Érase una pobre viuda que no tenía más que un hijo, y, desgraciadamente, era un malvado. La pobre madre no tenía más consuelo ni más refugio que sus oraciones a la Virgen, suplicándole que se apiadase de aquel hijo.
El joven un día perseguido y acosado por la justicia se escapó al campo, llegó a un paraje solitario en que había una capilla. Como estaba rendido de cansancio entró en ella para descansar. Se apoyó en una columna y alzó los ojos hacia el altar.
Vio una hermosa imagen de la Virgen nuestra Señora con el Niño en brazos.
El facineroso se acordó de su madre ¡Quería irse, y no podía! Y era porque aquella Señora le miraba a él con tanta dulzura y compasión, que parecía rogarle que no se fuese. De súbito cayó postrado calmando:
—¡Misericordia! ¡Madre mía, misericordia!
Al verle postrado y derramando muchas lágrimas, la Virgen le dijo al Niño:
—¡Hijo mío, perdona a este pecador arrepentido!
Pero Jesús respondió:
—No puede ser; sus maldades superan toda clemencia.
El pecador, que esto oía, sollozaba, se golpeaba el pecho, y exclamaba:
—Madre de desamparados, no me desampares tú también, tú refugio de pecadores.
—¡Hijo! –tornó a decir la Señora a su Hijo- por su madre, que fue tan devota de la tuya; por la preciosa sangre que derramaste para redimir al pecador; por las lágrimas de dolor que vierte el que está postrado a tus pies, ¡perdónalo!
—No puedo hacerlo sin faltar a la justicia –contestó el Señor.
El pecador al oírlo, se echó al suelo y empezó a golpearse la frente contra las losas del pavimento.
—Madre mía, Madre mía, ¿me he de condenar? ¿Serán para siempre cerradas las puertas del cielo para mí, que aunque tarde, abro los ojos a la luz y detesto mis culpas?
—Hijo mío –dijo la Virgen- ¿No pusiste en las santas enseñanzas de tus parábolas al hijo pródigo en lugar preferente en la mesa de su padre? ¿Qué más que otros ha hecho este pecador?
—Se rebeló contra Dios.
—Ahora se le humilla y adora postrado.
—Ha faltado a mis mandamientos.
—Ahora los acata pidiéndote perdón y misericordia.
—Ha causado graves daños con sus escándalos y mal ejemplo.
—Ahora edificará con su conversión.
—Ha sido mal hijo.
—Su madre le ha perdonado.
—Sus crímenes son muchos.
—Más son sus lágrimas de dolor y arrepentimiento.
Y bajándose la piadosa Señora del altar, colocó en él a su Hijo que tenía en brazos, se hincó de rodillas y le dijo:
—¡Hijo! ¡Aquí postrada te pido la gracia de este pecador!
—¿Qué hacéis? ¿Qué hacéis, Madre mía? –dijo el Dios Niño alzando a la Señora-. ¿Quién vio nunca a una madre arrodillarse ante su hijo? Alzad, madre mía, y séale perdonado a aquel que tanto en vuestra misericordia y valimiento confió.
Al oír esta clemente sentencia, el pecador alzó los ojos, abrió enajenado sus brazos, dio una voz de júbilo supremo, y murió, pues su dolor había sido tal, que le había partido el corazón en el pecho.
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Noticias Cristianas: «Historias para amar a la Virgen n.º 9»
en Historias para amar, pp. 48-49