Nuestra Señora Inmaculada de la medalla milagrosa

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En la fiesta litúrgica que conmemoramos hoy se recuerdan las apariciones de la Virgen María a Santa Catalina Labouré (27 de noviembre), acontecidas el 27 de noviembre de 1830 en París, en la capilla de la casa madre de la Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Esta aparición dio origen a la Medalla Milagrosa y de ella tomó también su nombre la fiesta de la Inmaculada de la Sagrada Medalla, instituida por León XIII, el 23 de julio de 1894.

 

 

LA HISTORIA

Comenzamos situándonos en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, por entonces fiesta de San Vicente de Paúl ( 27 de septiembre). Catalina, que estaba en oración, se ve sobresaltada por la aparición de la Virgen en un sillón. La entonces »novicia» de las Hijas de la Caridad «se arrodilla sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en las rodillas de la Virgen» y María abre su corazón angustiado a Catalina, justamente una semana antes del inicio de la revolución que padece Francia en el mes de julio. Parece como si la Madre quisiese preparar el ánimo de la joven: Sufrirás mucho, pero lo superarás pensando en que lo harás por la gloria del buen Dios; te contradirán, pero tendrás la gracia de convencer inspirada en la oración. Sucederán infortunios de toda clase: entre el clero habrá muchas víctimas, morirá el señor arzobispo, la Cruz será despreciada, la sangre correrá por las calles, todo el mundo estará sumido en tristeza’…, pero venid al pie de este altar donde se derramarán gracias sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor.

Catalina confía a su confesor lo referido y calla hasta que el 27 de noviembre de 1830, en la oración de la tarde, ve una especie de medalla en movimiento con la Virgen María en el anverso y una serie de signos en el reverso.

¿Qué vio Catalina en el anverso y en el reverso de la medalla? Según sus escritos, la Santísima Virgen llevaba »un vestido liso de seda blanco-aurora sin costura; un velo blanco que le cubría la cabeza y le descendía por ambos lados hasta los pies; sobre su cabello liso, una especie de pañoleta terminada en un pequeño encaje aproximadamente de dos dedos de ancho. Tenía el rostro bastante descubierto y sus ojos tan pronto se elevaban al cielo como miraban a la tierra, era bellísimo; en sus manos elevadas a la altura del estómago de una manera muy natural llevaba una esfera o globo, con una crucecita de oro encima, que representaba al mundo, ofrecido por ella a Nuestro Señor y sus pies se apoyaban en la mitad de otro globo sobre la cabeza de una serpiente de color verdoso con manchas ama-

‘ Será bueno recordar algunos datos significativos: se están percibiendo las consecuencias de la Revolución Francesa. Era un tiempo de decadencia de la Iglesia, interior y exteriormente, donde el racionalismo era fuerte y la fe débil. La Iglesia es incapaz de poner luz en los acontecimientos históricos y comienza el período llamado Restauración. El papa Gregorio XVI se comprometió con la defensa del Antiguo Régimen y de los privilegios eclesiales destruidos por la Revolución; mientras que un, cada vez mayor, grupo de jóvenes —laicos y clérigos— empieza a preguntarse si no será posible conciliar las corrientes nuevas con el catolicismo sin ser traidores ni a la fe cristiana ni a la Iglesia. La cosa no era fácil: en este año (1830) hubo serios ataques contra la Iglesia: se destruyen varios seminarios, se persigue a las órdenes religiosas, se saquean iglesias y el palacio arzobispal.

rillas (…) de pronto, los dedos de aquellas manos que sostenían y ofrecían al mundo se llenaron de anillos y piedras preciosas, de las que salían rayos de luz, siempre extendiéndose hasta llenar la parte baja, de modo que ya no se podían ver sus pies; en lo alto del cuadro, un poco ovalado, había estas palabras: Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti. Al mismo tiempo, Catalina escucha: «Este globo que ves representa al mundo entero y a cada persona en particular; estos rayos de luz son el símbolo de las gracias que distribuyo a las personas que me las piden».

Después el cuadro dio la vuelta. Catalina vio el reverso, pero no lo describe hasta que, un día, en la meditación, oyó una voz que le decía: «La letra M y los dos corazones dicen bastante». Así lo dice su confesor el padre Aladel: «En el reverso vio la letra M con una cruz encima, y debajo los sagrados corazones de Jesús y María». Éstos son los elementos del reverso de la medalla: arriba el signo más importante, la cruz, como naciendo de la letra M e íntimamente entrelazado con ella. Debajo los dos corazones, unidos por los signos del amor: espinas, espada y llamas. Y en torno las doce estrellas del Apocalipsis.

Catalina oye una voz que le decía: Di que acuñen una medalla según este modelo: todas las personas que la lleven recibirán grandes gracias. De esta forma nace, la conocida en todo el mundo, como Medalla Milagrosa.

 

 

LA MEDALLA

 

Posiblemente el que lea estas letras dirá: pues en la medalla la Virgen no está con el globo. Y tiene toda la razón. Algunos estudiosos dicen que hubo dos momentos o fases en la visión del anverso, que fue una visión «en movimiento»: la Virgen del Globo fue dando paso a la Virgen de las manos extendidas. Pero Catalina no dice nada de esto. Después de ver acuñada la medalla insiste en que se esculpa una imagen de la Virgen del Globo y en que se le levante un altar en el mismo lugar donde ella se había aparecido. Es necesario no olvidar esta imagen de María. ¿Qué sucedió con el anverso de la medalla? René Laurentin, al que podemos considerar el mejor conocedor de las apariciones, lo explica de la siguiente manera: El padre Juan María Aladel, confesor de Catalina y responsable último de la acuñación de la medalla, «tenía que traducir la visión y el programa de Santa Catalina a una medalla conforme a la vez al sentido y consignas del arzobispo de París, a las reglas de la Iglesia y, por fin, a la capacidad del pueblo de Dios». Así supo conservar lo esencial, lo que la Virgen quería:

En el anverso

Aparece la Virgen María Inmaculada pisando a una serpiente.

Vemos a la Virgen con las manos extendidas en actitud de conceder algo.

De sus manos salen unos rayos dirigidos al globo. Alrededor la inscripción: Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.

En el reverso

Una M entrelazada con una Cruz.

El corazón de Jesús coronado de espinas y con llamas en la parte superior.

El corazón de María atravesado por una espada y también con llamas en la parte superior.

Envolviendo a todos los símbolos, doce estrellas.

¿Cuál es el significado de todos estos signos? Jean Guitton escribió en su libro sobre la Virgen de la Medalla Milagrosa, Superstición superada, que la Medalla es un tratado de mariología en miniatura. Es como una alegoría del pensamiento global de la Iglesia. Pablo VI (6 de agosto) escogió las apariciones de la Virgen a Santa Catalina, Santa Bernardita (18 de febrero y 11 de febrero) y a los niños de Fátima ( 20 de febrero y 13 de mayo) como los tres signos marianos actuales, más significativos en la Iglesia. Otros han dicho que es un catecismo en símbolos para la gente sencilla, en una Iglesia pobre que no tenía grandes medios para contrarrestar las ideologías que iban contra Dios, la Virgen y la Iglesia.

 

No cabe duda de que podemos reflexionar sobre el contenido de la medalla de formas distintas, pero la verdad es que da lo mismo de un modo u otro, las conclusiones son las mismas: en el anverso vemos claramente dos momentos bíblicos-marianos: Genésis 3, 15 y Apocalipsis 12, 1; el principio y el fin de la historia de salvación. En ambos interviene María. En el reverso también dos momentos claves: la profecía que Simeón hace del Niño a María (Lc 2, 35) y la entrega de su Madre que nos hace Cristo exaltado en la Cruz Un 19, 27). Podemos comprender momentos cruciales: natividad donde el Hijo de Dios nace del seno de la Virgen María como la Cruz nace de la letra M o la pasión representada en la unión de los dos corazones entrelazados por el amor y el sufrimiento: llamas, espinas y espada.

El padre Vicente de Dios, en su libro La Milagrosa, no duda en resumir de la siguiente forma: «El misterio mariano queda increíblemente plasmado en la medalla. Vemos en el anverso su mediación, su realeza, su inmaculada concepción. Vemos en el reverso su maternidad divina, su íntima unión con el Hijo, su cooperación a la redención, su maternidad espiritual, su calidad de miembro-modelo-madre de la Iglesia, su asunción… Todo ello, inserto bien a los ojos en las dos grandes dimensiones que garantizan la autenticidad de la devoción mariana: María en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia. En la Medalla Milagrosa se condensan de igual modo los fundamentos bíblicos de la mariología y los pasajes marianos del Evangelio. Desde el Génesis al Apocalipsis desfila el entramado de la historia de la salvación, donde un corazón humano, traspasado por una espada ardiente y dolorosa, se mantiene unido a un corazón divino, punzado de espinas y henchido de llamas».

Un resumen del contenido doctrinal de la Medalla Milagrosa puede ser éste: por una parte se expresa el papel de María en el conjunto de la historia de salvación, desde el principio –expresado en el Génesis– hasta el final –visto en el Apocalipsis–. Contemplamos el protoevangelio: la mujer que manifiesta su victoria sobre la serpiente, es decir, sobre el mal que es victoria ante todo de Jesucristo, pero también de María. Las doce estrellas que simbolizan las doce tribus de Israel y la Iglesia, como hacen notar los comentaristas de la Biblia de Jerusalén. El todo de la medalla nos muestra la íntima unión con Jesucristo que, al fin, es lo principal, ya que la Virgen María, sin esa vinculación con Jesús, no seria más que un personaje más o menos importante, pero, vista desde su unión con Jesús, es la criatura excelsa y admirable. Por eso, nadie como ella ha gozado de los grandes privilegios como son el de la Inmaculada, ser intercesora de todas las gracias, ser corredentora y, sobre todo, ser Madre natural de Cristo y espiritual de todos los hombres.

 

 

EL TRIUNFO DE LA MEDALLA

 

¿Qué signos podemos aducir para poder hablar con fundamento del «triunfo» de la Medalla Milagrosa? Veamos:

El nombre de «Milagrosa» lo dio el pueblo a la misma medalla. Fueron las personas necesitadas, los pobres, los que la llamaron Medalla Milagrosa. Ellos se fiaron del lema que la adorna: «Oh María…, ruega por nosotros que recurrimos a ti».

La extensión. Sin más propaganda que ella misma. Nunca en torno a la Medalla hubo señales maravillosas. Solamente ha existido la señal sentida por el devoto que ha acudido a ella con fe. Antes de la muerte de sor Catalina, acaecida el 31 de diciembre de 1876, se habían distribuido por todo el mundo más de mil millones de medallas, hasta el punto que el canónigo Quentin afirma: «Sin miedo a que se nos contradiga, podemos afirmar que la fabricación y venta de la medalla constituye un hecho extraordinario».

De igual modo, la divulgación del escrito confeccionado por el padre Aladel, confesor y director espiritual de la vidente, sobre el origen y efectos de la nueva medalla, resulta extraordinario. Se cuentan más de ocho ediciones en Francia y no se sabe, a ciencia cierta, cuántas traducciones en otras naciones.

Por no hablar de la cantidad de hechos juzgados extraordinarios —en el sentido del pueblo «milagrosos— que se atribuyen a la Medalla: conversiones y curaciones. Entre ellas está la conversión del judío Ratisbona en el mismo corazón de Roma.

Otra señal es la que la misma Iglesia le ha dado. Cuando en 1954 el papa Pío XII (‘9 de octubre) proclamó el Año Mariano, uno de los signos que el mismo papa escogió para demostrar el marianismo universal de la Iglesia fue la Medalla Milagrosa, juntamente con el recuerdo de Lourdes y Fátima, sin duda los signos más marianos de los siglos XIX y XX.

 

CULTO Y DEVOCIÓN

 

El culto y la devoción verdadera, debe ser, como dijo el Señor «en Espíritu y en Verdad», es decir, fruto del convencimiento y de la fe. No es un afecto transitorio ni una vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera por la que somos llamados a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos incitados al amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes. Son, pues, tres los elementos que exige la verdadera devoción:

Conocimiento: lo que no se conoce no se ama.

Amor.: como acto principal de toda devoción.

Imitación: de las virtudes de la Virgen según el propio estado.

Así, las formas de expresar la devoción, son múltiples. Depende de las personas y de la cultura de las mismas. El Concilio Vaticano II dice que María es modelo de todas las virtudes, pero de manera especial de la fe, de la esperanza y de la caridad; asimismo las que se manifiestan en el Magníficat: humildad, gratitud y estar a favor de los pobres.

Como modelo de fe, acoge la palabra de Dios, que para ella fue premisa y camino de maternidad divina. Al decir «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra hizo que la fe envolviera, de alguna manera, todas las relaciones de María con Jesús, desde la Encarnación hasta la venida del Espíritu Santo.

Como modelo de esperanza, María es imagen del gozo de nuestra vida futura glorificada ya en el cielo. En ella se han cumplido todas las promesas de salvación que se cumplirán, un día, en nosotros.

Como modelo de amor a Jesús, María se consagró totalmente a él desde el momento de su concepción hasta que expiró en la Cruz.

Pablo VI pone de manifiesto otras actitudes de María, su actitud orante y oferente. Orante, cuando juntamente con los discípulos y las otras mujeres perseveraba en la oración. María aparece como orante en la Iglesia que nace y en toda la historia de la Iglesia porque en el cielo sigue intercediendo por la gran familia de los hijos de Dios. Es oferente, como se ve en la fiesta de la presentación, teniendo en cuenta la profecía del anciano Simeón, se orienta hacia el acontecimiento salvífico de la Cruz. San Bernardo (20 de agosto), en un sermón sobre la Virgen, dice: «Ofrece a tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios».

Teniendo en cuenta todo el conjunto de las apariciones y los misterios marianos que presenta la Medalla Milagrosa, no es difícil encontrar esas actitudes que Pablo VI expone en su exhortación para ofrecer un culto recto a la Virgen María. La actitud orante y oferente es clara en la Virgen del Globo y en el anverso de la medalla; en el reverso muestra su fe y su participación en el misterio salvador de Cristo.

No cabe duda que el culto y la devoción a la Virgen María sigue manteniéndose por los valores de la misma medalla, pero también porque son muchas las organizaciones que han surgido en torno a ella o han encontrado un hálito de vida en ella: Sacerdotes de la Misión de San Vicente de Paúl (padres paúles) e Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl establecen en sus constituciones la importancia de la acción de María en su camino de entrega: «Divulgaremos el especial mensaje manifestado por su maternal benevolencia en la sagrada Medalla Milagrosa».

Las asociaciones que tienen su origen, directa o indirectamente, en la Medalla Milagrosa son numerosas: los Hijos e Hijas de María, hoy Juventud Mariana Vicenciana; la Asociación de la Medalla Milagrosa; la visita domiciliaria de la Virgen Milagrosa… Así como la Legión de María, fundada por el irlandés Frank Duff, para quien colocar una Medalla Milagrosa es introducir a María en un hogar y en un alma. La medalla es su mejor arma de apostolado. La Milicia de María Inmaculada, fundada por San Maximiliano Kolbe (‘ 14 de agosto), víctima en el campo de concentración de Auschwitz, que pide a todos los miembros de la Milicia llevar y propagar la Medalla Milagrosa y rezar todos los días la invocación de «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti y por los que no recurren». La novena perpetua a la Milagrosa, fundada en Estados Unidos por el misionero padre Skelly… Y tantas otras que tienen en María Inmaculada de la Medalla Milagrosa su ejemplo de vida y de apostolado.

 

JOSÉ MANUEL VILLAR SUÁREZ, C.M.

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