Gracias a la bondad de José, los hijos de Israel marcharon a Egipto con sus familias huyendo del hambre que asolaba la tierra de Canaán. Allí se multiplicaron durante cuatrocientos años, viniendo a ser tantos que comenzaron a preocupar seriamente a un faraón (un rey) que ya no se acordaba de la prosperidad que José había conseguido para Egipto.
“Tenemos que obrar astutamente con este pueblo antes de que siga creciendo y no seamos capaces de dominarlo”, decía. Y comenzó a oprimir a los israelitas mandándoles penosos trabajos, y ordenando matar a los niños varones que nacieran de ellos.
Moisés, salvado de las aguas
Pero una mujer descendiente de Leví recuerda que era un hijo de Jacob o Israel tuvo un niño muy hermoso y lo escondió durante tres meses a salvo de los egipcios. Un día tomó una cestita de papiro, le untó betún para que no le entrara el agua y puso dentro al niño dejándolo en el río entre las plantas de la orilla. La hermana del bebé se quedaba vigilando a escasa distancia para ver qué sucedía.
La hija del faraón bajó a bañarse en el río y, de pronto, vio la cestita entre las plantas y mandó a una de sus doncellas que la trajera. Al abrirla, vio al niño que lloraba, y compadecida de él se dijo: “es un hebreo” los israelitas también se llamaban hebreos. La hermana del niño, que estaba muy atenta, y era muy lista, se acercó y dijo a la hija del faraón: “¿Quieres que busque entre las mujeres hebreas alguna para que lo críe?” “Anda y ve” le respondió. La joven corrió a llamar a su madre y, cuando esta se presentó, la hija del faraón le dijo: “Toma a este niño, críamelo y yo te pagaré”
La madre del niño se lo llevó contentísima y lo crió hasta que fue grandecito, luego lo entregó confiadamente a la hija del faraón, quien lo adoptó como si fuera un hijo suyo y le puso de nombre Moisés que significa ‘salvado de las aguas’.
Cuando ya era adulto, Moisés salía a ver a sus hermanos pues no ignoraba que era hebreo. Un día vio que un egipcio maltrataba a uno de ellos; se enfadó tanto que mató al egipcio y lo sepultó en la arena.
Enterado el faraón, buscaba a Moisés para hacerle pagar por ello pero este huyó de Egipto y se refugió en un lejano país llamado Madián, en Arabia.
Allí llegó a un pozo de agua y se sentó a descansar. Vinieron al pozo siete mujeres, hijas del sacerdote de aquel lugar, para sacar agua y abrevar a sus rebaños; pero se acercaron unos pastores y las echaban de allí. Viendo lo que ocurría Moisés salió en defensa de las jóvenes, luego sacó agua y les dio para que bebiera el ganado.
Las chicas contaron a su padre lo sucedido y este, que se llamaba Jetró, mandó que le buscaran para invitarle a comer con ellos y agradecerle su valeroso gesto.
Se hicieron muy amigos y Jetró dio a Moisés a su hija Séfora por esposa.
Pasó el tiempo y murió el faraón de Egipto pero, con el nuevo, los hijos de Israel seguían siendo maltratados y clamaban a su Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y Dios escuchó las súplicas de su pueblo y decidió actuar.
La zarza ardiente. Dios se da a conocer. Misión de Moisés
Estaba un día Moisés apacentando el ganado de su suegro cerca del monte Horeb, también conocido como monte Sinaí, cuando vio que una zarza estaba ardiendo sin cesar pero no se consumía. Se acercó para mirar pero El Señor, que estaba en medio de la zarza le dijo: “¡Moisés! ¡Moisés!” Él respondió: “Aquí estoy”. El Señor le dijo: “No te acerques, quítate las sandalias porque el lugar que pisas es tierra santa” Y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob; he visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he bajado para liberarlo de las manos de los egipcios y para conducirlos a una tierra fértil y espaciosa, una tierra que mana leche y miel. Quiero enviarte al faraón para que saques a los hijos de Israel de Egipto”
Moisés dijo: “Pero si me preguntan los hijos de Israel cuál es el nombre del que me envía a ellos ¿qué responderé?” Y Dios dijo a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY” Así responderás a mi pueblo: “YO SOY, me manda a vosotros” Y añadió: “Ve y habla con los ancianos del pueblo, ellos te escucharán, y luego id juntos a pedir al faraón que os deje salir de su país. Yo sé que no querrá dejaros pero castigaré a Egipto con grandes prodigios hasta que os deje”
A partir de este momento, el pueblo de Israel llamaría a Dios Yahvé, que significa “El que Es” Este nombre es revelado aquí en la zarza ardiente por el mismo Dios a Moisés: “YHWH”, que si te das cuenta es impronunciable porque no hay nombre capaz de definir todo lo que Dios es, pero al intentar leerlo se parece al sonido de “Yahvé”
Moisés respondió: “El faraón no va a creerme cuando le diga que vengo de parte de Yahvé” Entonces dijo Dios a Moisés: “Tira tu cayado al suelo” Y al instante se convirtió en una serpiente, luego le dijo que la cogiera por la cola y de nuevo era un palo de madera. Después le dijo que metiera su mano dentro del pecho, y cuando la sacó estaba cubierta de lepra y blanca como la nieve, luego volvió a meterla y la sacó normal, como antes.
Moisés puso todavía otro reparo: “Pero si yo soy torpe de palabra y se me traba la lengua al hablar” Dios le respondió: “Te saldrá al encuentro tu hermano Aarón; él, que es de fácil palabra, hablará al pueblo por ti. Yo estaré en tu boca y en la suya, y os mostraré todo lo que habéis de hacer. Llévate tu cayado porque con él harás los prodigios que te he mostrado”.
Ya habían muerto los que buscaban a Moisés en Egipto, así que, regresó a su país natal acompañado de su mujer y de su hijo. Por el camino le salió al paso su hermano Aarón que, escuchando una voz del Señor, fue a su encuentro. Moisés le informó de todo lo que Yahvé le había manifestado al encomendarle tan importante misión y Aarón se ofreció para acompañarle en todas las circunstancias.
Llegados a Egipto, Moisés y Aarón reunieron a los ancianos de Israel; hablaba Aarón, que tenía más facilidad de palabra, de todo lo sucedido a Moisés con el Señor. Luego, Moisés hizo delante de los ancianos y del pueblo los prodigios que Yahvé le había enseñado, y el pueblo entero creyó y adoraron a Dios con alegría y esperanza.
Moisés y Aarón fueron a entrevistarse con el faraón proponiéndole: “Permite que nuestro pueblo celebre una fiesta en honor de Yahvé en el desierto” Pero el faraón respondió: “¿Quién es Yahvé para que yo le tenga que obedecer? No conozco a ese Yahvé y no dejaré ir al pueblo de Israel”.
El faraón endurece las penas
El faraón se enfadó y dio orden de no facilitar, como hasta entonces, al pueblo la paja para fabricar los ladrillos, pues este era el duro trabajo al que estaban sometidos, sino que fueran ellos mismos a recogerla. “¡Pero exigidles la misma cantidad de ladrillos que antes sin quitar ni uno!”, dijo.
El pueblo de Israel tenía que apresurarse por todo Egipto en busca de paja, mientras que los capataces les gritaban: “¡Venga!, ¡Acabad vuestra tarea de cada día!”
Y si protestaban, les respondían: “¡Es que holgazaneáis, queréis perder el tiempo con sacrificios a vuestro Dios!”
Moisés suplicó a Dios ante esta injusticia y Yahvé le contestó: “Yo os libertaré de los trabajos forzados de los egipcios y os introduciré en la tierra que juré dar a Abraham, a Isaac y a Jacob ” Luego dijo: “Ve a hablar al faraón, rey de Egipto, para que os deje salir fuera de su tierra; él no os hará caso, pero yo os sacaré haciendo grandes señales y prodigios, y los egipcios sabrán que yo soy Yahvé, cuando vean lo que va a suceder”
Moisés y Aarón se presentaron de nuevo ante el faraón. Alentado por Moisés, Aarón dejó caer su cayado que se convirtió en serpiente delante del faraón y de sus cortesanos. Sin embargo el faraón hizo llamar a sus sabios y encantadores, los cuales consiguieron hacer un prodigio similar: echaron sus báculos al suelo y se convirtieron en serpientes; pero el báculo de Aarón devoró a todos los de ellos. A pesar de eso, el faraón se negó a dejar salir de Egipto al pueblo de Israel.
Dios castiga a Egipto con plagas
Yahvé hablo de nuevo a Moisés: “Mañana, cuando el faraón salga a bañarse al río, tú le estarás esperando; le dirás que por no haberme escuchado voy a convertir las aguas del río en sangre cuando las toque tu cayado” Moisés hizo como le había mandado Dios y dio su cayado a Aarón para que tocase con él el río delante del faraón. Al momento se convirtió todo el río en sangre, y también se convirtieron en sangre las aguas de los canales, estanques y depósitos.
Pero los magos de Egipto hicieron cosas parecidas que lograron convencer al faraón y tampoco les escuchó esta vez.
Pasaron siete días y Yahvé dijo a Moisés: “Ve al faraón y dile de mi parte: si no dejas salir a mi pueblo voy a castigar con ranas a toda tu tierra” Pero tampoco quiso hacer caso, así que subieron enormes cantidades de ranas desde el río y se metieron en todas las casas y estaban por todos lados. Los magos del faraón decían que ellos habían hecho lo mismo.
El faraón, que estaba harto de tener ranas por todos sitios dijo a Moisés y a Aarón que si alejaban las ranas les dejaría marchar, pero cuando Dios las alejó, encontró un respiro y de nuevo dijo que no.
Luego Yahvé les mandó otra plaga que consistió en gran cantidad de mosquitos por todo Egipto, pero el faraón tampoco escuchó a Moisés.
Entonces Yahvé envió otra plaga de una gran cantidad de tábanos que son unas moscas grandes. El faraón pidió a Moisés que rogara a su Dios para que se alejasen los tábanos, pero cuando se vio libre de ellos, tampoco hizo caso.
Volvió Moisés ante el faraón de parte de Dios y como no consentía en que salieran, le anunció una nueva plaga: Los ganados de los egipcios enfermarían y morirían, pero los de los israelitas no. Así sucedió, y aún así, el faraón endureció su corazón y no consintió la salida.
De nuevo dijo Yahvé a Moisés y a Aarón: “Tomad un puñado de cenizas del horno y que la tire Moisés hacia el cielo delante del faraón para que se convierta en un polvo fino que llenará a los egipcios de pupas y bultos en la piel. Así lo hicieron y sucedió tal como Yahvé había dispuesto. Los magos, que siempre estaban presentes para hacer algo similar, pretendiendo igualar a Yahvé, enfermaron también y ya no pudieron continuar más en presencia de Moisés.
El Señor anunció una nueva plaga en forma de granizo muy fuerte y grueso que cayó sobre Egipto como nunca antes se había visto. Destrozó los campos de cultivo e hirió a hombres y animales, pero en la tierra de Gosén, donde estaban los israelitas no cayó el granizo.
Como el faraón seguía sin ceder ante Moisés y Aarón, Yahvé envió por el aire una gran cantidad de langostas que se comieron lo que había quedado sin destruir por el granizo y royeron todos los árboles. El faraón pedía a Moisés que las alejara, y cuando Yahvé hizo soplar un viento muy fuerte que las arrojó al mar, engañó de nuevo a Moisés y no los dejó salir.
Vocabulario
Abrevar: Dar de beber al ganado.
Aflicción: Sufrimiento, pena.
Báculo: Bastón, palo para ayudarse a caminar.
Cayado: Igual que báculo, bastón doblado por arriba.
Holgazán: Vago, que no está dispuesto a trabajar.
Papiro: Planta con la que hacían papel los egipcios.
Primogénito: Hijo primero.
Para la catequesis
- “YO SOY EL QUE SOY” ¿Qué quiso decir Yahvé al definirse así? Pregúntalo al sacerdote.
- ¿Qué trabajo estaban obligados a hacer los israelitas en Egipto?
- ¿Cuántas plagas lleva enviadas Yahvé a los egipcios hasta ahora?