Evangelio del día: Testimonio del Hijo

Evangelio del día: Testimonio del Hijo

Juan 5, 31-47. Jueves de la 4.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Para conocer verdaderamente a Jesús hay que hablar con Él, dialogar con Él mientras le seguimos en el camino.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:  «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría. Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero. Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes. Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió. Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida. Mi gloria no viene de los hombres. Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios? No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza. Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Éxodo, Ex 32, 7-14

Salmo: Sal 106 (105), 19-23

Oración introductoria

Señor y Dios mío, que eres tan bueno y que me has dado tantas gracias; me pongo en tu presencia en este breve momento de oración. Lo único que quiero es recibirte en mi corazón. ¡Ayúdame a conocerte! ¡Ayúdame a encontrar la verdadera felicidad! ¡Ayúdame a encontrar tu voluntad!

Petición

Señor, Tú que lo puedes todo, aumenta mi confianza para que pueda creer con una fe más desinteresada. Ayúdame a olvidarme de mí mismo y a lanzarme a encontrar tu voluntad.

Meditación del Santo Padre Francisco

Se puede conocer a Jesús en el catecismo porque éste nos enseña muchas cosas sobre Jesús. Debemos estudiarlo, debemos aprenderlo, conocemos al Hijo de Dios, que ha venido para salvarnos; entendemos toda la belleza de la historia de la Salvación, del amor del Padre, estudiando el Catecismo.

¿Cuántos han leído el Catecismo de la Iglesia Católica desde que se publicó hace 20 años? Sí, se debe conocer a Jesús en el Catecismo. Pero no es suficiente conocerlo con la mente: éste es sólo un paso, es necesario conocerlo en el diálogo con Él, hablando con Él, en la oración, de rodillas. Si tú no rezas, si tú no hablas con Jesús, no lo conoces. Tú sabes cosas de Jesús, pero no vas con ese conocimiento que te da el corazón en la oración. Y una tercera vía: el discipulado, ir con Él, caminar con Él, es necesario conocer a Jesús con el lenguaje de la acción.

Santo Padre Francisco: Para conocer a Jesús

Homilía del jueves, 26 de septiembre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación» (DV 2)

Dios ha dicho todo en su Verbo

65 «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo» (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:

«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra […]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.).

No habrá otra revelación

66 «La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (DV4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.

67 A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas «privadas», algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de «mejorar» o «completar» la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.

La fe cristiana no puede aceptar «revelaciones» que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes «revelaciones».

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Hoy amaré más al Señor en mi familia, ayudando a todos en los que necesiten de mí.

Diálogo con Cristo

Los momentos que reservo para tus cosas, Señor, son muy pocos y pasan rapidísimos. ¿Qué más puedo hacer por ti? No quiero dejar pasar este momento de oración, como muchos que ya se han ido, sin dejar en mí una verdadera experiencia de ti, Señor. No puedo salir sin comprometerme de verdad contigo. Ya he contemplado tu amor, cómo eres Tú en verdad; ahora, falta mi parte. Tú me conoces, soy débil, pero sé que con tu gracia puedo; en ti, está mi fuerza; contigo, no vacilo.

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Evangelio del día: El Hijo actúa en unión con el Padre

Evangelio del día: El Hijo actúa en unión con el Padre

Juan 5, 17-30. Miércoles de la 4.ª semana del Tiempo de Cuaresma. El Padre encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo». Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: «Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 49, 8-15

Salmo: Sal 145(144), 8-9.13cd-14.17-18

Oración introductoria

Señor, no permitas que viva mi vida por mi cuenta. Ilumina mi oración para que tu gracia aumente mi fe, mi esperanza y mi caridad. No quiero terminar esta Cuaresma con las mismas mediocridades que me alejan del amor.

Petición

Jesús, ayúdame a ser dócil y a vivir de acuerdo a tu mandamiento del amor.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Sabemos por los Evangelios que Jesús rechazó el título de rey cuando se entendía en sentido político, al estilo de los «jefes de las naciones». En cambio, durante su pasión, reivindicó una singular realeza ante Pilato, que lo interrogó explícitamente: «¿Tú eres rey?», y Jesús respondió: «Sí, como dices, soy rey»; pero poco antes había declarado: «Mi reino no es de este mundo». En efecto, la realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia. El Padre encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros. […] En su reino eterno, Dios acoge a los que día a día se esfuerzan por poner en práctica su palabra. Por eso la Virgen María, la más humilde de todas las criaturas, es la más grande a sus ojos y se sienta, como Reina, a la derecha de Cristo Rey. A su intercesión celestial queremos encomendarnos una vez más con confianza filial, para poder cumplir nuestra misión cristiana en el mundo.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 23 de noviembre de 2008

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

“JESUCRISTO SUBIÓ A LOS CIELOS, 
Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE DIOS, PADRE TODOPODEROSO”

659 «Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf. Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26). Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino (cf. Hch 1, 3), su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4). La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1). Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo «como un abortivo» (1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a éste en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).

660 El carácter velado de la gloria del Resucitado durante este tiempo se transparenta en sus palabras misteriosas a María Magdalena: «Todavía […] no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20, 17). Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. El acontecimiento a la vez histórico y transcendente de la Ascensión marca la transición de una a otra.

661 Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que «salió del Padre» puede «volver al Padre»: Cristo (cf. Jn 16,28). «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la «Casa del Padre» (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, «ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino» (Prefacio de la Ascensión del Señor, I: Misa Romano).

662 «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí»(Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, «no […] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre […], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro» (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. «De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor»(Hb 7, 25). Como «Sumo Sacerdote de los bienes futuros»(Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).

663 Cristo, desde entonces, está sentado a la derecha del Padre: «Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada» (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 75 [De fide orthodoxa, 4, 2]: PG 94, 1104).

664 Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dn 7, 14). A partir de este momento, los Apóstoles se convirtieron en los testigos del «Reino que no tendrá fin» (Símbolo de Niceno-Constantinopolitano: DS 150).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Buscar participar en un movimiento o asociación católica.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, gracias por el don de mi bautismo que me hizo miembro de tu Iglesia. Me llamas a ser un gran santo y eso no lo podré lograr en solitario. Te necesito primeramente a Ti, y luego a todos mis hermanos en la fe.

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Evangelio del día: Levántate, toma tu camilla y camina

Evangelio del día: Levántate, toma tu camilla y camina

Juan 5, 1-3.5-16. Martes de la 4.ª semana del Tiempo de Cuaresma. ¿Quieres quedar sano?… No peques más.

Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina». En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los Judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla». El les respondió: «El que me curó me dijo: «Toma tu camilla y camina». Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: «Toma tu camilla y camina?». Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía». El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Ezequiel, Ez 47, 1-9.12

Salmo: Sal 46(45), 2-3.5-6.8-9

Oración introductoria

Señor, en este día, quiero aprovechar al máximo este momento de contacto que tengo contigo. Hazme sentir tu presencia amorosa, no con los sentimientos, sino con un verdadero espíritu de fe. Señor, Tú estás aquí conmigo, guía mis pasos y sáname de mis flaquezas. Dame unos ojos nuevos que perciban tu amor en todos los momentos de mi existencia.

Petición

Señor, que me dé cuenta de lo pequeño que soy y de lo necesitado que estoy de tu misericordia y de tu amor.

Meditación del Santo Padre Francisco

A los numerosos heridos que son acogidos en ese gran «hospital de campo símbolo de la Iglesia» uno se debe acercar sin acedia espiritual y sin formalismos. Es lo que recomendó el Papa Francisco en la misa del martes [día de hoy] en la Casa Santa Marta. Invitó también a los cristianos a «no vivir bajo anestesia» y a superar las tentaciones «de la resignación, de la tristeza» y del «no implicarse».

«El agua —explicó al comentar las lecturas— es el símbolo en la liturgia de hoy: el agua que cura, el agua que trae la salud». E hizo referencia sobre todo al pasaje del Evangelio de san Juan (5, 1-16): es «la historia del hombre paralítico de treinta y ocho años» que estaba con otros muchos enfermos junto a la piscina en Jerusalén esperando ser curado. Y, así, cuando «Jesús vio a ese hombre le preguntó: ¿quieres quedar sano?». Su respuesta está preparada: «»Claro Señor, estoy aquí para esto. Pero no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua se agita. Mientras estoy llegando al lugar, otro baja antes que yo»». Existía «la idea —explicó el Pontífice— que cuando las aguas se agitaban era el ángel del Señor que venía a curar». La reacción de Jesús es una orden: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y el hombre fue curado.

Luego, continuó el Papa, «el apóstol cambia el tono de la narración y recuerda que ese día era sábado». Así recoge las reacciones de los que riñeron al hombre que fue curado precisamente porque llevaba su camilla un día de sábado, a pesar de la prohibición. Un modo de actuar, afirmó el Pontífice, que se refiere «también a nuestra actitud ante las numerosas enfermedades físicas y espirituales de la gente». Y en especial, destacó, «encuentro aquí» la imagen de «dos enfermedades fuertes, espirituales» sobre las cuales «nos hará bien reflexionar».

La «primera enfermedad» es la que aflige al hombre paralítico y que ya «estaba como resignado» y tal vez se decía «a sí mismo «la vida es injusta, otros tienen más suerte que yo»». En su forma de hablar «hay un tono de lamento: está resignado pero también amargado». Una actitud, destacó el Papa, que hace pensar también en «muchos católicos sin entusiasmo y amargados» que se repiten «a sí mismos «yo voy a misa todos los domingos pero es mejor no comprometerse. Yo tengo fe para mi salud, pero no siento la necesidad de darla a otro: cada uno en su casa, tranquilo»», también porque si «en la vida tú haces algo luego te reprochan: es mejor no implicarse».

Precisamente esta es «la enfermedad de la acedia de los cristianos», una «actitud que es paralizante para el celo apostólico» y «que hace de los cristianos personas inmóviles, tranquilas, pero no en el buen sentido de la palabra: personas que no se preocupan por salir para anunciar el Evangelio, personas anestesiadas». Una anestesia espiritual que lleva a la consideración «negativa de que es mejor no comprometerse» para vivir «así con esa acedia espiritual. Y la acedia es tristeza». Es el perfil de «cristianos tristes en el fondo» a quienes les gusta saborear la tristeza hasta llegar a ser «personas no luminosas y negativas». Y esta, alertó el Papa, «es una enfermedad para nosotros cristianos». Tal vez «vamos a misa todos los domingos» pero también decimos «por favor, no molestar». Los cristianos «sin celo apostólico no sirven y no hacen bien a la Iglesia». Lamentablemente, dijo el Pontífice, hoy son muchos los «cristianos egoístas» que cometen «el pecado de la acedia contra el celo apostólico, contra las ganas de llevar la novedad de Jesús a los demás; esa novedad que me ha sido donada gratuitamente».

El otro pecado indicado hoy por el Papa es «el formalismo» de los judíos. Se la toman con el hombre que acababa de ser curado por Jesús por llevar su camilla un día de sábado. La contestación de los judíos es seca: «Aquí las cosas son así, se debe hacer esto». A ellos les «interesaba sólo las formalidades: era sábado y no se podían hacer milagros el sábado. La gracia de Dios no puede trabajar el sábado». Es la misma actitud de aquellos «cristianos hipócritas que no dejan espacio a la gracia de Dios». Tanto que para «esta gente la vida cristiana es tener todos los documentos en regla, todos los certificados». Actuando así «cierran la puerta a la gracia de Dios». Y, añadió, «tenemos muchos de ellos en la Iglesia».

He aquí, por lo tanto, los dos pecados. Por una parte están «los del pecado de la acedia» porque «no son capaces de ir adelante con su celo apostólico y decidieron detenerse en sí mismos, en las propias tristezas y resentimientos». Por otro lado están los que «no son capaces de llevar la salvación porque cierran la puerta» y se preocupan «sólo de las formalidades» hasta el punto que «¡no se puede!», es la palabra que usan con más frecuencia.

«Son tentaciones que también tenemos nosotros y que debemos conocer para defendernos». Y «ante estas dos tentaciones» en ese «hospital de campo, símbolo de la Iglesia hoy, con mucha gente herida», Jesús ciertamente no cede ni a la acedia ni al formalismo. Sino que «se acerca a ese hombre y le dice: «¿quieres quedar sano?»». Al hombre que responde sólo sí «le da la gracia y se marcha». Jesús, explicó el Papa, «no le soluciona la vida: le da la gracia y la gracia lo hace todo». Luego, relata el Evangelio, cuando poco después se encuentra nuevamente con ese hombre en el templo, le dirige una vez más la palabra para decirle «»mira, estás curado, no peques más»». Estas, afirmó el Pontífice, son «las dos palabras cristianas: «¿quieres quedar sano?» – «No peques más»». Jesús primero cura al enfermo y luego lo invita «a no pecar más». Es precisamente «este el camino cristiano, la senda del celo apostólico» para «acercarnos a las numerosas personas heridas en este hospital de campo. Y también muchas veces heridas por hombres y mujeres de la Iglesia». Es necesario, por lo tanto, hablar como un hermano y una hermana, invitando a curarse y luego a «no pecar más». Y sin lugar a dudas estas «dos palabras de Jesús —concluyó el Papa— son más bonitas que la actitud de la acedia y la actitud de la hipocresía».

Santo Padre Francisco: Más allá de los formalismos

Meditación del lunes, 1 de abril de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. La misericordia y el pecado

1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).

1847 Dios, “que te ha creado sin ti,  no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).

1848 Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:

«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (DeV 31).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Hoy haré una visita a Jesús Eucaristía, exponiéndole mis problemas con plena confianza.

Diálogo con Cristo

Señor, gracias por tu amor y tu presencia que verdaderamente hace que nos sintamos como hijos tuyos. Sé que hoy me has escuchado y te pido la gracia de ser paciente para esperar que Tú obres en mí. Hazme ver tu mano amorosa que me sostiene y me hace ver qué grande es tu amor hacia mí.

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Evangelio del día: Vete, que tu hijo vive

Evangelio del día: Vete, que tu hijo vive

Juan 4, 43-54. Lunes de la 4.ª semana del Tiempo de Cuaresma. La identidad cristiana es el cristiano que es testigo de una fe que camina siguiendo las promesas de Dios.

Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen». El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera». «Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y la anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 65, 17-21

Salmo: Sal 30(29), 2-6.11-13

Oración introductoria

Señor, dame una fe viva y operante, un amor ardiente y desinteresado, una esperanza firme e ilimitada en Ti. Ayúdame a orar con profundidad, para escuchar tu voz y ser dócil a tus inspiraciones en este momento; aunque mi espíritu quiera rebelarse, confío en que tu gracia me fortalecerá.

Petición

Jesucristo, dame una fe real y verdadera que transforme mis actitudes para hacer siempre el bien.

Meditación del Santo Padre Francisco

Ni «cristianos errantes como turistas existenciales» ni «cristianos inmóviles», sino testigos de una «fe que camina» siguiendo las promesas de Dios. Es la identidad cristiana así como la trazó el Papa Francisco el lunes 31 de marzo en la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta.

El Pontífice habló del valor que —en la vida de un cristiano— tiene la confianza en Jesús «que no defrauda nunca». Está escrito en el Evangelio y el Papa Francisco lo puso de relieve al comentar las lecturas de la liturgia. «En la primera lectura —comenzó citando a Isaías (65, 17-21)— está la promesa de Dios, lo que nos espera. Lo que Dios ha preparado para nosotros: “Yo creo cielos nuevos y tierra nueva…”. No recordará ya el pasado, las fatigas… será todo nuevo. “Creó Jerusalén para la alegría….”. Habrá alegría. Es la promesa de la alegría».

El Señor, explicó el obispo de Roma, antes de pedir algo promete. Y por ello el fundamento principal de la virtud de la esperanza es precisamente fiarse de las promesas del Señor. También porque «esta esperanza —aseguró— no defrauda; porque Él es fiel y no falla». El Señor, continuó, no pidió nunca a nadie ir, actuar, sin antes haberle hecho una promesa. «Incluso Adán —recordó al respecto— cuando fue expulsado del Paraíso recibió una promesa». Y este «es nuestro destino: caminar en la perspectiva de las promesas, seguros de que llegarán a ser realidad. Es hermoso leer el capítulo once de la Carta a los Hebreos, donde se relata el camino del pueblo de Dios hacia las promesas: cómo esta gente amaba mucho estas promesas y las buscaba incluso con el martirio. Sabía que el Señor era fiel. La esperanza no defrauda nunca».

Para ayudar a comprender mejor el valor de la confianza en las promesas del Padre, el Papa hizo referencia al episodio narrado por el Evangelio de san Juan (4, 43-54) proclamado poco antes, en el cual se habla del funcionario del rey que, al enterarse de la llegada de Jesús a Caná, va a su encuentro para pedirle que salve al hijo enfermo que estaba muriéndose en Cafarnaún. Fue suficiente, recordó el Pontífice, que Jesús dijera: «Anda, tu hijo vive» para que ese hombre creyese en su palabra y se pusiese en camino: «Esta es nuestra vida: creer y ponerse en camino» como hizo Abrahán, que «confió en el Señor y caminó incluso en momentos difíciles», cuando, por ejemplo, su fe «fue probada» con la petición del sacrificio del hijo. Incluso en esa ocasión él «caminó. Se fio del Señor —destacó el Pontífice— y siguió adelante. La vida cristiana es esto: caminar hacia las promesas». Por ello «la vida cristiana es esperanza».

Sin embargo, se puede incluso no caminar en la vida. «Y, de hecho —apuntó el obispo de Roma— hay muchos, incluso cristianos y católicos de comunidad, que no caminan. Está la tentación de detenerse», de considerar ser un buen cristiano sólo porque, precisó, se forma parte de movimientos eclesiales y se sienten en ellos como en la propia «casa espiritual», casi «cansados» de caminar.

«Contamos con muchos cristianos inmóviles. Tienen una esperanza débil. Sí, creen que existe el cielo pero no lo buscan. Siguen los mandamientos —evidenció el Pontífice—, cumplen los preceptos, todo, todo; pero están inmóviles. Y el Señor no puede sacar levadura de ellos para hacer crecer a su pueblo. Y esto es un problema: los inmóviles».

«Luego —añadió— están los otros, los que se equivocan de camino. Todos nosotros algunas veces nos hemos equivocado de camino». Pero el problema, precisó, «no es equivocarse de camino. El problema es no volver cuando uno se da cuenta de que se ha equivocado. Es nuestra condición de pecadores lo que nos hace errar el camino. Caminamos, pero a veces cometemos esta equivocación de camino. Se puede volver: el Señor nos da esta gracia, de poder regresar».

Y «hay otro grupo que es más peligroso —dijo— porque se engaña a sí mismo». Son «los que caminan pero no hacen camino. Son los cristianos errantes: dan vueltas, dan vueltas como si la vida fuese un turismo existencial, sin meta, sin tomar en serio las promesas. Los que dan vueltas y se engañan porque dicen: “Yo camino…”. No; tú no caminas, tú das vueltas. En cambio el Señor nos pide que no nos detengamos, que no nos equivoquemos de camino y que no demos vueltas por la vida. Nos pide que miremos las promesas, que sigamos adelante con las promesas», como el hombre del Evangelio de Juan, que «creyó en las promesas de Jesús y se puso en camino». Y la fe se pone en camino.

La Cuaresma, dijo como conclusión, es un tiempo propicio para pensar si estamos en camino o si estamos «demasiado inmóviles» y entonces debemos convertirnos; o bien si «nos hemos equivocado de camino» y entonces debemos ir a confesarnos «para retomar el camino»; o, por último, si somos «turistas teologales», como los que dan vueltas por la vida «pero que nunca dan un paso hacia adelante».

«Pidamos al Señor la gracia —esta fue la exhortación del Papa Francisco— de retomar el camino, de ponernos en camino hacia las promesas. Mientras pensamos en esto, nos hará bien releer el capítulo once de la Carta a los Hebreos, para comprender bien lo que significa caminar hacia las promesas que nos hizo el Señor».

Santo Padre Francisco: Para no ser turistas existenciales

Meditación del lunes, 31 de marzo de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

II «Yo sé en quién tengo puesta mi fe»(2 Tm 1,12)

Creer solo en Dios

150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27).

Creer en el Espíritu Santo

152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: «Jesús es Señor» sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios […] Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.

La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Predicar, no sólo con mi testimonio y mi palabra, sino haciendo al menos un acto concreto de caridad.

Diálogo con Cristo

Señor, la enfermedad de su hijo motivó al funcionario a buscarte y a creer en Ti. Yo quiero madurar y crecer en mi amor a Ti, para que no sólo te busque en la necesidad, en la soledad o en el sufrimiento. Con tu gracia sé que lo podré lograr. ¡Gracias por tu amor eterno y por estar siempre conmigo!

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Evangelio del día: Los ciegos voluntarios

Evangelio del día: Los ciegos voluntarios

Juan 9, 1-41. Cuarto Domingo del Tiempo de Cuaresma. Un hombre o una mujer que adora a Jesús es un cristiano con Jesús. Pero si tú no consigues adorar a Jesús, algo te falta.

Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado». El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?». Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía: «Soy realmente yo». Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi». Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?». El respondió: «No lo sé». El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta». Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él». Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?». El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este». El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él. Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: «Vemos», su pecado permanece».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Primer Libro de Samuel, 1 Sam 16, 1b.5b-7.10-13a

Salmo: Sal 23(22), 1.3-6

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 5, 8-14.

Oración introductoria

Señor, quiero que seas la luz de mi mundo y de este momento de oración. Tú eres infinitamente bueno y no sólo me amas, sino que también eres mi amigo, aunque soy un pecador, un ciego que equivoca su camino no pocas veces.

Petición

Señor, acrecienta mi fe en tu poder y misericordia.

Meditación del Santo Padre Francisco

También hay cristianos sin Cristo que buscan cosas un poco raras, un poco especiales, que van detrás de las revelaciones privadas. Solamente es válido lo que te lleva a Jesús, y solamente es válido lo que viene de Jesús. Jesús es el centro, el Señor, como Él mismo dice.

Además, el signo de ser un cristiano con Jesús es el del ciego de nacimiento que se postra delante de Jesús para adorarlo. Si tú no consigues adorar a Jesús, algo te falta. Una regla, un signo. La regla es; soy un buen cristiano, estoy sobre el camino del buen cristiano si hago lo que viene de Jesús y hago lo que me lleva a Jesús, porque Él es el centro. El signo es: soy capaz de adorar, la adoración. Esta oración de adoración delante de Jesús.

Que el Señor nos haga entender que solamente Él es el Señor, es el único Señor. Y nos dé también la gracia de amarlo mucho, de seguirlo, de ir sobre el camino que Él nos ha enseñado.

Santo Padre Francisco: No hay cristiano sin Jesús

Homilía del sábado, 7 de septiembre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. La bendición y la adoración

2626 La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición.

2627 Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien la oración asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende de junto al Padre (es Él quien nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).

2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre […] mayor” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Que mi testimonio de vida y mis buenas obras, hagan resplandecer la luz del Espíritu Santo ante los hombres.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, pasar la vida haciendo el bien a todos, da una luz distinta a mi existencia. Con tu gracia, dejando a un lado mi orgullo y soberbia para dejarte actuar, podré lograr que los ciegos que me rodean puedan ver la luz en el Evangelio, los cojos y tullidos por su egoísmo empiecen a participar en la nueva evangelización y los muertos en vida resuciten cuando hagan la experiencia de tu amor.

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Evangelio del día: Solemnidad de la Anunciación del Señor

Evangelio del día: Solemnidad de la Anunciación del Señor

Lucas 1, 26-38. Solemnidad de la Anunciación. María vivió siempre inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para comprender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».Y el Angel se alejó.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 7, 10-14; 8, 10

Salmo: Sal 40(39), 7-11

Segunda lectura: Carta a los Hebreos, Heb 10, 4-10

Oración introductoria

María, acompáñame en esta oración para que sepa estar dispuesto, con una gran fe, a escuchar y acoger hoy el llamado de Dios. Que con confianza y con amor, responda con prontitud y generosidad.

Petición

María, enséñame a amar sin medida.

Meditación del Santo Padre Francisco

En la Anunciación, el Mensajero de Dios la llama «llena de gracia» y le revela este proyecto. María responde «sí» y desde aquel momento la fe de María recibe una luz nueva: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que de ella ha tomado carne y en quien se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella está precisamente concentrado todo el camino, toda la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, encarnación del amor infinito de Dios.

¿Cómo vivió María esta fe? La vivió en la sencillez de las mil ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada mamá, como proveer al alimento, al vestido, la atención de la casa… Precisamente esta existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolló una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su Hijo. El «sí» de María, ya perfecto al inicio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí su maternidad se dilató abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María vivió siempre inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para comprender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.

Santo Padre Francisco

Audiencia General del miércoles, 23 de octubre de 2013

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

El 25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación de la Bienaventurada Virgen María, […] quisiera reflexionar ahora sobre este estupendo misterio de la fe, que contemplamos todos los días en el rezo del Ángelus. La Anunciación, narrada al inicio del evangelio de san Lucas, es un acontecimiento humilde, oculto —nadie lo vio, nadie lo conoció, salvo María—, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la humanidad. Cuando la Virgen dijo su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con él comenzó la nueva era de la historia, que se sellaría después en la Pascua como «nueva y eterna alianza».

En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del de Cristo mismo cuando entró en el mundo, como escribe la carta a los Hebreos interpretando el Salmo 39: «He aquí que vengo —pues de mí está escrito en el rollo del libro— a hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hb 10, 7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre, y así, gracias al encuentro de estos dos «sí», Dios pudo asumir un rostro de hombre. Por eso la Anunciación es también una fiesta cristológica, porque celebra un misterio central de Cristo: su Encarnación.

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». La respuesta de María al ángel se prolonga en la Iglesia, llamada a manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo su disponibilidad para que Dios pueda seguir visitando a la humanidad con su misericordia. De este modo, el «sí» de Jesús y de María se renueva en el «sí» de los santos, especialmente de los mártires, que son asesinados a causa del Evangelio. Lo subrayo recordando que ayer, 24 de marzo, aniversario del asesinato de monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, se celebró la Jornada de oración y ayuno por los misioneros mártires: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos asesinados en el cumplimiento de su misión de evangelización y promoción humana.

Los misioneros mártires, como reza el tema de este año, son «esperanza para el mundo», porque testimonian que el amor de Cristo es más fuerte que la violencia y el odio. No buscaron el martirio, pero estuvieron dispuestos a dar la vida para permanecer fieles al Evangelio. El martirio cristiano solamente se justifica como acto supremo de amor a Dios y a los hermanos.

En este tiempo cuaresmal contemplamos con mayor frecuencia a la Virgen, que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Nazaret. Unida a Jesús, el Testigo del amor del Padre, María vivió el martirio del alma. Invoquemos con confianza su intercesión, para que la Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimonio valiente del amor de Dios.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 25 de marzo de 2007

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

“Alégrate, llena de gracia”

721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia como el «Trono de la Sabiduría».

En ella comienzan a manifestarse las «maravillas de Dios», que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:

722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia . Convenía que fuese «llena de gracia» la Madre de Aquel en quien «reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la «Hija de Sión»: «Alégrate» (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción de gracias de todo el pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia  (cf. Lc 1, 46-55).

723 En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).

724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).

725 En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres «objeto del amor benevolente de Dios» (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.

726 Al término de esta misión del Espíritu, María se convierte en la «Mujer», nueva Eva «madre de los vivientes», Madre del «Cristo total» (cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que «perseveraban en la oración, con un mismo espíritu» (Hch 1, 14), en el amanecer de los «últimos tiempos» que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Meditar los misterios dolorosos del rosario reflexionando sobre la calidad de mi respuesta a Dios.

Diálogo con Cristo

Gracias, María, por enseñarme la forma en que debo responder al llamado que día a día me hace Dios nuestro Señor. Intercede ante tu Hijo para que mi amor crezca y así pueda avanzar en el abandono en la Divina Providencia, sin pedir señales ni poner excusas para disculpar mi mediocridad.

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Evangelio del día: El primer precepto: Amarás a Dios

Evangelio del día: El primer precepto: Amarás a Dios

Marcos 12, 28-34. Viernes de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. El camino del amor a Dios —amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma— es un camino de amor… es un camino de fidelidad que nos impone descubrir y expulsar los ídolos ocultos en nuestra personalidad, en nuestro modo de vivir, los cuales nos hacen infieles en el amor.

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos». El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios». Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Oseas, Os 14, 2-10

Salmo: Sal 81(80), 6-17

Oración introductoria

Hola, Jesús, aquí estoy para dialogar contigo. A mí me gusta estar a tu lado y agradarte. Y para hacerlo, quiero amarte más y vivir la caridad con mis próximos. Ya que Tú me pides que no sólo te ame a ti, sino que también ame a mi prójimo. Por eso, te doy las gracias, Jesús, amigo mío, porque me has hecho caer en la cuenta de la primacía que tiene el amor en mi vida: amor a ti y amor a mi prójimo. Sólo te pido que me enseñes a amar como Tú me has amado.

Petición

Enséñame a amar a mi prójimo y a tener una amistad con él, al igual que la tengo contigo.

Meditación del Santo Padre Francisco

Descubrir «los ídolos ocultos en los numerosos dobleces que tenemos en nuestra personalidad», «expulsar los ídolos de la mundanidad, que nos convierte en enemigos de Dios»: fue la invitación del Papa Francisco durante la misa matutina del [día de hoy], en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.

La exhortación a emprender «el camino del amor a Dios», a ponerse en «camino para llegar» a su Reino, fue la coronación de una reflexión centrada en el Evangelio de Marcos (12, 28-34), cuando Jesús responde al escriba que le interroga sobre cuál es el más importante de los mandamientos. La primera observación del Pontífice fue que Jesús no responde con una explicación, sino que usa la Palabra de Dios: «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor».

«La confesión de Dios se realiza en la vida, en el camino de la vida; no basta decir —advirtió el Papa—: yo creo en Dios, el único»; sino que requiere preguntarse cómo se vive este mandamiento. En realidad, con frecuencia se sigue «viviendo como si Él no fuera el único Dios» y como si existieran «otras divinidades a nuestra disposición». Es lo que el Papa Francisco define como «el peligro de la idolatría», la cual «llega a nosotros con el espíritu del mundo».

Pero ¿cómo desenmascarar estos ídolos? El Santo Padre ofreció un criterio de valoración: son los que llevan a contrariar el mandamiento «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor». Por ello «el camino del amor a Dios —amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma— es un camino de amor; es un camino de fidelidad». Hasta el punto de que «al Señor le complace hacer la comparación de este camino con el amor nupcial». Y esta fidelidad nos impone «expulsar los ídolos, descubrirlos», porque existen y están bien «ocultos, en nuestra personalidad, en nuestro modo de vivir»; y nos hacen infieles en el amor.

Jesús propone «un camino de fidelidad», según una expresión que el Papa Francisco encuentra en una de las cartas del apóstol Pablo a Timoteo: «Si no eres fiel al Señor, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Él es la fidelidad plena. Él no puede ser infiel. Tanto es el amor que tiene por nosotros». Mientras que nosotros, «con las pequeñas o no tan pequeñas idolatrías que tenemos, con el amor al espíritu del mundo», podemos llegar a ser infieles. La fidelidad es la esencia de Dios que nos ama.

Santo Padre Francisco: Desenmascarando ídolos ocultos

Meditación del jueves, 6 de junio de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»

2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc10, 27: “…y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).

Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las “diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Hoy viviré la caridad con mi prójimo y rezaré un Padrenuestro por todos los que buscan ser amados por Dios para que Él los cuide.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, después de meditar a tu lado cómo puedo amarte a través de mi prójimo, te doy gracias por enseñarme a amar, sabiendo que no sólo necesito amar a aquella persona que menos quiero, sino que también puedo amar al que lo necesita.

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No basta con que digamos: Yo amo a Dios pero no amo a mi prójimo.

Santa Madre Teresa de Calcuta

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Evangelio del día: El poder sobre los demonios

Evangelio del día: El poder sobre los demonios

Lucas 11, 14-23. Jueves de la 3.ª semana de Cuaresma. Por favor, no hagamos tratos con el demonio y tomemos en serio los peligros que se derivan de su presencia en el mundo.

Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casa caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque –como ustedes dicen– yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 7, 23-28

Salmo: Sal 95(94), 1-2.6-9

Oración introductoria

Señor, quiero estar siempre unido a Ti, por eso hoy quiero tener este encuentro contigo en la oración. Dame la luz y fortaleza para acallar todo lo que pueda ser factor de distracción o de evasión. Creo, espero y te amo.

Petición

Dios mío, dame la gracia de saber acogerte en mi corazón para vivir siempre unido a Ti.

Meditación del Santo Padre Francisco

«Por favor, no hagamos tratos con el demonio» y tomemos en serio los peligros que se derivan de su presencia en el mundo. Lo recomendó el Papa Francisco el viernes 11 de octubre por la mañana, en su homilía en la misa en Santa Marta. «La presencia del demonio —recordó— está en la primera página de la Biblia y la Biblia acaba también con la presencia del demonio, con la victoria de Dios sobre el demonio». Pero éste —advirtió— vuelve siempre con sus tentaciones. Nos corresponde a nosotros «no ser ingenuos».

El Pontífice comentó el episodio en el que Lucas (11, 15-26) cuenta de Jesús que expulsa a los demonios. El evangelista refiere también los comentarios de cuantos asisten perplejos y acusan a Jesús de magia o, como mucho, le reconocen que es sólo un sanador de personas afectadas por epilepsia. También hoy —observó el Papa— «hay sacerdotes que cuando leen este pasaje y otros pasajes del Evangelio, dicen: Jesús curó a una persona de una enfermedad psíquica». Ciertamente «es verdad que en aquel tiempo se podía confundir la epilepsia con la posesión del demonio —reconoció—, pero también es verdad que estaba el demonio. Y nosotros no tenemos derecho a hacer el asunto tan sencillo», liquidándolo como si se tratara de enfermos psíquicos y no de endemoniados.

Volviendo al Evangelio, el Papa observó que Jesús nos ofrece algunos criterios para entender esta presencia y reaccionar. «¿Cómo ir por nuestro camino cristiano cuando existen las tentaciones? ¿Cuándo entra el diablo para turbarnos?», se preguntó. El primero de los criterios sugeridos por el pasaje evangélico «es que no se puede obtener la victoria de Jesús sobre el mal, sobre el diablo, a medias». Para explicarlo, el Santo Padre citó las palabras de Jesús referidas por Lucas: «El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama». Y refiriéndose a la acción de Jesús respecto a los poseídos por el diablo, dijo que se trata sólo de una pequeña parte «de lo que vino a hacer por toda la humanidad»: destruir la obra del diablo para liberarnos de su esclavitud.

No se puede seguir creyendo que sea una exageración: «O estás con Jesús o estás contra Jesús. Y sobre este punto no hay matices. Hay una lucha, una lucha en la que está en juego la salvación eterna de todos nosotros». Y no hay alternativas, aunque a veces oigamos «algunas propuestas pastorales» que parecen más acomodadoras. «¡No! O estás con Jesús —repitió el Obispo de Roma— o estás en contra. Esto es así. Y éste es uno de los criterios».

Último criterio es el de la vigilancia. «Debemos siempre velar, velar contra el engaño, contra la seducción del maligno», exhortó el Pontífice. Y volvió a citar el Evangelio: «Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Y nosotros podemos hacernos la pregunta: ¿yo vigilo sobre mí? ¿Sobre mi corazón? ¿Sobre mis sentimientos? ¿Sobre mis pensamientos? ¿Custodio el tesoro de la gracia? ¿Custodio la presencia del Espíritu Santo en mí?». Si no se custodia —añadió, cintando otra vez el Evangelio—, «llega otro que es más fuerte y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín».

Son estos, por lo tanto, los criterios para responder a los desafíos planteados por la presencia del diablo en el mundo: la certeza de que «Jesús lucha contra el diablo»; «quien no está con Jesús está contra Jesús»; y «la vigilancia». Hay que tener presente —dijo también el Papa— que «el demonio es astuto: jamás es expulsado para siempre, sólo lo será el último día». Porque cuando «el espíritu inmundo sale del hombre —recordó, citando el Evangelio—, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y al no encontrarlo dice: volveré a mi casa de donde salí. Al volver se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».

He aquí por qué es necesario velar. «Su estrategia es ésta —advirtió el Papa Francisco—: tú te has hecho cristiano, vas adelante con tu fe, y yo te dejo, te dejo tranquilo. Pero después, cuando te has acostumbrado y no estás muy alerta y te sientes seguro, yo vuelvo. El Evangelio de hoy comienza con el demonio expulsado y acaba con el demonio que vuelve. San Pedro lo decía: es como un león feroz que ronda a nuestro alrededor». Y esto no son mentiras: «es la Palabra del Señor».

«Pidamos al Señor —fue su oración conclusiva— la gracia de tomar en serio estas cosas. Él ha venido a luchar por nuestra salvación, Él ha vencido al demonio».

Santo Padre Francisco: Cómo se vence al demonio

Meditación del viernes, 11 de octubre de 2013

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

¿En qué consiste esta profunda sanación que Dios obra a través de Jesús? Se trata de una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona con sí misma y en todas sus relaciones: con Dios, con los demás, con el mundo. En efecto, el Diablo siempre está tratando de arruinar la obra de Dios, sembrando la división en el corazón humano, entre el cuerpo y el alma, entre el hombre y Dios, en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales, e incluso entre el hombre y la creación. El mal siembra la guerra; Dios crea la paz. De hecho, como dice san Pablo: Cristo «es nuestra paz: el que de dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, a través de su carne». Para llevar a cabo esta obra de reconciliación radical Jesús, el Buen Pastor, ha debido convertirse en Cordero, «el Cordero de Dios… que quita el pecado del mundo». Sólo así ha podido llevar a cabo la maravillosa promesa del Salmo: «Bondad y amor me acompañarán todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa de Yahvé / un sinfín de días».

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 22 de julio de 2012

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

IV. El infierno

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: «Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él» (1 Jn3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra «infierno».

1034 Jesús habla con frecuencia de la «gehenna» y del «fuego que nunca se apaga» (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que «enviará a sus ángeles […] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo» (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:» ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!» (Mt 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran» (Mt 7, 13-14):

«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde «habrá llanto y rechinar de dientes»» (LG 48).

1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que «quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión» (2 P 3, 9):

«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Crecer mi sentido de vigilancia a través de una vida de oración y sacramentos, para no caer en la tentación.

Diálogo con Cristo

Señor, quiero vivir desde la perspectiva del amor: que por amor a Ti, sea caritativo; que por amor a Ti, sea auténtico; que por amor a Ti, sea humilde. Que el amor a Ti me lleve a la misión con un espíritu exigente, decidido y audaz, sabiendo que las crisis y tentaciones del mal no podrán hacer mella, si vivo unido a Ti.

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Las puertas del infierno no prevalecerán sobre Ella.

Mt 16, 18

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Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

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Evangelio del día: Jesús ante la Ley

Evangelio del día: Jesús ante la Ley

Mateo 5, 17-19. Miércoles de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. El camino a seguir es este: «La ley es plena, siempre en continuidad, sin cortes: como la semilla que acaba en la flor, en el fruto. El camino es el de la libertad en el Espíritu Santo, que nos hace libres, en el discernimiento continuo sobre la voluntad de Dios, para seguir adelante por este camino, sin retroceder» y sin resbalar.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:  «No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Deuteronomio, Dt 4, 1.5-9

Salmo: Sal 147, 12-20

Oración introductoria

Señor mío, hoy sé que necesito acercarme a ti. Hoy comprendo que Tú me pides amor, que todo lo has hecho por amor y que tu verdadera ley es amar sin medida. Me has mostrado tu mano a lo largo de mi vida y me has conducido al hermoso camino de tu Palabra. Gracias de todo corazón por amarme a pesar de mis errores incluso en las ocasiones en que pensando que hacía algo bien me alejé de tus brazos.

Petición

Señor mío, guíame en el camino de tu amor. Sé un Maestro que me muestre la manera de amar de verdad. Permíteme acercarme con humildad a tu Evangelio, para encontrar en él la verdadera Ley de tu amor. Enséñame a amar como tú amas, hasta dar la vida por tus amigos.

Meditación del Santo Padre Francisco

Son dos las tentaciones que se han de afrontar en este momento de la historia de la Iglesia: retroceder por ser temerosos de la libertad que viene de la ley «realizada en el Espíritu Santo» y ceder a un «progresismo adolescente», es decir, propenso a seguir los valores más fascinantes propuestos por la cultura dominante. El Papa Francisco habló de ello el [día de hoy] en su homilía, comentando las lecturas —de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (3, 4-11) y del Evangelio de san Mateo (5, 17-19)— al celebrar la misa en la Domus Sanctae Marthae. Se centró sobre todo en las explicaciones dadas por Jesús a quienes le acusaban de querer cambiar la ley de Moisés. Él los tranquiliza diciendo: «Yo no vengo a abolir la ley sino a darle pleno cumplimiento».

Esta ley «es sagrada —observó el Papa— porque conducía al pueblo a Dios». Por lo tanto, «no se puede tocar». Había quien decía que Jesús «cambiaba esta ley». Él, en cambio, buscaba hacer entender que se trataba de un camino que conduciría «al crecimiento», es más, a la «plena madurez de esa ley. Y decía: Yo vengo a dar cumplimiento. Así como el brote que «despunta» y nace la flor, así es la continuidad de la ley hacia su madurez. Y Jesús es la expresión de la madurez de la ley».

El Pontífice reafirmó luego el papel del Espíritu Santo en la transmisión de esta ley. En efecto, «Pablo dice que esta ley del Espíritu la tenemos por medio de Jesucristo, porque no somos capaces de pensar algo como procedente de nosotros; nuestra capacidad viene de Dios. Y la ley que Dios nos da es una ley madura, la ley del amor, porque hemos llegado a la última hora. El apóstol Juan dice a su comunidad: Hermanos, hemos llegado a la última hora. A la hora del cumplimiento de la ley. Es la ley del Espíritu, la que nos hace libres».

Sin embargo, se trata de una libertad que, en cierto sentido, nos da miedo. «Porque —precisó el Pontífice— se puede confundir con cualquier otra libertad humana». Y «la ley del Espíritu nos lleva por el camino del discernimiento continuo para hacer la voluntad de Dios»: también esto nos asusta.

Pero cuando nos asalta este miedo corremos el riesgo de sucumbir a dos tentaciones —advirtió el Santo Padre. La primera es la de «volver atrás porque no estamos seguros. Pero esto interrumpe el camino». Es «la tentación del miedo a la libertad, del miedo al Espíritu Santo: el Espíritu Santo nos da miedo». Pero «la seguridad plena está en el Espíritu Santo que te conduce hacia adelante, que te da confianza y, como dice Pablo, es más exigente: en efecto, Jesús dice que «antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley». Por lo tanto es más exigente, incluso si no nos da la seguridad humana porque no podemos controlar al Espíritu Santo».

La segunda tentación es la que el Papa definió como «progresismo adolescente». No se trata de auténtico progreso: es una cultura que avanza, de la que no logramos desprendernos y de la cual tomamos las leyes y los valores que más nos gustan, como hacen precisamente los adolescentes. Al final, el riesgo que se corre es el de resbalar y salirse del camino. Según el Pontífice, se trata de una tentación recurrente en este momento histórico para la Iglesia. «No podemos retroceder —dijo el Papa— y deslizarnos fuera del camino». El camino a seguir es este: «La ley es plena, siempre en continuidad, sin cortes: como la semilla que acaba en la flor, en el fruto. El camino es el de la libertad en el Espíritu Santo, que nos hace libres, en el discernimiento continuo sobre la voluntad de Dios, para seguir adelante por este camino, sin retroceder» y sin resbalar. Y concluyó: «Pidamos el Espíritu Santo que nos da vida, que lleva hacia adelante, que lleva a la plena madurez esa ley que nos hace libres».

Santo Padre Francisco: Ese progresismo adolescente

Meditación del miércoles, 12 de junio de 2013

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

La Ley divina no es un yugo pesado de esclavitud, sino don de gracia que nos hace libres y que nos lleva a la felicidad. «Mi alegría está en tus preceptos: no me olvidaré de tu palabra» (Sal 118, 16), afirma el Salmista; y después: «Condúceme por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo puesta mi alegría» (v. 35); y de nuevo: «¡Cuánto amo tu ley, todo el día la medito!» (v. 97). La ley del Señor, su Palabra, es el centro de la vida del orante; en ella encuentra el consuelo, la medita, la conserva en su corazón: «Conservo tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti» (v. 11), y este es el secreto de la felicidad del salmista; y aún más: «Los orgullosos traman engaños contra mí: pero yo observo tus preceptos» (v. 69).

La fidelidad […] nace de la escucha de la Palabra, de custodiarla en lo más íntimo, meditándola y amándola, como María, que «custodiaba, meditándolas en su corazón», […] es también la Virgen María la que lleva a cumplimiento la perfecta figura del creyente descrito por el salmista. Es Ella, de hecho, la verdadera «beata», proclamada como tal por Isabel por «haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor» (Lc 1, 45). […]

La ley divina, objeto del amor apasionado del salmista y de todo creyente, es fuente de vida. El deseo de comprenderla, de observarla, de orientar hacia ella todo su ser es la característica del hombre justo y fiel al Señor, que la «medita día y noche», como reza el Salmo 1 (v. 2); es una ley, la ley de Dios, para llevar «en el corazón», come dice el conocido texto del Shemá en el Deuteronomio:

«Escucha, Israel… Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado» (6, 4.6-7).

Santo padre Benedicto XVI

Catequesis sobre el Salmo (119) 118

Audiencia General del miércoles, 9 de noviembre de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. Jesús y la Ley

577 Al comienzo del Sermón de la Montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una «i» o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cielos» (Mt 5, 17-19).

578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, «quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos» (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).

579 Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística «hipócrita» (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).

580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino «en el fondo del corazón» (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por «aportar fielmente el derecho» (Is 42, 3), se ha convertido en «la Alianza del pueblo» (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo «la maldición de la Ley» (Ga 3, 13) en la que habían incurrido los que no «practican todos los preceptos de la Ley» (Ga 3, 10) porque «ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza» (Hb 9, 15).

581 Jesús fue considerado por los judíos y sus jefes espirituales como un «rabbi» (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que «enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mt 7, 28-29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en Él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: «Habéis oído también que se dijo a los antepasados […] pero yo os digo» (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas «tradiciones humanas» (Mc 7, 8) de los fariseos que «anulan la Palabra de Dios» (Mc 7, 13).

582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido «pedagógico» (cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina: «Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro […] —así declaraba puros todos los alimentos— . Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas» (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no aceptaban su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

El día de hoy y el resto de la cuaresma buscaré tener detalles -aunque sean sencillos- de amor con las personas que encuentre.

Diálogo con Cristo

Gracias Señor por amarme de verdad. Por alimentarme no sólo con tu Palabra, sino también con tu Cuerpo y con tu Sangre. Aumenta mi amor para corresponderte, de modo que se cumpla en mí aquello de San Agustín dilige et quod vis fac, «ama y haz lo que quieras». Por que cuando amo de verdad y obro por amor, no tengo forma de equivocarme. Purifica mi amor, porque, si es verdadero, me guiará hacia lo bueno, hacia la verdad, hacia el bien, y por tanto, ese amor, además de hacerme verdaderamente libres, me acercará a ti.

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Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos.

San Agustín

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