Santa Teresa de Jesús: maestra de oración. Poemas líricos de Santa Teresa

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Siempre tan dispuesta para la Verdad, el Bien, el Amor y el heroísmo, a través de años de intensa lucha para comunicarse con el Señor, es y será siempre: Maestra de oración.

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Aficionado era su padre a leer buenos libros, y así los tenía para que los leyesen sus hijos. Especial interés puso su madre en que sus hijos numerosos rezasen y fueran devotos de la Virgen. Seis años de Teresa. Asimila rápido e intensamente. Ejemplo de toda virtud halla en sus padres. Y todos sus hermanos, personas de calidad. Es decir, nos encontramos en una excelente cantera familiar.

Cuando en el corazón del hogar se lee, Teresa escucha con avidez. Niña y todo, tiene ya un alma profunda con un instinto divino insobornable. Lo capta todo. Y, comunicativa como es, contagia, sobre todo a los hombres. Su hermano Rodrigo, siete años, manejado por ella, lee con ella vidas de santos. Y se escapan a tierras de moros para que los descabezasen por Cristo.

Como esta hazaña fue interceptada , se conformó con que los dos serían ermitaños. En consecuencia, construían ermitas en el huerto, jugando con creatividad y audacia y eficacia. Y repetían un “mantra” interesante: “para siempre, siempre, siempre”. La eternidad va a pesar mucho en su vida.

Las gestas y heroísmos de los santos, leídos en el hogar, al calor del fuego, releídos después en atmósfera fraterna y amorosa, calaron hondo en aquella tierra, tan dispuesta para la Verdad, el Bien, el Amor y el heroísmo. Ese es el hontanar prometedor de la Maestra de oración. Cuando sea mayor, los hombres de Iglesia no se lo pondrán muy fácil para que pueda realizar sus impulsos, responder a sus llamadas, consumar sus ideales.

Teólogos unilaterales , para quienes el ejercicio del intelecto es el supremo acto humano y religioso, como Melchor Cano, profesor de prima en la Universidad de Salamanca, escribirán que “si quien se da a la oración, Dios le da noticia del cielo y de la tierra y prudencia para obrar, cerremos los libros, mueran los estudios, y démonos todos a la oración». Desgraciadamente muchas cátedras ocupadas lo fueron por sabiduría, sensatez, valores humanos y divinos, magnanimidad y tolerancia. Mucho ha habido de amaño, arribismo, de hombre ascendido porque supo encontrar la clave del sistema, y también porque la astucia otorgadas por la naturaleza a quienes no proveyó de derecha, como un medio de sobrevivir. ¡Y, qué sobrevivir a veces, que colapsó el pálpito devino de genios que quedaron estériles! “No hay hombre sin hombre”, escribió Benavente en “Los intereses creados”, y ese es el leiv-motiv de la comedia, tan real y repetido. Lo del “carnet del partido” sólo es sombra de la verdad tan actual y de siempre y también siempre causa de descenso degenerativo.

Si Jesús no le hubiera dado a Teresa “libro vivo”, no hubiera sido la que fue, y la Maestra, Doctora de la Iglesia, de una Iglesia que le cortó el paso, que le segó la hierba bajo sus pies por obra, esta vez, del Inquisidor Valdés, Arzobispo de Sevilla, que prohibió la lectura de todos los libros de autores que hoy están en los altares, como los de San Francisco de Borja y San Pedro de Alcántara, y de otros que no lo están pero sí estuvieron en la cárcel, como el Arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, ya que toda la teología de aquél y su saber de Dios, se encerraba en esta frase que escribió despreciando las obras de Fray Luís de Granada: “La contemplación para mujeres de carpinteros”. Y en parte tenía razón, porque María, la gran mujer contemplativa, era mujer del carpintero.

La contemplación, como inicio de la oración mística, siempre ha sido motivo de escándalo, precisamente porque todo lo que se sale de lo ordinario y normal, lo causa. Pero no se piensa que la Iglesia nació mística. ¿Qué otra cosa fue Pentecostés? Tras los Hechos de los Apóstoles, con el recuerdo del Esposo vivo todavía, la comunidad paleocristiana vivió con intensidad enamorada la fe, y se valoró la oración por encima de todas las actividades y de todos los ministerios. Quedaba aún la Tradición de los Apóstoles que habían decidido abandonar la administración temporal, para dedicarse en plenitud “a la oración y al ministerio de la palabra” (He 6,4).

Y con la oración florecen los dones del Espíritu Santo, cuyo ejercicio precisamente constituye la oración mística, en la que la persona no es movida por virtudes que exigen esfuerzo humano, sino por fuerzas divinas, que por eso se llaman místicas, es decir mistéricas, es decir que llegan del misterio. Vinieron después los Padres y cuando falló su predicación, se sucedieron unos siglos de decadencia.

En los siglos XII y XIII se retornó a la oración, y retornó de nuevo la decadencia de los siglos XIV y XV. Después de esta larga noche y oscura, comienza de nuevo a despuntar la aurora en el siglo XVI, que es el de Teresa, que tuvo que enfrentarse aún con reductos de los siglos anteriores, como he señalado antes. Es el momento en que Jesús le da a Teresa “libro vivo”. La vocación a la santidad de todos los cristianos, pues, no nace en el primer tercio del siglo XX, sino que nace con la Iglesia, aunque tras el paso de varias vicisitudes el Espíritu ha suscitado apóstoles como el Padre Arintero y a Garrigou Lagrange, su continuador, para quienes la santidad pasa por la mística y es llamada universal, como ha proclamado el Vaticano II. Es natural que si hoy nos basamos en la inspiración paupérrima de libritos de cuarta o quinta división serviremos hamburguesas, pero no manjares sólidos, que sólo promueven una vida lánguida pasota y rutinaria. Es necesario volver a los maestros acreditados, a los guías nativos: a los místicos.

A Santa Teresa. Teresa es maestra y ¡qué Maestra! A la lengua se nota a quienes se formaron en su escuela. ¡Qué anchura! Los forja como águilas. Y también se ve a la legua la superficialidad humana y cristiana de los que ni la saludaron por el camino. Son los que se entretiene en cazar lagartijas cuando hay tanto espacio para volar. Entre tanto el pueblo de Dios, casi todito, desorientado, envejecido, esclerotizado, enervado, vegeta en el raquitismo átono y aferrado a la costumbre rutinaria y ramplona. “Donde no hay amor, pon amor y cosecharás amor”.

Esta es la doctrina magistral de los hombres de Dios, de los auténticos hombres. Pero ¿no salió Diógenes a buscar uno con un candil? El pueblo se muere de hambre. Y no es porque no nos reunimos y hablamos y hablamos y hablamos…Es que no se va a la raiz. Cuando Jesús venga no nos encontrará unidos; nos encontrará “reunidos”. Estos días los medios nos decían de una madre italiana que se había expuesto a morir de cáncer si seguía el embarazo. He oido decir a algunas madres que estaban dispuestas a dar la vida por un hijo. Y ¿qué otra cosa nos dice el Concilio que “la Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario que estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres” (LG VIII, 65). El Cura de Ars decía a sus feligreses: «todavía no he dado la sangre por vosotros”.

Mientras no lleguemos a gozar de ese espíritu, poco podemos esperar. El pueblo vive en una mediocridad que no hay quien la pare. Teresa la puede parar. Tiene mucho que enseñarnos y tenemos mucho que aprender.

Periódico ecuménico cubano. Miami, Florida, octubre de 2007

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Poesías de santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia

Mi Amado para mí

Ya toda me entregué y diTeresaAvila

Y de tal suerte he trocado

Que mi Amado para mí

Y yo soy para mi Amado.


Cuando el dulce Cazador

Me tiró y dejó herida

En los brazos del amor

Mi alma quedó rendida,

Y cobrando nueva vida

De tal manera he trocado

Que mi Amado para mí

Y yo soy para mi Amado.


Hirióme con una flecha

Enherbolada de amor

Y mi alma quedó hecha

Una con su Criador;

Ya yo no quiero otro amor,

Pues a mi Dios me he entregado,

Y mi Amado para mí

Y yo soy para mi Amado.


Muero porque no muero


Vivo sin vivir en mí

Y tan alta vida espero

Que muero porque no muero.


Vivo ya fuera de mí

Después que muero de amor,

Porque vivo en el Señor

Que me quiso para Sí.

Cuando el corazón le di

Puso en él este letrero:

Que muero porque no muero.


Esta divina prisión

Del amor con que yo vivo

Ha hecho a Dios mi cautivo

Y libre mi corazón;

Y causa en mí tal pasión

Ver a Dios mi prisionero,

Que muero porque no muero.


¡Ay, que larga es esta vida,

Qué duros estos destierros,

Esta cárcel y estos hierros

En que el alma esta metida!

Sólo esperar la salida

Me causa dolor tan fiero,

Que muero porque no muero.


iAy, que vida tan amarga

Do no se goza el Señor!

Porque si es dulce el amor,

No lo es la esperanza larga:

Quíteme Dios esta carga

Más pesada que el acero,

Que muero porque no muero.


Sólo con la confianza

Vivo de que he de morir,

Porque muriendo el vivir

Me asegura mi esperanza.

Muerte do el vivir se alcanza,

No te tardes, que te espero,

Que muero porque no muero.


Mira que el amor es fuerte;

Vida, no me seas molesta,

Mira que sólo te resta,

Para ganarte, perderte;

Venga ya la dulce muerte,

Venga el morir muy ligero,

Que muero porque no muero.


Aquella vida de arriba,

Que es la vida verdadera,

Hasta que esta vida muera

No se goza estando viva.

Muerte, no seas esquiva;

Viva muriendo primero,

Que muero porque no muero.


Vida, ¿qué puedo yo darle

A mi Dios que vive en mí,

Si no es perderte a ti

Para mejor a Él gozarle?

Quiero muriendo alcanzarle,

Pues a Él solo es al que quiero.

Que muero porque no muero.


Búscate en mí


Alma, buscarte has en Mí,

Y a Mí buscarme has en ti.

De tal suerte pudo amor,

Alma, en Mí te retratar,

Que ningún sabio pintor

Supiera con tal primor

Tal imagen estampar.


Fuiste por amor criada

Hermosa, bella, y ansí

En mis entrañas pintada,

Si te pierdes, mi amada,

Alma, buscarte has en Mí.


Que Yo sé que te hallarás

En mi pecho retratada

Y tan al vivo sacada,

Que si te ves te holgarás

Viéndote tan bien pintada.


Y si acaso no supieres

Donde me hallarás a Mí,

No andes de aquí para allí,

Sino, si hallarme quisieres

A Mí, buscarme has en ti.


Porque tú eres mi aposento,

Eres mi casa y morada,

Y ansí llamo en cualquier tiempo,

Si hallo en tu pensamiento

Estar la puerta cerrada.


Fuera de ti no hay buscarme,

Porque para hallarme a Mí,

Bastará solo llamarme,

Que a ti iré sin tardarme

Y a Mí buscarme has en ti.


Vuestra soy


Vuestra soy, para Vos nací,

¿Qué mandáis hacer de mí?


Soberana Majestad,

Eterna sabiduría,

Bondad buena al alma mía,

Dios, alteza, un ser, bondad,

La gran vileza mirad

Que hoy os canta amor ansí.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Vuestra soy, pues me criastes;

Vuestra, pues me redimistes;

Vuestra, pues que me sufristes;

Vuestra, pues que me llamastes;

Vuestra, pues me conservastes;

Vuestra, pues no me perdí.

¿Qué mandáis hacer de mí?


¿Que mandáis, pues, buen Señor,

Que haga tan vil criado?

¿Cuál oficio le havéis dado

A este esclavo pecador?

Veisme aquí, mi dulce Amor,

Amor dulce, veisme aquí,

¿Qué mandáis hacer de mí?


Veis aquí mi corazón,

Yo le pongo en vuestra palma

Mi cuerpo, mi vida y alma,

Mis entrañas y afición;

Dulce Esposo y redención,

Pues por vuestra me ofrecí

¿Qué mandáis hacer de mí?


Dadme muerte, dadme vida:

Dad salud o enfermedad,

Honra o deshonra me dad,

Dadme guerra o paz cumplida,

Flaqueza o fuerza a mi vida,

Que a todo digo que sí.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Dadme riqueza o pobreza,

Dadme consuelo o desconsuelo,

Dadme alegría o tristeza,

Dadme infierno o dadme cielo,

Vida dulce, sol sin velo,

Pues del todo me rendí.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Si queréis, dadme oración,

Si no, dadme sequedad,

Si abundancia y devoción,

Y si no esterilidad.

Soberana Majestad,

Sólo hallo paz aquí.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Dadme, pues, sabiduría,

O por amor ignorancia.

Dadme años de abundancia

O de hambre y carestía,

Dad tiniebla o claro día,

Revolvedme aquí o allí.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Si queréis que este holgando,

Quiero por amor holgar,

Si me mandáis trabajar,

Morir quiero trabajando.

Decid, dónde, cómo y cuándo.

Decid, dulce Amor, decid.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Dadme Calvario o Tabor,

Desierto o tierra abundosa,

Sea Job en el dolor,

O Juan que al pecho reposa;

Sea viña fructuosa

O estéril, si cumple ansí.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Sea Josef puesto en cadenas

O de Egipto Adelantado,

O David sufriendo penas,

O ya David encumbrado.

Sea Jonás anegado,

O libertado de allí.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Esté callando o hablando,

Haga fruto o no le haga,

Muéstreme la Ley mi llaga,

Goce de Evangelio blando,

Esté penando o gozando,

Sólo Vos en mí vivid.

¿Qué mandáis hacer de mí?


Vuestra soy, para Vos nací,

¿Qué mandáis hacer de mí?


Hermosura de Dios


¡Oh, Hermosura que excedéis

a todas las hermosuras!

Sin herir dolor hacéis,

Y sin dolor deshacéis

El amor de las criaturas.


¡Oh, ñudo que así juntáis

Dos cosas tan desiguales!

No sé por qué os desatáis,

Pues atado fuerza dais

A tener por bien los males.


Juntáis quien no tiene ser

Con el Ser que no se acaba:

Sin acabar acabáis,

Sin tener que amar amáis,

Engrandecéis vuestra nada.


Ayes del destierro


¡Cuán triste es, Dios mío;

La vida sin ti!

Ansiosa de verte

Deseo morir.


Carrera muy larga

Es la de este suelo,

Morada penosa,

Muy duro destierro.

¡Oh dueño adorado,

Sácame de aquí!

Ansiosa de verte

Deseo morir.


Lúgubre es la vida,

Amarga en estremo;

Que no vive el alma

Que está de ti lejos.

¡Oh dulce bien mío,

Que soy infeliz!

Ansiosa de verte

Deseo morir.


iOh muerte benigna,

Socorre mis penas!

Tus golpes son dulces,

Que el alma libertan.

iQue dicha, oh mi amado,

Estar junto a Ti!

Ansiosa de verte

Deseo morir.


El amor mundano

Apega a esta vida;

El amor divino

Por la otra suspira.

Sin ti, Dios eterno,

¿Quien puede vivir?

Ansiosa de verte

Deseo morir.


La vida terrena

Es continuo duelo;

Vida verdadera

La hay sólo en el cielo.

Permite, Dios mío,

Que viva yo allí.

Ansiosa de verte

Deseo morir.


¿Quién es el que teme

La muerte del cuerpo,

Si con ella logra

Un placer inmenso?

¡Oh, sí, el de amarte,

Dios mío, sin fin!

Ansiosa de verte

Deseo morir.


Mi alma afligida

Gime y desfallece.

iAy! ¿Quién de su amado

Puede estar ausente?

Acabe ya, acabe

Aqueste sufrir.

Ansiosa de verte

Deseo morir.


El barbo cogido

En doloso anzuelo

Encuentra en la muerte

El fin del tormento.

iAy!, también yo sufro,

Bien mío, sin ti.

Y Ansiosa de verte

Deseo morir.


En vano mi alma

Te busca, ioh mi dueño!;

Tu siempre invisible

No alivias su anhelo.

iAy!, esto la inflama

Hasta prorrumpir:

Ansiosa de verte

Deseo morir.


iAy!, cuando te dignas

Entrar en mí pecho,

Dios mío, al instante

El perderte temo.

Tal pena me aflige

Y me hace decir:

Ansiosa de verte

Deseo morir.


Haz, Señor, que acabe

Tan larga agonía,

Socorre a tu sierva

Que por ti suspira.

Rompe aquestos hierros

Y sea feliz.

Ansiosa de verte

Deseo morir.


Mas no, dueño amado,

Que es justo padezca;

Que expíe mis yerros,

Mis culpas inmensas.

iAy!, logren mis lágrimas

Te dignes oír

Ansiosa de verte

Deseo morir.


Loas a la Cruz


Cruz, descanso sabroso de mi vida,

Vos seáis la bienvenida.


iOh, bandera, en cuyo amparo

El más flaco será fuerte!

iOh, vida de nuestra muerte,

Que bien la has resucitado!

Al león has amansado,

Pues por ti perdió la vida.

Vos seáis la bienvenida.


Quien no os ama está cautivo

Y ajeno de libertad;

Quien a vos quiere allegar

No tendrá en nada desvío.

iOh dichoso poderío

Donde el mal no halla cabida!

Vos seáis la bienvenida.


Vos fuisteis la libertad

De nuestro gran cautiverio;

Por vos se reparó mi mal

Con tan costoso remedio,

Para con Dios fuiste medio

De alegría conseguida.

Vos seáis la bienvenida.


La Cruz


En la cruz esta la vida

Y el consuelo,

Y ella sola es el camino

Para el cielo.


En la cruz esta el Señor

De cielo y tierra

Y el gozar de mucha paz,

Aunque haya guerra,

Todos los males destierra

En este suelo,

Y ella sola es el camino

Para el cielo.


De la cruz dice la Esposa

A su Querido

Que es una palma preciosa

Donde ha subido,

Y su fruto le ha sabido

A Dios del cielo,

Y ella sola es el camino

Para el cielo.


Es una oliva preciosa

La santa cruz,

Que con su aceite nos unta

Y nos da luz.

Toma, alma mía, la cruz

Con gran consuelo,

Y ella sola es el camino

Para el cielo.


Es la cruz el árbol verde

Y deseado

De la Esposa que a su sombra

Se ha sentado

Para gozar de su Amado,

El Rey del cielo,

Y ella sola es el camino

Para el cielo.


El alma que a Dios está

Toda rendida,

Y muy de veras del mundo

Desasida

La cruz le es árbol de vida

Y de consuelo,

Y un camino deleitoso

Para el cielo.


Después que se puso en cruz

El Salvador,

En la cruz esta la gloria

Y el honor,

Y en el padecer dolor

Vida y consuelo,

Y el camino más seguro

Para el cielo.

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