En defensa de la familia y de los ataques que hoy recibe

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“Todos los seres humanos deberían valorar la individualidad de cada una de las personas como criatura de Dios, llamada a ser hermano o hermana de Cristo en virtud de la encarnación y redención universal.

Para nosotros la sacralidad de la persona humana está fundada en estas premisas. Y sobre estas premisas se funda nuestra celebración de la vida, de toda vida humana.

Esto explica nuestros esfuerzos para defender la vida humana contra cualquier influencia o acción que la pueda amenazar o debilitar, como también nuestros esfuerzos para volver cada vida más humana en todos sus aspectos.

Por lo tanto, reaccionaremos cada vez que la vida humana esté amenazada.

Cuando el carácter sagrado de la vida antes del nacimiento sea atacado, nosotros reaccionaremos para proclamar que nadie tiene jamás el derecho de destruir la vida antes del nacimiento.

Cuando se hable de un niño como de una carga, o se lo considere como medio para satisfacer una necesidad emocional, nosotros intervendremos para insistir en que cada niño es don único e irrepetible de Dios, que tiene derecho a una familia unida en el amor.

Cuando la institución del matrimonio esté abandonada al egoísmo o reducida a un acuerdo temporal y condicional que se puede rescindir fácilmente, nosotros reaccionaremos afirmando la indisolubilidad del vínculo matrimonial.

Cuando el valor de la familia esté amenazado por presiones sociales y económicas, nosotros reaccionaremos reafirmando que la familia es necesaria no solo para el bien privado de cada persona, sino también para el bien común de toda sociedad, nación y Estado.

Cuando la libertad, pues, se utilice para dominar a los débiles, para dilapidar riquezas naturales y energía, y para negar a los hombres las necesidades esenciales, nosotros reaccionaremos para reafirmar los principios de la justicia y del amor social.

Cuando a los enfermos, los ancianos y los moribundos se los deja solos, nosotros reaccionaremos proclamando que son dignos de amor, de solicitud y de respeto.”

Homilía de SS Juan Pablo II durante la Santa Misa celebrada en el Capitol Mall, Washington, el domingo. 7 de octubre de 1979,

 

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