El día 26 de junio se celebra la fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. En las biografías que se han escrito sobre su vida hay abundantes datos sobre su infancia y, en concreto, sobre su iniciación cristiana, en la que sus padres desempeñaron un papel esencial. Una de las personas que mejor conoce la vida de san Josemaría es don Constantino Ánchel, investigador del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de la Universidad de Navarra. A él hemos acudido con motivo de la celebración del día de san Josemaría.
Don Constantino, ¿qué se sabe de la iniciación cristiana de san Josemaría?
Al hablar de iniciación cristiana nos referimos al itinerario que conduce a la inserción en la Iglesia por medio de los sacramentos del bautismo, confirmación y eucaristía. San Josemaría Escrivá perteneció a una familia y a una sociedad de fe muy acendrada: en estos casos, la fe tiende a informar todos los actos de la existencia, se hace vida, cultura, orienta la conducta y establece los criterios básicos de la educación de las personas.
Cuando San Josemaría se refería a los años de su iniciación cristiana hablaba en primer lugar del hogar de sus padres: “trataban de darme una formación cristiana, y allí la adquirí, más que en el colegio” (Meditación 14-II-64, en AVP I. p 37).
¿Qué colegios colaboraron en su iniciación cristiana?
Cuando tenía tres años sus padres le llevaron a un parvulario de las Hijas de la Caridad, y, desde los siete, al colegio que los padres Escolapios regentaban en Barbastro. En estos colegios recibió, por así decirlo, los contenidos de carácter más escolar o intelectual. Pero antes, durante y después, esas enseñanzas eran recibidas por un niño que veía, en sus padres y parientes, cómo se insertaban en la vida corriente: no quedaban reducidas a un conjunto de conocimientos que se almacenaban en el entendimiento, sino que se orientaban a informar y dar sentido a todos los aspectos de la vida. Las enseñanzas recibidas en la escuela le servían para entender mejor lo que ya vivía en su familia.
¿Qué papel tuvieron sus padres en el origen y crecimiento de la vida de piedad de san Josemaría?
Sobre las primeras oraciones: en una homilía de 1967, hablando del itinerario de la vida espiritual, decía: «empezamos con oraciones vocales, que muchos hemos repetido de niños: son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que es Madre nuestra. Todavía, por las mañanas y por las tardes, no un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me enseñaron mis padres: ¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón…». Son recuerdos de infancia, de sus primeras oraciones, y es interesante notar dos cosas en esta evocación: la mención a sus padres, a los dos, dando a entender que los dos se empeñaron en la tarea de enseñarle las primeras oraciones; y la presencia de la Virgen en el comienzo de su vida de piedad, de su itinerario hacia Dios.
¿Podría concretar más qué papel tuvo su familia en este aspecto tan importante de la formación cristiana?
San Josemaría solía recordar un hecho inocente, pero que encierra una gran sabiduría. Explicaba que, cuando su madre recibía visitas de sus amigas, éstas se interesaban por el niño, el único varón de la familia, y aquellas buenas mujeres manifestaban su aprecio y cariño con un par de besos. Esto, al niño, no le hacía ninguna gracia, especialmente cuando lo hacía una que, según el niño, tenía algo de bigote y pinchaba. Por eso, cuando llegaban esas visitas, se escondía debajo de una cama. Su madre no le consentía estas manías, y con un bastón daba unos ligeros golpes en el suelo, para que saliera de su escondite, al tiempo que le decía: “Josemaría, vergüenza sólo para pecar”. Con estas palabras aprendió de modo práctico y vital un aspecto de la vida cristiana que bien puede encuadrarse en el don de temor de Dios: el valor de la libertad cristiana, que, lejos de inhibiciones y tabúes, sólo teme ofender y desagradar a Dios.
Esa formación cristiana, ¿se limitaba sólo a la transmisión de la fe, o abarcaba otros aspectos de la vida?
Me viene a la memoria una pregunta que hicieron a San Josemaría, en una reunión con varios cientos de personas. Una madre de familia le preguntó sobre la conveniencia de hablar a los hijos de los temas relacionados con la vida, con el origen de la vida. Y le respondió que era muy necesario hablar de la vida… y también de la muerte. En la infancia de san Josemaría se dieron ciertos acontecimientos familiares, de los que se sirvieron sus padres para hablarle de esta realidad. En aquellos años la mortalidad infantil era muy elevada y la familia Escrivá tuvo que ver cómo en poco tiempo, Dios se llevaba a tres de sus hijas. Los padres de san Josemaría aprovecharon esos hechos luctuosos para ayudar a su hijo a descubrir el verdadero destino de la vida humana. Cuando murió su hermana Chon, Josemaría tenía 11 años y pensó que el siguiente en fallecer sería él. Doña Dolores le tranquilizó diciéndole: No te preocupes, a ti no te puede pasar nada, porque estás pasado por la Virgen de Torreciudad».
¿Podría indicar otros aspectos?
Por ejemplo, aprendió en su familia el sentido profundo de la dignidad que tiene todo ser humano, por ser hijo de Dios; en su familia no se hacía acepción de personas. Así, vio cómo su madre recibía en su casa a una gitana, con la que tenía conversaciones delicadas e íntimas, probablemente relacionadas con problemas que esa buena mujer tenía que afrontar. Y no tenía inconveniente en introducirla en su habitación, si en ese momento no había un lugar en la casa donde poder conversar con la reserva requerida. También aprendió de sus padres que las personas del servicio estaban allí para realizar un trabajo, y que no estaban para satisfacer los caprichos y la pereza de nadie y que, por tanto, había que respetarlas, no molestarlas y no interrumpirlas en sus ocupaciones. Lo cual no era obstáculo para que, de vez en cuando, se saltasen esas prohibiciones, especialmente con María, la cocinera, que contaba un cuento, siempre el mismo, que hacía las delicias de los niños. En su padre pudo ver cómo se ocupaba de la formación profesional y cristiana de sus subordinados que le ayudaban en el negocio.
¿Y en la forja del carácter y en la adquisición de las virtudes?
San Josemaría aprendió desde niño que la fe bien vivida se manifiesta en el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas. Quisiera recordar un par de detalles que ilustran ese empeño de sus padres para que su hijo adquiriera ese carácter maduro, evitando que las manías y los caprichos tomaran cuerpo en él. Uno de ellos tiene que ver con la comida: decía de algún plato que no le gustaba. En concreto, de los pimientos. Y por consiguiente, decía que no los comía. Los padres no prestaban atención al tema, pero sí la doncella, que preguntaba a la madre si preparaba otra cosa para el niño. Entonces, la madre, sin alterarse, decía que no, que ya lo comería cuando tuviera hambre. Y así ocurrió. En otra ocasión, tuvo un arrebato de genio y arrojó contra la pared algo de la comida, quedando la marca en el muro. Sus padres determinaron no limpiar la mancha y dejarla durante un tiempo, para que al verla, se avergonzara de su conducta.
En esta misma línea, fue testigo de la entereza y conformidad que tuvieron sus padres para aceptar las contrariedades graves que padecieron: la muerte de tres de sus hijos y el hundimiento del negocio de tejidos que servía de sustento para la familia. El niño Josemaría percibía dolor y sufrimiento, pero también era testigo del señorío con que sus padres afrontaron esos hechos, sin perder la alegría y sin pronunciar palabra alguna negativa de nadie, aunque humanamente pudiera haber motivo.
¿Iban los padres con sus hijos a la Misa dominical?
Acerca del cumplimiento del precepto dominical escribió años más tarde: «Mi madre, papá, mis hermanos y yo íbamos siempre juntos a oír Misa. Mi padre nos entregaba la limosna, que llevábamos gozosos, al hombre cojo, que estaba arrimado al palacio episcopal. Después me adelantaba a tomar agua bendita, para darla a los míos. La Santa Misa. Luego, todos los domingos, en la capilla del Santo Cristo de los Milagros rezábamos un Credo. Y, el día de la Asunción —como he dicho—, era cosa obligada adorar (así decíamos) a la Virgen de la Catedral” (en AVP I, pp. 36-37). Se refería a una imagen de la Dormición de la Virgen, que estaba en una capilla lateral y que era conocida por el pueblo como la Virgen de la Cama.
¿Qué devociones se practicaban en su familia?
En su familia se practicaban, de modo natural y habitual, algunas devociones: los sábados acudían a una capilla cercana, donde se rezaba el rosario y se cantaba la Salve. En el domicilio familiar había algunos cuadros e imágenes religiosas, que estaban allí no tanto como decoración, sino para facilitar la invocación a Santa María y a San José cuando se pasaba junto a ellos. Como buenos aragoneses, la devoción a Nuestra Señora del Pilar ocupaba un lugar preferente. Además, su padre tenía particular devoción a la Virgen de la Medalla Milagrosa y de vez en cuando llegaba a la casa una imagen itinerante de esta advocación. Años más tarde, en 1924, cuando estaba la imagen en la casa el día de esa fiesta, don José Escrivá, antes de salir hacia su trabajo, se detuvo unos momentos ante la imagen. La Virgen recogió su última oración, pues al terminar se desplomó, perdió el sentido y falleció poco después.
La Navidad, como en tantas familias, era un momento de especial fiesta y profundo sentido cristiano. Se preparaba con el Belén, que don José iba poniendo ayudado por sus hijos. Cuando estaba ocupado en esas tareas, se acercaba doña Dolores y susurraba al oído de su marido estas palabras: “nunca me has parecido más hombre que ahora, que pareces un niño”; estas palabras las recogió más tarde en Camino 557. En Nochebuena acudía toda la familia a la Misa del Gallo, y luego, ante el Nacimiento, se cantaban villancicos.
Alguna vez, san Josemaría habló de su primera confesión. ¿Podría decir algo?
Cuando su madre consideró que había llegado el momento oportuno, a la edad de los seis o siete años, preparó a su hijo para que hiciera la primera confesión. Lo llevó a su confesor, el P. Enrique Labrador, en la iglesia del colegio de los PP. Escolapios. En alguna ocasión, muchos años más tarde, evocaba aquel momento y contaba que, al llegar a casa, sus padres le preguntaron si podían ayudarle a cumplir la penitencia. Y él respondió que la penitencia impuesta la cumplía él solo, sin necesidad de ayuda. Y era que el P. Labrador le puso de penitencia comerse un huevo frito. Desde entonces comenzó a confesarse sin necesidad de que le instase su madre y, probablemente, con la frecuencia habitual del Colegio.
¿Y de su primera Comunión?
En aquellos años, la edad para recibir por primera vez la comunión era sobre los doce años. Sin embargo, el 8 de agosto de 1910 se promulgó el Decreto Quam singulari, en el que se establecía que los niños debían ser admitidos a la Primera Comunión al llegar a la edad de la discreción, esto es, en torno a los siete años, según se decía entonces en los catecismos. Inmediatamente sus padres determinaron que comenzara la preparación para recibir este sacramento. Fue el P. Manuel Laborda, quien le preparó, y quien, entre otras cosas, le enseñó una oración para la comunión espiritual, que se encontraba en antiguos catecismos de las Escuelas Pías. Esta «comunión espiritual» es la que recitó durante toda su vida y la que enseñó a quienes se dirigían con él y, más tarde, a los fieles del Opus Dei. Por fin, el día de san Jorge, el 23 de abril de 1912, recibió a Jesús Sacramentado por primera vez.
¿Qué diría a modo de resumen?
Con lo dicho hasta aquí, he hecho un espigueo, sin ánimo de ser exhaustivo, sobre la iniciación cristiana de San Josemaría. Como resumen, pienso que se puede decir que todas las acciones encaminadas a que una persona se forme como cristiano desde la infancia han de tener como objetivo que, poco a poco, ese niño, esa niña, ayudados sobre todo por sus padres, se acerquen a Jesucristo y actúen por sí mismos, con iniciativa propia, habiendo integrado todos esos principios y contenidos en su vida. Se puede decir que ese objetivo se cumplió plenamente en la iniciación cristiana de san Josemaría.
Entrevista a don Constantino Ánchel, Doctor en Teología.
Investigador del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá.
Universidad de Navarra.