El Inmaculado Corazón de María

El Inmaculado Corazón de María

Aunque la concepción de Jesús se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por las fases de la gestación y el parto como la de todos los niños. Admirablemente el Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pero la maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo.

Siendo la educación una prolongación de la procreación, el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, y porque lo acompañó en su crecimiento humano. Jesús es Dios, pero como hombre tenía necesidad de educadores, pues vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15). Y como todo ser humano, el crecimiento de Jesús, requirió la acción educativa de sus padres.

El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret estaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Y «María guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51).


María, la educadora

Los dones especiales de María, la hacían apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para imitar, y un ejemplo de amor a Dios y a los hermanos. José, como padre, cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador. Enseñándole el oficio de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social.

María, junto con José, introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la Alianza con el rezo de los salmos y en la historia del pueblo de Israel. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. María encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil. Ella garantizó las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento del hijo.

María le dio una orientación siempre positiva, sin necesidad de corregir y sólo ayudar a Jesús a crecer «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión. María y José son modelos de todos los educadores. Su experiencia educadora es un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).

Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, siguiendo la voluntad del Padre. De maestra de su Hijo, María se convirtió en su discípula. Jesús empleó los años más floridos de su vida, educando a su Madre en la fe. Lo trascendental que resulta y fecundo gastar largos años en la formación de un santo. Tres años de vida itinerante y treinta años de vida de familia.

La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue la única que dio el ciento por uno de cosecha. En realidad dijo toda verdad aquella mujer: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican» (Lc 11,27).


¿Culto al Corazón?

Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen.

«Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti» (Sum Theol 3ª q 5 a.1). El honor y culto que se da un órgano del cuerpo se dirige a la persona. El amor al Corazón de Maria se dirige a la persona de la Virgen, significada en el Corazón.

Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o virtud. La Virgen es venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción con cultos distintos, porque los motivos son distintos. El culto a su Corazón Inmaculado es distinto por el motivo, que es su amor.

Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura; su amor a Dios y a su Hijo Jesús y a los hombres, redimidos por su sangre. Al honrar al Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, como templo de la Trinidad, remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y de gozo.


El signo de los tiempos

En cada época histórica ha predominado una devoción. En el siglo I, la Theotokos, la Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio. En el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo se fue extendiendo la devoción al Inmaculado Corazón de María, adelantada ya por San Bernardino de Sena y San Juan de Ávila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes.

San Antonio María Claret, fundó la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María Inmaculado de María en el XIX. Y en el siglo XX, alcanza su cenit con las apariciones de la Virgen en Fátima y la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María.

En Fátima, la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. La Beata Jacinta Marto, le dijo a Lucía: «Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de Maria».

También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de la consagración de varias diócesis en el mundo realizadas por sus respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia, con lo que la devoción al Inmaculado Corazón de María se vio confirmada y afianzada. Y después Pablo VI y, sobre todo, Juan Pablo II, que se declara milagro de María: «Santo Padre, le dijeron en Brasil: Agradecemos a Dios, sus trece años de pontificado». Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro.

El ha sido el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente el deseo de la Virgen, cuyos resultados se han visto con el derrumbamiento del marxismo y la conversión de Rusia.

Cuando en el siglo XVIII el mundo se enfriaba por el indiferentismo religioso de doctrinas ateas, se manifiesta Cristo a Santa Margarita María de Alacoque en Paray le Monial, y la constituye promotora del culto al Corazón de Jesús, y cuando en el siglo XX, el mundo se va a ver envuelto por amenazas de guerras, divisiones y odios, herencia nefasta del materialismo y del marxismo, pide la Virgen a los niños de Fátima, que difundan la devoción al Inmaculado Corazón de Maria.

Como remedio a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece su Corazón Inmaculado, que es ternura y dulzura, pero también exigencia de oración, sacrificio, penitencia, generosidad y entrega. No basta el culto; hay que imitar sus virtudes.


El Corazón

El corazón desarrolla una sinergia, un lazo invisible, pero de irresistible fortaleza, que nos une con Dios, con los hombres y con las criaturas.

El Corazón de María, expresa el corazón físico que latía en el pecho de María, que entregó la sangre más pura para formar la Humanidad de Cristo, y en el que resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su lado; y el corazón espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que la hicieron corredentora, con el cúmulo de virtudes que adornan la persona excelsa de la Madre de Dios.

El Corazón es la raíz de su santidad, y el resumen de todas sus grandezas, porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que creó el mundo para el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera amado, comprendido, mimado, como el huerto cerrado del Cantar de lo Cantares. Es su obra primorosa y singular.

Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de las delicias del Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló, desde el primer instante, el Cordero inmaculado. Según San Bernardo, Maria «fuit ante sancta quam nata»: nació antes a la vida de la gracia que a la de este mundo…No hay un Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María. Como el sol reverbera sobre el fango de la tierra, su Corazón brilló sobre las miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida del sol del Apocalipsis (12,1).

La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su Corazón en el que no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos. Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de su Corazón el receptáculo del amor y de la misericordia. El Corazón de María es el de la Hija predilecta del Padre. El Corazón de la Madre que con mayor dulzura y ternura haya amado a su Hijo. El Corazón de la Esposa donde el Espíritu realizó la más grande de sus maravillas, concibió por obra del Espíritu Santo.

El Corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el corazón de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de Maria: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26. San Juan nos representaba a todos. Porque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra; con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hijo y a sus hijos es tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, hermanos de su Hijo Jesús, el Hermano Mayor.


El cuello del Cuerpo Místico

Dios quiere conceder sus gracias a los hombres por el Corazón Inmaculado de María. Es el cuello del Cuerpo Místico por donde descienden las gracias de la Cabeza. Sus hijos predilectos son los santos. Ella goza viéndoles interceder por sus hermanos menores, y goza viendo que las gracias que le piden llegan a nosotros a través de Ella.

Por su Corazón pasa todo cuanto ennoblece y dignifica al mundo: las gracias de conversión, la paz de las conciencias, las santas aspiraciones, el heroísmo de los santos, los rayos más luminosos que señalan al mundo los caminos de salvación. Como la imaginación, abandonada a sí misma es la loca de la casa, el corazón dejado a la deriva, sin educar, es la perdición de toda nuestra persona, María nos enseña a amar con ardor, pero con gran pureza. El amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos, halla el modelo humano más perfecto en el Corazón Inmaculado de Maria.


Madre de cada hombre

Si María fuera sólo Madre de la Iglesia como comunidad, y no Madre de cada uno de los miembros, sólo se preocuparía del bien de la Iglesia. Pero cada cristiano carecería de seguridad. Sería como un general que ama mucho a su ejército, pero no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a la nación; y de intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada uno acercarse a Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el ciudadano al Jefe del Estado. María no sería nuestra Madre, sino nuestra Reina, o nuestro general, distante de nuestras pequeñas preocupaciones.

Si una madre de diez hijos los amara sólo en grupo, y no se preocupara de cada uno en particular; si preparara comida, camas, descanso, trabajo, recreo para su pollada, no sería madre de familia, sino administradora de un colegio o de un cuartel, donde la revisión médica y la vacuna colectiva se hace para todos una vez. La madre de familia, lleva al médico a cada hijo siempre que lo necesita o se queja: no tiene un día al año de revisión ni de vacuna para todos. Con la Virgen María no estamos en un cuartel, ni en un colegio, sino en una familia: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino» (Lc. 12,32).

A María le sobra corazón para atendernos a todos como si fuéramos únicos: Dios le ha dado Corazón de Madre para que con él ame a todos y cada uno de los hombres, los de hoy y todos los de ayer y de mañana. Nosotros somos como la última floración, como el benjamín, al que prodiga sus cuidados.


Los más desvalidos

Toda madre tiene amor particular a cada hijo y más al más desvalido, al subnormal, al extraviado al más necesitado. El Corazón de María nuestra Madre, ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la Iglesia. Ninguna madre cuando tiene el primer hijo restringe su amor, reservándolo para los que vengan. Da todo su amor al primero y al segundo, sin quitar nada al primero, y sin ahorrar nada para el tercero. Cuida de todos, y de cada uno como si no tuviera otro.

Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a cada uno, se puede gustar la delicia de sentirse amados por Ella, y se dialogará con ella y se intimará con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a su intimidad, que es importantísimo para nuestra vida interior, es preciso tener firme fe en ese amor particular.


La Redemptoris Mater

Todos estos conceptos brotan del «Totus tuus» de Juan Pablo II, que en su Encíclica «Redemptoris Mater», ha escrito: Se descubre aquí el valor real de las palabras dichas por Jesús a su madre cuando estaba en la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26). Estas palabras determinan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo y expresan su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo….

Es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia.

En efecto, cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible, y esto vale tanto para la madre como para el hijo. Cada hijo es rodeado del mismo modo por aquel amor materno, sobre el que se basa su formación y maduración en la humanidad. Se puede afirmar que la maternidad «en el orden de la gracia» mantiene la analogía con cuanto «en el orden de la naturaleza» caracteriza la unión de la madre con el hijo.

En esta luz se hace más comprensible el hecho de que, en el testamento de Cristo en el Calvario, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: «Ahí tienes a tu hijo».

Se puede decir, además, que en estas mismas palabras está indicando plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel instante se encontraba a los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su Maestro, sino de todo discípulo de Cristo, de todo cristiano.

El Redentor confía su madre al discípulo y, al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de Maria, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. El Redentor confía María a Juan en la medida que confía Juan a María… Entregándose filialmente a Maria, el cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «la acogió en su casa.

Así el cristiano trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo.

Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de Maria a los pies de la Cruz y en el Cenáculo. Esta relación filial, esta entrega de un hijo a la Madre, no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que definitivamente se orienta hacia El.

Se puede afirmar que Maria sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo en Caná de Galilea: «Haced lo que él os diga. En efecto es El, Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 4,6); es El a quien el Padre ha dado al mundo, para que el hombre «no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16)… Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que «ha creído», y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos.

Y es sabido que cuanto más perseveran los hijos en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la «inescrutable riqueza de Cristo (Ef 3,8). Porque sus hijos reconocen cada vez mejor la dignidad del hombre en toda su plenitud, y el sentido definitivo de su vocación, porque «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (L. G.).


Madre de la Iglesia

Durante el Concilio, Pablo VI proclamó solemnemente que Maria es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores» Más tarde, el año 1968, en el Credo del Pueblo de Dios, ratificó esta afirmación de forma más comprometida: «Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos. El Concilio ha subrayado que la verdad sobre la Santísima Virgen, Madre de Cristo constituye un medio eficaz para la profundización de la verdad sobre la Iglesia… Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este sentido, Maria, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En efecto, la Iglesia como desea y pide Pablo VI— «encuentra en María, la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo».

El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el de las madres, con ser el más puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo jamás mezcla de egoísmo. El amor de su Corazón es virginal, sin mezcla de egoísmo, amor puro. Amándonos con amor virginal, sabemos que no se busca a sí misma: sólo busca nuestro bien.

Incluso nuestra correspondencia de amor a Ella, no la quiere por bien suyo, aunque en ella se goce como madre, sino por bien nuestro, para poder lograr nuestra transformación en Dios. El amor particular que nos tiene engendra nuestra intimidad con Ella, y el abandono en su Corazón. Con el mismo amor con que ama a su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho «Emmanuel»«Dios con nosotros» y al amarnos a nosotros, nos identifica con El.

El amor de los padres resulta con frecuencia ineficaz para proteger y defender a sus hijos, que no pueden impedir que enfermen, sufran accidentes, mueran. Hacen por ellos lo que pueden, pero pueden muy poco. Pero como María nos ama con su Corazón de Madre de Dios, su eficacia es absoluta, porque tiene en sus manos la omnipotencia divina, no por ser madre nuestra, sino por ser Madre de Dios.


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En una familia de cinco hijos si uno es muy rico y poderoso y los otros cuatro pobres, la madre no consentirá que el rico no socorra a sus hermanos pobres. María no podrá consentir que su Hijo Jesús le impida usar de su infinita riqueza y poder para socorrernos a nosotros. Esto no va a ocurrir nunca, pues Jesús la ha hecho nuestra madre, y administradora de su Corazón. Jesús jamás pondrá límites al uso que su Corazón haga de sus tesoros infinitos.

Si el Padre hubiera concedido al Corazón de María algo a condición de que no fuera también nuestro, ella lo hubiera impedido: Si me haces su madre no me des nada que yo no pueda compartir con ellos.

Al darnos el Corazón de su Madre y nuestra Madre, ha hecho nuestros todos los dones y riquezas que puso en su Corazón: su predestinación si la queremos, el cariño con que la envuelve, y los regalos con que Dios la recrea. No se puede amar a la Madre, si no se ama a sus hijos, ni se puede dar gusto a la madre, si se abandona a sus hijos.


Su corazón es nuestra seguridad

Si a un niño pequeño le diéramos una joya preciosa, la perdería. Por eso se la damos a su madre, para que la conserve. Por eso Dios no ha querido darnos sus dones directamente, para que no nos pase como Adán. Se los ha confiado a María, que nunca los perderá.

Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los conserva. Su Corazón es nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo suyo es nuestro, Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su pureza, su santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hermanos es nuestro, porque Ella es nuestra. (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26). Y como son nuestros los podemos ofrecer a Dios, sobre todo cuando no tenemos nada que ofrecerle. Entonces es cuando le ofrecemos más y la conquistamos más, porque somos más pobres, como su Hijo, recibió los dos reales de la viuda.


Sufre con nosotros

Su Corazón hace suyos nuestros pecados y dolores, como los hizo suyos Jesús en su pasión y en la Eucaristía. Y nuestras tristezas y aflicciones. 

«Este es el Cordero de Dios, que toma sobre sí, los pecados del mundo»; los dolores y sufrimientos: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (He 9,4).

Como en la Eucaristía Jesús sufre viendo nuestras carencias que reactivan su pasión, y goza inefablemente cuando nos ve a su lado, el Corazón de María, las considera suyas como se identificó con los sufrimientos Jesús como Corredentora, sufriendo todos nuestros dolores y pecados, y recibiendo hoy el consuelo de nuestra gratitud e intimidad. Siempre y en cada momento compadece con nosotros.

Cuando pecamos, vuelve a sentirse como avergonzada y pecadora. Por eso Jesús nos perdona tan fácilmente, para quitarle a su Madre la humillación de nuestros pecados, que la oprime porque somos sus hijos. De la misma manera que el Padre nos perdona para quitar a su Hijo el oprobio que en la Eucaristía siente de nuestros pecados porque los hace suyos, y al quitárnoslos se los quita a El.

Sin la Eucaristía sería muy difícil nuestro perdón, a pesar de la pasión de Cristo, que quedaría demasiado lejos, y es ahora cuando necesitamos que El haga suyo lo nuestro. Por eso no debemos desconfiar ni desesperar. María es refugio de pecadores. Y cuando después del pecado nos echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo: Me siento Yo manchada; mas como mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os limpiará a vosotros para que todos estemos limpios.

El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos acompaña en el sufrimiento por pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con nosotros nuestro mismo dolor, está con nosotros, tratando de que superemos la depresión de vernos solos y abandonados en el sufrimiento y en el dolor, especialmente en esta época de angustia, vacío y ansiedad.

Siempre nos queda su Corazón, sus brazos acogedores maternales que llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera. Y Jesús, amando a su Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con Ella y con nosotros, y nos dice: «Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados, y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera» (Mt. 11,28). Si aprendemos a ir a Jesús por María, hallaremos fortaleza y hasta verdadera delicia en el sufrimiento y en el dolor.

La compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde fuera: son incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María siente en nosotros y con nosotros todas nuestras angustias y dolores, porque conoce ahora, y siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si su Corazón prefiere sufrir con nosotros ese dolor antes que quitárnoslo, es porque ve que es necesario pasarlo.

Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos, humillaciones, anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores físicos y morales, y hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden, cuando el Corazón de María, pudiéndolos evitar, prefiere hacerlos suyos, y sufrirlos en nosotros y con nosotros. Si lo tenemos presente veremos la luminosidad de la cruz, y entenderemos lo que nos dice San Pablo: «Dios, a los que decidió salvar, determinó hacerlos conformes a la imagen de su Hijo» (Rom. 8,29), y «seremos conglorificados con El, si padecemos con El» (Rom. 8,17). Entonces comprendemos los deseos ardientes que los santos tuvieron de sufrir, y no nos extrañará oír a Santa Teresa: «O padecer o morir» y a San Juan de la Cruz: «Padecer y ser despreciado por Vos».


El crecimiento

La ilusión mayor de una madre es que su pequeño llegue a adulto y se haga fuerte como su padre: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt. 5,48). Ese es el deseo del Corazón de María: que lleguemos a la perfección del Padre Celestial, copiando a su Jesús, que agota la hermosura del Padre, pues es esplendor de su gloria e imagen de su substancia. Esa es la clave para entender el empeño del Corazón de María en dejarnos sufrir.

Es muy provechoso que reflexionemos y meditemos estas verdades y que desentrañemos con nuestro esfuerzo el valor y la riqueza de las virtudes y la maldad y fealdad de los pecados y la belleza del amor pero, como obra nuestra, esta reflexión y actividad se queda a mitad camino, como diría San Juan de la Cruz, «con ella se hace poca hacienda».

Reflexionando vemos, pero ya decía el clásico: «Video meliora, proboque, deteriora sequor»«Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor». Y San Pablo: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7,19). Lo vemos, pero nos faltan fuerzas para hacer la verdad y lo mejor.

Son las fuerzas que Dios nos ofrece por manos del Corazón de María, por eso lo más lógico y eficaz de razón y de fe, es llevar a la Eucaristía los problemas y en presencia y compañía del Corazón de María, derramar nuestro corazón, problemas y tentaciones para que como por ósmosis y en otra dimensión de nuestro ser, transformen nuestra vida, sin saber cómo y sin poderlo explicar.


Entréme donde no supe,

y quedéme no sabiendo,

toda ciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba,

Pero cuando allí me ví,

Grandes cosas entendí;

No diré lo que sentí,

Pero me quedé no sabiendo,

Toda ciencia trascendiendo.


San Juan de la Cruz

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Fuente original: El Inmaculado Corazón de María

Sagrado Corazón de Jesús (dinámica completa para niños)

Sagrado Corazón de Jesús (dinámica completa para niños)

El Corazón del Verbo encarnado

Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), «es considerado como el principal indicador y símbolo […] de aquel amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres» (Pio XII, Enc.Haurietis aquas: DS, 3924; cf. ID. enc. Mystici Corporis: ibíd., 3812).

Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 478

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Con motivo de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús os proponemos esta dinámica en la que los niños interiorizan el amor que Jesús y la Virgen María tienen por nosotros y que por amor a ellos debemos amar y ser buenos con los demás.

Es una dinámica para un grupo numeroso de al menos 10-12 niños en la que vamos a construir un mural que explica paso a paso la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Para ello, se reparten los dibujos que los niños tienen que colorear a su gusto. Una vez terminados todos los dibujos hacemos el mural colocando los dibujos en orden (vienen numerados): cada niño lee primero su dibujo y luego lo coloca ordenadamente. A medida que los niños van leyendo y entregando sus dibujos, se pueden comentar todos los aspectos y dudas que surjan.

Esta dinámica debería durar unos 45 minutos y solo se necesitan cartulinas o paredes donde hacer los murales, lápices de colores y los dibujos impresos. 

Si sobrara tiempo (o también como actividad para casa con los padres), el catequista puede repartir las láminas «Díselo al Sagrado Corazón de Jesús» y que los niños, además de pintar los dibujos, escriban algo que ellos le quieran contar a Jesús. 

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Mural del Sagrado Corazón de Jesús

Se puede acceder a las láminas en tamaño grande pulsando sobre el título o sobre la imagen. 

Portada
Portada

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Lámina 1

Lámina 2

Lámina 3

Lámina 1 Lámina 2 Lámina 3

Lámina 4

Lámina 5

Lámina 6

Lámina 4 Lámina 5 Lámina 6

Lámina 7

Lámina 8

Lámina 9

Lámina 7 Lámina 8 Lámina 9

Lámina 10

Lámina 11

Lámina 12

Lámina 10 Lámina 11 Lámina 12

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Díselo al Sagrado Corazón de Jesús

Niñas Niños
Díselo al Sagrado Corazón de Jesús - Niñas Díselo al Sagrado Corazón de Jesús - Niño

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Catequesis adaptada de los materiales encontrados en el blog La Catequesis

El autor original corresponde al Taller «Jugando me acerco a María»


Canción «El mandamiento del Amor»

Canción «El mandamiento del Amor»

El canto es una forma intensa de expresión verbal, poética y musical a la vez. Es una de las maneras más completas de la expresión humana y quizás uno de los mejores momentos para alabar y comunicarse con Dios.

El canto ocupa un lugar destacadísimo en la oración infantil. Junto al gesto es uno de los medios de expresión que más gusta y atrapa a los niños. El canto penetra de tal modo en el corazón de los pequeños que muchas canciones aprendidas en la infancia se recuerdan de por vida.

El canto religioso es un recurso educativo-recreativo-pastoral importantísimo. En la catequesis de niños el canto debe ser un elemento cotidiano y permanente. Especialmente cuando unimos cantos con gestos. Esta fusión “mágica” de canto y gesto genera en los pequeños una respuesta que ni siquiera imaginamos, cuya potencia educadora es de difícil dimensionamiento. Quienes ya han hecho la experiencia sabrán que pocas cosas les gustan más a los chicos que «cantar con todo el cuerpo»; es decir, hacer una sola cosa del gesto, la canción y la oración.

Orar a través del canto

Luis M. Benavides

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Canción «El mandamiento del Amor»

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Canción «El mandamiento del Amor»: letra

Jesús, Amigo,

los niños te queremos saludar.

Jesús, Maestro,

enséñanos a amarnos de verdad. (Estribillo)

 

Nos diste el Mandamiento del Amor,

sellado con tu muerte en una Cruz,

en ella nos dejaste tu perdón,

camino para hallar la eterna luz.

Jesús, Amigo,

los niños te queremos saludar.

Jesús, Maestro,

enséñanos a amarnos de verdad. (Estribillo)

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Cantar es propio del que ama… Cantar es orar dos veces.

 

San Agustín

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Fiesta del Inmaculado Corazón de María

Fiesta del Inmaculado Corazón de María

Esta fiesta está íntimamente vinculada con la del Sagrado Corazón de Jesús, la cual se celebra el día anterior, viernes. Ambas fiestas se celebran, viernes y sábado respectivamente, en la semana siguiente al domingo de Corpus Christi. Los Corazones de Jesús y de María están maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad desde el momento de la Encarnación. La Iglesia nos enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de María. Por eso nos consagramos al Corazón de Jesús por medio del Corazón de María.

La fiesta del Corazón Inmaculado de María fue oficialmente establecida en toda la Iglesia por el papa Pío XII, el 4 de mayo de 1944, para obtener por medio de la intercesión de María «la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las virtudes». Esta fiesta se celebra en la Iglesia todos los años el sábado siguiente al segundo domingo después Pentecostés.

Después de su entrada a los cielos, el Corazón de María sigue ejerciendo a favor nuestro su amorosa intercesión. El amor de su corazón se dirige primero a Dios y a su Hijo Jesús, pero se extiende también con solicitud maternal sobre todo el género humano que Jesús le confió al morir; y así la alabamos por la santidad de su Inmaculado Corazón y le solicitamos su ayuda maternal en nuestro camino a su Hijo.

Una práctica que hoy en día forma parte integral de la devoción al Corazón de María, es la Devoción a los Cinco Primeros Sábados. En diciembre de 1925, la Virgen se le apareció a Lucía Martos, vidente de Fátima y le dijo: «Yo prometo asistir a la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación, a todos aquellos que en los primeros sábados de cinco meses consecutivos, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen la tercera parte del Rosario, con intención de darme reparación». Junto con la devoción a los nueve Primeros Viernes de Mes, ésta es una de las devociones más conocidas entre el pueblo creyente.

El Papa Juan Pablo II recientemente declaró que la conmemoración del Inmaculado Corazón de María, será de naturaleza «obligatoria» y no «opcional». Es decir, por primera vez en la Iglesia, la liturgia para esta celebración debe de realizarse en todo el mundo Católico.

Entreguémonos al Corazón de María diciéndole: «¡Llévanos a Jesús de tu mano! ¡Llévanos, Reina y Madre, hasta las profundidades de su Corazón adorable! ¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!».

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Artículo original en EWTN

Promesas del Sagrado Corazón Jesús

Promesas del Sagrado Corazón Jesús

Jesús mío dulcísimo, que en vuestra infinita y dulcísima misericordia prometisteis la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra de vuestro Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de esta promesa, y a mí, indigno siervo vuestro, que acabo de recibiros sacramentado con este fin e intención, concededme que muera detestando todos mis pecados, esperando en vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo y amabilísimo Corazón. Amén.

Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, tened piedad de nosotros.

Padrenuestro…

Corazón de Jesús, rico en todos los que os invocan, tened piedad de nosotros.

Padrenuestro…

Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Vos, tened piedad de nosotros.

Padrenuestro…

Oración de ofrecimiento al Sagrado Corazón de Jesús

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Promesas del Sagrado Corazón Jesús

Promesas principales hechas por el Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita de Alacoque:

  1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.
  2. Daré la paz a las familias.
  3. Las consolaré en todas sus aflicciones.
  4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte
  5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas
  6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia
  7. Las almas tibias se harán fervorosas
  8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección
  9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.
  10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos
  11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.
  12. A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.

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Artículo original en Aciprensa

Historia de El Sagrado Corazón de Jesús – También en vídeo

Historia de El Sagrado Corazón de Jesús – También en vídeo

Los Santos Padres muchas veces hablaron del Corazón de Cristo como símbolo de su amor, tomándolo de la Escriturad: «Hemos de beber el agua que brotaría de su Corazón… cuando salió sangre y agua» (Jn 7,37; 19,35).

En la Edad Media comenzaron a considerarle como modelo de nuestro amor, paciente por nuestros pecados, a quien debemos reparar entregándole nuestro corazón (santas Lutgarda, Matilde, Gertrudis la Grande, Margarita de Cortona, Angela de Foligno, san Buenaventura, etc.).

En el siglo XVII estaba muy extendida esta devoción. San Juan Eudes, ya en 1670, introdujo la primera fiesta pública del Sagrado Corazón.

En 1673, Santa Margarita María de Alocoque comenzó a tener una serie de revelaciones que le llevaron a la santidad y la impulsaron a formar un equipo de apóstoles de esta devoción. Con su celo consiguieron un enorme impacto en la Iglesia.

Se divulgaron innumerables libros e imágenes. Las asociaciones del Sagrado Corazón subieron en un siglo, desde mediados del XVIII, de 1.000 a 100.000. Unas 200 congregaciones religiosas y varios institutos secula-res se han fundado para extender su culto de mil formas.

El Apostolado de la Oración, que pretende conse-guir nuestra santificación personal y la salvación del mundo mediante esta devoción, contaba ya en 1917 con 20 millones de asociados. Y en 1960 llegaba al doble en todo el mundo, pasando en España del millón; sus 200 revistas tenían 15 millones de suscriptores. La mayor asociación de todo el mundo.

La Oposición a este culto siempre ha sido grande, sobre todo en el siglo XVIII por parte de los jansenistas, y recibió un fuerte golpe con la supresión de la Compañía de Jesús (1773).

En España se prohibieron los libros sobre el Sagrado Corazón. El emperador de Austria dio orden que desapareciesen sus imágenes de todas las iglesias y capillas. En los seminarios se enseñaba: «la fiesta del Sagrado Corazón ha echado una grave mancha sobre la religión».

La Europa oficial rechazó el Corazón de Cristo y en seguida fue asolada por los horrores de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas. Pero después de la purificación, resurgió de nuevo con más fuerza que nunca.

En 1856 Pío IX extendió su fiesta a toda la Iglesia. En 1899 León XIII consagró el mundo al Sagrado Corazón de Jesús (Ecuador se había consagrado en 1874).

Y España en 1919, el 30 de mayo, también se consagró públicamente al Sagrado Corazón en el Cerro de los Angeles. Donde se grabó, debajo de la estatua de Cristo, aquella promesa que hizo al padre Bernardo de Hoyos, S.J., el 14 de mayo de 1733, mostrándole su Corazón, en Valladolid (Santuario de la Gran Promesa), y diciéndole: «Reinaré en España con más Veneración que en otras muchas partes» (entonces también América era España).

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Si queréis un conocimiento exhaustivo sobre El Sagrado Corazón de Jesús, os recomendamos que visitéis el artículo temático de Aciprensa.

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Historia del Sagrado Corazón en vídeo

Primera parte (I): Introducción.

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Primera parte (II): Por qué al Corazón. Origen de la devoción.

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Primera parte (III): Primeras revelaciones.

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Primera parte (IV): Las cuatro principales revelaciones.

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Segunda parte (I): Santa Margarita María de Alacoque y su misión.

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Segunda parte (II): Santa Margarita María de Alacoque: su vida.

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Segunda parte (III): La Virgen María y Santa Margarita María. Significado de la devoción.

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Segunda parte (IV): La Divina MIsericordia y el Sagrado Corazón. Promesas del Sagrado Corazón. Los 9 primeros Viernes.

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Tercera parte: Consagración al Sagrado Corazón.

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Corpus Christi: catequesis del Papa emérito Benedicto XVI

Corpus Christi: catequesis del Papa emérito Benedicto XVI

Esta tarde quiero meditar con vosotros sobre dos aspectos, relacionados entre sí, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad. Es importante volverlos a tomar en consideración para preservarlos de visiones incompletas del Misterio mismo, como las que se han dado en el pasado reciente.

Ante todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia que también esta tarde viviremos nosotros después de la misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y al terminar. Una interpretación unilateral del concilio Vaticano II había penalizado esta dimensión, restringiendo en la práctica la Eucaristía al momento celebrativo. En efecto, ha sido muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne en torno a la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo alimenta y lo une a sí en la ofrenda del Sacrificio. Esta valorización de la asamblea litúrgica, en la que el Señor actúa y realiza su misterio de comunión, obviamente sigue siendo válida, pero debe situarse en el justo equilibrio. De hecho —como sucede a menudo— para subrayar un aspecto se acaba por sacrificar otro. En este caso, la justa acentuación puesta sobre la celebración de la Eucaristía ha ido en detrimento de la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles. En efecto, concentrando toda la relación con Jesús Eucaristía en el único momento de la santa misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y así se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como «Corazón palpitante» de la ciudad, del país, del territorio con sus diversas expresiones y actividades. El Sacramento de la caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.

En realidad, es un error contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competición una contra otra. Es precisamente lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el «ambiente» espiritual dentro del cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. La acción litúrgica sólo puede expresar su pleno significado y valor si va precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración. El encuentro con Jesús en la santa misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, tras disolverse la asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.

En este sentido, me complace subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración todos estamos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido muchas veces en la basílica de San Pedro, y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes; recuerdo por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente a todos que estos momentos de vigilia eucarística preparan la celebración de la santa misa, preparan los corazones al encuentro, de manera que este resulta incluso más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que va acompañado de modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la Comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: «Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando el nombre del Señor» (Sal 115, 16-17).

Ahora quiero pasar brevemente al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí, en el pasado reciente, de alguna manera se ha malentendido el mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana respecto al culto ha sufrido la influencia de cierta mentalidad laicista de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y sigue siendo siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y, sin embargo, de esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sagrado ya no exista, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los Hebreos, que hemos escuchado esta tarde en la segunda lectura, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, «sumo sacerdote de los bienes definitivos» (Hb 9, 11), pero no dice que el sacerdocio se haya acabado. Cristo «es mediador de una alianza nueva» (Hb 9, 15), establecida en su sangre, que purifica «nuestra conciencia de las obras muertas» (Hb 9, 14). Él no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que sí es plenamente espiritual pero que, sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que sólo desaparecerán al final, en la Jerusalén celestial, donde ya no habrá ningún templo (cf. Ap 21, 22). Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede con los mandamientos, también más exigente. No basta la observancia ritual, sino que se requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida.

Me complace subrayar también que lo sagrado tiene una función educativa, y su desaparición empobrece inevitablemente la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Christi, el perfil espiritual de Roma resultaría «aplanado», y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O pensemos en una madre y un padre que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad acabarían por dejar campo libre a los numerosos sucedáneos presentes en la sociedad de consumo, a otros ritos y otros signos, que más fácilmente podrían convertirse en ídolos. Dios, nuestro Padre, no obró así con la humanidad: envió a su Hijo al mundo no para abolir, sino para dar cumplimiento también a lo sagrado. En el culmen de esta misión, en la última Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, el Memorial de su Sacrificio pascual. Actuando de este modo se puso a sí mismo en el lugar de los sacrificios antiguos, pero lo hizo dentro de un rito, que mandó a los Apóstoles perpetuar, como signo supremo de lo Sagrado verdadero, que es él mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén.

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Homilía del Papa emérito Benedicto XVI

Basílica de San Juan de Letrán

Jueves 7 de junio de 2012

 

Sobre la fiesta del Corpus Christi

Sobre la fiesta del Corpus Christi

Corpus Christi es la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía.

Este día recordamos la institución de la Eucaristía que se llevó a cabo el Jueves Santo durante la Última Cena, al convertir Jesús el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre.

Es una fiesta muy importante porque la Eucaristía es el regalo más grande que Dios nos ha hecho, movido por su querer quedarse con nosotros después de la Ascensión.

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Origen de la fiesta

Dios utilizó a santa Juliana de Mont Cornillon para propiciar esta fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.

Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haberse intensificado por una visión que ella tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.

Ella le hizo conocer sus ideas a Roberto de Thorete, el entonces obispos de Liège, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente al Papa Urbano IV. El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.

El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez por los cánones de San Martín en Liège. Jacques Pantaleón llegó a ser Papa el 29 de agosto de 1261. La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y quien también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo entero.

Urbano IV, siempre siendo admirador de esta fiesta, publicó la bula «Transiturus» el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de «Corpus Christi» en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aun por Protestantes.

La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. Publicó un nuevo decreto incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su observancia.

Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes en a partir del siglo XIV.

La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strasburg en 1316. En Inglaterra fue introducida de Bélgica entre 1320 y 1325. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.

En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.

El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurección de Nuestro Señor Jesucristo.

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Fuente original: Catholic.net

Celebración del pan y del vino – Dinámica sobre el Corpus Christi

Celebración del pan y del vino – Dinámica sobre el Corpus Christi

En la víspera de su Pasión, durante la Cena pascual, el Señor tomó el pan en sus manos —como acabamos de escuchar en el Evangelio— y, después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, este es mi cuerpo». Después tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio y todos bebieron de él. Y dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14, 22-24). Toda la historia de Dios con los hombres se resume en estas palabras. No sólo recuerdan e interpretan el pasado, sino que también anticipan el futuro, la venida del reino de Dios al mundo. Jesús no sólo pronuncia palabras. Lo que dice es un acontecimiento, el acontecimiento central de la historia del mundo y de nuestra vida personal.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Solemnidad del Corpus Christi

Homilía del jueves, 15 de junio de 2006

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Celebración del pan y del vino

Celebración para niños de postcomunión con motivo de la Solemnidad del Corpus Christi. Los cantos son de libre elección y el código utilizado para las lecturas es el siguiente: C: celebrante, L1: lector 1, L2: lector 2, y R: respuesta.


C. Mientras escuchamos este “Es mi cuerpo tomad y comed” se acerca cada uno a la mesa, donde esta en su lugar un pan.

Para hacernos discípulos, Jesús nos hace eucaristía. Vamos a reflexionar sobre nuestro propio proceso de formación en la acción a través de los pasos de Jesús en la Última Cena: Tomo pan, lo bendijo, lo partió, lo repartió, Esto es mi cuerpo y mi sangre, coman y beban todos, hagan esto en memoria mía. Detallemos estos pasos:


1.- Tomó pan en sus manos.

L1. Tú eres el pan en las manos de Jesús. El quiso moldearte a su imagen y semejanza. “Como el barro en manos del alfarero, así son ustedes en mis manos, casa de Israel” (Jr 18, 6). Como un día moldeo a Adán y delineo los rasgos que definen los suyos, así te toma a ti para hacerte su discípulo, antes que ser un miembro del grupo. Tus cualidades y limitaciones son la materia prima con la que hace un vaso nuevo.

C. Mientras se canta “Un vaso nuevo” cada uno toma en sus manos el pan y se siente en manos de Dios. Para trabajar por el Señor, primero hemos de ser trabajados por El; para ser liberadores, hemos de ser liberados; para predicar el amor de Dios, hemos de experimentarlo. ¿Qué materia prima ofrezco al Señor?

R. Desprogramarnos

La computadora trabaja gracias a un programa que capacita su trabajo, pero también que la condiciona. A veces hemos hecho planes de nuestra vida, pero los proyectos del Señor pueden sorprendernos. También Saulo estaba convencido de seguir la voluntad del Señor cuando perseguía a los cristianos, y se dejo desprogramar en el camino de Damasco. De pronto, no veía nada, no podía nada, no sabia nada. Y dijo: “Señor ¿qué quieres que haga?” (Hc 22,10).

C. Al escuchar el canto “Entre tus manos”, nosotros hacemos la misma afirmación.


2.- Lo bendijo

L1. Bendecir significa “decir bien”. Sobre tu vida Cristo dice una palabra viva y eficaz que afirma tu verdad. Te conoce como eres, te acepta como eres, pero te dirige su Palabra para que vayas identificándote con sus mismos valores. Moldea así tu forma de pensar, que determinara tu forma de ser y actuar. Como ir grabando un disco para que luego reproduzca el mensaje. “Así como la lluvia empapa la tierra y la fecunda, así mi Palabra no tornara a mi vacía” (Is 55, 10, 11). Más cortante que espada de dos filos, esa Palabra penetra hasta la raíz de tus decisiones.

C. Mientras se canta “Tu Palabra me da Vida”, en el símbolo del pan tratas de pensar lo que impide que su Palabra de fruto en ti:

  • las preocupaciones del mundo, que consisten en afanarte por las cosas transitorias.
  • el afán de riquezas que comprende la exagerada búsqueda de bienes materiales.
  • el placer de la carne que es la satisfacción desmedida de todos los sentidos.

R. Escuchar.

“El primer mandamiento es este: Escucha Israel” (Mc 12, 28). Solo si escuchamos al Señor no le achacaremos nuestros errores e imposiciones, no nos equivocaremos ni arriesgaremos a otros “Habla Señor, que tu siervo escucha” “He aquí la esclava del Señor, Hágase en mi según tu Palabra”.


3.- Lo partió

L1. Después que el Señor te tomo en sus manos tal como eres, pronuncio sobre ti su Palabra viva, te consagra a través de una purificación para que seas capaz de ser ofrenda espiritual. Para que seas ázimo, libre de toda contaminación por la levadura. “Purifíquense de toda vieja levadura, para ser masa nueva, pues son panes ácimos, porque Cristo, nuestro Cordero Pascual, ha sido inmolado” (1Cor 5, 7). Necesitas ser partido, destrozado, para despojarte de todo lo que te sobra o te daña.

L2. Si tuvieras más posibilidades, sería más efectivo tu trabajo. Pero el problema más serio tal vez no es lo que te falta, sino lo que te sobra. Los metales son puros si no tienen aleaciones. La pureza de intención consiste en hacer las cosas por una sola razón, que sea Evangélica, sin mezclarle intereses personales o ventajas.

C. En este momento cada uno va partiendo su pan en cuantos pedazos sea necesario mientras revisamos las cosas que nos sobran, y las acciones que contaminamos, que no nos dejan ser libres.

¿Que nos sobra?: el egoísmo, materialismo., competencia con nuestros compañeros, orgullo, soberbia, las heridas emocionales a consecuencia del pecado.

Nuestras acciones:

  • Realizamos un importante trabajo en el grupo, pero nuestra única intención es ser tomados en cuenta por los demás; por eso nos desanimamos cuando no nos reconocen.
  • Nos esforzamos por cumplir el deber y lo que nos encomiendan, pero para ganar otra competencia con otros compañeros del grupo. Buscamos quedar bien o superarlos.
  • Desaprobamos un proyecto señalándole mil desventajas, pero el verdadero problema es que no nos tomaron en cuenta para hacerlo.
  • Buscamos estar en el grupo para servir una pascua, e incluso lo hacemos como una opción prioritaria, pero más que servir, nos servimos de esto para incrementar el culto a nuestra persona.
  • Hacemos oración todos los domingos, pero no con vista a Dios, sino al reconocimiento de los demás
  • Servimos al Señor pero esperando una recompensa material.

Igual que los fariseos:

  • Ayunaban de acuerdo a la ley, pero demacraban su rostro para que todos advirtieran su sacrificio.
  • Buscaban hacer notorias oraciones para que se hablara bien de ellos.

Mientras se canta este CANTO, revisemos en nuestro interior que es lo que más nos sobra.

L2. El oro y la plata pasan por un largo proceso de purificación, pero el diamante no puede ser purificado. Hay áreas de nuestra vida que solo dependen de la acción del Espíritu Santo. Somos libres par aceptar que nos lave los pies, pero no podemos hacer nada para que nos lave las manos y la cabeza. No se trata de mejorar nuestra fachada exterior, sino de purificar el corazón. Seria pintar de blanco el sepulcro y dejar por dentro la corrupción. El Señor vomita el doblez de corazón. “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5)

C. Ahora cada uno saque un poco de migaron de su pan, sintiéndose que es el mismo, lo moldea y lo come. Mientras escuchamos el proceso que debemos seguir para purificarnos.


Medios de purificación:

A) La persecución:

L1. A través de la crítica, la burla, la incomprensión, la destitución, Dios te va liberando de toda seguridad, para depender solo de El. “Ustedes que me han seguido recibirán el ciento por uno, junto con persecuciones, y después la vida eterna” (Mc 10, 29-30) “El siervo bueno es más que su señor; si a mi me han perseguido, también los perseguirán a ustedes” (Jn 15, 20) “Si fueran del mundo, el mundo los amaría. Pero como ya no son del mundo, porque yo al elegirlos los saque del mundo, por eso el mundo los odia” (Jn 15, 19). Si no has sido perseguido, posiblemente eres perseguidor: “El que no esta conmigo, esta contra mi”. El ladrillo de barro necesita meterse al fuego para poder ser utilizado en la construcción. El grano de trigo debe morir para dar fruto.

C. Reflexión.

B) El fracaso

L2. A veces Dios puede permitirlo para que hagamos un alto en el camino y rectifiquemos. La nueva Jerusalén se construye sobre ruinas de la antigua, Así mostramos que trabajamos, si no por fidelidad a Dios y a la misión encomendada. “Uno siembra, otro recoge, Cristo es quien da el crecimiento”. Independientemente del éxito que tengamos en el grupo, nosotros hemos sido enviados a evangelizar.

C. Reflexión.

C) Los problemas:

L1. Jesús nunca nos dijo que todo seria fácil. Nos mando como ovejas entre los lobos. Solo que tendríamos un poder especial para vencer las pruebas y superar las dificultades. Pablo lucho contra el aguijón de la carne, el ángel de Satanás que lo abofeteaba, y al no poder vencerlo suplico y suplico al Señor que lo librara, pero el Señor le respondió: “Te basta mi gracia”. Dios no nos evita los problemas, pero nos da garantía de victoria. Debemos cargar con la cruz para seguir a Cristo a su Pascua. “En el mundo tendrán tribulaciones, pero animo, Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

Los problemas y dificultades purifican nuestras intenciones. Trabajamos, no por comodidad, ni por ventajas personales, sino porque El nos ha seducido y nos hemos dejado seducir. Hay un fuego prendido en nuestros huesos, como en Jeremías, que es imposible extinguir. La obra no es nuestra, sino de Dios. Los problemas sentimos que nos sobrepasan, pero de ninguna manera superan el amor de Dios. Esa es la fe que mueve montañas. Podemos pasar las aguas caudalosas del Mar Rojo, pero el triunfo no es nuestro, pues el Señor ha solucionado los problemas que para nosotros eran imposibles.

C. Reflexión.

D) La calumnia:

L2. Jesús lo prometió: “Los atacaran con toda clase de mentiras” (Mt 5, 11). Es una de las bienaventuranzas, no una desgracia que echa por tierra todo lo construido. La dura experiencia de ser condenados o mal interpretados por algo que no hicimos ni dijimos; y Dios guardando silencio, como si estuviera de parte de quien tiene la injusticia y la mentira. Todo esto propicia la tentación de renunciar al grupo o a encerrarnos en nosotros mismos en actitud defensiva. Y parece que a Dios no le importa el grito de su siervo. En esas circunstancias, el plan de Dios no es manifestar su poder ni extender su brazo vengador, sino purificar a los que han vivido bajo el complejo de esclavitud, forjando al hombre nuevo que conquiste la tierra prometida. Por eso el Señor mismo ha corrido el riesgo de que su nombre sea difamado, de perder su reputación ante los creyentes. Y nosotros no aceptamos que nuestra imagen sea derrumbada y nuestra estatua derribada. Cuando le seguimos a pesar de las calumnias, es que nuestra motivación es su amor, por encima de nuestra fama, prestigio o renombre. Le seguimos por El, no por lo que nos puede dar.

C. Reflexión.

R. Desprendimiento:

Si quemamos las naves, no nos queda otra sino internarnos en la aventura de Jesús. Cuando Jesús dijo: “¿Ustedes también quieren retirarse?” Pedro respondió: “¿A quién iremos, solo tú tienes palabras de vida eterna?”. No importa que sean los buenos quienes nos persigan. Fueron los buenos los que llevaron a Jesús a la Cruz. Tal vez los responsables de representar a Dios te estén obligando a callar, a dejar de trabajar, te tachan de enemigo del orden establecido. Solo te queda abandonarte completamente en Dios, abrazándote a la Cruz. Ya vendrá la resurrección. Tus pecados que son muchos te quedan perdonados porque amas mucho.


4.- Lo repartió.

L1. El pan no se deja en las manos de Jesús, sino que se da a los demás. Jesús llamo a sus discípulos para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar. Quien descubre a Jesús comparte su hallazgo con los demás. Entre más partido hayas sido, más repartido serás, y más alcanzaran a comer de esta multiplicación de panes que ha hecho el Señor contigo. Tú pondrás tus cinco panes y dos peces que tienes para ti, y El hace el milagro de darte fecundidad. La vida se conquista dándola. “El hijo del hombre no ha venido ha ser servido sino a servir, y a dar la vida en rescate de todos”.

R. Servicio generoso:

La viuda pobre dio más que todos, porque “Ofrendo todo cuanto tenia”. Nosotros medimos la calidad de la oferta por la cantidad. Pero el ofrendómetro divino mide lo que se dejo de dar, no lo que se dio. Desprendernos para una relación de exclusividad con Cristo y con la causa del reino.

C. ¿En qué urge que sigas sirviendo? En este momento como signo de que queremos ser compartidos intercambiamos nuestros trozos de pan con los demás.

CANTO


5.- Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre.

L1. Nosotros nos transformamos en el mismo Jesús. La formación de un discípulo apóstol se termina hasta que es transformado en cristo Jesús. “Vivo, mas no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20). Todos juntos, amasados como granos de trigo hecha harina, formamos el cuerpo de Cristo. Somos miembros unos de otros. Hay variedad de carismas, ministerios, actividades, pero un mismo Espíritu que anima. Buscamos el crecimiento de todo el cuerpo.

C. ¿Hay personas que no acepto en este grupo? Manifestamos un gesto de paz unos con otros mientras se canta “Hazme un Instrumento de Paz”.


6. Coman y beban todos.

L2. Ser comido y bebido significa gastar la vida en servicio de los demás, para que ellos vivan. Los malos pastores viven de sus ovejas; el buen pastor da la vida por sus ovejas. Sobre todo por la oveja perdida, rebelde, que nada puede dar a cambio.

R. Disposición incondicional:

Un servidor es como el grano de trigo que muere para dar fruto. Sabe desaparecer en tiempo oportuno, entregándose en alimento para que otros crezcan. Esta en la entera disposición de quien lo necesita.

C. Todos pasan a beber un poco de vino en el cáliz comen de su pan. (Se pone un poco de música.)


7.- Hagan esto en memoria mía.

L1. Ya que hemos sido hechos Eucaristía, ahora Jesús nos manda repetir este mismo gesto, para hacer otros discípulos como El nos ha hecho a nosotros. Así nos ofreceremos juntos al Padre. No basta entrenar a la gente con dinámicas de grupo y administración, con clases de religión y ciencias de la comunicación. “Enséñenles a guardar todo lo que Yo les he mandado”. Este es el programa de vida que se te ofrece en cada Eucaristía. En ella vas siendo cada día más discípulo y pastor.

C. Compromiso.

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