Castigo por la inmisericordia

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Fray Ángel de Pisa fue nombrado Ministro de Inglaterra por san Francisco y partió con fray Alberto de Pisa y otros tres compañeros. Llegaron a Cantórbery el día tres de mayo y fueron recibidos con mucha caridad por los frailes Predicadores. Prosiguiendo el viaje, llegaron a un bosque muy sombrío en que había un monasterio de monjes negros; y como era casi hora de Vísperas y el tiempo estaba lluvioso y ellos muy mojados y fatigados, pidieron albergue, por amor de Dios, temiendo perecer de hambre o de frío o ser acometidos por las fieras de aquel bosque.

Al verlos el portero escuálidos por la penitencia y en hábito desusado, no entendiendo su lengua, pensó que serían bufones o juglares, y así lo anunció al Prior, que había venido a solazarse allí aquellos días con cuatro monjes. Introducidos los frailes y presentados al Prior y monjes, aunque dijeron que no eran bufones ni juglares, sino siervos de Dios y pregoneros del reino celestial y de la Orden de los Apóstoles, Prior y monjes mandaron que fuesen echados fuera de la puerta del monasterio, como pordioseros bribones y gente baja y que no les diesen pan ni vino ni albergue ni se les tuviese compasión alguna. Compadecido el monje más joven al ver esta crueldad, los fue siguiendo, y pidió por favor al portero que los escondiese dentro y los albergase en el pajar; y que él les llevaría de comer. Condescendió el portero y los ocultó en el pajar. El monje les llevó secretamente pan, vino y otras cosas; y después los visitó y se encomendó con mucha devoción a sus oraciones. Aquella noche tuvo el dicho monje esta visión: veía en la iglesia un trono admirable y resplandeciente en que estaba sentado Cristo bendito, y alrededor había mucha gente que era llamada a juicio. Comenzó Jesucristo diciendo:

—Sean conducidos a mi presencia los dueños de este lugar.

Y al instante fue traído el sobredicho Prior y los cuatro monjes. Por el lado opuesto vino un pobrecillo humilde y despreciable, que vestía el hábito de aquellos pobres frailecitos mencionados, y dijo:

—Justísimo Juez, la sangre de los frailes Menores despreciada esta noche, al negárseles comida y albergue en este lugar, clama venganza; pues ellos por tu amor abandonaron el mundo y todo lo temporal. Y habían venido aquí para ganar las almas que se hallan desviadas de ti, Señor mío, y que tú compraste con tu preciosa sangre sobre el madero de la Cruz; y éste que aquí está los hizo echar fuera como bufones y juglares.

Mirando entonces Cristo al Prior con semblante terrible, le dijo:

—¿De qué Orden eres Prior?

—De la de san Benito —respondió.

—¿Es verdad lo que éste dice? —preguntó Cristo a san Benito.

—Señor mío dulcísimo —respondió— éste y sus compañeros son destructores y arruinadores de mi Orden, como se ve en el modo de recibir a estos frailes Menores, perfectos siervos tuyos; pues yo mandé en mi regla que nunca la mesa del Abad estuviese sin peregrinos y pobres forasteros; y ya ves, Señor mío, cómo ha hecho éste.

Dio Cristo la sentencia mandando que fuesen colgados de un olmo que había en el claustro, y cuando ya estaban colgados el Prior y tres compañeros, se volvió Cristo al cuarto que había obrado misericordia, y le dijo:

—¿De qué Orden eres tú?

Trémulo el joven, porque acababa de oír la repulsa de san Benito que los desechaba, respondió con mucho miedo:

—Señor mío, yo soy de la Orden de este pobrecito.

—Francisco, ¿es éste de tu Orden? —preguntó Cristo.

—Señor —respondió— es de los míos y desde ahora lo recibo por mi fraile.

Y al decir esto lo abrazó muy tiernamente, con lo cual despertó el monje, encontrándose estupefacto de la visión y sobre todo porque había oído a Cristo en el sueño nombrar a Francisco. Con esta admiración se levantó para referir al Prior la visión que había tenido. Pero, entrando en su celda, lo halló estrangulado y todo disforme, marchito y estropeado. Corre a los compañeros y los encuentra también estrangulados y estropeados del todo. Va en busca de los frailes para referirles el milagro, y halla que el portero los había echado fuera antes de amanecer, por miedo al Prior.

Divulgose el suceso por casi todo el país; y cuando estos benditos frailes llegaron a la ciudad de Oxford, se presentaron al rey Enrique, y los recibió con mucha amabilidad y les dio lugar en que establecerse libremente.

Se extendió tanto por toda Inglaterra la fama de estos religiosos, por la santidad de su vida y la novedad del milagro, que no solo aquel monje librado por san Francisco de tan horrible juicio se hizo fraile, siendo el primero en vestir el hábito, sino también otros muchos, entre ellos un grande Obispo y un Abad, los cuales, cuando se edificó el convento, cargaban sobre sí, con mucha humildad y devoción, las piedras y el barril de agua para la fábrica.

Cuando entró fray Ángel de Inglaterra, era un joven de treinta años, muy agraciado y devoto. Era diácono y no quiso ordenarse de sacerdote sin licencia del Capítulo General y entonces, al llamar el Arzobispo de Catórbery por medio de su Arcediano a los que se habían de ordenar, dijo: «Vengan los frailes de la Orden de los Apóstoles». Y este nombre tuvieron en Inglaterra por largo tiempo.

Recorriendo dicho fray Ángel con mucho fervor aquella provincia, fundó e hizo edificar muchos conventos y admitió muchos en la Orden. Obró muchos milagros en vida y después de su muerte. Dio su alma a Dios el día siguiente a la fiesta de san Gregorio Papa y está sepultado en Oxford.

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Noticias Cristianas: «Historias para amar al prójimo. VI Parte: Historia, n.º 14».

Historias para amar, páginas 114-116

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