A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio»
El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del «Dios te salve, María»– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: «Bendito el fruto de tu seno» (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».
San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, n. 18
* * *
El Rosario
El Rosario que la Virgen nos entrega es camino de oración vocal, mental y contemplativa. Libro abierto donde contemplamos a María totalmente entregada a la obra redentora de su Hijo. Es también, el compañero inseparable en nuestra peregrinación terrena y a la hora de la muerte.
Los misterios del Rosario
Los misterios del Rosario son como un «Evangelio abreviado» que fácilmente podemos retener en la memoria. Recorren la vida de Cristo que recordamos «con consideración», meditamos o contemplamos con los sentimientos del Corazón de María. Son los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos.
Misterios gozosos
Los misterios gozosos se refieren a la infancia de Jesús. Su contemplación nos introduce en el interior del corazón de la Virgen María. Llamada ser Madre de Dios, es privilegiada y excepcionalmente redimida y llena de gracia. Se entrega sin condiciones. Hace donación total de todo su ser. Es Madre y Virgen por obra del Espíritu Santo. Desbordando el misterio de Dios hecho hombre, sale al encuentro de su parienta Isabel como peregrina de la caridad.
Llegada la plenitud de los tiempos, María da a luz por obra del Espíritu Santo. Comienza la presencia histórica del Redentor, suprema expresión del amor del Padre para que todos los hombres se salven (Cf. Jo.3, 16). Fiel a la Ley, acude al templo de Jerusalén donde recibe el anuncio del precio de dolor que ha de pagar como Madre y Corredentora. En silencio reverencial acoge la respuesta del Hijo que permanece tres días en el templo porque ha de dedicarse a las cosas del Padre.
Misterios luminosos
Los misterios luminosos nos introducen en la vida pública de Jesús. Con María, contemplamos espiritualmente el bautismo de Jesús, los cielos abiertos. Oímos la voz del Padre y vemos al Espíritu Santo sobre Jesucristo. Se inaugura el Nuevo Testamento. Cristo es confirmado en su misión por el Padre.
Con María participamos en la boda de Caná. La Madre intercede ante el Hijo y Cristo realiza su primer milagro. María nos interpela: Haced lo que Él os diga. Es una invitación a abrir el corazón a la predicación de Cristo que nos habla del Reino y nos invita a la conversión. María nos pide que nos dejemos inundar por la luz de la Transfiguración, gracia de Dios en nuestras almas, y nos atrae irresistiblemente a la Eucaristía Sacrificio, Comunión y Tabernáculo.
Misterios dolorosos
La Virgen María nos ayuda a penetrar el sentido de la Pasión y Muerte de Cristo en los misterios dolorosos. Acompañamos a Cristo en la oración del huerto que nos enseña la necesidad que tenemos de tiempos suficientemente largos de oración que darán sentido a nuestra vida y misión como bautizados. Contemplamos la agonía de Getsemaní en comunión con la humillación extrema de Jesús. Lo reconocemos como Rey universal en la paradoja de la coronación de espinas. Permanecemos junto a la Cruz con María: Ella nos acoge como hijos y nosotros la acogemos como Madre. Permanecemos adorando a Cristo muerto por nosotros en silenció, acompañando a su Madre.
Misterios gloriosos
La contemplación de los misterios gloriosos en el secreto del corazón de la Virgen nos convierte en testigos de la gran alegría: Cristo ha resucitado, triunfador sobre el pecado y la muerte, sube a los cielos y allí nos prepara un lugar (Cf. Jn14, 2), nos envía su Espíritu para que nos santifique y conduzca la Iglesia a la plenitud, glorifica a su Madre que, en cuerpo y alma, nos precede en el cielo como miembro destacado de la Iglesia y es coronada como Reina.
Los misterios gloriosos del Rosario nos estimulan a ser sembradores de esperanza y alegría, dando testimonio de la Resurrección de Cristo imitando a María Magdalena. Caminamos mirando al cielo donde está Cristo nuestra Cabeza, animados por la fuerza del Espíritu Santo. La Virgen del Rosario, asunta al cielo en cuerpo y alma, intercede por nosotros que somos sus hijos.
Conclusión
Llevamos el Rosario en el corazón como recuerdo amoroso de la vida de Cristo. En los labios, recitando litánicamente las avemarías. Y en las manos, como defensa ante el mal. Renovamos nuestra consagración a la Virgen del Rosario: somos totalmente de la Virgen María como la mejor manera de ser totalmente de Cristo y de su Iglesia.
* * *
* * *