Evangelio del día: La pecadora arrepentida

Evangelio del día: La pecadora arrepentida

Lucas 7, 36-50. Undécimo Domingo del Tiempo Ordinario. El Señor salva solamente a quien sabe abrir su corazón y se reconoce pecador.

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!». Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «¡Di, Maestro!» respondió él. «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos amará más?». Simón contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo de Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados». Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

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Lecturas

Primera lectura: Libro Segundo de Samuel, 2 Sam 12, 7-10.13

Salmo: Sal 32(31), 1-2.5.7.11

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Gálatas, Gál 2, 16.19-21 

Oración introductoria

Dios mío, al igual que la mujer del Evangelio, te busco con una gran fe en esta oración. Soy consciente de mis miserias y necesito tu perdón. No permitas que me aparte de Ti, porque en Ti tengo puesta toda mi esperanza. Te amo y deseo ardientemente compartir este amor con los demás.

Petición

Señor, ayúdame a reparar mis faltas con esta oración sincera y humilde.

Meditación del Santo Padre Francisco

El Señor salva «solamente a quien sabe abrir su corazón y se reconoce pecador». Es la enseñanza que el Papa Francisco dio del pasaje evangélico de san Lucas (7, 36-50) durante la misa que celebró el jueves 18 de septiembre, por la mañana, en Santa Marta. Se trata del relato de la pecadora que, durante la comida en la casa de un fariseo, sin ser ni siquiera invitada, se acerca a Cristo con «un vaso de perfume» y «colocándose detrás junto a sus pies, llorando», comienza «a bañarlos de lágrimas», luego los seca «con sus cabellos», los besa y los unge de perfume.

El Pontífice explicó que precisamente «reconocer los pecados, nuestra miseria, reconocer lo que somos y lo que somos capaces de hacer o hemos hecho es la puerta que se abre a la caricia de Jesús, al perdón de Jesús. Al respecto el Papa repitió una expresión muy querida por él: «el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo son los propios pecados».

A un oído poco atento esto «parecería casi una herejía —comentó— pero lo decía también san Pablo» cuando, en la segunda Lectura a los Corintios (12, 9), afirmaba gloriarse «solamente de dos cosas: de los propios pecados y de Cristo Resucitado que lo ha salvado».

El Papa introdujo su reflexión reconstruyendo la escena descrita en el pasaje evangélico. Aquel «que había invitado a Jesús al almuerzo —hizo notar— era una persona de un cierto nivel, de cultura, quizás un universitario. Y «no parece que fuera una mala persona». Hasta que irrumpe en el banquete una figura femenina, una que no tenía cultura o si la tenía, aquí no lo demostró». En efecto, «entra y hace eso que quiere hacer: sin pedir disculpas, sin pedir permiso».

Es entonces cuando la realidad se revela detrás de las buenas maneras: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Este hombre «no era malo», sin embargo, «no logra entender el gesto de la mujer. No logra entender los gestos elementales de la gente». En resumen, «estaba alejado de la realidad». Sólo así, continuó el Papa, se explica «la acusación» imputada a Jesús: «¡Este es un santón! Nos habla de cosas hermosas, hace un poco de magia; es un curandero; pero al final no conoce a la gente, porque si supiera de qué clase es esta, habría dicho algo».

Hay entonces «dos actitudes» muy diferentes entre sí: por una parte la del «hombre que ve y califica», juzga; y por otro la de la «mujer que llora y hace cosas que parecen locuras», porque utiliza un perfume que «es caro, es costoso». En especial el Pontífice se detuvo en el hecho de que el Evangelio sí utiliza la palabra «unción» para significar que el «perfume de la mujer unge: tiene la capacidad de ser una unción», al contrario de las palabras del fariseo que «no llegan al corazón, no llegan a la realidad».

En medio a estas dos figuras tan antitéticas está Jesús, con «su paciencia, su amor», su «deseo de salvar a todos», que «le lleva a explicar al fariseo qué significa eso que hace esta mujer» y a reprocharle, si bien «con humildad y ternura», por no haber tenido «cortesía» con Él.

El Papa evidenció también que el Evangelio no dice «cómo terminó la historia para este hombre», pero dice claramente «cómo terminó para la mujer: “Tus pecados han quedado perdonados”». Una frase, esta, que escandaliza a los comensales, quienes comienzan a confabular entre sí preguntándose: «¿Pero quién es este, que hasta perdona pecados?». En resumen, «a ella se le dice que sus pecados le son perdonados, a los demás, Jesús les hace ver sólo los gestos y se los explica, incluso los gestos no realizados, o sea lo que no han hecho con Él». En consecuencia «la palabra salvación —“tu fe te ha salvado”— la dice sólo a la mujer, que es una pecadora. Y la dice porque ella logró llorar sus pecados, confesar sus pecados, decir: “Soy una pecadora”». Por el contrario, «no la dice a esa gente», que incluso «no era mala», sino porque estas personas «creían que no eran pecadoras».

He aquí entonces la enseñanza del Evangelio: «La salvación entra en el corazón solamente cuando abrimos el corazón en la verdad de nuestros pecados». Cierto, observó el obispo de Roma, «ninguno de nosotros irá a hacer el gesto que hizo esta mujer», pero todos nosotros tenemos la posibilidad de llorar, todos nosotros tenemos la posibilidad de abrirnos y decir: Señor, ¡sálvame!». También porque, afirmó, «a esa otra gente, en este pasaje del Evangelio, Jesús no dice nada. Pero en otro pasaje dirá esa terrible palabra: “¡Hipócritas, porque os habéis alejado de la realidad, de la verdad!”». Y de nuevo, refiriéndose al ejemplo de esa pecadora, dice: «Pensad bien, serán las prostitutas y los publicanos que os precederán en el reino de los cielos». Porque ellos —concluyó— «se sienten pecadores» y «abren su corazón en la confesión de los pecados, en el encuentro con Jesús, que dio su sangre por todos nosotros».

Santo Padre Francisco: El perfume de la pecadora

Meditación del jueves, 18 de septiembre de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

[Queridos hermanos y hermanas:]

[…] aprovecho de buen grado la ocasión para proponer a vuestra atención algunas reflexiones sobre la administración [del sacramento de la Reconciliación] en nuestra época, que por desgracia está perdiendo cada vez más el sentido del pecado.

Es necesario ayudar a quienes se confiesan a experimentar la ternura divina para con los pecadores arrepentidos que tantos episodios evangélicos muestran con tonos de intensa conmoción. Tomemos, por ejemplo, la famosa página del evangelio de san Lucas que presenta a la pecadora perdonada (cf. Lc 7, 36-50). Simón, fariseo y rico «notable» de la ciudad, ofrece en su casa un banquete en honor de Jesús. Inesperadamente, desde el fondo de la sala, entra una huésped no invitada ni prevista: una conocida pecadora pública. Es comprensible el malestar de los presentes, que a la mujer no parece preocuparle. Ella avanza y, de modo más bien furtivo, se detiene a los pies de Jesús. Había escuchado sus palabras de perdón y de esperanza para todos, incluso para las prostitutas, y está allí conmovida y silenciosa. Con sus lágrimas moja los pies de Jesús, se los enjuga con sus cabellos, los besa y los unge con un agradable perfume. Al actuar así, la pecadora quiere expresar el afecto y la gratitud que alberga hacia el Señor con gestos familiares para ella, aunque la sociedad los censure.

Frente al desconcierto general, es precisamente Jesús quien afronta la situación: «Simón, tengo algo que decirte». El fariseo le responde: «Di, maestro». Todos conocemos la respuesta de Jesús con una parábola que podríamos resumir con las siguientes palabras que el Señor dirige fundamentalmente a Simón: «¿Ves? Esta mujer sabe que es pecadora e, impulsada por el amor, pide comprensión y perdón. Tú, en cambio, presumes de ser justo y tal vez estás convencido de que no tienes nada grave de lo cual pedir perdón».

Es elocuente el mensaje que transmite este pasaje evangélico: a quien ama mucho Dios le perdona todo. Quien confía en sí mismo y en sus propios méritos está como cegado por su yo y su corazón se endurece en el pecado. En cambio, quien se reconoce débil y pecador se encomienda a Dios y obtiene de él gracia y perdón. Este es precisamente el mensaje que debemos transmitir: lo que más cuenta es hacer comprender que en el sacramento de la Reconciliación, cualquiera que sea el pecado cometido, si lo reconocemos humildemente y acudimos con confianza al sacerdote confesor, siempre experimentamos la alegría pacificadora del perdón de Dios.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Discurso del viernes, 7 de marzo de 2008

Propósito

Evitar, hoy, juzgar a los demás para mantener un corazón generoso y misericordioso como el de Cristo.

Diálogo con Cristo

Dios Padre misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, ten compasión de tus hijos pecadores y apiádate de las obras de tus manos para que podamos permanecer en pie el día de tu venida gloriosa.

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Evangelio del día: Memoria de san Bernabé, apóstol

Evangelio del día: Memoria de san Bernabé, apóstol

Mateo 10,7-13. Memoria de san Bernabé, apóstol. 11 de junio. Los santos «no han caído del cielo», son hombres como nosotros, con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca; la santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón.

Dijo Jesús a sus discípulos: «Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes».

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Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 11, 21b-26; 13, 1-3

Salmo: Sal 98(97), 1-6

Oración introductoria

Señor, me llamas a dedicarme a predicar tu Evangelio. ¡Qué privilegio el poder contribuir en la extensión de tu Reino! Para lograrlo, necesito aumentar mi fe y mi caridad, por ello te pido que esta oración sea el medio para fortalecer mi convicción de ser un auténtico discípulo y misionero de tu amor.

Petición

Ayúdame, Señor, a saber corresponder, con mi amor y servicio a los demás, el don de tu redención.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Prosiguiendo nuestro viaje entre los protagonistas de los orígenes cristianos, hoy dedicamos nuestra atención a otros colaboradores de san Pablo. Tenemos que reconocer que el Apóstol es un ejemplo elocuente de hombre abierto a la colaboración: en la Iglesia no quiere hacerlo todo él solo, sino que se sirve de numerosos y diversos compañeros. No podemos detenernos a considerar todos estos valiosos ayudantes, pues son muchos. […]

«Bernabé», que significa «hijo de la exhortación» (Hch 4, 36) o «hijo del consuelo», es el sobrenombre de un judío levita oriundo de Chipre. Habiéndose establecido en Jerusalén, fue uno de los primeros en abrazar el cristianismo, tras la resurrección del Señor. Con gran generosidad vendió un campo de su propiedad y entregó el dinero a los Apóstoles para las necesidades de la Iglesia (cf. Hch 4, 37). Se hizo garante de la conversión de Saulo ante la comunidad cristiana de Jerusalén, que todavía desconfiaba de su antiguo perseguidor (cf. Hch 9, 27). Enviado a Antioquía de Siria, fue a buscar a Pablo, en Tarso, donde se había retirado, y con él pasó un año entero, dedicándose a la evangelización de esa importante ciudad, en cuya Iglesia Bernabé era conocido como profeta y doctor (cf. Hch 13, 1).

Así, Bernabé, en el momento de las primeras conversiones de los paganos, comprendió que había llegado la hora de Saulo, el cual se había retirado a Tarso, su ciudad. Fue a buscarlo allí. En ese momento importante, en cierta forma, devolvió a Pablo a la Iglesia; en este sentido, le entregó una vez más al Apóstol de las gentes. La Iglesia de Antioquía envió a Bernabé en misión, junto a Pablo, realizando lo que se suele llamar el primer viaje misionero del Apóstol. En realidad, fue un viaje misionero de Bernabé, pues él era el verdadero responsable, al que Pablo se sumó como colaborador, recorriendo las regiones de Chipre y Anatolia centro-sur, en la actual Turquía, con las ciudades de Atalía, Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (cf. Hch 13-14). Junto a Pablo, acudió después al así llamado concilio de Jerusalén, donde, después de un profundo examen de la cuestión, los Apóstoles con los ancianos decidieron separar de la identidad cristiana la práctica de la circuncisión (cf. Hch 15, 1-35). Sólo así, al final, permitieron oficialmente que fuera posible la Iglesia de los paganos, una Iglesia sin circuncisión: somos hijos de Abraham solamente por la fe en Cristo.

Los dos, Pablo y Bernabé, se enfrentaron más tarde, al inicio del segundo viaje misionero, porque Bernabé quería tomar como compañero a Juan Marcos, mientras que Pablo no quería, dado que el joven se había separado de ellos durante el viaje anterior (cf. Hch 13, 13; 15, 36-40). Por tanto, también entre los santos existen contrastes, discordias, controversias. Esto me parece muy consolador, pues vemos que los santos «han caído del cielo». Son hombres como nosotros, incluso con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón.

De este modo, Pablo, que había sido más bien duro y severo con Marcos, al final se vuelve a encontrar con él. En las últimas cartas de san Pablo, a Filemón y en la segunda a Timoteo, Marcos aparece precisamente como «mi colaborador». Por consiguiente, lo que nos hace santos no es el no habernos equivocado nunca, sino la capacidad de perdón y reconciliación. Y todos podemos aprender este camino de santidad.

En todo caso, Bernabé, con Juan Marcos, se dirigió a Chipre (cf. Hch 15, 39) alrededor del año 49. A partir de entonces se pierden sus huellas. Tertuliano le atribuye la carta a los Hebreos, lo cual es verosímil, pues, siendo de la tribu de Leví, Bernabé podía estar interesado en el tema del sacerdocio. Y la carta a los Hebreos nos interpreta de manera extraordinaria el sacerdocio de Jesús.

Santo Padre emérito Benedicto XVI: Bernabé, Silas y Apolo

Audiencia General del miércoles, 31 de enero de 2007

Propósito

Proclamar el Evangelio con mi testimonio y ayudando a los demás.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, para poder evangelizar necesito tenerte en el centro de mi vida. Y eso, ¿qué implica? Tenerte presente a lo largo de todo el día, en mis diversas actividades, para llegar a ser una persona de oración y de acción, que podrá presentar la belleza de tu amor con naturalidad y alegría, con astucia y constancia, de modo que, sobre todo mi testimonio, sea una ayuda para que otros quieran conocerte, amarte y seguirte.

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Evangelio del día: El hijo de la viuda de Naím

Evangelio del día: El hijo de la viuda de Naím

Lucas 7, 11-17. Domingo de la 10.ª semana del Tiempo Ordinario. El Señor muestra un particular «cuidado, un especial amor» por las viudas.

En seguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

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Lecturas

Primera lectura: Primer Libro de Reyes, 1 Re 17, 17-24

Salmo: Sal 30(29), 2-6.11-13

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Gálatas, Gál 1, 11-19

Oración introductoria

Dios mío, tan grande es tu amor que no dejas de compadecerte de mí, a pesar de mis debilidades, porque digo y no hago, ofrezco y no cumplo. ¡Ven a iluminar mi oración! Dame la gracia que me hará crecer en amor y en fidelidad.

Petición

Señor, quiero ser todo para Ti, concédeme olvidarme de mis preocupaciones para poder escucharte.

Meditación del Santo Padre Francisco

Jesús tiene la capacidad de sufrir con nosotros, de estar cerca de nuestros sufrimientos y hacerlos suyos. Jesús se compadeció de esta viuda que había perdido a su hijo. Sabía lo que significaba una mujer viuda en ese tiempo.

El Señor tiene un amor especial por las viudas, y las cuida. Pienso también que esta viuda es un icono de la Iglesia, porque también la Iglesia es en cierto sentido una viuda: El Esposo se ha ido y Ella camina en la historia con la esperanza de hallarlo, de encontrarse con Él. Y Ella será la esposa definitiva. Pero mientras tanto Ella, la Iglesia, ¡está sola! El Señor no está visible. Tiene una cierta dimensión de viudez… Esta Iglesia valiente, que defiende a sus hijos, como la viuda que iba donde el juez corrupto para defender, defender y finalmente ganó. ¡Nuestra Madre Iglesia es valiente! Tiene el coraje de una mujer que sabe que sus hijos son suyos, y debe defenderlos y llevarlos al encuentro con su Esposo.

Santo Padre Francisco

Homilía del martes, 17 de septiembre de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Así les habló a los discípulos, expresando con la metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre la muerte física: Dios la considera precisamente como un sueño, del que se puede despertar.

Jesús demostró un poder absoluto sobre esta muerte: se ve cuando devuelve la vida al joven hijo de la viuda de Naím y a la niña de doce años. Precisamente de ella dijo: «La niña no ha muerto; está dormida», provocando la burla de los presentes. Pero, en verdad, es precisamente así: la muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos puede despertar en cualquier momento.

Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús experimentar una sincera compasión por el dolor de la separación. Al ver llorar a Marta y María y a cuantos habían acudido a consolarlas, también Jesús «se conmovió profundamente, se turbó» y, por último, «lloró». El corazón de Cristo es divino-humano: en él Dios y hombre se encontraron perfectamente, sin separación y sin confusión. Él es la imagen, más aún, la encarnación de Dios, que es amor, misericordia, ternura paterna y materna, del Dios que es Vida.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo 9 de marzo de 2008

Propósito

Hacer una visita al Santísimo Sacramento para escuchar lo que Dios me quiere decir hoy y dejarlo entrar en nuestra vida.

Diálogo con Cristo

Señor, sé, como decía san Agustín, que las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección, y que si tuviera la fe debida, no temería a nada ni a nadie, porque todo pasa para nuestro bien, si sabemos poner todo en tus manos. Pero bien conoces mi debilidad, mi necesidad de sentir tu consuelo y tu presencia, ven a mi corazón, que quiere resucitar contigo, para poder experimentar el amor de Dios.

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Evangelio del día: Memoria del Inmaculado Corazón de María

Evangelio del día: Memoria del Inmaculado Corazón de María

Lucas 2, 41-51. Memoria del Inmaculado Corazón de María. La actitud de María inspira nuestra fe.

Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acababa la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que los oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al ver, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». Ellos no entendieron lo que les decía.  El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 61, 9-11

Salmo (tomado del Primer Libro de Samuel): 1 Sam 2, 1.4-8

Oración introductoria

Señor y Dios mío, enséñame a reconocer tu amor y a conocerte cada vez más de forma experiencial, pues una cosa es conocer lo que has hecho y otra muy distinta el conocerte a ti. Yo quiero ahondar en tu conocimiento, Señor. Quiero hacer una experiencia profunda de ti, de tu amor, de tu bondad. Concédeme la gracia de adentrarme cada día más en ella.

Petición

Padre mío, aumenta mi fe, mi esperanza y mi caridad para que renueve minuto a minuto mi opción por Ti.

Meditación de san Juan Pablo II

1. Cuando María y José encontraron al Niño Jesús en el templo, después de tres días de angustiada búsqueda, su Madre no pudo contener este amoroso lamento: «Hijo, por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote» (Lc 2, 48).

Es consolador para nosotros saber que también la Virgen preguntó «por qué» a Jesús, en una circunstancia de intenso sufrimiento. Reconocemos en sus palabras un tema que se ha hecho ya constante en los libros del Antiguo Testamento.

Por aquellas páginas veneradas sabemos que a menudo el Pueblo de Dios, o bien alguno de sus miembros, atravesaba por pruebas cruciales.

En semejantes aprietos, aflora una pregunta: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Sal 22, 2) «¿Por qué estás dormido, Señor?… ¿Por qué escondes tu rostro, olvidándote de nuestra miseria y opresión?» (Sal 44, 24a. 25).

Para responder a este «por qué» humanísimo, el orante de los Salmos se dirige al pasado de Israel, vuelve a meditar la historia de los Padres, especialmente el éxodo de Egipto, y saca de ello la siguiente lección: también ellos fueron probados como el oro en el fuego, y sin embargo el Señor los salvó de tantas maneras y a menudo por caminos inesperados; y como el Señor es fiel, también ahora, como entonces, dará la salvación, en el modo y en el tiempo que a Él plazca (cf. Sal 22, 5-6; Sir 2, 10; 51, 8; Jdt 8, 15-17. 26).

2. «También la Santísima Virgen ―nos enseña el Concilio Vaticano II― avanzó en la peregrinación de la fe y sirvió fielmente a su unión con el Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58).

El episodio del hallazgo en el templo demuestra que la Virgen no siempre y no inmediatamente podía comprender el comportamiento del Hijo. En efecto, Lucas observa que ni Ella ni José comprendieron la respuesta de Jesús (cf. Lc 2, 50). A pesar de ello, María «conservaba todo esto en su corazón» (Lc 2, 51b.).

Vendrán después días en que Jesús anuncia su muerte y resurrección como un designio del que habían hablado las Escrituras (cf. Lc 9, 22. 43-44; 18. 31-33; 24, 6-7. 26-27). Ella, ciertamente, como verdadera «Hija de Sión», habrá mirado a la misión dolorosa del Hijo con los recursos que le venían de la fe (cf. Lc 11, 27-28). Si Dios, en las vicisitudes de su pueblo, había desatado tantas veces las cadenas de los justos que se hallaban en tribulación, también ahora puede cumplir la promesa que Cristo debe resucitar de entre los muertos (cf. Heb 11, 19; Rom 4, 17).

3. La actitud de María inspira nuestra fe. Cuando soplan las tempestades y todo parece naufragar, nos sostenga el recuerdo de lo que el Señor ha hecho en el pasado. Volvamos a pensar, ante todo, en la muerte y resurrección de Jesús; y luego en las innumerables liberaciones que Cristo ha realizado en la historia de la Iglesia, en el mundo y en la vida de cada uno de nosotros los creyentes.

De esta anamnesis brotará más fecunda y alegre la certeza de que también en el momento presente, aunque sea amenazador, el Redentor navega con nosotros en la misma barca. A Él le obedecen el viento y el mar (cf. Mc 4, 41; Mt 8, 27; Lc 8, 25).

San Juan Pablo II

Ángelus del domingo, 31 de julio de 1983

Propósito

Darme el tiempo y la paciencia para dar hoy un consejo, estímulo o ayuda a quien lo necesite.

Diálogo con Cristo

Señor, dame la gracia de vivir plenamente la voluntad del Padre, a imitación tuya. Quiero cumplir su voluntad en mi vida para demostrarle mi amor, para mostrarle que acepto alegremente lo que Él quiera para mí. Concédeme, Señor, hacer la experiencia del Padre, para ser tu instrumento y guía de manera eficaz, de manera que muchos puedan llegar a conocer tu amistad y alcancen tu amor infinito.

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Evangelio del día: Cómo vivo el primer mandamiento

Evangelio del día: Cómo vivo el primer mandamiento

Marcos 12, 28-34. Jueves de la 9.ª semana del Tiempo Ordinario. Debemos descubrir y expulsar los ídolos mundanos ocultos en los numerosos dobleces que tenemos en nuestra personalidad.

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos». El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios». Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

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Lecturas

Primera lectura: Segunda Carta de san Pablo a Timoteo, 2 Tim 2, 8-15

Salmo: Sal 25(24), 4-5.8-10.14

Oración introductoria

Señor, quiero amarte por sobre todas las cosas, pero Tú sabes cómo me cuesta dejar mi propia manera de pensar y de actuar. Por ello te pido ilumines mi oración para que, creyendo y confiando en Ti, aproveche tu gracia para realmente vivir una caridad universal y delicada.

Petición

Señor, ayúdame a amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.

Meditación del Santo Padre Francisco

Descubrir «los ídolos ocultos en los numerosos dobleces que tenemos en nuestra personalidad», «expulsar los ídolos de la mundanidad, que nos convierte en enemigos de Dios»: fue la invitación del Papa Francisco durante la misa matutina del [día de hoy], en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.

La exhortación a emprender «el camino del amor a Dios», a ponerse en «camino para llegar» a su Reino, fue la coronación de una reflexión centrada en el Evangelio de Marcos (12, 28-34), cuando Jesús responde al escriba que le interroga sobre cuál es el más importante de los mandamientos. La primera observación del Pontífice fue que Jesús no responde con una explicación, sino que usa la Palabra de Dios: «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor».

«La confesión de Dios se realiza en la vida, en el camino de la vida; no basta decir —advirtió el Papa—: yo creo en Dios, el único»; sino que requiere preguntarse cómo se vive este mandamiento. En realidad, con frecuencia se sigue «viviendo como si Él no fuera el único Dios» y como si existieran «otras divinidades a nuestra disposición». Es lo que el Papa Francisco define como «el peligro de la idolatría», la cual «llega a nosotros con el espíritu del mundo».

Pero ¿cómo desenmascarar estos ídolos? El Santo Padre ofreció un criterio de valoración: son los que llevan a contrariar el mandamiento «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor». Por ello «el camino del amor a Dios —amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma— es un camino de amor; es un camino de fidelidad». Hasta el punto de que «al Señor le complace hacer la comparación de este camino con el amor nupcial». Y esta fidelidad nos impone «expulsar los ídolos, descubrirlos», porque existen y están bien «ocultos, en nuestra personalidad, en nuestro modo de vivir»; y nos hacen infieles en el amor.

Jesús propone «un camino de fidelidad», según una expresión que el Papa Francisco encuentra en una de las cartas del apóstol Pablo a Timoteo: «Si no eres fiel al Señor, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Él es la fidelidad plena. Él no puede ser infiel. Tanto es el amor que tiene por nosotros». Mientras que nosotros, «con las pequeñas o no tan pequeñas idolatrías que tenemos, con el amor al espíritu del mundo», podemos llegar a ser infieles. La fidelidad es la esencia de Dios que nos ama.

Santo Padre Francisco: Desenmascarando ídolos ocultos

Meditación del jueves, 6 de junio de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo (Mc 12, 28-34) nos vuelve a proponer la enseñanza de Jesús sobre el mandamiento más grande: el mandamiento del amor, que es doble: amar a Dios y amar al prójimo. Los santos, a quienes hace poco hemos celebrado todos juntos en una única fiesta solemne, son justamente los que, confiando en la gracia de Dios, buscan vivir según esta ley fundamental. En efecto, el mandamiento del amor lo puede poner en práctica plenamente quien vive en una relación profunda con Dios, precisamente como el niño se hace capaz de amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. San Juan de Ávila, a quien hace poco proclamé Doctor de la Iglesia, escribe al inicio de su Tratado del amor de Dios: «La causa que más mueve al corazón con el amor de Dios es considerar el amor que nos tiene este Señor… —dice—. Más mueve al corazón el amor que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene: más el que ama da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar» (n. 1). Antes que un mandato —el amor no es un mandato— es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó.

Queridos amigos: por intercesión de la Virgen María oremos para que cada cristiano sepa mostrar su fe en el único Dios verdadero con un testimonio límpido de amor al prójimo.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 4 de noviembre de 2012

Diálogo con Cristo

Jesús, la más grande realidad de mi vida consiste, no en que yo te quiera, sino en que Tú me has amado primero. Ayúdame a vivir en el amor, a vivir para el amor y a vivir de amor, y así, poder entrar en ese estupor que comentó el Papa Francisco: «¿Qué es este estupor? Es algo que hace que estemos un poco fuera de nosotros por la alegría: esto es grande, muy grande. No es un mero entusiasmo, también los hinchas en el estadio se entusiasman cuando gana su equipo, ¿no? No, no es solamente entusiasmo, es algo más profundo: es el estupor que viene del encuentro con Jesús» (4/3/2013). Que mi vida no tenga ya otra motivación, ni otro sentido, ni otra meta que el amarte en los demás.

Propósito

Luchar por erradicar toda falta de caridad, en mi familia y/o en mis relaciones sociales, e invitar a otros a hacer lo mismo, con gentileza y prudencia.

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Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

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Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

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Santa Juana de Arco, la doncella de Orleáns – Vida, oraciones y películas

Santa Juana de Arco, la doncella de Orleáns – Vida, oraciones y películas

Diecisiete años fueron suficientes para culminar la obra de Dios en una sencilla aldeana, que, si había de dar su nombre a cuestiones de guerras y banderías, iba a ser solamente para que se cumplieran en ella y en los hombres de su época los destinos que el mismo Dios se había trazado.

Nace Juana en una escondida aldea del nordeste de Francia, en 6 de enero de 1412, hija de Jaime de Arco, labrador acomodado, y de Isabel Romée.

Eran años aquellos de agotamiento para la nación, que se debatía en una guerra interminable y sin salidas posibles para el futuro. Los ingleses ansiaban dominar a toda Francia, y casi lo iban consiguiendo, mientras la corte y los pocos expedicionarios que aún le permanecían fieles se refugiaban en la pequeña ciudad de Clunón, en espera de que la suerte les fuera más propicia. Juana crece en la sencillez de las flores del campo, sin una educación especial —nunca llegó a saber leer ni escribir—, pero su alma, con el influjo de su madre, se iba llenando de un sentimiento delicado de piedad y de amor confiado al Padre del cielo y a la Santísima Virgen, a la que se consagra en una ternísima devoción. Como hicieron constar en su proceso, todos los sábados se dedicaba a recoger las flores más preciosas que podía encontrar para ofrecérselas después a María. Ya desde pequeña confesaba y comulgaba todos los meses, cosa rara en aquellos tiempos aun para la gente devota, y lo hacía siempre en Pascua y en las fiestas principales. Su vida era semejante a la de sus compañeros de aldea, sin nada de extraordinario, pero todo lleno de Dios, porque Juana, dentro de su simplicidad, sólo pensaba en eso: en ser buena y en no cometer nunca ningún pecado.

 La guerra continuaba, cada vez más enfurecida y sangrienta. Los soldados, ora ingleses, ora franceses o mercenarios, pasaban como una tromba por los pueblos, sembrando por doquier el pillaje, la rapiña y la violencia. Precisamente hacía poco que habían entrado los ingleses en el ducado de Bar, amenazando toda la Champagne con sus incursiones. En una de éstas entran y saquean las aldeas de Domrémy y de Greux (año 1425), teniendo que huir al campo sus habitantes, perdidas las haciendas y los ganados. Pronto se rehacen los franceses, que logran infligir una seria derrota a sus enemigos en el monte San Miguel (junio de 1425). Entre estas dos fechas tiene lugar un hecho maravilloso en la pequeña aldea de Domrémy, donde Juana seguía creciendo, rezaba y se divertía con sus hermanos y compañeros.

 Era una tarde de junio del año 1425. Juana tiene trece años y a esta hora está jugando con su hermano y otros niños del lugar. De pronto se detiene como sorprendida, se separa de sus compañeros y, dando media vuelta, se va presurosa hacia su casa, porque le ha parecido oír que su madre la llama. «Juana, vete a tu casa; tu madre te llama», sentía que le decían de muy cerca. Pero parece ser que es una broma del hermano, ya que su madre no la ha llamado. Vuelve de nuevo donde están los niños, pero de pronto vio una luz muy intensa y oyó otra vez la voz que le decía: “Juana, estás llamada a realizar hazañas maravillosas; el Rey de los cielos te ha elegido para salvar a Francia.” A seguido, sigue diciendo la crónica, se le aparecen San Miguel, Santa Margarita y Santa Catalina. Se le predice a Juana un porvenir y se le marca un camino. Es ella, la jovencita al parecer insignificante, la que ha de salvar a su rey y a su país, la que ha de marcar un nuevo rumbo a la historia de Francia y, en definitiva, a la historia de Europa. La Providencia, que conduce a los pueblos, sabe lo que ha de venir. Importa a sus designios que la doncella Juana desempeñe una misión especial.

 Mientras corren los días se van haciendo más frecuentes las «voces” que va recibiendo del cielo. Le dicen de nuevo que es ella la que ha de salvar a su patria, y le prometen a su vez la salvación de su alma. La pequeña doncella se lo cuenta todo a sus padres y vecinos, que al principio no quieren darle fe, hasta que ellos mismos se convencen de que no puede ser mentira lo que con tanta sencillez y tan insistentemente les viene repitiendo la niña. Los mandatos divinos se van haciendo cada vez más apremiantes, y un día le dicen con toda claridad que se vaya al capitán Roberto de Baudricourt, con el fin de que éste la presente al rey. En mayo de 1428, acompañada de su primo Durand Laxard, se presenta Juana ante aquel personaje, que la trata de visionaria y rechaza por completo sus ofrecimientos. Un año más tarde, en enero de 1429, vuelve a hablar con el capitán, que, medio convencido ante las apremiantes declaraciones de la doncella, decide darle una escolta y un salvoconducto para que pueda marchar a la corte. Llega allá en el mes de marzo y, después de tres días de espera, le dices que va a ser presentada ante el rey.

 Aquella corte, licenciosa y degradada, quiere poner a prueba la veracidad de la misión sobrenatural de Juana, y le prepara una comedia insulsa, que la joven aparta con un gesto de leve impaciencia, como aquel a quien le ponen obstáculos en un sendero trascendental. El rey Carlos VII se oculta entre los pobres adulones que le quedaban, ocupando otro su lugar. La doncella no había visto nunca al rey, pero sin vacilar siquiera un momento se dirige en seguida adonde aquél estaba, y, delante de todos, que quedan sorprendidos, le empieza a hablar. Era una prueba irrebatible. «En una conversación reservada —dice un testigo presencial, Allain Chartier— Juana dio pruebas al monarca de su misión providencial.» Carlos VII la nombra allí mismo capitán de sus ejércitos, la regala una rica armadura y la rodea de un séquito militar. Quiso darle personalmente una espada, pero ella pide que le den una especial, cuya hoja estaba marcada con cinco cruces y que debía encontrarse detrás del altar mayor de la iglesia de Santa Catalina de Furbois. Los pajes de servicio corren a la iglesia y, tal como había dicho la Santa, allí encontraron la espada, hecho que acabó de confirmar las esperanzas, que no sólo la corte, sino toda Francia, iba poniendo en aquella doncella de mirada ardiente que habían recibido como un regalo especial del cielo.

 Para asegurarse más de la veracidad de aquellas revelaciones un gran número de teólogos se reúnen durante quince días, examinando el caso en todos sus detalles. ¿Sería aquello obra de Dios, o más bien del diablo? Los teólogos se convencen de que es imposible en aquel caso la impostura, y, ante aquella declaración, el pueblo, delirante, aclama a Juana como salvadora de Francia. En Blois —abril de 1429— se había reunido un ejército de diez mil hombres, toda la fuerza que con, gran trabajo se pudo allegar. Juana se pone a la cabeza, desplegando su bandera blanca en la que iban bordadas las flores de lis en oro y en la que figuraban un mundo, dos ángeles y la divisa: Jesús y María. A todos les exhorta para que tengan confianza y para que, desde entonces, empiecen, a confiar solamente en Dios. Como condición previa hace que desaparezca de aquel ejército disforme, casi todos ellos de la vida airada, todo lo que sonara a blasfemia y a trato impúdico con mujerzuelas. A éstas las echa de entre los soldados, y todos obedecen a aquella voz imperativa, que les dice resueltamente: «En este ejército no se blasfema; en este ejército no se admiten mujerzuelas.»

 Tres días después, y acompañada de mariscales, grandes maestres y almirantes, se dirigen todos hacia la plaza de Orleáns, que los ingleses tenían sitiada, cantando elVeni creator, y entre exclamaciones de piedad y de penitencia. Ante la ciudad, intima por dos veces a los ingleses a la rendición, pero éstos se mofan de ella. Juana da entonces la señal de ataque para el asalto y, pronto, ante el empuje de las tropas francesas, se ha de retirar el enemigo, duramente castigado y escarmentado. Era el 7 de mayo de 1429. Ella iba delante de todos al asalto, pero nadie cayó muerto ni herido de su mano. La Santa solamente guiaba. La Santa se exponía a morir, pero no era su misión la de matar; de aquí que el canciller de París, Juan Gerson, no pudiera menos de decir que iba a la batalla solamente porque iba inspirada por Dios. Algunos han dudado al través de los tiempos de lo conveniente de estos caminos —la guerra y la muerte— como medios para llegar a la santidad. Se olvidan de que Dios escoge a veces el instrumento más sencillo con el fin de realizar sus planes. Además, la misión de Juana no iba a terminar aquí. Le esperaba el sufrimiento y el dolor, que, si no iban a testimoniar una fe ante los herejes ni paganos, iban a dar, sin embargo, fe de la misión divina que Dios le confiara y ante la cual no rehusa pasar por las calumnias más odiosas, el proceso envilecido y la misma hoguera.

 A seguido de la primera victoria, la «Doncella de Orleáns», como ya todos la llaman, sigue su camino del triunfo por las distintas ciudades de Francia. El 10 de mayo vuelve donde estaba el rey, quien, saliendo ante ella, se quita su sombrero, la abraza y le concede ante la corte el privilegio de la nobleza. Juana, por su parte, y con el fin de asegurar la corona de Francia, quiere llevar a Carlos a Reims para coronarle. De parte de Dios le dice que vivirá poco tiempo, por donde le insta a que aproveche la ocasión. Pero el rey, apático y preocupado solamente de sus diversiones, se resiste. En junio, la doncella se apodera de todas las plazas del Loira y, movido por ello, Carlos va al fin a Reims, donde es coronado solemnemente en la catedral, el 17 de julio.

 Ha llegado el momento en que Juana parece que ha cumplido ya con su misión y por ello piensa retirarse tranquila a su aldea. Pero Dios la quería para mucho más; y si hasta ahora la había escogido para heroína, ahora la va a escoger para santa. Juana no puede resistir los ruegos de la corte y de su propio ejército, y resuelve seguir al lado de ellos hasta terminar la guerra. Pronto, sin embargo, empiezan a surgir alrededor de ella envidias e insidias en la corte. Ya en parte les estorba y de hecho no pueden resistir la vida de pureza, de virtud y de entusiasmo que ella iba dejando por doquier. A instancias de la doncella, las tropas se encaminan a poner sitio a París; pero, cuando más inminente se veía venir el asalto, el rey ordena súbitamente la retirada. Guardando los últimos bastiones es herida Juana en un muslo al tratar de defender la puerta de San Honorato. La llevan a Gieu-Deja y ella deja su armadura como exvoto en la abadía de San Dionisio. Una vez restablecida, pero ya casi sola, ya que el rey ha caído en una completa inacción, sigue por su cuenta la lucha contra los ingleses, hasta que en una celada cae prisionera en las cercanías de Compiégne, donde, derribada del caballo, se tuvo que rendir al bastardo de Borgoña, que luchaba al lado de los ingleses, quien entrega la prisionera al señor de Luxemburgo, de quien el de Borgoña era feudatario. Juana es llevada primero al castillo de Beaulieu, cerca de Noyon, y después al de Beaurevoir. Los ingleses han celebrado su captura con grande algazara y alegría, cantando Tedéums y echando al vuelo las campanas. Y es entonces cuando, entre los manejos de los nobles franceses aliados del inglés, los mismos ingleses y algunos jerarcas eclesiásticos, vinculados también a su causa, se inicia contra la Santa de Domrémy el inicuo proceso que la ha de llevar al martirio de la hoguera.

 Tal vez los que formaron el proceso pensaran alguna vez que la obra de la doncella había obedecido más a insinuación del diablo que a una providencia de Dios. Otros quizá no lo pensarían así, y llevaron a la sentencia lo más bajo de sus manejos humanos, Pero, de hecho, fue un vergonzoso proceso el de la gloriosa mártir. Pedro Cauchon, el obispo desterrado de Beauvais y vendido a Inglaterra, es el animador de todo. También el rey de Francia, Carlos VII, la abandona cobardemente a su suerte. De este modo su amante Inés Sorel quedaba más tranquila, sin que la inquietaran las aclamaciones que aquella valiente joven llevaba a cada paso. Juana sigue en su prisión, más apenada por los suyos, «tan fieles al rey», que por sí misma. Con todo, aprovecha un descuido de la guardia y pretende huir, arrojándose desde lo alto de la torre del castillo, pero se hiere y es apresada de nuevo, entregada a los ingleses y trasladada al castillo de Ruán. Mientras la virginal doncella tiene que sufrir los ultrajes y modos desvergonzados de los carceleros, allí arriba, en las salas de palacio, se está preparando el proceso que la ha de condenar.

 Cuando se presenta ante los jueces del tribunal, Cauchon la acusa de magia y de herejía, de no ser cristiana por vestir el traje de varón, y, en fin, de abominables maquinaciones, que quiere poner en juego para condenarla. Más tarde, en el proceso de rehabilitación, un testigo de aquellos hechos, Pedro Cusquel, declara haberla visto en la prisión, encadenada de pies y manos y por el cuello, junto a una jaula de hierro donde se disponían a encerrarla. A veces llegaron hasta situar a dos testigos, que oyeran una de sus confesiones, donde el religioso que la atendía le dio el consejo de apelar al Papa, cosa que hizo inmediatamente. Pero Cauchon, al enterarse, le respondió con todo descaro: «El Papa está muy lejos», cerrándole con esto todo camino de salvación.

 Los jueces hacen lo posible por condenarla como impostora, herética y hechicera. Le dan una cédula para que firme, haciéndola saber que contenía tan sólo una promesa de no vestirse jamás de hombre ni de llevar armas en su vida, asegurándole que con ello la dejarían libre. La inocente doncella lo firma, pero en ello firmaba más bien una retractación de los supuestos delitos de hechicería, con lo que, en vez de a la pena de muerte, la condenan a cárcel perpetua, sometida al régimen del «pan y del dolor» y del «agua de la angustia».

 Los perseguidores no quedan contentos todavía y usan de esta miserable estratagema: Una madrugada, al despertarse, Juana ve con pavor que los carceleros se le han llevado todas sus ropas, lo que le obliga a ponerse unos hábitos de varón que intencionadamente habían dejado esparcidos por la celda. Cuando se entera el tribunal, dando muestras del mayor escándalo, se reúnen de nuevo, y por unanimidad —eran 42 los asesores— la condenan por relapsa y hechicera al cruel castigo del fuego. Era el día 29 de mayo del año 1431 y la sentencia había sido declarada en el mismo palacio del arzobispo de Ruán.

 Al día siguiente se prepara en el Mercado Viejo de la ciudad una gran pira y alrededor de ella dos tablados: uno para los jueces, otro para los prelados, y allí, enfrente, un grande espacio para la multitud, que va a presenciar la ejecución entre acongojada y llorosa. La Santa sale llena de entereza y de resignación, con sus ojos elevados al cielo. La atan al palo mayor de la pira, y pronto empiezan a chisporrotear las llamas, aunque todavía el humo lo envuelve todo, pues han tenido gran cuidado de rodear los troncos de tierra humedecida para que el calvario se prolongue más y sean terribles los sufrimientos. La Santa no dice una palabra. Su último deseo es contemplar el crucifijo, que le presenta el sacerdote que la asiste, y solamente cuando, ya en medio de las llamas, se le acerca Cauchon, la inocente Juana le dice, casi con la voz apagada: «Muero por vuestra culpa. Si me hubieseis entregado a la Iglesia, y no a mis enemigos, no me encontraría aquí. ¡Ah! ¡Ruán, temo que mi muerte te sea fatal!» Pide un poco de agua bendita, invoca al arcángel San Miguel, y suavemente expira, invocando por tres veces el santo nombre de Jesús.

 Algunos de sus jueces, dicen las viejas crónicas, lloraron ante tal espectáculo. Mientras, ella, la Santa, sonreía.

 Cuando el rey entra por fin en Ruán, manda que se revise todo el inicuo proceso llevado contra Juana. Ante las pruebas evidentes lo tacha de falso y de criminal, y consigue que se haga públicamente la total rehabilitación de la Santa, el 7 de julio de 1456. En el correr de los siglos, la gloria de la doncella se va extendiendo por Francia y por el mundo entero. Todos la tienen ya como enviada de Dios, como salvadora de su patria y como mártir. En el siglo XIX los obispos franceses, con el famoso Dupanloup a la cabeza, piden su canonización a Su Santidad Pío IX. No se cree conveniente todavía dar el paso, pero su sucesor, León XIII, hace que toda la causa pase a la Congregación de Ritos. En tiempos de San Pío X se completa la compleja y minuciosa labor, y el 13 de diciembre de 1908 se formulaba el decreto de beatificación, que el Pontífice mencionado promulga solemnemente el 18 de abril de 1909. El siguiente Papa, Benedicto XV, la incluye por fin en el catálogo de los santos el 16 de mayo de 1920, dando con ello el supremo homenaje a la inocente heroína, que no hizo otra cosa en su vida sino seguir fielmente los caminos que la Providencia le había señalado.

 FRANCISCO MARTÍN HERNÁNDEZ

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Otras biografías en la red

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Oraciones a santa Juana de Arco

Amada y gloriosa Santa Juana de Arco, mi patrona especial, amiga y hermana en Cristo. En este día vengo delante de ti para agradecerte los favores que has obtenido para mi y mi familia y para pedirte tu continua intercesión junto con la Virgen María ante Jesús.

Ayúdame a luchar las batallas que Dios me envía todos los días con el mismo coraje y dedicación que tuviste tu. Aunque mis batallas pueden ser más pequeñas y diferentes a las que tu fuiste llamada, necesito la gracia para rendir mi voluntad a la de Dios todos los días

Así como llevaste una armadura física, ayúdame a ponerme la armadura espiritual a la que San Pablo nos invitaba a llevar y así permanecer siempre en estado de gracia.

Acompañame en mi hora postrera para que pueda entrar en la eternidad con fe en la divina misericordia de Dios sin importar la clase de muerte que me depare su voluntad.

Ayúdame a mantener mi vista en Jesús, en su crucifixión y en María Inmaculada. Obtenme la señal de la gracia que necesito en esa hora con el honor y privilegio de estar cerca de ti en la corte celestial junto con mi familia, San José y todos los santos y ángeles, alrededor de los tronos de Jesús y María por toda la eternidad.

Santa Juana, virgen y mártir, ruega por mí. Amén.

Linda Fowler

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Para pedir un favor

Gloriosa Santa Juana de Arco, llena de compasión por todos los que te invocan y de amor por los que sufren, agobiado por el peso de mis problemas, ante ti me arrodillo para humildemente pedirte que tomes mi presente necesidad bajo tu especial cuidado.

(Mencione aquí sus intenciones.)

Encomiéndasela a la Virgen María y deposítala ante el trono de Jesús. No dejes de interceder por mi hasta que mi petición me sea concedida. Pero por encima de todo, obtenme la gracia de un día encontrar a Dios cara a cara, para que junto contigo, la Virgen María y todos los ángeles y santos le alabemos por toda la eternidad.

Poderosa santa Juana, no dejes que mi alma se pierda y obtenme la gracia de ganar mi camino hacia el cielo por los siglos de los siglos. Amén.

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Para pedir la perseverancia en la fe

Ante tus enemigos, ante el hostigamiento, el ridículo y la duda, te mantuviste firme en la fe. Incluso abandonada, sola y sin amigos, te mantuviste firme en la fe. Incluso cuando encaraste tu propia muerte, te mantuviste firme en la fe. Te ruego para que yo sea tan inconmovible en mis creencias como tú lo fuiste, Santa Juana. Ayúdame a ser consciente de lo vale la pena ganar cuando soy constante en perseverar. Te ruego que me acompañes en mis propias batallas. Ayúdame a mantenerme firme en la fe. Ayúdame a confiar en mis habilidades para actuar bien y sabiamente. Amén.

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Recursos audiovisuales

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Santa María, auxilio de los cristianos

Santa María, auxilio de los cristianos

La mujer en la Iglesia tiene el mismo trabajo que tuvo la Virgen con los apóstoles esa mañana de Pentecostés. Ellos no podían estar sin la Virgen, Cristo lo quiso así.

No se olviden de los tres amores blancos [la Virgen María, la Eucaristía y el Papa]. No se avergüencen de hablar de la Virgen, de celebrar la eucaristía y de hacerlo bien y no se avergüencen de la Santa Madre Iglesia, que pobrecita acaba siendo criticada todos los días.Y de aquí se debe aprender el rol de la mujer en la Iglesia. Los tres amores blancos de don Bosco nos llevan siempre por este camino y hacen crecer en nosotros la confianza en Dios. Don Bosco rezaba a María Auxiliadora e iba para adelante, él confiaba, no hacía tantos cálculos.

Papa Francisco

Historia de la devoción a María Auxiliadora en la Iglesia Antigua 

Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su idioma, el griego, se dice con la palabra «Boetéia», que significa «La que trae auxilios venidos del cielo». Ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama «Auxilio potentísimo» de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: «La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto». San Sabas de Cesarea en el año 532 llama a la Virgen «Auxiliadora de los que sufren» y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora recuperó la salud y que aquella imagen de la «Auxiliadora de los enfermos» se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo. El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María«Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles» e insiste en que recemos para que Ella sea también «Auxiliadora de los que gobiernan» y así cumplamos lo que dijo Cristo: «Dad al gobernante lo que es del gobernante» y lo que dijo Jeremías: «Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien». En las iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año 560: «María es Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo». San Juan Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: «María Auxiliadora rogad por nosotros». Y repite: «La «Virgen es auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte». San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón: «Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda».

La batalla de Lepanto
En el siglo XVI, los mahometanos estaban invadiendo a Europa. En ese tiempo no había la tolerancia de unas religiones para con las otras. Y ellos a donde llegaban imponían a la fuerza su religión y destruían todo lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos territorios de los católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que ocupaban y ya estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces cuando el Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María convocó a los Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del enemigo. El 7 de octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un sitio llamado el Golfo de Lepanto. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88,000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron la Santa Misa, comulgaron, rezaron el Rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército contrario. Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran todos barcos de vela o sea movidos por el viento. Pero luego – de manera admirable – el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los barcos del ejército cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Entonces nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco rato derrotaron por completo a sus adversarios. Es de notar, que mientras la batalla se llevaba a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría las calles de Roma rezando el Santo Rosario. En agradecimiento de tan espléndida victoria San Pío V mandó que en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración:

MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.

El Papa y Napoleón

El siglo pasado sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: «Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica». Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: «Las excomuniones del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados», vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a pagar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.

San Juan Bosco y María Auxiliadora

El 9 de junio de 1868, se consagró en Turín, Italia, la Basílica de María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores de la Madre de Dios. su constructor fue San Juan Bosco, humilde campesino nacido el 16 de agosto de 1815, de padres muy pobres. A los tres años quedó huérfano de padre. Para poder ir al colegio tuvo que andar de casa en casa pidiendo limosna. La Sma. Virgen se le había aparecido en sueños mandándole que adquiriera «ciencia y paciencia», porque Dios lo destinaba para educar a muchos niños pobres. Nuevamente se le apareció la Virgen y le pidió que le construyera un templo y que la invocara con el título de Auxiliadora.

Empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la gran Basílica. El santo solía repetir: «Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen». Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra Señora concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha llegado a ser una de las más populares.

San Juan Bosco decía: «Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros» y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: «María Auxiliadora, rogad por nosotros». El decía que los que dicen muchas veces esta jaculatoria consiguen grandes favores del cielo.

Evangelio del día. ¿Quién te ha dado tal autoridad?

Evangelio del día. ¿Quién te ha dado tal autoridad?

Marcos 11, 27-33. Sábado de la 8.ª semana del Tiempo Ordinario. Lo que escandaliza de Jesús es su naturaleza de Dios encarnado.

Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?». Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?». Ellos se hacían este razonamiento: «Si contestamos: «Del cielo», él nos dirá: «¿Por qué no creyeron en él»? ¿Diremos entonces: «De los hombres»?». Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: «No sabemos». Y él les respondió: «Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Judas, Jds 1, 17.20b-25

Salmo: Sal 63(62), 2-6

Oración introductoria

Rey y Señor mío, hoy renuevo mi fe en Ti. Creo y tengo la seguridad que, invocando tu Santo Espíritu, estarás hoy conmigo en mi oración. No permitas que me separe de Ti.

Petición

Sagrado Corazón de Jesús, hazme dócil a tus inspiraciones.

Meditación del Santo Padre Francisco

El «escándalo» de un Dios que se hizo hombre y murió en la cruz fue el centro de la homilía del [día de hoy]. El recuerdo del mártir Justino, en su memoria litúrgica, dio al Papa Francisco ocasión de reflexionar sobre la coherencia de vida y el núcleo fundamental de la fe de cada cristiano: la cruz. «Nosotros podemos hacer todas las obras sociales que queramos —expresó— y dirán «¡qué bien la Iglesia! ¡Qué bien las obras sociales que hace la Iglesia! Pero si decimos que hacemos esto porque esas personas son la carne de Cristo, llega el escándalo».

Justino, por el escándalo de la cruz, se ganó la persecución del mundo. Él anunció al Dios que vino entre nosotros y se identificó con sus criaturas. El anuncio de Cristo crucificado y resucitado desconcierta a sus oyentes, pero él continúa testimoniando esta verdad con la coherencia de vida. «La Iglesia —comentó el Pontífice—, no es una organización de cultura, de religión, tampoco social; no es eso. La Iglesia es la familia de Jesús. La Iglesia confiesa que Jesús es el Hijo de Dios que se hizo carne. Este es el escándalo, y por esto perseguían a Jesús». Sin la Encarnación del Verbo falta el fundamento de nuestra fe, como subrayó el Santo Padre.

E hizo referencia al Evangelio de Marcos (11, 27-33), leído en la liturgia: en particular a la pregunta planteada a Jesús por parte de los sacerdotes, los escribas y los ancianos de Jerusalén: «¿Con qué autoridad haces esto?». ¿Por qué Jesús constituía un problema? «No es porque hiciera milagros», respondió el Papa. Ni porque predicara y hablara de la libertad del pueblo. «El problema que escandalizaba a esta gente —dijo— era aquello que los demonios gritaban a Jesús: «Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el santo». Esto, esto es el centro». Lo que escandaliza de Jesús es su naturaleza de Dios encarnado. Y como a Él, también a nosotros «nos tienden trampas en la vida»; lo que escandaliza de la Iglesia es el misterio de la encarnación del Verbo. También ahora oímos decir a menudo: «Pero vosotros cristianos, sed un poco más normales, como las otras personas, sensatas, no seáis tan rígidos». Detrás, en realidad, está la petición de no anunciar que «Dios se hizo hombre», porque «la encarnación del Verbo es el escándalo».

Cuando el sumo sacerdote le pregunta: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?», Jesús responde que sí e inmediatamente es condenado a muerte. «Este es el centro de la persecución», subrayó el Pontífice. De hecho, «si nosotros nos convertimos en cristianos sensatos, cristianos sociales, de beneficencia solamente, ¿cuál será la consecuencia? Que no tendremos jamás mártires». Al contrario, cuando afirmamos que «el Hijo de Dios vino y se hizo carne, cuando predicamos el escándalo de la cruz, vendrán las persecuciones, vendrá la cruz».

El Papa Francisco exhortó a los fieles a pedir al Señor «no tener vergüenza de vivir con este escándalo de la cruz». E invitó a implorar de Dios la sabiduría, la inteligencia «para no dejarse atrapar por el espíritu del mundo, que siempre hará propuestas educadas, propuestas civilizadas». Propuestas que realmente niegan «el hecho de que el Verbo se encarnó».

Santo Padre Francisco: El escándalo de la Encarnación

Meditación del sábado, 1 de junio de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Cuando enseñaba, la gente reconocía en sus palabras la misma autoridad divina, sentía la cercanía del Señor, su amor misericordioso, y alababa a Dios. En toda época y en todo lugar, quien tiene la gracia de conocer a Jesús, especialmente a través de la lectura del santo Evangelio, se queda fascinado con él, reconociendo que en su predicación, en sus gestos, en su Persona Él nos revela el verdadero rostro de Dios, y al mismo tiempo nos revela a nosotros mismos, nos hace sentir la alegría de ser hijos del Padre que está en los cielos, indicándonos la base sólida sobre la que edificar nuestra vida. Pero a menudo el hombre no construye su actuación, su existencia, sobre esta identidad, y prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito y del dinero, pensando encontrar en ellos estabilidad y la respuesta a la imborrable demanda de felicidad y de plenitud que lleva en la propia alma.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 6 de marzo de 2011

Propósito

Reflexionar diariamente si mi oración de cada día me acerca la Padre y a Jesús.

Diálogo con Cristo

Querido Jesús, abre mi mente y, sobre todo mi corazón, para descubrir el tesoro de mi fe en tu Evangelio. Ayúdame a creer, aunque me duela, porque implique el que tenga que cambiar mi modo de pensar, mis ideas, donde me he «acomodado» para evadir toda exigencia. Dame la fuerza para dejar atrás mis prejuicios e inseguridades. ¡Muéstrame el camino de tu amor!

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Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

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Evangelio del día: Mi casa es de oración

Evangelio del día: Mi casa es de oración

Marcos 11, 11-26. Viernes de la 8.ª semana del Tiempo Ordinario. El templo existe para adorar a Dios.

Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania. Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos». Y sus discípulos lo oyeron. Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza. Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado». Jesús respondió: «Tengan fe en Dios. Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: «Retírate de ahí y arrójate al mar», sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas». Pero si no perdonan, tampoco el Padre que está en el cielo los perdonará a ustedes.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Primera Carta de san Pedro, 1 Pe 4, 7-13

Salmo: Sal 96(95), 10-13

Oración introductoria

Ven, Espíritu Santo, dame tu luz a en este momento de oración, para que el celo que motivó a Cristo a expulsar a quienes profanaron tu templo, sea mi motivación para expulsar de mi vida todo lo que pueda apartarme de tu gracia.

Petición

Padre Santo, que sepa siempre defender, con el arma de la caridad, a quienes te ofenden con su indiferencia.

Meditación del Santo Padre Francisco

El templo existe «para adorar a Dios». Y precisamente por esto es «punto de referencia de la comunidad», compuesta por personas que son ellas mismas «un templo espiritual donde habita el Espíritu Santo». Una meditación sobre el «verdadero sentido del templo» propuesta por el Papa Francisco en la homilía de la misa que celebró el [día de hoy], por la mañana, en la capilla de la Casa de Santa Marta.

Como de costumbre la reflexión del Pontífice se inspiró en la liturgia de la Palabra, en particular, en el pasaje tomado del primer libro de los Macabeos (4, 36-37. 52-59) —que habla de la nueva consagración del templo realizada por Judas— y del pasaje evangélico de Lucas que relata la expulsión de los vendedores del templo (19, 45-48).

La de Judas Macabeo —explicó— no fue la primera consagración y purificación del templo, que, en las vicisitudes de la historia, fue también «destruido» durante las guerras, tal es así que «recordamos cuando Neemías reconstruye el templo». Y así Judas Macabeo, después de la victoria, piensa en el templo: «Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo». Una purificación y una nueva consagración necesarias «porque los paganos habían utilizado el santuario para su culto». Por lo tanto «se debía purificar y volver a consagrar».

Para el Papa Francisco el mensaje de fondo «es muy importante: el templo como un lugar de referencia de la comunidad, lugar de referencia del pueblo de Dios». Y en esta perspectiva el Pontífice hizo también revivir «el itinerario del templo en la historia», que «comienza con el arca; luego Salomón realiza su construcción; después llega a ser templo vivo: Jesucristo el templo. Y terminará en la gloria, en la Jerusalén celestial».

«Consagrar de nuevo el templo para que se le dé gloria a Dios» es por consiguiente el sentido esencial del gesto de Judas Macabeo, precisamente porque «el templo es el lugar donde la comunidad va a orar, a alabar al Señor, a dar gracias, pero sobre todo a adorar». En efecto, «en el templo se adora al Señor. Este es el punto más importante» ratificó el Papa. Y esta verdad es válida para todo templo y para toda ceremonia litúrgica, donde lo que «es más importante es la adoración» y no «los cantos y los ritos», por bellos que sean. «Toda la comunidad reunida —explicó— mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. Pero creo, humildemente lo digo, que nosotros los cristianos tal vez hemos perdido un poco el sentido de la adoración. Y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos, y es bueno, es bello. Pero el centro está allí donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios».

El Papa Francisco invitó, por eso, a aprovechar la ocasión para repensar en la actitud que hay que tener: «Nuestros templos —preguntó— ¿son lugares de adoración? ¿Favorecen la adoración? Nuestras celebraciones, ¿favorecen la adoración?». Judas Macabeo y el pueblo «tenían el celo por el templo de Dios porque es la casa de Dios, la morada de Dios. E iban en comunidad a encontrar a Dios allí, a adorar».

Como relata el evangelista Lucas, «también Jesús purifica el templo». Pero lo hace con el «látigo en la mano». Se pone a expulsar «las actitudes paganas, en este caso de los mercaderes que vendían y habían transformado el templo en pequeños negocios para vender, para cambiar las monedas, las divisas». Jesús purifica el templo reprendiendo: «Está escrito: mi casa será casa de oración» y «no de otra cosa. El templo es un lugar sagrado. Y nosotros debemos entrar allí, en la sacralidad que nos lleva a la adoración. No hay otra cosa».

Además, prosiguió el Pontífice, «san Pablo nos dice que somos templos del Espíritu Santo: yo soy un templo, el Espíritu de Dios está en mí. Y también nos dice: no entristezcáis al espíritu del Señor que está dentro de vosotros». En este caso, precisó, podemos hablar de «una especie de adoración, que es el corazón que busca al Espíritu del Señor dentro de sí. Y sabe que Dios está dentro de sí, que el Espíritu Santo está dentro de sí y escucha y le sigue. También nosotros —afirmó— debemos purificarnos continuamente porque somos pecadores: purificarnos con la oración, con la penitencia, con el sacramento de la reconciliación, con la Eucaristía».

Y así, explicó el Santo Padre, «en estos dos templos —el templo material lugar de adoración y el templo espiritual dentro de mí, donde mora el Espíritu Santo— nuestra actitud debe de ser la piedad que adora y escucha; que ora y pide perdón; que alaba al Señor». Y «cuando se habla de la alegría del templo, se habla de esto: toda la comunidad en adoración, en oración, en acción de gracias, en alabanza. En oración con el Señor que está dentro de mí, porque soy templo; en escucha; en disponibilidad».

El Papa concluyó la homilía invitando a orar para que «el Señor nos conceda este sentido auténtico del templo para poder ir adelante en nuestra vida de adoración y de escucha de la Palabra de Dios».

Santo Padre Francisco: Para qué se va al templo

Meditación del viernes, 22 de noviembre de 2013

Propósito

La autenticidad de nuestro culto cristiano y de nuestra devoción tiene que medirse por las obras y por la caridad hacia el prójimo.

Diálogo con Cristo

Padre providente, tu doctrina es sencilla y clara, concreta y amorosa, no vale la pena desgastarse inútilmente por lo pasajero de este mundo, cuando hay un Reino que puedo empezar a gozar desde ahora. Las cosas no cambian por más que uno se preocupe por ellas, por eso te pido, Señor, tu gracia para vivir abandonado a tu Providencia, poniendo todos los medios a mi alcance para extender tu Reino.

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