Dios es amor, Dios es comunión

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Un niño pequeño quería conocer a Dios e intuía que iba a ser un largo viaje hasta llegar a Su hogar, así que metió en la mochila varios pastelillos y refrescos.

Con paso alegre se puso en marcha y cuando había caminado alrededor de medio kilómetro se encontró con una mujer anciana que estaba sentada en el parque, sola, contemplando algunas palomas.

El niño se sentó junto a ella, abrió su mochila y tomó un refresco; entonces se dio cuenta de que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelillo. Ella, agradecida, aceptó el pastelillo y sonrió al niño. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció un refresco. De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado!

El niño se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos dijo nunca una sola palabra. Mientras tanto, el día iba acabando y empezaba a oscurecer, el niño se percató de lo cansado que estaba y se levantó para irse, pero antes de seguir sobre sus pasos, se volvió hacia atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo. Ella, después de abrazarlo le dio la más grande sonrisa de su vida.

Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta y se encontró con su madre, quien estaba sorprendida por su cara de felicidad. Entonces le preguntó:

Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?

El niño contestó:

¡Hoy merendé con Dios!

Y antes de que su madre contestara algo, añadió:

—¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!

Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido por la expresión de paz en su cara, y le preguntó:

Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz?

La anciana contestó:

¡Merendé con Dios en el parque!

Y antes de que su hijo respondiera, añadió:

¿Y sabes qué? ¡Es más joven de lo que pensaba!

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El valor de compartir: anécdota de santa Teresa de Calcuta

En una ocasión, por la tarde, un hombre vino a nuestra casa, para contarnos el caso de una familia hindú de ocho hijos. No habían comido desde hacía ya varios días. Nos pedía que hiciéramos algo por ellos. De modo que tomé algo de arroz y me fui a verlos.

Vi cómo brillaban los ojos de los niños a causa del hambre. La madre tomó el arroz de mis manos, lo dividió en dos partes y salió. Cuando regresó le pregunté qué había hecho con una de las dos raciones de arroz. Me respondió: «Ellos también tienen hambre».

Sabía que los vecinos de la puerta de al lado, musulmanes, tenían hambre. Quedé más sorprendida de su preocupación por los demás que por la acción en sí misma.

En general, cuando sufrimos y cuando nos encontramos en una grave necesidad no pensamos en los demás. Por el contrario, esta mujer maravillosa, débil, pues no había comido desde hacía varios días, había tenido el valor de amar y de dar a los demás, tenía el valor de compartir.

Frecuentemente me preguntan cuándo terminará el hambre en el mundo. Yo respondo: Cuando aprendamos a compartir». Cuanto más tenemos, menos damos. Cuanto menos tenemos, más podemos dar.

Santa Teresa de Calcuta

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