
Hasta el momento del parto, según vimos, los padres y restantes miembros de la familia oraban por el niño. De ahí en más, van a poder formular su oración delante del mismo. Los padres “prestan” al bebé sus labios, sus manos y su cuerpo entero para expresar en su nombre la oración que suscita en ellos el Espíritu Santo. Cuando los padres oran con y por sus hijos, oran en el nombre de ellos; al margen de la estrecha relación consciente-inconsciente entre madre e hijo. La irradiación de su contacto con Dios actúa sobre el niño, orientándolo en silencio hacia Él. La oración en silencio es un manantial de gracia para el niño.
Por otra parte, existen algunos medios que pueden favorecer la oración en estas edades tempranas. La oración de los padres se ve complementada con la búsqueda de todo aquello que pueda ayudar a aproximarse a una vida orante. Hay dos sentidos particularmente ricos a este respecto: la vista y el oído.