La «Primera Regla» de San Francisco de Asís

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«A todos los que quieren servir al Señor Dios dentro de la santa Iglesia católica, apostólica y a todos los órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y a todos los clérigos; y a todos los religiosos y religiosas; a todos los donados y postulantes; pobres y necesitados; reyes y príncipes; trabajadores y agricultores; siervos y señores; a todas las vírgenes y continentes, y casadas; laicos, varones y mujeres; a todos los niños, adolescentes, jóvenes y ancianos; sanos y enfermos; a todos los pequeños y grandes; y a todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas (cf Ap 7, 9); y a todas las naciones y a todos los hombres en cualquier lugar de la tierra, que son y serán, humildemente les rogamos y suplicamos todos nosotros, los frailes menores, siervos inútiles (Lc 17, 10), que todos perseveremos en la verdadera fe y penitencia, porque de otra manera ninguno puede salvarse.

Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza (cf Mc 12, 30) y fortaleza (cf Mc 12, 33), con todo el entendimiento, con todas las fuerzas (Lc 10, 27), con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y voluntades al Señor Dios (Mc 12, 30 par), que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida; que nos creó, redimió y por sola su misericordia nos salvará (cf Tob 13, 5); que a nosotros miserables y míseros, pútridos y hediendos, ingratos y malos todo bien nos hizo y nos hace».

Ninguna otra cosa, por tanto, deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el sólo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno (cf Lc 18, 19), piadoso, manso, suave y dulce; que es el solo santo, justo, verdadero, santo y recto; el solo que es benigno, inocente, puro; de quien y por quien y en quien (cf Rom11, 36) es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos. Nada, pues, impida, nada separe, nada se interponga; en todas partes todos nosotros en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobrexaltemos, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen en él y esperan y lo aman; el que es sin principio y sin fin inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable (cf Rom 11, 33), bendito, laudable, glorioso, sobrexaltado (cf Dan 3, 52), sublime, excelso, dulce, amable, deleitable y todo sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén.«

De la “Primera Regla” de San Francisco de Asís

Oración

Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios; todo bien, sumo bien, total bien; que eres el solo bueno (cf. Lc 18, 19); a ti ofrezcamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición y todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén.

Preparado por la Pontificia Facultad
San Bonaventura” (Seraphicum)

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