San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús

por

Catequesis en familia - Inicio 5 Confirmación 5 Confirmación Vida de los Santos 5 San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús

Ignacio de Loyola (Iñigo López de Loyola, 1491-1556) cojeaba levemente tras haber sido herido en la defensa del castillo de Pamplona en el norte de España. Inmóvil durante el reposo a que le obligó la lenta recuperación de su herida, vivió una conversión interior que fue el comienzo de ulteriores aventuras, haciendo de él un peregrino movido por una inextinguible devoción a Jesucristo. Recorrió Europa, atravesando una y otra vez España, Francia e Italia. Se embarcó para alcanzar Tierra Santa, partiendo desde Venecia. Adoptó el nombre de Ignacio, que es cómo le conocemos, pero en sus memorias prefiere darse el nombre de “el peregrino”

Además de distancias físicas y carreteras sin fin, Ignacio cubrió una distancia histórica enorme. Partiendo del universo medieval de una familia de la baja nobleza vasca – orgullosa de su actitud de defensa del rey y hostil al creciente poder de las ciudades – recorrió el camino que llevaba al floreciente renacimiento de los estudios de París y de la reconstrucción de Roma donde trabajaban artistas como Miguel Ángel y reformadores como Carlos Borromeo. Vivió una etapa de transición jalonada por figuras señeras como Enrique VIII y María Tudor, Rafael y El Greco, Lutero y Calvino, Cervantes y Palestrina.

Sus primeros pasos pusieron el marco a lo que habría de venir después. Abandonó el frondoso y escarpado valle del Urola, done su familia era dueña de la mejor tierra en el centro del valle, para trasladarse a las anchas planicies del sur, donde Fernando el Católico, rey de Castilla, gobernaba en un mundo rico y sofisticado. Ignacio era un joven ambicioso que no tenía el mínimo deseos de quedarse en el hogar con sus hermanos mayores, que ya se habían ganado honores y riqueza. Lo que deseaba era ser un cortesano como su mentor, Don Juan Velázquez de Cuéllar, tesorero real que había tomado a Ignacio como miembro de su casa en Arévalo. Once años en que aprendió administración, diplomacia, manejo de las armas y maneras cortesanas, prepararon a Ignacio para hacer carrera en la pública administración y para moverse en el laberinto de la política. Soñaba con ser enviado como embajador del rey, o con gobernar alguna ciudad real como Arévalo. Pero al oponerse su protector al nuevo rey Carlos I y perder el poder, esta ambición se vio abruptamente truncada.

Se pudo luego al servicio del duque de Nájera, virrey de la parte norte del reino de Navarra, en la frontera con Francia. Pero tras un prometedor comienzo, cuando sus cualidades diplomáticas y de liderazgo hicieron de él un “gentilhombre” muy útil al duque, también este segundo intento de hacer carrera tuvo un brusco final cuando una bala de cañón francesa hirió gravemente sus piernas.

Después de su convalecencia y conversión, un deseo nuevo de servir a Jesús había sustituido a sus deseos de gloria. Sus primeros esfuerzos en este nuevo modo de servicio provocaron una total revolución de sus valores. El orgulloso cortesano se había convertido en un mendigo, uno que se imponía duras penitencias imitando así las leyendas de los santos. Partió de Loyola para Tierra Santa, deteniéndose primero en el santuario de la Virgen Negra de Montserrat. Lo que comenzó como una noche en vela se alargó hasta convertirse en un intenso año de oración en la ciudad e Manresa, antes de seguir camino hacia Roma y Jerusalén. Su idea era de quedarse en Tierra Santa como peregrino permanente, visitando los lugares que había vivido Jesús y hablando de Jesús con la gente. Pero su temeraria conducta pareció amenazar la precaria situación de los franciscanos custodios de los santos lugares, y le obligaron a volver a Europa.

Tampoco dieron fruto los iniciales esfuerzos como estudiante en Barcelona, Alcalá y Salamanca. Cuando por fin aprendió a estudiar de modo disciplinado en la universidad de París, pudo Ignacio realizar uno de sus planes: tener la formación necesaria para seguir con su trabajo de conversar con las personas sobre Dios y sobre cosas espirituales.

En París comenzaron a abrírsele otras puertas. Encontró personas que acabarían siendo verdaderos compañeros y compartiendo su visión. Hombres como Francisco Javier. Haber obtenido el grado de Maestros en París hacía que pudieran optar a puestos de calidad, pero ellos se constituyeron en peregrinos a la búsqueda de oportunidades para servir a Dios. Estos compañeros afrontaron juntos el fracaso de sus primeros planes de ir a Tierra Santa; esperaron en vano un año entero a que una nave los llevara desde Venecia a Jafa.

Frustrados en sus planes de ir a Tierra Santa, Ignacio y sus compañeros retornaron a Roma, donde se aclararon por fin los planes que Dios tenía para ellos. Roma fue era lugar donde nacería la Compañía de Jesús y des donde se extendería por todo el mundo. Tras sus idas y venidas anteriores, Ignacio pasó sus últimos 18 años en la pobladísima ciudad de Roma, viviendo en unas pocas y reducidas habitaciones. Aunque su más importante itinerario seguía adelante, centrado en la búsqueda de Dios y enriquecido con una profunda oración mística.

La más conocida imagen de Ignacio es la de esta última parte de su vida. Se le representa casi siempre como el adusto legislador que señala con el dedo las Constituciones que escribió para el gobierno de la Compañía. Él se pensó siempre a sí mismo como “el Peregrino”, que es el nombre que se dio constantemente al dictar su autobiografía al final de su vida.

Originalmente compilado y editado por: Tom Rochford, SJ

Traducción: Luis López-Yarto, SJ

Novedad
Cuadernos, recursos y guía
Amigos de Jesús
La Biblia de los más pequeños
Cuentos de Casals
Recomendamos
Editorial Combel
Editorial Casals