Santa Margarita María de Alacoque, vidente del Sagrado Corazón

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La primera comunión de una niña de nueve años pasó inadvertida en aquel mundo francés del siglo XVII, deslumbrado por la creciente majestad de Luis XIV, que se habia hecho declarar mayor de edad y habia comenzado a reinar a los catorce años.

El nacimiento de este rey, 1638, coincidía con la muerte del holandés Cornelio Jansenio, obispo de Yprès, cuya obra principal, el Augustinus, habia de producir en Francia una revolución contra la piedad debida a Dios, contra la obediencia debida al Papa.

Frente al mundo del poder, del placer y de las herejías, aquella primera comulgante de 1656 iniciaba una cadena de comuniones y visitas íntimas con el Señor sacramentado, que habian de repercutir en toda la Iglesia y habian de contribuir a llenar muchos comulgatorios.

Era hija del notario real Claudio Alacoque, que desempeñaba su cargo en la ciudad de Lhautecour, actual diócesis de Autun. Nació el 22 de julio de 1647, la quinta entre sus hermanos, y fue bautizada con el nombre de Margarita.

Su primera infancia transcurrió en el placentero castillo de su madrina. Prevenida por la gracia de Dios, se sentía como obligada a repetir: «Dios mio, te consagro mi pureza y te hago voto de perpetua castidad».

Perdió a su padre cuando tenia ocho años. Su madre la puso interna con las clarisas urbanistas de Charolles, que la permitieron comulgar a los nueve años, y esta comunión le puso amargor en las diversiones mundanas. Le encantaba la vida religiosa.

Imitaba los buenos ejemplos que veía en las clarisas, y muy gustosa se hubiera quedado con ellas para siempre.

Pero el Señor manifestó su voluntad iniciándola en el misterio de la cruz. A los diez años fue presa de una enfermedad que le duró hasta los catorce, produciéndole la impresión de que los huesos le perforaban la piel. Tuvo que volver a casa de su madre y prometió a la Virgen Santisima ser una de sus hijas si recobraba la salud.

La Madre de Dios atendió a sus ruegos, y en el corazón de Margarita se entabló entonces el combate de la juventud: la alegría de verse curada, su temperamento muy afectuoso y las atracciones del mundo, por un lado; por otro, el recuerdo de su promesa y los interiores atractivos de la gracia…

Los planes de Dios se hicieron más definidos, y sus invitaciones más apremiantes.

Un dia, después de comulgar, respondió a su Señor que, aunque hubiese de costarle mil vidas, sólo seria religlosa.

Luego declaró resueltamente este deseo a sus familiares, pidiéndoles que despidieran a todos los pretendientes. Tenia veintidós años. El obispo de Chalons la confirmó en sus deseos y, por devoción a la Santísima Virgen, solicitó y obtuvo de este prelado permiso para añadir al suyo propio el nombre de María.

Dudaba qué instituto religioso habia de escoger; mas el 25 de mayo de 1671 visitó a las religiosas salesas, en su monasterio de Paray-le-Monial. y en seguida oyó a su divino Esposo que le aseguraba: ‘Aquí es donde te quiero».

Una vez en el noviciado pidió a su maestra que le enseñase cómo habia de hacer oración.

«Id a poneros ante nuestro Señor como un lienzo delante del pintor.» Hizolo así Margarita María, y Nuestro Señor Jesucristo le dió a entender que quería reproducir la imagen de su propia vida terrestre en el alma de la nueva religiosa: los rasgos principales serían el amor a Dios y el amor a la cruz.

Tomó el hábito el 25 de agosto de 1671, y en las conversaciones del noviciado la hermana Margarita Maria contaba con cándida sencillez los grandes favores que su Señor le dispensaba. Las superioras temieron por el bien de toda la comunidad ante una novicia de caminos tan extraordinarios y decidieron probarla, imponiéndole faenas humillantes y penitencias muy opuestas a su extremada sensibilidad. Margarita María temió desfallecer antes de llegar a su profesión religiosa. Pero Nuestro Señor la sostuvo y la animó a vencer las propias debilidades y repugnancias, buscando por sí misma ocasiones de humillarse y sufrir más.

El 6 de noviembre de 1672 hace su profesión: ya es religiosa en la Orden de la Visitación de Nuestra Señora, y ya le ha descubierto el divino Esposo la mayor parte de las gracias que disponía para ella, sobre todo las que se refieren a su amable Corazón, en cuya llaga le ha prometido una mansión actual y perpetua.

Cuatro se consideran como principales entre aquellas maravillosas comunicaciones de Jesucristo a Santa Margarita María: en la primera le descubrió el abismo de su amor a los hombres (dia de San Juan, 1673). En la segunda, al año siguiente, el Corazón de Jesús se le mostró herido por las espinas de nuestros pecados, que lo rodeaban y oprimían.

El mismo año 1674, cuando la hermana Margarita María se hallaba ante el Santísimo Sacramento expuesto solemnemente, el Señor se deja ver y le pide que comulgue siempre que se lo permita la obediencia, especialmente todos los primeros viernes. Le pide además la Hora Santa en la noche del jueves al viernes, «para acompañarme en la humilde oración que hice entonces a mi Padre en medio de todas mis congojas…»

Absorta Margarita en su larga oración, la tienen que hacer volver en si, y la llevan a la superiora. Esta responde negativamente a las peticiones que ella le hace de parte del Señor: Hora Santa, comunión más frecuente, comunión especial de los primeros viernes…

La superiora se pregunta ansiosa qué espíritu será el que guía a esta hermana tan singular, y hace que la examinen algunos personas doctas. El resultado es deplorable: la tienen por visionaria, condenan su gusto por la oración, prohiben a la hermana y a la superiora hacer caso de esas maravillas y dan la orden de obligarla a comer sopa.

La heroica religiosa se somete a la obediencia, mas persevera en su deseo de cumplir lo que con toda certeza considera designios de Dios. Esta es la gran cruz interior de su vida. Cuando parece que humanamente no podia resistir más, Jesucristo le anuncia formalmente: «Yo te enviaré a mi siervo. Descúbrete a él por completo y él te dirigirá según mis designios».

Este escoqido del divino Corazón era un padre jesuita, el Beato Claudio de la Colombiere, que llegó a Paray-leMonial el, año 1675, como superior de la residencia que allí tenía la Compañía de Jesús. Poco después visitó el monasterio de las Salesas para dar ejercicios espirituales. Confortó a la confidente del Sagrado Corazan y reanimó su confianza, después de oírla bondadosamente.

Así llegó la gran revelación del Corazón de Jesús a su mensajera. Mientras ella adoraba al Santísimo Sacramento en uno de los dias de la infraoctava del Corpus (junio de 1675), Nuestro Señor se le apareció mostrándole su divino Corazón y le dijo:

«Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha perdonado hasta consumirse y agotarse para demostrarles su amor; y, en cambio, no recibe de la mayoría más que ingratitudes, por sus irreverencias, sacrilegios y desacatos en este sacramento de amor. Pero lo que me es todavía más sensible es que obren así hasta los corazones que de manera especial se han consagrado a Mí. Por esto te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta particular para horrar mi Corazón, comulgando en dicho día y reparando las ofensas que he recibido en el augusto sacramento del altar. Te prometo que mi Corazón derramará en abundancia las bendiciones de su divino amor sobre cuantos le tributen este homenaje y trabajen en propagar aquella práctica».

Santa Margarita María entiende bien el mensaje que debe transmitir a toda la Iglesia de parte de su divino Salvador.

«Entonces yo ­cuenta la misma Santa en la carta 103­ postrándome en tierra, le dije con Santo Tomás: «¡Señor mío y Dios mio!» Era la profunda humildad que aceptaba sin condiciones los planes divinos; era la generosidad heroica que se entregaba a realizarlos.

En lo exterior aparecía la hermana Margarita Maria como una religiosa inteligente, flexible, buena para todo y apta para desempeñar cualquier cargo que se le confiara. Fue sucesivamente enfermera, profesora del grupo de alumnas procedentes de familias distinguidas que vivían en el convento, maestra de novicias, otra vez enfermera, por segunda vez con las pensionistas, asistente de la comunidad y propuesta para superiora.

Mas presintiendo todas las actividades de esta vida exterior, animada siempre por su ardentisima caridad hacia el Corazón de Jesucristo, triunfa por todas partes su incontenible deseo de darlo a conocer y hacerlo amar. Es abrumadora la actividad apostólica que revelan sus escritos, especialmente sus cartas, abundantes y algunas larguísimas. En ellas. Io mismo atiende a las pequeñas propagandas de estampas y cuadritos del Corazón de Jesús que procura se conceda la misa propia del Sagrado Corazón; Io mismo escribe al capellán de Luis XIV para que éste le consagre su persona y su palacio, que comunica los ardores de su devoción con varios sacerdotes jesuitas: lo mismo repite cómo se siente apremiada a promover el reinado de su único amor que anuncia increíbles gracias de salvación y santificación a los que se entreguen a Él; lo mismo refiere los favores y carismas celestiales con que la regala el Hijo de Dios, nunca oídos hasta ahora, que expone el sincerísirno convencimiento de su propia nulidad o su anhelo insaciable de sufrir por imitar a Jesús.

El mensaje de Margarita suscitó explosiones de entusiasmo, efluvios de santidad, y al mismo tiempo tempestades de contradicción, ataques enconados.

Lo mismo que el mensaje de Jesús en el Evangelio, del que era copia fiel y renovación viviente.

El libro Augustinus habia sido solemnemente condenado el 31 de mayo de 1653. Poco antes de morir su autor habia declarado: «Me someto a lo que ordena la Santa Iglesia, en la que he vivido hasta mi última hora». Pero la muerte impidió a Jansenio retractar los errores contenidos en el libro, y espantarse ante los daños que causaban sus afirmaciones y las de sus fanáticos discípulos.

El Dios de los jansenistas es un Dios que no ha amado tanto a los hombres como para morir por todos: un Dios que contempla impasible cómo la voluntad del hombre obra irresistiblemente el bien o el mal; un Dios alejado, un Dios juez más que un Dios padre. ¡Qué distinto del Dios que Santa Margarita ha visto en la Hostia Santa, con un corazón incontenible de bondad y de amor para todos: un Dios tan cercano a los hambres que pide amor, frecuencia de comuniones, entrega personal! Y pide consuelo en su agonía de Getsemani.

Jesús, no sólo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre por medio de su ciencia infusa, preveia durante su vida mortal todos los pecados de los hombres, todas sus tragedias, todas las sentencias de eterna condenación… Y esto le hacía sudar sangre por la fuerza de la pena interior, ya que amaba tanto a esos mismos hombres que iba a morir por ellos. Pero preveia también las obras buenas, las horas santas. Ias comuniones, las obediencias, los sacrificios voluntarios de sus amigos, y esto le hacia sentirse acompañado, le consolaba. Nuestros pecados de hoy le hicieron sufrir entonces; nuestras buenas obras de hoy le consolaron entonces. Participar en las penas y alegrías de un amigo es el gran recurso que fomenta la verdadera amistad. Por eso los consagrados al Corazón de Jesús desarrollan toda su vida espiritual ­y tal vez sin darse cuenta, que es lo más bello­ en ese ambiente santificador de la familiar amistad con Jesús.

Mas !a consideración de Dios ofendido por los pecados suscitaba también en Santa Margarita una reacción menos sentimental si se quiere, pero más torturante y más purificadora: más espiritual y más difícil de comprender: un dolor insufrible por las ofensas de Dios y la perdición de los hombres con un anhelo nobilísimo de tributar gloria a Dios, en compensación de la deshonra que tiende a infligirle el pecador, y de salvar a los hermanos.

Este anhelo explica el heroísmo que alcanzó Santa Margarita Maria en orar, en trabajar, en obedecer, y, compendio de todo, en sufrir por amor. Se consagra al Corazón de Jesús en una entrega absoluta de todo, exceptuando la voluntad «de estar por siempre unida a este divino Corazón y amarle puramente por amor de Él. Graba sobre su propio corazón con un cortaplumas el nombre sacrosanto de Jesús. Hace el voto de inmolarse perfectamente al Sagrado Corazón de Jesucristo, escribiendo una fórmula de 19 puntos, cuya sola lectura aterra a la pobre naturaleza humana.

Sufre con dulce paciencia la marcha a Inglaterra de su director espiritual, el Beato Claudio de la Colombiere, y, cuando regresa, le anuncia con perfecta sumisión: »Él me ha dicho que quiere aquí el sacrificio de vuestra vida». Acepta el martirio de pedir a la comunidad, de parte de su divino Maestro, que se corrija de algunas faltas. Y vive muriendo en deseos de hacerse pedazos para glorificar a Dios y salvar a los hombres, contrarrestando la obra destructora del pecado.

Jesucristo Nuestro Señor tributó a Dios la suma gloria, al mismo tiempo que redimía y salvaba a los hombres. Pero sólo en la cruz, como víctima divina, consumó su obra. También Margarita María será víctima, Esta es su vocación especial.

La devoción al Corazón de Jesús es para todos: mas cada uno la practicará según los dones de gracia y naturaleza que Dios le haya comunicado. Santa Margarita ha sido lIamada para ser víctima al mismo tiempo que mensajera. Por eso lo acepta todo, se inmola en todo, con tal de glorificar a su rey y pasar ella completamente inadvertida, «gozándose en su inutilidad».

Precisamente de esta inutilidad se sirvió Nuestro Señor Jesucristo para demostrar al mundo que el establecimiento de la devoción a su Corazón Sagrado no se funda en cualidades humanas, sino, en la Providencia divina.

Salida de Paray-le-Monial, se extiende primero por las comunidades salesas de Dijon, Moulins y Seamur; llega en’ seguido a Lyon y Marsella; salta hasta Inglaterra, avivando los gérmenes allí sembrados por el Beato Claudio. Una circular de la superiora de Dijon lleva la buena nueva a ciento cuarenta y tres monasterios de la Visitación. El fuego divino va conquistando Francia, Saboya, Italia, Bolonia, Borgoña, Canadá… Varios obispos permiten en sus diócesis la misa propia. Circulan algunos libros y miles de estampas. Aquellas recatadas confidencias del Divino Corazón a Margarita María, y de ésta a su director, han salvado las distancias y resuenan en muchos oídos cristianos. La primera fiesta del Corazón de Jesús (21 de junio de 1075, viernes siguiente a la infraoctava del Corpus), en la que se consagraron fervorosamente al Divino Corazón Santa Margarita y el Beato Claudio, empieza a repetirse a lo largo de los años siguientes. El primer cuadro del Corazón de Jesús, dibujado a tinta en un papel por Santa Margarita María para la fiesta de 1685, es la semilla de miles de cuadros, a los que seguirán miles de estatuas, monumentos, templos…

Las contradicciones habían sido fuertes, sobre todo de los jansenistas; mas también de buenos católicos recelosos ante cualquier devoción nueva. Pero Jesucristo cumple la promesa que hiciera a su santa confidente: «Reinaré a pesar de mis enemigos».

Las ansías de este reinado consumen la vida mortal de la fidelísima mensajera.

En junio de 1690 la nueva superiora le prohibe la Hora Santa y todas sus austeridades. Margarita María se somete dulcemente como siempre; pero dice: ‘Ya no viviré mucho, porque ya no sufro».

El 2 de julio, fiesta de la Visitación, comienza un retiro interior que ha de durar cuarenta días, porque quiere «estar preparada para comparecer ante la santidad de Dios». El 8 de octubre se siente acometida por una fiebre que la obliga a guardar cama, aunque el médico no le da importancia especial. Ya había confesado otras veces que para las enfermedades de Margarita, ocasionadas por la fuerza del divino amor, no encontraba ramedio.

Pasan pocos días. Una de las hermanas conoce que Margarita María sufre extraordinariamente y muestra deseos de aliviarla.

«Muchas gracias ­responde la santa enferma­; pero son muy cortos los instantes de vida que me restan para desperdiciarlos. Sufro mucho; mas no lo bastante para satisfacer mis ansias de padecer.»

Pasan dos días más. Pide a su superiora el Viático; mas no se lo conceden, por creer todos que no se trata de enfermedad grave. Margarita María no insiste; pero el 16 por la manana, estando aún en ayunas, manifiesta deseos de comulgar y hace intención de recibir a Jesús como viático para el gran viaje. Al atardecer empeora, y deciden velarla por la noche. Así hubo testigos de las jaculatorias, oraciones y coloquios que le inspiraban su impaciente deseo por abismarse en el Corazón de Jesucristo.

Persevera hasta el fin en su función de victima. A la mañana siguiente parece sentir por unos instantes el peso abrumador de la santidad de justicia, ofendida por los pe cados. Es un pavor de Getsemani: ¿Me salvaré, me condenaré? Las miradas a Jesús crucificado, el clamor: ¡Misericordia, Dios mío!, la confianza en los méritos del Corazón de Jesús le devuelven la paz.

Y horas después, rodeada de la comunidad, mientras el capellán le administra la santa unción, pronuncia en un supremo esfuerzo de amor el nombre de Jesús, y en ella se cumple lo que tantas veces había repetido: ¡Qué dulce es morir, después de haber tenido una tierna y constante devoción al Corazón de Aquel que nos ha de juzgar!

Era el 17 de octubre de 1690. Pronto corrió por la pequeña ciudad, con inmensa conmoción y edificación de todos, la noticia de que habia muerto la Santa.

Fue canonizada por Benedicto XV el 13 de mayo de 1920.

Este Papa, en la bula de canonización, consigna la promesa de la perseverancia final hecha por el Corazón de Jesús a Santa Margarita en favor de los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos. León XIII consagra todo el género humano al Corazón de Jesús. Pio XI reproduce en la encíclica Miserentissimus la doctrina de Santa Margarita acerca de la reparación y de la consagración personal. Pío Xll, en la Haurietis aquas, vuelve a presentarla como confidente del Divino Redentor para divulgar la devoción a su Corazón Sagrado.

No hay santo cuyas revelaciones privadas hayan ejercido en toda la Iglesia influencia tan profunda y tan bienhechora como las de Santa Margarita Maria de Alacoque.

JOSÉ JULIO MARTÍNEZ, S. I

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