La calle más larga del mundo parece que es la de Rivadavia, que une Buenos Aires, capital de la República Argentina, con Luján, población que nació y ha ido creciendo en torno a la Virgen y a su basílica. Por medio de esta calle, con unos sesenta kilómetros de longitud, el gran Buenos Aires tiene más cerca a la Reina de los católicos argentinos. Es la calle que recorren más de cien mil jóvenes la víspera de la fiesta de Nuestra Señora de Luján, desde la catedral de Buenos Aires hasta la basílica de la Virgen.
Todo comenzó en el siglo XVII: un portugués que vivía en San Jerónimo, provincia de Córdoba, encargó en 1625 una imagen de la Virgen Inmaculada, a la que quería dedicar una capilla en su finca. La imagen llegó al puerto de Buenos Aires, y fue cargada en una carreta de las que hacían el recorrido entre el Río de la Plata y el Norte de Argentina.
Después de dos jornadas de camino, la carreta llegaba a orillas del río Luján, a unos sesenta kilómetros de la capital. Este río, formado por los arroyos Furazno y Leones, tomó el nombre de Luján a raíz del asesinato del capitán madrileño Francisco de Luján. Siguiendo instrucciones de don Pedro de Mendoza, Luján había llegado allí, al frente de una expedición, para sofocar una revuelta de los indios querandíes, y cayó en manos de ellos. Estaba casado con doña Isabel de la Cerda y pertenecía a la familia de los Lujanes, una de las sesenta familias que repoblaron Madrid cuando fue reconquistado a los moros. La casa solariega es la conocida Torre de los Lujanes, situada en el corazón de Madrid, en la plaza de la Villa, donde estuvo preso el rey Francisco I de Francia.
Dicho lo cual, para conocer el origen del nombre de Luján, veamos qué ocurrió allí con la carreta que transportaba la imagen de María Inmaculada, en 1630. Al terminar el segundo día desde que salió de Buenos Aires, el carretero se detuvo en la Cañada de la Cruz, frente a la estancia de don Rosendo de Oranas. A la mañana siguiente, cuando intentaban proseguir su camino hacia San Jerónimo, fue absolutamente imposible que se movieran las ruedas de la carreta. Por más esfuerzos que hacían los bueyes, espoleados por el carretero, la carreta seguía inmóvil. Intentaron echar una mano otros componentes de la caravana, extrañados de que los bueyes no pudieran con el poco peso que llevaba la carreta. Pero todo fue inútil. A alguien se le ocurrió la idea de bajar la caja en la que iba la imagen de la Virgen -de arcilla cocida y de sólo medio metro de altura- y entonces sí podía marchar la carreta. Pero allí no podían dejar la imagen y marchar. Por eso, volvían a cargarla, y volvía la inmovilidad. Estaba claro que había algún misterio, que interpretaron del único modo posible: la Virgen quería quedarse allí. Y allí la dejaron, en la estancia de don Rosendo de Oranas.
A pesar del milagro de 1630, no parece que se le hiciera demasiado caso a la imagen de la Virgen Inmaculada, que tan claramente manifestó su deseo de permanecer allí. Incluso, cuando la portuguesa doña Ana de Mattos pidió a la familia Oranas que le dejara la imagen para erigirle una capilla en su finca, a unas leguas de allí. Dos veces se la llevó y dos veces volvió milagrosamente la imagen a la estancia de los Oranas. Eran demasiados signos para permanecer impasible. Y las gentes del lugar, enteradas de los prodigios que habían ocurrido con la imagen mariana, comenzaron a rendirle culto allí mismo, donde actualmente se levanta la imponente basílica.
Al principio fue sólo una capilla. Pero la Virgen, que comenzó a llamarse de Luján, por el río y por el poblado que se iba formando en las inmediaciones de la capilla, fue extendiendo día a día su patrocinio, su protección y su inequívoco mensaje misionero. Tanto cundió la devoción a la Virgen de Luján, que en 1887 fue proclamada patrona de Argentina, Uruguay y Paraguay.
En 1910 se construyó la imponente basílica nacional de Nuestra Señora de Luján, de mármol blanco, estilo ojival, con dos torres de 110 metros de altura. Tiene capacidad para acoger entre sus muros a 30.000 personas. Pero frecuentemente se queda pequeña para las riadas de peregrinos que acuden a los pies de la Virgen de Luján, de todos los rincones de la gran nación Argentina, de la que es reina y madre.
No es posible hablar del cristianismo argentino sin hacer referencia a la Virgen de Luján. Ella ha dado el tan evangélico y necesario matiz mariano a la vivencia de la fe de los católicos argentinos. Todas las grandes efemérides de la vida argentina tienen el sello de Luján, que los argentinos que han dejado su patria han llevado por todo el mundo.
En Madrid está presente la Virgen de Luján. Desde una cofradía hispano-argentina dedicada a la Virgen de Luján, entre 1950 y 1965, hasta una parroquia con esa advocación y dos capillas dedicadas a la patrona de Argentina, en dos iglesias: San Manuel y San Benito, y Ciudad Universitaria.
Donde hay un argentino, está la Virgen de Luján.
ARMANDO PUENTE