por Catequesis en Familia | 11 May, 2017 | La Biblia
Juan 16, 16-20. Jueves de la 6.ª semana del Tiempo de Pascua. La paz es la semilla de la alegría, la alegría en la esperanza. Si tienes paz en el alma en el momento de la oscuridad, en el momento de las dificultades, en el momento de las persecuciones, cuando todos se alegran de tu mal, es el signo claro de que tú tienes la semilla de aquella alegría que vendrá después.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver». Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: «¿Qué significa esto que nos dice: «Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver?». Decían: «¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir». Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: «Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: «Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver. Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 18, 1-8
Salmo: Sal 148(147), 1-2.11-12.14
Oración introductoria
Gracias, Señor, por recordarme que los momentos de confusión, de dificultad o de tristeza, son momentos para crecer, para amar más, para centrarme en lo esencial, para crecer en la fe y la confianza. Fortaléceme Señor, para salir de esta oración más unido a Ti.
Petición
Padre mío, ayúdame a vivir, y a trasmitir a los demás, la alegría de tu presencia.
Meditación del Santo Padre Francisco
«No tener miedo», sobre todo en los momentos difíciles: he aquí el mensaje que el Papa Francisco volvió a proponer en la misa que celebró el viernes 30 de mayo en la capilla de la Casa Santa Marta. Un mensaje de esperanza que impulsa a ser valientes y a tener «la paz del alma» precisamente en las pruebas —la enfermedad, la persecución, los problemas de cada día en familia— seguros que después se vivirá el gozo verdadero, porque «después de la oscuridad siempre llega el sol».
En esta perspectiva san Pablo —un hombre «muy valiente», explicó— «hizo tantas cosas porque tenía la fuerza del Señor, su vocación para llevar adelante la Iglesia, para predicar el Evangelio». Y, sin embargo, parece que también él algunas veces tenía temor. Tanto que el Señor una noche, en una visión, le invitó expresamente a «no tener miedo».
Por lo tanto, también san Pablo «conocía lo que sucede a todos nosotros en la vida», es decir, tener «un poco de miedo». Un miedo que nos lleva incluso a revisar nuestra vida cristiana, preguntándonos quizás si, en medio de tantos problemas, en el fondo «no fuera mejor bajar un poco el nivel» para ser «no tan cristiano», buscando «negociar con el mundo», para que «las cosas no sean tan difíciles».
Un razonamiento, sin embargo, que no fue el de san Pablo, que «sabía que lo que hacía no era del agrado ni de los judíos ni de los paganos». Y los Hechos de los apóstoles describen las consecuencias: fue llevado al tribunal, y he aquí «las persecuciones, los problemas». Todo esto, continuó el Pontífice, nos remite también «a nuestros miedos, nuestros temores». Y surge preguntarnos si el tener miedo sea propio de un cristiano. Por lo demás, recordó el Papa, «Jesús mismo lo tuvo. Pensad en la oración en Getsemaní. Tenía angustia». Pero Jesús dice también: «No te asustes, sigue adelante». Precisamente de esto habla san Juan (16, 20-23), cuando les dice claramente: «Vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre», es más, se burlará de vosotros.
Lo que, después sucedió puntualmente. «Pensemos, —recalcó el obispo de Roma— en aquellos espectáculos del Coliseo, por ejemplo con los primeros mártires» que fueron llevados «a morir mientras la gente se alegraba» diciendo: «Estos tontos que creen en el Resucitado ahora que acaben así». Para muchos el martirio de los cristianos «era una fiesta: ver cómo morían». Sucedió, pues, precisamente lo que Jesús había dicho a los discípulos: «el mundo se alegrará» mientras «vosotros os entristeceréis».
Existe, entonces, «el miedo del cristiano, la tristeza del cristiano». Por lo demás, explicó el Pontífice, «nosotros debemos decir la verdad: no toda la vida cristiana es una fiesta. No toda. Se llora, muchas veces se llora». Las situaciones difíciles de la vida son múltiples: por ejemplo, hizo notar, «cuando tú estás enfermo, cuando tienes un problema en familia, con los hijos, con la hija, con la esposa, con el marido. Cuando ves que el sueldo no llega a fin de mes y tienes un hijo enfermo y ves que no puedes pagar el préstamo de la casa y tienes que irte». Son «muchos problemas los que tenemos». Y sin embargo, «Jesús nos dice: no tengáis miedo».
Existe además «otra tristeza», añadió el Papa Francisco: la «que nos viene a todos nosotros cuando vamos por un camino que no es bueno». O cuando, «por decirlo sencillamente, compramos, vamos a comprar el gozo, la alegría del mundo, la del pecado». Con el resultado de que «al final está el vacío dentro de nosotros, está la tristeza». Es ésta, precisamente, «la tristeza de la alegría mala».
Pero si el Señor no esconde la tristeza, no nos deja, sin embargo, sólo con esta palabra. Sigue adelante y dice: «Pero si vosotros sois fieles, vuestra tristeza se convertirá en alegría». He aquí el punto clave: «El gozo cristiano es un gozo en esperanza que llega. Pero en el momento de la prueba nosotros no la vemos».
Es, de hecho, «un gozo que se purifica con las pruebas, también por las pruebas de cada día». Dice el Señor: «Vuestra tristeza se convertirá en alegría». Un discurso difícil de hacer comprender, reconoció el Papa. Esto se ve, por ejemplo, «cuando vas con un enfermo, con una enferma que sufre mucho, para decir: ¡ánimo, ánimo, mañana tendrás alegría!». Se trata de hacer sentir a esa persona que sufre, «como le ha hecho sentir Jesús». Es «un acto de fe en el Señor» y lo es también para nosotros «cuando estamos precisamente en la oscuridad y no vemos nada». Un acto que nos hace decir: «Lo sé, Señor, que esta tristeza se convertirá en alegría. No sé cómo, pero lo sé».
En estos días, observó el Pontífice, en la liturgia la Iglesia celebra el momento en el que «el Señor se fue y dejó a sus discípulos solos». En ese momento «quizá algunos de ellos habrán sentido miedo». Pero en todos «estaba la esperanza, la esperanza de que aquel miedo, aquella tristeza se convertiría en alegría». Y «para hacernos entender bien que esto es cierto, el Señor pone el ejemplo de la mujer que da a luz», explicando: «Sí, es verdad, en el parto la mujer sufre mucho, pero después cuando tiene al niño consigo se olvida» de todo el dolor. Y «lo que queda es la alegría», la alegría «de Jesús: una alegría purificada en el fuego de las pruebas, de las persecuciones, de todo lo que se debe hacer para ser fiel».
He aquí, entonces, «el mensaje de la Iglesia hoy: no tener miedo», ser «valerosos en el sufrimiento y pensar que después viene el Señor; después viene el gozo, después de la oscuridad llega el sol». El Pontífice expresó, luego, el deseo de que «el Señor dé a todos nosotros este gozo en esperanza». Y explicó que la paz es «el signo de que nosotros tenemos esta alegría en esperanza». Dan testimonio de esta «paz del alma» especialmente, tantos «enfermos al final de la vida, con los dolores». Porque precisamente «la paz —concluyó el Papa— es la semilla de la alegría, es la alegría en esperanza». Si, en efecto, «tienes paz en el alma en el momento de la oscuridad, en el momento de las dificultades, en el momento de las persecuciones, cuando todos se alegran de tu mal», es el signo claro de que «tú tienes la semilla de aquella alegría que vendrá después».
Santo Padre Francisco: De la tristeza a la alegría
Meditación del viernes, 30 de mayo de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
II. El deseo de felicidad
1718 Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer:
«Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada» (San Agustín, De moribus Ecclesiae catholicae, 1, 3, 4).
«¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti» (San Agustín, Confessiones, 10, 20, 29).
«Sólo Dios sacia» (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, c. 15).
1719 Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Vivir hoy intensamente la caridad, como si fuera hoy mi último día.
Diálogo con Cristo
Jesús, Tú me enseñas que el amor produce alegría y paz. Y, sólo puedo realizarme en el amor, en la entrega generosa y confiada a los demás. Ayúdame a hacer esta misma experiencia cada día, porque me has creado para recibir y dar amor.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Catequesis en Familia | 10 May, 2017 | La Biblia
Juan 16, 12-15. Miércoles de la 6.ª semana del Tiempo de Pascua. El Espíritu Santo nos hace entrar en una comunión cada vez más profunda con Jesús, donándonos la inteligencia de las cosas de Dios.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: «Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 17, 15.22; 18, 1
Salmo: Sal 148(147), 1-2.11-14
Oración introductoria
Señor, creo que estás presente aquí y ahora, dispuesto a derramar tu luz en mi oración. Tengo la confianza en que me darás la gracia que necesito para crecer en el amor y poder así dar el testimonio que puede acercar a otros a querer experimentar también tu presencia. Gracias por tu amor, por tu inmensa generosidad, te ofrezco mi vida y todo mi esfuerzo.
Petición
Espíritu Santo, aumenta mi fe para que ninguna distracción me aparte del gozo de poder experimentar tu cercanía y tu amor.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:
Hoy quisiera reflexionar sobre la acción que realiza el Espíritu Santo al guiar a la Iglesia y a cada uno de nosotros a la Verdad. Jesús mismo dice a los discípulos: el Espíritu Santo «os guiará hasta la verdad» (Jn16, 13), siendo Él mismo «el Espíritu de la Verdad» (cf. Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13).
Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico respecto a la verdad. Benedicto XVI habló muchas veces de relativismo, es decir, de la tendencia a considerar que no existe nada definitivo y a pensar que la verdad deriva del consenso o de lo que nosotros queremos. Surge la pregunta: ¿existe realmente «la» verdad? ¿Qué es «la» verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla? Aquí me viene a la mente la pregunta del Procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su misión: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 38). Pilato no logra entender que «la» Verdad está ante él, no logra ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Sin embargo, Jesús es precisamente esto: la Verdad, que, en la plenitud de los tiempos, «se hizo carne» (Jn 1, 1.14), vino en medio de nosotros para que la conociéramos. La verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona.
Pero, ¿quién nos hace reconocer que Jesús es «la» Palabra de verdad, el Hijo unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que «nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”, sino por el Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). Es precisamente el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la Verdad. Jesús lo define el «Paráclito», es decir, «aquel que viene a ayudar», que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento; y, durante la última Cena, Jesús asegura a los discípulos que el Espíritu Santo enseñará todo, recordándoles sus palabras (cf. Jn 14, 26).
¿Cuál es, entonces, la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia para guiarnos a la verdad? Ante todo, recuerda e imprime en el corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús, y, precisamente a través de tales palabras, la ley de Dios —como habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento— se inscribe en nuestro corazón y se convierte en nosotros en principio de valoración en las opciones y de guía en las acciones cotidianas; se convierte en principio de vida. Se realiza así la gran profecía de Ezequiel: «os purificaré de todas vuestras inmundicias e idolatrías, y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo… Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos» (36, 25-27). En efecto, es del interior de nosotros mismos de donde nacen nuestras acciones: es precisamente el corazón lo que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a Él.
El Espíritu Santo, luego, como promete Jesús, nos guía «hasta la verdad plena» (Jn 16, 13); nos guía no sólo al encuentro con Jesús, plenitud de la Verdad, sino que nos guía incluso «dentro» de la Verdad, es decir, nos hace entrar en una comunión cada vez más profunda con Jesús, donándonos la inteligencia de las cosas de Dios. Y esto no lo podemos alcanzar con nuestras fuerzas. Si Dios no nos ilumina interiormente, nuestro ser cristianos será superficial. La Tradición de la Iglesia afirma que el Espíritu de la Verdad actúa en nuestro corazón suscitando el «sentido de la fe» (sensus fidei) a través del cual, como afirma el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio, se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida, la profundiza con recto juicio y la aplica más plenamente en la vida (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 12). Preguntémonos: ¿estoy abierto a la acción del Espíritu Santo, le pido que me dé luz, me haga más sensible a las cosas de Dios? Esta es una oración que debemos hacer todos los días: «Espíritu Santo haz que mi corazón se abra a la Palabra de Dios, que mi corazón se abra al bien, que mi corazón se abra a la belleza de Dios todos los días». Quisiera hacer una pregunta a todos: ¿cuántos de vosotros rezan todos los días al Espíritu Santo? Serán pocos, pero nosotros debemos satisfacer este deseo de Jesús y rezar todos los días al Espíritu Santo, para que nos abra el corazón hacia Jesús.
Pensemos en María, que «conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19.51). La acogida de las palabras y de las verdades de la fe, para que se conviertan en vida, se realiza y crece bajo la acción del Espíritu Santo. En este sentido es necesario aprender de María, revivir su «sí», su disponibilidad total a recibir al Hijo de Dios en su vida, que quedó transformada desde ese momento. A través del Espíritu Santo, el Padre y el Hijo habitan junto a nosotros: nosotros vivimos en Dios y de Dios. Pero, nuestra vida ¿está verdaderamente animada por Dios? ¿Cuántas cosas antepongo a Dios?
Queridos hermanos y hermanas, necesitamos dejarnos inundar por la luz del Espíritu Santo, para que Él nos introduzca en la Verdad de Dios, que es el único Señor de nuestra vida. En este Año de la fepreguntémonos si hemos dado concretamente algún paso para conocer más a Cristo y las verdades de la fe, leyendo y meditando la Sagrada Escritura, estudiando el Catecismo, acercándonos con constancia a los Sacramentos. Preguntémonos al mismo tiempo qué pasos estamos dando para que la fe oriente toda nuestra existencia. No se es cristiano a «tiempo parcial», sólo en algunos momentos, en algunas circunstancias, en algunas opciones. No se puede ser cristianos de este modo, se es cristiano en todo momento. ¡Totalmente! La verdad de Cristo, que el Espíritu Santo nos enseña y nos dona, atañe para siempre y totalmente nuestra vida cotidiana. Invoquémosle con más frecuencia para que nos guíe por el camino de los discípulos de Cristo. Invoquémosle todos los días. Os hago esta propuesta: invoquemos todos los días al Espíritu Santo, así el Espíritu Santo nos acercará a Jesucristo.
Santo Padre Francisco
Audiencia General del miércoles, 15 de mayo de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
4. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y principio de comunión
Pero para comprender la misión de la Iglesia hemos de regresar al Cenáculo donde los discípulos permanecían juntos (cf. Lc 24, 49), rezando con María, la «Madre», a la espera del Espíritu prometido. Toda comunidad cristiana tiene que inspirarse constantemente en este icono de la Iglesia naciente. La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y «eficientes», sino el fruto de la oración comunitaria incesante (cf. Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii nuntiandi, 75). La eficacia de la misión presupone, además, que las comunidades estén unidas, que tengan «un solo corazón y una sola alma» (cf. Hch 4, 32), y que estén dispuestas a dar testimonio del amor y la alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de los creyentes (cf. Hch 2, 42). El Siervo de Dios Juan Pablo II escribió que antes de ser acción, la misión de la Iglesia es testimonio e irradiación (cf. Enc. Redemptoris missio, 26). Así sucedía al inicio del cristianismo, cuando, como escribe Tertuliano, los paganos se convertían viendo el amor que reinaba entre los cristianos: «Ved –dicen– cómo se aman entre ellos» (cf. Apologético, 39, 7).
Concluyendo esta rápida mirada a la Palabra de Dios en la Biblia, os invito a notar cómo el Espíritu Santo es el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas. Este «sí a la vida» tiene su forma plena en Jesús de Nazaret y en su victoria sobre el mal mediante la redención. A este respecto, nunca olvidemos que el Evangelio de Jesús, precisamente en virtud del Espíritu, no se reduce a una mera constatación, sino que quiere ser «Buena Noticia para los pobres, libertad para los oprimidos, vista para los ciegos…». Es lo que se manifestó con vigor el día de Pentecostés, convirtiéndose en gracia y en tarea de la Iglesia para con el mundo, su misión prioritaria.
Nosotros somos los frutos de esta misión de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Llevamos dentro de nosotros ese sello del amor del Padre en Jesucristo que es el Espíritu Santo. No lo olvidemos jamás, porque el Espíritu del Señor se acuerda siempre de cada uno y quiere, en particular mediante vosotros, jóvenes, suscitar en el mundo el viento y el fuego de un nuevo Pentecostés.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Mensaje a los jóvenes del mundo
XXIII Jornada Mundial de la Juventud
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. El Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo de las promesas
702 Desde el comienzo y hasta «la plenitud de los tiempos» (Ga 4, 4), la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu, «que habló por los profetas» (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), quiere decirnos acerca de Cristo.
Por «profetas», la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo anuncio y en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos] (cf. Lc 24, 44).
En la Creación
703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura (cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10):
«Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo […] A Él se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo» (Oficio Bizantino de las Horas. Maitines del Domingo según el modo segundo. Antífonas 1 y 2).
704 «En cuanto al hombre, Dios lo formó con sus propias manos [es decir, el Hijo y el Espíritu Santo] Y Él dibujó trazó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina» (San Ireneo de Lyon, Demonstratio praedicationis apostolicae, 11: SC 62, 48-49).
El Espíritu de la promesa
705 Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo «a imagen de Dios», a imagen del Hijo, pero «privado de la Gloria de Dios» (Rm 3, 23), privado de la «semejanza». La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá «la imagen» (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la restaurará en «la semejanza» con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu «que da la Vida».
706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará «la unidad de los hijos de Dios dispersos» (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf.Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del «Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda … para redención del Pueblo de su posesión» (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14).
En las Teofanías y en la Ley
707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y «cubierto» por la nube del Espíritu Santo.
708 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como un «pedagogo» para conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la «semejanza» divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.
En el Reino y en el Exilio
709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del pueblo salido de la fe de Abraham. «Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza […], seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,5-6; cf. 1 P2, 9). Pero, después de David, Israel sucumbe a la tentación de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el Espíritu.
710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc 24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de la figuras más transparentes de la Iglesia.
La espera del Mesías y de su Espíritu
711 «He aquí que yo lo renuevo»(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la «consolación de Israel» y «la redención de Jerusalén» (cf. Lc 2, 25. 38).
Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a Él se refieren. A continuación se describen aquéllas en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu.
712 Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12) (cuando «Isaías vio […] la gloria» de Cristo Jn 12, 41), especialmente en Is 11, 1-2:
«Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor».
713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; y también Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2, 32, y por último Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra «condición de esclavos» (Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida.
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los acentos del «amor y de la fidelidad» (cf. Ez 11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés (cf. Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en los «últimos tiempos», el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.
716 El Pueblo de los «pobres» (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13; 61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor «un pueblo bien dispuesto» (cf. Lc 1, 17).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hacer una oración de agradecimiento a Dios por el don de mi fe, preferentemente ante el Santísimo.
Diálogo con Cristo
Jesús, no dejes que la pereza o el desaliento dominen mi determinación de vivir siempre en tu presencia. Dame tu gracia y el amor que me mueva a hacer rendir todos los dones con los que has colmado mi vida.
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El Espíritu Santo es el don más alto de Dios al hombre,
el testimonio supremo de su amor por nosotros.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
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por Catequesis en Familia | 10 May, 2017 | La Biblia
Juan 16, 5-11. Martes de la 6.ª semana del Tiempo de Pascua. El Espíritu Santo es enviado con la misión de dar testimonio del Señor y asistir a los creyentes, enseñándoles y guiándoles hasta la Verdad completa.
Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: «¿A dónde vas?». Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 16, 22-34
Salmo: Sal 138(137), 1-3.7-8
Oración introductoria
¡Ven, Espíritu Santo! Ayúdame a estar abierto a tus inspiraciones, a conservar en mi corazón la alegría de saberme amado por Ti para que, con gran confianza, siga con prontitud y docilidad lo que hoy quieras pedirme.
Petición
¡Ven Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y enciende en ellas el fuego de tu amor!
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
2. La promesa del Espíritu Santo en la Biblia
La escucha atenta de la Palabra de Dios respecto al misterio y a la obra del Espíritu Santo nos abre al conocimiento cosas grandes y estimulantes que resumo en los siguientes puntos.
Poco antes de su ascensión, Jesús dijo a los discípulos: «Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido» (Lc 24, 49). Esto se cumplió el día de Pentecostés, cuando estaban reunidos en oración en el Cenáculo con la Virgen María. La efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente fue el cumplimiento de una promesa de Dios más antigua aún, anunciada y preparada en todo el Antiguo Testamento.
En efecto, ya desde las primeras páginas, la Biblia evoca el espíritu de Dios como un viento que «aleteaba por encima de las aguas» (cf. Gn 1, 2) y precisa que Dios insufló en las narices del hombre un aliento de vida, (cf. Gn 2, 7), infundiéndole así la vida misma. Después del pecado original, el espíritu vivificante de Dios se ha ido manifestando en diversas ocasiones en la historia de los hombres, suscitando profetas para incitar al pueblo elegido a volver a Dios y a observar fielmente los mandamientos. En la célebre visión del profeta Ezequiel, Dios hace revivir con su espíritu al pueblo de Israel, representado en «huesos secos» (cf. 37, 1-14). Joel profetiza una «efusión del espíritu» sobre todo el pueblo, sin excluir a nadie: «Después de esto –escribe el Autor sagrado– yo derramaré mi Espíritu en toda carne… Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días» (3, 1-2).
En la «plenitud del tiempo» (cf. Ga 4, 4), el ángel del Señor anuncia a la Virgen de Nazaret que el Espíritu Santo, «poder del Altísimo», descenderá sobre Ella y la cubrirá con su sombra. El que nacerá de Ella será santo y será llamado Hijo de Dios (cf. Lc 1, 35). Según la expresión del profeta Isaías, sobre el Mesías se posará el Espíritu del Señor (cf. 11, 1-2; 42, 1). Jesús retoma precisamente esta profecía al inicio de su ministerio público en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí –dijo ante el asombro de los presentes–, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres. Para anunciar a los cautivos la libertad y, a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; y para anunciar un año un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2). Dirigiéndose a los presentes, se atribuye a sí mismo estas palabras proféticas afirmando: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír » (Lc 4, 21). Y una vez más, antes de su muerte en la cruz, anuncia varias veces a sus discípulos la venida del Espíritu Santo, el «Consolador», cuya misión será la de dar testimonio de Él y asistir a los creyentes, enseñándoles y guiándoles hasta la Verdad completa (cf. Jn 14, 16-17.25-26; 15, 26; 16, 13).
Santo Padre Benedicto XVI
Mensaje a los jóvenes del mundo
XXIII Jornada Mundial de la Juventud
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo
689 Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf. Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo, «ungido», porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: Él les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él:
«La noción de la unción sugiere […] que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu, de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe» (San Gregorio de Nisa, Adversus Macedonianos de Spirirtu Sancto, 16).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Programar mi siguiente confesión para celebrar plenamente la fiesta de Pentecostés.
Diálogo con Cristo
Espíritu Santo, Tú eres el guía y el artífice de la santidad, por eso te ofrezco en esta oración todo mi ser, ven hacer en mí tu morada, dame la gracia para acoger tus inspiraciones, sin límite ni reserva alguna, con humildad y celo por hacerlas fructificar, por el bien de los demás.
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por Catequesis en Familia | 10 May, 2017 | La Biblia
Juan 15, 26; 16, 4. Lunes de la 6.ª semana de Pascua. Testimoniar a Cristo es la esencia de la Iglesia.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio». Les he dicho esto para que no se escandalicen. Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 16, 11-15
Salmo: Sal 149(148), 1-6.9
Oración introductoria
Creo en Ti, Señor, y te amo, por eso, parafraseando al Papa Francisco, «pido al Padre misericordioso que pueda vivir plenamente la fe que he recibido como un regalo en el día de mi bautismo para ser capaz de dar un testimonio alegre, libre y valiente de mi fe». (Santo Padre Francisco el 20 marzo de 2013).
Petición
Espíritu Santo, ayúdame a creer en Ti por los que no creen, a amarte por los que no te aman, y a confiar en Ti por los que no esperan en tu Palabra.
Meditación del Santo Padre Francisco
Testimoniar a Cristo es la esencia de la Iglesia que, de otro modo, acabaría siendo sólo una estéril «universidad de la religión» impermeable a la acción del Espíritu Santo. Lo volvió a afirmar el Papa Francisco en la misa del martes 6 de mayo, en la Casa Santa Marta.
La meditación sobre la fuerza del testimonio surgió del pasaje de los Hechos de los apóstoles (7, 51-8,1a) que relata el martirio de Esteban. A sus perseguidores, que no creían, Esteban dijo: «Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos. Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo». Y precisamente «estas palabras —comentó el Pontífice—, de una forma u otra, las había dicho Jesús, incluso literalmente: como eran vuestros padres así sois vosotros; ¿hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran?».
Los perseguidores, destacó el Santo Padre, ciertamente no eran personas serenas, con el corazón en paz. No es que no estaban de acuerdo con lo que Esteban predicaba: ¡odiaban!». Y «este odio —explicó el Papa— había sido sembrado en su corazón por el diablo. Es el odio del demonio contra Cristo».
Precisamente «en el martirio —continuó— se ve clara esta lucha entre Dios y el demonio. Se ve en este odio. No era una discusión serena». Por lo demás, hizo notar, «ser perseguidos, ser mártires, dar la vida por Jesús es una de las bienaventuranzas». Tanto que «Jesús no dijo a los suyos: «Pobrecillos si os suceden estas cosas». No, Él dijo: «Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. ¡Alegraos!»».
Es evidente, pues, que «el demonio no puede soportar la santidad de la Iglesia». Y en contra de Esteban —dijo el Papa— suscitó odio en el corazón de esas personas, para perseguir, para insultar, para calumniar. Y así mataron a Esteban», el cual «murió como Jesús, perdonando».
«Martirio, en la tradición de la palabra griega, significa testimonio», explicó el Pontífice. Y «así podemos decir que para un cristiano el camino va por las huellas de este testimonio de Jesús para dar testimonio de Él». Un testimonio que muchas veces termina con el sacrificio de la vida.
La cuestión central, argumentó el Pontífice, es que el cristianismo no es una religión «de sólo ideas, de pura teología, de estética, de mandamientos. Nosotros somos un pueblo que sigue a Jesucristo y da testimonio, quiere dar testimonio de Jesucristo. Y este testimonio algunas veces llega a costar la vida». Al respecto, el relato del martirio de Esteban es elocuente. Así, pues, «al morir Esteban, se desató la persecución contra todos». Los perseguidores «se sentían fuertes: el demonio suscitaba en ellos el desatar esta violenta persecución». Una persecución tan brutal que, «a excepción de los apóstoles que permanecieron allí, en el lugar, los cristianos se dispersaron por la región de Judea y Samaría». Precisamente «la persecución hizo que los cristianos fuesen lejos». Y a las personas que encontraban les «decían el por qué» de su fuga, «explicaban el Evangelio, daban testimonio de Jesús. Y comenzó la misión de la Iglesia. Muchos se convertían al escuchar a esta gente».
El obispo de Roma recordó al respecto que «uno de los padres de la Iglesia dijo: la sangre de los mártires es semilla de los cristianos». Y es precisamente eso lo que sucede: «Se desata la persecución, los cristianos se dispersan y con su testimonio predican la fe». Porque, destacó el Papa, «el testimonio siempre es fecundo»: lo es cuando tiene lugar en la vida cotidiana, pero también cuando se vive en las dificultades o cuando conduce incluso a la muerte. La Iglesia, por lo tanto, «es fecunda y madre cuando da testimonio de Jesucristo. En cambio, cuando la Iglesia se cierra en sí misma, se cree —digámoslo así— una universidad de la religión con muchas ideas hermosas, con muchos hermosos templos, con muchos bellos museos, con muchas cosas hermosas, pero no da testimonio, se hace estéril».
Los Hechos de los apóstoles puntualizan «que Esteban estaba lleno del Espíritu Santo». Y, en efecto, «no se puede dar testimonio sin la presencia del Espíritu Santo en nosotros. En los momentos difíciles, cuando tenemos que elegir la senda justa, cuando tenemos que decir que «no» a tantas cosas que tal vez intentan seducirnos, está la oración al Espíritu Santo: es Él quien nos hace fuertes para caminar por la senda del testimonio».
El Papa Francisco, como conclusión, recordó cómo de las «dos imágenes» propuestas por la liturgia —Esteban que muere y los cristianos que dan testimonio por doquier— brotan para cada uno algunas preguntas: «¿Cómo es mi testimonio? ¿Soy un cristiano testigo de Jesús o soy un simple miembro de esta secta? ¿Soy fecundo porque doy testimonio o permanezco estéril porque no soy capaz de dejar que el Espíritu Santo me lleve adelante en mi vocación cristiana?».
Santo Padre Francisco: El testimonio del cristiano
Homilía del martes, 6 de mayo de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. Vida moral y testimonio misionero
2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).
2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
Catecismo de la Iglesia Católica
Diálogo con Cristo
Señor, todo cristiano está llamado a dar testimonio de fe, de amor y de santidad. Ojalá que quien se acerque a nosotros se quede marcado para siempre, no por nuestra personalidad o nuestras cualidades, sino porque somos reflejo del amor de Ti al hombre, a todo hombre. Que se diga de nosotros lo mismo que se decía sobre los primeros cristianos: «¡Mirad, cómo se aman!».
Propósito
Viviré con especial intensidad este día, ofreciendo todo para que el mensaje del Año de la fe llegue a más personas.
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por Catequesis en Familia | 10 May, 2017 | La Biblia
Juan 14, 15-21. Sexto Domingo del Tiempo de Pascua. El Espíritu Santo es el alma de la misión, nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 8, 5-8.14-17
Salmo: Sal 66(65), 1-3a.4-5.6-7a.16.20
Segunda lectura: Epístola I de San Pedro, 1 Pe 3, 15-18
Oración introductoria
Señor, la gracia del Espíritu Santo no es algo que pueda merecer o conquistar, sólo puedo recibirla como puro don. Haz que el Espíritu Santo penetre en la dura costra de mi indiferencia y de mi ciego conformismo. Espíritu Santo, hazme sentir tu voz para permanecer en tu amor y ser testigo tuyo.
Petición
Espíritu Santo, abre mi entendimiento y mi voluntad para que pueda recibir el mensaje de tu Evangelio con un corazón nuevo.
Meditación del Santo Padre Francisco
Deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu Santo: novedad, armonía y misión.
1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad —Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las «sorpresas de Dios»? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.
2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo «ipse harmonia est». Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura – y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2 Jn v. 9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?
3. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión.
Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.
Santo Padre Francisco: Solemnidad de Pentecostés
Homilía del domingo, 19 de mayo de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
“CREO EN EL ESPÍRITU SANTO”
687 «Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que «habló por los profetas» (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150) nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos «desvela» a Cristo «no habla de sí mismo» (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué «el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce», mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14, 17).
688 La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:
– en las Escrituras que Él ha inspirado;
– en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
– en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;
– en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;
– en la oración en la cual Él intercede por nosotros;
– en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
– en los signos de vida apostólica y misionera;
– en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.
I. La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo
689 Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf. Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo, «ungido», porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: Él les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él:
«La noción de la unción sugiere […] que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu, de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe» (San Gregorio de Nisa, Adversus Macedonianos de Spirirtu Sancto, 16).
Catecismo de la Iglesia Católica
Diálogo con Cristo
Señor, gracias por este momento especial en que puedo experimentar tu cercanía, tu amistad sincera y personal. Quiero habituarme a estar contigo y a vivir amándote, así podré transmitir tu Buena Nueva a todas las personas con las que me encuentre hoy, especialmente aquellas que me son más cercanas.
Propósito
Invocando la gracia del Espíritu Santo, hoy voy a poner más esfuerzo en hacer las cosas ordinarias del día, de una manera extraordinaria, por amor a Jesús.
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por Catequesis en Familia | 10 May, 2017 | La Biblia
Juan 15, 18-21. Sábado de la 5.ª semana del Tiempo de Pascua. La Iglesia es fecunda y madre cuando da testimonio de Jesucristo. La Iglesia es estéril cuando se cierra en sí misma.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, él mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes. Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 16, 1-10
Salmo: Sal 100(99), 1-5
Oración introductoria
Ser un elegido de Cristo, ¿tiene alguna influencia en mi vida? Permite, Señor, que esta oración taladre la dura costra de mi indiferencia. No puedo seguir absorto en la rutina, inmerso en el conformismo, ciego ante las injusticas del mundo. Ayúdame a descubrir en las dificultades una oportunidad para afianzar mi vida en Ti.
Petición
Señor, enséñame a recorrer el camino de la cruz, que es el camino del amor.
Meditación del Santo Padre Francisco
Testimoniar a Cristo es la esencia de la Iglesia que, de otro modo, acabaría siendo sólo una estéril «universidad de la religión» impermeable a la acción del Espíritu Santo.
La meditación sobre la fuerza del testimonio surgió del pasaje de los Hechos de los apóstoles (7, 51-8,1a) que relata el martirio de Esteban. A sus perseguidores, que no creían, Esteban dijo: «Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos. Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo». Y precisamente «estas palabras —comentó el Pontífice—, de una forma u otra, las había dicho Jesús, incluso literalmente: como eran vuestros padres así sois vosotros; ¿hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran?».
Los perseguidores, destacó el Santo Padre, ciertamente no eran personas serenas, con el corazón en paz. No es que no estaban de acuerdo con lo que Esteban predicaba: ¡odiaban!». Y «este odio —explicó el Papa— había sido sembrado en su corazón por el diablo. Es el odio del demonio contra Cristo».
Precisamente «en el martirio —continuó— se ve clara esta lucha entre Dios y el demonio. Se ve en este odio. No era una discusión serena». Por lo demás, hizo notar, «ser perseguidos, ser mártires, dar la vida por Jesús es una de las bienaventuranzas». Tanto que «Jesús no dijo a los suyos: «Pobrecillos si os suceden estas cosas». No, Él dijo: «Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. ¡Alegraos!»».
Es evidente, pues, que «el demonio no puede soportar la santidad de la Iglesia». Y en contra de Esteban —dijo el Papa— suscitó odio en el corazón de esas personas, para perseguir, para insultar, para calumniar. Y así mataron a Esteban», el cual «murió como Jesús, perdonando».
«Martirio, en la tradición de la palabra griega, significa testimonio», explicó el Pontífice. Y «así podemos decir que para un cristiano el camino va por las huellas de este testimonio de Jesús para dar testimonio de Él». Un testimonio que muchas veces termina con el sacrificio de la vida.
La cuestión central, argumentó el Pontífice, es que el cristianismo no es una religión «de sólo ideas, de pura teología, de estética, de mandamientos. Nosotros somos un pueblo que sigue a Jesucristo y da testimonio, quiere dar testimonio de Jesucristo. Y este testimonio algunas veces llega a costar la vida». Al respecto, el relato del martirio de Esteban es elocuente. Así, pues, «al morir Esteban, se desató la persecución contra todos». Los perseguidores «se sentían fuertes: el demonio suscitaba en ellos el desatar esta violenta persecución». Una persecución tan brutal que, «a excepción de los apóstoles que permanecieron allí, en el lugar, los cristianos se dispersaron por la región de Judea y Samaría». Precisamente «la persecución hizo que los cristianos fuesen lejos». Y a las personas que encontraban les «decían el por qué» de su fuga, «explicaban el Evangelio, daban testimonio de Jesús. Y comenzó la misión de la Iglesia. Muchos se convertían al escuchar a esta gente».
El obispo de Roma recordó al respecto que «uno de los padres de la Iglesia dijo: la sangre de los mártires es semilla de los cristianos». Y es precisamente eso lo que sucede: «Se desata la persecución, los cristianos se dispersan y con su testimonio predican la fe». Porque, destacó el Papa, «el testimonio siempre es fecundo»: lo es cuando tiene lugar en la vida cotidiana, pero también cuando se vive en las dificultades o cuando conduce incluso a la muerte. La Iglesia, por lo tanto, «es fecunda y madre cuando da testimonio de Jesucristo. En cambio, cuando la Iglesia se cierra en sí misma, se cree —digámoslo así— una universidad de la religión con muchas ideas hermosas, con muchos hermosos templos, con muchos bellos museos, con muchas cosas hermosas, pero no da testimonio, se hace estéril».
Los Hechos de los apóstoles puntualizan «que Esteban estaba lleno del Espíritu Santo». Y, en efecto, «no se puede dar testimonio sin la presencia del Espíritu Santo en nosotros. En los momentos difíciles, cuando tenemos que elegir la senda justa, cuando tenemos que decir que «no» a tantas cosas que tal vez intentan seducirnos, está la oración al Espíritu Santo: es Él quien nos hace fuertes para caminar por la senda del testimonio».
El Papa Francisco, como conclusión, recordó cómo de las «dos imágenes» propuestas por la liturgia —Esteban que muere y los cristianos que dan testimonio por doquier— brotan para cada uno algunas preguntas: «¿Cómo es mi testimonio? ¿Soy un cristiano testigo de Jesús o soy un simple miembro de esta secta? ¿Soy fecundo porque doy testimonio o permanezco estéril porque no soy capaz de dejar que el Espíritu Santo me lleve adelante en mi vocación cristiana?».
Meditación del Santo Padre Francisco: El testimonio del cristiano
Homilía del martes, 6 de mayo de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
La Iglesia, madre y maestra
2030 El cristiano realiza su vocación en la Iglesia, en comunión con todos los bautizados. De la Iglesia recibe la Palabra de Dios, que contiene las enseñanzas de la “ley de Cristo” (Ga 6, 2). De la Iglesia recibe la gracia de los sacramentos que le sostienen en el camino. De la Iglesia aprende el ejemplo de la santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen María la figura y la fuente de esa santidad; la discierne en el testimonio auténtico de los que la viven; la descubre en la tradición espiritual y en la larga historia de los santos que le han precedido y que la liturgia celebra a lo largo del santoral.
2031 La vida moral es un culto espiritual. Ofrecemos nuestros cuerpos “como una hostia viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12, 1) en el seno del Cuerpo de Cristo que formamos y en comunión con la ofrenda de su Eucaristía. En la liturgia y en la celebración de los sacramentos, plegaria y enseñanza se conjugan con la gracia de Cristo para iluminar y alimentar el obrar cristiano. La vida moral, como el conjunto de la vida cristiana, tiene su fuente y su cumbre en el Sacrificio Eucarístico.
I. Vida moral y Magisterio de la Iglesia
2032. La Iglesia, “columna y fundamento de la verdad” (1 Tm 3, 15), “recibió de los Apóstoles […] este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad que nos salva” (LG 17). “Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas” (CIC can. 747, §2).
2033 El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y en la predicación, con la ayuda de las obras de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha transmitido de generación en generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el “depósito” de la moral cristiana, compuesto de un conjunto característico de normas, de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en Cristo y están vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado tradicionalmente como base, junto al Credo y el Padre Nuestro, el Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todos los hombres.
2034 El Romano Pontífice y los obispos como “maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo […] predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica” (LG 25). El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar.
2035 El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el depósito de la revelación divina (cf LG 25); se extiende también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas (cf Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Mysterium ecclesiae, 3).
2036 La autoridad del Magisterio se extiende también a los preceptos específicos de la ley natural, porque su observancia, exigida por el Creador, es necesaria para la salvación. Recordando las prescripciones de la ley natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su función profética de anunciar a los hombres lo que son en verdad y de recordarles lo que deben ser ante Dios (cf. DH 14).
2037 La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada a los fieles como camino de vida y de verdad. Los fieles, por tanto, tienen el derecho (cf CIC can. 213) de ser instruidos en los preceptos divinos salvíficos que purifican el juicio y, con la gracia, sanan la razón humana herida. Tienen el deber de observar las constituciones y los decretos promulgados por la autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean disciplinares, estas determinaciones requieren la docilidad en la caridad.
2038 En la obra de enseñanza y de aplicación de la moral cristiana, la Iglesia necesita la dedicación de los pastores, la ciencia de los teólogos, la contribución de todos los cristianos y de los hombres de buena voluntad. La fe y la práctica del Evangelio procuran a cada uno una experiencia de la vida “en Cristo” que ilumina y da capacidad para estimar las realidades divinas y humanas según el Espíritu de Dios (cf 1 Co 2, 10-15). Así el Espíritu Santo puede servirse de los más humildes para iluminar a los sabios y los constituidos en más alta dignidad.
2039 Los ministerios deben ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y de entrega a la Iglesia en nombre del Señor (cf Rm 12, 8.11). Al mismo tiempo, la conciencia de cada cual en su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar encerrarse en una consideración individual. Con mayor empeño debe abrirse a la consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral, natural y revelada, y consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones morales. No se ha de oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la Iglesia.
2040 Así puede desarrollarse entre los cristianos un verdadero espíritu filial con respecto a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que va más allá del simple perdón de nuestros pecados y actúa especialmente en el sacramento de la Reconciliación. Como madre previsora, nos prodiga también en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del Señor.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Colaborar en un proyecto apostólico en mi parroquia o en algún movimiento o asociación.
Diálogo con Cristo
Jesús, tu Evangelio me recuerda que para seguirte tengo que recorrer el camino de la cruz, que no es otra cosa que el desprenderme de todo obstáculo que me impida amarte más y mejor. Ayúdame a seguirte el día de hoy, ofreciéndote mi cumplimiento esmerado y fiel a mi deber, el control de mis reacciones y la renuncia a todo lo que me impida donarme a los demás.
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por Catequesis en Familia | 10 May, 2017 | La Biblia
Juan 15, 12-17. Viernes de la 5.ª semana del Tiempo de Pascua. Debemos sentir gratitud por la amistad que el Señor nos ofrece a cada uno de nosotros.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Este es mi mandamiento: Amense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 15, 22-31
Salmo: Sal 57(56), 8-12
Oración introductoria
Gracias, Jesús, por darme tu amor y amistad. Me pongo hoy ante tu presencia suplicándote humildemente que abras mi mente, mi voluntad y mi corazón, para dejar que la luz de tu Espíritu Santo ilumine mi oración.
Petición
Señor, hazme capaz de salir de mí mismo para crecer en el amor a Ti y a los demás.
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
«Ya no siervos, sino amigos»: en estas palabras se encierra el programa entero de una vida sacerdotal. ¿Qué es realmente la amistad? —Ídem velle, ídem nolle— querer y no querer lo mismo, decían los antiguos. La amistad es una comunión en el pensamiento y el deseo. El Señor nos dice lo mismo con gran insistencia: «Conozco a los míos y los míos me conocen» (cf. Jn 10,14). El Pastor llama a los suyos por su nombre (cf. Jn 10,3). Él me conoce por mi nombre. No soy un ser anónimo cualquiera en la inmensidad del universo. Me conoce de manera totalmente personal. Y yo, ¿le conozco a Él? La amistad que Él me ofrece sólo puede significar que también yo trate siempre de conocerle mejor; que yo, en la Escritura, en los Sacramentos, en el encuentro de la oración, en la comunión de los Santos, en las personas que se acercan a mí y que Él me envía, me esfuerce siempre en conocerle cada vez más. La amistad no es solamente conocimiento, es sobre todo comunión del deseo. Significa que mi voluntad crece hacia el «sí» de la adhesión a la suya. En efecto, su voluntad no es para mí una voluntad externa y extraña, a la que me doblego más o menos de buena gana. No, en la amistad mi voluntad se une a la suya a medida que va creciendo; su voluntad se convierte en la mía, y justo así llego a ser yo mismo. Además de la comunión de pensamiento y voluntad, el Señor menciona un tercer elemento nuevo: Él da su vida por nosotros (cf. Jn 15,13; 10,15). Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo.
Santo Padre Benedicto XVI
Homilía del miércoles, 29 de junio de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. El respeto de la persona humana
1929. La justicia social sólo puede ser conseguida sobre la base del respeto de la dignidad trascendente del hombre. La persona representa el fin último de la sociedad, que está ordenada al hombre:
«La defensa y la promoción de la dignidad humana nos han sido confiadas por el Creador, y […] de las que son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia» (SRS 47).
1930 El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.
1931 El respeto a la persona humana supone respetar este principio: «Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como “otro yo”, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente» (GS 27). Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un “prójimo”, un hermano.
1932 El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se hace más acuciante todavía cuando éstos están más necesitados en cualquier sector de la vida humana. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
1933 Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (cf Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Dar prioridad a mi amistad con Cristo para, con su gracia, poder vivir para los demás.
Diálogo con Cristo
Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti, para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo, al pensar como Tú, al hablar como Tú y, sobre todo, al amar como Tú.
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por Catequesis en Familia | 10 May, 2017 | La Biblia
Juan 15, 9-11. Jueves de la 5.ª semana del Tiempo de Pascua. La vocación cristiana es permanecer en el amor de Dios.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 15, 7-21
Salmo: Sal 96(95), 1-3.10
Oración introductoria
Señor, ¿cómo corresponder a tanto amor? ¿Cómo conservar en el corazón la alegría con la que colmas mi vida? ¡Ven, Espíritu Santo, lléname de tu amor para que pueda cumplir en todo tu voluntad, viviendo el mandamiento supremo de la caridad!
Petición
Señor, ayúdame a seguir el camino de mi felicidad, que es el de vivir la caridad.
Meditación del Santo Padre Francisco
«Paz, amor y alegría» son «las tres palabras clave» que Jesús nos ha confiado. Quien las realiza en nuestra vida, no según los criterios del mundo, es el Espíritu Santo. A esto el Papa Francisco dedicó la homilía del [día de hoy] por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
«Jesús, en el discurso de despedida, en los últimos días antes de subir al cielo, habló de muchas cosas», pero siempre sobre el mismo punto, representado por «tres palabras clave: paz, amor y alegría».
Sobre la primera, recordó el Papa, «hemos ya reflexionado» en la misa de anteayer, reconociendo que el Señor «no nos da una paz como la da el mundo, nos da otra paz: ¡una paz para siempre!». Respecto a la segunda palabra clave, «amor», Jesús, destacó el Papa, «había dicho muchas veces que el mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo». Y «habló de ello también en diversas ocasiones» cuando «enseñaba cómo se ama a Dios, sin los ídolos». Y también «cómo se ama al prójimo». En resumen, Jesús encierra todo este discurso en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, en él se nos dice cómo seremos juzgados. Allí el Señor explica cómo «se ama al prójimo».
Pero, en el pasaje evangélico de san Juan (15, 9-11), «Jesús dice una cosa nueva sobre el amor: no sólo amad, sino permaneced en mi amor». En efecto, «la vocación cristiana es permanecer en el amor de Dios, o sea, respirar y vivir de ese oxígeno, vivir de ese aire».
Pero ¿cómo es este amor de Dios? El Papa Francisco respondió con las mismas palabras de Jesús: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Por eso, observó, es «un amor que viene del Padre». Y la «relación de amor entre Él y el Padre» llega a ser una «relación de amor entre Él y nosotros». Así, «nos pide permanecer en ese amor que viene del Padre». Luego, «el apóstol Juan seguirá adelante —dijo el Pontífice— y nos dirá también cómo debemos dar este amor a los demás» pero lo primero es «permanecer en el amor». Y esta es, por lo tanto, también la «segunda palabra que Jesús nos deja.
Y ¿cómo se permanece en el amor? Nuevamente el Papa respondió a la pregunta con las palabras del Señor: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor». Y, exclamó el Pontífice, «es algo bello esto: yo sigo los mandamientos en mi vida». Hermoso hasta el punto, explicó, que «cuando no permanecemos en el amor son los mandamientos que vienen, solos, por el amor». Y «el amor nos lleva a cumplir los mandamientos, así naturalmente» porque «la raíz del amor florece en los mandamientos» y los mandamientos son el «hilo conductor» que sujeta, en «este amor que llega», la cadena que une al Padre, a Jesús y a nosotros.
La tercera palabra que indicó el Papa es la «alegría». Al recordar la expresión de Jesús propuesta en la lectura del Evangelio —«Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud»—, el Pontífice evidenció que precisamente «la alegría es el signo del cristiano: un cristiano sin alegría o no es cristiano o está enfermo», su salud cristiana «no está bien». Y, añadió, «una vez dije que hay cristianos con la cara avinagrada: siempre con la cara roja e incluso el alma está así. ¡Y esto es feo!». Estos «no son cristianos», porque «un cristiano sin alegría no es cristiano».
Para el cristiano, en efecto, la alegría está presente «también en el dolor, en las tribulaciones, incluso en las persecuciones». Al respecto el Papa invitó a mirar a los mártires de los primeros siglos —como las santas Felicidad, Perpetua e Inés— que «iban al martirio como si fuesen a las bodas». He aquí entonces, «la gran alegría cristiana» que «es también la que custodia la paz y custodia el amor».
Por lo tanto tres palabras clave: paz, amor y alegría. No vienen, de hecho, «del mundo» sino del Padre. Por lo demás, explicó, es el Espíritu Santo «quien realiza esta paz; quien realiza este amor que viene del Padre; quien lleva a cabo el amor entre el Padre y el Hijo y que luego llega a nosotros; que nos da la alegría». Sí, dijo, «es el Espíritu Santo, siempre el mismo; ¡el gran olvidado de nuestra vida!». Y al respecto el Papa, dirigiéndose a los presentes, confesó su deseo de preguntar, pero «¡no lo haré!» especificó, cuántos rezan al Espíritu Santo. «¡No, no alcéis la mano!» y añadió en seguida con una sonrisa; la cuestión, repitió, es que el Espíritu Santo es verdaderamente «¡el gran olvidado!». Pero es «Él el don que nos da la paz, que nos enseña a amar y nos colma de alegría».
Y, como conclusión, el Pontífice repitió la oración inicial de la misa, en la que «hemos pedido al Señor: ¡custodia tu don!». Juntos, dijo, «hemos pedido la gracia para que el Señor custodie siempre el Espíritu Santo en nosotros, el Espíritu que nos enseña a amar, nos colma de alegría y nos da la paz».
Santo Padre Francisco: La obra de Jesús
Meditación del jueves, 22 de mayo de 2014
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Las numerosas exhortaciones del evangelista san Juan a permanecer en el amor y en la verdad de Cristo evocan la imagen de una casa segura y estable. Dios nos ama primero y nosotros, atraídos hacia su don de agua viva, «hemos de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios» (Deus caritas est, 7). Pero san Juan también exhorta a sus comunidades a permanecer en ese amor porque algunos ya habían sido seducidos por las distracciones que llevan a la debilidad interior y a una posible separación de la comunión de los creyentes.
Esta exhortación a permanecer en el amor de Cristo también tiene un significado particular para vosotros hoy. Vuestras relaciones quinquenales atestiguan la atracción que ejerce el materialismo y los efectos negativos de una mentalidad laicista. Cuando los hombres y las mujeres se alejan de la casa del Señor vagan inevitablemente en un desierto de aislamiento individual y de fragmentación social, porque «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22).
Queridos hermanos, desde esta perspectiva es evidente que para ser pastores eficientes de esperanza debéis esforzaros por garantizar que el vínculo de comunión que une a Cristo con todos los bautizados sea salvaguardado y experimentado como el centro del misterio de la Iglesia (cf. Ecclesia in Asia, 24). Con los ojos fijos en el Señor, los fieles deben repetir de nuevo el grito de fe de los mártires: «Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4, 16). Esta fe se mantiene y alimenta mediante un encuentro continuo con Jesucristo, que viene a los hombres y a las mujeres a través de la Iglesia: el signo y el sacramento de unión íntima con Dios y de unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1).
Santo Padre Benedicto XVI
Discurso a la Conferencia Episcopal de Corea
Discurso del lunes, 3 de diciembre de 2007
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. Carácter comunitario de la vocación humana
1878 Todos los hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24, 3). El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.
1879 La persona humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf GS 25, 1).
1880 Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido “heredero”, recibe “talentos” que enriquecen su identidad y a los que debe hacer fructificar (cf Lc 19, 13.15). En verdad, se debe afirmar que cada uno tiene deberes para con las comunidades de que forma parte y está obligado a respetar a las autoridades encargadas del bien común de las mismas.
1881 Cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas específicas, pero “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana” (GS 25, 1).
1882 Algunas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más inmediatamente a la naturaleza del hombre. Le son necesarias. Con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la vida social, es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa “para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial” (MM 60). Esta “socialización” expresa igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales. Desarrolla las cualidades de la persona, en particular, su sentido de iniciativa y de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos (cf GS 25, 2; CA 16).
1883 “La socialización presenta también peligros. Una intervención demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio llamado de subsidiariedad. Según éste, “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (CA 48; Pío XI, enc. Quadragesimo anno).
1884 Dios no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina.
1885 El principio de subsidiariedad se opone a toda forma de colectivismo. Traza los límites de la intervención del Estado. Intenta armonizar las relaciones entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Con esperanza y confianza rezar hoy un rosario, fuente de paz y alegría.
Diálogo con Cristo
Gracias, Dios mío, por tanto amor. No puedo dejar de agradecerte por darme a tu santísima Madre. Por su intercesión quiero pedirte que sepa cambiar o eliminar todo aquello que me impida vivir el mandamiento de la caridad.
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por Catequesis en Familia | 9 May, 2017 | La Biblia
Juan 15, 1-8. Miércoles de la 5.ª semana del Tiempo de Pascua. Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de él, porque sin él no podemos hacer nada.
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 15, 1-6
Salmo: Sal 122(121), 1-5
Oración introductoria
Padre, mi gran y buen viñador. Que esta oración me ayude a descubrir todo lo que tenga que «podar» en mi vida, para poder unirme plenamente a tu amada vid, Cristo, que me da la gracia para vivir en plenitud, como discípulo y misionero de su amor.
Petición
Señor, dame la gracia de ser un sarmiento que viva siempre unido a Ti, para poder dar fruto.
Meditación del Santo Padre Francisco
Hoy la Palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor ha elegido. Como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros, y así somos llamados a hacer nosotros, Pastores. También cuidar de la familia es una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios.
Pero para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesaria que esté nutrida por la Palabra de Dios. […] ¡Una Biblia en cada familia! ¡Una Biblia en cada familia! ‘Pero padre, nosotros tenemos dos, tenemos tres’. ‘Pero, ¿dónde las tenéis escondidas?’ La Biblia no es para ponerla en una estantería, sino para tenerla a mano, para leerla a menudo, cada día, ya sea de forma individual o juntos, marido y mujer, padres e hijos, quizá en la noche, especialmente el domingo. Así la familia crece, camina, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios».
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 5 de octubre de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
IV. Señor
446 En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por Kyrios [«Señor»]. Señorse convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título «Señor» para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole «Señor». Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: «Señor mío y Dios mío» (Jn20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: «¡Es el Señor!» (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque Él es de «condición divina» (Flp 2, 6) y porque el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el «Señor» (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). » La Iglesia cree que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro» (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título «Señor», ya sea en la invitación a la oración «el Señor esté con vosotros», o en su conclusión «por Jesucristo nuestro Señor» o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: Maran atha («¡el Señor viene!») o Marana tha («¡Ven, Señor!») (1 Co 16, 22): «¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida, el amor a Cristo y a su Iglesia.
Diálogo con Cristo
La Palabra de Dios es la verdad. «Pidan lo que quieran y se les concederá». Señor, ¿por qué conociendo tu Palabra no la hago vida? ¿Por qué mi meditación frecuentemente no es auténtica oración? Sin Ti, mi vida es incompleta, sin Ti, la vida no tiene un sentido pleno, sin Ti, no puedo dar fruto, por eso hoy te pido tu gracia para que mi oración me lleve a compartir con los demás la alegría de haberte encontrado.
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La vida del alma es encuentro con Cristo, Rostro concreto de Dios: es oración silenciosa y perseverante, es vida sacramental, es Evangelio meditado, es acompañamiento espiritual, es pertenencia cordial a la Iglesia, a vuestras comunidades eclesiales
Santo Padre emérito Benedicto XVI
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