Evangelio del día: Parábola del hijo pródigo

Evangelio del día: Parábola del hijo pródigo

Lucas 15, 1-3.11-32. Sábado de la 2.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Nuestro Padre es el Dios que nos espera siempre y es también el Dios que nos perdona siempre, el Dios de la misericordia, que no se cansa de perdonar… antes somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. 

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de herencia que me corresponde». Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!». Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros». Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus servidores: «Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado». Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: «Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo». El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!». Pero el padre le dijo: «Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado»».

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Miqueas, Miq 7, 14-15.18-20

Salmo: Sal 103(102), 1-4.9-12

Oración introductoria

Señor, ¡qué grande es tu amor y misericordia! Me identifico con esos dos hijos del Evangelio que no saben recibir y corresponder a tu amor. Conduce esta oración para que mi corazón no se endurezca y sea dócil a las inspiraciones.

Petición

Señor, ayúdame a confiar siempre en tu gran misericordia pero no permitas que abuse de tanto amor.

Meditación del Santo Padre Francisco

«Si quieres conocer la ternura de un padre, prueba a dirigirte a Dios. Prueba, ¡y después me cuentas!». Es el consejo espiritual que el Papa Francisco dio en la misa que celebró el viernes 28 de marzo, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta. Por más pecados que hayamos cometido, afirmó el Pontífice, Dios nos espera siempre y está dispuesto a acogernos y hacer fiesta con nosotros y por nosotros. Porque es un Padre que jamás se cansa de perdonar y no tiene en cuenta si, al final, el «balance» es negativo: Dios no sabe hacer otra cosa que amar.

Esta actitud, explicó el Papa, se describe bien en la primera lectura de la liturgia, tomada del libro del profeta Oseas (14, 2-10). Es un texto que «nos habla de la nostalgia que Dios, nuestro Padre, siente por todos nosotros que nos hemos ido lejos y nos hemos alejado de Él». Sin embargo, «¡con cuánta ternura nos habla!».

Y el Pontífice quiso remarcar precisamente la ternura del Padre. «Cuando oímos la palabra que nos invita a la conversión —¡convertíos!—, quizá nos parezca algo fuerte, porque nos dice que tenemos que cambiar de vida, es verdad». Pero dentro de la palabra conversión está precisamente «esta nostalgia amorosa de Dios». Es la palabra apasionada de un «Padre que dice a su hijo: vuelve, vuelve, ¡es hora de volver a casa!».

«Solamente con esta palabra podemos pasar muchas horas en oración», afirmó el Pontífice, notando cómo «Dios no se cansa» nunca: lo vemos en «tantos siglos» y «con muchas apostasías del pueblo». Sin embargo, «Él regresa siempre, porque nuestro Dios es un Dios que espera». Y así también «Adán salió del Paraíso con una pena y también con una promesa. Y el Señor es fiel a su promesa, porque no puede negarse a sí mismo, ¡es fiel!».

Por esta razón «Dios nos ha esperado a todos nosotros, a lo largo de la historia». En efecto, «es un Dios que nos espera siempre». Y, al respecto, el Papa invitó a contemplar «el hermoso icono del padre y del hijo pródigo». El evangelio de Lucas (15, 11-32) «nos dice que el padre vio al hijo desde lejos, porque lo esperaba y todos los días iba a la terraza para ver si volvía su hijo». El padre, pues, esperaba el regreso de su hijo, y así, «cuando lo vio llegar, salió corriendo y se echó a su cuello». El hijo, en el camino de retorno, había preparado incluso las palabras que iba a decir para presentarse de nuevo en casa: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo». Pero «el padre no lo dejó hablar», y «con su abrazo le tapó la boca».

La parábola de Jesús nos permite comprender quién «es nuestro Padre: el Dios que nos espera siempre». Alguien podría decir: «Pero padre, ¡yo tengo tantos pecados que no sé si Él estará contento!». La respuesta del Papa es: «¡Prueba! Si quieres conocer la ternura de este Padre, ¡ve a Él y prueba! Después, me cuentas». Porque «el Dios que nos espera es también el Dios que perdona: el Dios de la misericordia». Y «no se cansa de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero Él no se cansa: ¡setenta veces siete! ¡Siempre! ¡Adelante con el perdón!».

Ciertamente, prosiguió el Papa, «desde el punto de vista de una empresa el balance es negativo, ¡es verdad! Él pierde siempre, pierde en el balance de las cosas. Pero gana en el amor, porque Él es el primero que cumple el mandamiento del amor: Él ama, ¡no sabe hacer otra cosa!», como recuerda el pasaje evangélico de la liturgia del día (Mc 12, 28-34).

Es un Dios que nos dice, como se lee en el libro de Oseas: «Yo te sanaré porque mi cólera se ha alejado de ti». Así habla Dios: «¡Yo te llamo para sanarte!». Hasta tal punto que, explicó el Pontífice, «los milagros que Jesús hacía a muchos enfermos eran también un signo del gran milagro que cada día el Señor nos hace a nosotros cuando tenemos la valentía de levantarnos e ir a Él».

El Dios que espera y perdona es también «el Dios que hace fiesta», pero no organizando un banquete, como «aquel hombre rico en cuyo portal estaba el pobre Lázaro. No, ¡esa fiesta no le agrada!», afirmó el Santo Padre. En cambio, Dios prepara «otro banquete, como el padre del hijo pródigo». En el texto de Oseas, explicó, Dios nos dice que «también tú florecerás como el lirio». Es su promesa: hará fiesta por ti, hasta tal punto que «brotarán tus retoños y tendrás el esplendor del olivo y la fragancia del Líbano».

El Papa Francisco concluyó su meditación reafirmando que «la vida de toda persona, de todo hombre y de toda mujer que tiene la valentía de acercarse al Señor, encontrará la alegría de la fiesta de Dios». De ahí su deseo final: «Que estas palabras nos ayuden a pensar en nuestro Padre, el Padre que nos espera siempre, que nos perdona siempre y que hace fiesta cuando volvemos».

Santo Padre Francisco: Regreso a casa

Meditación del viernes, 28 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En este [día] de Cuaresma se proclama el Evangelio del padre y de los dos hijos, más conocido como parábola del «hijo pródigo» (Lc15,11-32). Este pasaje de san Lucas constituye una cima de la espiritualidad y de la literatura de todos los tiempos. En efecto, ¿qué serían nuestra cultura, el arte, y más en general nuestra civilización, sin esta revelación de un Dios Padre lleno de misericordia? No deja nunca de conmovernos, y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la capacidad de sugerirnos significados siempre nuevos. Este texto evangélico tiene, sobre todo, el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón. Desde que Jesús nos habló del Padre misericordioso, las cosas ya no son como antes; ahora conocemos a Dios: es nuestro Padre, que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos. Por esto, la relación con él se construye a través de una historia, como le sucede a todo hijo con sus padres: al inicio depende de ellos; después reivindica su propia autonomía; y por último —si se da un desarrollo positivo— llega a una relación madura, basada en el agradecimiento y en el amor auténtico.

En estas etapas podemos ver también momentos del camino del hombre en la relación con Dios. Puede haber una fase que es como la infancia: una religión impulsada por la necesidad, por la dependencia. A medida que el hombre crece y se emancipa, quiere liberarse de esta sumisión y llegar a ser libre, adulto, capaz de regularse por sí mismo y de hacer sus propias opciones de manera autónoma, pensando incluso que puede prescindir de Dios. Esta fase es muy delicada: puede llevar al ateísmo, pero con frecuencia esto esconde también la exigencia de descubrir el auténtico rostro de Dios. Por suerte para nosotros, Dios siempre es fiel y, aunque nos alejemos y nos perdamos, no deja de seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para volvernos a atraer hacia sí. En la parábola los dos hijos se comportan de manera opuesta: el menor se va y cae cada vez más bajo, mientras que el mayor se queda en casa, pero también él tiene una relación inmadura con el Padre; de hecho, cuando regresa su hermano, el mayor no se muestra feliz como el Padre; más aún, se irrita y no quiere volver a entrar en la casa. Los dos hijos representan dos modos inmaduros de relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia infantil. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, mayor que nuestra miseria, pero también que nuestra justicia, entramos por fin en una relación verdaderamente filial y libre con Dios.

Queridos amigos, meditemos esta parábola. Identifiquémonos con los dos hijos y, sobre todo, contemplemos el corazón del Padre. Arrojémonos en sus brazos y dejémonos regenerar por su amor misericordioso. Que nos ayude en esto la Virgen María, Mater misericordiae.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 14 de marzo de 2010

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

El Padre revelado por el Hijo

238 La invocación de Dios como «Padre» es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como «padre de los dioses y de los hombres». En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la Alianza y del don de la Ley a Israel, su «primogénito» (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente «el Padre de los pobres», del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

239 Al designar a Dios con el nombre de «Padre», el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

240 Jesús ha revelado que Dios es «Padre» en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

241 Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como «el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios» (Jn 1,1), como «la imagen del Dios invisible» (Col 1,15), como «el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia» Hb 1,3).

242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es «consubstancial» al Padre (Símbolo Niceno: DS 125), es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó «al Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre» (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Vivir hoy de tal modo que pueda ser admitido en el festín eterno del cielo.

Diálogo con Cristo

Señor y Padre mío, con qué facilidad puedo engañarme a mí mismo al seguir el camino fácil que me ofrece la vida y ser un ciego y sordo indiferente a las necesidades de los demás, para concentrarme sólo en mi propia felicidad. Dame tu gracia para saber mantenerme siempre a tu lado. Que no me aleje de tu gracia, porque entonces mi corazón se convertirá en roca, insensible a recibir y corresponder a tu amor. Libremente quiero depender siempre y en todo de Ti.

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Evangelio del día: Parábola de los viñadores infieles

Evangelio del día: Parábola de los viñadores infieles

Mateo 21, 33-43.45-46. Viernes de la segunda semana del Tiempo de Cuaresma. Permanezcamos en la humildad y en la oración para no creernos dueños de lo que solamente pertenece a Dios. 

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: «Respetarán a mi hijo». Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: «Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia». Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelve el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: «La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos»? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 37, 3-4.12-13a.17b-28

Salmo: Sal 105(104), 16-21

Oración introductoria

Señor, mi oración sería diferente si tuviera una conciencia más clara de con Quién pretendo dialogar. No merezco tu amor porque no he sabido corresponderte, pero hoy todo puede cambiar por tu inmensa misericordia. Aquí estoy humildemente a tus pies, esperando la gracia de poder experimentar tu presencia.

Petición

Dios mío, sé Tú el gran protagonista en mi vida, la única seguridad en mi existencia, que todo dependa de tu voluntad y no de mis necios caprichos.

Meditación del Santo Padre Francisco

Humildad y oración, en la Iglesia, son el antídoto contra las alteraciones de la Palabra de Dios y la tentación de adueñarse de ella, interpretándola al propio gusto y enjaulando al Espíritu Santo. Es la síntesis de la meditación que propuso el Pontífice en la misa del viernes 21 de marzo.

Precisamente «durante estos días de Cuaresma el Señor se hace cercano a nosotros y la Iglesia nos conduce hacia el triduo pascual, hacia la muerte y resurrección de Jesús», dijo el Papa refiriéndose a las dos lecturas de la liturgia. En la primera, tomada del Génesis (37, 3-4.12-13.17-28), se relata la historia de «José, que es una profecía y una imagen de Jesús: vendido por veinte monedas por sus hermanos». Y luego el Evangelio de Mateo (21, 33-43.45) presenta «esta parábola que Jesús mismo dice a la gente y a los fariseos, a los sacerdotes, a los ancianos del pueblo para hacer comprender dónde han caído». Nos encontramos, explicó, ante el «drama no del pueblo —porque el pueblo entendía que Jesús era un gran profeta— sino de algunos jefes del pueblo, de algunos sacerdotes de ese tiempo, de los doctores de la ley, de los ancianos que no tenían el corazón abierto a la Palabra de Dios». En efecto, ellos «escuchaban a Jesús, pero en lugar de ver en Él la promesa de Dios, o de reconocerlo como un gran profeta, tenían miedo».

En el fondo, destacó el Pontífice, es «el mismo sentimiento de Herodes». También ellos decían: «Este hombre es un revolucionario, detengámoslo a tiempo, debemos detenerlo». Por esto, «trataban de capturarlo, trataban de ponerlo a prueba, para que cayese y poder arrestarlo: es la persecución contra Jesús». ¿Pero por qué esta persecución? «Porque esta gente —fue la respuesta del Papa— no estaba abierta a la Palabra de Dios, estaban cerrados en su egoísmo».

Es precisamente en este contexto que «Jesús cuenta esta parábola: Dios dio en herencia un terreno con una viña que hizo con sus manos». Se lee en el Evangelio que el dueño «plantó una viña, la rodeó con un cercado, allí excavó un hueco para el lagar y construyó una torre». Y luego dio «la viña en alquiler a los campesinos».

Exactamente lo que «hizo Dios con nosotros: nos dio la vida en alquiler» y, con ella, «la promesa» que vendría a salvarnos. «En cambio, esta gente —destacó el Papa— vio aquí un buen negocio, una buena oportunidad: la viña es hermosa, tomémosla, es nuestra». Y, así, «cuando llegó el momento de recoger los frutos, fueron los empleados de este señor a retirar la cosecha. Pero los campesinos, que ya se habían adueñado de la viña, dijeron: no, saquémosles fuera, esto es nuestro».

La parábola de Jesús, explicó, relata precisamente «el drama de esta gente, pero también nuestro drama». Esas personas, en efecto, «se adueñaron de la Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios se convirtió en su palabra. Una palabra según su interés, sus ideologías, sus teologías, a su servicio». Hasta tal punto que «cada uno la interpretaba según la propia voluntad, según el propio interés». Y «mataron para conservar esto». Es lo que le pasó también a Jesús, porque «los jefes de los sacerdotes y los fariseos comprendieron que hablaba de ellos cuando escucharon esta parábola» y, así, «trataron de arrestarlo para que muriese».

Pero de este modo «la Palabra de Dios se convierte en algo muerto, encarcelado». Y «el Espíritu Santo está enjaulado en los deseos de cada uno de ellos. Lo mismo nos pasa a nosotros, cuando no estamos abiertos a la novedad de la Palabra de Dios, cuando no somos obedientes a la Palabra de Dios». Pero desobedecer a la Palabra de Dios es como querer afirmar que «esta palabra ya no es de Dios: ahora es nuestra».

Así, como «la Palabra de Dios está muerta en el corazón de esta gente, también puede morir en nuestro corazón». Sin embargo, afirmó el Santo Padre, la palabra «no se acaba porque está viva en el corazón de los sencillos, de los humildes, del pueblo de Dios». En efecto, los que buscaban capturar a Jesús tenían miedo del pueblo que lo consideraba un profeta. Era «la multitud sencilla, que iba detrás de Jesús porque lo que Jesús decía hacía bien y caldeaba el corazón». Esta gente «no usaba la Palabra de Dios para el propio interés», sino que sencillamente «sentía y trataba de ser un poco más buena».

A este punto el Papa sugirió pensar en «lo que podemos hacer nosotros para no matar la Palabra de Dios, para no adueñarnos de esta palabra, para ser dóciles, para no enjaular al Espíritu Santo». E indicó dos sencillos caminos: humildad y oración.

Ciertamente, destacó, no era humilde «esta gente que no aceptaba la Palabra de Dios, pero decía: sí, la Palabra de Dios es esta, pero la interpreto según mi interés». Con este modo de obrar «eran soberbios, eran suficientes, eran los «doctores» entre comillas»: personas que «creían tener todo el poder para cambiar el significado de la Palabra de Dios». En cambio, «sólo los humildes tienen el corazón preparado para recibir la Palabra de Dios». Pero es necesario precisar, evidenció, que «estaban también los buenos y humildes sacerdotes, humildes fariseos que habían recibido bien la Palabra de Dios: por ejemplo los Evangelios nos hablan de Nicodemo». Por lo tanto, «la primera actitud para escuchar la Palabra de Dios» es la humildad, porque «sin humildad no se puede recibir la Palabra de Dios». Y la segunda es la oración. Las personas de las que habla la parábola, en efecto, «no rezaban, no tenían necesidad de rezar: se sentían seguros, se sentían fuertes, se sentían dioses».

Por lo tanto, «con la humildad y la oración sigamos adelante para escuchar la Palabra de Dios y obedecerle en la Iglesia». Y, «así, no nos sucederá a nosotros lo que le pasó a esta gente: no mataremos para defender esa palabra que nosotros creemos que es la Palabra de Dios» sino que, en cambio, se ha convertido «en una palabra totalmente alterada por nosotros».

Como conclusión, el Pontífice pidió «al Señor la gracia de la humildad, de contemplar a Jesús como el Salvador que nos habla: ¡me habla a mí! Cada uno de nosotros debe decir: ¡me habla a mí!». Y «cuando leemos el Evangelio: ¡me habla a mí!». De aquí la invitación a «abrir el corazón al Espíritu Santo que da fuerza a esta Palabra» y a «rezar, rezar mucho para tener la docilidad de recibir esta palabra y obedecerle».

Santo Padre Francisco: La palabra encarcelada

Meditación del viernes, 21 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de [hoy] concluye con una amonestación de Jesús, particularmente severa, dirigida a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21, 43). Son palabras que hacen pensar en la gran responsabilidad de quien en cada época, está llamado a trabajar en la viña del Señor, especialmente con función de autoridad, e impulsan a renovar la plena fidelidad a Cristo. Él es «la piedra que desecharon los constructores», (cf. Mt 21, 42), porque lo consideraron enemigo de la ley y peligroso para el orden público, pero él mismo, rechazado y crucificado, resucitó, convirtiéndose en la «piedra angular» en la que se pueden apoyar con absoluta seguridad los fundamentos de toda existencia humana y del mundo entero. De esta verdad habla la parábola de los viñadores infieles, a los que un hombre confió su viña para que la cultivaran y recogieran los frutos. El propietario de la viña representa a Dios mismo, mientras que la viña simboliza a su pueblo, así como la vida que él nos da para que, con su gracia y nuestro compromiso, hagamos el bien. San Agustín comenta que «Dios nos cultiva como un campo para hacernos mejores» (Sermo 87, 1, 2: PL 38, 531). Dios tiene un proyecto para sus amigos, pero por desgracia la respuesta del hombre a menudo se orienta a la infidelidad, que se traduce en rechazo. El orgullo y el egoísmo impiden reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito. En efecto, cuando «les mandó a su hijo —escribe el evangelista Mateo— … [los labradores] agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron» (Mt 21, 37.39). Dios se pone en nuestras manos, acepta hacerse misterio insondable de debilidad y manifiesta su omnipotencia en la fidelidad a un designio de amor, que al final prevé también el justo castigo para los malvados (cf. Mt 21, 41).

Firmemente anclados en la fe en la piedra angular que es Cristo, permanezcamos en él como el sarmiento que no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid. Solamente en él, por él y con él se edifica la Iglesia, pueblo de la nueva Alianza. Al respecto escribió el siervo de Dios Pablo VI: «El primer fruto de la conciencia profundizada de la Iglesia sobre sí misma es el renovado descubrimiento de su relación vital con Cristo. Cosa conocidísima, pero fundamental, indispensable y nunca bastante sabida, meditada y exaltada».

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 2 de octubre de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

II. Igualdad y diferencias entre los hombres

1934 Creados a imagen del Dios único y dotados de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma dignidad.

1935 La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella:

«Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda […] forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión» (GS 29,2).

1936 Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas (GS 29). Los “talentos” no están distribuidos por igual (cf Mt 25, 14-30, Lc 19, 11-27).

1937 Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos” particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras:

«¿Es que acaso distribuyo yo las diversas [virtudes] dándole a uno todas o dándole a éste una y al otro otra particular? […] A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva […] En cuanto a los bienes temporales, las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era necesario, para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con otros […] He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido de mí» (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina provvidenza, 7).

1938. Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio:

«La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional» (GS 29).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Agradecer tantos dones que hemos recibido de parte de Dios con tanto amor y delicadeza, y responder con obras a esos cuidados del Padre.

Diálogo con Cristo

«El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe», de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos», con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras»». Gracias por mostrarme el camino a la felicidad, que sepa siempre recibir y corresponder a tu amor.

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Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

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Evangelio del día: El rico Epulón y el pobre Lázaro

Evangelio del día: El rico Epulón y el pobre Lázaro

Lucas 16, 19-31. Jueves de la 2.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Todos los cristianos tenemos esta fragilidad: poner nuestras esperanzas en nosotros mismos, en nuestras posibilidades… y nos olvidamos del Señor. Pero debemos ser conscientes de que esta es una actitud que nos aleja del Señor.

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan»«Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí». El rico contestó: «Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la cada de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento». Abraham respondió: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen»«No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán». Pero Abraham respondió: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán».

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 17, 5-10

Salmo: Sal 1, 1-6

Oración introductoria

Señor, ayúdame a ser consciente de que estás siempre a mi lado, de que cada oración es un nuevo encuentro contigo, mi Mejor Amigo. Señor, Tú sabes que soy débil y que muchas veces me olvido de ti, buscando mi satisfacción en las cosas de este mundo. Sabes que suelo pensar en mí mismo, en mis planes, en mis gustos, en mi voluntad. Por eso, te pido, Señor, que cambies mi corazón de piedra en uno de carne y hueso, para así cumplir mi misión de ser sal de la tierra y luz del mundo. Te ofrezco, Señor, esta meditación por los más necesitados y oprimidos, y por los que viven lejos de tu amor.

Petición

Señor Jesús, ayúdame a ser consciente de que la misión de que cada Cristiano es el Amor, y de que al fin de mi vida me interrogarán sobre cuánto y cómo he amado a mis hermanos.

Meditación del Santo Padre Francisco

Existe una palabra «más que mágica», capaz de abrir «la puerta de la esperanza que ni siquiera vemos» y restituir el propio nombre a quien lo perdió por haber confiado sólo en sí mismo y en las fuerzas humanas. Esta palabra es «Padre» y se debe pronunciar con la certeza de escuchar la voz de Dios que nos responde llamándonos «hijo». Es una meditación cuaresmal que remite a la esencialidad de la fe la propuesta por el Papa en la misa del [día de hoy].

La invitación a «confiar siempre en el Señor» viene, dijo el Pontífice, de los textos de la liturgia. En efecto, «la primera lectura de hoy (Jeremías 17, 5-10) comienza con una maldición: «Maldito quien confía en el hombre»». Se define «maldita a la persona» que confía sólo en las propias fuerzas, «porque lleva dentro de sí una maldición».

En cambio, continuó el Pontífice remarcando «la contraposición», es «bendito quien confía en el Señor», porque —como se lee en la Escritura— «será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto».

Precisamente «esta imagen —explicó— nos hace pensar en las palabras de Jesús acerca de la casa: bienaventurado el hombre que edifica su casa sobre la roca, en terreno seguro. En cambio es infeliz quien edifica sobre la arena: no tiene consistencia». Por lo tanto, «la Palabra de Dios hoy nos enseña que sólo en el Señor está nuestra confianza segura: otras confianzas no sirven, no nos salvan, no nos dan vida, no nos dan alegría».

Es una enseñanza clara que nos halla a todos de acuerdo, puntualizó el Pontífice. «Pero nuestro problema es que nuestro corazón es poco de fiar», como dice la Escritura. Y, así, incluso si sabemos que nos equivocamos, de todos modos «nos gusta confiar en nosotros mismos o confiar en ese amigo o confiar en esa situación buena que tengo o en esa ideología», favoreciendo «la tendencia» a decidir nosotros mismos dónde poner «nuestra confianza». Con la consecuencia de que «el Señor queda un poco a un lado».

Pero, se preguntó el Papa, «¿por qué es maldito el hombre que confía en el hombre, en sí mismo? Porque —fue su respuesta— esa confianza le hace mirar sólo a sí mismo; lo cierra en sí mismo, sin horizontes, sin puertas abiertas, sin ventanas».

El Pontífice hizo referencia luego al pasaje evangélico de Lucas (16, 19-31), que cuenta la historia de «un hombre rico que tenía todo, llevaba vestimenta de púrpura, comía todos los días grandes banquetes, y se daba a la buena vida». Y «estaba tan contento que no se daba cuenta de que en la puerta de su casa, lleno de llagas, estaba un tal Lázaro: un pobrecito, un vagabundo, y como un buen vagabundo con los perros». Lázaro «estaba allí, hambriento, y comía sólo lo que caía de la mesa del rico: las migajas».

El pasaje del Evangelio, dijo el Santo Padre, propone una reflexión: «Nosotros sabemos el nombre del vagabundo: se llamaba Lázaro. Pero, ¿cómo se llamaba este hombre, el rico? ¡No tiene nombre!». Precisamente «esta es la maldición más fuerte» para la persona que «confía en sí mismo o en las fuerzas o en las posibilidades de los hombres y no en Dios: ¡perder el nombre!».

Y «mirando a estas dos personas» propuestas en el Evangelio —«el pobre que tiene nombre y confía en el Señor y el rico que ha perdido el nombre y confía en sí mismo»— «decimos: es verdad, debemos confiar en el Señor». En cambio, «todos nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad de poner nuestras esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o en las posibilidades humanas solamente. Y nos olvidamos del Señor». Es una actitud que nos lleva lejos del Señor, «por el camino de la infelicidad», como el rico del Evangelio que «al final es un infeliz porque se condenó por sí mismo».

Se trata de una meditación especialmente en consonancia con la Cuaresma, dijo el Papa. Así, «hoy nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi confianza? ¿Está en el Señor o soy un pagano que confío en las cosas, en los ídolos que yo he hecho? ¿Tengo aún un nombre o he comenzado a perder el nombre y me llamo «yo»?», con todas las varias declinaciones: «mi, conmigo, para mí, sólo yo: siempre en el egoísmo, yo»». Esto, afirmó, es un modo de vivir que ciertamente «no nos da salvación».

Refiriéndose una vez más al Evangelio, el Papa Francisco indicó que, a pesar de todo, «hay una puerta de esperanza para todos los que se arraigaron en la confianza en el hombre o en sí mismos, que perdieron el nombre». Porque «al final, al final, al final siempre hay una posibilidad». Y lo testimonia precisamente el rico, que «cuando se da cuenta que ha perdido el nombre, ha perdido todo, eleva los ojos y dice una sola palabra: «¡Padre!». La respuesta de Dios es una sola palabra: «¡Hijo!»». Y, así, es también para todos los que en la vida se inclinan por «poner la confianza en el hombre, en sí mismos, terminando por perder el nombre, por perder esta dignidad: existe aún la posibilidad de decir esta palabra que es más que mágica, es más, es fuerte: «¡Padre!»». Y sabemos que «Él siempre nos espera para abrir una puerta que nosotros no vemos. Y nos dirá: «¡Hijo!»».

Como conclusión, el Pontífice pidió «al Señor la gracia de que a todos nosotros nos dé la sabiduría de tener confianza sólo en Él y no en las cosas, en las fuerzas humanas: sólo en Él». Y a quien pierde esta confianza, que Dios conceda «al menos la luz» de reconocer y de pronunciar «esta palabra que salva, que abre una puerta y le hace escuchar la voz del Padre que lo llama: hijo».

Santo Padre Francisco: Quien no tiene nombre

Meditación del jueves, 20 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Jesús narra la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro. El primero vive en el lujo y en el egoísmo, y cuando muere, acaba en el infierno. El pobre, en cambio, que se alimenta de las sobras de la mesa del rico, a su muerte es llevado por los ángeles a la morada eterna de Dios y de los santos. «Bienaventurados los pobres -había proclamado el Señor a sus discípulos- porque vuestro es el reino de Dios» (Lc 6, 20). Pero el mensaje de la parábola va más allá: recuerda que, mientras estamos en este mundo, debemos escuchar al Señor, que nos habla mediante las sagradas Escrituras, y vivir según su voluntad; si no, después de la muerte, será demasiado tarde para enmendarse. Por lo tanto, esta parábola nos dice dos cosas: la primera es que Dios ama a los pobres y les levanta de su humillación; la segunda es que nuestro destino eterno está condicionado por nuestra actitud; nos corresponde a nosotros seguir el camino que Dios nos ha mostrado para llegar a la vida, y este camino es el amor, no entendido como sentimiento, sino como servicio a los demás, en la caridad de Cristo.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 26 de septiembre de 2010

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

El ateísmo

2123 “Muchos […] de nuestros contemporáneos no perciben de ninguna manera esta unión íntima y vital con Dios o la rechazan explícitamente, hasta tal punto que el ateísmo debe ser considerado entre los problemas más graves de esta época” (GS 19, 1).

2124 El nombre de ateísmo abarca fenómenos muy diversos. Una forma frecuente del mismo es el materialismo práctico, que limita sus necesidades y sus ambiciones al espacio y al tiempo. El humanismo ateo considera falsamente que el hombre es “el fin de sí mismo, el único artífice y demiurgo único de su propia historia” (GS 20, 1). Otra forma del ateísmo contemporáneo espera la liberación del hombre de una liberación económica y social para la que “la religión, por su propia naturaleza, constituiría un obstáculo, porque, al orientar la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la ciudad terrena” (GS 20, 2).

2125 En cuanto rechaza o niega la existencia de Dios, el ateísmo es un pecado contra la virtud de la religión (cf Rm 1, 18). La imputabilidad de esta falta puede quedar ampliamente disminuida en virtud de las intenciones y de las circunstancias. En la génesis y difusión del ateísmo “puede corresponder a los creyentes una parte no pequeña; en cuanto que, por descuido en la educación para la fe, por una exposición falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el verdadero rostro de Dios y de la religión, más que revelarlo” (GS 19, 3).

2126 Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a Dios (GS 20, 1). Sin embargo, “el reconocimiento de Dios no se opone en ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios” (GS 21, 3). “La Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos del corazón humano” (GS 21, 7).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Buscaré hacer un acto de caridad, siendo consciente de que todo lo que hago a uno de estos pequeñitos por amor a Dios, es a Cristo a quien lo hago.

Diálogo con Cristo

Jesús, Tú me conoces bien. Dame fuerzas y una mirada espiritual para descubrirte en mis familiares, en mi vecino, en mi colega de trabajo, en todas las personas que me rodean; tanto con las que me llevo bien, como con las que me caen pesado. Que te vea tanto en el mendigo como en mi patrón, y que pueda transmitirte a ellos. Que mi gran ilusión sea servir y ayudar a mi hermano en todas sus necesidades que me sea posible, para hacer su yugo más leve.

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Evangelio del día: Para reinar con Cristo hay que acompañarlo

Evangelio del día: Para reinar con Cristo hay que acompañarlo

Mateo 20, 17-28. Miércoles de la 2.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Santiago y Juan persiguen sueños de gloria junto a Jesús, no comprenden la lógica de vida de la que Jesús da testimonio: el servicio a Dios y a los hermanos.

Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará». Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. «¿Qué quieres?», le preguntó Jesús. Ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». «No saben lo que piden», respondió Jesús. «¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?». «Podemos», le respondieron. «Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre». Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser vendido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 18, 18-20

Salmo: Sal 31(30), 5-6.14.15-16

Oración introductoria

Señor Jesús, creo que has venido al mundo para salvarme y cargar con el peso de mis pecados; creo que Tú eres el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y que todos tus sufrimientos son para salvarme. Confío en ti, Señor, fuente de amor y de misericordia. Sé que te entregas a los mayores oprobios para que yo sea feliz. Por eso, no puedo hacer más que buscar amarte cada día más y corresponder a tu amor con una vida santa y abnegada, vivida según tu voluntad.

Petición

Ayúdame, Señor, a aceptar siempre tu voluntad, aun en los más duros momentos.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Jesús se presenta como siervo, ofreciéndose como modelo a imitar y seguir. Del trasfondo del tercer anuncio de la pasión, muerte y resurrección del Hijo del hombre, se aparta con llamativo contraste la escena de los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, que persiguen todavía sueños de gloria junto a Jesús. Le pidieron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc 10,37). La respuesta de Jesús fue fulminante, y su interpelación inesperada: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? (v. 38). La alusión es muy clara: el cáliz es el de la pasión, que Jesús acepta para cumplir la voluntad del Padre. El servicio a Dios y a los hermanos, el don de sí: esta es la lógica que la fe auténtica imprime y desarrolla en nuestra vida cotidiana y que no es en cambio el estilo mundano del poder y la gloria.

Con su petición, Santiago y Juan ponen de manifiesto que no comprenden la lógica de vida de la que Jesús da testimonio, la lógica que, según el Maestro, ha de caracterizar al discípulo, en su espíritu y en sus acciones. La lógica errónea no se encuentra sólo en los dos hijos de Zebedeo ya que, según el evangelista, contagia también «a los otros diez» apóstoles que «se indignaron contra Santiago y Juan» (v. 41). Se indignaron porque no es fácil entrar en la lógica del Evangelio y abandonar la del poder y la gloria.

Santo Padre Benedicto XVI

Alocución del sábado, 18 de febrero de 2012

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

La esperanza

2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.

2091 El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son la desesperación y la presunción:

Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia —porque el Señor es fiel a sus promesas— y a su misericordia.

2092 Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ofreceré a Jesús todas las adversidades y contratiempos de este día, como aceptación de su voluntad en mi vida.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, gracias por la vida que me das, por la salvación que me alcanzas por tu cruz y por morir por mí. Gracias por mostrarme cómo debo actuar frente a las dificultades y miedos que enfrento cada día. Gracias por tu donación en la cruz, Señor, pues no sólo me enseñas a cumplir los designios del Padre, sino también a amar más y mejor a los demás hasta el olvido de mí mismo. Ayúdame, te pido, a prepararme bien para celebrar los misterios de tu pasión, muerte y resurrección, viviendo cada vez mejor mi vida cristiana en los trabajos de cada día. Señor, llena mi día con tus bendiciones. Amén.

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Evangelio del día: Hipocresía de los escribas y fariseos

Evangelio del día: Hipocresía de los escribas y fariseos

Mateo 23, 1-12. Martes de la 2.ª semana del Tiempo de Cuaresma. El cristiano que piensa que puede salvarse por sí solo es un hipócrita.

Entonces Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: «Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agradan las filacterias y alargas los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludamos en las plazas y oírse llamar «mi maestro» por la gente. En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco «doctores», porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 1, 10.16-20

Salmo: Sal 50(49), 8-23

Oración introductoria

Señor, el mundo necesita, sobre todo, testigos más que maestros, testimonio más que sermones, humildad más que vanagloria, por ello te pido que ilumines mi oración para que sea el fuego de tu amor el que transforme mis actitudes de debilidad en fortaleza, de egoísmo en amor, y de soberbia en servicio.

Petición

Jesús, dame tu gracia y la fuerza para vivir siempre de acuerdo a tu Evangelio.

Meditación del Santo Padre Francisco

El cristiano que piensa que puede salvarse por sí solo «es un hipócrita», un «cristiano maquillado». La Cuaresma es el tiempo propicio para cambiar de vida y acercarse a Jesús pidiendo perdón, arrepentidos y dispuestos a testimoniar su luz ocupándose de los necesitados. Una nueva reflexión cuaresmal propuso el Papa Francisco el martes 18 de marzo en la misa celebrada en Santa Marta.

«Esto es la Cuaresma —así, en efecto, introdujo la homilía—, es un tiempo para acercarnos más al Señor». Por lo demás, explicó, lo dice la palabra misma, ya que Cuaresma significa conversión. Y precisamente con una invitación a la conversión, destacó refiriéndose al pasaje de Isaías (1, 10.16-20), «comienza la primera lectura de hoy. El Señor, en efecto, llama a la conversión; y curiosamente llama a dos ciudades pecadoras», Sodoma y Gomorra, a las que dirige la invitación: «Convertíos, cambiad de vida, acercaos al Señor». Esta, explicó, «es la invitación de la Cuaresma: son cuarenta días para acercarnos al Señor, para estar más cerca de Él. Porque todos nosotros necesitamos cambiar la vida». Y es inútil decir: «Pero, padre, yo no soy tan pecador…», porque «todos tenemos dentro alguna cosa y si miramos en nuestra alma encontraremos alguna cosa que no funciona, todos».

La Cuaresma, por lo tanto, «nos invita a ajustar, a acomodar nuestra vida» indicó el Pontífice. Es precisamente esto lo que nos permite acercarnos al Señor.

Al respecto, el Papa citó una vez más las palabras de la primera lectura: «Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve». Y continuó: «»Yo te cambio el alma»: esto nos dice Jesús. ¿Y qué nos pide? Que nos acerquemos. Que nos acerquemos a Él. Dios es Padre; nos espera para perdonarnos. Y nos da un consejo: «No seáis como los hipócritas»». Para explicarlo, el Papa Francisco luego hizo referencia al pasaje del Evangelio de Mateo (23, 1-12) poco antes proclamado: «Lo hemos leído en el Evangelio: este tipo de acercamiento el Señor no lo quiere. Él quiere un acercamiento sincero, auténtico. En cambio, ¿qué hacen los hipócritas? Se maquillan. Se maquillan de buenos. Ponen cara de estampa, rezan mirando al cielo, haciéndose ver, se sienten más justos que los demás, despreciando a los demás». Y presumen de ser buenos católicos porque tienen conocidos entre bienhechores, obispos y cardenales.

«Esto es la hipocresía —destacó—. Y el Señor dice no», porque nadie debe sentirse justo por su juicio personal. «Todos necesitamos ser justificados —repitió el obispo de Roma— y el único que nos justifica es Jesucristo. Por ello debemos acercarnos: para no ser cristianos maquillados». Cuando la apariencia se desvanece «se ve la realidad y éstos no son cristianos. ¿Cuál es la piedra de toque? Lo dice el Señor mismo en la primera lectura: «Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien»». Esta, repitió, es la invitación.

Pero, «¿cuál es la señal de que estamos en el buen camino? Lo dice la Escritura: socorrer al oprimido, cuidar al prójimo, al enfermo, al pobre, a quien tiene necesidad, al ignorante. Esta es la piedra de toque». Y aún más: «Los hipócritas no pueden hacer esto, porque están tan llenos de sí mismos que son ciegos para mirar a los demás». Pero «cuando uno camina un poco y se acerca al Señor, la luz del Padre hace ver estas cosas y va a ayudar a los hermanos. Este es el signo de la conversión».

Cierto, añadió, esta «no es toda la conversión; porque la conversión —explicó— es el encuentro con Jesucristo. Pero la señal de que estamos con Jesús es precisamente esta: atender a los hermanos, a los pobres, a los enfermos como el Señor nos enseña en el Evangelio».

Por lo tanto, la Cuaresma sirve para «cambiar nuestra vida, para ajustar la vida, para acercarnos al Señor». Mientras que la hipocresía es «el signo de que estamos lejos del Señor». El hipócrita «se salva por sí mismo, al menos así piensa», continuó el Santo Padre. Así, la conclusión: «Que el Señor nos dé a todos luz y valor: luz para conocer lo que sucede dentro de nosotros y valor para convertirnos, para acercarnos al Señor. Es hermoso estar cerca del Señor».

Santo Padre Francisco: Cristianos sin maquillaje

Meditación del martes, 18 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

En el pasaje de hoy, amonesta a los escribas y fariseos, que en la comunidad desempeñaban el papel de maestros, porque su conducta estaba abiertamente en contraste con la enseñanza que proponían a los demás con rigor. Jesús subraya que ellos «dicen, pero no hacen» (Mt 23, 3); más aún, «lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar» (Mt 23, 4). Es necesario acoger la buena doctrina, pero se corre el riesgo de desmentirla con una conducta incoherente. Por esto Jesús dice: «Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen» (Mt 23, 3). La actitud de Jesús es exactamente la opuesta: él es el primero en practicar el mandamiento del amor, que enseña a todos, y puede decir que es un peso ligero y suave precisamente porque nos ayuda a llevarlo juntamente con él (cf. Mt 11, 29-30).

Pensando en los maestros que oprimen la libertad de los demás en nombre de su propia autoridad, san Buenaventura indica quién es el auténtico Maestro, afirmando: «Nadie puede enseñar, ni obrar, ni alcanzar las verdades conocibles sin que esté presente el Hijo de Dios» (Sermo I de Tempore, Dom. XXII post Pentecosten, Opera omnia, IX, Quaracchi, 1901, p. 442). «Jesús se sienta en la «cátedra» como el Moisés más grande, que extiende la Alianza a todos los pueblos» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 93). ¡Él es nuestro verdadero y único Maestro! Por ello, estamos llamados a seguir al Hijo de Dios, al Verbo encarnado, que manifiesta la verdad de su enseñanza a través de la fidelidad a la voluntad del Padre, a través del don de sí mismo. Escribe el beato Antonio Rosmini: «El primer maestro forma a todos los demás maestros, del mismo modo que forma a los discípulos, porque [tanto unos como otros] existen sólo en virtud de ese tácito pero poderosísimo magisterio» (Idea della Sapienza, 82, en: Introduzione alla filosofia, vol. II, Roma 1934, p. 143). Jesús condena enérgicamente también la vanagloria y asegura que obrar «para que los vea la gente» (Mt 23, 5) pone a merced de la aprobación humana, amenazando los valores que fundan la autenticidad de la persona.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 30 de octubre de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

LA SALVACIÓN DE DIOS: LA LEY Y LA GRACIA

1949 El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que lo sostiene:

«Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece» (Flp 2, 12-23).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Rectificar mis intenciones varias veces al día.

Diálogo con Cristo

Señor, ayúdame a vivir esta Cuaresma en la perspectiva del amor. Que sea fiel a mi vocación de discípulo y misionero. Que por amor a Ti sea auténtico, generoso y desinteresado en todas mis relaciones con los demás. Que el amor me lleve a cumplir mi misión para que otros puedan experimentar la alegría de tu presencia.

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Evangelio del día: No juzguen y no serán juzgados

Evangelio del día: No juzguen y no serán juzgados

Lucas 6, 36-38. Lunes de la 2.ª semana del Tiempo de Cuaresma. ¿Quién soy yo para juzgar a los demás?

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Daniel, Dan 9, 4b-10

Salmo: Sal 79(78), 8.9.11.13

Oración introductoria

Jesús, gracias por mostrarme claramente el camino a seguir. Ser misericordioso, no juzgar, no condenar, perdonar y dar generosamente, suena fácil… pero contrario a mi tendencia egoísta y soberbia. ¡Ven Espíritu Santo! Ilumina mi mente e inflama de amor mi corazón, para que esta meditación sea el punto de partida de mi transformación de ciudadano del mundo a discípulo y misionero de tu amor.

Petición

Jesús, hazme crecer en la misericordia, la magnanimidad y la bondad, para llegar a ser un auténtico testigo de tu amor.

Meditación del Santo Padre Francisco

¿Quién soy yo para juzgar a los demás? Es la pregunta que debemos hacernos a nosotros mismos para dejar espacio a la misericordia, la actitud precisa para construir la paz entre las personas, las naciones y dentro de nosotros. Y para ser mujeres y hombres misericordiosos es necesario, ante todo, reconocerse pecadores y, luego, ampliar el corazón hasta olvidar las ofensas recibidas.

Precisamente en la misericordia el Papa centró la homilía de [hoy]. Remitiéndose a los pasajes del libro del profeta Daniel (9, 4-10) y del Evangelio de Lucas (6, 36-38), el Santo Padre explicó que «la invitación de Jesús a la misericordia es para acercarnos, para imitar mejor a nuestro Dios Padre: sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso». Pero, reconoció inmediatamente el Pontífice, «no es fácil comprender esta actitud de la misericordia, porque estamos acostumbrados a pasar la cuenta a los demás: tú has hecho esto, ahora debes hacer esto». En pocas palabras, «juzgamos, tenemos esta costumbre, y no somos personas» que dejan «un poco de espacio a la comprensión y también a la misericordia».

«Para ser misericordioso son necesarias dos actitudes», afirmó el Papa. La primera es «el conocimiento de sí mismo». En la primera lectura Daniel relata el momento de la oración del pueblo que confiesa ser pecador ante Dios y dice: «Nosotros hicimos esto, pero tú eres justo. A ti conviene la justicia, a nosotros la vergüenza». Así, explicó el Pontífice comentando el pasaje, «la justicia de Dios ante el pueblo arrepentido se transforma en misericordia y perdón». Y nos interpela también a nosotros, invitándonos a «dejar un poco de espacio a esta actitud». Por lo tanto, el primer paso «para llegar a ser misericordioso es reconocer que hemos hecho muchas cosas no buenas: ¡somos pecadores!». Es necesario saber decir: «Señor, me avergüenzo de esto que hice en mi vida». Porque, incluso si «ninguno de nosotros mató a nadie», hemos cometido, de todos modos, «muchos pecados cotidianos». Es sencillo —pero al mismo tiempo «muy difícil»— decir: «Soy pecador y mi avergüenzo ante Ti y te pido perdón».

«Nuestro padre Adán —afirmó el Papa— nos dio un ejemplo de lo que no se debe hacer». Es él, en efecto, quien culpa a la mujer de haber comido el fruto y se justifica diciendo: «Yo no pequé», es ella «quien me hizo ir por este camino». Pero lo mismo hizo luego Eva, que culpa a la serpiente. En cambio, reafirmó el Santo Padre, es importante reconocer el hecho de haber pecado y necesitar el perdón de Dios. No se deben encontrar excusas y «descargar la culpa sobre los demás». Incluso, continuó el Pontífice, «tal vez el otro me ha ayudado» a pecar, «ha facilitado el camino para hacerlo: pero lo hice yo». Y «si nosotros hacemos esto, cuántas cosas buenas habrá: ¡seremos hombres!». Además, «con esta actitud de arrepentimiento somos más capaces de ser misericordiosos, porque sentimos en nosotros la misericordia de Dios». Tan es así que en el Padrenuestro no rezamos sólo: «perdona nuestros pecados», sino que decimos: «perdona como nosotros perdonamos». En efecto, «si yo no perdono estoy un poco fuera de juego».

La segunda actitud para ser misericordiosos «es ampliar el corazón». Precisamente «la vergüenza, el arrepentimiento, amplía el corazón pequeñito, egoísta, porque deja espacio a Dios misericordioso para perdonarnos». ¿Pero cómo ampliar el corazón? Ante todo, al reconocerse pecadores, no se mira a lo que hicieron los demás. Y la pregunta de fondo es esta: «¿Quién soy yo para juzgar esto? ¿Quién soy yo para criticar sobre esto? ¿Quién soy yo, que hice las mismas cosas o peores?». Por lo demás, «el Señor lo dice en el Evangelio: no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que mediréis se os medirá a vosotros». Esta es la «generosidad del corazón» que el Señor presenta a través de «la imagen de las personas que iban a buscar el trigo y estiraban el delantal para recibir de más». En efecto, «si tienes el corazón amplio, grande, puedes recibir más». Y un «corazón grande no se enreda en la vida de los demás, no condena, sino que perdona y olvida», precisamente como «Dios ha olvidado y perdonado mis pecados».

Para ser misericordiosos es necesario, por lo tanto, invocar al Señor —«porque es una gracia»— y «tener estas dos actitudes: reconocer los propios pecados avergonzándose» y olvidar los pecados y las ofensas de los demás. He aquí que así «el hombre y la mujer misericordiosos tienen un corazón amplio: siempre disculpan a los demás y piensan en los propios pecados». Y si alguien les dice: «¿has visto lo que hizo aquel?», tienen la misericordia de responder: «pero yo ya tengo bastante con lo que hice».

Es este, sugirió el Papa, «el camino de la misericordia que debemos pedir». Si «todos nosotros, los pueblos, las personas, las familias, los barrios, tuviésemos esta actitud —exclamó—, ¡cuánta paz habría en el mundo, cuánta paz en nuestros corazones, porque la misericordia nos conduce a la paz!».

Santo Padre Francisco: Nadie puede juzgarte

Meditación del lunes, 17 de marzo de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

IV. El juicio erróneo

1790 La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos.

1791 Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede “cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega” (GS 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete.

1792 El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.

1793 Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.

1794 La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo “de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera” (1 Tm 1,5; 3, 9; 2 Tm 1, 3; 1 P 3, 21; Hch 24, 16).

«Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad» (GS 16). 

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

El día de hoy, cada vez que me vea tentado a juzgar una persona, pensaré en todas las cosas buenas que en ella se esconden.

Diálogo con Cristo

Jesús, dame tus ojos para ver a tus hijos con el mismo amor con el que Tú los ves, y si en algún momento te soy infiel y endurezco mi corazón juzgando a mis hermanos, dame la gracia de darme cuenta de mi error para así poder corregirme. Sé paciente conmigo, Señor, que tengo tanta soberbia en mi corazón y soy tan lento en aprender los modos del amor.

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Evangelio del día: una experiencia divina

Evangelio del día: una experiencia divina

Mateo 17, 1-9. Segundo Domingo del Tiempo de Cuaresma. La vida cristiana es escuchara a Jesús y donarlo a los demás… es una misión para toda la Iglesia, para todos los bautizados, para todos nosotros.

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 12, 1-4a

Salmo: Sal 33(32), 4-5.18-20.22

Segunda lectura: Segunda Carta de san Pablo a Timoteo, 2 Tim 1, 8b-10

Oración introductoria

Dios mío, cuando sé dejar a un lado mis preocupaciones y guardo el silencio necesario para experimentar tu cercanía, ¡qué bien me siento! No quiero que estos minutos pasen sin que yo me percate con Quién estoy. Ayúdame a estar dispuesto a acoger tu mensaje.

Petición

Dame una fe viva que se refleje en la docilidad interior a tu Palabra.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos presenta el acontecimiento de la Transfiguración. Es la segunda etapa del camino cuaresmal: la primera, las tentaciones en el desierto, el domingo pasado; la segunda: la Transfiguración. Jesús «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» (Mt 17, 1). La montaña en la Biblia representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el sitio de la oración, para estar en presencia del Señor. Allí arriba, en el monte, Jesús se muestra a los tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo; y luego aparecen Moisés y Elías, que conversan con Él. Su rostro estaba tan resplandeciente y sus vestiduras tan cándidas, que Pedro quedó iluminado, en tal medida que quería permanecer allí, casi deteniendo ese momento. Inmediatamente resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús su Hijo predilecto, diciendo: «Escuchadlo» (v. 5). ¡Esta palabra es importante! Nuestro Padre que dijo a los apóstoles, y también a nosotros: «Escuchad a Jesús, porque es mi Hijo predilecto». Mantengamos esta semana esta palabra en la cabeza y en el corazón: «Escuchad a Jesús». Y esto no lo dice el Papa, lo dice Dios Padre, a todos: a mí, a vosotros, a todos, a todos. Es como una ayuda para ir adelante por el camino de la Cuaresma. «Escuchad a Jesús». No lo olvidéis.

Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús es necesario estar cerca de Él, seguirlo, como hacían las multitudes del Evangelio que lo seguían por los caminos de Palestina. Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro itinerante, proponía sus enseñanzas, que eran las enseñanzas que le había dado el Padre, a lo largo de los caminos, recorriendo trayectos no siempre previsibles y a veces poco libres de obstáculos. Seguir a Jesús para escucharle. Pero también escuchamos a Jesús en su Palabra escrita, en el Evangelio. Os hago una pregunta: ¿vosotros leéis todos los días un pasaje del Evangelio? Sí, no… sí, no… Mitad y mitad… Algunos sí y algunos no. Pero es importante. ¿Vosotros leéis el Evangelio? Es algo bueno; es una cosa buena tener un pequeño Evangelio, pequeño, y llevarlo con nosotros, en el bolsillo, en el bolso, y leer un breve pasaje en cualquier momento del día. En cualquier momento del día tomo del bolsillo el Evangelio y leo algo, un breve pasaje. Es Jesús que nos habla allí, en el Evangelio. Pensad en esto. No es difícil, ni tampoco necesario que sean los cuatro: uno de los Evangelios, pequeñito, con nosotros. Siempre el Evangelio con nosotros, porque es la Palabra de Jesús para poder escucharle.

De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos, que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida. Y esto es curioso. Cuando oímos la Palabra de Jesús, escuchamos la Palabra de Jesús y la tenemos en el corazón, esa Palabra crece. ¿Sabéis cómo crece? ¡Donándola al otro! La Palabra de Cristo crece en nosotros cuando la proclamamos, cuando la damos a los demás. Y ésta es la vida cristiana. Es una misión para toda la Iglesia, para todos los bautizados, para todos nosotros: escuchar a Jesús y donarlo a los demás. No olvidarlo: esta semana, escuchad a Jesús. Y pensad en esta cuestión del Evangelio: ¿lo haréis? ¿Haréis esto? Luego, el próximo domingo me diréis si habéis hecho esto: llevar un pequeño Evangelio en el bolsillo o en el bolso para leer un breve pasaje durante el día.

Y ahora dirijámonos a nuestra Madre María, y encomendémonos a su guía para continuar con fe y generosidad este itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y escuchar a Jesús y a «bajar» con la caridad fraterna, anunciando a Jesús.

Al término de la oración mariana, el Santo Padre, tras saludar a los grupos presentes, dirigió las siguientes palabras.

Os invito a recordar en la oración a los pasajeros y a la tripulación del avión de Malasia y a sus familiares. Estamos cerca de ellos en este difícil momento.

A todos deseo un feliz domingo y un buen almuerzo. ¡Hasta la vista!

Santo Padre Francisco

Ángelus del Domingo, 16 de marzo de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.

554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro «comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir […] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.; 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le «hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén» (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: «Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle» (Lc 9, 35).

555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para «entrar en su gloria» (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara («Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa» (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a. 4, ad 2):

«En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente, y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre» (Liturgia bizantina, Himno Breve de la festividad de la Transfiguración del Señor)

556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús «fue manifestado el misterio de la primera regeneración»: nuestro Bautismo; la Transfiguración «es es sacramento de la segunda regeneración»: nuestra propia resurrección (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 3, q. 45, a. 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo «el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que «es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios» (Hch 14, 22):

«Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San Agustín, Sermo, 78, 6: PL 38, 492-493).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

¿Qué estamos esperando para convertirnos en esta Cuaresma? ¿Por qué no volver a Dios con todo el corazón y con toda el alma, a través de la confesión y de los sacramentos? ¡No lo dejes para mañana! Hoy es el día de la salvación.

Diálogo con Cristo

Jesús, para experimentar y valorar auténticamente la misericordia necesito tomar conciencia de mi debilidad y poca correspondencia a tu gracia. Ayúdame a tener un encuentro personal contigo.

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Evangelio del día: El amor a los enemigos

Evangelio del día: El amor a los enemigos

Mateo 5, 43-48. Sábado de la 1.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Jesús nos pide amar a los enemigos, ¿cómo? Jesús nos lo dice: rezando por vuestros enemigos.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Ustedes han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’Pero yo les digo: ‘Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores’; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Deuteronomio, Dt 26, 16-19

Salmo: Sal 119(118), 1-8

Oración introductoria

Señor, gracias por mostrarme tan claramente las actitudes que deben regular mis relaciones con los demás y, sobre todo, gracias por este nuevo día y por este momento de oración, oportunidad para crecer en mi amor y amistad contigo.

Petición

Señor, limpia mi corazón y pon un nuevo espíritu de bondad, semejante al tuyo.

Meditación del Santo Padre Francisco

Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir, es difícil; ni siquiera es un «buen negocio». Sin embargo es el camino indicado y recorrido por Jesús para nuestra salvación. En su homilía del 18 de junio el Pontífice recordó que la liturgia propone estos días reflexionar sobre los paralelismos entre «la ley antigua y la ley nueva, la ley del monte Sinaí y la ley del monte de las Bienaventuranzas». Entrando en las lecturas —de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (8, 1-9) y del Evangelio de Mateo (5, 43-48)—, el Santo Padre se detuvo en la dificultad del amor a los enemigos, preguntándose cómo es posible perdonar: «También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los enemigos».

«Jesús nos dice dos cosas —expresó el Papa afrontando la cuestión de cómo amar a los enemigos—: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Su amor es para todos. Y Jesús concluye con este consejo: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”». Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en «la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos», cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza.

«Jesús nos pide amar a los enemigos -insistió-. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos». La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, «alguna pequeña enemistad».

Es cierto: «el amor a los enemigos nos empobrece, nos hace pobres, como Jesús, quien, cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre». Tal vez no es un «buen negocio» —agregó el Pontífice—, o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin embargo «es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús» hasta conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos.

Santo Padre Francisco: El arte de amar a los enemigos

Meditación del martes, 18 de junio de 2013

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

«Amad a vuestros enemigos», ¿cuál es el sentido de esas palabras? ¿Por qué Jesús pide amar a los propios enemigos, o sea, un amor que excede la capacidad humana? En realidad, la propuesta de Cristo es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este «plus» viene de Dios: es su misericordia, que se ha hecho carne en Jesús y es la única que puede «desequilibrar» el mundo del mal hacia el bien, a partir del pequeño y decisivo «mundo» que es el corazón del hombre.

Esta página evangélica se considera la charta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal —según una falsa interpretación de «presentar la otra mejilla»—, sino en responder al mal con el bien, rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad.

El amor a los enemigos constituye el núcleo de la «revolución cristiana», revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los «pequeños», que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 18 de febrero de 2007

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

«AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»

Jesús dice a sus discípulos: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13, 34).

2196 En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los mandamientos, Jesús responde: «El primero es: “Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No existe otro mandamiento mayor que éstos» (Mc 12, 29-31).

El apóstol san Pablo lo recuerda: «El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 8-10).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Por amor a Dios, ser misericordioso y perdonar, a la primera, cualquier ofensa que reciba.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, dame la gracia para que el Reino de los cielos sea una realidad en mi vida al saber responder la agresión con la comprensión, que la preocupación por asegurar el bien económico no me lleve a la mezquindad y, sobre todo, que me convierta en un infatigable discípulo y misionero de tu amor, porque el mundo te necesita y yo debo llevarte al mundo.

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La «no violencia» cristiana no consiste en rendirse ante el mal sino en responder al mal con el bien, rompiendo de este modo la cadena de la injusticia.

Santo Padre Benedicto XVI

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Evangelio del día: Perdona a tu hermano

Evangelio del día: Perdona a tu hermano

Mateo 5, 20-26. Viernes de la 1.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Para cuidar qué decimos a los demas, pidamos al Señor la gracia para ajustar nuestra vida a la ley de la mansedumbre, del amor y de la paz.

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «No matarás», y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Ezequiel, Ez 18, 21-28

Salmo: Sal 130(129), 1-8

Oración introductoria

Señor, quiero tomar conciencia de la cercanía que Tú tienes conmigo, para que pueda valorar lo que Tú haces por mí. Señor, Tú me has perdonado muchas veces. Concédeme verlo y palparlo, para que, siguiendo tu ejemplo, mi corazón perdone y ame a los que me hieran de alguna forma.

Petición

Señor, que me dé cuenta de que soy un cristiano necesitado de tu gracia y de amor.

Meditación del Santo Padre Francisco

El enfado y el insulto al hermano pueden matar. Fue la advertencia del Papa Francisco […] comentando el pasaje del evangelio de Mateo (5, 20-26), donde se narra que quien se enfada con el propio hermano será procesado. Y al aludir también a san Juan, quien, respecto a aquel que expresa resentimiento y odio hacia el hermano, en realidad, en su corazón, ya lo mata, el Papa puso de relieve la necesidad de entrar en la lógica del perfeccionamiento, es decir, «ajustar nuestra conducta». Evidentemente se refiere al tema de «desacreditar al hermano a partir de pasiones interiores nuestras. Y en concreto el insulto». El Pontífice hizo notar irónicamente cuánto se ha extendido «en la tradición latina» recurrir al insulto con «una creatividad maravillosa, porque vamos inventando uno tras otro».

Cuando Jesús pronunció las palabras que recoge el Evangelio del día —recordó el Pontífice, hablando en esta ocasión en su español, ante la presencia de un nutrido grupo de argentinos—, inicia con una frase: «la justicia de ustedes tiene que ser superior a la justicia que están viendo ahora, la de los escribas y fariseos». Por ello —añadió el Santo Padre— quien «entra en la vida cristiana, el que acepta seguir este camino, tiene exigencias superiores a las de los demás». Y aquí una puntualización: «No tiene ventajas superiores. ¡No! Exigencias superiores». Jesús menciona algunas de ellas, como «las exigencias de la convivencia», pero luego indica también «el tema de la relación negativa hacia los hermanos». Las palabras de Jesús —subrayó— no dejan vía de escape: «Ustedes han oído que se dijo en el pasado: no matarás. Y el que mata debe ser llevado al tribunal. Pero yo les digo que todo aquél que se enoja contra su hermano merece ser condenado, y todo aquel que lo insulta merece ser castigado por el tribunal». Respecto al insulto —indicó el Papa—, Jesús es aún más radical y «va mucho más allá». Porque dice que cuando ya «en tu corazón hay algo negativo» contra el hermano y se expresa «con un insulto, con una maldición o con enojo, hay algo que no funciona, y te tenés que convertir, tenés que cambiarlo».

El Papa Francisco pidió al Señor la gracia para todos de «cuidar un poquito más la lengua con lo que decimos de los demás». Sin duda es «una pequeña penitencia, pero da buenos frutos». E insistió en la necesidad de pedir al Señor la gracia de «ajustar nuestra vida a esta nueva ley, que es ley de la mansedumbre, ley del amor, ley de la paz».

Santo Padre Francisco: Cuando la lengua mata

Meditación del jueves, 13 de junio de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, —“perdona nuestras ofensas”— podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es “para la remisión de los pecados”. Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: “como”.

«Perdona nuestras ofensas»…

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19, 26).

… «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

2842 Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):

«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Rezar un Ave María por aquellas personas que nos han ofendido y pedir a Dios la gracia de perdonar de corazón.

Diálogo con Cristo

Jesús, Tú me conoces muy bien y sabes cuánto quiero agradarte, pero también conoces cuán débil soy y que tengo muchas caídas a pesar de mis luchas. Ayúdame, por eso, Señor, a esforzarme por agradarte más, sirviendo a los hombres, quienes son tus hijos y mis hermanos. Quiero practicar cada día más la caridad, virtud principal de tu corazón. Ayúdame como cristiano a ser faro del amor. Pues sólo así seré reconocido como discípulo tuyo.

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«Nada nos asemeja más a Dios que el estar siempre dispuestos a perdonar»

San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 61

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