En una casa de campo, rodeada de lindos valles y praderas, vivían unos abuelos que eran muy alegres y amorosos. Tenían tres nietas: Ivana de seis años, Luciana de cuatro y Natalia de tres. A ellos les gustaba mucho compartir gratos momentos con sus nietas. Un día, Ivana les hizo una visita y se quedó a almorzar con ellos.
Durante el almuerzo, ella les dijo:
— Abuelitos, quiero terminar rápido de almorzar para poder ir a jugar con mis muñecas.
La abuelita, entonces, al escucharla, aprovechó el momento para darle una enseñanza. Y le dijo:
— Ivana, ¿por qué eres tan impaciente? Todo tiene su momento, debes aprender que no siempre en la vida podemos hacer lo que queramos, y si somos pacientes, eso es más saludable y así nos volvemos más sabios.
— ¿Y cómo podría volverme más sabia, mamina?, como así la llamaban sus nietas.
— Sólo tienes que cosechar buenos frutos y entenderás mejor la vida, porque si esto haces nacerá en tu espíritu el fruto de la paciencia –le contestó la abuelita.
— ¿Los buenos frutos? –le preguntó Ivana –. ¿Qué me quieres decir, mamina? ¿Que tendré entonces que cosechar en mi espíritu manzanas, peras y todas las frutas que me gustan para ser sabia?
La abuelita, al escucharla, se sonrió por la pregunta tan inocente de su nieta, y le respondió:
— No, no es así, te explico. Por ejemplo, si tú siembras una semillita y la riegas, crecerá una hermosa flor. Así igualmente, si tú cultivas una semillita de amor en tu corazón, crecerá en ti una hermosa flor de bondad y mientras más actos buenos vayas dando a las personas, más hermosa crecerá tu flor hasta que conviertas tu vida en un jardín de amor. Lo mismo pasará con la paciencia.
Y mientras hablaban, a Ivana se le ocurrió preguntarle a su abuelo:
— Abuelito, ¿tú por qué usas lentes? ¿Será porque tienes muchas canas y ya estás viejito?
— Así es, Ivanita, y los lentes me ayudan a verte mejor.
— Y si ya estás viejito, entonces, ya te vas a ir al cielo.
— No, Ivanita, eso sólo lo sabe Dios, pero tú no te preocupes, porque el día que Dios me llame yo te estaré mirando desde el cielo para cuidarte.
— Entonces, abuelito, ¿te vas a ir con tus lentes?
— El abuelito, sonriéndose, le contestó:
— No, ahí ya no los voy a necesitar porque en el cielo hay mucha luz, y es tan hermoso como es la tierra si la sabemos apreciar bien.
Pasó una semana e Ivana, Luciana y Natalia vinieron juntas a visitar a sus abuelos. Éstos, al verlas, se alegraron, ya que siempre había felicidad cuando ellas venían. Luego salieron a la terraza del jardín, el sol se dejaba ver maravillosamente al caer la tarde, y Luciana mirando el cielo, les dijo:
— ¡Qué bonito es el cielo, abuelitos!
La abuelita le contestó:
— Tú también eres como un cielo hermoso.
Ivana, interviniendo, dijo:
— ¿Y la luna y las estrellas?
— Ellas son como un caminito de luz para que llegue la alegría cuando estamos tristes –le respondió la abuelita.
— Entonces, si nos dan luz, siempre estaremos alegres sin que la oscuridad de la noche nos asuste –dijo Ivana.
— Sí, porque a mí también me asusta la oscuridad –añadió Natalia.
— Les narraré un cuento para que entiendan mejor, ¿qué les parece? –les dijo la abuelita.
— Sí, mamina, nos parece bien –contestaron al unísono.
Y empezó:
— En una casona antigua y deshabitada, vivía un ratoncito que le gustaba más salir al aire libre cuando era de día, porque el sol le producía alegría, mas la noche no le gustaba porque la oscuridad lo asustaba. Y un pajarito que se encontraba en los alrededores, como sabía que la oscuridad le producía temor al ratoncito, al acercarse a él, le dijo: ¿tú por qué tienes temor a la oscuridad de la noche si también ella es hermosa? Sólo tienes que mirar a las estrellas que son bellas para que recuerdes que no tienes por qué temer, ya que donde hay belleza está Dios.
El ratoncito le dijo:
— ¿Esto es así?
El pajarito le respondió:
— Así es, y por eso debemos estar siempre alegres y sin temor, sólo tienes que mirarte más para que veas que en tu corazón también hay belleza, y como ahí está Dios también hay luz y la oscuridad de la noche no te debe asustar.
— El ratoncito, después que escuchó, se dio cuenta que si miraba la luz de Dios que había en su corazón, ya no tenía por qué temer ni estar triste.
Cuando la abuelita terminó de narrar el cuento, les dijo a sus nietas:
— ¿Han entendido el cuento?
— Sí –contestaron las tres–, y debemos estar siempre felices y bellas, y la oscuridad ya no nos asustará porque sabemos que en nuestro corazón está Dios.
— Así es –les dijo la abuelita–, y no existe mayor felicidad y belleza que la que da la bondad que viene de Dios. Esta es la verdadera belleza que hace iluminar nuestro corazón.
Transcurrieron como dos semanas, a la abuelita se le ocurrió juntar a sus nietas para que jugaran al teatro que tanto les gustaba, y como esto les desarrollaba más su creatividad decidió llamarlas. Cuando llegaron, después que la abuelita les comentó cuál era la intención que movía a su corazón, Ivana pensó en su prima Valentina.
— Mamina –le dijo–, ¿qué te parece si invitamos a Valentina? A ella le gusta también jugar al teatro y a veces me invita a su casa.
— Claro que sí –le dijo la abuelita–, ella es también prima de ustedes y la queremos mucho.
— Entonces, también invitaremos a Ana Lucía –añadió Ivana–, ella es la más pequeñita de todas y podría ser la bebita del teatro.
— Por supuesto –le dijo la abuelita–, excelente tu idea.
— A nosotras también nos gusta la idea –dijeron al unísono Luciana y Natalia.
La abuelita, al ver que sus nietas querían también participar con sus primas, les dijo:
— Ustedes son muy lindas y amorosas, esto les va a servir mucho en su vida, porque las personas que saben compartir con los demás sus momentos gratos nunca se quedan solas.
— ¿Esto quiere decir que siempre vamos a estar con muchas amiguitas?, –le preguntó Luciana.
— Así es –le dijo la abuelita–, y siempre vivirán contentas, y si son generosas mucho mejor.
Luciana volvió a decir:
— A mí me gusta compartir todos mis dulces con mis amiguitas.
— Y yo también comparto mis chocolates –añadió Natalia.
— Qué bien que sean así –les dijo la abuelita–, y nunca se olviden de los pobres, ya que ellos necesitan también de nuestra ayuda.
— Y de nuestro cariño –dijo Ivana.
Mientras conversaban con su abuelita, llegaron las invitadas.
— ¡Son nuestras primas! –exclamaron con alegría las tres.
Y como era de esperar se pusieron a jugar. Entonces, la abuelita, que ya había preparado el argumento, cuyo título era «La princesita amorosa», a cada una les dio un personaje.
— Ivana, tú vas a ser la princesa, ¿te parece?
— Sí, mamina, me gusta el personaje.
— Luciana, Natalia y Valentina serán las hadas madrinas, ¿qué dicen?
— ¡Síííííiíí!
— Entonces, Ana Lucía que sea el angelito, ¿está bien?
— Nos parece perfecto –dijeron todas.
El abuelito, viendo muy sonriente como se divertían sus nietas, desde el sofá donde se encontraba descansando con un libro en la mano, les dijo:
— Yo voy a ser el espectador y crítico de la obra.
Las nietas, al escucharlo, dijeron:
— Está bien, abuelito, tú nos evaluarás.
— Entonces, empiecen para comenzar a aplaudirlas.
Y así lo hicieron.
La abuelita, que era la que había inventado la obra, se sintió muy complacida al ver que sus nietas con sus primas, habían disfrutado con gran alegría el personaje que les había asignado. Después que terminaron de jugar, las nietas con sus primas se fueron a sus hogares y los abuelitos, quedándose ya solos, empezaron a recordar los gratos momentos que habían pasado con sus nietas. Y dijeron:
— Y pensar que los años pasan tan pronto, en un abrir y cerrar de ojos las veremos ya jovencitas y nosotros recordaremos los momentos inolvidables de los días de su infancia, seguramente con nostalgia, porque ya no será lo mismo, pero nuestro amor hacia ellas nunca cambiará.
Y se abrazaron tiernamente.