por Catequesis en Familia | 12 Jul, 2016 | La Biblia
Mateo 14, 13-21. Lunes de la 18.ª semana del Tiempo Ordinario. El camino que Jesús nos indica en este Evangelio es el «camino» de la compasión, el «camino» del compartir y el «camino» de la Eucaristía.
Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para esta a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados». «Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 28, 1-17
Salmo: Sal 119(118), 29.43.79-80.95.102
Oración introductoria
Jesús, como esa gente vengo a tu encuentro, quiero hablar contigo y escuchar tus palabras en esta oración. ¿Qué quieres que haga hoy por Ti? No busco ningún interés personal, lo único que te pido es que multipliques tu gracia en mí para poder experimentar tu amor y tu cercanía para trasmitirlos a los demás.
Petición
Señor, no permitas que deje pasar nunca la oportunidad de servir a los demás.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este [día] el Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y los peces (Mt 14, 13-21). Jesús lo realizó en el lago de Galilea, en un sitio aislado donde se había retirado con sus discípulos tras enterarse de la muerte de Juan el Bautista. Pero muchas personas lo siguieron y lo encontraron; y Jesús, al verlas, sintió compasión y curó a los enfermos hasta la noche. Los discípulos, preocupados por la hora avanzada, le sugirieron que despidiese a la multitud para que pudiesen ir a los poblados a comprar algo para comer. Pero Jesús, tranquilamente, respondió: «Dadles vosotros de comer» (Mt 14, 16); y haciendo que le acercasen cinco panes y dos peces, los bendijo, y comenzó a repartirlos y a darlos a los discípulos, que los distribuían a la gente. Todos comieron hasta saciarse e incluso sobró.
En este hecho podemos percibir tres mensajes. El primero es la compasión. Ante la multitud que lo seguía y —por decirlo así— «no lo dejaba en paz», Jesús no reacciona con irritación, no dice: «Esta gente me molesta». No, no. Sino que reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero estemos atentos: compasión —lo que siente Jesús— no es sencillamente sentir piedad; ¡es algo más! Significa com-patir, es decir, identificarse con el sufrimiento de los demás, hasta el punto de cargarla sobre sí. Así es Jesús: sufre junto con nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros. Y la señal de esta compasión son las numerosas curaciones que hizo. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, incluso siendo legítimas, no serán nunca tan urgentes como las de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir. Nosotros hablamos a menudo de los pobres. Pero cuando hablamos de los pobres, ¿nos damos cuenta de que ese hombre, esa mujer, esos niños no tienen lo necesario para vivir? Que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen la posibilidad de tener medicinas… Incluso que los niños no tienen la posibilidad de ir a la escuela. Por ello, nuestras exigencias, incluso siendo legítimas, no serán nunca tan urgentes como las de los pobres que no tienen lo necesario para vivir.
El segundo mensaje es el compartir. El primero es la compasión, lo que sentía Jesús, el segundo es el compartir. Es útil confrontar la reacción de los discípulos, ante la gente cansada y hambrienta, con la de Jesús. Son distintas. Los discípulos piensan que es mejor despedirla, para que puedan ir a buscar el alimento. Jesús, en cambio, dice: dadles vosotros de comer. Dos reacciones distintas, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos razonan según el mundo, para el cual cada uno debe pensar en sí mismo; razonan como si dijesen: «Arreglaos vosotros mismos». Jesús razona según la lógica de Dios, que es la de compartir. Cuántas veces nosotros miramos hacia otra parte para no ver a los hermanos necesitados. Y este mirar hacia otra parte es un modo educado de decir, con guante blanco, «arreglaos solos». Y esto no es de Jesús: esto es egoísmo. Si hubiese despedido a la multitud, muchas personas hubiesen quedado sin comer. En cambio, esos pocos panes y peces, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos. ¡Y atención! No es magia, es un «signo»: un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente, quien no hace faltar «nuestro pan de cada día», si nosotros sabemos compartirlo como hermanos.
Compasión, compartir. Y el tercer mensaje: el prodigio de los panes prenuncia la Eucaristía. Se lo ve en el gesto de Jesús que «lo bendijo» (v. 19) antes de partir los panes y distribuirlos a la gente. Es el mismo gesto que Jesús realizará en la última Cena, cuando instituirá el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de vida eterna, se dona a Sí mismo, entregándose al Padre por amor a nosotros. Y nosotros tenemos que ir a la Eucaristía con estos sentimientos de Jesús, es decir, la compasión y la voluntad de compartir. Quien va a la Eucaristía sin tener compasión hacia los necesitados y sin compartir, no está bien con Jesús.
Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos conduce a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque parte de Dios Padre y vuelve a Él. Que la Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino.
Meditación del Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 3 de agosto de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicot XVI
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este [día] describe el milagro de la multiplicación de los panes, que Jesús realiza para una multitud de personas que lo seguían para escucharlo y ser curados de diversas enfermedades (cf. Mt 14, 14). Al atardecer, los discípulos sugieren a Jesús que despida a la multitud, para que puedan ir a comer. Pero el Señor tiene en mente otra cosa: «Dadles vosotros de comer» (Mt 14, 16). Ellos, sin embargo, no tienen «más que cinco panes y dos peces». Jesús entonces realiza un gesto que hace pensar en el sacramento de la Eucaristía: «Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos, y los discípulos se los dieron a la gente» (Mt 14, 19). El milagro consiste en compartir fraternamente unos pocos panes que, confiados al poder de Dios, no sólo bastan para todos, sino que incluso sobran, hasta llenar doce canastos. El Señor invita a los discípulos a que sean ellos quienes distribuyan el pan a la multitud; de este modo los instruye y los prepara para la futura misión apostólica: en efecto, deberán llevar a todos el alimento de la Palabra de vida y del Sacramento.
En este signo prodigioso se entrelazan la encarnación de Dios y la obra de la redención. Jesús, de hecho, «baja» de la barca para encontrar a los hombres. San Máximo el Confesor afirma que el Verbo de Dios «se dignó, por amor nuestro, hacerse presente en la carne, derivada de nosotros y conforme a nosotros, menos en el pecado, y exponernos la enseñanza con palabras y ejemplos convenientes a nosotros» (Ambiguum 33: PG 91, 1285 C). El Señor nos da aquí un ejemplo elocuente de su compasión hacia la gente. Esto nos lleva a pensar en tantos hermanos y hermanas que en estos días, en el Cuerno de África, sufren las dramáticas consecuencias de la carestía, agravadas por la guerra y por la falta de instituciones sólidas. Cristo está atento a la necesidad material, pero quiere dar algo más, porque el hombre siempre «tiene hambre de algo más, necesita algo más» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 315). En el pan de Cristo está presente el amor de Dios; en el encuentro con él «nos alimentamos, por así decirlo, del Dios vivo, comemos realmente el «pan del cielo»» (ib., p. 316). Queridos amigos, «en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo» (Sacramentum caritatis, 88). Nos lo testimonia también san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, de quien hoy la Iglesia hace memoria. En efecto, Ignacio eligió vivir «buscando a Dios en todas las cosas, y amándolo en todas las criaturas» (cf. Constituciones de la Compañía de Jesús, III, 1, 26). Confiemos a la Virgen María nuestra oración, para que abra nuestro corazón a la compasión hacia el prójimo y al compartir fraterno.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 31 de julio de 2011
Diálogo con Cristo
Es mejor si este diálogo se hace espontáneamente, de corazón a Corazón, Señor, gracias por hacerme parte de la historia de la salvación. ¡Sí! Yo quiero ser ese pan partido que pueda ayudar a los demás a descubrir y experimentar tu amor. Que mi debilidad no me detenga, que sepa poner los problemas en tus manos y, confiadamente, hacer lo que tu santa voluntad permita.
Propósito
Por la noche voy a examinar mi actitud y mis reacciones ante las dificultades, para ver si corresponden al espíritu de un verdadero discípulo y misionero de Cristo.
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por Catequesis en Familia | 12 Jul, 2016 | La Biblia
Lucas 12, 13-21. Décimo octavo Domingo del Tiempo Ordinario. La característica más peligrosa de la codicia es la de ser un instrumento de idolatría, ya que va por el camino contrario al camino trazado por Dios para los hombres.
Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». Después les dijo: «Cuídense de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo «¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha». Después pensó: «Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida». Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?». Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios».
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Lecturas
Primera lectura: Eclesiastés, Ecl 1, 2; 2, 21-23
Salmo: Sal 90(89), 3-6.12-14.17
Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Colosenses, Col 3, 1-5.9-11
Oración introductoria
Señor, me acerco a Ti con la humildad de reconocer mi debilidad ante la riqueza pero con la esperanza de vivir en la la fe, la esperanza y la caridad que tú nos das.
Petición
Señor, ayúdame a comprender y acoger lo que es verdaderamente importante en la vida.
Meditación del Santo Padre Francisco
El dinero sirve para realizar muchas obras buenas, para hacer progresar a la humanidad, pero cuando se transforma en la única razón de vida, destruye al hombre y sus vínculos con el mundo exterior. Es ésta la enseñanza que el Papa Francisco sacó del pasaje litúrgico del Evangelio de Lucas (12, 13-21) durante la misa celebrada el lunes 21 de octubre.
Al inicio de su homilía el Santo Padre recordó la figura del hombre que pide a Jesús que intime a su propio hermano para que reparta con él la herencia. Para el Pontífice, de hecho, el Señor nos habla a través de este personaje «de nuestra relación con las riquezas y con el dinero». Un tema que no es sólo de hace dos mil años, sino que se representa todavía hoy, todos los días. «Cuántas familias destruidas —comentó— hemos visto por problemas de dinero: ¡hermano contra hermano; padre contra hijos!». Porque la primera consecuencia del apego al dinero es la destrucción del individuo y de quien le está cerca. «Cuando una persona está apegada al dinero —explicó el Obispo de Roma— se destruye a sí misma, destruye a la familia».
Cierto, el dinero no hay que demonizarlo en sentido absoluto. «El dinero —precisó el Papa Francisco— sirve para llevar adelante muchas cosas buenas, muchos trabajos, para desarrollar la humanidad». Lo que hay que condenar, en cambio, es su uso distorsionado. Al respecto el Pontífice repitió las mismas palabras pronunciadas por Jesús en la parábola del «hombre rico» contenida en el Evangelio: «El que atesora para sí, no es rico ante Dios». De aquí la advertencia: «Guardaos de toda clase de codicia». Es ésta en efecto «la que hace daño en relación con el dinero»; es la tensión constante a tener cada vez más que «lleva a la idolatría» del dinero y acaba con destruir «la relación con los demás». Porque la codicia hace enfermar al hombre, conduciéndole al interior de un círculo vicioso en el que cada pensamiento está «en función del dinero».
Por lo demás, la característica más peligrosa de la codicia es precisamente la de ser «un instrumento de idolatría; porque va por el camino contrario» del trazado por Dios para los hombres. Y al respecto el Santo Padre citó a san Pablo, quien recuerda «que Jesucristo, que era rico, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros». Así que hay un «camino de Dios», el «de la humildad, abajarse para servir», y un recorrido que va en la dirección opuesta, adonde conduce la codicia y la idolatría: «Tú que eres un pobre hombre, te haces dios por la vanidad».
Por este motivo —añadió el Pontífice— «Jesús dice cosas tan duras y fuertes contra el apego al dinero»: por ejemplo, cuando recuerda «que no se puede servir a dos señores: o a Dios o al dinero»; o cuando exhorta «a no preocuparnos, porque el Señor sabe de qué tenemos necesidad»; o también cuando «nos lleva al abandono confiado hacia el Padre, que hace florecer los lirios del campo y da de comer a los pájaros del cielo».
La actitud en clara antítesis a esta confianza en la misericordia divina es precisamente la del protagonista de la parábola evangélica, quien no conseguía pensar en otra cosa más que en la abundancia del trigo recogido en los campos y en los bienes acumulados. Interrogándose sobre qué hacer con ello —explicó el Papa Francisco—, «podía decir: daré esto a otro para ayudarle». En cambio «la codicia le llevó a decir: construiré otros graneros y los llenaré. Cada vez más». Un comportamiento que, según el Papa, cela la ambición de alcanzar una especie de divinidad, «casi una divinidad idolátrica», como testimonian los pensamientos mismos del hombre: «Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente».
Pero es precisamente entonces cuando Dios le reconduce a su realidad de criatura, poniéndole en guardia con la frase: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma». Porque —observó el Obispo de Roma— «este camino contrario al camino de Dios es una necedad, lleva lejos de la vida. Destruye toda fraternidad humana». Mientras que el Señor nos muestra el verdadero camino. Que «no es el camino de la pobreza por la pobreza»; al contrario, «es el camino de la pobreza como instrumento, para que Dios sea Dios, para que Él sea el único Señor, no el ídolo de oro». En efecto, «todos los bienes que tenemos, el Señor nos los da para hacer marchar adelante el mundo, para que vaya adelante la humanidad, para ayudar a los demás».
De ahí el deseo de que «permanezca hoy en nuestro corazón la palabra del Señor», con su invitación a mantenerse lejos de la codicia, porque, «aunque uno esté en la abundancia, su vida no depende de lo que posee».
Santo Padre Francisco: El dinero sirve pero la codicia mata
Meditación del lunes, 21 de octubre de 2013
Propósito
Utilizar responsablemente el dinero.
Diálogo con Cristo
Señor Jesucristo, ayúdame a ponerte a Ti en primer lugar, que las riquezas no se conviertan en distracciones que me oculten tu presencia..
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por Catequesis en Familia | 12 Jul, 2016 | La Biblia
Mateo 14, 1-12. Sábado de la 17.ª semana del Tiempo Ordinario. Juan el Bautista fue un hombre que se negó a sí mismo, para que la palabra creciera.
En aquel tiempo, la fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos». Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta. El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera. Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 26, 11-16.24
Salmo: Sal 69(68), 15-16.30-34
Oración introductoria
Señor, creo que quieres tener este momento de oración conmigo, no porque a Ti te haga falta sino porque quieres acompañarme y mostrarme el camino que debo seguir hoy. El espejismo de lo que me aleja de tu verdad es muy atrayente, no permitas que me deje seducir como Herodes.
Petición
Jesús, dame la gracia de escuchar hoy claramente tu verdad.
Meditación del Santo Padre Francisco
Una Iglesia inspirada en la figura de Juan el Bautista: que «existe para proclamar, para ser voz de una palabra, de su esposo que es la palabra» y «para proclamar esta palabra hasta el martirio» a manos «de los más soberbios de la tierra». Es la línea que trazó el Santo Padre en la misa del 24, fiesta litúrgica del nacimiento del santo a quien la Iglesia venera como «el hombre más grande nacido de mujer».
La reflexión del Papa se centró en el citado paralelismo, porque «la Iglesia tiene algo de Juan», si bien —alertó enseguida— es difícil delinear su figura. «Jesús dice que es el hombre más grande que haya nacido». He aquí entonces la invitación a preguntarse quién es verdaderamente Juan, dejando la palabra al protagonista mismo. Él, en efecto, cuando «los escribas, los fariseos, van a pedirle que explique mejor quién era», responde claramente: «Yo no soy el Mesías. Yo soy una voz, una voz en el desierto». En consecuencia, lo primero que se comprende es que «el desierto» son sus interlocutores; gente con «un corazón sin nada». Mientras que él es «la voz, una voz sin palabra, porque la palabra no es él, es otro. Él es quien habla, pero no dice; es quien predica acerca de otro que vendrá después». En todo esto —explicó el Papa— está «el misterio de Juan» que «nunca se adueña de la palabra; la palabra es otro. Y Juan es quien indica, quien enseña», utilizando los términos «detrás de mí… yo no soy quien vosotros pensáis; viene uno después de mí a quien yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias». Por lo tanto, «la palabra no está», está en cambio «una voz que indica a otro». Todo el sentido de su vida «está en indicar a otro».
Prosiguiendo su homilía, el Papa Francisco puso de relieve que la Iglesia elige para la fiesta de san Juan «los días más largos del año; los días que tienen más luz, porque en las tinieblas de aquel tiempo Juan era el hombre de la luz: no de una luz propia, sino de una luz reflejada. Como una luna. Y cuando Jesús comenzó a predicar», la luz de Juan empezó a disiparse, «a disminuir, a desvanecerse». Él mismo lo dice con claridad al hablar de su propia misión: «Es necesario que Él crezca y yo mengüe».
«Voz, no palabra; luz, pero no propia, Juan parece ser nadie», sintetizó el Pontífice. He aquí desvelada «la vocación» del Bautista —afirmó—: «Rebajarse. Cuando contemplamos la vida de este hombre tan grande, tan poderoso —todos creían que era el Mesías—, cuando contemplamos cómo esta vida se rebaja hasta la oscuridad de una cárcel, contemplamos un misterio» enorme. En efecto —prosiguió— «nosotros no sabemos cómo fueron» sus últimos días. Se sabe sólo que fue asesinado y que su cabeza acabó «sobre una bandeja como gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede descender más, rebajarse». Sin embargo, sabemos lo que sucedió antes, durante el tiempo que pasó en la cárcel: conocemos «las dudas, la angustia que tenía»; hasta el punto de llamar a sus discípulos y mandarles «a que hicieran la pregunta a la palabra: ¿eres tú o debemos esperar a otro?». Porque no se le ahorró ni siquiera «la oscuridad, el dolor en su vida»: ¿mi vida tiene un sentido o me he equivocado?
En definitiva —dijo el Papa—, el Bautista podía presumir, sentirse importante, pero no lo hizo: él «sólo indicaba, se sentía voz y no palabra». Este es, según el Papa Francisco, «el secreto de Juan». Él «no quiso ser un ideólogo». Fue un «hombre que se negó a sí mismo, para que la palabra» creciera. He aquí entonces la actualidad de su enseñanza, subrayó el Santo Padre: «Nosotros como Iglesia podemos pedir hoy la gracia de no llegar a ser una Iglesia ideologizada», para ser en cambio «sólo la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans», dijo citando el íncipit de la constitución conciliar sobre la divina revelación. Una «Iglesia que escucha religiosamente la palabra de Jesús y la proclama con valentía»; una «Iglesia sin ideologías, sin vida propia»; una «Iglesia que es mysterium lunae, que tiene luz procedente de su esposo» y que debe disminuir la propia luz para que resplandezca la luz de Cristo. «El modelo que nos ofrece hoy Juan» —insistió el Papa Francisco— es el de «una Iglesia siempre al servicio de la Palabra»; «una Iglesia-voz que indica la palabra, hasta el martirio».
Santo Padre Francisco: Siguiendo el ejemplo de san Juan, voz de la Palabra
Homilía del lunes, 24 de junio de 2013
Propósito
Si hay un precepto de la doctrina que no vivo, o que cumplo sólo por tradición, buscar leer y consultar sobre el tema para ser siempre un auténtico testigo.
Diálogo con Cristo
Señor, qué gran ejemplo tengo en Juan el Bautista que con firmeza predicó siempre tu verdad. No le importaba la opinión de los demás, no permitía desvíos ni letargos egoístas. Gracias por iluminar mi conciencia, por ayudarme a ver dónde estoy siendo sordo o ciego e insensible a tu doctrina. Ayúdame a adherirme firmemente a tu voluntad para hacer de tu amor el centro de mi propia existencia.
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Mateo 13, 47-53. Jueves de la 17.ª semana del Tiempo Ordinario. Vigilemos de no dejar entrar en nuestro corazón esos presuntuosos pensamientos, de querer apartarnos de los pecadores para no ensuciarnos con su contacto, de querer formar como un rebaño de discípulos puros y santos; bajo el pretexto de no juntarnos con los malos, no haríamos otra cosa que romper la unidad.
En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?». «Sí», le respondieron. Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo». Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 18, 1-6
Salmo: Sal 145, 1-6
Oración introductoria
Dios mío, creo en tu poder. Sé que Tú eres el Señor de la historia. Gracias por recordarme que al final sólo contará lo que haya hecho por amor a Ti y a mis hermanos. Ilumina mi oración, te la ofrezco junto con mi vida, toma el control para que sepa pedirte aquello que me conviene.
Petición
Jesús, con frecuencia me olvido de ponerte en el primer lugar, ayúdame a crecer en el amor para que Tú seas siempre el centro de mi vida.
Meditación de san Agustín de Hipona
Imitar la paciencia del Señor
Nuestro Señor ha sido un modelo incomparable de paciencia: ha soportado hasta su pasión a un «demonio» entre sus discípulos (Jn 6, 70). Ha dicho: «Dejadlos crecer juntos hasta la siega, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo» (Mt 13, 29). Para ser una figura de la Iglesia ha predicho que la red arrastraría hasta la orilla, es decir, hasta el fin del mundo, toda clase de peces, buenos y malos. Ha hecho conocer de muchas otras maneras, ya sea hablando abiertamente, ya sea en parábolas, que los buenos y los malos se mezclarían. Y, sin embargo, es necesario vigilar sobre la disciplina de la Iglesia, cuando dice: «Estad atentos; si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano» (Mt 18,15)…
Pero hoy en día vemos que hay hombres que sólo toman en consideración los preceptos rigurosos, que mandan reprimir a los perturbadores, de «no dar lo santo a los perros» (Mt 7, 6), de tratar como publicano a aquel que menosprecia a la Iglesia (Mt 18,17), de arrancar del cuerpo a los miembros escandalosos (Mt 5,30). Su celo intempestivo, desorienta a la Iglesia, de manera que quisieran arrancar la cizaña antes de tiempo, y su ceguera les convierte a ellos mismos en enemigos de la unidad de Jesucristo…
Vigilemos de no dejar entrar en nuestro corazón esos presuntuosos pensamientos, de querer apartarnos de los pecadores para no ensuciarnos con su contacto, de querer formar como un rebaño de discípulos puros y santos; bajo el pretexto de no juntarnos con los malos, no haríamos otra cosa que romper la unidad. Sin bien al contrario, acordémonos de las parábolas de la Escritura, de sus inspiradas palabras, de sus impresionantes ejemplos, en los cuales se nos enseña que, en la Iglesia, los malos estarán siempre mezclados con los buenos hasta el fin del mundo y el día del juicio, sin que su participación en los sacramentos sea dañina para los buenos, dado que éstos no habrán tenido parte en sus pecados.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sobre la fe y las obras, cp. 3-5
Propósito
Hacer diariamente un examen de conciencia para pedir perdón por las injusticias cometidas, y la gracia de no volver a caer.
Diálogo con Cristo
Padre, Tú nunca te equivocas y permites que todo lo que suceda en mi entorno sea ocasión para crecer en amor. Nada es casualidad, todo tiene un propósito, por ello necesito estar alerta, para saber discernir el porqué y, sobre todo, el para qué de lo que sucede. Gracias por recordarme en esta oración que debo permanecer siempre en esa actitud de vigilancia, porque no quiero fallar en el amor.
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Mateo 13, 44-46. Miércoles de la 17.ª semana del Tiempo Ordinario. ¿Dónde está tu tesoro? Esta es la pregunta. ¿Dónde descansa tu corazón? ¿En qué tesoro descansa tu corazón? Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu vida. El corazón está apegado al tesoro, a un tesoro que todos nosotros tenemos: el poder, el dinero, el orgullo, tantos…, o la bondad, la belleza, el deseo de hacer el bien… Puede haber tantos tesoros… ¿Dónde está tu tesoro? Esta es la pregunta que haré, pero la respuesta os la debéis dar a vosotros mismos, solos. En vuestra casa…
En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 15, 10.16-21
Salmo: Sal 59(58), 2-5.10-11.17-18
Oración introductoria
Jesús, Tú eres mi mayor tesoro. Mi vida sin Ti no vale ni sirve para nada. Permite que sepa darte el cien por ciento de este tiempo de oración. Que nada ni nadie interrumpa este diálogo que creo y espero tener con Quien tanto me ama.
Petición
Dios mío, dame la gracia de amarte más este día.
Meditación del Santo Padre Francisco
¿Dónde está tu tesoro? Esta es la pregunta. ¿Dónde descansa tu corazón? ¿En qué tesoro descansa tu corazón? Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu vida. El corazón está apegado al tesoro, a un tesoro que todos nosotros tenemos: el poder, el dinero, el orgullo, tantos…, o la bondad, la belleza, el deseo de hacer el bien… Puede haber tantos tesoros… ¿Dónde está tu tesoro? Esta es la pregunta que haré, pero la respuesta os la debéis dar a vosotros mismos, solos. En vuestra casa…
Santo Padre Francisco
Diálogo con un grupo de jóvenes flamencos
Lunes 31 de marzo de 2014
Meditación del Santo padre emérito Benedicto XVI
Jesús explica que «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo» (Mt 13,44). Encontrar y conservar la alegría espiritual surge del encuentro con el Señor, que pide que le sigamos, que nos decidamos con determinación, poniendo toda nuestra confianza en Él. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de arriesgar vuestra vida abriéndola a Jesucristo y su Evangelio; es el camino para tener la paz y la verdadera felicidad dentro de nosotros mismos, es el camino para la verdadera realización de nuestra existencia de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza.
Buscar la alegría en el Señor: la alegría es fruto de la fe, es reconocer cada día su presencia, su amistad: «El Señor está cerca» (Flp 4,5); es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Mensaje para la XXVII JMJ Jornada Mundial de la Juventud 2012
Propósito
No se puede amar lo que no se conoce, por eso, buscaré participar en alguna actividad formativa en torno a la Eucaristía.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por tu generosidad porque gratuitamente y sin ningún merito de mi parte me ofreces el tesoro de la Eucaristía y tu Palabra. No tengo que vender nada, sólo debo dejar a un lado todo lo que me pueda apartar de Ti. Ayúdame a ser santo al saber aprovechar cada minuto de la vida que me has regalado para crecer en el amor a Ti y a los demás.
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por Catequesis en Familia | 12 Jul, 2016 | La Biblia
Mateo 13, 36-43. Martes de la 17.ª semana del Tiempo Ordinario. El demonio es un «sembrador de cizaña», aquel que siempre busca dividir a las personas, las familias, las naciones y los pueblos.
Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». El les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 14, 17-22
Salmo: Sal 79(78), 8-13
Oración introductoria
Señor, ayúdame a oír y a creer en tu Palabra, para que esta oración sea el inicio de mi transformación, de modo que Tú seas el principio y el fin de todas las actividades de este día.
Petición
Padre Santo, permite que sea un instrumento fiel y eficaz de tu Evangelio.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos la liturgia propone algunas parábolas evangélicas, es decir, breves narraciones que Jesús utilizaba para anunciar a la multitud el reino de los cielos. Entre las parábolas presentes en el Evangelio de hoy, hay una que es más bien compleja, de la cual Jesús da explicaciones a los discípulos: es la del trigo y la cizaña, que afronta el problema del mal en el mundo y pone de relieve la paciencia de Dios (cf. Mt 13, 24-30.36-43). La escena tiene lugar en un campo donde el dueño siembra el trigo; pero una noche llega el enemigo y siembra la cizaña, término que en hebreo deriva de la misma raíz del nombre «Satanás» y remite al concepto de división. Todos sabemos que el demonio es un «sembrador de cizaña», aquel que siempre busca dividir a las personas, las familias, las naciones y los pueblos. Los servidores quisieran quitar inmediatamente la hierba mala, pero el dueño lo impide con esta motivación: «No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo» (Mt 13, 29). Porque todos sabemos que la cizaña, cuando crece, se parece mucho al trigo, y allí está el peligro que se confundan.
La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal que hay en el mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Es curioso, el maligno va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión; él va donde no hay luz para sembrar la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de tal modo que es imposible a nosotros hombres separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo.
Y aquí pasamos al segundo tema: la contraposición entre la impaciencia de los servidores y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios. Nosotros a veces tenemos una gran prisa por juzgar, clasificar, poner de este lado a los buenos y del otro a los malos… Pero recordad la oración de ese hombre soberbio: «Oh Dios, te doy gracias porque yo soy bueno, no soy como los demás hombres, malos…» (cf. Lc 18, 11-12). Dios en cambio sabe esperar. Él mira el «campo» de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos perdona siempre si vamos a Él.
La actitud del propietario es la actitud de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y es gracias a esta paciente esperanza de Dios que la cizaña misma, es decir el corazón malo con muchos pecados, al final puede llegar a ser buen trigo. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; no se puede crear confusión entre bien y mal. Ante la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una firme confianza en la victoria final del bien, es decir de Dios.
Al final, en efecto, el mal será quitado y eliminado: en el tiempo de la cosecha, es decir del juicio, los encargados de cosechar seguirán la orden del patrón separando la cizaña para quemarla (cf. Mt 13, 30). Ese día de la cosecha final el juez será Jesús, Aquél que ha sembrado el buen trigo en el mundo y que se ha convertido Él mismo en «grano de trigo», murió y resucitó. Al final todos seremos juzgados con la misma medida con la cual hemos juzgado: la misericordia que hemos usado hacia los demás será usada también con nosotros. Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos ayude a crecer en paciencia, esperanza y misericordia con todos los hermanos.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 20 de julio de 2014
Propósito
Renunciar a algo bueno que me gusta, pero que no necesito, para crecer en el amor a Dios.
Diálogo con Cristo
Señor, creo que Tú siempre estás al pendiente de mi vida y que el mal no tendrá el triunfo final. Renuevo mi confianza en que, con tu gracia y misericordia, podré conquistar la santidad. Cuando sienta el poder del mal en mi corazón, ayúdame a recordar que esta vida es corta y que todo mi esfuerzo es precioso ante tus ojos. Sostenme permitiendo que siempre recuerde la felicidad que estás preparando para mí.
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por Catequesis en Familia | 28 Jun, 2016 | La Biblia
Lucas 11, 1-13. Décimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario. Cuando se reza se necesita «el valor de tener confianza en que el Señor nos escucha, el valor de llamar a la puerta. El Señor lo dice, porque quien pide recibe, y quien busca encuentra, y a quien llama se le abrirá».
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación». Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: «Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle», y desde adentro él le responde: «No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos». Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 18, 20-32
Salmo: 138(137), 1-3.6-8
Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Colosenses, Col 2, 12-14
Oración introductoria
Señor, gracias por enseñarme a orar. Hoy, humilde e insistentemente, pido tu ayuda para sacar el mayor provecho de esta oración, quiero conocerte mejor para amarte más. Confío en tu misericordia sabiendo que, en la medida en que te ame y te escuche, podré transmitirte a los demás.
Petición
Señor Jesús, ayúdame a hablar con el Padre, como Tú lo hacías.
Meditación del Santo Padre Francisco
Nuestra oración debe ser valiente, no tibia, si queremos no sólo obtener las gracias necesarias, sino sobre todo, a través de ella, conocer al Señor. Si lo pedimos, será Él mismo quien nos done su gracia. El Papa Francisco, el 10 de octubre, volvió a hablar de la fuerza y de la valentía de la oración.
A la necesidad de la oración con insistencia si es necesario, pero siempre dejándose involucrar por ella, se remite el pasaje litúrgico del Evangelio de Lucas (11, 5-13) «con esta parábola —explicó el Papa— del amigo que invade, el amigo inoportuno», que de noche cerrada va a pedir a otro amigo pan para dar de comer a un conocido que acaba de llegar a su casa y a quien no tenía nada que ofrecer. «Con esta petición —observó— el amigo debe levantarse del lecho y darle el pan. Y Jesús en otra ocasión nos habla de esto: en la parábola de la viuda que iba al juez corrupto, quien no la oía, no quería oírla; pero ella era tan inoportuna, molestaba tanto, que al final, para alejarla de manera que no le causara demasiadas molestias, hizo justicia, lo que ella pedía. Esto nos hace pensar en nuestra oración. ¿Cómo oramos nosotros? ¿Oramos así por costumbre, piadosamente, pero tranquilos, o nos ponemos con valentía ante el Señor para pedir la gracia, para pedir aquello por lo que rogamos?».
La actitud es importante, porque «una oración que no sea valiente —afirmó el Pontífice— no es una verdadera oración». Cuando se reza se necesita «el valor de tener confianza en que el Señor nos escucha, el valor de llamar a la puerta. El Señor lo dice, porque quien pide recibe, y quien busca encuentra, y a quien llama se le abrirá».
¿Pero nuestra oración es así?, se preguntó el Santo Padre. ¿O bien nos limitamos a decir: «Señor, tengo necesidad, dame la gracia»? En una palabra, «¿nos dejamos involucrar en la oración? ¿Sabemos llamar al corazón de Dios?». Para responder, el Obispo de Roma volvió al pasaje evangélico, al final del cual «Jesús nos dice: ¿qué padre entre vosotros si el hijo le pide un pez le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión? Si vosotros sois padres daréis el bien a los hijos. Y luego va adelante: si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre del cielo… Y esperamos que prosiga diciendo: os dará cosas buenas a vosotros. En cambio no, no dice eso. Dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan. Y esto es algo grande».
Por ello «cuando oramos valerosamente, el Señor no sólo nos da la gracia, sino que se nos da también Él mismo en la gracia». Porque «el Señor —explicó el Papa con una expresión incisiva— jamás da o envía una gracia por correo: la trae Él, es Él la gracia».
«Hoy —dijo en conclusión—, en la oración colecta, hemos dicho al Señor que nos dé aquello que incluso la oración no se atreve a pedir. ¿Y qué es aquello que nosotros no nos atrevemos a pedir? ¡Él mismo! Nosotros pedimos una gracia, pero no nos atrevemos a decir: ven tú a traérmela. Sabemos que una gracia siempre es traída por Él: es Él quien viene y nos la da. No quedemos mal tomando la gracia y no reconociendo que quien la trae, quien nos la da, es el Señor».
Santo Padre Francisco: La valentía de la oración
Meditación del jueves, 10 de octubre de 2013
Diálogo con Cristo
Es mejor si este diálogo se hace espontáneamente, de corazón a Corazón.
Jesús, ayúdame a conocer cada vez mejor a tu Padre en la oración. Dame la gracia de amarle como verdadero hijo, quiero confiar en Él, abandonándome a su voluntad y providencia. Que el tiempo para mi oración personal sea lo más importante en mi agenda de cada día. Y te suplico me ayudes a que sepa irradiar este espíritu de oración en mi familia.
Propósito
Hacer diariamente una oración en familia. Si ya lo hago, buscar incrementarla.
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por Catequesis en Familia | 28 Jun, 2016 | La Biblia
Juan 15, 1-8. Fiesta de santa Brígida, patrona de Europa. Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de él, porque sin él no podemos hacer nada
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Gálatas, Gál 2, 18-20
Salmo: Sal 34(33), 2-11
Oración introductoria
Señor, Tú eres la vid que me sostiene, el dueño y guía de toda mi existencia. Sin Ti no puedo dar fruto. Poda todo aquello que estorbe mi crecimiento. Que esta oración me descubra lo que necesito purificar, mejorar y/o enmendar, para dar el fruto abundante que, con tu gracia, puedo dar.
Petición
Jesús, no permitas que me separe de Ti y me seque, porque entonces mi vida, no tendrá ningún sentido.
Meditación del Santo Padre Francisco
Hoy la Palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor ha elegido. Como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros, y así somos llamados a hacer nosotros, Pastores. También cuidar de la familia es una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios.
Pero para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesaria que esté nutrida por la Palabra de Dios. […] ¡Una Biblia en cada familia! ¡Una Biblia en cada familia! ‘Pero padre, nosotros tenemos dos, tenemos tres’. ‘Pero, ¿dónde las tenéis escondidas?’ La Biblia no es para ponerla en una estantería, sino para tenerla a mano, para leerla a menudo, cada día, ya sea de forma individual o juntos, marido y mujer, padres e hijos, quizá en la noche, especialmente el domingo. Así la familia crece, camina, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios».
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 5 de octubre de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
«Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador»» (Jn 15, 1). A menudo, en la Biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando es fiel a Dios; pero, si se aleja de él, se vuelve estéril, incapaz de producir el «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). La verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por la palabra del Maestro (cf. Jn 15, 2-4), si están profundamente unidos a él, se convierten en sarmientos fecundos que producen una cosecha abundante. San Francisco de Sales escribe: «La rama unida y articulada al tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida eterna» (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601).
En el día de nuestro Bautismo, la Iglesia nos injerta como sarmientos en el Misterio pascual de Jesús, en su propia Persona. De esta raíz recibimos la preciosa savia para participar en la vida divina. Como discípulos, también nosotros, con la ayuda de los pastores de la Iglesia, crecemos en la viña del Señor unidos por su amor. «Si el fruto que debemos producir es el amor, una condición previa es precisamente este «permanecer», que tiene que ver profundamente con esa fe que no se aparta del Señor» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 310). Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de él, porque sin él no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). En una carta escrita a Juan el Profeta, que vivió en el desierto de Gaza en el siglo V, un creyente hace la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y el no poder hacer nada sin Dios? Y el monje responde: Si el hombre inclina su corazón hacia el bien y pide ayuda de Dios, recibe la fuerza necesaria para llevar a cabo su obra. Por eso la libertad humana y el poder de Dios van juntos. Esto es posible porque el bien viene del Señor, pero se realiza gracias a sus fieles (cf. Ep 763: SC 468, París 2002, 206). El verdadero «permanecer» en Cristo garantiza la eficacia de la oración, como dice el beato cisterciense Guerrico d’Igny: «Oh Señor Jesús…, sin ti no podemos hacer nada, porque tú eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer con tu fuerza» (Sermo ad excitandam devotionem in psalmodia: SC 202, 1973, 522).
Queridos amigos, cada uno de nosotros es como un sarmiento, que sólo vive si hace crecer cada día con la oración, con la participación en los sacramentos y con la caridad, su unión con el Señor. Y quien ama a Jesús, la vid verdadera, produce frutos de fe para una abundante cosecha espiritual. Supliquemos a la Madre de Dios que permanezcamos firmemente injertados en Jesús y que toda nuestra acción tenga en él su principio y su realización.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Regina Caeli del domingo, 6 de mayo de 2012
Propósito
Confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida, el amor a Cristo y a su Iglesia.
Diálogo con Cristo
La Palabra de Dios es la verdad. «Pidan lo que quieran y se les concederá». Señor, ¿por qué conociendo tu Palabra no la hago vida? ¿Por qué mi meditación frecuentemente no es auténtica oración? Sin Ti, mi vida es incompleta, sin Ti, la vida no tiene un sentido pleno, sin Ti, no puedo dar fruto, por eso hoy te pido tu gracia para que mi oración me lleve a compartir con los demás la alegría de haberte encontrado.
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por Catequesis en Familia | 28 Jun, 2016 | La Biblia
Mateo 12, 46-50. Martes de la 16.ª semana del Tiempo Ordinario. Los que hagan la voluntad de mi Padre… esos son mis hermanos y mi madre.
Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte». Jesús le respondió: «¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?». Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Miqueas, Miq 7, 14-15.18-20
Salmo 85(84), 2-8
Oración introductoria
El Evangelio no comenta cómo reaccionó Maria ante las palabras de Jesús porque sabemos que ella guardaba todo en su corazón. Dame esa luz y confianza, Señor, para ser una persona de oración, de reflexión, de acoger en el silencio tus inspiraciones, para luego meditar y vivir tu voluntad.
Petición
María, intercede por mí para que la voluntad de Dios sea todo en mi vida.
Meditación del Santo Padre Francisco
Contemplamos a aquella que conoció y amó a Jesús como ninguna otra criatura. El Evangelio que hemos escuchado muestra la actitud fundamental con la que María expresó su amor a Jesús: hacer la voluntad e Dios. «El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12, 50). Con estas Palabras Jesús deja un mensaje importante: la voluntad de Dios es la ley suprema que establece la verdadera pertenencia a Él. Por ello María instaura un vínculo de parentesco con Jesús antes aún de darle a luz: se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento en que acoge las palabras del Ángel y dice: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Este «hágase» no es sólo aceptación, sino también apertura confiada al futuro. ¡Este «hágase» es esperanza!
Santo Padre Francisco
Palabras del jueves, 21 de noviembre de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Es importante en nuestra oración: debemos aprender a confiar más en la divina Providencia, pedirle a Dios la fuerza para salir de nosotros mismos para renovarle nuestro «sí», para repetirle «Hágase tu voluntad», para adecuar nuestra voluntad a la suya. Es una oración que hacemos a diario, ya que no siempre es fácil confiar en la voluntad de Dios, repetir el «sí» de Jesús, el «sí» de María. Los relatos del evangelio de Getsemaní muestran dolorosamente que los tres discípulos elegidos por Jesús para estar cerca a él, no fueron capaces de velar con Él, de compartir su oración, su adhesión al Padre, y se sintieron abrumados por el sueño.
Queridos amigos, pidamos al Señor ser capaces de velar con Él en la oración, de seguir la voluntad de Dios cada día, incluso si habla de Cruz, de vivir en intimidad cada vez mayor con el Señor, para traer a esta «tierra», un poco del «cielo» de Dios.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Audiencia General del miércoles, 1 de febrero de 2012
Propósito
Hacer diariamente un examen de previsión al iniciar el día, es decir, revisar si lo que voy a hacer es conforme a la voluntad de Dios.
Diálogo con Cristo
Señor, quiero ser parte de tu familia. Quiero que tu voluntad sea la norma de mi vida, sé que ése es el camino para la santidad. Te suplico por la gracia que me des a conocer el camino para conocer y vivir tu voluntad, porque es muy fácil decir que creo en ti y luego comportarme de otro modo. Es fácil cumplir el deber y olvidarme de que la única motivación de mis obras eres Tú. Quiero ser cada vez más auténtico, más íntegro, quiero creer en Ti y demostrarte con mis obras que te amo. Gracias, Señor, porque sé que cuento con tu ayuda.
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