por Catequesis en Familia | 24 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 9, 57-62. Miércoles de la 26.ª semana del Tiempo Ordinario. Jesús no impone nunca, Jesús es humilde, Jesús invita. Si quieres, ven. La humildad de Jesús es así. Él invita siempre, no impone.
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!». Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Y dijo a otro: «Sígueme». El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Job, Job 9, 1-12.14-16
Salmo: Sal 88(87), 10-15
Oración Introductoria
Señor, que esta oración renueve mi estilo de vida. Permite que sepa cultivar con esmero mi corazón de modo que siempre sepa responder a tu llamado, dándote el primer lugar en todo, único camino para lograr la santidad.
Petición
Jesús, dame la fuerza para aceptar todo lo que implique seguir tus pasos, sabiendo cortar con todo lo que pueda separarme de Ti.
Meditación del Santo Padre Francisco
Jerusalén es la meta final, donde Jesús, en su última Pascua, debe morir y resucitar, y así llevar a cumplimiento su misión de salvación. Desde ese momento, después de esa «firme decisión», Jesús se dirige a la meta, y también a las personas que encuentra y que le piden seguirle les dice claramente cuáles son las condiciones: no tener una morada estable; saberse desprender de los afectos humanos; no ceder a la nostalgia del pasado.
Pero Jesús dice también a sus discípulos, encargados de precederle en el camino hacia Jerusalén para anunciar su paso, que no impongan nada: si no hallan disponibilidad para acogerle, que se prosiga, que se vaya adelante. Jesús no impone nunca, Jesús es humilde, Jesús invita. Si quieres, ven. La humildad de Jesús es así. Él invita siempre, no impone.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 30 de junio de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
El Hijo de Dios, se ha hecho hombre, ha compartido nuestra existencia hasta en los detalles más concretos, haciéndose servidor de sus hermanos más pequeños. Él, que no tenía donde reclinar su cabeza, fue condenado a morir en una cruz. […] Todos los que han recibido ese don maravilloso de la fe, el don del encuentro con el Señor resucitado, sienten también la necesidad de anunciarlo a los demás. La Iglesia existe para anunciar esta Buena Noticia. Y este deber es siempre urgente. Hay todavía muchos que aún no han escuchado el mensaje de salvación de Cristo. Hay también muchos que se resisten a abrir sus corazones a la Palabra de Dios. Y son numerosos aquellos cuya fe es débil, y su mentalidad, costumbres y estilo de vida ignoran la realidad del Evangelio, pensando que la búsqueda del bienestar egoísta, la ganancia fácil o el poder es el objetivo final de la vida humana. ¡Sed testigos ardientes, con entusiasmo, de la fe que habéis recibido! Haced brillar por doquier el rostro amoroso de Cristo, especialmente ante los jóvenes que buscan razones para vivir y esperar en un mundo difícil.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Homilía del domingo, 20 de noviembre de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
II «Yo sé en quién tengo puesta mi fe»(2 Tm 1,12)
Creer solo en Dios
150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf.Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).
Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios
151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27).
Creer en el Espíritu Santo
152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: «Jesús es Señor» sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios […] Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Mantenerme fiel a la doctrina de Cristo, aunque el ambiente sea contrario a mi fe católica.
Diálogo con Cristo
Jesús, te pido me des la docilidad y confianza para saber escuchar y responder con prontitud a tu llamada. Permite que sea un testigo de tu amor, auténtico y sincero, de manera que mi fe se manifieste en mis palabras, obras y acciones. Te pido me concedas la gracia para ser coherente con mi fe, especialmente cuando las circunstancias sean contrarias a ella.
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por Catequesis en Familia | 24 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 9, 51-56. Martes de la 26.ª semana del Tiempo Ordinario. El Señor vivió el culmen de su libertad en la cruz, como cumbre del amor.
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?». Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Job 3, 1-3.11-17.20-23
Salmo: Sal 88(87), 2-8
Oración Introductoria
Padre bueno, que fácilmente juzgo a los demás en vez de estar más alerta sobre mi propio comportamiento, por eso yo si quiero recibirte hoy en mi corazón, sé que tu presencia en mi vida logrará cambiar las actitudes negativas que me alejan de la santidad.
Petición
¡Ven Señor Jesús! Transforma mi debilidad en fuerza de amor.
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas bíblicas de la misa de este [día] nos invitan a meditar en un tema fascinante, que se puede resumir así: libertad y seguimiento de Cristo. El evangelista san Lucas relata que Jesús, «cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, se dirigió decididamente a Jerusalén» (Lc 9, 51). En la palabra «decididamente» podemos vislumbrar la libertad de Cristo, pues sabe que en Jerusalén lo espera la muerte de cruz, pero en obediencia a la voluntad del Padre se entrega a sí mismo por amor.
En su obediencia al Padre Jesús realiza su libertad como elección consciente motivada por el amor. ¿Quién es más libre que él, que es el Todopoderoso? Pero no vivió su libertad como arbitrio o dominio. La vivió como servicio. De este modo «llenó» de contenido la libertad, que de lo contrario sería sólo la posibilidad «vacía» de hacer o no hacer algo. La libertad, como la vida misma del hombre, cobra sentido por el amor. En efecto, ¿quién es más libre? ¿Quien se reserva todas las posibilidades por temor a perderlas, o quien se dedica «decididamente» a servir y así se encuentra lleno de vida por el amor que ha dado y recibido?
El apóstol san Pablo, escribiendo a los cristianos de Galacia, en la actual Turquía, dice: «Hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para vivir según la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros» (Ga 5, 13). Vivir según la carne significa seguir la tendencia egoísta de la naturaleza humana. En cambio, vivir según el Espíritu significa dejarse guiar en las intenciones y en las obras por el amor de Dios, que Cristo nos ha dado.
Por tanto, la libertad cristiana no es en absoluto arbitrariedad; es seguimiento de Cristo en la entrega de sí hasta el sacrificio de la cruz. Puede parecer una paradoja, pero el Señor vivió el culmen de su libertad en la cruz, como cumbre del amor. Cuando en el Calvario le gritaban: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz», demostró su libertad de Hijo precisamente permaneciendo en aquel patíbulo para cumplir a fondo la voluntad misericordiosa del Padre.
Muchos otros testigos de la verdad han compartido esta experiencia: hombres y mujeres que demostraron que seguían siendo libres incluso en la celda de una cárcel, a pesar de las amenazas de tortura. «La verdad os hará libres». Quien pertenece a la verdad, jamás será esclavo de algún poder, sino que siempre sabrá servir libremente a los hermanos.
Contemplemos a María santísima. La Virgen, humilde esclava del Señor, es modelo de persona espiritual, plenamente libre por ser inmaculada, inmune de pecado y toda santa, dedicada al servicio de Dios y del prójimo. Que ella, con su solicitud materna, nos ayude a seguir a Jesús, para conocer la verdad y vivir la libertad en el amor.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Homilía del domingo, 1 de julio de 2007
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
1949 El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que lo sostiene:
«Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece» (Flp 2, 12-23).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Perdonemos hoy a aquel que nos ofenda, a ejemplo de Cristo, que murió en esa Cruz y se ofreció como víctima al Padre tanto por los que le iban a amar como por los que le iban a crucificar.
Diálogo con Cristo
Jesucristo, quiero recibirte en mi interior con sencillez, apertura y humildad. Me pongo de rodillas ante Ti y te digo que acepto tu Reino. Quiero configurar toda mi vida con tu Evangelio. Quiero cambiar mis criterios, mis reacciones altaneras, para que todo lo haga por amor. Quiero saber agradecer y valorar a tantas personas santas que has puesto en mi camino. Dame tu gracia para que todo esto sea posible.
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por Catequesis en Familia | 18 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 9, 46-50. Lunes de la 26.ª semana del Tiempo Ordinario. Paz y alegría. Este es el aire de la Iglesia.
Entonces se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: «El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande». Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Job, Job 1, 6-22
Salmo: Sal 17(16), 1-3.6-7
Oración
Dios mío, permite que tenga este rato de oración con la sencillez, la confianza y la docilidad del corazón de un niño, consciente de mi pequeñez, de mi fragilidad y necesidad de dependencia, por ello te suplico, ven Espíritu Santo.
Petición
Señor, ayúdame a llevar a la práctica todas las enseñanzas que me deja tu Palabra.
Meditación del Santo Padre Francisco
Paz y alegría: «éste es el aire de la Iglesia». Comentando las lecturas de la misa celebrada en la mañana del [día de hoy], el Papa Francisco se detuvo en la atmósfera que se respira cuando la Iglesia sabe percibir la presencia constante del Señor. Una atmósfera de paz, precisamente, donde reina la alegría del Señor.
Los episodios de referencia proceden del libro de Zacarías (8, 1-8) —con la profecía de las calles de Jerusalén que se llenarán de ancianos apoyados en el bastón, para manifestar el valor de su longevidad, junto a jóvenes que juegan felices, para mostrar la alegría del pueblo de Dios— y del pasaje del Evangelio de Lucas (9, 46-50) que narra la disputa surgida entre los apóstoles sobre quién era el más grande entre ellos.
En los dos pasajes el Pontífice ve una especie de discusión, o mejor, un intercambio de opiniones sobre la organización de la Iglesia. Pero —recordó — «al Señor le gusta sorprender» y así «desplaza el centro de la discusión»: toma a un niño a su lado y dice: «El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí. El más pequeño de vosotros es el más importante». Y los discípulos no entendían.
«En la primera lectura —especificó el Papa— hemos oído la promesa de Dios a su pueblo: Voy a volver a Sión, habitaré en Jerusalén. Llamarán a Jerusalén Ciudad fiel. El Señor volverá». Pero «¿cuáles son los signos de que el Señor ha vuelto? ¿Una bonita organización? ¿Un gobierno que va adelante limpio y perfecto? », se preguntó. Para responder el Santo Padre volvió a proponer la imagen de la calle de Jerusalén llena de ancianos, de niños.
Así que «los que dejamos aparte cuando pensamos en un programa de organización —comentó— serán el signo de la presencia de Dios: los ancianos y los niños. Los ancianos porque llevan consigo su sabiduría, la sabiduría de su vida, la sabiduría de la tradición, la sabiduría de la historia, la sabiduría de la ley de Dios; y los niños porque son también la fuerza, el futuro, los que llevarán adelante con su fuerza y con su vida el futuro».
El futuro de un pueblo —recalcó el Papa Francisco— «está precisamente ahí y ahí, en los ancianos y en los niños. Y un pueblo que no se ocupa de sus ancianos y de sus niños no tiene futuro, porque no tendrá memoria ni tendrá promesa. Los ancianos y los niños son el futuro de un pueblo».
Lamentablemente es una triste costumbre —añadió— dejar de lado a los niños «con un caramelo o con un juego». Igual que lo es no dejar hablar a los ancianos y «prescindir de sus consejos». Sin embargo, Jesús recomienda prestar máxima atención a los niños, no escandalizarles; igual que recuerda que «el único mandamiento que lleva consigo una bendición es precisamente el cuarto, el de los padres, los ancianos: honrar».
Los discípulos querían naturalmente «que la Iglesia fuera adelante sin problemas. Pero esto —advirtió el Pontífice— puede convertirse en una tentación para la Iglesia: la Iglesia del funcionalismo, la Iglesia de la buena organización. Todo en su lugar ». Pero no es así, porque sería una Iglesia «sin memoria y sin promesa », y esto ciertamente «no puede funcionar».
«El profeta —prosiguió el Santo Padre — nos habla de la vitalidad de la Iglesia. No nos dice en cambio: yo estaré con vosotros y todas las semanas tendréis un documento para pensar; cada mes haremos una reunión para planificar». Todo ello, como añadió el Papa, es necesario, pero no es el signo de la presencia de Dios. Cuál es este signo, lo dice el Señor: «De nuevo se sentarán ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, todos con su bastón, pues su vida será muy larga. Y sus calles estarán llenas de niños y niñas jugando ».
«El juego —concluyó el Obispo de Roma— nos hace pensar en la alegría. Es la alegría del Señor. Y estos ancianos sentados con el bastón en su mano nos hacen pensar en la paz. Paz y alegría. Este es el aire de la Iglesia»
Santo Padre Francisco: El aire de la Iglesia
Meditación del lunes, 30 de septiembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
La Iglesia, instituida por Cristo Jesús
763 Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ese es el motivo de su «misión» (cf. LG 3; AG 3). «El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras» (LG 5). Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo «presente ya en misterio» (LG 3).
764 «Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo» (LG 5). Acoger la palabra de Jesús es acoger «el Reino» (ibíd.). El germen y el comienzo del Reino son el «pequeño rebaño» (Lc 12, 32) de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (cf. Mt 10, 16; 26, 31; Jn 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de Jesús (cf. Mt 12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva «manera de obrar», sino también una oración propia (cf.Mt 5-6).
765 El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc 6, 7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.
766 Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la cruz. «El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento» (LG 3) .»Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia» (SC 5). Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz (cf. San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam, 2, 85-89).
La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
767 «Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia» (LG4). Es entonces cuando «la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación» (AG 4). Como ella es «convocatoria» de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos (cf. Mt28, 19-20; AG 2,5-6).
768 Para realizar su misión, el Espíritu Santo «la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos» (LG 4). «La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra» (LG 5).
La Iglesia, consumada en la gloria
769 La Iglesia «sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo» (LG 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, «la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios» (San Agustín, De civitate Dei 18, 51; cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimiento pleno del Reino, «y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria» (LG 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, «todos los justos descendientes de Adán, `desde Abel el justo hasta el último de los elegidos’ se reunirán con el Padre en la Iglesia universal» (LG 2).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Confiar humildemente en que, unido a Cristo, puedo alcanzar la santidad con la sencillez de un niño.
Diálogo con Cristo
Jesús, Tú alabas la sencillez, la pureza, la apertura y la docilidad de los niños. Me pongo de rodillas y te digo que quiero ser una persona casta, pura, que pueda mirar directamente a los demás, con respeto y con amor fraterno.
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por Catequesis en Familia | 18 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 16, 19-31. Vigésimo sexto domingo del Tiempo Ordinario. Que el Señor nos dé la gracia y la sabiduría de poner nuestra confianza solamente en Él y no en nuestras fuerzas y en las cosas.
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan». «Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí». El rico contestó: «Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la cada de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento». Abraham respondió: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen». «No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán». Pero Abraham respondió: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Amós, Am 6, 1.4-7
Salmo: Sal 146(145), 7-10
Segunda lectura: Primera Carta de san Pablo a Timoteo, 1 Tim 6, 11-16
Oración introductoria
Señor, ayúdame a no dejar que mis pasiones me aparten del camino del amor. Quiero amarte en los demás, sin condiciones, sin límites egoístas. Quiero que mi inteligencia pueda creer en Ti como en él único que no engaña y que mi libertad siempre te elija a Ti, como lo único que colma mis ansias y anhelos, ahora y en la eternidad.
Petición
Jesús, que esta meditación me ayude a comprender que la verdadera caridad es aquella que se dirige a todos sin distinciones, es aquella que va hasta las últimas consecuencias, es aquella que no tiene medida.
Meditación del Santo Padre Francisco
Existe una palabra «más que mágica», capaz de abrir «la puerta de la esperanza que ni siquiera vemos» y restituir el propio nombre a quien lo perdió por haber confiado sólo en sí mismo y en las fuerzas humanas. Esta palabra es «Padre» y se debe pronunciar con la certeza de escuchar la voz de Dios que nos responde llamándonos «hijo». Es una meditación cuaresmal que remite a la esencialidad de la fe la propuesta por el Papa en la misa del jueves 20 de marzo en la Casa Santa Marta.
La invitación a «confiar siempre en el Señor» viene, dijo el Pontífice, de los textos de la liturgia. En efecto, «la primera lectura de hoy (Jeremías 17, 5-10) comienza con una maldición: “Maldito quien confía en el hombre”». Se define «maldita a la persona» que confía sólo en las propias fuerzas, «porque lleva dentro de sí una maldición».
En cambio, continuó el Pontífice remarcando «la contraposición», es «bendito quien confía en el Señor», porque —como se lee en la Escritura— «será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto».
Precisamente «esta imagen —explicó— nos hace pensar en las palabras de Jesús acerca de la casa: bienaventurado el hombre que edifica su casa sobre la roca, en terreno seguro. En cambio es infeliz quien edifica sobre la arena: no tiene consistencia». Por lo tanto, «la Palabra de Dios hoy nos enseña que sólo en el Señor está nuestra confianza segura: otras confianzas no sirven, no nos salvan, no nos dan vida, no nos dan alegría».
Es una enseñanza clara que nos halla a todos de acuerdo, puntualizó el Pontífice. «Pero nuestro problema es que nuestro corazón es poco de fiar», como dice la Escritura. Y, así, incluso si sabemos que nos equivocamos, de todos modos «nos gusta confiar en nosotros mismos o confiar en ese amigo o confiar en esa situación buena que tengo o en esa ideología», favoreciendo «la tendencia» a decidir nosotros mismos dónde poner «nuestra confianza». Con la consecuencia de que «el Señor queda un poco a un lado».
Pero, se preguntó el Papa, «¿por qué es maldito el hombre que confía en el hombre, en sí mismo? Porque —fue su respuesta— esa confianza le hace mirar sólo a sí mismo; lo cierra en sí mismo, sin horizontes, sin puertas abiertas, sin ventanas».
El Pontífice hizo referencia luego al pasaje evangélico de Lucas (16, 19-31), que cuenta la historia de «un hombre rico que tenía todo, llevaba vestimenta de púrpura, comía todos los días grandes banquetes, y se daba a la buena vida». Y «estaba tan contento que no se daba cuenta de que en la puerta de su casa, lleno de llagas, estaba un tal Lázaro: un pobrecito, un vagabundo, y como un buen vagabundo con los perros». Lázaro «estaba allí, hambriento, y comía sólo lo que caía de la mesa del rico: las migajas».
El pasaje del Evangelio, dijo el Santo Padre, propone una reflexión: «Nosotros sabemos el nombre del vagabundo: se llamaba Lázaro. Pero, ¿cómo se llamaba este hombre, el rico? ¡No tiene nombre!». Precisamente «esta es la maldición más fuerte» para la persona que «confía en sí mismo o en las fuerzas o en las posibilidades de los hombres y no en Dios: ¡perder el nombre!».
Y «mirando a estas dos personas» propuestas en el Evangelio —«el pobre que tiene nombre y confía en el Señor y el rico que ha perdido el nombre y confía en sí mismo»— «decimos: es verdad, debemos confiar en el Señor». En cambio, «todos nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad de poner nuestras esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o en las posibilidades humanas solamente. Y nos olvidamos del Señor». Es una actitud que nos lleva lejos del Señor, «por el camino de la infelicidad», como el rico del Evangelio que «al final es un infeliz porque se condenó por sí mismo».
Se trata de una meditación especialmente en consonancia con la Cuaresma, dijo el Papa. Así, «hoy nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi confianza? ¿Está en el Señor o soy un pagano que confío en las cosas, en los ídolos que yo he hecho? ¿Tengo aún un nombre o he comenzado a perder el nombre y me llamo “yo”?», con todas las varias declinaciones: “mi, conmigo, para mí, sólo yo: siempre en el egoísmo, yo”». Esto, afirmó, es un modo de vivir que ciertamente «no nos da salvación».
Refiriéndose una vez más al Evangelio, el Papa Francisco indicó que, a pesar de todo, «hay una puerta de esperanza para todos los que se arraigaron en la confianza en el hombre o en sí mismos, que perdieron el nombre». Porque «al final, al final, al final siempre hay una posibilidad». Y lo testimonia precisamente el rico, que «cuando se da cuenta que ha perdido el nombre, ha perdido todo, eleva los ojos y dice una sola palabra: “¡Padre!”. La respuesta de Dios es una sola palabra: “¡Hijo!”». Y, así, es también para todos los que en la vida se inclinan por «poner la confianza en el hombre, en sí mismos, terminando por perder el nombre, por perder esta dignidad: existe aún la posibilidad de decir esta palabra que es más que mágica, es más, es fuerte: “¡Padre!”». Y sabemos que «Él siempre nos espera para abrir una puerta que nosotros no vemos. Y nos dirá: “¡Hijo!”».
Como conclusión, el Pontífice pidió «al Señor la gracia de que a todos nosotros nos dé la sabiduría de tener confianza sólo en Él y no en las cosas, en las fuerzas humanas: sólo en Él». Y a quien pierde esta confianza, que Dios conceda «al menos la luz» de reconocer y de pronunciar «esta palabra que salva, que abre una puerta y le hace escuchar la voz del Padre que lo llama: hijo».
Santo Padre Francisco: Quien no tiene nombre
Meditación del jueves, 20 de marzo de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. La confianza filial
2734 La confianza filial se prueba en la tribulación, ella misma se prueba (cf. Rm 5, 3-5). La principal dificultad se refiere a la oración de petición, al suplicar por uno mismo o por otros. Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es escuchada o “eficaz”.
Queja por la oración no escuchada
2735 He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
2736 ¿Estamos convencidos de que “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los “bienes convenientes”? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8), pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).
2737 “No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones” (St 4, 2-3; cf. todo el contexto de St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, “adúltero” (St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida. “¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros” (St 4,5)? Nuestro Dios está “celoso” de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:
«No pretendas conseguir inmediatamente lo que pides, como si lograrlo dependiera de ti, pues Él quiere concederte sus dones cunado perseveras en la oración» (Evagrio Pontico, De oratione, 34).
Él quiere «que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos» (San Agustín, Epistula 130, 8, 17).
Para que nuestra oración sea eficaz
2738 La revelación de la oración en la Economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres.
2739 En san Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición.
2740 La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?.
2741 Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y en favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hagamos el bien a los demás ahora, mientras podemos; ganemos muchos méritos para el cielo mientras Dios nos concede este tiempo para ayudar a nuestros hermanos y tender una mano caritativa y generosa al necesitado. Entonces, al final de nuestra vida, seremos recibidos en las moradas eternas y gozaremos para siempre de la presencia y del amor de Dios, nuestro Padre.
Diálogo con Cristo
Jesús, Tú me conoces bien. Dame fuerzas y una mirada espiritual para descubrirte en mis familiares, en mi vecino, en mi colega de trabajo, en todas las personas que me rodean; tanto con las que me llevo bien, como con las que me caen pesado. Que te vea tanto en el mendigo como en mi patrón, y que pueda transmitirte a ellos. Que mi gran ilusión sea servir y ayudar a mi hermano en todas sus necesidades que me sea posible, para hacer su yugo más leve.
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por Catequesis en Familia | 18 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 9, 43b-45. Sábado de la 25.ª semana del Tiempo Ordinario. Seguir a Jesús significa inevitablemente aceptar la cruz que se presenta a cada cristiano.
Todos estaban maravillados de la grandeza de Dios. Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Eclesiastico, de Sirac 11, 9-10; 12, 1-8
Salmo: Sal 90(89), 3-6.12-14.17
Oración Introductoria
Ven Espíritu Santo, ilumina mi mente y mi voluntad para que nunca tema acercarme a mi Padre celestial en la oración. Hazme dócil a tus inspiraciones y ayúdame a corresponder a ellas con generosidad.
Petición
Jesús, ayúdame a entender, y a vivir, lo que hoy me quieres decir en esta oración.
Meditación del Santo Padre Francisco
La cruz da miedo. Pero seguir a Jesús significa inevitablemente aceptar la cruz que se presenta a cada cristiano. Y a la Virgen —que sabe, por haberlo vivido, cómo se está junto a la cruz— debemos pedirle la gracia de no huir de la cruz, incluso si tenemos miedo. Es la reflexión propuesta por el Papa Francisco el [día de hoy].
Comentando el texto litúrgico de Lucas (Lc 9, 43-45), el Santo Padre recordó que en el tiempo del relato del evangelista «Jesús estaba ocupado en muchas actividades y todos estaban admirados por todas las cosas que hacía. Era el líder de ese momento. Toda Judea, Galilea y Samaría hablaba de Él. Y Jesús, tal vez en el momento en el que los discípulos se alegraban de ello, les dijo: Fijaos bien en la mente estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».
En el momento del triunfo, hizo notar el Papa, Jesús anuncia en cierto modo su Pasión. Los discípulos, sin embargo, estaban tan absorbidos por el clima de fiesta «que no comprendieron estas palabras; seguían siendo para ellos tan misteriosas que no captaban el sentido». Y, prosiguió, «no pidieron explicaciones. El Evangelio dice: tenían miedo de interrogarle sobre esto». Mejor no hablar de ello. Mejor «no comprender la verdad». Tenían miedo a la cruz.
En verdad, también Jesús le tenía miedo; pero «Él —explicó el Pontífice— no podía engañarse. Él sabía. Y era tanto el miedo que esa tarde del jueves sudó sangre». Incluso le pidió a Dios: «Padre aleja de mí este cáliz»; pero, agregó, «que se cumpla tu voluntad. Y esta es la diferencia. La cruz nos da miedo».
Esto es también lo que sucede cuando nos comprometemos en el testimonio del Evangelio, en el seguimiento de Jesús. «Estamos todos contentos», hizo notar el Papa, pero no nos preguntamos más, no hablamos de la cruz. Sin embargo, continuó, como existe la «regla que el discípulo no es más que el maestro» —una regla, precisó, que se respeta— existe también la regla por la que «no hay redención sin derramamiento de sangre». Y «no hay trabajo apostólico fecundo sin la cruz». Cada uno de nosotros, explicó, «puede tal vez pensar: ¿a mí qué me sucederá? ¿Cómo será mi cruz? No lo sabemos, pero estará y debemos pedir la gracia de no huir de la cruz cuando llegue. Cierto, nos da miedo, pero el seguimiento de Jesús acaba precisamente allí. Me vienen a la mente las palabras de Jesús a Pedro en aquella coronación pontificia: «¿Me amas? Apacienta…. ¿Me amas? Apacienta… ¿Me amas? Apacienta ». (cf. Juan 21, 15-19). Y «las últimas palabras eran las mismas: te llevarán allí donde tú no quieres ir. Era el anuncio de la cruz».
Es precisamente por esto —dijo como conclusión el Santo Padre, volviendo al pasaje evangélico de la liturgia— que «los discípulos tenían miedo a interrogarle. Muy cerca de Jesús, en la cruz, estaba su madre. Tal vez hoy, el día en el que la invocamos, será bueno pedirle la gracia de que no se nos quite el temor, porque eso debe estar presente. Pidámosle la gracia de no huir de la cruz. Ella estaba allí y sabe cómo se debe estar cerca de la cruz».
Santo Padre Francisco: El temor a la Cruz
Homilía del sábado, 28 de septiembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados
Toda la vida de Cristo es oblación al Padre
606 El Hijo de Dios «bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado» (Jn 6, 38), «al entrar en este mundo, dice: […] He aquí que vengo […] para hacer, oh Dios, tu voluntad […] En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo» (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús «por los pecados del mundo entero» (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: «El Padre me ama porque doy mi vida» (Jn 10, 17). «El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado» (Jn 14, 31).
607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: «¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Jn 12, 27). «El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?» (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que «todo esté cumplido» (Jn 19, 30), dice: «Tengo sed» (Jn 19, 28).
«El cordero que quita el pecado del mundo»
608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf.Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: «Servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, «los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1) porque «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: «Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente» (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en «la noche en que fue entregado» (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación de los hombres: «Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros» (Lc 22, 19). «Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados» (Mt26, 28).
611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el «memorial» (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: «Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad» (Jn 17, 19; cf. Concilio de Trento: DS, 1752; 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf.Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt26, 42) haciéndose «obediente hasta la muerte» (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz…» (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del «Príncipe de la Vida» (Hch 3, 15), de «el que vive»,Viventis assumpta (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para «llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero» (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del «Cordero que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él por «la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados» (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 «Como […] por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos» (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que «se dio a sí mismo en expiación«, «cuando llevó el pecado de muchos», a quienes «justificará y cuyas culpas soportará» (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Concilio de Trento: DS, 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El «amor hasta el extremo»(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). «El amor […] de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron» (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit («Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación»), enseña el Concilio de Trento (DS, 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como «causa de salvación eterna» (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: O crux, ave, spes unica(«Salve, oh cruz, única esperanza»; Añadidura litúrgica al himno «Vexilla Regis»: Liturgia de las Horas).
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo «único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, «se ha unido en cierto modo con todo hombre» (GS 22, 2) Él «ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida […] se asocien a este misterio pascual» (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a «tomar su cruz y a seguirle» (Mt 16, 24) porque Él «sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas» (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19;Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
«Esta es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, Vita mirabilis, Lovaina, 1668)
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Rezar una oración por el día de mi muerte porque solo Dios conoce el día y la hora que estaremos en su Presencia.
Diálogo con Cristo
Padre del Cielo y de la tierra, que no abandonas nunca la obra de tus manos, te pedimos alejes de nosotros todo temor, para que viviendo en la plenitud de tu amor sepamos dar testimonio de tu bondad y así nos hagamos creíbles ante los hombres.
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por Catequesis en Familia | 18 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 9, 18-22. Viernes de la 25.ª semana del Tiempo Ordinario. La señal para entender si un cristiano es «un cristiano de verdad» es su capacidad de llevar con alegría y con paciencia las humillaciones.
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Eclesiastico, de Sirac 3,1-11.
Salmo: Sal 144(143), 1-4
Oración Introductoria
Señor Jesús, el Evangelio en muchas ocasiones menciona cómo sabías darte el tiempo y buscabas el mejor lugar para hacer oración. Ayúdame a aprender de Ti, que sepa darle siempre prioridad a mi oración.
Petición
Jesús, dame la luz y la fuerza para convertirme en un verdadero hombre/mujer de oración.
Meditación del Santo Padre Francisco
La elección es «ser cristianos del bienestar» o «cristianos que siguen a Jesús». Los cristianos del bienestar son los que piensan que tienen todo si tienen la Iglesia, los sacramentos, los santos… Los otros son los cristianos que siguen a Jesús hasta el fondo, hasta la humillación de la cruz, y soportan serenamente esta humillación. Es, en síntesis, la reflexión propuesta por el Papa Francisco en [el día de hoy], en la homilía de la misa celebrada en la capilla de Santa Marta.
El Santo Padre enlazó con lo que había dicho la víspera respecto a los diversos modos para conocer a Jesús: «Con la inteligencia —recordó hoy—, con el catecismo, con la oración y en el seguimiento». Y aludió a la pregunta que está en el origen de esta búsqueda del conocer a Jesús: «¿Pero quién es éste?». En cambio hoy «es Jesús quien hace la pregunta », así como es relatado por Lucas en el pasaje del Evangelio del día (Lc 9, 18-22). La de Jesús, como observó el Pontífice, es una pregunta que de ser general —«¿Quién dice la gente que soy yo?»— se transforma en una pregunta dirigida particularmente a personas específicas, en este caso a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Esta pregunta —prosiguió— «se dirige también a nosotros en este momento en el que el Señor está entre nosotros, en esta celebración, en su Palabra, en la Eucaristía sobre el altar, en su sacrificio. Y hoy a cada uno de nosotros pregunta: ¿pero para ti quién soy yo? ¿El dueño de esta empresa? ¿Un buen profeta? ¿Un buen maestro? ¿Uno que te hace bien al corazón? ¿Uno que camina contigo en la vida, que te ayuda a ir adelante, a ser un poco bueno? Sí, es todo verdad, pero no acaba ahí», porque «ha sido el Espíritu Santo el que toca el corazón de Pedro y le hace decir quién era Jesús: Eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo ». Quien de nosotros —siguió explicando el Pontífice— «en su oración mirando el sagrario dice al Señor: tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo», debe saber dos cosas. La primera es que «no puede decirlo solo: debe ser el Espíritu Santo quien lo diga en él». La segunda es que debe prepararse «porque Él te responderá».
El Santo Padre se detuvo entonces a describir las diversas actitudes que un cristiano puede asumir: quien le siga hasta cierto punto, quien sin embargo le siga hasta el fondo. El peligro que se corre —advirtió— es el de ceder «a la tentación del bienestar espiritual», o sea, de pensar que tenemos todo: la Iglesia, Jesucristo, los sacramentos, la Virgen, y por lo tanto no debemos buscar ya nada. Si pensamos así «somos buenos, todos, porque al menos debemos pensar esto; si pensamos lo contrario es pecado». Pero esto «no basta. El bienestar espiritual —apuntó el Papa— es hasta cierto punto». Lo que falta para ser cristiano de verdad es «la unción de la cruz, la unción de la humillación. Él se humilló hasta la muerte, y una muerte de cruz. Éste es el punto de comparación, la verificación de nuestra realidad cristiana. ¿Soy un cristiano de cultura del bienestar o soy un cristiano que acompaña al Señor hasta la cruz?». Para entender si somos los que acompañan a Jesús hasta la cruz la señal adecuada «es la capacidad de soportar las humillaciones. El cristiano que no está de acuerdo con este programa del Señor es un cristiano a medio camino: un tibio. Es bueno, hace cosas buenas», pero sigue sin soportar las humillaciones y preguntándose: «¿por qué a éste sí y a mí no? La humillación yo no. ¿Y por qué sucede esto y a mí no? ¿Y por qué a éste le hacen monseñor y a mí no?».
«Pensemos en Santiago y Juan —continuó— cuando pedían al Señor el favor de las honorificencias. No sabéis, no entendéis nada, les dice el Señor. La elección es clara: el Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y por los escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
«¿Y todos nosotros? Queremos que se realice el final de este párrafo. Todos queremos resucitar al tercer día. Es bueno, es bueno, debemos querer esto». Pero no todos —dijo el Papa— para alcanzar el objetivo están dispuestos a seguir este camino, el camino de Jesús: consideran que es un escándalo si se les hace algo que piensan que es un error, y se lamentan de ello. Así que la señal para entender «si un cristiano es un cristiano de verdad» es «su capacidad de llevar con alegría y con paciencia las humillaciones». Esto es «algo que no gusta», subrayó finalmente el Papa Francisco; y, sin embargo, «hay muchos cristianos que, contemplando al Señor, piden humillaciones para asemejarse más a Él».
Santo Padre Francisco: Por el camino de Jesús
Homilía del viernes, 27 de septiembre de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
¿Cuál es mi experiencia de Cristo?
Hoy es habitual considerar a Jesús como uno de los grandes fundadores de una religión en el mundo, a los que se les ha concedido una profunda experiencia de Dios. […] Así, la palabra «experiencia» hace referencia, por un lado, a un contacto real con lo divino, pero al mismo tiempo comporta la limitación del sujeto que la recibe. Cada sujeto humano puede captar sólo un fragmento determinado de la realidad perceptible, y que además necesita después ser interpretado. Con esta opinión, uno puede sin duda amar a Jesús, convertirlo incluso en guía de su vida. Pero la «experiencia de Dios» vivida por Jesús a la que nos aficionamos de este modo se queda al final en algo relativo, que debe ser completado con los fragmentos percibidos por otros grandes. Por tanto, a fin de cuentas, el criterio sigue siendo el hombre mismo, cada individuo: cada uno decide lo que acepta de las distintas «experiencias», lo que le ayuda o lo que le resulta extraño. En esto no se da un compromiso definitivo.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Jesús de Nazaret, primera parte, p. 118
Propósito
Esforzarme por tener a Cristo como el criterio de mis decisiones e imitar su estilo de vida.
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. La bienaventuranza cristiana
1720 El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios (cf Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf 1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (cf Mt 25, 21. 23); la entrada en el descanso de Dios (Hb4, 7-11):
«Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30).
1721 Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1, 4) y de la Vida eterna (cf Jn 17, 3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria.
1722 Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino.
«“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, “nadie verá a Dios y seguirá viviendo”, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios […] “porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 20, 5).
1723 La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor:
«El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad […] Todo esto se debe a la convicción […] de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por tanto, es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro […] La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración» (Juan Enrique Newman,Discourses addresed to Mixed Congregations, 5 [Saintliness the Standard of Christian Principle]).
1724 El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf la parábola del sembrador: Mt 13, 3-23).
Catecismo de la Iglesia Católica
Diálogo con Cristo
Jesucristo, lo primero que debo de buscar, si quiero ser feliz, es vivir centrado en Ti, eso es lo esencial de mi vida. Tengo que arraigarme en Ti y corresponder generosa y alegremente a tu infinito amor. Te pido tu gracia para saber vivir en el amor al saberte reconocer en los acontecimientos, buenos y malos, de este día.
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por Catequesis en Familia | 18 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 9, 7-9. Jueves de la 25.ª semana del Tiempo Ordinario. No se puede conocer a Jesús sin involucrarse con Él, sin apostar la vida por Él.
El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: «Es Juan, que ha resucitado». Otros decían: «Es Elías, que se ha aparecido», y otros: «Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado». Pero Herodes decía: «A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?». Y trataba de verlo.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Eclesiastico, de Sirac 1, 2-11.
Salmo: Sal 90(89), 3-6.12-14.17
Oración introductoria
Señor Jesus, con la señal de la cruz inicio mi oración pidiendo la asistencia de tu Santo Espíritu. No me mueve la curiosidad, busco encender en mi corazón la fe y el amor al Padre y la alegría de ser cristiano. Ilumina mi mente y despierta en mí el deseo de contemplarte.
Petición
Jesús, ayúdame a orar con atención, para que día con día vaya creciendo en el amor a Dios y los demás.
Meditación del Santo Padre Francisco
Para conocer verdaderamente a Jesús hay que hablar con Él, dialogar con Él mientras le seguimos en el camino. El Papa Francisco centró en el conocimiento de Jesús la homilía [de hoy].
El Pontífice se remitió al pasaje del Evangelio de Lucas (9, 7-9) en el que Herodes se interroga sobre quién es ese Jesús de quien tanto se oye hablar. La persona de Jesús, recordó el Papa, suscitó a menudo preguntas del tipo: «¿Quién es éste? ¿De dónde viene? Pensemos en Nazaret, por ejemplo, en la sinagoga de Nazaret, cuando se marchó la primera vez: ¿pero dónde ha aprendido estas cosas? Nosotros le conocemos bien: es el hijo del carpintero. Pensemos en Pedro y en los apóstoles después de aquella tempestad, ese viento que Jesús hizo callar. ¿Pero quién es éste a quien obedecen el cielo y la tierra, el viento, la lluvia, la tempestad? ¿Pero quién es?».
Preguntas, explicó el Papa, que se pueden hacer por curiosidad o para tener seguridades sobre el modo de comportarse ante Él. Persiste en cualquier caso el hecho de que cualquiera que conozca a Jesús se hace estas preguntas. Es más, «algunos —prosiguió el Santo Padre, volviendo al episodio evangélico— empezaron a sentir temor de este hombre, porque les puede llevar a un conflicto político con los romanos»; y así que piensan en no tener más en consideración «a este hombre que crea tantos problemas».
¿Y por qué —se interrogó el Pontífice— Jesús crea problemas? «No se puede conocer a Jesús —fue su respuesta— sin tener problemas». Paradójicamente —siguió— «si quieres tener un problema, vas por el camino que te lleva a conocer a Jesús» y entonces surgirán muchos problemas. En cualquier caso a Jesús no se le puede conocer «en primera clase» o «en la tranquilidad», menos aún «en la biblioteca». A Jesús se le conoce sólo en el camino cotidiano de la vida.
Y se le puede conocer «también en el catecismo —afirmó—. ¡Es verdad! El catecismo nos enseña muchas cosas sobre Jesús y debemos estudiarlo, debemos aprenderlo. Así aprendemos que el Hijo de Dios vino para salvarnos y comprendemos por la belleza de la historia de la salvación el amor del Padre». En cualquier caso, incluso el conocimiento de Jesús a través del catecismo «no es suficiente»: conocerle con la mente ya es un paso adelante, pero «a Jesús es necesario conocerle en el diálogo con Él. Hablando con Él, en la oración, de rodillas. Si tú no rezas, si tu no hablas con Jesús —expresó—, no le conoces».
Hay finalmente un tercer camino para conocer a Jesús: «Es el seguimiento, andar con Él, caminar con Él, recorrer sus vías». Y mientras se camina con Él, se conoce «a Jesús con el lenguaje de la acción. Si tú conoces a Jesús con estos tres lenguajes: de la mente, del corazón, de la acción, entonces puedes decir que conoces a Jesús». Llevar a cabo este tipo de conocimiento comporta la implicación personal. «No se puede conocer a Jesús —recalcó el Pontífice— sin involucrarse con Él, sin apostar la vida por Él». Así que, para conocerle, verdaderamente es necesario leer «lo que la Iglesia te dice de Él, hablar con Él en la oración y andar por su camino con Él». Este es el camino y «cada uno —concluyó— debe hacer su elección».
Santo Padre Francisco: Para conocer a Jesús
Homilía del jueves, 26 de septiembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación» (DV 2)
Dios ha dicho todo en su Verbo
65 «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo» (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:
«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra […]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5:Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.).
No habrá otra revelación
66 «La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (DV4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.
67 A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas «privadas», algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de «mejorar» o «completar» la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.
La fe cristiana no puede aceptar «revelaciones» que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes «revelaciones».
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
La pureza de corazón y la rectitud de intención deben ser valores a potenciar por cada uno de nosotros para que así la paz sea nuestra dicha.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, libra nuestro corazón de todo mal deseo, purifica nuestra inteligencia de todo pensamiento malo, fortalece nuestra voluntad para amarte a ti sobre todas las cosas y servir a los hombres en sus necesidades para que así el mundo sea un hogar de paz para todos.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Catequesis en Familia | 18 Sep, 2016 | La Biblia
Mateo 9, 9-13. Fiesta de san Mateo, apóstol. 21 de septiembre. Jesús no excluye a nadie de su amistad porque la buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador.
Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 4, 1-7.11-13
Salmo:Sal 19(18), 2-5
Oración Introductoria
Padre mío, escucho tu llamado y quiero seguirte. Deseo levantarme y salir de esta meditación convencido de quitar todo lo que me aparte de Ti, porque Tú bien sabes de mis debilidades y caídas, por eso te suplico que envíes a tu Espíritu Santo para que guíe esta oración y todo mi día.
Petición
Señor, que nunca sea sordo a tu llamado y sepa responder con alegría y generosidad.
Catequesis del Santo Padre Francisco
«Una mirada que te lleva a crecer, a ir adelante; que te alienta porque te hace sentir que Él te quiere»; que da el valor necesario para seguirle. Se centró en las miradas de Jesús la meditación del Papa Francisco durante la misa en Santa Marta el 21 de septiembre. Es una fecha fundamental en la biografía de Jorge Mario Bergoglio, porque al día de la fiesta litúrgica de san Mateo de hace sesenta años —era el 21 de septiembre de 1953— él remonta su propia elección de vida. Tal vez también por esto, comentando el relato de la conversión del evangelista (Mateo 9, 9-13), el Pontífice subrayó el poder de las miradas de Cristo, capaces de cambiar para siempre la vida de aquellos sobre quienes se posan.
Precisamente como ocurrió para el recaudador de impuestos que se convirtió en su discípulo: «Para mí es un poco difícil entender cómo Mateo pudo oír la voz de Jesús», que en medio de muchísima gente dice «sígueme». Es más, el Obispo de Roma no está seguro de que el llamado haya oído la voz del Nazareno, pero tiene la certeza de que «sintió en su corazón la mirada de Jesús que le contemplaba. Y aquella mirada es también un rostro» que «le cambió la vida. Nosotros decimos: le convirtió». Después hay otra acción descrita en la escena: «En cuanto sintió en su corazón aquella mirada, él se levantó y le siguió». Por esto el Papa hizo notar que «la mirada de Jesús nos levanta siempre; nos eleva», nos alza; nunca nos «deja ahí» donde estábamos antes de encontrarle. Ni tampoco quita algo: «Nunca te abaja, nunca te humilla, te invita a alzarte», y haciendo oír su amor da el valor necesario para poderle seguir.
He aquí entonces el interrogante del Papa: «Pero ¿cómo era esta mirada de Jesús?». La respuesta es que «no era una mirada mágica», porque Cristo «no era un especialista en hipnosis», sino algo muy distinto. Basta pensar en «cómo miraba a los enfermos y les curaba» o en «cómo miraba a la multitud que le conmovía, porque la sentía como ovejas sin pastor». Y sobre todo, según el Santo Padre, para tener una respuesta al interrogante inicial es necesario reflexionar no sólo en «cómo miraba Jesús», sino también en «cómo se sentían mirados» los destinatarios de aquellas miradas. Porque —explicó— «Jesús miraba a cada uno» y «cada uno se sentía mirado por Él», como si llamara a cada uno por su propio nombre.
Por esto la mirada de Cristo «cambia la vida». A todos y en toda situación. También —añadió el Papa Francisco— en los momentos de dificultad y de desconfianza. Como cuando pregunta a sus discípulos: ¿también vosotros queréis iros? Lo hace mirándoles «a los ojos y ellos han recibido el aliento para decir: no, vamos contigo»; o como cuando Pedro, tras haber renegado de Él, encontró de nuevo la mirada de Jesús «que le cambió el corazón y le llevó a llorar con tanta amargura: una mirada que cambiaba todo». Y finalmente está «la última mirada de Jesús», aquella con la que, desde lo alto de la cruz, «miró a su mamá, miró al discípulo»: con aquella mirada «nos dijo que su mamá era la nuestra: y la Iglesia es madre». Por este motivo «nos hará bien pensar, orar sobre esta mirada de Jesús y también dejarnos mirar por Él».
El Papa Francisco volvió a la escena evangélica, que prosigue con Jesús sentado a la mesa con publicanos y pecadores. «Se corrió la voz y toda la sociedad, pero no la sociedad «limpia», se sintió invitada a aquel almuerzo», comentó el Santo Padre, porque «Jesús les había mirado y esa mirada sobre ellos fue como un soplo sobre las brasas; sintieron que había fuego dentro»; y experimentaron también «que Jesús les hacía subir», les alzaba, «les devolvía a la dignidad», porque «la mirada de Jesús siempre nos hace dignos, nos da dignidad».
Finalmente el Papa identificó una última característica en la mirada de Jesús: la generosidad. Es un maestro que come con la suciedad de la ciudad, pero que sabe también cómo «bajo aquella suciedad estaban las brasas del deseo de Dios», deseosas de que alguno las «ayudara a prenderse fuego». Y esto es lo que hace precisamente «la mirada de Jesús»: entonces como hoy. «Creo que todos nosotros en la vida —dijo el Papa Francisco— hemos sentido esta mirada y no una, sino muchas veces. Tal vez en la persona de un sacerdote que nos enseñaba la doctrina o nos perdonaba los pecados, tal vez en la ayuda de personas amigas». Y sobre todo «todos nosotros nos encontraremos ante esa mirada, esa mirada maravillosa». Por esto vayamos «adelante en la vida, en la certeza de que Él nos mira y nos espera para mirarnos definitivamente. Y esa última mirada de Jesús sobre nuestra vida será para siempre, será eterna». Para hacerlo se puede pedir ayuda en la oración a todos «los santos que fueron mirados por Jesús», a fin de que «nos preparen para dejarnos mirar en la vida y nos preparen también para esa última mirada de Jesús».
Santo Padre Francisco: Como un soplo sobre las brasas
Meditación del sábado, 21 de septiembre de 2013
Catequesis del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Continuando con la serie de retratos de los doce Apóstoles, que comenzamos hace algunas semanas, hoy reflexionamos sobre san Mateo. A decir verdad, es casi imposible delinear completamente su figura, pues las noticias que tenemos sobre él son pocas e incompletas. Más que esbozar su biografía, lo que podemos hacer es trazar el perfil que nos ofrece el Evangelio.
Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). En hebreo, su nombre significa «don de Dios». El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso: «el publicano» (Mt 10, 3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento: «Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y le siguió» (Mt 9, 9). También san Marcos (cf. Mc 2, 13-17) y san Lucas (cf. Lc 5, 27-30) narran la llamada del hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman «Leví». Para imaginar la escena descrita en Mt 9, 9 basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.
Los Evangelios nos brindan otro detalle biográfico: en el pasaje que precede a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por Jesús en Cafarnaúm (cf. Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), y se alude a la cercanía del Mar de Galilea, es decir, el Lago de Tiberíades (cf. Mc 2, 13-14). De ahí se puede deducir que Mateo desempeñaba la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente «junto al mar» (Mt 4, 13), donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.
Basándonos en estas sencillas constataciones que encontramos en el Evangelio, podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de «publicanos y pecadores» (Mt 9, 10; Lc 15, 1), de «publicanos y prostitutas» (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (cf. Mt 5, 46: sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como «jefe de publicanos, y rico» (Lc 19, 2), mientras que la opinión popular los tenía por «hombres ladrones, injustos, adúlteros» (Lc 18, 11).
Ante estas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: «No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2, 17).
La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo hacía alarde de su perfección moral, «el publicano (…) no se atrevía ni a elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!»». Y Jesús comenta: «Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 18, 13-14). Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia.
A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia —comenta el Crisóstomo— «pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca» (In Matth. Hom.: PL 57, 363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas de bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario.
Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: «Él se levantó y lo siguió». La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios.
Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente: tampoco hoy se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19, 21). Esto es precisamente lo que hizo Mateo: se levantó y lo siguió. En este «levantarse» se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús.
Recordemos, por último, que la tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Esto sucedió ya a partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130. Escribe Papías: «Mateo recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como pudo» (en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16). El historiador Eusebio añade este dato: «Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba» (ib., III, 24, 6).
Ya no tenemos el Evangelio escrito por san Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión.
Santo Padre emérito Benedicto XVI: Catequesis sobre san Mateo, apóstol
Audiencia General del miércoles, 30 de agosto de 2006
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
IV La Iglesia es apostólica
857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
— fue y permanece edificada sobre «el fundamento de los Apóstoles» (Ef 2, 20;Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf. Mt28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l; etc.).
— guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf. Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
— sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, «al que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia» (AG 5):
«Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio (Prefacio de los Apóstoles I: Misal Romano).
La misión de los Apóstoles
858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, «llamó a los que él quiso […] y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus «enviados» [es lo que significa la palabra griega apóstoloi]. En ellos continúa su propia misión: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21; cf. Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe», dice a los Doce (Mt 10, 40; cf,Lc 10, 16).
859 Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como «el Hijo no puede hacer nada por su cuenta» (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (cf. Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como «ministros de una nueva alianza» (2 Co 3, 6), «ministros de Dios» (2 Co 6, 4), «embajadores de Cristo» (2 Co 5, 20), «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Co 4, 1).
860 En el encargo dado a los Apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20). «Esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los Apóstoles se preocuparon de instituir […] sucesores» (LG 20).
Los obispos sucesores de los Apóstoles
861 «Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, [los Apóstoles] encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio» (LG 20; cf. San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 42, 4).
862 «Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden sagrado de los obispos». Por eso, la Iglesia enseña que «por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió» (LG 20).
El apostolado
863 Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es «enviada» al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado». Se llama «apostolado» a «toda la actividad del Cuerpo Místico» que tiende a «propagar el Reino de Cristo por toda la tierra» (AA 2).
864 «Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia», es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo (AA 4; cf. Jn 15, 5). Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, «siempre es como el alma de todo apostolado» (AA 3).
865 La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos «el Reino de los cielos», «el Reino de Dios» (cf. Ap 19, 6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entoncestodos los hombres rescatados por él, hechos en él «santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor» (Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, «la Esposa del Cordero» (Ap 21, 9), «la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios» (Ap21, 10-11); y «la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero» (Ap 21, 14).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Pedirle a Dios que me ayude a eliminar todo lo que le ofende de mi comportamiento y por tanto, dar una respuesta como la de Mateo: pronta, sincera, total.
Diálogo con Cristo
Jesucristo, de nada sirve decir que estoy dispuesto a seguirte si no estoy dispuesto a servir y a entregarme a los demás. Gracias porque solo Tu eres capaz de ver más allá de sus pecados.
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por Catequesis en Familia | 18 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 8, 19-21. Martes de la 25.ª semana del Tiempo Ordinario. La palabra de Dios es una enseñanza que hay que escuchar con el corazón y poner en práctica en la vida diaria.
En aquel tiempo, su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le anunciaron a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte». Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Proverbios, Pro 21, 1-6.10-13
Salmo: Sal 119(118), 1.27.30.34-35.44
Oración introductoria
Señor, ayúdame a escuchar tu Palabra y a ponerla en práctica, porque eso es lo único que realmente cuenta para la eternidad. María fue la primera en entender y vivir esta verdad, por eso, tomado de su mano, le suplico que me guíe en esta oración.
Petición
María, intercede ante Dios por mí; alcánzame la gracia de amar a Jesús con tanto amor como lo hiciste tú.
Meditación del Santo Padre Francisco
La palabra de Dios no es «una historieta» para leer, sino una enseñanza que hay que escuchar con el corazón y poner en práctica en la vida diaria. Un compromiso accesible a todos, porque aunque «nosotros la hemos hecho algo difícil», la vida cristiana es «sencilla, sencilla». En efecto, «escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica» son las únicas dos «condiciones» que Jesús pide a quien quiere seguirlo.
En síntesis, para el Papa Francisco este es el significado de las lecturas propuestas por la liturgia del [día de hoy]. Celebrando la misa en Santa Marta, el Pontífice meditó en particular sobre el pasaje de san Lucas (8, 19-21) que narra cuando la madre y los hermanos de Jesús no logran «acercarse a Él a causa de la multitud». Partiendo de la constatación de que Él pasaba la mayor parte de su tiempo «en la calle, con la gente», el obispo de Roma notó que entre los tantos que lo seguían había personas que percibían «en Él una autoridad nueva, un modo de hablar nuevo», percibían «la fuerza de la salvación» que ofrecía. «El Espíritu Santo —comentó al respecto— tocaba sus corazones para ello».
Pero confundida entre la multitud, observó el Papa, también había gente que seguía a Jesús con otra finalidad. Algunos, «por conveniencia», otros, quizá, por el «deseo de ser más buenos». Un poco «como nosotros», dijo actualizando el discurso, que «tantas veces buscamos a Jesús porque tenemos necesidad de algo, y después lo olvidamos allí, solo». Una historia que se repite, visto que ya entonces Jesús reprochaba a veces a quien lo seguía. Es lo que sucede, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes, cuando dice a la gente: «Venís a mí no para escuchar la palabra de Dios, sino porque el otro día os di de comer»; o con los diez leprosos, de los cuales solamente uno vuelve para darle gracias, mientras que «los otros nueve eran felices por su salud y se olvidaron de Jesús».
No obstante todo, afirmó el Papa, «Jesús seguía hablando a la gente» y amándola, hasta tal punto que define a «esa multitud inmensa «mi madre y mis hermanos»». Los familiares de Jesús son, pues, «los que escuchan la palabra de Dios» y «la ponen en práctica». Por eso hemos rezado en el salmo: «Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos», de tu palabra, de tus mandamientos, para practicarlos».
Pero si sólo echamos un vistazo al Evangelio —aclaró el Pontífice—, entonces «esto no es escuchar la palabra de Dios: esto es leer la palabra de Dios como se puede leer una historieta». Mientras que escuchar la palabra de Dios «es leer» y preguntarse: «¿Qué dice esto a mi corazón? ¿Qué me está diciendo Dios con esta palabra». En efecto, sólo así «nuestra vida cambia». Y esto se produce «cada vez que abrimos el Evangelio y leemos un pasaje y nos preguntamos: «¿Dios me habla con esto, me dice algo a mí? Y si me dice algo, ¿qué me dice?»».
Esto significa «escuchar la palabra de Dios, escucharla con los oídos y escucharla con el corazón, abrir el corazón a la palabra de Dios». Al contrario, «los enemigos de Jesús escuchaban la palabra de Jesús, pero estaban cerca de Él para encontrar un error, para hacerlo tropezar» y hacerle perder «autoridad. Pero no se preguntaban nunca: «¿Qué me dice Dios a mí con esta palabra?»».
Además, añadió el Pontífice, «Dios no sólo habla a todos, sino también a cada uno de nosotros. El Evangelio se escribió para cada uno de nosotros. Y cuando tomo la Biblia, tomo el Evangelio y leo, debo preguntarme qué me dice el Señor a mí». Por otra parte, «esto es lo que Jesús dice que hacen sus verdaderos parientes, sus verdaderos hermanos: escuchar con el corazón la palabra de Dios. Y luego, dice, «la ponen en práctica»».
Ciertamente, reconoció el Papa Francisco, «es más fácil vivir tranquilamente, sin preocuparse por las exigencias de la palabra de Dios». Pero «también este trabajo lo hizo el Padre por nosotros». En efecto, los mandamientos son precisamente «un modo de poner en práctica» la palabra del Señor. Y lo mismo vale para las bienaventuranzas. En ese pasaje, observó el Papa, «están todas las cosas que debemos hacer para poner en práctica la palabra de Dios». En fin, «están las obras de misericordia», también ellas indicadas en san Mateo, en el capítulo 25. Estos son ejemplos «de lo que quiere Jesús cuando nos pide «poner en práctica» la palabra».
En conclusión, el Pontífice recapituló su reflexión recordando que «mucha gente seguía a Jesús»: algunos «por la novedad», otros «porque tenían necesidad de oír una palabra de consuelo»; pero, en realidad, no eran tantos los que después ponían efectivamente «en práctica la palabra de Dios». Sin embargo, «el Señor hacía su obra porque es misericordioso y perdona a todos, llama a todos, espera a todos, porque es paciente».
También hoy, destacó el Papa, «mucha gente va a la iglesia para escuchar la palabra de Dios, pero quizá no comprenda al predicador cuando predica un poco difícil, o no quiere comprender. Porque también esto es verdad: muchas veces nuestro corazón no quiere comprender». Pero Jesús sigue acogiendo a todos, «incluso a los que van a escuchar la palabra de Dios y después lo traicionan», como Judas, que lo llamaba «amigo». El Señor, reafirmó el Papa, «siembra siempre su palabra», y a cambio «pide solamente un corazón abierto para escucharla y buena voluntad para ponerla en práctica. Por eso, entonces, que la oración de hoy sea la del salmo: «Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos», es decir, por la senda de tu palabra, para que aprenda con tu guía a ponerla en práctica».
Santo Padre Francisco: Dos condiciones
Meditación del martes, 23 de septiembre de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. La familia en el plan de Dios
2201 La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
2202 Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco.
2203 Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.
La familia cristiana
2204. “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso […] puede y debe decirse Iglesia doméstica” (FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5, 21-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).
2205 La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
2206 Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es unacomunidad privilegiada llamada a realizar un propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos (cf. GS 52).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hacer hoy una oración especial por la unidad de todos los miembros de la Iglesia.
Diálogo con Cristo
Oh, Dios, que a través de tu Hijo te has hecho Palabra encarnada, te pedimos quieras concedernos una mirada limpia para descubrirte en toda ocasión y así podamos disfrutar de la presencia de tu Rostro.
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