Está una señora de visita en casa de una amiga suya que tiene seis hijos. Viven en una casa que ocupa dos pisitos pequeños unidos por una escalera interior. Las dos mujeres están en la parte baja de la vivienda. En el rellano de la escalera, los padres han colocado una imagen de María, que ellos y sus hijos saludan con la mirada y el corazón, cuando pasan por allí.
De repente, la visitante escucha el llanto fuerte de la niña pequeña, que está en la parte de arriba y busca a su madre. La oyen acercarse, bajando como puede las escaleras. De repente la madre de la niña le dice a su amiga:
—Ya verás, ahora se callará y al cabo de unos segundos, volverá a llorar.
Y así sucede. La visitante pide una explicación y la madre le cuenta:
—Le hemos enseñado a saludar a la Virgen del rellano y nunca se olvida, y claro no puede saludarla y llorar a la vez.
Los niños imitan a sus padres. Sus ojos son dos cámaras de televisión que graban y guardan lo que hacen sus padres. De adultos, no recordamos lo que nuestros padres nos decían, sino lo que vivían. La mejor catequesis familiar es la alegría de los padres, el amor con que se miran y se hablan, las miradas que papá y mamá lanzan a la imagen de María que está en la habitación…
Un niño capta que la Misa es el milagro más grande que sucede en el mundo, al ver cómo se preparan sus padres, cómo le visten y se visten ellos, con las mejores ropas, cómo le peinan y cómo se arreglan ellos, cómo sacan brillo a los zapatos, y cómo todo el día gira en torno a la Misa. La importancia del domingo les entra por los ojos al ver cómo ese día se festeja con una comida especial, muestra de la alegría de sabernos en manos de un Dios que es nuestro Padre.
Los primeros años son los mejores para introducir a los niños en el misterio de Dios. Cuando están descubriendo la vida envueltos en la sorpresa de los primeros deslumbres de la creación, cuando las preguntas sobre lo que son las cosas surgen continuamente de sus labios, cuando sus ojos se agrandan ante tanta belleza y tanta variedad, en esos primeros años están especialmente preparados para oír hablar de Dios, del misterio de Jesús, el Dios hecho hombre. No se extrañan, Para ellos, todo es «normal», porque todo es nuevo. Los niños tienen una gran capacidad de entender a Dios porque su alma no esta aún manchada, y por eso, aunque tienen las huellas del pecado original y pueden obrar mal, tienen un instinto más vivo que nosotros para Dios.
Los padres transmiten la fe en Dios cuando les cuentan a sus hijos la vida de Jesús, presentándoselo como quien es, una Persona viva, Dios hecho hombre, que muere en la Cruz por amor y resucita al tercer día y así nos salva. Los padres enseñan quién es Dios cuando les hacen ver a sus hijos que el amor que les tienen tiene su origen en Dios, que es amor.
Trabajo de capellán en un colegio de niñas. Enseñadas por sus madres, casi todas ex alumnas, aprenden que lo primero es ir a saludar a Jesús, que está vivo en el Sagrario. Y todas van, y hacen como pueden la genuflexión, y después besan los pies del Jesús en la Cruz que está cerca de la puerta. Algunas vuelven a ver a Jesús durante el recreo porque les atrae esa «cajita dorada» envuelta en un tenue velo, que preside el retablo. Una vez vi cómo una niña de tres años avanzaba decidida hacia el sagrario y se postraba de rodillas unos segundos ante Jesús. A su vuelta, le hice una señal para que se acercara y le pregunté:
—¿Te ha sonreído Jesús?
Y ella, sin inmutarse, como si le hubieran hecho una pregunta evidente, como tantas que hacen los adultos, contestó:
—Pues, claro.
Esa niña era hija de una mamá que visita con frecuencia a Jesús en el Sagrario.
Otro día unos padres me contaron que una compañera de su hija había fallecido en un accidente de tráfico. Los padres fueron a visitar a la familia con la niña y la niña vio a su compañera de pupitre muerta en el tanatorio. Al volver a casa la niña les espetó:
—Y yo, ¿por qué vivo?
Mientras el padre pensaba una respuesta razonada, la madre contestó:
—Porque Dios te ama. Has nacido del amor de papá y mamá y antes Dios te amó y te sigue amando; por eso vives.
La niña, ya serena, respondió:
—Vale.
Lo mejor es dedicarles tiempo y hablarles de Jesús, de que Dios es un Padre lleno de amor y ternura para con nosotros, de que la tierra y todo lo que hay en ella son regalos de Dios para sus hijos, el sol, las montañas, las plantas, los animales, las estrellas, la nieve, hablarles mucho de lo mucho que nos quiere Dios, tanto que ha querido quedarse con nosotros en el Sagrario, escondido en las apariencias de pan.
Todos los padres aprenden historias y cuentos para contarles. A través de ellos se les transmite la sabiduría de la vida, y también la vida cristiana. Entre esas historias, que esté muy presente la vida de Jesús y de la Virgen en Nazaret y después la vida pública de Jesús en Palestina, en Galilea y Judea. Con los más pequeños pueden ser de ayuda las vidas de Jesús con ilustraciones o videos. Así se despierta en ellos ya desde el comienzo de sus vidas la necesidad de agradecer todo a Dios: los papás, la comida, el sol, los animales, los árboles…
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Capellán del Colegio Montealto (Madrid, España)