De «punky» drogadicto a padre de ocho hijos para la Gloria de Dios

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En la Iglesia antigua el bautismo se llamaba también «iluminación»porque este sacramento da la luz, hace ver realmente. En Pablo se realizó también físicamente todo lo que se indica teológicamente: una vez curado de su ceguera interior, ve bien. San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte. Ese acontecimiento cambió radicalmente la vida de san Pablo.

La conversión de san Pablo

Papa emérito Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles 3 de septiembre de 2008

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De «punky» drogadicto a padre de ocho hijos para la Gloria de Dios

(Os presentamos el testimonio de vida y conversión de Ricardo Pareja narrado con sus propias palabras.)

Yo era uno de esos «punkies» de mediados de los 80 que estaba metido en la droga, siempre borracho, iba con una cresta de gallo y encadenado con cadenas gruesas, no me lavaba, andaba con unos colegas donde el amor libre y la homosexualidad era el ambiente dominante. Realmente estaba hecho un asco y nadie daba un céntimo por mi vida, todo era egoísmo, llamaba la atención de las chicas y lo aprovechaba para usarlas a mi antojo… era un indeseable.

Ricardo Pareja antes de la conversión

En casa la situación era imposible: mi madre siempre en vilo esperando que cualquier día me encontraran por ahí, en una cuneta. Mis padres, los pobres, sufrían muchísimo y parecía que a mí no me afectaba nada, pero al mismo tiempo había quien rezaba todos los días por su sobrino, una hermana de mi madre que confiaba en el poder del Señor para sacarme de aquella vida y que siempre que tenía oportunidad me hablaba de Cristo y me invitaba a rezar… pero yo solo la escuchaba por respeto, no me interesaban esos «rollos».

En esta situación, cuando peor estaba, el Señor, que ya había intentado atraerme con lazos de amor sin éxito, me hizo vivir una experiencia que cambió mi vida para siempre… Un día me cogieron un grupo de neonazis, me golpearon con barras de hierro en la cabeza hasta que todo yo era brechas de sangre y me dejaron medio muerto en mitad de la vía pública mientras la gente deambulaba alrededor sin hacer ni decir nada. Me recogió una ambulancia y estuve ingresado dos semanas en el hospital. Poco antes de recibir el alta me dijeron que ya no vería nunca más por un ojo… Entonces apareció mi tía por el hospital con un matrimonio amigo suyo y me invitaron a una convivencia de inicio de curso para catequistas, un sitio —pensaba yo  que no me correspondía, pero mi tía estaba empeñada en que fuera con aquel matrimonio a escuchar, y allí que fui.

El sitio en concreto estaba en Castellón, un seminario a 250 kilómetros de mi casa. Y allí el Señor empezó a hablarme personalmente: aquellas catequesis y la palabra de Dios no eran «historietas», empezaba a ver mi vida en todo aquello, era Cristo que me hablaba a mí personalmente. Yo estaba conmocionado y no me venían mas que ganas de llorar, pero era feliz, estaba listo para que el Señor comenzara a cambiar mi vida   —una vida vacía— y descubrirme el secreto de la VIDA, la vida que te hacer salir del profundo egoismo y que te hace ver al otro.

Tras dejar el seminario volví a Barcelona y «comencé a caminar» de la mano de una comunidad Neocatecumenal en la Parroquia de San Luis Gonzaga. Luego conocí a Merche, mi mujer, una chica normalita, de casa, nada que ver con lo que yo había vivido. El Señor nos permitió un noviazgo santo, ¡qué regalo! era como un tesoro preciado para mí. El Señor me colmaba con creces… ¿merecía yo ese derroche de gracias? Sentía, sin duda, que no me lo merecía pero el Señor es infinitamente bondadoso. Tiempo después Merche entró en la Iglesia y nos casamos… Hoy somos padres de ocho hijos maravillosos que nos ayudan a convertirnos cada día. Atrás queda una vida en la que los «colegas» que siguieron están presos o con sida o muertos.


Este es el testimonio resumido de mi conversión y lo cuento no como mi proeza sino como la obra que hizo Cristo Resucitado en mí, y para darle Gloria.

Ricardo Pareja

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