por Catequesis en Familia | 25 Mar, 2017 | La Biblia
Juan 5, 1-3.5-16. Martes de la 4.ª semana del Tiempo de Cuaresma. ¿Quieres quedar sano?… No peques más.
Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina». En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los Judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla». El les respondió: «El que me curó me dijo: «Toma tu camilla y camina». Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: «Toma tu camilla y camina?». Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía». El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Ezequiel, Ez 47, 1-9.12
Salmo: Sal 46(45), 2-3.5-6.8-9
Oración introductoria
Señor, en este día, quiero aprovechar al máximo este momento de contacto que tengo contigo. Hazme sentir tu presencia amorosa, no con los sentimientos, sino con un verdadero espíritu de fe. Señor, Tú estás aquí conmigo, guía mis pasos y sáname de mis flaquezas. Dame unos ojos nuevos que perciban tu amor en todos los momentos de mi existencia.
Petición
Señor, que me dé cuenta de lo pequeño que soy y de lo necesitado que estoy de tu misericordia y de tu amor.
Meditación del Santo Padre Francisco
A los numerosos heridos que son acogidos en ese gran «hospital de campo símbolo de la Iglesia» uno se debe acercar sin acedia espiritual y sin formalismos. Es lo que recomendó el Papa Francisco en la misa del martes [día de hoy] en la Casa Santa Marta. Invitó también a los cristianos a «no vivir bajo anestesia» y a superar las tentaciones «de la resignación, de la tristeza» y del «no implicarse».
«El agua —explicó al comentar las lecturas— es el símbolo en la liturgia de hoy: el agua que cura, el agua que trae la salud». E hizo referencia sobre todo al pasaje del Evangelio de san Juan (5, 1-16): es «la historia del hombre paralítico de treinta y ocho años» que estaba con otros muchos enfermos junto a la piscina en Jerusalén esperando ser curado. Y, así, cuando «Jesús vio a ese hombre le preguntó: ¿quieres quedar sano?». Su respuesta está preparada: «»Claro Señor, estoy aquí para esto. Pero no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua se agita. Mientras estoy llegando al lugar, otro baja antes que yo»». Existía «la idea —explicó el Pontífice— que cuando las aguas se agitaban era el ángel del Señor que venía a curar». La reacción de Jesús es una orden: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y el hombre fue curado.
Luego, continuó el Papa, «el apóstol cambia el tono de la narración y recuerda que ese día era sábado». Así recoge las reacciones de los que riñeron al hombre que fue curado precisamente porque llevaba su camilla un día de sábado, a pesar de la prohibición. Un modo de actuar, afirmó el Pontífice, que se refiere «también a nuestra actitud ante las numerosas enfermedades físicas y espirituales de la gente». Y en especial, destacó, «encuentro aquí» la imagen de «dos enfermedades fuertes, espirituales» sobre las cuales «nos hará bien reflexionar».
La «primera enfermedad» es la que aflige al hombre paralítico y que ya «estaba como resignado» y tal vez se decía «a sí mismo «la vida es injusta, otros tienen más suerte que yo»». En su forma de hablar «hay un tono de lamento: está resignado pero también amargado». Una actitud, destacó el Papa, que hace pensar también en «muchos católicos sin entusiasmo y amargados» que se repiten «a sí mismos «yo voy a misa todos los domingos pero es mejor no comprometerse. Yo tengo fe para mi salud, pero no siento la necesidad de darla a otro: cada uno en su casa, tranquilo»», también porque si «en la vida tú haces algo luego te reprochan: es mejor no implicarse».
Precisamente esta es «la enfermedad de la acedia de los cristianos», una «actitud que es paralizante para el celo apostólico» y «que hace de los cristianos personas inmóviles, tranquilas, pero no en el buen sentido de la palabra: personas que no se preocupan por salir para anunciar el Evangelio, personas anestesiadas». Una anestesia espiritual que lleva a la consideración «negativa de que es mejor no comprometerse» para vivir «así con esa acedia espiritual. Y la acedia es tristeza». Es el perfil de «cristianos tristes en el fondo» a quienes les gusta saborear la tristeza hasta llegar a ser «personas no luminosas y negativas». Y esta, alertó el Papa, «es una enfermedad para nosotros cristianos». Tal vez «vamos a misa todos los domingos» pero también decimos «por favor, no molestar». Los cristianos «sin celo apostólico no sirven y no hacen bien a la Iglesia». Lamentablemente, dijo el Pontífice, hoy son muchos los «cristianos egoístas» que cometen «el pecado de la acedia contra el celo apostólico, contra las ganas de llevar la novedad de Jesús a los demás; esa novedad que me ha sido donada gratuitamente».
El otro pecado indicado hoy por el Papa es «el formalismo» de los judíos. Se la toman con el hombre que acababa de ser curado por Jesús por llevar su camilla un día de sábado. La contestación de los judíos es seca: «Aquí las cosas son así, se debe hacer esto». A ellos les «interesaba sólo las formalidades: era sábado y no se podían hacer milagros el sábado. La gracia de Dios no puede trabajar el sábado». Es la misma actitud de aquellos «cristianos hipócritas que no dejan espacio a la gracia de Dios». Tanto que para «esta gente la vida cristiana es tener todos los documentos en regla, todos los certificados». Actuando así «cierran la puerta a la gracia de Dios». Y, añadió, «tenemos muchos de ellos en la Iglesia».
He aquí, por lo tanto, los dos pecados. Por una parte están «los del pecado de la acedia» porque «no son capaces de ir adelante con su celo apostólico y decidieron detenerse en sí mismos, en las propias tristezas y resentimientos». Por otro lado están los que «no son capaces de llevar la salvación porque cierran la puerta» y se preocupan «sólo de las formalidades» hasta el punto que «¡no se puede!», es la palabra que usan con más frecuencia.
«Son tentaciones que también tenemos nosotros y que debemos conocer para defendernos». Y «ante estas dos tentaciones» en ese «hospital de campo, símbolo de la Iglesia hoy, con mucha gente herida», Jesús ciertamente no cede ni a la acedia ni al formalismo. Sino que «se acerca a ese hombre y le dice: «¿quieres quedar sano?»». Al hombre que responde sólo sí «le da la gracia y se marcha». Jesús, explicó el Papa, «no le soluciona la vida: le da la gracia y la gracia lo hace todo». Luego, relata el Evangelio, cuando poco después se encuentra nuevamente con ese hombre en el templo, le dirige una vez más la palabra para decirle «»mira, estás curado, no peques más»». Estas, afirmó el Pontífice, son «las dos palabras cristianas: «¿quieres quedar sano?» – «No peques más»». Jesús primero cura al enfermo y luego lo invita «a no pecar más». Es precisamente «este el camino cristiano, la senda del celo apostólico» para «acercarnos a las numerosas personas heridas en este hospital de campo. Y también muchas veces heridas por hombres y mujeres de la Iglesia». Es necesario, por lo tanto, hablar como un hermano y una hermana, invitando a curarse y luego a «no pecar más». Y sin lugar a dudas estas «dos palabras de Jesús —concluyó el Papa— son más bonitas que la actitud de la acedia y la actitud de la hipocresía».
Santo Padre Francisco: Más allá de los formalismos
Meditación del lunes, 1 de abril de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. La misericordia y el pecado
1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).
1847 Dios, “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).
1848 Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (DeV 31).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hoy haré una visita a Jesús Eucaristía, exponiéndole mis problemas con plena confianza.
Diálogo con Cristo
Señor, gracias por tu amor y tu presencia que verdaderamente hace que nos sintamos como hijos tuyos. Sé que hoy me has escuchado y te pido la gracia de ser paciente para esperar que Tú obres en mí. Hazme ver tu mano amorosa que me sostiene y me hace ver qué grande es tu amor hacia mí.
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por Catequesis en Familia | 24 Mar, 2017 | La Biblia
Juan 4, 43-54. Lunes de la 4.ª semana del Tiempo de Cuaresma. La identidad cristiana es el cristiano que es testigo de una fe que camina siguiendo las promesas de Dios.
Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen». El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera». «Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y la anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 65, 17-21
Salmo: Sal 30(29), 2-6.11-13
Oración introductoria
Señor, dame una fe viva y operante, un amor ardiente y desinteresado, una esperanza firme e ilimitada en Ti. Ayúdame a orar con profundidad, para escuchar tu voz y ser dócil a tus inspiraciones en este momento; aunque mi espíritu quiera rebelarse, confío en que tu gracia me fortalecerá.
Petición
Jesucristo, dame una fe real y verdadera que transforme mis actitudes para hacer siempre el bien.
Meditación del Santo Padre Francisco
Ni «cristianos errantes como turistas existenciales» ni «cristianos inmóviles», sino testigos de una «fe que camina» siguiendo las promesas de Dios. Es la identidad cristiana así como la trazó el Papa Francisco el lunes 31 de marzo en la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta.
El Pontífice habló del valor que —en la vida de un cristiano— tiene la confianza en Jesús «que no defrauda nunca». Está escrito en el Evangelio y el Papa Francisco lo puso de relieve al comentar las lecturas de la liturgia. «En la primera lectura —comenzó citando a Isaías (65, 17-21)— está la promesa de Dios, lo que nos espera. Lo que Dios ha preparado para nosotros: “Yo creo cielos nuevos y tierra nueva…”. No recordará ya el pasado, las fatigas… será todo nuevo. “Creó Jerusalén para la alegría….”. Habrá alegría. Es la promesa de la alegría».
El Señor, explicó el obispo de Roma, antes de pedir algo promete. Y por ello el fundamento principal de la virtud de la esperanza es precisamente fiarse de las promesas del Señor. También porque «esta esperanza —aseguró— no defrauda; porque Él es fiel y no falla». El Señor, continuó, no pidió nunca a nadie ir, actuar, sin antes haberle hecho una promesa. «Incluso Adán —recordó al respecto— cuando fue expulsado del Paraíso recibió una promesa». Y este «es nuestro destino: caminar en la perspectiva de las promesas, seguros de que llegarán a ser realidad. Es hermoso leer el capítulo once de la Carta a los Hebreos, donde se relata el camino del pueblo de Dios hacia las promesas: cómo esta gente amaba mucho estas promesas y las buscaba incluso con el martirio. Sabía que el Señor era fiel. La esperanza no defrauda nunca».
Para ayudar a comprender mejor el valor de la confianza en las promesas del Padre, el Papa hizo referencia al episodio narrado por el Evangelio de san Juan (4, 43-54) proclamado poco antes, en el cual se habla del funcionario del rey que, al enterarse de la llegada de Jesús a Caná, va a su encuentro para pedirle que salve al hijo enfermo que estaba muriéndose en Cafarnaún. Fue suficiente, recordó el Pontífice, que Jesús dijera: «Anda, tu hijo vive» para que ese hombre creyese en su palabra y se pusiese en camino: «Esta es nuestra vida: creer y ponerse en camino» como hizo Abrahán, que «confió en el Señor y caminó incluso en momentos difíciles», cuando, por ejemplo, su fe «fue probada» con la petición del sacrificio del hijo. Incluso en esa ocasión él «caminó. Se fio del Señor —destacó el Pontífice— y siguió adelante. La vida cristiana es esto: caminar hacia las promesas». Por ello «la vida cristiana es esperanza».
Sin embargo, se puede incluso no caminar en la vida. «Y, de hecho —apuntó el obispo de Roma— hay muchos, incluso cristianos y católicos de comunidad, que no caminan. Está la tentación de detenerse», de considerar ser un buen cristiano sólo porque, precisó, se forma parte de movimientos eclesiales y se sienten en ellos como en la propia «casa espiritual», casi «cansados» de caminar.
«Contamos con muchos cristianos inmóviles. Tienen una esperanza débil. Sí, creen que existe el cielo pero no lo buscan. Siguen los mandamientos —evidenció el Pontífice—, cumplen los preceptos, todo, todo; pero están inmóviles. Y el Señor no puede sacar levadura de ellos para hacer crecer a su pueblo. Y esto es un problema: los inmóviles».
«Luego —añadió— están los otros, los que se equivocan de camino. Todos nosotros algunas veces nos hemos equivocado de camino». Pero el problema, precisó, «no es equivocarse de camino. El problema es no volver cuando uno se da cuenta de que se ha equivocado. Es nuestra condición de pecadores lo que nos hace errar el camino. Caminamos, pero a veces cometemos esta equivocación de camino. Se puede volver: el Señor nos da esta gracia, de poder regresar».
Y «hay otro grupo que es más peligroso —dijo— porque se engaña a sí mismo». Son «los que caminan pero no hacen camino. Son los cristianos errantes: dan vueltas, dan vueltas como si la vida fuese un turismo existencial, sin meta, sin tomar en serio las promesas. Los que dan vueltas y se engañan porque dicen: “Yo camino…”. No; tú no caminas, tú das vueltas. En cambio el Señor nos pide que no nos detengamos, que no nos equivoquemos de camino y que no demos vueltas por la vida. Nos pide que miremos las promesas, que sigamos adelante con las promesas», como el hombre del Evangelio de Juan, que «creyó en las promesas de Jesús y se puso en camino». Y la fe se pone en camino.
La Cuaresma, dijo como conclusión, es un tiempo propicio para pensar si estamos en camino o si estamos «demasiado inmóviles» y entonces debemos convertirnos; o bien si «nos hemos equivocado de camino» y entonces debemos ir a confesarnos «para retomar el camino»; o, por último, si somos «turistas teologales», como los que dan vueltas por la vida «pero que nunca dan un paso hacia adelante».
«Pidamos al Señor la gracia —esta fue la exhortación del Papa Francisco— de retomar el camino, de ponernos en camino hacia las promesas. Mientras pensamos en esto, nos hará bien releer el capítulo once de la Carta a los Hebreos, para comprender bien lo que significa caminar hacia las promesas que nos hizo el Señor».
Santo Padre Francisco: Para no ser turistas existenciales
Meditación del lunes, 31 de marzo de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
II «Yo sé en quién tengo puesta mi fe»(2 Tm 1,12)
Creer solo en Dios
150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).
Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios
151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27).
Creer en el Espíritu Santo
152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: «Jesús es Señor» sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios […] Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.
La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Predicar, no sólo con mi testimonio y mi palabra, sino haciendo al menos un acto concreto de caridad.
Diálogo con Cristo
Señor, la enfermedad de su hijo motivó al funcionario a buscarte y a creer en Ti. Yo quiero madurar y crecer en mi amor a Ti, para que no sólo te busque en la necesidad, en la soledad o en el sufrimiento. Con tu gracia sé que lo podré lograr. ¡Gracias por tu amor eterno y por estar siempre conmigo!
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por Catequesis en Familia | 22 Mar, 2017 | La Biblia
Juan 9, 1-41. Cuarto Domingo del Tiempo de Cuaresma. Un hombre o una mujer que adora a Jesús es un cristiano con Jesús. Pero si tú no consigues adorar a Jesús, algo te falta.
Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado». El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?». Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía: «Soy realmente yo». Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi». Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?». El respondió: «No lo sé». El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta». Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él». Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?». El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este». El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él. Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: «Vemos», su pecado permanece».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Primer Libro de Samuel, 1 Sam 16, 1b.5b-7.10-13a
Salmo: Sal 23(22), 1.3-6
Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 5, 8-14.
Oración introductoria
Señor, quiero que seas la luz de mi mundo y de este momento de oración. Tú eres infinitamente bueno y no sólo me amas, sino que también eres mi amigo, aunque soy un pecador, un ciego que equivoca su camino no pocas veces.
Petición
Señor, acrecienta mi fe en tu poder y misericordia.
Meditación del Santo Padre Francisco
También hay cristianos sin Cristo que buscan cosas un poco raras, un poco especiales, que van detrás de las revelaciones privadas. Solamente es válido lo que te lleva a Jesús, y solamente es válido lo que viene de Jesús. Jesús es el centro, el Señor, como Él mismo dice.
Además, el signo de ser un cristiano con Jesús es el del ciego de nacimiento que se postra delante de Jesús para adorarlo. Si tú no consigues adorar a Jesús, algo te falta. Una regla, un signo. La regla es; soy un buen cristiano, estoy sobre el camino del buen cristiano si hago lo que viene de Jesús y hago lo que me lleva a Jesús, porque Él es el centro. El signo es: soy capaz de adorar, la adoración. Esta oración de adoración delante de Jesús.
Que el Señor nos haga entender que solamente Él es el Señor, es el único Señor. Y nos dé también la gracia de amarlo mucho, de seguirlo, de ir sobre el camino que Él nos ha enseñado.
Santo Padre Francisco: No hay cristiano sin Jesús
Homilía del sábado, 7 de septiembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. La bendición y la adoración
2626 La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición.
2627 Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien la oración asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende de junto al Padre (es Él quien nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre […] mayor” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Que mi testimonio de vida y mis buenas obras, hagan resplandecer la luz del Espíritu Santo ante los hombres.
Diálogo con Cristo
Jesucristo, pasar la vida haciendo el bien a todos, da una luz distinta a mi existencia. Con tu gracia, dejando a un lado mi orgullo y soberbia para dejarte actuar, podré lograr que los ciegos que me rodean puedan ver la luz en el Evangelio, los cojos y tullidos por su egoísmo empiecen a participar en la nueva evangelización y los muertos en vida resuciten cuando hagan la experiencia de tu amor.
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por Catequesis en Familia | 22 Mar, 2017 | La Biblia
Lucas 1, 26-38. Solemnidad de la Anunciación. María vivió siempre inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para comprender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.
En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».Y el Angel se alejó.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 7, 10-14; 8, 10
Salmo: Sal 40(39), 7-11
Segunda lectura: Carta a los Hebreos, Heb 10, 4-10
Oración introductoria
María, acompáñame en esta oración para que sepa estar dispuesto, con una gran fe, a escuchar y acoger hoy el llamado de Dios. Que con confianza y con amor, responda con prontitud y generosidad.
Petición
María, enséñame a amar sin medida.
Meditación del Santo Padre Francisco
En la Anunciación, el Mensajero de Dios la llama «llena de gracia» y le revela este proyecto. María responde «sí» y desde aquel momento la fe de María recibe una luz nueva: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que de ella ha tomado carne y en quien se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella está precisamente concentrado todo el camino, toda la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, encarnación del amor infinito de Dios.
¿Cómo vivió María esta fe? La vivió en la sencillez de las mil ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada mamá, como proveer al alimento, al vestido, la atención de la casa… Precisamente esta existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolló una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su Hijo. El «sí» de María, ya perfecto al inicio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí su maternidad se dilató abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María vivió siempre inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para comprender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.
Santo Padre Francisco
Audiencia General del miércoles, 23 de octubre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
El 25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación de la Bienaventurada Virgen María, […] quisiera reflexionar ahora sobre este estupendo misterio de la fe, que contemplamos todos los días en el rezo del Ángelus. La Anunciación, narrada al inicio del evangelio de san Lucas, es un acontecimiento humilde, oculto —nadie lo vio, nadie lo conoció, salvo María—, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la humanidad. Cuando la Virgen dijo su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con él comenzó la nueva era de la historia, que se sellaría después en la Pascua como «nueva y eterna alianza».
En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del de Cristo mismo cuando entró en el mundo, como escribe la carta a los Hebreos interpretando el Salmo 39: «He aquí que vengo —pues de mí está escrito en el rollo del libro— a hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hb 10, 7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre, y así, gracias al encuentro de estos dos «sí», Dios pudo asumir un rostro de hombre. Por eso la Anunciación es también una fiesta cristológica, porque celebra un misterio central de Cristo: su Encarnación.
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». La respuesta de María al ángel se prolonga en la Iglesia, llamada a manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo su disponibilidad para que Dios pueda seguir visitando a la humanidad con su misericordia. De este modo, el «sí» de Jesús y de María se renueva en el «sí» de los santos, especialmente de los mártires, que son asesinados a causa del Evangelio. Lo subrayo recordando que ayer, 24 de marzo, aniversario del asesinato de monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, se celebró la Jornada de oración y ayuno por los misioneros mártires: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos asesinados en el cumplimiento de su misión de evangelización y promoción humana.
Los misioneros mártires, como reza el tema de este año, son «esperanza para el mundo», porque testimonian que el amor de Cristo es más fuerte que la violencia y el odio. No buscaron el martirio, pero estuvieron dispuestos a dar la vida para permanecer fieles al Evangelio. El martirio cristiano solamente se justifica como acto supremo de amor a Dios y a los hermanos.
En este tiempo cuaresmal contemplamos con mayor frecuencia a la Virgen, que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Nazaret. Unida a Jesús, el Testigo del amor del Padre, María vivió el martirio del alma. Invoquemos con confianza su intercesión, para que la Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimonio valiente del amor de Dios.
Santo Padre Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 25 de marzo de 2007
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
“Alégrate, llena de gracia”
721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia como el «Trono de la Sabiduría».
En ella comienzan a manifestarse las «maravillas de Dios», que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia . Convenía que fuese «llena de gracia» la Madre de Aquel en quien «reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la «Hija de Sión»: «Alégrate» (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción de gracias de todo el pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia (cf. Lc 1, 46-55).
723 En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).
725 En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres «objeto del amor benevolente de Dios» (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.
726 Al término de esta misión del Espíritu, María se convierte en la «Mujer», nueva Eva «madre de los vivientes», Madre del «Cristo total» (cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que «perseveraban en la oración, con un mismo espíritu» (Hch 1, 14), en el amanecer de los «últimos tiempos» que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Meditar los misterios dolorosos del rosario reflexionando sobre la calidad de mi respuesta a Dios.
Diálogo con Cristo
Gracias, María, por enseñarme la forma en que debo responder al llamado que día a día me hace Dios nuestro Señor. Intercede ante tu Hijo para que mi amor crezca y así pueda avanzar en el abandono en la Divina Providencia, sin pedir señales ni poner excusas para disculpar mi mediocridad.
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por Catequesis en Familia | 22 Mar, 2017 | La Biblia
Marcos 12, 28-34. Viernes de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. El camino del amor a Dios —amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma— es un camino de amor… es un camino de fidelidad que nos impone descubrir y expulsar los ídolos ocultos en nuestra personalidad, en nuestro modo de vivir, los cuales nos hacen infieles en el amor.
Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos». El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios». Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Oseas, Os 14, 2-10
Salmo: Sal 81(80), 6-17
Oración introductoria
Hola, Jesús, aquí estoy para dialogar contigo. A mí me gusta estar a tu lado y agradarte. Y para hacerlo, quiero amarte más y vivir la caridad con mis próximos. Ya que Tú me pides que no sólo te ame a ti, sino que también ame a mi prójimo. Por eso, te doy las gracias, Jesús, amigo mío, porque me has hecho caer en la cuenta de la primacía que tiene el amor en mi vida: amor a ti y amor a mi prójimo. Sólo te pido que me enseñes a amar como Tú me has amado.
Petición
Enséñame a amar a mi prójimo y a tener una amistad con él, al igual que la tengo contigo.
Meditación del Santo Padre Francisco
Descubrir «los ídolos ocultos en los numerosos dobleces que tenemos en nuestra personalidad», «expulsar los ídolos de la mundanidad, que nos convierte en enemigos de Dios»: fue la invitación del Papa Francisco durante la misa matutina del [día de hoy], en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.
La exhortación a emprender «el camino del amor a Dios», a ponerse en «camino para llegar» a su Reino, fue la coronación de una reflexión centrada en el Evangelio de Marcos (12, 28-34), cuando Jesús responde al escriba que le interroga sobre cuál es el más importante de los mandamientos. La primera observación del Pontífice fue que Jesús no responde con una explicación, sino que usa la Palabra de Dios: «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor».
«La confesión de Dios se realiza en la vida, en el camino de la vida; no basta decir —advirtió el Papa—: yo creo en Dios, el único»; sino que requiere preguntarse cómo se vive este mandamiento. En realidad, con frecuencia se sigue «viviendo como si Él no fuera el único Dios» y como si existieran «otras divinidades a nuestra disposición». Es lo que el Papa Francisco define como «el peligro de la idolatría», la cual «llega a nosotros con el espíritu del mundo».
Pero ¿cómo desenmascarar estos ídolos? El Santo Padre ofreció un criterio de valoración: son los que llevan a contrariar el mandamiento «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor». Por ello «el camino del amor a Dios —amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma— es un camino de amor; es un camino de fidelidad». Hasta el punto de que «al Señor le complace hacer la comparación de este camino con el amor nupcial». Y esta fidelidad nos impone «expulsar los ídolos, descubrirlos», porque existen y están bien «ocultos, en nuestra personalidad, en nuestro modo de vivir»; y nos hacen infieles en el amor.
Jesús propone «un camino de fidelidad», según una expresión que el Papa Francisco encuentra en una de las cartas del apóstol Pablo a Timoteo: «Si no eres fiel al Señor, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Él es la fidelidad plena. Él no puede ser infiel. Tanto es el amor que tiene por nosotros». Mientras que nosotros, «con las pequeñas o no tan pequeñas idolatrías que tenemos, con el amor al espíritu del mundo», podemos llegar a ser infieles. La fidelidad es la esencia de Dios que nos ama.
Santo Padre Francisco: Desenmascarando ídolos ocultos
Meditación del jueves, 6 de junio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc10, 27: “…y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las “diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hoy viviré la caridad con mi prójimo y rezaré un Padrenuestro por todos los que buscan ser amados por Dios para que Él los cuide.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, después de meditar a tu lado cómo puedo amarte a través de mi prójimo, te doy gracias por enseñarme a amar, sabiendo que no sólo necesito amar a aquella persona que menos quiero, sino que también puedo amar al que lo necesita.
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No basta con que digamos: Yo amo a Dios pero no amo a mi prójimo.
Santa Madre Teresa de Calcuta
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por Catequesis en Familia | 22 Mar, 2017 | Catequesis Metodología
Lucas 11, 14-23. Jueves de la 3.ª semana de Cuaresma. Por favor, no hagamos tratos con el demonio y tomemos en serio los peligros que se derivan de su presencia en el mundo.
Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casa caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque –como ustedes dicen– yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 7, 23-28
Salmo: Sal 95(94), 1-2.6-9
Oración introductoria
Señor, quiero estar siempre unido a Ti, por eso hoy quiero tener este encuentro contigo en la oración. Dame la luz y fortaleza para acallar todo lo que pueda ser factor de distracción o de evasión. Creo, espero y te amo.
Petición
Dios mío, dame la gracia de saber acogerte en mi corazón para vivir siempre unido a Ti.
Meditación del Santo Padre Francisco
«Por favor, no hagamos tratos con el demonio» y tomemos en serio los peligros que se derivan de su presencia en el mundo. Lo recomendó el Papa Francisco el viernes 11 de octubre por la mañana, en su homilía en la misa en Santa Marta. «La presencia del demonio —recordó— está en la primera página de la Biblia y la Biblia acaba también con la presencia del demonio, con la victoria de Dios sobre el demonio». Pero éste —advirtió— vuelve siempre con sus tentaciones. Nos corresponde a nosotros «no ser ingenuos».
El Pontífice comentó el episodio en el que Lucas (11, 15-26) cuenta de Jesús que expulsa a los demonios. El evangelista refiere también los comentarios de cuantos asisten perplejos y acusan a Jesús de magia o, como mucho, le reconocen que es sólo un sanador de personas afectadas por epilepsia. También hoy —observó el Papa— «hay sacerdotes que cuando leen este pasaje y otros pasajes del Evangelio, dicen: Jesús curó a una persona de una enfermedad psíquica». Ciertamente «es verdad que en aquel tiempo se podía confundir la epilepsia con la posesión del demonio —reconoció—, pero también es verdad que estaba el demonio. Y nosotros no tenemos derecho a hacer el asunto tan sencillo», liquidándolo como si se tratara de enfermos psíquicos y no de endemoniados.
Volviendo al Evangelio, el Papa observó que Jesús nos ofrece algunos criterios para entender esta presencia y reaccionar. «¿Cómo ir por nuestro camino cristiano cuando existen las tentaciones? ¿Cuándo entra el diablo para turbarnos?», se preguntó. El primero de los criterios sugeridos por el pasaje evangélico «es que no se puede obtener la victoria de Jesús sobre el mal, sobre el diablo, a medias». Para explicarlo, el Santo Padre citó las palabras de Jesús referidas por Lucas: «El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama». Y refiriéndose a la acción de Jesús respecto a los poseídos por el diablo, dijo que se trata sólo de una pequeña parte «de lo que vino a hacer por toda la humanidad»: destruir la obra del diablo para liberarnos de su esclavitud.
No se puede seguir creyendo que sea una exageración: «O estás con Jesús o estás contra Jesús. Y sobre este punto no hay matices. Hay una lucha, una lucha en la que está en juego la salvación eterna de todos nosotros». Y no hay alternativas, aunque a veces oigamos «algunas propuestas pastorales» que parecen más acomodadoras. «¡No! O estás con Jesús —repitió el Obispo de Roma— o estás en contra. Esto es así. Y éste es uno de los criterios».
Último criterio es el de la vigilancia. «Debemos siempre velar, velar contra el engaño, contra la seducción del maligno», exhortó el Pontífice. Y volvió a citar el Evangelio: «Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Y nosotros podemos hacernos la pregunta: ¿yo vigilo sobre mí? ¿Sobre mi corazón? ¿Sobre mis sentimientos? ¿Sobre mis pensamientos? ¿Custodio el tesoro de la gracia? ¿Custodio la presencia del Espíritu Santo en mí?». Si no se custodia —añadió, cintando otra vez el Evangelio—, «llega otro que es más fuerte y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín».
Son estos, por lo tanto, los criterios para responder a los desafíos planteados por la presencia del diablo en el mundo: la certeza de que «Jesús lucha contra el diablo»; «quien no está con Jesús está contra Jesús»; y «la vigilancia». Hay que tener presente —dijo también el Papa— que «el demonio es astuto: jamás es expulsado para siempre, sólo lo será el último día». Porque cuando «el espíritu inmundo sale del hombre —recordó, citando el Evangelio—, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y al no encontrarlo dice: volveré a mi casa de donde salí. Al volver se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».
He aquí por qué es necesario velar. «Su estrategia es ésta —advirtió el Papa Francisco—: tú te has hecho cristiano, vas adelante con tu fe, y yo te dejo, te dejo tranquilo. Pero después, cuando te has acostumbrado y no estás muy alerta y te sientes seguro, yo vuelvo. El Evangelio de hoy comienza con el demonio expulsado y acaba con el demonio que vuelve. San Pedro lo decía: es como un león feroz que ronda a nuestro alrededor». Y esto no son mentiras: «es la Palabra del Señor».
«Pidamos al Señor —fue su oración conclusiva— la gracia de tomar en serio estas cosas. Él ha venido a luchar por nuestra salvación, Él ha vencido al demonio».
Santo Padre Francisco: Cómo se vence al demonio
Meditación del viernes, 11 de octubre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
¿En qué consiste esta profunda sanación que Dios obra a través de Jesús? Se trata de una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona con sí misma y en todas sus relaciones: con Dios, con los demás, con el mundo. En efecto, el Diablo siempre está tratando de arruinar la obra de Dios, sembrando la división en el corazón humano, entre el cuerpo y el alma, entre el hombre y Dios, en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales, e incluso entre el hombre y la creación. El mal siembra la guerra; Dios crea la paz. De hecho, como dice san Pablo: Cristo «es nuestra paz: el que de dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, a través de su carne». Para llevar a cabo esta obra de reconciliación radical Jesús, el Buen Pastor, ha debido convertirse en Cordero, «el Cordero de Dios… que quita el pecado del mundo». Sólo así ha podido llevar a cabo la maravillosa promesa del Salmo: «Bondad y amor me acompañarán todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa de Yahvé / un sinfín de días».
Santo Padre Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 22 de julio de 2012
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
IV. El infierno
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: «Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él» (1 Jn3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra «infierno».
1034 Jesús habla con frecuencia de la «gehenna» y del «fuego que nunca se apaga» (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que «enviará a sus ángeles […] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo» (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:» ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!» (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran» (Mt 7, 13-14):
«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde «habrá llanto y rechinar de dientes»» (LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que «quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión» (2 P 3, 9):
«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Crecer mi sentido de vigilancia a través de una vida de oración y sacramentos, para no caer en la tentación.
Diálogo con Cristo
Señor, quiero vivir desde la perspectiva del amor: que por amor a Ti, sea caritativo; que por amor a Ti, sea auténtico; que por amor a Ti, sea humilde. Que el amor a Ti me lleve a la misión con un espíritu exigente, decidido y audaz, sabiendo que las crisis y tentaciones del mal no podrán hacer mella, si vivo unido a Ti.
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Las puertas del infierno no prevalecerán sobre Ella.
Mt 16, 18
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por Catequesis en Familia | 12 Mar, 2017 | La Biblia
Mateo 5, 17-19. Miércoles de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. El camino a seguir es este: «La ley es plena, siempre en continuidad, sin cortes: como la semilla que acaba en la flor, en el fruto. El camino es el de la libertad en el Espíritu Santo, que nos hace libres, en el discernimiento continuo sobre la voluntad de Dios, para seguir adelante por este camino, sin retroceder» y sin resbalar.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Deuteronomio, Dt 4, 1.5-9
Salmo: Sal 147, 12-20
Oración introductoria
Señor mío, hoy sé que necesito acercarme a ti. Hoy comprendo que Tú me pides amor, que todo lo has hecho por amor y que tu verdadera ley es amar sin medida. Me has mostrado tu mano a lo largo de mi vida y me has conducido al hermoso camino de tu Palabra. Gracias de todo corazón por amarme a pesar de mis errores incluso en las ocasiones en que pensando que hacía algo bien me alejé de tus brazos.
Petición
Señor mío, guíame en el camino de tu amor. Sé un Maestro que me muestre la manera de amar de verdad. Permíteme acercarme con humildad a tu Evangelio, para encontrar en él la verdadera Ley de tu amor. Enséñame a amar como tú amas, hasta dar la vida por tus amigos.
Meditación del Santo Padre Francisco
Son dos las tentaciones que se han de afrontar en este momento de la historia de la Iglesia: retroceder por ser temerosos de la libertad que viene de la ley «realizada en el Espíritu Santo» y ceder a un «progresismo adolescente», es decir, propenso a seguir los valores más fascinantes propuestos por la cultura dominante. El Papa Francisco habló de ello el [día de hoy] en su homilía, comentando las lecturas —de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (3, 4-11) y del Evangelio de san Mateo (5, 17-19)— al celebrar la misa en la Domus Sanctae Marthae. Se centró sobre todo en las explicaciones dadas por Jesús a quienes le acusaban de querer cambiar la ley de Moisés. Él los tranquiliza diciendo: «Yo no vengo a abolir la ley sino a darle pleno cumplimiento».
Esta ley «es sagrada —observó el Papa— porque conducía al pueblo a Dios». Por lo tanto, «no se puede tocar». Había quien decía que Jesús «cambiaba esta ley». Él, en cambio, buscaba hacer entender que se trataba de un camino que conduciría «al crecimiento», es más, a la «plena madurez de esa ley. Y decía: Yo vengo a dar cumplimiento. Así como el brote que «despunta» y nace la flor, así es la continuidad de la ley hacia su madurez. Y Jesús es la expresión de la madurez de la ley».
El Pontífice reafirmó luego el papel del Espíritu Santo en la transmisión de esta ley. En efecto, «Pablo dice que esta ley del Espíritu la tenemos por medio de Jesucristo, porque no somos capaces de pensar algo como procedente de nosotros; nuestra capacidad viene de Dios. Y la ley que Dios nos da es una ley madura, la ley del amor, porque hemos llegado a la última hora. El apóstol Juan dice a su comunidad: Hermanos, hemos llegado a la última hora. A la hora del cumplimiento de la ley. Es la ley del Espíritu, la que nos hace libres».
Sin embargo, se trata de una libertad que, en cierto sentido, nos da miedo. «Porque —precisó el Pontífice— se puede confundir con cualquier otra libertad humana». Y «la ley del Espíritu nos lleva por el camino del discernimiento continuo para hacer la voluntad de Dios»: también esto nos asusta.
Pero cuando nos asalta este miedo corremos el riesgo de sucumbir a dos tentaciones —advirtió el Santo Padre. La primera es la de «volver atrás porque no estamos seguros. Pero esto interrumpe el camino». Es «la tentación del miedo a la libertad, del miedo al Espíritu Santo: el Espíritu Santo nos da miedo». Pero «la seguridad plena está en el Espíritu Santo que te conduce hacia adelante, que te da confianza y, como dice Pablo, es más exigente: en efecto, Jesús dice que «antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley». Por lo tanto es más exigente, incluso si no nos da la seguridad humana porque no podemos controlar al Espíritu Santo».
La segunda tentación es la que el Papa definió como «progresismo adolescente». No se trata de auténtico progreso: es una cultura que avanza, de la que no logramos desprendernos y de la cual tomamos las leyes y los valores que más nos gustan, como hacen precisamente los adolescentes. Al final, el riesgo que se corre es el de resbalar y salirse del camino. Según el Pontífice, se trata de una tentación recurrente en este momento histórico para la Iglesia. «No podemos retroceder —dijo el Papa— y deslizarnos fuera del camino». El camino a seguir es este: «La ley es plena, siempre en continuidad, sin cortes: como la semilla que acaba en la flor, en el fruto. El camino es el de la libertad en el Espíritu Santo, que nos hace libres, en el discernimiento continuo sobre la voluntad de Dios, para seguir adelante por este camino, sin retroceder» y sin resbalar. Y concluyó: «Pidamos el Espíritu Santo que nos da vida, que lleva hacia adelante, que lleva a la plena madurez esa ley que nos hace libres».
Santo Padre Francisco: Ese progresismo adolescente
Meditación del miércoles, 12 de junio de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
La Ley divina no es un yugo pesado de esclavitud, sino don de gracia que nos hace libres y que nos lleva a la felicidad. «Mi alegría está en tus preceptos: no me olvidaré de tu palabra» (Sal 118, 16), afirma el Salmista; y después: «Condúceme por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo puesta mi alegría» (v. 35); y de nuevo: «¡Cuánto amo tu ley, todo el día la medito!» (v. 97). La ley del Señor, su Palabra, es el centro de la vida del orante; en ella encuentra el consuelo, la medita, la conserva en su corazón: «Conservo tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti» (v. 11), y este es el secreto de la felicidad del salmista; y aún más: «Los orgullosos traman engaños contra mí: pero yo observo tus preceptos» (v. 69).
La fidelidad […] nace de la escucha de la Palabra, de custodiarla en lo más íntimo, meditándola y amándola, como María, que «custodiaba, meditándolas en su corazón», […] es también la Virgen María la que lleva a cumplimiento la perfecta figura del creyente descrito por el salmista. Es Ella, de hecho, la verdadera «beata», proclamada como tal por Isabel por «haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor» (Lc 1, 45). […]
La ley divina, objeto del amor apasionado del salmista y de todo creyente, es fuente de vida. El deseo de comprenderla, de observarla, de orientar hacia ella todo su ser es la característica del hombre justo y fiel al Señor, que la «medita día y noche», como reza el Salmo 1 (v. 2); es una ley, la ley de Dios, para llevar «en el corazón», come dice el conocido texto del Shemá en el Deuteronomio:
«Escucha, Israel… Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado» (6, 4.6-7).
Santo padre Benedicto XVI
Catequesis sobre el Salmo (119) 118
Audiencia General del miércoles, 9 de noviembre de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. Jesús y la Ley
577 Al comienzo del Sermón de la Montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:
«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una «i» o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cielos» (Mt 5, 17-19).
578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, «quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos» (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).
579 Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística «hipócrita» (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).
580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino «en el fondo del corazón» (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por «aportar fielmente el derecho» (Is 42, 3), se ha convertido en «la Alianza del pueblo» (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo «la maldición de la Ley» (Ga 3, 13) en la que habían incurrido los que no «practican todos los preceptos de la Ley» (Ga 3, 10) porque «ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza» (Hb 9, 15).
581 Jesús fue considerado por los judíos y sus jefes espirituales como un «rabbi» (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que «enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mt 7, 28-29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en Él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: «Habéis oído también que se dijo a los antepasados […] pero yo os digo» (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas «tradiciones humanas» (Mc 7, 8) de los fariseos que «anulan la Palabra de Dios» (Mc 7, 13).
582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido «pedagógico» (cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina: «Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro […] —así declaraba puros todos los alimentos— . Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas» (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no aceptaban su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
El día de hoy y el resto de la cuaresma buscaré tener detalles -aunque sean sencillos- de amor con las personas que encuentre.
Diálogo con Cristo
Gracias Señor por amarme de verdad. Por alimentarme no sólo con tu Palabra, sino también con tu Cuerpo y con tu Sangre. Aumenta mi amor para corresponderte, de modo que se cumpla en mí aquello de San Agustín dilige et quod vis fac, «ama y haz lo que quieras». Por que cuando amo de verdad y obro por amor, no tengo forma de equivocarme. Purifica mi amor, porque, si es verdadero, me guiará hacia lo bueno, hacia la verdad, hacia el bien, y por tanto, ese amor, además de hacerme verdaderamente libres, me acercará a ti.
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Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos.
San Agustín
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por Catequesis en Familia | 12 Mar, 2017 | La Biblia
Mateo 18, 21-35. Martes de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Un cristiano que no es capaz de perdonar escandaliza: no es cristiano.
Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: «Señor, dame un plazo y te pagaré todo». El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: «Págame lo que me debes». El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: «Dame un plazo y te pagaré la deuda». Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: «¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?». E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Daniel, Dan 3, 25.34-43
Salmo: Sal 25(24), 4-9
Oración introductoria
Señor, yo necesito de tu perdón y tu misericordia. Sé que puedo acudir a ti con todos mis defectos y pecados. Tú me quieres perdonar. Me esperas con tu corazón de Padre para que yo llegue y acepte tu amor. Tú reinas y gobiernas con misericordia, y nada te agrada más que poder perdonar.
Petición
Señor Jesús, Tú moriste por mí en la cruz para librarme de mis pecados. ¡Ayúdame a reconocerlos y a pedirte perdón con un corazón humilde! ¡Dame la gracia de perdonar a los demás como Tú me perdonaste a mí!
Meditación del Santo Padre Francisco
Jesús, en el Evangelio, «habla del perdón y —destacó el Papa— nos aconseja que no nos cansemos de perdonar. ¿Por qué? Porque yo he sido perdonado». En efecto, «el primer perdonado en mi vida soy yo. Por esto no tengo derecho a no perdonar: estoy obligado, por el perdón recibido, a perdonar a los demás». Así, pues, «perdonar: una vez, dos, tres, setenta veces siete, ¡siempre! Incluso en el mismo día». En esto, aclaró el Pontífice, Jesús en cierto sentido «exagera para hacernos comprender la importancia del perdón». Porque «un cristiano que no es capaz de perdonar escandaliza: no es cristiano».
Esta verdad «está en el Padrenuestro: Jesús lo enseñó allí», recordó el Pontífice. Cierto, reconoció, el discurso del perdón «no se comprende con la lógica humana», «que te lleva a no perdonar, a la venganza; te conduce al odio, a la división». Así, vemos «cuántas familias divididas por no perdonarse, ¡cuántas familias! Hijos distanciados de sus padres; marido y mujer distanciados…». Por esta razón «es tan importante pensar esto: si yo no perdono no tengo, parece que no tendría, derecho a ser perdonado o no comprendí lo que significa que el Señor me haya perdonado».
Santo Padre Francisco: Cristianos escandalosos
Meditación del lunes, 10 de noviembre de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, —“perdona nuestras ofensas”— podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es “para la remisión de los pecados”. Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: “como”.
«Perdona nuestras ofensas»…
2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19, 26).
… «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
2842 Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hoy perdonaré de todo corazón a aquella persona que aún no he querido o no he sabido perdonar.
Diálogo con Cristo
Jesús, hoy te ofrezco mis pecados y mi debilidad, porque soy tu deudor. Sé que me quieres perdonar. Por eso vengo con una gran confianza. Confío en tus méritos y en tu muerte. Yo quiero ser el instrumento de tu perdón. Dame esta gracia. Yo sé que perdonar es la solución de muchos de mis problemas. Ayúdame a ser humilde y a aceptar mis propios defectos y los de las personas a mi lado. ¡Ayúdame a ser un apóstol de tu perdón!
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Señor, toma este corazón de piedra, y dame un corazón de hombre: un corazón que te ame, un corazón que se alegre en ti, que te imite y que te complazca.
San Ambrosio
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por Catequesis en Familia | 12 Mar, 2017 | La Biblia
Mateo 1, 16.18-21.24a. Solemnidad de san José. La misión que Dios confía a José es la de ser custodio de María y Jesús. ¿Cómo ejerce José esta custodia?: con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. ¿Cómo vive José su vocación como custodio de María y de Jesús?: con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio.
Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados». Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Segundo libro de Samuel, 2 Sam 7, 4-5a.12-14a.16
Salmo: Sal 89(88), 2-5.27.29
Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Romanos, Rom 4, 13.16-18.22
Oración introductoria
Oh mi Dios, encomiendo mi oración a san José y tu santísima Madre, porque ellos supieron ser fieles a tu amor. No se desanimaron ante las dificultades y supieron caminar en el claroscuro de la fe. Envía tu Espíritu Santo para que sea su inspiración la brújula de mi oración.
Petición
Señor, dame la fe y la humildad de María y José.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas
Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.
Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como en los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.
Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.
En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.
Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Rezad por mí. Amén.
Santo Padre Francisco: Solemnidad de San José
Homilía del martes, 19 de marzo de 2013
Meditación de san Juan Pablo II
Cuando María, poco después de la anunciación, se dirigió a la casa de Zacarías para visitar a su pariente Isabel, mientras la saludaba oyó las palabras pronunciadas por Isabel «llena de Espíritu Santo» (Lc 1, 41). Además de las palabras relacionadas con el saludo del ángel en la anunciación, Isabel dijo: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Estas palabras han sido el pensamiento-guía de la encíclica Redemptoris Mater, con la cual he pretendido profundizar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II que afirma: «La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» y «precedió» a todos los que, mediante la fe, siguen a Cristo.
Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina «obediencia de la fe» (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6).
Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: «Cuando Dios revela hay que prestarle «la obediencia de la fe», por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él». La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret.
El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio «escondido desde siglos en Dios» (cf. Ef 3, 9), lo mismo que se convirtió María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama «la plenitud de los tiempos», cuando «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» para «rescatar a los que se hallaban bajo la ley», «para que recibieran la filiación adoptiva» (cf. Gál 4, 4-5). «Dispuso Dios —afirma el Concilio— en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 Pe 1, 4)».
De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María —y también en relación con María— él participa en esta fase culminante de la autorrevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer lugar por Dios en la vía de la «peregrinación de la fe», a través de la cual, María, sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma eminente y singular.
La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario. La encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble, donde el «plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí». Precisamente por esta unidad el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que en el Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes del de los Apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los Mártires.
San Juan Pablo II
Capítulo II. El depositario del misterio de Dios
Exhortación Apostólica Redemptoris Custos sobre la figura y la misión de san José
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
EL HOMBRE , IMAGEN DE DIOS
1701 “Cristo, […] en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22, 1). En Cristo, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15; cf 2 Co 4, 4), el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios (GS 22).
1702 La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí (cf. Capítulo segundo).
1703. Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14), la persona humana es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(GS 24, 3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.”
1704 La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15, 2).
1705 En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad, “signo eminente de la imagen divina” (GS 17).
1706 Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa “a hacer […] el bien y a evitar el mal”(GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana.
1707 “El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia”(GS 13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error.
«De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas». (GS 13, 2)
1708 Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado.
1709 “El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Esforzarme por hacer mi estudio o trabajo, dentro o fuera de casa, con dedicación y esfuerzo.
Diálogo con Cristo
Señor, vivir treinta años oculto en Nazaret, bajo la custodia de María y de José, me muestran el tipo de obediencia, pronta, alegre y heroica que debe caracterizar mi vida. Ayúdame a saber acoger con docilidad y prontitud las consignas del Papa, de Sr. Obispo y de mis directores, sabiendo que Dios bendice la docilidad y la obediencia humilde.
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