Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Deseo reflexionar hoy con vosotros sobre la peregrinación a Fátima, que el Señor me permitió realizar el viernes y el sábado de la semana pasada. Siguen vivas en mí las emociones que experimenté. Tengo ante mis ojos la inmensa muchedumbre que se reunió en la explanada frente al santuario, el viernes por la tarde, a mi llegada, y especialmente el sábado por la mañana para la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Una multitud llena de alegría y, al mismo tiempo, capaz de crear momentos de absoluto silencio y de intenso recogimiento.
Mi corazón rebosa de gratitud: por tercera vez, en la fiesta del 13 de mayo, fecha de la primera aparición de la Virgen en Cova de Iría, la Providencia me ha concedido ir en peregrinación a los pies de la Virgen, donde ella se manifestó a los tres pastorcitos, Lucía, Francisco y Jacinta, de mayo a octubre de 1917. Lucía vive aún, y una vez más he tenido la alegría de encontrarme con ella.
Expreso mi sincera gratitud al obispo de Fátima y a todo el Episcopado de Portugal por la preparación de esta visita y por la cordial acogida. Asimismo, renuevo mi saludo y mi agradecimiento al señor presidente, al primer ministro y a las demás autoridades portuguesas por las atenciones que me dispensaron, así como por el empeño que pusieron para el éxito de esta peregrinación apostólica.
2. Como sucedió en Lourdes, también en Fátima la Virgen eligió a unos niños, Francisco, Jacinta y Lucía, como destinatarios de su mensaje. Ellos lo acogieron tan fielmente que no sólo merecieron ser reconocidos como testigos creíbles de las apariciones, sino también se convirtieron ellos mismos en ejemplo de vida evangélica.
Lucía, la prima, algo mayor, y que vive aún, ha dado retratos significativos de los dos nuevos beatos. Francisco era un niño bueno, reflexivo, de espíritu contemplativo. Jacinta era viva, bastante susceptible, pero muy dulce y amable. Sus padres los habían educado en la oración, y el Señor mismo los atrajo más íntimamente hacia sí mediante la aparición de un ángel que, con un cáliz y una Hostia en las manos, les enseñó a unirse al sacrificio eucaristico para reparación de los pecados.
Esta experiencia los preparó para los sucesivos encuentros con la Virgen, la cual los invitó a orar asiduamente y a ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores. Con los dos pastorcitos de Fátima la Iglesia ha proclamado beatos a dos niños, porque, a pesar de que no fueron mártires, dieron muestras de vivir las virtudes cristianas en grado heroico, no obstante su tierna edad. Heroísmo de niños, pero verdadero heroísmo.
Su santidad no depende de las apariciones, sino de la fidelidad y del esmero con que correspondieron al don singular que recibieron del Señor y de María santísima. Después del encuentro con el ángel y con la hermosa Señora, rezaban el rosario varias veces al día, ofrecían frecuentes penitencias por el fin de la guerra y por las almas más necesitadas de la misericordia divina, y sentían el intenso deseo de «consolar» al Corazón de Jesús y al de María. Además, los pastorcitos tuvieron que sufrir las fuertes presiones de los que los impulsaban, con la fuerza y con terribles amenazas, a negarlo todo y a revelar los secretos recibidos. Pero ellos se animaban mutuamente, confiando en el Señor y en la ayuda de «aquella Señora», de la que Francisco decía: «Es nuestra amiga». Por su fidelidad a Dios, constituyen un luminoso ejemplo, para niños y adultos, de cómo conformarse de modo sencillo y generoso a la acción transformadora de la gracia divina.
3. Por consiguiente, mi peregrinación a Fátima fue una acción de gracias a María por lo que quiso comunicar a la Iglesia a través de estos niños y por la protección que me ha concedido durante mi pontificado: una acción de gracias que he querido renovarle simbólicamente con el don del precioso anillo episcopal que me regaló el cardenal Wyszyñski pocos días después de mi elección a la Sede de Pedro.
Al parecerme que los tiempos estaban maduros, he considerado oportuno hacer público el contenido de la así llamada tercera parte del secreto.
Me alegra haber podido orar en la capilla de las Apariciones, construida en el lugar donde la «Señora resplandeciente de luz» se manifestó en varias ocasiones a los tres niños y habló con ellos. Di gracias por lo que la divina misericordia ha realizado en el siglo XX, gracias a la intercesión materna de María. A la luz de las apariciones de Fátima, los acontecimientos de este período histórico tan convulso asumen una elocuencia singular. Por eso, no es dificil comprender mejor cuánta misericordia ha derramado Dios sobre la Iglesia y sobre la humanidad por medio de María. No podemos por menos de dar gracias a Dios por el testimonio valiente de tantos heraldos de Cristo que han permanecido fieles a él hasta el sacrificio de su vida. Además, me complace recordar aquí a niños y adultos, hombres y mujeres, que, según las indicaciones que dio la Virgen de Fátima, han ofrecido diariamente oraciones y sacrificios, sobre todo con el rezo del santo rosario y con la penitencia. A todos los quisiera recordar una vez más, dando gracias a Dios.
4. Desde Fátima se difunde por todo el mundo un mensaje de conversión y esperanza, un mensaje que, de acuerdo con la revelación cristiana, está profundamente insertado en la historia. Partiendo precisamente de las experiencias vividas, invita a los creyentes a orar con asiduidad por la paz en el mundo y a hacer penitencia para abrir los corazones a la conversión. Este es el Evangelio genuino de Cristo que vuelve a proponer a nuestra generación, particularmente probada por los acontecimientos pasados. La llamada que Dios nos ha comunicado mediante la Virgen santísima sigue siendo plenamente actual.
Acojamos, amadísimos hermanos y hermanas, la luz que viene de Fátima: dejémonos guiar por María. Que su Corazón inmaculado sea nuestro refugio y el camino que nos lleve a Cristo. Que los beatos pastorcitos intercedan por la Iglesia, para que prosiga con valentía su peregrinación terrena y anuncie con fidelidad constante el Evangelio de la salvación a todos los hombres.
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San Juan Pablo II: catequesis sobre su peregrinación apostólica a Fátima
Audiencia General del miércoles, 17 de mayo del año 2000