«Al que viola las leyes naturales, solamente Dios puede perdonarlo verdaderamente; el hombre perdona a veces; la naturaleza no perdona jamás: ella no es una persona»
Jérôme Lejeune
Corría el 26 de junio de 1926 en el pueblo Montrouge de Francia, cuando nació Jérôme Jean Louis Marie Lejeune. Es llamado el padre de la genética moderna, por el asombroso descubrimiento que hizo sobre el Síndrome de Down. El había asistido a un congreso científico, donde Albert Levan había expuesto el número de cromosomas que tenía el ser humano. Reflexionando sobre el tema, Lejeune hizo una biopsia a uno de sus pacientes con síndrome de Down usando un equipo prestado y descubrió que en el cromosoma 21 estas personas presentan tres en lugar de dos cromosomas, lo que se llama trisomía. También diagnosticó el primer caso del síndrome Cri du Chat.
En 1962 fue designado como experto en genética humana en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y en 1964 fue nombrado Director del Centro nacional de Investigaciones Científicas de Francia y en el mismo año se crea para él en la Facultad de Medicina de la Sorbona la primera cátedra de Genética fundamental. Se transformó así en candidato número uno al Premio Nobel.
Aunque sus aportaciones como científico fueron enormes, lo que más llama la atención es su calidad como ser humano. Es de todos conocido, que Jerome Lejeune estaba postulado para ser Premio Nobel, pero tenía que abandonar su línea pro vida y anti aborto… Esto significaba que no debía oponerse al proyecto de ley de aborto eugenésico de Francia. A pesar de esto se opuso y fue mas allá pues llevó la causa pro vida a las Naciones Unidas. Se refirió a la Organización Mundial de la Salud diciendo: “he aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte”. Esa misma tarde escribe a su mujer y a su hija diciendo: “Hoy me he jugado mi Premio Nobel”. Y así fue, cayó en desgracia ante el mundo y la comunidad científica y el premio no le fue concebido. Fue acusado de querer imponer su fe católica en el ámbito de la ciencia. No faltaron miembros de la Iglesia que lo rechazaran. Le cortaron los fondos para sus investigaciones. De repente se convirtió en un rechazado.
El fundamento de la defensa que dio sobre la vida es que desde la fecundación, con a penas 1.5 mm de tamaño, ya existe un ser humano. “Cada uno de nosotros tiene un momento preciso en que comenzamos. Es el momento en que toda la necesaria y suficiente información genética es recogida dentro de una célula, el huevo fertilizado y este momento es el momento de la fertilización. Sabemos que esta información esta escrita en un tipo de cinta a la que llamamos DNA… La vida esta escrita en un lenguaje fantásticamente miniaturizado” Por ello, también se opuso férreamente al término que muchos pro abortistas comenzaron a utilizar: pre embrión.
Horas antes de que Juan Pablo II sufriera el atentado que casi lo mata en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981, se había reunido Jerome con el para discutir asuntos de genética y la ética. Era amigo personal del difunto Papa.
Como parte de su legado, creó una fundación para tratar el Síndrome de Down y otras alteraciones genéticas mentales que ha atendido a miles de personas con esta alteración, dándoles tratamiento físico y psicológico, orientándolos para tener una calidad de vida mayor y para que aprovechen las capacidades que SI tienen. Por otro lado, su función de investigación para avanzar en temas de alteraciones genéticas es reconocida a nivel internacional. Asi que por un lado el tratar y convivir con pacientes y por otro investigar sobre las enfermedades que sufren resulta ser una sinergia explosiva y de gran utilidad. Su reto es que algún dia pueda ser curable la trisomía o Síndrome de Down: “Encontraremos una solución, es imposible no encontrar una. El esfuerzo intelectual necesario es mucho menor que el requerido para llevar al hombre a la luna”.
Juan Pablo II reconoció la excelencia del Dr. Lejeune nombrándolo Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, el 26 de febrero de 1994, pero murió el 3 de abril del mismo año, un Domingo de Pascua. Con motivo de su muerte, Juan Pablo II escribió al Cardenal Lustinger de Paris diciendo: “En su condición de científico y biólogo era una apasionado de la vida. Llegó a ser el más grande defensor de la vida, especialmente de la vida de los por nacer, tan amenazada en la sociedad contemporánea, de modo que se puede pensar en que es una amenaza programada. Lejeune asumió plenamente la particular responsabilidad del científico, dispuesto a ser signo de contradicción, sin hacer caso a las presiones de la sociedad permisiva y al ostracismo del que era víctima”.
Con base en estos hechos contundentes de su vida, en la XIII Asamblea General de la Pontificia Academia para la vida que se llevó a cabo el 25 de febrero pasado, se anunció la apertura de la causa de beatificación de Jerome Lejeune. Es muy significativo, que el proceso comience justo en plena campaña electoral francesa, dado el empeño del Papa Benedicto XVI de recristianizar Europa, es congruente al proponer como modelo de vida a Francia y a Europa entera a un europeo destacado, renombrado y modelo de cristiano y de laico.
En estos días en que se está viviendo con particular intensidad el debate sobre el tema de la vida, es importante recordar a quien fue el padre de la genética y uno de los grandes científicos del Siglo XX. Hoy sus palabras, su contundencia al demostrar que existe vida humana en el preciso momento de la concepción deben alumbrar el camino para tomar la mejor decisión en torno a la legislación en cualquier nación.
Que no quede duda, el padre de la genética afirma contundente e inequívocamente dadas las evidencias, que abortar es quitarle la vida a un ser humano, dicho en palabras más claras, es matar. Éticamente es lo mismo matar a un ser humano de 1 dia, de 5 años o de 99 años… es una VIDA HUMANA.
Recuerdos del científico Jérôme Lejeune, defensor de la vida
Vídeo del programa Compromiso del Laico, que incluye una entrevista con la Lic. Mónica del Río, en la que rememora la vida del ya Venerable Jérôme Lejeune.
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Vídeos con apuntes de su vida
En cada uno de estos dos vídeos se presenta un resumen de la persona y vida de este gran científico.
Biografías cinematográficas de san Martín de Porres, el «frailecillo» que afirmo «Todo el que se humilla será enaltecido» y así vivió su vida: humillándose por ser mulato, humillándose ante Dios y sirviendo al prójimo.
Nació en la ciudad de Lima, Perú, el día 9 de diciembre del año 1579. Fue hijo de Juan de Porres, caballero español de la Orden de Calatrava, y de Ana Velásquez, negra libre panameña. Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera.
Son misteriosos los caminos del Señor: no fue sino un santo quien lo confirmó en la fe de sus padres. Fue Santo Toribio de Mogrovejo, primer arzobispo de Lima, quien hizo descender el Espíritu sobre su moreno corazón, corazón que el Señor fue haciendo manso y humilde como el de su Madre.
A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista. La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima.
Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario.
Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida.
San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: «Pasar desapercibido y ser el último». Su anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será, con la cruz, la gran compañera de su vida.
Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día cortaba el pelo a un estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray Martín, no duda en insultarlo: ¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa.
San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no veía a su padre, éste lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial, éste y el Consejo Conventual deciden que Fray Martín se convierta en hermano cooperador.
El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: «Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor». La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: «No hay gusto mayor que dar a los pobres».
Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una finca de ella, daba cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros, gatos y ratones.
Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al mulato a su Reconciliador.
Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa, por lo que el Superior le prohíbe realizar nada extraordinario sin su consentimiento. Un día, cuando regresaba al Convento, un albañil le grita al caer del andamio; el Santo le hace señas y corre a pedir permiso al superior, éste y el interesado quedan cautivados por su docilidad.
Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639.
Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres. Todos se disputaban por conseguir alguna reliquia. Toda la ciudad le dio el último adiós.
Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró Beato en 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de «Martín de la caridad».
Una biografía más extensa la puedes leer en este enlace.
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Películas sobre su vida
Fray Escoba (España, 1961)
Fray Escoba es una de la excelentes películas que sobre el género religioso se han hecho en España y más allá, tan impactante como la danesa Ordet (Carl Theodor Dreyer, 1954) o la norteamericana The Reluctant Saint (Edward Dmytryk 1962), pero simplemente porque las producciones españolas a penas tenían resonancia en el extranjero en dichas décadas, este film de Ramón Torrado no es considerado de la misma manera que las ya citadas o incluso otras de peor calidad ensalzadas en otros países; además por el hecho de ser un producto de origen español y porque muchos españoles que se la dan de «progresistas» en el sentido en que «tachan el factor religioso como un anacronismo ya superado», la desprecian o no mientan como si fuese una obra insignificante. Pero, por suerte o por desgracia «Fray Escoba», de Ramón Torrado, es una meritoria película con todas las letras de la palabra excelente, con la E, X, C, E, L, E, N, T y E.
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Un mulato llamado Martín (Perú, 1974)
A diferencia de Fray escoba, Un mulato llamado Martín nos ofrece mayores detalles que, aunque no son necesariamente todos hechos históricamente probados, sí dejan ver más la caridad en el corazón del personaje. Por ejemplo se le ve a Martín practicando la caridad con un indigena a quien encontró en la plaza con su hijo enfermo. Se trata del indio Tupac, a quien sin pensarlo dos veces, Martín le regala la camisa que su padre le acababa de traer de Guayaquil. También, más adelante se nos presenta otro personaje llamado Balú, un insurgente de esclavos que tomo el camino de la delincuencia y la violencia y a quién Martín sabrá alcanzar de modo muy misterioso.
Una mañana muy de mañana, el ángel vigilante nocturno del paraíso se presentó delante del trono de Dios y pidió permiso para hablar.
—¿Ocurre alguna novedad? —le dijo el Altísimo.
—Señor, contestó el ángel, un grupo de santos se ha levantado iracundo de sus tronos, ha arrojado violentamente la corona que llevaban en la cabeza y, en actitud de protesta, se han ido al confín del paraíso.
—¿De qué protestan?
—Dicen que un alma santa se la ha sepultado en el infierno.
—Veamos, dijo el Señor.
Se levantó el Señor y, precedido del ángel, cruzó, con asombro de los bienaventurados, todas las estancias celestiales hasta llegar al confín del cielo, desde cuyo brocal se atisbaba, en el fondo tenebroso el lugar horrible donde sufren eternamente los condenados. Junto al brocal estaban los santos en actitud de protesta y rebeldía. Preguntó el Señor la causa de su conducta. Por todos habló uno, repitiendo exactamente las palabras del ángel.
—Bien —dijo el Señor, por una vez hagamos una excepción.
El Señor dio orden al ángel de que bajara al infierno y rescatara al «alma santa». Se lanzó el ángel al abismo, abrió sus alas y fue descendiento lenta y majestuosamente. A medida que descendía se iluminaban las regiones oscuras. Por fin se llegó a ver claramente el fondo mismo de la sima donde los proscritos se agitaban entre dolores horrendos.
Al ver el ángel, comprendieron que se trataba de rescatar a alguno, y todos pugnaban por ser los afortunados.
Planeó el ángel sobre aquel agitado e inmenso mar de cabezas hasta que descubrió la persona que buscaba. Con rápido movimiento la tomó por la cintura y la sacó de la muchedumbre de los atormentados. A pesar de la rapidez de su acción, no pudo evitar el ángel que otras almas se agarraran al alma privilegiada y en racimo surgieran todas hacia la altura del paraíso.
La persona elegido no vio con buenos ojos que otras participasen de su ventura. Y se agitaba violentamente, obligando a las otras almas a caer de nuevo una a una en el abismo. Ya estaba el ángel cerca del brocal desde donde le contemplaban los santos rebeldes. Sólo un alma había logrado continuar asida el alma santa. Pero en un movimiento más violento de ésta obligó a aquella desgraciada a desprenderse también y a caer en el infierno danto horribles alaridos. Mas, en el instante en que la última alma se desprendió de la que había de ser favorita el ángel alzó su brazo y dejó que aquella «alma santa» cayera de nuevo en la mansión del dolor.
Los santos que contemplaban la escena quedaron espantados. Se volvieron al Señor, el cual, clavando en ellos una durísima mirada, les dijo con voz severa: «Un juicio sin misericordia para aquellos que no saben tener misericordia».
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Noticias Cristianas: «Historias para amar al prójimo. Historia, n.º 8»
Lucas 19,1-10. Trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario. Zaqueo le promete a nuestro Señor un cambio radical de vida y de comportamiento.
En aquel tiempo Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí, Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Señor, Tú dijiste que habías venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Jesús, yo soy uno de ésos. Sin Ti, nada puedo, estoy perdido. Ven, Señor, que esta oración renueve en mí todo lo que está decaído, corrija todo aquello que necesito cambiar, transforme lo que haya en mi vida que no sea conforme a tu Evangelio.
Petición
Jesús, dame la astucia para saber buscarte y la generosidad para poder imitar a Zaqueo, que supo corresponder a tu amor al poner sus bienes a tu servicio.
Meditación del Santo Padre Francisco
Luego viene un segundo momento: la fiesta. El Señor hace fiesta con los pecadores. Se celebra la misericordia de Dios, que cambia la vida. Después de estos dos momentos, el estupor del encuentro y la fiesta, viene el trabajo diario, el anuncio del evangelio. Este trabajo debe ser alimentado con el recuerdo de aquel primer encuentro, de aquella fiesta. Y esto no es un momento, es un tiempo: hasta el final de la vida. La memoria. ¿Memoria de qué? ¡De aquellos hechos! ¡De ese encuentro con Jesús que cambió mi vida! ¡Cuando tuvo misericordia! Que ha sido muy bueno conmigo y también me dijo: «¡Invita a tus amigos pecadores, para que hagamos fiesta!». Ese recuerdo le da fuerza a Zaqueo para seguir adelante. «¡El Señor me ha cambiado la vida! ¡Me encontré con el Señor!». Recordar siempre. Es como soplar sobre las brasas de aquella memoria, ¿verdad? Soplar para mantener el fuego, siempre.
Santo Padre Francisco, 5 de julio de 2013
Reflexión
Hoy aparece en escena un personaje impresionante. Y no precisamente por su estatura, pues era un hombre muy bajito. Pero era jefe de publicanos y un famoso recaudador de impuestos. Ya sabemos quiénes y qué reputación tenían los publicanos en los tiempos de Jesús. Eran colaboracionistas del régimen opresor. Y, por tanto, eran considerados como traidores y enemigos de Israel, pues se encargaban de sacar el dinero a la gente para entregarlo al invasor: al César y a los odiosos romanos. Pero, además, éste es —como solemos decir— «un pez gordo». Casi casi como un «padrino» de publicanos. Era obvio, pues, que el pueblo judío lo despreciara.
Sin embargo, tiene la curiosidad de un niño y no duda en encaramarse en una higuera del camino por donde iba a pasar Jesús. A pesar de su aparente o supuesta maldad, todavía le queda algo de esa sana ingenuidad y sencillez que se necesita para creer. Sabe prescindir de su categoría y de su condición social, y no teme hacer el ridículo con tal de ver a Jesús. En el fondo, parece no es tan malo, pues está dispuesto a ver y a hablar a Jesús, si le es posible, sin importarle la opinión de los demás. Este jefe de publicanos se llamaba Zaqueo.
Nuestro Señor, que con su fina observación ya se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor, quiso recompensar con largueza aquel gesto de interés de ese hombrecillo. Jesús se detiene a saludarlo por el camino. Pero no sólo. Él mismo se autoinvita a comer a su casa: «Baja pronto, Zaqueo —le dice el Señor— porque hoy tengo que hospedarme en tu casa». Tener amistad con un personaje tan poco prestigioso no acarrarearía buena fama a nuestro Señor. Pero Jesús nunca se preocupó de los comentarios de la gente, y menos cuando se trataba de salvar a las almas para llevarlas a Dios.
Es curioso el lenguaje que usa nuestro Señor: «Hoy tengo que hospedarme en tu casa». Como si se tratara de una obligación. En todo caso, era un deber de su amor redentor. Aquel día Jesús entraría a la casa de Zaqueo porque había sonado para él la hora de la salvación.
«Te compadeces de todos porque todo lo puedes —nos dice el libro de la Sabiduría—; cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho. A todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida» (Sab 11, 24-27). Estas palabras están tomadas de la primera lectura de este domingo. Pero, además, es uno de los textos que usa la Iglesia el miércoles de Ceniza para invitar a todos los cristianos a la conversión y al acercamiento a Dios a través de los sacramentos.
Zaqueo —nos refiere el evangelista— bajó enseguida del árbol y lo recibió muy contento en su casa. Tenía fama de pecador público, pero, en el fondo de su corazón, era mucho mejor que tantos fariseos, que se sentían «perfectos». Al menos, este Zaqueo, como tantos otros publicanos y pecadores, tenía la sencillez de corazón suficiente para acoger a Jesús sin prevenciones y espíritu crítico —como lo hacían muchos de los fariseos y saduceos— y tenía las disposiciones interiores necesarias para recibir la salvación que Jesús le traía.
Por eso, nuestro Señor pronunció aquellas palabras tan fuertes contra los dirigentes religiosos de Israel: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, guías ciegos, que no entráis vosotros en el Reino de los cielos, y que impedís entrar a los que querrían hacerlo!» (Mt 23,13). Y en otra ocasión pronunció esta dura sentencia: «Yo os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de los cielos» porque, a pesar de sus muchos pecados, ellos sí supieron acoger con humildad el mensaje y la salvación de Jesús, cosa que aquéllos no hicieron.
Y, lo más hermoso de todo, es ver la actitud tan sincera de Zaqueo, que le promete a nuestro Señor un cambio radical de vida y de comportamiento. Puesto en pie, como para dar mayor solemnidad a su promesa, le dice a Jesús: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». De verdad que ha sonado la hora de la salvación para este hombre, como nuestro Señor le confirma: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también éste es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Ésta es siempre la actitud de nuestro Señor. Ésa es su misión. Para eso se encarnó y se hizo hombre, y para eso vino al mundo: para perdonar y no para juzgar; para salvar y no para condenar. Por eso era siempre comprensivo e infinitamente misericordioso con todos, especialmente con los extraviados. Ninguno de nosotros podemos dudar, pues, del amor y del perdón que Jesús nos concede en el sacramento de la penitencia.
Propósito
¡Qué dicha y qué consuelo saber que contamos con un Redentor de tanta bondad y misericordia! Y los sacerdotes son sus representantes e intermediarios para darnos la salvación que Dios nos ofrece. Ojalá que, a partir de hoy, acudamos con más confianza al sacramento de la reconciliación, en donde Jesús nos espera con los brazos abiertos para acogernos y «cenar con nosotros», como lo hizo aquel hermoso día con Zaqueo.
La solemnidad de Todos los Santos es ocasión propicia para elevar la mirada de las realidades terrenas, marcadas por el tiempo, a la dimensión de Dios, la dimensión de la eternidad y de la santidad. La liturgia nos recuerda hoy que la santidad es la vocación originaria de todo bautizado (cf. Lumen gentium, 40). En efecto, Cristo, que con el Padre y con el Espíritu es el único Santo (cf. Ap 15, 4), amó a la Iglesia como a su esposa y se entregó por ella con el fin de santificarla (cf. Ef 5, 25-26). Por esta razón, todos los miembros del pueblo de Dios están llamados a ser santos, según la afirmación del apóstol san Pablo: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4, 3). Así pues, se nos invita a mirar a la Iglesia no sólo en su aspecto temporal y humano, marcado por la fragilidad, sino como Cristo la ha querido, es decir, como «comunión de los santos» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 946). En el Credo profesamos la Iglesia «santa», santa en cuanto que es el Cuerpo de Cristo, es instrumento de participación en los santos Misterios —en primer lugar, la Eucaristía— y familia de los santos, a cuya protección se nos encomienda en el día del Bautismo. Hoy veneramos precisamente a esta innumerable comunidad de Todos los Santos, los cuales, a través de sus diferentes itinerarios de vida, nos indican diversos caminos de santidad, unidos por un único denominador: seguir a Cristo y configurarse con él, fin último de nuestra historia humana. De hecho, todos los estados de vida pueden llegar a ser, con la acción de la gracia y con el esfuerzo y la perseverancia de cada uno, caminos de santificación.
La conmemoración de los fieles difuntos, a la que se dedica el día 2 de noviembre, nos ayuda a recordar a nuestros seres queridos que nos han dejado, y a todas las almas que están en camino hacia la plenitud de la vida, precisamente en el horizonte de la Iglesia celestial, a la que la solemnidad de hoy nos ha elevado. Ya desde los primeros tiempos de la fe cristiana, la Iglesia terrena, reconociendo la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ha cultivado con gran piedad la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios por ellos. Nuestra oración por los muertos es, por tanto, no sólo útil sino también necesaria, porque no sólo les puede ayudar, sino que al mismo tiempo hace eficaz su intercesión en favor nuestro (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 958). También la visita a los cementerios, a la vez que conserva los vínculos de afecto con quienes nos han amado en esta vida, nos recuerda que todos tendemos hacia otra vida, más allá de la muerte.
Por eso, el llanto debido a la separación terrena no ha de prevalecer sobre la certeza de la resurrección, sobre la esperanza de llegar a la bienaventuranza de la eternidad, «momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad» (Spe salvi, 12). En efecto, el objeto de nuestra esperanza consiste en gozar en la presencia de Dios en la eternidad. Lo prometió Jesús a sus discípulos, diciendo: «Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16, 22).
A la Virgen María, Reina de todos los santos, encomendamos nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos para nuestros hermanos y hermanas difuntos su maternal intercesión.
Magistralmente dirigida por Franco Zeffirelli y talentosamente interpretada por Robert Powell, esta miniserie para la televisión es uno de los mejores materiales audiovisuales acerca de la vida de Jesús. Filmada como si se hubiera tratado de un largometraje de elevado presupuesto, esta miniserie épica es una deslumbrante y majestuosa combinación de intensa narración y extraordinaria precisión religiosa e histórica aclamada por la crítica y el público internacionalmente. Lo anterior se refleja en la gran aceptación que esta producción ha tenido mundialmente habiendo sido vista por más de medio millón de personas desde su estreno.
El talento de Zeffirelli daría como resultado lo que muchos han llamado «la mejor producción acerca de la vida de Cristo de todos los tiempos» apoyada por un elenco de actores y actrices aclamados, cuya fortaleza era su habilidad de actuación y no su condición de celebridades, y una poderosa banda sonora compuesta por Maurice Jarre, esta miniserie ha dado a conocer detalladamente la historia de El Hijo del Hombre, su nacimiento, su pasión, su bautismo, su vida, sus seguidores, sus enemigos y su legado a la humanidad.
Aunque muchas otras superproducciones acerca de la vida de Cristo tienen grandes momentos, Jesús de Nazareth las supera a todas, ya que presenta un cuadro humano de los personajes asociados al protagonista desarrollándolos con profundidad mediante la inteligente presentación de tramas paralelas que contribuyen a fortalecer la historia y darle credibilidad.
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Sinopsis original del portal web Instituto Politécnico Cristo Rey, en el que también podéis descargaros una dinámica de catequesis que trabaja esta misma producción audiovisual.
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Jesús de Nazaret – Parte 1
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Jesús de Nazaret – Parte 2
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Jesús de Nazaret – Parte 3
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Jesús de Nazaret – Parte 4
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Jesús de Nazaret – Ficha de la película
Título original: Jesus of Nazareth
Año: 1977
Duración: 371 min.
Director: Franco Zeffirelli
Guión: Suso Cecchi d’Amico, Franco Zeffirelli, Anthony Burgess
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Armando Nannuzzi & David Watkin
Reparto: Robert Powell, Anne Bancroft, James Mason, Rod Steiger, Michael York, Peter Ustinov, Anthony Quinn, Laurence Olivier, Claudia Cardinale, James Earl Jones, Stacy Keach, Donald Pleasence, Fernando Rey, Christopher Plummer, Ralph Richardson, Cyril Cusack.
Es fácil decirle a una persona que tiene que perdonar a alguien que hace un mal. Quizás es un poco más difícil decir que perdones a alguien que hace un daño a tu familia. Pero perdonar al que asesinó a un hijo o a un hermano, eso sí es realmente cristiano. Quien ha tenido la bendición de tener hijos y hermanos, sabe que cuando alguno de ellos se enferma o sufre algún tipo de accidente, la preocupación y el dolor dentro del corazón es muy grande, pero ese dolor es aún más intenso e indescriptible cuando asesinan a un familiar de la manera más injusta.
«Soy católico, creo en Jesucristo», fueron las palabras de Hernán Prado, hermano de Sebastián, un médico argentino de 36 años asesinado en la puerta de su casa frente a sus hijos. La reacción normal ante esta situación hubiese sido de indignación y hasta de furia ante un acto tan injusto y gratuito.
Sin embargo, este hermano ante su terrible dolor tuvo como única respuesta que su vida cristiana le llamaba a perdonar hasta esta tremenda injusticia. El perdón debería estar impreso en el corazón del hombre, porque la Iglesia a través del Sacramento de la Reconciliación nos recuerda la infinita misericordia de Dios, misericordia que no tiene límites.
Perdonar en estas circunstancias tan dolorosas es un acto de suprema generosidad que seguramente será premiado por Dios. Solo se puede imaginar que en el corazón de este hermano resonaban las mismas palabra de Jesús en la cruz «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen».
«El que mató a mi hermano es también un hermano mío. Esto es lo que quiero inculcarle a mis sobrinos e hijos: yo elijo el perdón, transmitir el perdón», dijo Hernán. El buscar la justicia hubiese sido también una correcta elección. Nadie hubiese podido criticar este deseo. Sin embargo el elegir por voluntad el perdón cristiano es un acto que sobrepasa a la misma justicia.
Sebastián, el hermano de Hernán, se defendió para no ser robado y por eso recibió varios disparos de bala. Ojalá este ladrón aproveche esta oportunidad y pueda regresar a la Casa del Padre como el Hijo Pródigo y decir como el buen ladrón: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».
San Lucas Evangelista, patrón de médicos y artistas, es el autor del «Evangelio según san Lucas» y del libro de los «Hechos de los Apóstoles». Os proponemos para este fin de semana el visionado de esta película norteamericana del año 2004, cuyo título original es «Acts».
El libro «Hechos de los Apóstoles» fue escrito por san Lucas mientras estaba en Roma con san Pablo, continúa el relato del «Evangelio según san Lucas» después de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo. La película comprende un periodo de tres años y relata la labor evangelizadora de san Pedro y san Pablo principalmente.
«Hechos de los Apóstoles» es una maravillosa lección para los cristianos que muestra cómo Cristo continúa su obra y cómo Su Iglesia se forma y comienza su peregrinaje a través de la historia, todo ello gracias a la acción del Espíritu Santo.
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«Hechos de los Apóstoles»: película en Gloria.TV
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«Hechos de los Apóstoles»: película en el portal web You Tube
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«Hechos de los Apóstoles» – Ficha de la película
Título original: The Gospel of Acts
Año: 2004
Duración: 192 min.
Director: Reghardt van den Bergh
Música: David Miner
Reparto: Dean Jones, Henry O. Arnold, Jeniffer O. Neill, Francesco Quinn, James Brolin
Os ofrecemos la siguiente dinámica para catequesis que consta de dos partes: en la primera hay que completar un criptograma sustituyendo los números por sus letras correspondientes hasta completar un mensaje de Jesús; y en la segunda hay que colorear una lámina y escribir en esta el mensaje descifrado en la primera parte.
Podéis acceder a las láminas para imprimirlas pulsando sobre los títulos o sobre las imágenes.