Agradecer…

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La Iglesia nos invita a confesar que Jesús es verdaderamente el Rey del Universo y a gozar con esa realidad…Queremos que nuestra reflexión se apoye en unas palabras iluminadoras del Papa emérito Benedicto XVI, palabras que nos ayudarán a agradecer a Dios el regalo de su amor y de su misericordia manifestados en Cristo Jesús, el Hijo que se encarnó, murió y resucitó para hacernos partícipes de su VIDA… Así nos dice:

«Jesús es verdaderamente el Rey; lo es precisamente porque permaneció en la cruz y, de ese modo, dio la vida por los pecadores. En el Evangelio se ve que todos piden a Jesús que baje de la cruz. Lo escarnecen, pero es también un modo de disculparse, como si dijeran: no es culpa nuestra si tú estás ahí en la cruz; es sólo culpa tuya porque, si tú fueras realmente el Hijo de Dios, el Rey de los judíos, no estarías ahí, sino que te salvarías bajando de ese patíbulo infame. Por tanto, si te quedas ahí, quiere decir que tú estás equivocado y nosotros tenemos razón.
El drama que tiene lugar al pie de la cruz de Jesús, es un drama universal; atañe a todos los hombres frente a Dios que se revela por lo que es, es decir, Amor. En Jesús crucificado la divinidad queda desfigurada, despojada de toda gloria visible, pero está presente y es real. Sólo la fe sabe reconocerla: la fe de María, que une en su corazón también esta última tesela del mosaico de la vida de su Hijo; ella aún no ve todo, pero sigue confiando en Dios, repitiendo una vez más con el mismo abandono: «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1, 38). Y luego está la fe del buen ladrón: una fe apenas esbozada, pero suficiente para asegurarle la salvación: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Es decisivo el «conmigo». Sí, esto es lo que lo salva. Ciertamente, el buen ladrón está en la cruz como Jesús, pero sobre todo está en la cruz con Jesús. Y, a diferencia del otro malhechor, y de todos los demás que los escarnecen, no pide a Jesús que baje de la cruz ni que lo bajen. Dice, en cambio: «Acuérdate de mí cuando entres en tu reino». Lo ve en la cruz, desfigurado, irreconocible y, aun así, se encomienda a él como a un rey, es más, como al Rey. El buen ladrón cree en lo que está escrito en la tabla encima de la cabeza de Jesús: «el rey de los judíos»: lo cree, y se encomienda. Por esto ya está, en seguida, en el «hoy» de Dios, en el paraíso, porque el paraíso es estar con Jesús, estar con Dios.
Aquí, queridos hermanos, tenemos el primer y fundamental mensaje que la Palabra de Dios nos transmite hoy a nosotros… Nos llama a estar con Jesús, como María, y no a pedirle que baje de la cruz, sino a permanecer allí con él… Sabemos por los Evangelios que la cruz fue el punto crítico de la fe de Simón Pedro y de los demás Apóstoles. Está claro y no podía ser de otro modo: eran hombres y pensaban «según los hombres»; no podían tolerar la idea de un Mesías crucificado. La «conversión» de Pedro se realiza plenamente cuando renuncia a querer «salvar» a Jesús y acepta ser salvado por él. Renuncia a querer salvar a Jesús de la cruz y acepta ser salvado por su cruz. «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32), dice el Señor. Todo el ministerio de Pedro consiste en su fe, una fe que Jesús reconoce en seguida, desde el inicio, como genuina, como don del Padre celestial; pero una fe que debe pasar a través del escándalo de la cruz, para llegar a ser auténtica, verdaderamente «cristiana»; para llegar a ser «roca» sobre la que Jesús pueda construir su Iglesia. La participación en el señorío de Cristo sólo se verifica en concreto al compartir su anonadamiento, con la cruz. ….
…este es y sigue siendo siempre nuestro primer servicio, el servicio de la fe, que transforma toda la vida: creer que Jesús es Dios, que es el Rey precisamente porque ha llegado hasta ese punto, porque nos ha amado hasta el extremo. Y esta realeza paradójica debemos testimoniarla y anunciarla como hizo él, el Rey, es decir, siguiendo su mismo camino y esforzándonos por adoptar su misma lógica, la lógica de la humildad y del servicio, del grano de trigo que muere para dar fruto. (Cf. Benedicto XVI homilía 21 de noviembre 2010)
Así es nuestro Dios y Rey…Su ley es el amor…su trono la cruz…sus armas la justicia, la paz, la misericordia…

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