunda»
El Rosario oración sencilla en su estructura material. Esta compuesta por las oraciones vocales más excelentes. El Padre Nuestro que nos lo enseñó Jesucristo. El Ave María que contiene la salutación del Arcángel Gabriel a la Virgen María y de Sta. Isabel a la Virgen Madre. Y finalmente, el Gloria: alabanza secular de la Iglesia a la Santísima Trinidad.
El Rosario es oración profunda en su estructura formal porque es una síntesis bíblica de los principales misterios de la Redención, de la Iglesia y de María.
El Rosario es oración adaptada a cada persona y comunidad de cualquier origen, condición y nivel cultural. Es el Evangelio de bolsillo, abreviado, fácil de memorizar. Es como una suma teológica popular…
El Rosario es oración cristológica y mariana
Rezando el Rosario, recordamos, meditamos o contemplamos la vida de Jesús por medio de María, con Ella y en Ella. Son los misterios gozosos, luminosos, dolorosos, gloriosos que nos permiten ver a Cristo con el corazón y la mirada de su Madre. Es, recordar sentados a los pies de María los misterios del Hijo como nos enseñaba el Siervo de Dios Juan Pablo II. Por el Rosario, María nos lleva a Jesús, y Jesús nos lleva a María.
El Rosario es, también, oración de súplica
Rezando el Rosario, podemos presentar a Dios, por medio de María, las necesidades propias, las del matrimonio y la familia, las de España y las de la humanidad. También podemos presentar peticiones por la salud espiritual y corporal…
Igualmente, pedimos las fuerzas que necesitamos para un compromiso evangélico más coherente, generoso y valiente.
Rezando el Rosario practicamos las virtudes
Se afianza nuestra fe en Jesucristo y en sus misterios. Jesucristo es el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que se ha hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación. ¡Es muestro Redentor! El Rosario nos ayuda a conocer más y mejor a Jesucristo.
Se robustece nuestra esperanza. Esperamos alcanzar la salvación porque nos apoyamos en la plena glorificación de Cristo, en su ascensión al Cielo y en la Asunción de María como fruto privilegiado de la Redención.. Repetimos en el Rosario: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».
Aumenta nuestro amor a Cristo y al prójimo porque si Él se entregó «hasta el extremo» por amor a nosotros, también nosotros debemos entregarnos. El Rosario nos ayuda a profundizar en el amor que Cristo nos tiene.
Recuperemos el rezo del Rosario en familia
La oración del Rosario en familia aleja los gérmenes de disgregación y une los corazones. Es vínculo seguro de comunión y de paz. Por eso se afirma que «Familia que reza permanece unida».
La oración del Rosario construye la paz porque fomenta la paz interior. Ayuda a vivir en estado de gracia santificante y a perseverar en el bien.
Conservemos el Rosario
Conservemos el Rosario en el corazón: grabando a fuego el recuerdo-meditación-contemplación de los misterios de Cristo, nuestro Redentor, Hijo de María Virgen.
Conservemos el Rosario en los labios: repitiendo litánicamente las mejores oraciones que tenemos: Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Conservemos el Rosario en las manos como arma segura para la conversión, la santificación, la paz… como arma privilegiada para defender la pureza del corazón y del cuerpo.
Vivamos predicando, transmitiendo y contagiando el Rosario como la mejor manera de expresar nuestro amor filial a María.
* * *
* * *