Evangelio del día: La vid y los sarmientos

Evangelio del día: La vid y los sarmientos

Juan 15, 1-8. Quinto Domingo del Tiempo de Pascua. Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de él, porque sin él no podemos hacer nada

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 9, 26-31

Salmo: Sal 22(21), 26b-28.30-32

Segunda lectura: Epístola I de san Juan, 1 Jn 3, 18-24

Oración introductoria

Señor, Tú eres la vid que me sostiene, el dueño y guía de toda mi existencia. Sin Ti no puedo dar fruto. Poda todo aquello que estorbe mi crecimiento. Que esta oración me descubra lo que necesito purificar, mejorar y/o enmendar, para dar el fruto abundante que, con tu gracia, puedo dar.

Petición

Jesús, no permitas que me separe de Ti y me seque, porque entonces mi vida, no tendrá ningún sentido.

Meditación del Santo Padre Francisco

Hoy la Palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor ha elegido. Como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros, y así somos llamados a hacer nosotros, Pastores. También cuidar de la familia es una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios.

Pero para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesaria que esté nutrida por la Palabra de Dios. […] ¡Una Biblia en cada familia! ¡Una Biblia en cada familia! ‘Pero padre, nosotros tenemos dos, tenemos tres’. ‘Pero, ¿dónde las tenéis escondidas?’ La Biblia no es para ponerla en una estantería, sino para tenerla a mano, para leerla a menudo, cada día, ya sea de forma individual o juntos, marido y mujer, padres e hijos, quizá en la noche, especialmente el domingo. Así la familia crece, camina, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios».

Santo Padre Francisco

Ángelus del domingo, 5 de octubre de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

«Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador»» (Jn 15, 1). A menudo, en la Biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando es fiel a Dios; pero, si se aleja de él, se vuelve estéril, incapaz de producir el «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). La verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por la palabra del Maestro (cf. Jn 15, 2-4), si están profundamente unidos a él, se convierten en sarmientos fecundos que producen una cosecha abundante. San Francisco de Sales escribe: «La rama unida y articulada al tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida eterna» (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601).

En el día de nuestro Bautismo, la Iglesia nos injerta como sarmientos en el Misterio pascual de Jesús, en su propia Persona. De esta raíz recibimos la preciosa savia para participar en la vida divina. Como discípulos, también nosotros, con la ayuda de los pastores de la Iglesia, crecemos en la viña del Señor unidos por su amor. «Si el fruto que debemos producir es el amor, una condición previa es precisamente este «permanecer», que tiene que ver profundamente con esa fe que no se aparta del Señor» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 310). Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de él, porque sin él no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). En una carta escrita a Juan el Profeta, que vivió en el desierto de Gaza en el siglo V, un creyente hace la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y el no poder hacer nada sin Dios? Y el monje responde: Si el hombre inclina su corazón hacia el bien y pide ayuda de Dios, recibe la fuerza necesaria para llevar a cabo su obra. Por eso la libertad humana y el poder de Dios van juntos. Esto es posible porque el bien viene del Señor, pero se realiza gracias a sus fieles (cf. Ep 763: SC 468, París 2002, 206). El verdadero «permanecer» en Cristo garantiza la eficacia de la oración, como dice el beato cisterciense Guerrico d’Igny: «Oh Señor Jesús…, sin ti no podemos hacer nada, porque tú eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer con tu fuerza» (Sermo ad excitandam devotionem in psalmodia: SC 202, 1973, 522).

Queridos amigos, cada uno de nosotros es como un sarmiento, que sólo vive si hace crecer cada día con la oración, con la participación en los sacramentos y con la caridad, su unión con el Señor. Y quien ama a Jesús, la vid verdadera, produce frutos de fe para una abundante cosecha espiritual. Supliquemos a la Madre de Dios que permanezcamos firmemente injertados en Jesús y que toda nuestra acción tenga en él su principio y su realización.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Regina Caeli del domingo, 6 de mayo de 2012

Propósito

Confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida, el amor a Cristo y a su Iglesia.

Diálogo con Cristo

La Palabra de Dios es la verdad. «Pidan lo que quieran y se les concederá». Señor, ¿por qué conociendo tu Palabra no la hago vida? ¿Por qué mi meditación frecuentemente no es auténtica oración? Sin Ti, mi vida es incompleta, sin Ti, la vida no tiene un sentido pleno, sin Ti, no puedo dar fruto, por eso hoy te pido tu gracia para que mi oración me lleve a compartir con los demás la alegría de haberte encontrado.

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Evangelio del día: Orden de Predicadores

Evangelio del día: Fiesta de san José, obrero

Evangelio del día: Fiesta de san José, obrero

Mateo 13, 54-58. 1 de Mayo. Fiesta de san José, obrero. Jesús entra en nuestra historia, viene en medio de nosotros, naciendo de María por obra de Dios, pero con la presencia de san José, el padre legal que lo protege y le enseña también su trabajo. Jesús nace y vive en una familia, en la Sagrada Familia, aprendiendo de san José el oficio de carpintero, en el taller de Nazaret, compartiendo con él el trabajo, la fatiga, la satisfacción y también las dificultades de cada día.

En aquel tiempo, al llegar a su pueblo, Jesús se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados. «¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Entonces les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta a los Colosenses, Col 3, 14-15.17.23-24

Salmo: Sal (90)89, 2-16

Oración introductoria

Padre Bueno, gracias por cuidarme con tanto esmero. Hoy me acerco humildemente con esta oración para pedirte la fe que le otorgaste a san José para realizar tu voluntad.

Petición

Jesús, transforma mi vida, para que produzca los frutos para los cuales fue creada.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, 1 de mayo, celebramos a san José obrero y comenzamos el mes tradicionalmente dedicado a la Virgen. En este encuentro nuestro, quisiera detenerme, con dos breves pensamientos, en estas dos figuras tan importantes en la vida de Jesús, de la Iglesia y en nuestra vida: el primero sobre el trabajo, el segundo sobre la contemplación de Jesús.

En el evangelio de san Mateo, en uno de los momentos que Jesús regresa a su pueblo, a Nazaret, y habla en la sinagoga, se pone de relieve el estupor de sus conciudadanos por su sabiduría, y la pregunta que se plantean: «¿No es el hijo del carpintero?» (13, 55). Jesús entra en nuestra historia, viene en medio de nosotros, naciendo de María por obra de Dios, pero con la presencia de san José, el padre legal que lo protege y le enseña también su trabajo. Jesús nace y vive en una familia, en la Sagrada Familia, aprendiendo de san José el oficio de carpintero, en el taller de Nazaret, compartiendo con él el trabajo, la fatiga, la satisfacción y también las dificultades de cada día.

Esto nos remite a la dignidad y a la importancia del trabajo. El libro del Génesis narra que Dios creó al hombre y a la mujer confiándoles la tarea de llenar la tierra y dominarla, lo que no significa explotarla, sino cultivarla y protegerla, cuidar de ella con el propio trabajo (cf. Gn 1, 28; 2, 15). El trabajo forma parte del plan de amor de Dios; nosotros estamos llamados a cultivar y custodiar todos los bienes de la creación, y de este modo participamos en la obra de la creación. El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de una persona. El trabajo, por usar una imagen, nos «unge» de dignidad, nos colma de dignidad; nos hace semejantes a Dios, que trabajó y trabaja, actúa siempre (cf. Jn 5, 17); da la capacidad de mantenerse a sí mismo, a la propia familia, y contribuir al crecimiento de la propia nación. Aquí pienso en las dificultades que, en varios países, encuentra el mundo del trabajo y de la empresa; pienso en cuantos, y no sólo los jóvenes, están desempleados, muchas veces por causa de una concepción economicista de la sociedad, que busca el beneficio egoísta, al margen de los parámetros de la justicia social.

Deseo dirigir a todos la invitación a la solidaridad, y a los responsables de la cuestión pública el aliento a esforzarse por dar nuevo empuje a la ocupación; esto significa preocuparse por la dignidad de la persona; pero sobre todo quiero decir que no se pierda la esperanza. También san José tuvo momentos difíciles, pero nunca perdió la confianza y supo superarlos, en la certeza de que Dios no nos abandona. Y luego quisiera dirigirme en especial a vosotros muchachos y muchachas, a vosotros jóvenes: comprometeos en vuestro deber cotidiano, en el estudio, en el trabajo, en la relaciones de amistad, en la ayuda hacia los demás. Vuestro futuro depende también del modo en el que sepáis vivir estos preciosos años de la vida. No tengáis miedo al compromiso, al sacrificio, y no miréis con miedo el futuro; mantened viva la esperanza: siempre hay una luz en el horizonte.

Agrego una palabra sobre otra particular situación de trabajo que me preocupa: me refiero a lo que podríamos definir como el «trabajo esclavo», el trabajo que esclaviza. Cuántas personas, en todo el mundo, son víctimas de este tipo de esclavitud, en la que es la persona quien sirve al trabajo, mientras que debe ser el trabajo quien ofrezca un servicio a las personas para que tengan dignidad. Pido a los hermanos y hermanas en la fe y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad una decidida opción contra la trata de personas, en el seno de la cual se cuenta el «trabajo esclavo».

Santo Padre Francisco: Fiesta de san José Obrero

Audiencia General del miércoles, 1 de mayo de 2013

Propósito

Visitar al Santísimo, rezar un sincero acto de contrición y hacer propósito de enmienda.

Diálogo con Cristo

Señor, ayúdame a vivir de acuerdo a mi fe, a mi dignidad de hijo de Dios, llamado a la santidad.

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Sobre la fiesta de san José Obrero

La figura y la misión de san José


Santa Catalina de Siena, patrona de Europa

Santa Catalina de Siena, patrona de Europa

Catalina Benincasa nació en la ciudad de Siena, Italia, el 25 de marzo de 1347. Hija número 23 de Jacobo y Lapa Benincasa, desde niña se destacó por su inteligencia y religiosidad. Los biógrafos señalan que su primera visión, su voto de virginidad y el pueril intento de hacerse eremita los manifestó entre los 6 y 8 años.

Su madre se oponía a sus deseos de vida de piedad e intentó por todos los medios que elija la vida matrimonial. Aprovechando una enfermedad que le produce su paso de la niñez a la edad adulta, consigue que su madre realice las gestiones necesarias para que la admitan en la Tercera Orden de Penitencia de Santo Domingo. Las terciarias eran todas mayores o viudas. La admisión de Catalina, que en ese entonces tenía 16 años, fue una excepción.

A pesar de la fragilidad de su salud, su fisonomía y carácter estaban dotados de una vitalidad singular. Era una mujer corriente, como tantas otras. Poseía sin embargo algo de que muchas carecen: fuerza de voluntad y tenacidad para seguir el camino que se ha señalado. Con tesón y esfuerzo hizo caso a las inspiraciones de la gracia, que Dios concede en abundancia a todos los cristianos.

Catalina fue, por naturaleza, optimista. Habla más de los éxitos en la vida espiritual que de las derrotas, de los pecados. Si hace referencia a éstos, siempre los complementa con la siguiente reflexión «Por mucho que el hombre esté inclinado a pecar, está Dios mucho más inclinado a perdonar».

Supo armonizar su vida seglar y activa con largas horas de oración y como no siempre podía estar retirada en una habitación o celda, imaginó y logró llevar esa habitación y celda consigo, dentro de su corazón: no perdió el recogimiento interior y la intención de agradarle a Dios en medio de las gestiones que tuvo que llevar a cabo en el mundo.

Sin pretenderlo, a los 18 años Catalina comienza a convertirse en el centro de un grupo de personas que aspiran a una vida espiritual más intensa, sobre todo entre las terciarias. Sus dotes naturales, su espíritu dominicano y su deseo constante de entrega a Dios, además de sus gracias sobrenaturales, hace que todos se fijen más en su vida, que es de penitencia y de caridad con el prójimo.

Los dominicos de Siena también la adoptan como maestra espiritual. La conocen a través de su concuñado Fray Tomás Della Fonte, religioso del convento Santo Domingo de Siena, que vivió en la casa de Catalina tras la muerte de sus padres hasta su ingreso en la Orden Dominicana. Como sólo podía salir del convento con un acompañante, fue presentando sus hermanos de hábito a Catalina, como Fray Bartolomé Dominici y Fray Tomás de Nacci (Caffarini) que luego de conocerla se convierten en sus discípulos. Fray Tomás Della Fonte fue su confesor durante la mayor parte de su vida.



El radio de acción e influencia de este grupo en torno a Catalina va creciendo. Procura atender a todos lo que se acercan a ella en lo material y en lo moral. En su interior, prosigue su sencillez como una mujer corriente de su tiempo. En medio de una vida dura y difícil, por su salud y por su pobreza, su espíritu no se quebranta ni material ni moral ni espiritualmente.

Su influencia y su nombre van llenando la ciudad de Siena. Sin embargo, no todos están contentos con su aura popular. Los ayunos, éxtasis y otras manifestaciones no ordinarias que padecía eran discutidos y puestos en duda por muchos que pretendían desautorizarlas.

De todas formas, su fama se extiende a Pisa, Florencia, Milán, Lucca y otras ciudades de Italia.

Además de una gran labor social, desempeñó una importantísima actuación pública convirtiéndose en una heroica defensora del Papado durante el período de su sede en Avignon, interviniendo en las gestiones para que éste sea restituido a Roma. En 1378, medió en la paz entre Florencia y Gregorio XI, y preparó la adhesión de Nápoles a Urbano VI.

El socorro al prójimo, a la comunidad cristiana y a la jerarquía eclesiástica no brota de su corazón bondadoso, sino de su amor al Señor.3 En ese sentido, nos ha dejado un valioso legado espiritual a través de la correspondencia epistolar que mantuvo durante su vida. Sus escritos, dictados a sus discípulos porque no sabía escribir, son una muestra palpable de su reflexión. La primera carta que se conserva fue dirigida a Fray Tomás Della Fonte en 1368. En su libro «El Diálogo» expone la relación de Dios con el hombre. Asimismo, Santa Catalina desarrolla la doctrina del «puente»: Cristo como mediador entre Dios y los hombres.

Falleció en Roma el 29 de abril de 1380, a los 33 años de edad. Fue canonizada por Su Santidad el Papa Pío II en 1461 y su fiesta se celebra el 29 de abril. El 4 de octubre de 1970 es proclamada doctora de la Iglesia por Su Santidad el Papa Pablo VI, junto con Santa Teresa de Avila. Fueron las primeras mujeres proclamadas doctoras de la Iglesia. El arte la representa con la corona de espinas, la cruz y lirios.

La figura de Santa Catalina de Siena fue dada a conocer a los habitantes de Buenos Aires gracias a la celebración de la fiesta de la Santa que se realizaba todos los años en la iglesia que lleva su mismo nombre.

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José Salvador y Conde O.P., Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia. Madrid, 1999 (Págs. 18, 24 y 25).

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Fuente original: Santa Catalina, comunidad de la Iglesia de Buenos Aires (Argentina)

Evangelio del día: El Buen Pastor

Evangelio del día: El Buen Pastor

Juan 10, 11-18. Cuarto Domingo del Tiempo de Pascua. En este especial domingo de Pascua recemos por los pastores de la Iglesia, por todos los obispos, incluido el obispo de Roma, por todos los sacerdotes, por todos.

Dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye. y el lobo las arrebata y la dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 8-12

Salmo: Sal 118(117), 1.8-9.21-23.26.28.29

Segunda lectura: Epístola I de San Juan, 1 Jn 3, 1-2

Oración introductoria

Señor mío, vengo ante Ti porque quiero tener un momento de intimidad contigo. Soy esa oveja que pierde fácilmente el rumbo si no está en comunicación permanente con su pastor. En esta oración, con un acto libre de mi voluntad, quiero entregarme completamente a Ti, quiero ser parte de tu rebaño, muéstrame el camino a seguir.

Petición

¡Ven Espíritu Santo! Dame la docilidad de la oveja que nunca abandona a su pastor.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El evangelista Juan nos presenta, en este IV domingo del tiempo pascual, la imagen de Jesús Buen Pastor. Contemplando esta página del Evangelio, podemos comprender el tipo de relación que Jesús tenía con sus discípulos: una relación basada en la ternura, en el amor, en el conocimiento recíproco y en la promesa de un don inconmensurable: «Yo he venido —dice Jesús— para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Tal relación es el modelo de las relaciones entre los cristianos y de las relaciones humanas.

También hoy, como en tiempos de Jesús, muchos se proponen como «pastores» de nuestras existencias; pero sólo el Resucitado es el verdadero Pastor que nos da la vida en abundancia. Invito a todos a tener confianza en el Señor que nos guía. Pero no sólo nos guía: nos acompaña, camina con nosotros. Escuchemos su palabra con mente y corazón abiertos, para alimentar nuestra fe, iluminar nuestra conciencia y seguir las enseñanzas del Evangelio.

En este domingo recemos por los pastores de la Iglesia, por todos los obispos, incluido el obispo de Roma, por todos los sacerdotes, por todos. En particular, recemos por los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, a los que acabo de ordenar en la basílica de San Pedro. Un saludo a estos trece sacerdotes. Que el Señor nos ayude a nosotros, pastores, a ser siempre fieles al Maestro y guías sabios e iluminados del pueblo de Dios confiado a nosotros. También a vosotros, por favor, os pido que nos ayudéis: ayudarnos a ser buenos pastores. Una vez leí algo bellísimo sobre cómo el pueblo de Dios ayuda a los obispos y a los sacerdotes a ser buenos pastores. Es un escrito de san Cesáreo de Arlés, un Padre de los primeros siglos de la Iglesia. Explicaba cómo el pueblo de Dios debe ayudar al pastor, y ponía este ejemplo: cuando el ternerillo tiene hambre va donde la vaca, a su madre, para tomar la leche. Pero la vaca no se la da enseguida: parece que la conserva para ella. ¿Y qué hace el ternerillo? Llama con la nariz a la teta de la vaca, para que salga la leche. ¡Qué hermosa imagen! «Así vosotros —dice este santo— debéis ser con los pastores: llamar siempre a su puerta, a su corazón, para que os den la leche de la doctrina, la leche de la gracia, la leche de la guía». Y os pido, por favor, que importunéis a los pastores, que molestéis a los pastores, a todos nosotros pastores, para que os demos la leche de la gracia, de la doctrina y de la guía. ¡Importunar! Pensad en esa hermosa imagen del ternerillo, cómo importuna a su mamá para que le dé de comer.

A imitación de Jesús, todo pastor «a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo —el pastor debe ir a veces adelante—, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 13). ¡Ojalá que todos los pastores sean así! Pero vosotros importunad a los pastores, para que os den la guía de la doctrina y de la gracia.

Este domingo se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones. En el Mensaje de este año he recordado que «toda vocación (…) requiere siempre un éxodo de sí mismos para centrar la propia existencia en Cristo y en su Evangelio» (n. 2). Por eso la llamada a seguir a Jesús es al mismo tiempo entusiasmante y comprometedora. Para que se realice, siempre es necesario entablar una profunda amistad con el Señor a fin de poder vivir de Él y para Él.

Recemos para que también en este tiempo muchos jóvenes oigan la voz del Señor, que siempre corre el riesgo de ser sofocada por otras muchas voces. Recemos por los jóvenes: quizá aquí, en la plaza, haya alguno que oye esta voz del Señor que lo llama al sacerdocio; recemos por él, si está aquí, y por todos los jóvenes que son llamados.

Santo Padre Francisco

Regina Coeli del domingo, 11 de mayo de 2014

Propósito

Ante Cristo Eucaristía, ofrecerme como pobre instrumento para acercar a otros al Buen Pastor y pedir especialmente por los sacerdotes.

Diálogo con Cristo

El Señor es mi pastor, nada me falta. Qué verdad tan consoladora en este mundo individualista en donde nadie parece preocuparse por los demás. El pastor pide obediencia a sus ovejas y da la vida por ellas, por eso, permite, Padre mío, que sepa siempre responder a tu llamado y que sepa dar una dimensión sobrenatural a todos mis esfuerzos y actividades del día de hoy.

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Evangelio del día: Orden de Predicadores

Evangelio del dia: ¡Cristo ha resucitado!

Evangelio del dia: ¡Cristo ha resucitado!

Lucas 24, 35-48. Tercer Domingo del Tiempo de Pascua. Debemos superar «el miedo a la alegría» y pensar cuántas veces «no somos felices simplemente porque tenemos miedo».

[Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles] Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo». Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?». Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así esta escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 3, 13-15.17-19

Salmo: Sal 4, 2.4.7.9

Segunda lectura: Epístola I de San Juan, 1 Jn 2, 1-5a

Oración introductoria

Jesús, qué difícil es dejar a un lado las dudas, los temores, las inquietudes, para lograr el silencio interior necesario para escucharte en la oración. Por eso hoy, que me pongo ante tu presencia, confío en que me ayudarás a quitar todo lo que pueda ser factor de distracción. Tú mereces toda mi atención, agradecimiento y adoración.

Petición

Señor Resucitado, dame la gracia de tener un encuentro transformador contigo.

Meditación del Santo Padre Francisco

Hay muchos cristianos que tienen «miedo a la alegría». Cristianos «murciélagos», los definió «con un poco de humor» el Papa Francisco, que van con «cara de funeral», moviéndose en la sombra en lugar de dirigirse «a la luz de la presencia del Señor».

El hilo conductor de la meditación del [día de hoy] en la capilla de la Casa Santa Marta fue precisamente el contraste entre los sentimientos que experimentaron los Apóstoles después de la resurrección del Señor: por una parte, la alegría de saber que había resucitado, y, por otra, el miedo de verlo de nuevo en medio de ellos, de entrar en contacto real con su misterio viviente. Inspirándose en san Lucas (24, 35-48) propuesto por la liturgia, el Papa recordó, en efecto, que «la tarde de la resurrección los discípulos estaban contando lo que habían visto»: los dos discípulos de Emaús hablaban de su encuentro con Jesús durante el camino, y así también Pedro. En resumen, «todos estaban contentos porque el Señor había resucitado: estaban seguros de que el Señor había resucitado». Pero precisamente «estaban hablando de estas cosas», relata el Evangelio, «cuando se presenta Jesús en medio de ellos» y les dice: «Paz a vosotros».

En ese momento, observó el Papa, sucedió algo diferente de la paz. En efecto, el Evangelio describe a los apóstoles «aterrorizados y llenos de miedo». No «sabían qué hacer y creían ver un fantasma». Así, prosiguió el Papa, «todo el problema de Jesús era decirles: Pero mirad, no soy un fantasma; palpadme, ¡mirad mis heridas!».

Se lee además en el texto: «Como no acababan de creer por la alegría…». Este es el punto focal: los discípulos «no podían creer porque tenían miedo a la alegría». En efecto, Jesús «los llevaba a la alegría: la alegría de la resurrección, la alegría de su presencia en medio de ellos». Pero precisamente esta alegría se convirtió para ellos en «un problema para creer: por la alegría no creían y estaban atónitos».

En resumen, los discípulos «preferían pensar que Jesús era una idea, un fantasma, pero no la realidad».

«El miedo a la alegría es una enfermedad del cristiano». También nosotros, explicó el Pontífice, «tenemos miedo a la alegría», y nos decimos a nosotros mismos que «es mejor pensar: sí, Dios existe, pero está allá, Jesús ha resucitado, ¡está allá!». Como si dijéramos: «Mantengamos las distancias». Y así «tenemos miedo a la cercanía de Jesús, porque esto nos da alegría».

Esta actitud explica también por qué hay «tantos cristianos de funeral», cuya «vida parece un funeral permanente». Cristianos que «prefieren la tristeza a la alegría; se mueven mejor en la sombra que en la luz de la alegría». Precisamente «como esos animales —especificó el Papa— que logran salir solamente de noche, pero que a la luz del día no ven nada. ¡Como los murciélagos! Y con sentido del humor diríamos que son «cristianos murciélagos», que prefieren la sombra a la luz de la presencia del Señor».

En cambio, «muchas veces nos sobresaltamos cuando nos llega esta alegría o estamos llenos de miedo; o creemos ver un fantasma o pensamos que Jesús es un modo de obrar». Hasta tal punto que nos decimos a nosotros mismos: «Pero nosotros somos cristianos, ¡y debemos actuar así!». E importa muy poco que Jesús no esté. Más bien, habría que preguntar: «Pero, ¿tú hablas con Jesús? ¿Le dices: Jesús, creo que estás vivo, que has resucitado, que estás cerca de mí, que no me abandonas?». Este es el «diálogo con Jesús», propio de la vida cristiana, animado por la certeza de que «Jesús está siempre con nosotros, está siempre con nuestros problemas, con nuestras dificultades y con nuestras obras buenas».

Por eso, reafirmó el Pontífice, es necesario superar «el miedo a la alegría» y pensar en cuántas veces «no somos felices porque tenemos miedo». Como los discípulos que, explicó el Papa, «habían sido derrotados» por el misterio de la cruz. De ahí su miedo. «Y en mi tierra —añadió— hay un dicho que dice así: el que se quema con leche, ve una vaca y llora». Y así los discípulos, «quemados con el drama de la cruz, dijeron: no, ¡detengámonos aquí! Él está en el cielo, está muy bien así, ha resucitado, pero que no venga otra vez aquí, ¡porque ya no podemos más!».

El Papa Francisco concluyó su meditación invocando al Señor para que «haga con todos nosotros lo que hizo con los discípulos, que tenían miedo a la alegría: abrir nuestra mente». En efecto, se lee en el Evangelio: «Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras». Así pues, el Papa deseó «que el Señor abra nuestra mente y nos haga comprender que Él es una realidad viva, que tiene cuerpo, está con nosotros y nos acompaña, que ha vencido: pidamos al Señor la gracia de no tener miedo a la alegría».

Santo Padre Francisco: Ningún miedo a la alegría

Meditación del jueves, 24 de abril de 2014

Propósito

A lo largo del día, a través de jaculatorias y oraciones expresar mi gratitud y confianza en Dios.

Diálogo con Cristo

Cristo venciste a la muerte para siempre y con tu resurrección nos has traído la paz, la alegría, el gozo, la vida eterna. Éste es el mensaje del Evangelio de hoy y de todo el período pascual: ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

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Evangelio del día: Orden de Predicadores

«Mi último día», corto de anime sobre la Pasión del Señor

«Mi último día», corto de anime sobre la Pasión del Señor

My Last Day, «Mi último día», es un corto animado del 2011, basado en las peliculas La vida pública de Jesús de 1979 y La pasión de Cristo de 2004. Dirigido y escrito por Barry Cook (director y guionista de la producción de Disney Mulán), y animado por el estudio japonés Studio 4ºC, cuenta una historia con la crucifixión de Jesucristo desde la perspectiva de uno de los ladrones que también fueron crucificados a su lado.

Tiene imágenes bastante fuertes, pero es muy aconsejable para que los jóvenes aprecien la dureza de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, que culmina con la Resurrección.

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La Semana Santa en dibujos animados

La Semana Santa en dibujos animados

Os ofrecemos una serie de películas de animación en las que se relatan los acontecimientos narrados por los evangelios desde la entrada triunfal de  Jesús en Jerusalén hasta su muerte y Resurrección.

Estas películas son estrictamente católicas, por lo que pueden usarse, con toda confianza, para que los más pequeños conozcan lo que celebramos durante la Semana Santa y la Pascua.

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Domingo de Ramos

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Jueves Santo

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Viernes Santo

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Sábado Santo y Domingo de Resurrección

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La vida de Jesús en dibujos animados

«Jesús, Vivió Entre Nosotros», es un recuento animado de la vida de Jesucristo, visto a través de los ojos del último discípulo sobreviviente, el apóstol Juan. La historia comienza con el apóstol Juan tomado preso, a causa del evangelio, quien con valor testifica de Jesús a los soldados romanos que lo mantienen cautivo. Al pedirle razón de su fe, Juan, ya anciano, narra su experiencia de primera mano al ser uno de los discípulos de Jesús y ser testigo de sus milagros, sus sorprendentes enseñanzas y su gran valentía. En esta producción de «La Voz de los Mártires», descubrirán el poder y amor de Jesucristo y comprenderán porqué sus seguidores lo arriesgaban todo por predicar el Evangelio de Salvación. «Jesús Vivió Entre Nosotros», es una herramienta muy útil para que los padres puedan presentar de forma entretenida a sus hijos el mensaje contenido en los Evangelios, para ayudarles comprender el valor de la fe cristiana, así como inspirarlos a seguir los pasos de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien vino a vivir entre nosotros.

Duración: 90 minutos.

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Jesús (película de no animación, subtitulada para sordos)

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Homilía del Papa Francisco en la Misa de Domingo de Ramos 2015

Homilía del Papa Francisco en la Misa de Domingo de Ramos 2015

En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: «Se humilló a sí mismo» (2, 8). La humillación de Jesús.

Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que debe ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.

Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo la historia del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.

En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será «santa» también para nosotros.

Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la «roca» de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.

Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.

Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la «condición de siervo» (Flp 2, 7). En efecto, «humildad quiere decir también servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, «despojándose», como dice la Escritura (v. 7). Esta – este vaciarse – es la humillación más grande.

Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito… Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.

En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, un sin techo…

Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy – hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar en verdad de «una nube de testigos»: los mártires de hoy (cf. Hb 12, 1).

Durante esta Semana Santa, pongámonos también nosotros en este camino de la humildad, con tanto amor a Él, a nuestro Señor y Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también nosotros (cf. Jn 12, 26).

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Evangelio del día: El misterio del trigo podrido

Evangelio del día: El misterio del trigo podrido

Juan 12, 20-33. Quinto Domingo del Tiempo de Cuaresma. El camino cristiano es éste: hay que «morir» en la humildad y en el servicio para dar fruto.

Entre los que había subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora? ¡Sí, para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!». Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar». La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel». Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 31, 31-34

Salmo: Sal 51(50), 3-4.12-15

Segunda lectura: Carta a los Hebreos, Heb 5, 7-9

Oración introductoria

Señor, permite que esta oración me dé la luz y fortaleza para lograr desprenderme de todo lo que me pueda apartar de cumplir tu voluntad. Dame la gracia de responderte sin temor.

Petición

Señor, quiero ser esa semilla que muere a sí mismo para producir el fruto que Tú tienes dispuesto.

Meditación del Santo Padre Francisco

[Queridos hermanos y hermanas:]

Asumir un estilo de vida cristiano significa, pues, «tomar la cruz con Jesús e ir adelante». Cristo mismo nos mostró este estilo negándose a sí mismo. Él, aun siendo igual a Dios —observó el Pontífice—, no se glorió de ello, no lo consideró «un bien irrenunciable, sino que se humilló a sí mismo» y se hizo «siervo por todos nosotros».

Este es el estilo de vida que «nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino que lleva a negarse a sí mismo está hecho para dar vida; es lo contrario del camino del egoísmo», es decir, «el que lleva a sentir apego a todos los bienes solo para sí». En cambio, este es un camino «abierto a los demás, porque es el mismo que recorrió Jesús». Por lo tanto, es un camino «de negación de sí para dar vida. El estilo cristiano está precisamente en este estilo de humildad, de docilidad, de mansedumbre. Quien quiera salvar su vida, la perderá. En el Evangelio, Jesús repite esta idea. Recordad cuando habla del grano de trigo: si esta semilla no muere, no puede dar fruto» (cf. Jn 12, 24).

Se trata de un camino que hay que recorrer «con alegría, porque —explicó el Papa— Él mismo nos da la alegría. Seguir a Jesús es alegría». Pero es necesario seguirlo con su estilo –insistió–, «y no con el estilo del mundo», haciendo lo que cada uno puede: lo que importa es hacerlo «para dar vida a los demás, no para dar vida a uno mismo. Es el espíritu de generosidad». Entonces, el camino a seguir es éste: «Humildad, servicio, ningún egoísmo, sin sentirse importante o adelantarse a los demás como una persona importante. ¡Soy cristiano…!». Con este propósito, el Papa Francisco citó la imitación de Cristo, subrayando que «nos da un consejo bellísimo: ama nesciri et pro nihilo reputari, «ama pasar desapercibido y ser considerado una nulidad»». Es la humildad cristiana. Es lo que Jesús hizo antes».

«Pensemos en Jesús que está delante de nosotros —prosiguió—, que nos guía por ese camino. Ésta es nuestra alegría y ésta es nuestra fecundidad: ir con Jesús. Otras alegrías no son fecundas, piensan solamente, como dice el Señor, en ganar el mundo entero, pero al final se pierde y se arruina a sí mismo».

Por eso […] pidamos al Señor que nos enseñe este estilo cristiano de servicio, de alegría, de negación de nosotros mismos y de fecundidad con Él, como Él la quiere».

Santo Padre Francisco: El estilo cristiano

Meditación del jueves, 6 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En el pasaje evangélico de hoy, san Juan refiere un episodio que aconteció en la última fase de la vida pública de Cristo, en la inminencia de la Pascua judía, que sería su Pascua de muerte y resurrección. Narra el evangelista que, mientras se encontraba en Jerusalén, algunos griegos, prosélitos del judaísmo, por curiosidad y atraídos por lo que Jesús estaba haciendo, se acercaron a Felipe, uno de los Doce, que tenía un nombre griego y procedía de Galilea. «Señor —le dijeron—, queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Felipe, a su vez, llamó a Andrés, uno de los primeros apóstoles, muy cercano al Señor, y que también tenía un nombre griego; y ambos «fueron a decírselo a Jesús» (Jn 12, 22).

En la petición de estos griegos anónimos podemos descubrir la sed de ver y conocer a Cristo que experimenta el corazón de todo hombre. Y la respuesta de Jesús nos orienta al misterio de la Pascua, manifestación gloriosa de su misión salvífica. «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12, 23). Sí, está a punto de llegar la hora de la glorificación del Hijo del hombre, pero esto conllevará el paso doloroso por la pasión y la muerte en cruz. De hecho, sólo así se realizará el plan divino de la salvación, que es para todos, judíos y paganos, pues todos están invitados a formar parte del único pueblo de la alianza nueva y definitiva.

A esta luz comprendemos también la solemne proclamación con la que se concluye el pasaje evangélico: «Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32), así como el comentario del Evangelista: «Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12, 33). La cruz: la altura del amor es la altura de Jesús, y a esta altura nos atrae a todos.

Muy oportunamente la liturgia nos hace meditar este texto del evangelio de san Juan en este quinto domingo de Cuaresma, mientras se acercan los días de la Pasión del Señor, en la que nos sumergiremos espiritualmente desde el próximo domingo, llamado precisamente domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. Es como si la Iglesia nos estimulara a compartir el estado de ánimo de Jesús, queriéndonos preparar para revivir el misterio de su crucifixión, muerte y resurrección, no como espectadores extraños, sino como protagonistas juntamente con él, implicados en su misterio de cruz y resurrección. De hecho, donde está Cristo, allí deben encontrarse también sus discípulos, que están llamados a seguirlo, a solidarizarse con él en el momento del combate, para ser asimismo partícipes de su victoria.

El Señor mismo nos explica cómo podemos asociarnos a su misión. Hablando de su muerte gloriosa ya cercana, utiliza una imagen sencilla y a la vez sugestiva: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Se compara a sí mismo con un «grano de trigo deshecho, para dar a todos mucho fruto», como dice de forma eficaz san Atanasio. Y sólo mediante la muerte, mediante la cruz, Cristo da mucho fruto para todos los siglos. De hecho, no bastaba que el Hijo de Dios se hubiera encarnado. Para llevar a cabo el plan divino de la salvación universal era necesario que muriera y fuera sepultado: sólo así toda la realidad humana sería aceptada y, mediante su muerte y resurrección, se haría manifiesto el triunfo de la Vida, el triunfo del Amor; así se demostraría que el amor es más fuerte que la muerte.

Con todo, el hombre Jesús, que era un hombre verdadero, con nuestros mismos sentimientos, sentía el peso de la prueba y la amarga tristeza por el trágico fin que le esperaba. Precisamente por ser hombre-Dios, experimentaba con mayor fuerza el terror frente al abismo del pecado humano y a cuanto hay de sucio en la humanidad, que él debía llevar consigo y consumar en el fuego de su amor. Todo esto él lo debía llevar consigo y transformar en su amor. «Ahora —confiesa— mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora?» (Jn 12, 27). Le asalta la tentación de pedir: «Sálvame, no permitas la cruz, dame la vida». En esta apremiante invocación percibimos una anticipación de la conmovedora oración de Getsemaní, cuando, al experimentar el drama de la soledad y el miedo, implorará al Padre que aleje de él el cáliz de la pasión.

Sin embargo, al mismo tiempo, mantiene su adhesión filial al plan divino, porque sabe que precisamente para eso ha llegado a esta hora, y con confianza ora: «Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12, 28). Con esto quiere decir: «Acepto la cruz», en la que se glorifica el nombre de Dios, es decir, la grandeza de su amor. También aquí Jesús anticipa las palabras del Monte de los Olivos: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42). Transforma su voluntad humana y la identifica con la de Dios. Este es el gran acontecimiento del Monte de los Olivos, el itinerario que deberíamos seguir fundamentalmente en todas nuestras oraciones: transformar, dejar que la gracia transforme nuestra voluntad egoísta y la impulse a uniformarse a la voluntad divina.

Los mismos sentimientos afloran en el pasaje de la carta a los Hebreos que se ha proclamado en la segunda lectura. Postrado por una angustia extrema a causa de la muerte que se cierne sobre él, Jesús ofrece a Dios ruegos y súplicas «con poderoso clamor y lágrimas» (Hb 5, 7). Invoca ayuda de Aquel que puede liberarlo, pero abandonándose siempre en las manos del Padre. Y precisamente por esta filial confianza en Dios —nota el autor— fue escuchado, en el sentido de que resucitó, recibió la vida nueva y definitiva. La carta a los Hebreos nos da a entender que estas insistentes oraciones de Jesús, con clamor y lágrimas, eran el verdadero acto del sumo sacerdote, con el que se ofrecía a sí mismo y a la humanidad al Padre, transformando así el mundo.

Queridos hermanos y hermanas, este es el camino exigente de la cruz que Jesús indica a todos sus discípulos. En diversas ocasiones dijo: «Si alguno me quiere servir, sígame». No hay alternativa para el cristiano que quiera realizar su vocación. Es la «ley» de la cruz descrita con la imagen del grano de trigo que muere para germinar a una nueva vida; es la «lógica» de la cruz de la que nos habla también el pasaje evangélico de hoy: «El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). «Odiar» la propia vida es una expresión semítica fuerte y encierra una paradoja; subraya muy bien la totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra. No existe otro camino para experimentar la alegría y la verdadera fecundidad del Amor: el camino de darse, entregarse, perderse para encontrarse.

Queridos amigos, la invitación de Jesús resuena de forma muy elocuente en la celebración de hoy en vuestra parroquia, pues está dedicada al Santo Rostro de Jesús: el Rostro que «algunos griegos», de los que habla el evangelio, deseaban ver; el Rostro que en los próximos días de la Pasión contemplaremos desfigurado a causa de los pecados, la indiferencia y la ingratitud de los hombres; el Rostro radiante de luz y resplandeciente de gloria, que brillará en el alba del día de Pascua.

Mantengamos fijos el corazón y la mente en el Rostro de Cristo, queridos fieles, a quienes saludo con afecto, comenzando por vuestro párroco, don Luigi Coluzzi, a quien expreso mi agradecimiento por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos. Gracias por vuestra cordial acogida: me alegra de verdad encontrarme entre vosotros con ocasión del tercer aniversario de la dedicación de vuestra iglesia y os saludo a todos con afecto. Dirijo un saludo especial al cardenal vicario, así como al cardenal Fiorenzo Angelini, que contribuyó a la realización de este nuevo complejo parroquial, al obispo auxiliar del sector, al obispo monseñor Marcello Costalunga y a los demás prelados presentes, a los sacerdotes colaboradores parroquiales, a las beneméritas religiosas de la congregación de las Hijas Pobres de la Visitación, que precisamente frente a esta hermosa iglesia atienden a los huéspedes en su residencia de ancianos. Saludo a los catequistas, al consejo y a los agentes pastorales, así como a todos los que colaboran en la vida de la parroquia. Saludo a los niños, a los jóvenes y a las familias. De buen grado extiendo mi saludo a los habitantes de la Magliana, en particular a los ancianos, a los enfermos, a las personas solas y a las que atraviesan dificultades. Por todos y cada uno pido en esta santa misa.

Queridos hermanos y hermanas, dejaos iluminar por el esplendor del Rostro de Cristo, y vuestra joven comunidad —que ya puede gozar de un nuevo complejo parroquial, moderno en su estructura y funcional— caminará unida en el compromiso común de anunciar y testimoniar el Evangelio en este barrio. Sé cuánto esmero ponéis en la formación litúrgica, valorando todos los recursos de vuestra comunidad: los lectores, el coro y las personas que se dedican a la animación de las celebraciones. Es importante que la oración, tanto personal como litúrgica, ocupe siempre el primer lugar en nuestra vida. Sé con cuánto empeño os dedicáis a la catequesis, para que responda a las expectativas de los muchachos, tanto de los que se preparan para recibir los sacramentos de la primera Comunión y la Confirmación, como de los que frecuentan el Oratorio. Asimismo, os preocupáis de impartir una catequesis adaptada a los padres de familia, a los que invitáis a seguir un itinerario de formación cristiana juntamente con sus hijos. Así queréis ayudar a las familias a vivir juntas las citas sacramentales educando y educándose en la fe «en familia», que debe ser la primera y natural «escuela» de vida cristiana para todos sus miembros.

Me alegro con vosotros porque vuestra parroquia es abierta y acogedora, y está animada y vivificada por un amor sincero a Dios y a todos los hermanos, a imitación de san Maximiliano María Kolbe, al que estaba dedicada inicialmente. En Auschwitz, con valentía heroica, se sacrificó a sí mismo para salvar la vida de otra persona. En nuestro tiempo, marcado por una crisis social y económica general, es muy loable el esfuerzo que estáis llevando a cabo, sobre todo mediante la Cáritas parroquial y el grupo de San Egidio, para salir al encuentro, en la medida de las posibilidades, de las expectativas de los más pobres y necesitados.

A vosotros, queridos jóvenes, quiero dirigiros en particular unas palabras de aliento: dejaos atraer por la fascinación de Cristo. Contemplando su Rostro con los ojos de la fe, pedidle: «Jesús, ¿qué quieres que haga yo contigo y por ti?». Luego, permaneced a la escucha y, guiados por su Espíritu, cumplid el plan que él tiene para cada uno de vosotros. Preparaos seriamente para construir familias unidas y fieles al Evangelio, y para ser sus testigos en la sociedad. Y si él os llama, estad dispuestos a dedicar totalmente vuestra vida a su servicio en la Iglesia como sacerdotes o como religiosos y religiosas. Yo os aseguro mi oración; en particular, os espero el jueves próximo en la basílica de San Pedro para prepararnos a la Jornada mundial de la juventud, que, como sabéis, este año se celebra a nivel diocesano el domingo próximo. Juntos recordaremos a mi querido y venerado predecesor Juan Pablo II en el cuarto aniversario de su muerte. En muchas circunstancias él animó a los jóvenes a encontrarse con Cristo y a seguirlo con entusiasmo y generosidad.

Queridos hermanos y hermanas de esta comunidad parroquial, el amor infinito de Cristo que brilla en su Rostro resplandezca en todas vuestras actitudes, y se convierta en vuestra «cotidianidad». Como exhortaba san Agustín en una homilía pascual, «Cristo padeció; muramos al pecado. Cristo resucitó; vivamos para Dios. Cristo pasó de este mundo al Padre; que no se apegue aquí nuestro corazón, sino que lo siga en las cosas de arriba. Nuestro jefe fue colgado de un madero; crucifiquemos la concupiscencia de la carne. Yació en el sepulcro; sepultados con él, olvidemos las cosas pasadas. Está sentado en el cielo; traslademos nuestros deseos a las cosas supremas» (Discurso 229, D, 1).

Animados por esta convicción, prosigamos la celebración eucarística, invocando la intercesión maternal de María para que nuestra vida sea un reflejo de la de Cristo. Oremos para que todos aquellos con quienes nos encontremos perciban siempre en nuestros gestos y en nuestras palabras la bondad pacificadora y consoladora de su Rostro. Amén.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía del V Domingo de Cuaresma, 29 de marzo de 2009

Propósito

Rezar en familia el Vía Crucis (antes o después de la Santa Misa).

Diálogo con Cristo

Jesús, dame un amor tan grande a la Iglesia y a tu Reino, que me exija la generosidad y la abnegación necesarias para entregarme a la misión que me has encomendado. Que comprenda la urgencia de poner mi vida, mi tiempo y mis haberes, a disposición de la extensión de tu Reino.

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