Catequesis sobre la familia: Hijos adolescentes

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Respetar las crisis del hijo

En la etapa que va de la adolescencia a la edad adulta, lo normal es que los hijos pasen por períodos de crisis. Es en esta etapa que el joven está llamado a hacer suya la fe recibida a través de los padres, y en este hacer suya la fe siempre hay un proceso de lucha, lo mismo que nos pasó a nosotros. También los hijos están llamados a experimentar la lucha de Dios con Jacob, para hacer de ellos Israel, para que reconociendo y aceptando su debilidad vivan apoyados en Dios, se conviertan en Israel, «fuerte con Dios».

En los momentos de dificultad con algunos hijos los padres están llamados a vivir a la luz de la fe y no de la carne.

En ciertos momentos se tratará de tener paciencia, rezar por el hijo y respetar que tenga unos momentos de crisis, en los que se puede alejar del Camino. Pero, si las bases son buenas, volverá más fortalecido.

No hay fórmulas para solucionar los casos más difíciles. Cada hijo tiene su personalidad y Dios hace una historia con cada uno en el respeto de la libertad personal. Por eso es importante evitar en las comunidades los juicios sobre los hijos de las otras familias, sobre el modo de educar de otros padres. No existen normas únicas para todos; con cada familia el Señor hace una historia particular, como con cada persona. Ciertamente los padres están llamados a confiar en una asistencia particular del Espíritu Santo, ligada al sacramento del matrimonio, que los asiste y aconseja, en cada caso, con cada hijo.

Ni siquiera en la asunción de sus responsabilidades hay que tener demasiado miedo a equivocarse: puesto que cuando se actúa con recta intención, buscando el bien de los hijos, el Señor sabe sacar el bien también de nuestros inevitables errores. Para consuelo de los padres, estas palabras de San Agustín, un hijo rebelde que hizo derramar tantas lágrimas a su madre, y por estas lágrimas y súplicas fue salvado:

«Después que vosotros, padres, hayáis hecho todo lo posible para educar a vuestros hijos, si no creen como os esperabais, no os olvidéis nunca que hay Otro que tiene más interés que vosotros en su educación, el que es su verdadero Padre».


El peligro de la apostasía del hijo

Distinto es el caso de algún hijo, —y gracias a Dios se trata de casos muy puntuales, pero siempre posibles— que para afirmar su autonomía respecto a los padres, reniega de la fe.

A lo mejor se declara ateo y comienza a tener unas actitudes contrarias a la vida cristiana: o metiéndose en la droga, o viviendo una vida libertina, de fornicación o adulterio y, a lo mejor, pretendiendo quedarse en la casa y campar a sus anchas con los horarios, llevando una vida abiertamente pagana, exigiendo a los padres ser respetado e incluso ser apoyado económicamente.

En estos casos es necesaria una actitud decidida y firme por parte de los padres. No de enfado, porque no se trata de eso, sino con serenidad y tranquilamente, pero sobre todo con firmeza, afirmar que la suya es una familia cristiana, y que si el hijo quiere llevar una vida pagana, o respeta las normas de la familia, o bien se marcha de la casa y que haga lo quiera.

Los padres rezarán por él, para que el Señor lo vuelva a traer al recto camino, y como en la casa del hijo pródigo estarán siempre contentos de volver a acogerlo cuando decida llevar una vida cristiana. Para los judíos, a un hijo que apostataba se le consideraba como muerto; la Iglesia, comunidad de comunión, familia de Dios, excomulgaba a quien había tenido un comportamiento contrario a Dios, a los apóstatas, a los adúlteros y a los asesinos, no para su condenación, sino rezando por ellos y esperando y deseando su retorno a la comunión, a la que volvían a ser admitidos después de un tiempo transcurrido en la orden de los penitentes.

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