Tu palabra es lámpara para mis pasos, luz en mi sendero (Sal 119,105).
La Iglesia, desde sus orígenes, ha venerado la Sagrada Escritura con el mismo amor con que venera el Cuerpo del Señor en la Eucaristía. Así lo recuerda la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II: de la mesa de la Palabra y de la mesa del Cuerpo de Cristo recibimos el pan de vida que fortalece y guía nuestro camino de fe.
Septiembre se presenta como un tiempo privilegiado para redescubrir el tesoro de la Biblia, acercarnos a ella en familia, en comunidad y en la oración personal, y dejar que la voz del Espíritu Santo resuene en nuestro corazón. La Iglesia lo celebra recordando la figura de San Jerónimo, cuya fiesta se conmemora el 30 de septiembre. Este gran santo dedicó su vida al estudio y a la traducción de la Biblia al latín, la llamada Vulgata, texto oficial de la Iglesia por muchos siglos.
La importancia de la Palabra de Dios
La Biblia no es un libro más, ni una simple recopilación de textos antiguos: es Palabra de Dios viva e inspirada, que comunica inmutablemente el mensaje divino y nos abre al misterio de la salvación.
El Papa San Juan Pablo II, en la encíclica Fides et ratio, recordó que la Palabra de Dios debe recibirse en la Iglesia unida a la Tradición y al Magisterio, pues es en esa armonía donde encontramos la “suprema norma de la fe”.
El peligro de reducir la fe al “biblicismo” –considerar la Escritura como única fuente de verdad aislada de la Tradición y del Magisterio– es grande en nuestros tiempos. Por ello, los católicos celebramos este mes con el deseo de crecer en un conocimiento integral y auténtico de la Biblia, siempre a la luz de la Iglesia que la custodia y la interpreta fielmente.
Propuestas para vivir el mes de la Biblia
Durante septiembre, las comunidades cristianas están invitadas a realizar actividades que nos ayuden a escuchar con mayor fruto la Palabra de Dios. Algunas propuestas concretas son:
- Lectura diaria de los textos litúrgicos: unirnos a toda la Iglesia que medita las mismas lecturas cada día nos permite avanzar en una lectura continua y ordenada de la Escritura.
- Leer un Evangelio completo: se recomienda el Evangelio de San Marcos, breve y lleno de frescura, puerta de entrada a la vida y al mensaje de Cristo.
- Orar con los salmos: los salmos recogen la oración del pueblo de Dios en todas las circunstancias: alegría, dolor, esperanza, lucha, gratitud. Aprender a rezar con ellos es una escuela de encuentro con el Señor.
- Lectura orante de la Palabra en comunidad (Lectio Divina): siguiendo los pasos de la lectura, meditación, oración y compromiso, descubrimos cómo la Palabra ilumina nuestra vida concreta y nos impulsa a vivir más fielmente el Evangelio.
Breve historia de la Biblia
La palabra Biblia proviene del griego ta biblía (“los libros”), usada por los judíos helenistas para referirse a los textos sagrados, y transmitida al latín como biblia sacra. La Biblia es una colección de libros inspirados escritos en hebreo, arameo y griego durante casi mil años, que recogen la historia de la salvación desde los patriarcas de Israel hasta Cristo y la Iglesia apostólica.
El canon de la Biblia católica, compuesto por 73 libros (46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento), fue definido por la Iglesia en los concilios de Hipona (393) y Cartago (397), y confirmado solemnemente en el Concilio de Trento (1546).
A lo largo de los siglos, diversas traducciones han acercado la Palabra de Dios al pueblo cristiano: la Biblia Alfonsina (1280), la Biblia de Alba (1430), la Nácar-Colunga (1944), la Biblia de Jerusalén (1967), la Biblia Latinoamericana (2001) y la Biblia de Navarra (2005), entre otras.
San Jerónimo, patrono de los estudios bíblicos
San Jerónimo (342-420), gran Padre y Doctor de la Iglesia, dedicó su vida al estudio apasionado de la Escritura. Fue él quien, viviendo en Belén, tradujo la Biblia al latín, creando la Vulgata, que se convirtió en la referencia bíblica de toda la cristiandad durante más de 15 siglos. Su célebre frase resume bien la centralidad de la Palabra de Dios en la vida cristiana:
“Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”.
Conclusión
El Mes de la Biblia es una oportunidad para retomar, en familia y en comunidad, el hábito de leer, meditar y orar con la Palabra de Dios. La Escritura no es letra muerta, sino palabra viva que ilumina, corrige, anima y transforma.
Así como nos alimentamos del Pan de Vida en la Eucaristía, necesitamos alimentarnos cada día de la Palabra que da vida. Que este mes de septiembre nos impulse a amar más la Biblia, a profundizar en su lectura y a vivirla con fidelidad, siempre en comunión con la Iglesia.




