En el relato de Tobías vemos cómo Dios cuida de sus hijos por medio de los ángeles.
Todos tenemos un Ángel de La Guarda que vela sin descansar por cada uno de nosotros.
Introducción para el padre o catequista
El libro de Tobías, junto con el de Judit y el de Ester, pertenece a un grupo particular de relatos históricos llamados “de narración libre”. Su autor cuenta el suceso embelleciéndolo para mayor aprovechamiento del lector. Aunque puedan contener más o menos imprecisiones de tipo geográfico o histórico, su contenido doctrinal, como toda la Biblia, es inspirado por Dios.
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Tobías era un israelita de la tribu de Neftalí, que estaba situada al norte de la tierra prometida. Esta tribu fue llevada en cautiverio por el rey de los asirios, Salmanasar, a la lejana ciudad de Nínive sobre el año 720 a. de J.C. A pesar de sentirse prisionero en un país extraño, Tobías no abandonó la senda de la verdad, de forma que todos los días repartía generosamente cuanto tenía con los hermanos de su nación que también estaban cautivos como él. Se casó con una mujer de su tribu llamada Ana, de la que tuvo un hijo, a quien puso su nombre (Tobías), y le enseñó desde la niñez a amar a Dios y a guardarse de todo pecado. Porque se acordaba del Señor con todo su corazón, Dios le hizo grato a los ojos del rey Salmanasar, el cual le dio libertad para hacer cuanto le gustase.
Un día llegó a la ciudad de Rages con diez talentos de plata que el rey le había pagado por algún servicio importante, y viendo en necesidad a Gabelo, de su misma tribu, le prestó desinteresadamente ese dinero pidiéndole a cambio un recibo firmado de su mano.
Al morir Salmanasar le sucedió en el trono su hijo Sargón, y luego Senaquerib, que tenía gran odio contra los israelitas: los castigaba y mataba cuanto quería. Tobías, procuraba consolar a sus compatriotas, sustentando a los hambrientos, vistiendo a los desnudos, repartiendo sus bienes entre ellos, y enterrando a los muertos.
Llegó esto a oídos del malvado rey, el cual, enfadado, mandó quitarle la vida y todos sus bienes; pero como tenía muchos amigos, se escondió con su familia y salvó su vida. Al poco tiempo, Senaquerib murió y Tobías pudo volver a la vida normal y recuperar sus bienes.
Un día de fiesta, Tobías preparó una buena comida y encargó a su hijo que buscase a algunos de su tribu más necesitados para que comieran con ellos. Pero, al regresar, su hijo le contó que en la plaza de la ciudad yacía muerto un israelita. Al instante, y sin probar bocado, se levantó de la mesa y trajo hasta su casa el cadáver para enterrarlo por la noche. Después de darle sepultura, Tobías comió.
Al volver a su casa un día, cansado de enterrar a tantos, se quedó dormido junto a una pared; entonces le cayó en los ojos estiércol caliente de un nido de golondrinas y se quedó ciego. Tobías no se quejó contra Dios por esta desgracia sino que permanecía fiel y agradecido al Señor a pesar de las lamentaciones de algunos de sus amigos y familiares.
Ana, la mujer de Tobías, iba todos los días a tejer y traía a su casa el sustento que podía ganar con el trabajo de sus manos pero a veces se enfadaba y le decía: “Es evidente que ha fracasado tu esperanza; ahora se ve el fruto de tus limosnas.” Tobías se entristecía muchísimo al oír estas cosas y pedía a Dios que se llevase su espíritu en paz pues mejor era morir que vivir de aquella manera.
Pero, al mismo tiempo, estaba sucediendo en una ciudad lejana llamada Rages, conocida como la ciudad de los medos, algo que aparentemente no tiene nada que ver con esta historia: Una hermosa joven llamada Sara sentía gran pena porque había tomado marido siete veces y un demonio los había matado a todos al poco de casarse. Sara había escuchado las burlas de una de sus criadas y subiendo al cuarto más alto de su casa pasó tres días y tres noches sin comer ni beber.
Sara suplicaba a Dios con lágrimas en los ojos que le librase de esta deshonra. Al tercer día terminó su oración y se sintió muy consolada por el Señor, al cual le decía: “Tú sabes, Señor que he conservado mi alma limpia. Jamás estuve, ni traté, con gente frívola. Si consentí en tomar marido fue para amarle como tu quieres y no por un afecto impuro mío. Tal vez Tú me has reservado para otro esposo, pues tus designios sobrepasan la capacidad de nosotros los hombres. Tú no te alegras con nuestra desgracia y después de la tempestad nos traes la calma; y después de las lágrimas y el llanto nos das la alegría. ¡Oh, Dios de Israel, bendito sea tu nombre por los siglos!” La piadosa costumbre israelita de rezar, hacer penitencia y ayunar tres días y tres noches seguidos, para suplicar algo de espacial importancia a Dios se repite varias veces en las Sagradas Escrituras; la veremos también en Judit y en Ester. La Iglesia nos recomienda seguir esta devota práctica frecuentemente a lo largo de nuestra vida; nosotros la llamamos “Ejercicios espirituales” o “Curso de retiro espiritual” y consiste en apartarse unos días de nuestras actividades ordinarias para recoger nuestra alma en oración y penitencia más intensas con Dios nuestro Señor.
Fueron oídas al mismo tiempo las plegarias de Tobías y Sara en la presencia del soberano Dios que todo lo ve desde el cielo; y fue enviado Rafael, el santo ángel del Señor, a la tierra para que sanase a ambos.
Creyendo Tobías que Dios había escuchado su oración —en el sentido de que le concediera la muerte-, llamó cerca de sí a su hijo Tobías y le dio sabios consejos para llevar una vida recta practicando las obras de caridad y de misericordia, y le añadió: “Te comunico también, hijo mío, que, siendo tú aún niño, presté diez talentos de plata a Gabelo, en Rages, la ciudad de los medos, y tengo todavía en mi poder el recibo firmado de su mano. Procura ir allá para cobrar ese dinero devolviéndole el recibo”.
Tobías rogó a su hijo que no fuera solo y que buscara un hombre fiel para que lo acompañara, pagándole el jornal correspondiente, pues el camino era largo y peligroso. Salió, pues, Tobías hijo, y encontró un gallardo joven que estaba ya con el vestido ceñido, y como dispuesto a emprender un viaje. Sin saber que era un ángel de Dios le saludó diciéndole: “¿De dónde eres buen muchacho?”. Él respondió: “De los hijos de Israel”. Replicole Tobías: “¿Sabes el camino que va al país de los medos?” “Sí que lo sé”, respondió el otro: muchas veces he recorrido todos aquellos caminos, y me he hospedado en casa de Gabelo, nuestro hermano que vive en Rages”. Tobías sorprendido le dijo: “Aguárdame, te lo ruego, que voy a informar de todo esto a mi padre”.
El padre quedó admirado y rogó al joven que entrase en su casa. Al entrar saludó a Tobías diciendo: “Sea siempre contigo la alegría”. Este respondió: “¿Qué alegría puedo tener yo que vivo en tinieblas y no puedo ver la luz del cielo?” Replicó el joven:”Ten buen ánimo porque pronto serás sanado por Dios”. Tobías le preguntó: “¿Podrás llevar a mi hijo a casa de Gabelo, en Rages?” Contestó el Ángel: “Yo lo llevaré y te lo devolveré sano y salvo” El joven dijo llamarse Azarías, y, después de conversar un rato con él, a Tobías le pareció que era la persona adecuada para acompañar a su hijo, así que los despidió con estas palabras:”Id en buena hora; Dios bendiga vuestro viaje, y su Ángel vaya en vuestra compañía” He aquí una bonita bendición que podemos hacer cuando tengamos que viajar. Cuando partieron, Ana comenzó a llorar entristecida, pero Tobías le dijo: “No llores, nuestro hijo llegará salvo, y salvo volverá a nosotros, y tus ojos lo verán; pues creo que un buen ángel de Dios lo acompaña disponiendo todo para que vuelva con gozo a nuestra casa”.
Partió, pues, Tobías hijo seguido de su fiel perrito, e hizo su primera parada junto al río Tigris. Fue a lavarse los pies cuando, de repente, un enorme pez se lanzó sobre él para devorarlo. En ciertos ríos hay peces tan grandes que nos harían temblar de miedo si aparecieran ante nosotros. Algunos se han extinguido. El pez de río más grande del mundo actualmente se llama Pez Gato Gigante del Mekong, que puede llegar a pesar trescientos kilos y a medir casi tres metros de largo. Tiene una gran boca pero no tiene dientes y solo come algas y vegetales. Tobías gritó: “¡Señor, que me embiste!”. Pero el ángel le dijo: “Cógelo por las agallas y tíralo hacia ti”. Tobías venció al miedo y logró sacar al colosal pez que palpitaba a sus pies en lo seco. Dijo el ángel: “desentraña ese pez, y guarda su corazón, la hiel y el hígado; pues son necesarios para hacer útiles remedios”. Hecho esto, asaron parte del pez y se la llevaron para comer por el camino; otra parte la salaron para alimentarse hasta llegar a Rages. Tobías preguntó al ángel: “Dime, hermano mío Azarías, ¿qué virtud curativa tienen estas partes del pez que me has mandado guardar?” Este respondió: “Si pones sobre las brasas un pedacito del corazón del pez, su humo ahuyenta toda clase de demonios, ya sea del hombre, ya de la mujer, de tal manera que no se acercan más a ellos. La hiel sirve para untar los ojos ciegos cubiertos de catarata para que sanen”.
Preguntó Tobías al ángel: “¿Dónde quieres que nos hospedemos?” Él respondió: “Aquí vive un hombre llamado Ragüel, pariente tuyo, de tu tribu, que solo tiene una hija llamada Sara. A ti te tocan todos sus bienes y debes pedirla en matrimonio” Tobías dijo:” Pero tengo entendido que ha tenido siete maridos y que a todos ellos los mató un demonio. Temo, pues, que a mí me suceda lo mismo, y que, como también soy hijo único de mis padres, mi muerte les llene de dolor en su vejez”
Entonces el ángel Rafael dijo:”Óyeme y te enseñaré cuáles son aquellos sobre quienes tiene potestad el demonio: Son los que abrazan con tal disposición el matrimonio que apartan de sí y de su mente a Dios, dejándose llevar de su pasión, como animales sin entendimiento; sobre estos tiene poder el demonio. Pero tú, cuando tomes a Sara por mujer, haz, antes que nada, tres días de oración en su compañía. En la primera noche quemarás el hígado del pez y quedará ahuyentado el demonio. En la segunda noche serás admitido en la unión de los santos patriarcas. En la tercera alcanzarás la bendición para que de vosotros nazcan hijos sanos. Pasada la tercera noche recibirás a tu mujer en el temor del Señor, para que consigas en tus hijos la bendición reservada al linaje de Abraham”
Entraron, pues, en casa de Ragüel, el cual los recibió con alegría. Y mirando Ragüel a Tobías comentó a su mujer: “¡Como se parece este joven a mi primo hermano!” Luego les preguntó: “¿De donde sois, oh jóvenes, hermanos nuestros?” Le respondieron: “de la tribu de Neftalí, de los que estamos cautivos en Nínive” Díjoles Ragüel: “¿Conocéis a Tobías, mi primo hermano?” “Le conocemos”, respondieron ellos. Entonces Ragüel habló muchas cosas buenas de Tobías, pero el Ángel le dijo: “Ese Tobías de quien hablas, es el padre de este chico” Ragüel, emocionado, se echó sobre él besándole con lágrimas; y sollozando sobre su cuello, dijo: “Bendito seas tú, hijo mío, porque eres hijo de un varón bueno, muy bueno.” Lloraron también Ana, su mujer y Sara, la hija de ambos.
Después de hablar así, mandó Ragüel matar un carnero y preparar un convite, invitándolos. Pero Tobías dijo: “Yo no comeré ni beberé hoy aquí, si antes no me otorgas a Sara, tu hija, por esposa.” Al oír estas palabras se pasmó Ragüel, sabiendo lo que le había sucedido a los siete maridos que se habían casado con ella, y no se atrevía a contestar. El ángel le animó: “No temas dársela; porque es a este, que teme a Dios, a quien debe darse tu hija por mujer; por eso ningún otro ha podido poseerla.” Ragüel respondió lleno de alegría: “Creo que Dios ha escuchado mis oraciones y mis lágrimas en su presencia. Y creo que por esto os ha traído a mi casa, a fin de que Sara reciba esposo de entre sus parientes según la Ley de Moisés. No tengas pues duda, Tobías, de que te la daré” Y tomando la mano derecha de su hija, la puso en la derecha de Tobías, e invocando a Dios, los bendijo. Luego hicieron la escritura matrimonial y celebraron el convite bendiciendo al Señor.
Sara estaba agradecida aunque temerosa, pero su madre la consoló asegurándole que el Señor del cielo la llenaría ahora de alegría.
Esa noche, entró Tobías en el aposento de su esposa y acordándose de lo dicho por el ángel, sacó de su alforja un pedazo del hígado y lo puso sobre unos carbones encendidos. Con eso, el ángel Rafael apresó al demonio sin que lo viera Tobías y lo expulsó al desierto. Tobías, por su parte, habló dulcemente a la doncella diciendo: “Levántate, Sara, y hagamos oración hoy, y mañana, y pasado mañana —de nuevo tres días de recogimiento y oración— porque estas tres noches nos uniremos primero con Dios, pues somos hijos de santos y no podemos unirnos a la manera de los gentiles, que no conocen a Dios. Luego viviremos amorosamente nuestro matrimonio” Y levantándose, juntos oraban a Dios para que les fuese dada salud y llegaran sanos a su vejez.
Antes del amanecer, Ragüel tuvo dudas y fue con unos criados a cavar una sepultura para Tobías. Luego envió a una de las criadas de su mujer a comprobar si había muerto para enterrarlo temprano. La criada entró en el aposento y los halló sanos y salvos durmiendo tranquilamente. Enseguida volvió para dar la buena noticia. Ragüel y Ana, su esposa, bendijeron nuevamente al Señor llenos de alegría, y mandaron que se rellenase la fosa que habían abierto, antes de que se despertasen los nuevos esposos.
Ese día hicieron una gran fiesta e invitaron a todos los vecinos y amigos. Ragüel suplicó a Tobías que se quedase en su casa dos semanas más. También le regaló la mitad de todo lo que poseía e hizo testamento para que, una vez muertos ellos, pasase a los recién casados la otra mitad.
Vocabulario
Agallas: Parte del pez situada a ambos lados detrás de la cabeza, por la que respira.
Ahuyentar: Espantar, alejar.
Aposento: Cuarto o habitación de una casa. Hospedaje.
Cautiverio: En estado de prisión por la guerra.
Ceñir: Ajustar, apretar.
Embestir: Venir con ímpetu sobre una persona. Atacar.
Frívolo: Inconstante, ligero.
Gallardo: Apuesto, hermoso, valiente.
Gentil: Aquél que no pertenece al pueblo elegido por Dios.
Hiel: Líquido que se contiene en una bolsa bajo el hígado.
Invocar: Llamar, suplicar.
Potestad: Dominio, poder sobre una cosa.
Sollozar: Llorar.
Sustentar: Alimentar, criar.
Testamento: Declaración de la última voluntad de una persona.
Para la catequesis
- ¿Puedes enumerar algunas de las obras de misericordia que practicaba Tobías padre con sus compatriotas? Recuerda otra vez las “Obras de Misericordia”; ya sabes que son catorce: siete espirituales y siete corporales. Pide al sacerdote o al profesor que te ayude a aprenderlas.
- ¿Sabías que la oración con el ayuno o la penitencia es especialmente agradable a Dios? También lo es mucho la oración de los niños.
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