«Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios» (Rom 8,14), nos exhorta el apóstol san Pablo. El Espíritu Santo no puede ser el «gran desconocido». Como dice san Pablo: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado» (Rom 5,5). Él es el agente principal de la vida espiritual, quien promueve la vida teologal —vida en fe, esperanza y caridad— que nos une más íntimamente a Cristo y nos ayuda a realizar en nuestra vida la voluntad del Padre.
El Espíritu derrama en nosotros sus dones, como «un manantial de agua», que satisface nuestra sed. Estamos llamados a acogerlos como gracia de Dios y vivirlos como un compromiso de caminar hacia la santidad. A la luz de los siete dones del Espíritu Santo, vamos a revisar nuestra vida matrimonial y familiar.
Sabiduría
No se trata de erudición sino de «saborear la grandeza infinita de Dios, su amor que sobrepasa todo poder». Se trata más de una «experiencia del amor de Dios» que de un repetir conocimientos: ¡Dios me conoce y me ama! ¡Quiero conocerle más para amarle más!
¿Vivimos nuestro matrimonio como «sacramento» del amor de Dios? ¿Damos gracias, llenos de gozo, por nuestro matrimonio?
¿La experiencia de nuestro amor de esposos y padres es una escuela para nuestros hijos? ¿Qué podemos mejorar?
Entendimiento
Es «la penetración de los misterios de la vida: saber ver el sentido del correr de las cosas, el porqué profundo de lo que acontece». Para el creyente no existe el azar sino la providencia: Dios que se revela en los acontecimientos. ¡Dios no se olvida de mí!
¿Vivimos la vida ante la presencia providente de Dios y le dejamos actuar en nuestra vida? ¿Aceptamos, también, lo que nos incomoda?
¿Sabemos trasmitir a nuestros hijos un sentimiento providente de «confianza en Dios»? Él quiere a nuestros hijos como Padre.
Consejo
Hace referencia a la prudencia del sabio, que «sabe hablar y callar a tiempo», actuar con prudencia y ser consecuente con los consejos: ¡que nuestros consejos sean fruto de lo que vivimos!
¿Sabemos dentro del matrimonio darnos consejos con humildad y delicadeza, sin pasar la factura del «ya te lo dije yo» sino con la dulzura del «intentémoslo de nuevo y mejor»?
¿Somos buenos pedagogos y aconsejamos sin agobiar? ¿«proponemos más que imponemos» y si mandamos, también razonamos con nuestros hijos «con dulzura y firmeza»?
Fortaleza
Permanecer firme y fundamentado ante la adversidad y la duda; la fortaleza requiere el sólido pedestal de la fe. La fortaleza no es rigidez, sino una honda fundamentación para afrontar los lógicos vaivenes y crisis.
La fidelidad requiere la fortaleza en el amor, también en la adversidad ¿leemos las adversidades: enfermedad, paso del tiempo, vejez de los padres (somos menos jóvenes), dificultades con los hijos… a la luz del amor providente de Dios y las afrontamos desde la firmeza de nuestro compromiso de esposos —los dos— y padres?
¿Educamos a los hijos en la virtud de la fortaleza: reafirmando la alegría de la fe y razonando la firmeza en las convicciones, aunque se nade contracorriente?
Ciencia
La humildad de descubrir en el poder del hombre el infinito poder de Dios; saber que la creación está al servicio de la persona, imagen de Dios.
¿Sabemos, como esposos, compartir nuestras habilidades y dones? ¿Nos seguimos formando y deseamos progresar? ¿«Nos damos» y damos al otro lo mejor que tenemos?
¿Acompañamos los estudios de nuestros hijos y le trasmitimos no sólo la importancia de tener una profesión o un futuro asegurado sino la grandeza de vivir una vocación al servicio de un mundo mejor?
Piedad
Es un amor «reverencial y contemplativo» por nuestro Padre Dios, que provoca un inmenso amor por sus criaturas.
¿Se manifiesta este amor piadoso y reverencial por Dios en nuestro matrimonio: siendo respetuosos, valorándonos mutuamente, felicitándonos por el bien del otro?
¿Trasmitimos a los hijos esta piedad que se hace reverencia, admiración por la grandeza de Dios y a la vez cuidado por todas sus criaturas: respeto a la vida, amor a la naturaleza…?
Temor de Dios
No es «miedo» sino descubrir nuestra finitud y la grandeza de Dios; solo Dios es Absoluto: un absoluto poder para amar; y nosotros solo criaturas: nos parecemos a él cuando amamos.
¿Vivimos el «temor de Dios» como la admiración por su infinito poder y providencia por todo, que impide que nos constituyamos nosotros en «pequeños ídolos» que quieren dominar al otro?
Educar en el amor es más exigente que amenazar con el temor ¿sabemos trasmitir a nuestro hijos un «sano temor de Dios», que acrecienta el amor reverencial por Él y se traduce en un trato amable y respetuoso con todos?
Con María la Madre del Señor
Nos dice el Libro de los Hechos que el día de Pentecostés «estaban reunidos con María, la Madre del Señor» (Cf. Hch 1, 14. 2, 1-11). Ella, la Madre de Jesús el Hijo de Dios, es también la Madre de Pentecostés: cobijó bajo su manto maternal los primeros miedos de la Iglesia joven y alentó sus primeros pasos misioneros. Ella, que es nuestra Madre, nos ofrece a su Hijo y nos acompaña, como a los primeros discípulos, en la acogida del Espíritu Santo, para caminar como cristianos adultos, dispuestos a dar testimonio valiente de nuestra fe. Ante un embajador con tales dones, también nosotros exclamamos: ¡Espíritu Santo, ven!
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Alfonso Crespo
Artículo original en el portal web de la Diócesis de Málaga (España)