En cada aspecto de nuestra vida cristiana «lámpara para mis pasos es tu palabra, Señor». La familia cristiana, como antes la hebrea, no está fundada en corrientes de pensamiento pasajeras que antes o después se manifiestan como parciales y falsas, sino en la Revelación de Dios, en la Tradición y en el Magisterio.
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El hombre esposo y padre
Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre.
El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual dignidad de la mujer:
«No eres su amo —escribe San Ambrosio— sino su marido; no te ha sido dada como esclava, sino como mujer. Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé agradecido por su amor». El hombre debe vivir con la esposa «un tipo muy especial de amistad personal». El cristiano, además, está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia.
El amor a la esposa-madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la compresión y la realización de su paternidad.
La función del padre en y por la familia es de una importancia única e insustituible
Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible.
Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía rige el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.
Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgrega nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia.
Misión del padre: romper la simbiosis del hijo con la madre, ayudarlo a llegar a ser adulto
La paternidad empieza desde el momento de la concepción de la nueva vida en el seno de la mujer. El padre aprende la paternidad de la maternidad de la mujer, la sigue en el tiempo de la gestación, la acompaña, la sostiene en las tribulaciones hasta el parto. Es la madre la que hace conocer el padre al niño. Al crecer, el niño conoce poco a poco la figura del padre, el cual tiene la misión de romper progresivamente el cordón umbilical del hijo con la madre, de hacerle pasar de una situación infantil a la edad adulta. A través del descubrimiento del padre, de los hermanos y de las hermanas, mejor si son numerosos, la escuela, la comunidad, el niño entra en contacto con el mundo, la sociedad, la Iglesia. En el padre encuentra un punto de referencia seguro, un apoyo, lo que lo dirige y lo ayuda a crecer como hombre o como mujer.
Para poder responder a su propia misión de padre tendrá que tomar decisiones a contracorriente
Para poder responder a su propia vocación y misión de esposo y de padre, el marido cristiano, a veces, tendrá que tomar decisiones a contracorriente.
Se sabe que ciertas haciendas y empresas tienden a implicar cada vez más sobre todo a los jóvenes y a los más dotados, cautivándolos con óptimos salarios, promociones, desplazamientos bien remunerados… Según reconocen varios sociólogos junto a la des-estructuración de la familia, el Estado y la empresa tienden a convertirse en la gran madre que absorbe poco a poco a los ciudadanos que se encuentran cada vez más solos y débiles. La exhortación a poner a la familia, el amor a la esposa y la educación de los hijos por encima del trabajo y del dinero, según se presenta en el «Primer Escrutinio en el Camino Neocatecumenal», es fundamental para la salvación de la familia cristiana. Quizá nunca como hoy aparecen claras e hirientes las palabras de Jesús: no se pueden servir a dos señores: Dios y el dinero.
El soporte de la comunidad a la familia: llamada a la santidad
Después de todas estas consideraciones sobre el alta llamada a la vida matrimonial y familiar según el plan de Dios, y concerniente la importante misión de salvar a la familia, tan atacada y amenazada en nuestra generación, se ve cada vez mejor cómo esto no se puede realizar sin una dimensión de fe adulta. Vivir la relación matrimonial en el amor y la verdad, en el respeto de la diversidad del marido y de la mujer; en dedicación amorosa y paciente a la educación de los hijos exige una conversión constante, cotidiana, de cada día. La llamada a la santidad aparece cada vez más real también en el estado de vida matrimonial y familiar, quizás hoy más que en el estado de vida consagrada.
Por eso es evidente que todo esto es muy difícil, sino imposible, sin el soporte de una comunidad. La experiencia de más de treinta años del Camino Neocatecumenal lo demuestra, aunque esto no le quita a nadie nunca la libertad de dejar el camino y de destruir su propia familia.
Aquí podemos ver cuanto haya sido providencial que la Iglesia previese en el Directorio general de la catequesis, y aprobase en los Estatutos del Camino Neocatecumenal, que la comunidad pueda continuar en la formación permanente después del periodo de la elección, y tener el alimento de la Palabra y de la Eucaristía y el soporte comunitario que sostiene el combate de la conversión personal y sobre todo de nuestras familias.
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