En medio de la Moraña avilesa se encuentra Fontiveros. Está en el centro de un triángulo histórico que forman Avila, Arévalo y Madrigal. Allí nació Juan de Yepes en el año de 1542. Sus padres, Gonzalo y Catalina, eran unos pobres pañeros del lugar. La vida fue difícil para él desde el comienzo. El padre murió pronto, y la viuda hubo de pasar estrecheces enormes para sacar adelante a sus tres hijos: Francisco, Luis y Juan. Luis murió también de pocos años. Y el éxodo de la familia se impuso inevitable para buscar alguna solución. Catalina pidió ayuda a los parientes de su difunto esposo por tierras toledanas. Después se estableció en Arévalo, donde siguió trabajando en su antiguo oficio. Más tarde se trasladó a Medina del Campo.
Medina está también en la llanada de Castilla. Tierra dura y sufrida. Apta para el soñar, para la poesía, para el vuelo místico… Pero Medina era entonces el centro comercial de Castilla. Ferias y mercados, artesanía y movimiento. Allí Juan ensayará numerosos oficios manuales, que no le gustan, aunque no sea inútil para los mismos. Pero su afición serán los estudios. Su madre le envía al colegio de la Doctrina que hay en Medina, como en casi todas las ciudades castellanas. Y entra de acólito en las agustinas de la Magdalena. Asi tuvo ocasión de conocerle don Alonso Alvarez de Toledo, que le ofrece una colocación en el hospital de la Concepción y costearle los estudios para que sea sacerdote. En 1551 han fundado en Medina un colegio los padres de la Compañía. En él estudiará Humanidades, bajo la dirección de Juan Bonifacio, S.J. el más cé’ebre de los humanistas de la todavía entonces joven institución.
Para los estudios Juan resulta muy ‘agudo», y su espiritu de trabajo es admirable. Pero todo aquel esfuerzo no va a terminar en la clericatura esperada por su protector, don Alonso, y por su buena madre. Juan se siente llamado a la vida religiosa. Y escoge la Orden del Carmen, la Orden de María, donde pide el hábito en 1563. Se llamará en adelante Juan de Santa María.
Dado su talento y su virtud, fue pronto destinado al colegio de San Andrés, que la Orden tiene en Salamanca junto a la famosa Universidad. De 1564 al 1567 estudiará en ella Artes, y en el curso siguiente (1567-68) está matriculado en Teología.
Salamanca vive entonces en todo su esplendor magisterial: Mancio, Guevara, Gallo, Crajal, Luis de León…. entre otros. Fray Juan fue en su colegio «prefecto de estudiantes», que indica su aprovechamiento y la estima que le acompaña entre los demás.
Fue en 1567 cuando se ordena de misa, y viene a Medina para celebrar la primera junto a su pobre madre y su hermano Francisco. Y es entonces cuando tiene lugar un encuentro providencial e inesperado. En Medina acaba de fundar su segundo «palomarcito de la Virgen» la madre Teresa. Tiene, además, ‘patentes» del general de la Orden para fundar dos monasterios de frailes reformados. Y se ha puesto al habla con fray Antonio de Heredia, prior de los carmelitas de Medina. El está decidido a comenzar. Y por él viene en conocimiento de fray Juan. Porque fray Juan desea pasar a la Cartuja, hambriento de penitencia y soledad. Fue allí, en las casas de Blas de Medina (en ellas habita de momento la madre), donde tiene lugar la entrevista, trascendental para siempre en la historia de la espiritualidad. La madre Teresa convence a fray Juan para que se una a la reforma de los frailes, para que salve el espíritu del Carmelo, amenazado por los hombres y los tiempos; esa empresa espiritual que ella lleva adelante por encargo del cielo. Aquel día, en la recreación de las mojitas, la madre ha comentado alborozada: «¡Ya tengo fraile y medio para empezar!»… El medio fraile era una alusión a la pequeña estatura de fray Juan.
Después de su curso de Teología en Salamanca, todo se precipita ya. Estamos en 1568. Va con la madre a la fundación de monjas en Valladolid, para luego instalarse en Duruelo, a finales del año. Duruelo es una alquería en tierras de Avila que han regalado a la madre Teresa, perdida entre encinares y campos de trigo. Allí se inaugura la vida descalza entre los carmelitas. Fue el 28 de noviembre de aquel año. Durante año y medio Juan (desde ahora de la Cruz) vivirá su ilusión más pura hecha realidad en aquel rincón, único en el mundo. Austeridad, alegría, silencio… Los alcores, los espinos de las veredas, los caminos blancos entre tierras pardas, la fuente, la casita que recuerda al portal de Belén… Todo es «música callada», es «soledad sonora». Todo es paz…
Pero dura poco: año y medio no más. En seguida la expansión de la reforma carmelita le arrastra en su trajín. Fue algo inevitable. Y que proporcionó al Santo contemplativo una serie de sufrimientos y trabajos que hicieron honor a su apellido monacal.
Mancera, Pastrana, el colegio de estudios de Alcalá, reclaman en poco tiempo la presencia del fraile de Fontiveros. El da comienzo a todas esas casas de formación, pues en la obra teresiana él es providencialmente el que va sembrando en ellas el ideal de perfección carmelita que lleva en el alma, y que en parte recibió de Santa Teresa.
Desde 1572 a 1577 fray Juan es confesor de la Encarnación de Avila. El visitador apostólico, Pedro Fernández, O. P., ha llevado de priora a aquel monasterio importante de monjas carmelitas a la madre Teresa, y ésta consigue del visitador que ponga allí confesores descalzos que la ayuden a tonificar aquel monasterio. En una casita próxima al convento pasará nuestro Santo, junto con un compañero, casi cinco años confesando, dirigiendo religiosas y gentes de Avila. Fue un campo de experiencias espléndido. Sobre todo, porque durante largas temporadas la primera penitente y dirigida es la madre priora, Santa Teresa de Jesús. Allí va madurando el alma y el magisterio del futuro doctor. El germen de muchas de sus doctrinas y de sus obras allí se ha incubado. Frente a los muros roqueros de Avila, en esa tierra alta y celtíbera que desafía de siglos los soles y los vientos…
Pero la obra teresiana es una obra de Dios, y, por tanto, ha de ser una obra sellada por la cruz. La persecución por parte de los padres calzados tenía que estallar. Y fue a caer sobre los representantes más destacados de la reforma, como es natural. Ya en 1576 fue sacado violentamente fray Juan de su casita de la Encarnación. Pero le devuelve a ella una orden del nuncio. En la noche del 2 de diciembre de 1577 fue apresado definitivamente. En seguida es llevado al convento carmelita de Toledo. Fueron nueve meses de durísima prisión. Su historia se ha recordado infinidad de veces. No hace falta repetirla. Las costumbres de la época explican los detalles externos. Pero aquellos nueve meses tienen una historia interna, que ha querido trazar la providencia de Dios. Son meses de cruz, de Getsemani, de noche… Pero son de una fecundidad maravillosa. El alma del santico de fray Juan madura allí bajo los soles abrasados de las gracias divinas. Y aquella vida llameante se traduce en versos, en planes de escritos, en experiencia gustosa y sabia de la obra de Dios en las almas que a Él se entregan. Mediado agosto de 1578 logra escapar de su cárcel. Fue un gesto dramático, en que intervienen Dios y la audacia y confianza de fray Juan. Pero de la prisión toledana él lleva consigo, grabados en el alma, sus poemas y su firmeza diamantina, que tendrá que utilizar en lo que le quede de vida, siempre orientada hacia Dios.
Porque hasta su muerte la vida de fray Juan será en el fondo ya la misma. Por una parte, dentro de la reforma, estará siempre comisionado en tareas de formación y dirección de frailes y monjas. En seguida recorreremos todos esos encargos que tuvo. Por otra, ocupará puestos de gobierno en un plano secundario siempre, ya que los primeros títulos los detentarán Gracián y Doria, cuyos nombres y actuación llenan dolorosamente los lustros iniciales de la reforma teresiana. Juan no ha recibido del cielo la misión de la lucha externa en primer lugar. Él sera el hombre escondido que mantiene la brasa pura y que en las contiendas de familia pone la nota de elevación y de equilibrio, que faltó tantas veces a los demás. La misma Santa, tan penetrante e intuitiva, se ha dado perfecta cuenta de ese papel que correspondía a su »senequita . Para la empresa exterior cuenta apenas con él. Pero para la obra secreta y misteriosa de la formación espiritual de sus hijas tiene plena confianza en su padre Juan, en aquel «santico de fray Juan», cuyos »huesecilcos harán milagros», «hombre celestial y divino. . ., (que ) no he hallado en toda Castilla otro como él, ni que tanto fervore en el camino del cielo…» Y no es que la pslcologla sobrenatural de la madre coincida en todo con la de Fray Juan. No, son en parte distintas. Pero se saben respetar y completar a su manera. Lo que seguramente no llegó a conocer Santa Teresa en toda su hondura fue la riqueza doctrinal de aquella alma y que su Influencia iba a ser, a lo largo de los siglos, de una trascendencia sin comparación posible en la espiritualidad cristiana universal. Al menos no tenemos indicio de una tal visión profética teresiana. A pesar de las luces naturales y sobrenaturales de que estuvo egregiamente dotada, el abismo que tenía que medir ¡era tan grande!
Desde Toledo fray Juan de la Cruz fue enviado de superior al convento del Calvario, en la serranía de Jaén. Tuvieron los descalzos una especie de capítulo en Almodóvar del Campo, al que asiste nuestro Santo. Y allí fue nombrado para aquella soledad de Sierra Morena. Fueron meses felices, de paz recogida y callada, de oración y cultivo de almas selectas, de contemplación y éxtasis. Reviven los dias de Duruelo otra vez. Desde el Calvario atiende a las carmelitas de Beas de Segura. Va con frecuencia a confesarlas, a proporcionarles sus primeros escritos espirituales, que se van perfilando ante aquellas almas deseosas y espléndidas. Entre ellas está por priora Ana de Jesús, que quedará de por vida tan vinculada a los avatares sanjuanistas. ¡Magnifico campo de experiencias para el santo doctor!
El 13 de junio de 1579 partía para Baeza a fundar allí un colegio de estudios para sus frailes. Baeza es la principal Universidad de Andalucia, surgida al calor del espiritu de Juan de Avila. Y la casa de los descalzos carmelitas encuentra allí acogimiento cordial y fervoroso.
Como rector de Baeza, asiste el Santo al capítulo de separación de la reforma que ha lugar en Alcalá a primeros de marzo de 1581. Allí fue elegido tercer definidor, continuando a la vez su rectorado en Baeza. En seguida será trasladado de prior al convento de los Mártires. en Granada, donde permanecerá hasta finales de 1588. Fueron estos años fecundos, en su tarea de escritor sobre todo. Aquel lugar incomparable era a propósito para hacer producir a su pluma hecha llama. El paisaje de la sierra y de la vega, la luz, el aire, el perfume, la música enredada en el viento…, todo le sirvió para terminar de poner colorido y armonía a sus poemas y para redactar serenamente después sus comentarios.
Ya durante este periodo de su vida los viajes se fueron multiplicando cada vez más. Viajes a Caravaca, a Avila para ultimar con la madre Teresa la fundación de monjas de Granada, viajes a los capítulos, que se suceden. En el de 1585 de Pastrana fue nombrado vicario provincial de Andalucia. Tuvo como consecuencia que aumentar sus actividades externas. Todo ello violentaria, sin duda, sus aspiraciones más profundas, pero la cruz de Cristo era el apellido que sellaba su vida. En 1586, fundación de descalzos en Cordoba; traslado de casa de las descalzas de Sevilla, reunión del definitorio en Madrid y fundación en la Corte de las descalzas con Ana de Jesús al frente de las mismas, fundación de descalzos en Mancha Real, preparación de la de Bujalance, etc., etc. Caminos, ventas, quebraderos de cabeza… En el capitulo de Valladolid de 1587 cesa de vicario provincial y vuelve a ser prior de Granada. Fue otro breve espacio de tiempo que pudo gozar de aquel retiro. Pudo así continuar sus quehaceres de director de almas y sus actividades literarias, siempre interrumpidas. Pero no duró mucho su quietud granadina.
En 1588 tenía lugar en Madrid el capitulo general para poner en vigor un breve de Sixto V, por el cual se organizaba de manera nueva y especial la reforma del Carmen. Era obra del padre Doria, vicario de la misma, que aquí fue electo vicario general, ya casi independiente del general de la Orden. Seis consiliarios le ayudarían en el gobierno. Y uno de ellos fue San Juan de la Cruz. Para residencia permanente del vicario general y sus consiliarios se escogió el convento de Segovia. Allí residirá casi tres años nuestro Santo, que fue, además, nombrado prior de la casa de Segovia, ya que el vicario por sus viajes inherentes al cargo estaba mucho ausente.
Tres años en la paz de Segovia. Para despachar asuntos como consiliario, para consolidar aquella fundación, para dirigir almas (Ias carmelitas, sacerdotes, seglares), para contemplar…, en aquella soledad de junto al Eresma, frente a las torres y los muros de la vieja ciudad. Noches estrelladas de Castilla, murmullo apagado de sus campos inmensos, rumor de las aguas hondas del río…, mientras en las cuevas naturales de la huerta conventual fray Juan vive intensa su vida interior, hecha de «nadas» y de unión con el «Todo».
Un día la imagen doliente de Jesús le ha preguntado que qué quería en recompensa de su amor puro y exclusivo, y Juan de la Cruz ha respondido generosamente: «Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos», Su oración iba a ser oída abundosamente.
En 1591 el capítulo le deja sin oficio y le arrincona como a «un trapo viejo de cocina». Fray Juan ha llegado a ser persona poco grata para el padre Nicolás Doria. Y es que nuestro Santo es la misma sencillez y sinceridad. Sabe obedecer fidelisimamente como el que más, pero sabe decir su parecer con toda llaneza cuando lléga el caso. En varios procedimientos de la marcha de la consulta no ha estado de acuerdo… Ahora hay un choque fuerte entre las monjas y los frailes a causa de la manera de organizar el gobierno de aquellas. Se sospecha que Juan está de parte de las mismas. Y se le elimina con toda facilidad y sangre fría. Es más, oficiosamente se comienza un proceso contra él, que, según la intención del que lo ejecutaba, debería terminar con la expulsión del Santo de la Orden.
Fray Juan pidió retirarse al conventito de La Peñuela, en la serranía de Jaén. Entretanto se aclaraba o no si marchaba a las Indias, para las que se había ofrecido a ir, quitándose así del medio para no ser estorbo. Pero para ese largo viaje ya no hubo lugar.
En La Peñuela vive unos cortos meses. Debió de llegar en julio de 1591. De nuevo, la soledad, el silencio, la oración recoleta y sabrosa. Por fuera… Ia reforma padece, agitada por los procedimientos del padre Doria y sus incondicionales. En los conventos teresianos andaluces el proceso contra el santito de fray Juan se realiza turbando a las almas. Él ora, y sufre, y calla… «… De lo que a mí me toca, hija, no le dé pena, que ninguna a mi me da.» «Hija mía: Ya sabrá los muchos trabajos que padecemos. Dios lo permite para gloria de sus escogidos. En silencio y esperanza será nuestra fortaleza.» «… Y me hallo muy bien, gloria al Señor, y estoy bueno, que la anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo, aunque el alma muy pobre anda.» «Esta mañana habemos ya venido de coger nuestros garbanzos, y así las mañanas; otro día los trillaremos: es lindo manosear estas criaturas mudas, mejor que no ser manoseados de las vivas…» «Mañana me voy a Ubeda a curar de unas calenturillas, que, como ha más de ocho días que me dan cada día y no se me quitan, paréceme habré menester de ayuda de medicina. pero con intento de volverme luego aquí, que, cierto, en esta santa soledad me hallo muy bien.» Este último párrafo es de 21 de septiembre. Pocos días quedaban para la eternidad…
Ha escogido el convento de Ubeda porque en el de Baeza es más conocido y estimado. En el camino, ¡un penoso caminar enfermo!, le acompaña un lego. Y un episodio sencillo nos da esa nota humana que duerme siempre escondida en el alma de los santos. Su inapetencia le hace tener antojo de unos espárragos. No es tiempo de ellos. Pero, providencialmente, los encuentran los viajeros, como respuesta celestial a la humilde debilidad del frailecito
En Ubeda, unos dias largos, de más de dos meses, para acabar de consumarse la unión en la cruz. Una erisipela en una pierna, que poco a poco fue intoxicando todo el cuerpo. La septicemia se fue apoderando de todo él y manifestándose en tumores cada vez más impresionantes. La medicación y la cirugía se emplearon sin reparos, según lo exigía la altura de los tiempos. El prior de !a casa le trató con frialdad e inconsideración. Todo fue sufrimiento. «¡Me estoy consumiendo en dolores!» »¡Más paciencia, más amor y mas dolor!», exclamará otras veces. Así hasta el 13 de diciembre. Esa noche agonizó santamente, dulcemente… Al filo de la media noche, desde »el estercolero del desprecio», se fue a cantar los maitines al cielo, como él mismo repitió ese día antes de morir. Llovía copiosamente por las calles de la ciudad moruna, donde apenas era conocido el santo del Carmelo. Sin embargo, pronto se llenó el convento de gentes que querían venerar su cadáver. Y el prior mandó abrir todas las puertas para que todos le pudieran ver. Y abiertas quedaron para siempre. Y la ínterminable procesión de sus devotos, de sus discípulos, de sus admiradores, sigue acercándose a sus reliquias; reliquias de su vida y de su pluma, reliquias vivas de su eterna lección.
Recordemos brevemente sus obras literarias. Ellas le valieron en 1926 el titulo de doctor de la iglesia. (Había sido canonizado en 1726.)
Las obras mayores están provocadas por varios poemas, maravillosos poemas, que le han colocado en la cumbre del lirismo en general: poesía pura, simbólica y ardiente, cuyo misterio permanece inexplicable a pesar de su sencillez humana y de los antecedentes literarios, bíblicos y extrabíblicos que se la quieran encontrar.
Las obras que en prosa interpretan a aquellos poemas son bien conocidas: Subida del Monte Carmelo, Noche oscura del alma (estas dos forman parte de un todo, que quedó, en definitiva, sin terminar), Cantico espiritual y Llama de amor viva. A lo largo de aquellas el itinerario que el alma recorre es claro y certero. Negación y purificación de sus desórdenes bajo todos los aspectos. «Nada. nada, nada… Ni eso ni esotro…» Para entregarce al Señor a través de los actos de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, que van cristificando más al alma y apretando así la mistica union. Unión en que el Dios-amor se apodera más y más del alma, que queda en Dios perdida, endiosada en su Dios.
Otros cuantos poemas, unos pocos avisos: «dichos de luz y amor»: un puñado de cartas…, nos quedan también como partículas benditas, caídas de su mesa. Todo ello, riquísimo y sublime. Todo ello ha servido de manjar desde hace tres siglos a los espíritus mejores. Su gloria y magisterio se acrecen con el tiempo cada día más.
Juan de la Cruz es el doctor místico por antonomasia de la Iglesia, el representante principal de su mística en el mundo, la figura más egregia de la cultura hispana y una de las principales de la cultura universal.