Para los padres cristianos la misión educativa, basada como se ha dicho, en su participación en la obra creadora de Dios, tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del matrimonio, que consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a participar de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano (Familiaris Consortio, 38).
El deber educativo: un verdadero y propio «ministerio» comparable con el ministerio de los sacerdotes
El deber educativo recibe del sacramento del matrimonio la dignidad y la llamada a ser un verdadero y propio ministerio de la Iglesia al servicio de la edificación de sus miembros. Tal es la grandeza y el esplendor del ministerio educativo de los padres cristianos, que Santo Tomás no duda en compararlo con el ministerio de los sacerdotes:
«Algunos propagan y conservan la vida espiritual: es la tarea del sacramento del Orden; otros hacen esto respecto de la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza con el sacramento del Matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen para engendrar la prole y educarla en el culto de Dios».
«La conciencia viva y vigilante de la misión recibida con el sacramento del Matrimonio ayudará a los padres cristianos a ponerse con gran serenidad y confianza al servicio educativo de los hijos y, al mismo tiempo, a sentirse responsables ante Dios que los llama y los envía a edificar la Iglesia en los hijos. Así la familia de los bautizados, convocada como Iglesia doméstica por la Palabra y por el Sacramento, llega a ser a la vez, como la gran Iglesia, maestra y madre» (Familiaris Consortio, 38).
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos a la virtud
El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Ésta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones materiales e instintivas a las interiores y espirituales. Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos.
Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
«El que ama a su hijo, le corrige sin cesar... el que enseña a su hijo, sacará provecho de él» (Eclo 30, 1-2).
«Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor» (Ef 6, 4).
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