El Santo Ángel Custodio del Reino de España: historia, oración y marcha

El Santo Ángel Custodio del Reino de España: historia, oración y marcha

Conocer bien las necesidades, calcular bien las fuerzas disponibles, precisar bien las metas, he ahí algunas obligadas resoluciones en el plan de acción para la renovación total en el campo católico. Pero en estos tiempos, más que nunca, hace falta tener presente que nuestras armas o recursos son, sobre todo, los espirituales y que, entre ellos, hay que contar con la protección de los ángeles. Por algo la Iglesia reza constantemente: «Tú, príncipe de la celestial milicia, relega al infierno con divino imperio a Satanás y a los demás espíritus malignos que, en su intento de perder a las almas, recorren la tierra». Sí, que «no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires».

Los ángeles buenos son innumerables. Millones de millones. Y el Creador de ellos les dictó instrucciones detalladísimas respecto a nosotros. Y así como la Iglesia a cada nación accede gustosa a darle algún santo patrono, así también Dios a cada una le señala su correspondiente ángel custodio. De manera que, entre todos aquellos seres a quienes puede llamárseles vicegerentes supremos del Señor, los unos son visibles, invisibles los otros. Visibles: en el orden y esfera religiosa, el Romano Pontífice; en el orden y esfera secular, el Jefe de cada Estado. Invisibles: en la esfera y orden eclesiástico, un hombre —San José, universal patrono— y un ángel —San Miguel, protector de la Iglesia como antes lo había sido del pueblo hebreo—; en la esfera y orden nacionales, un hombre —Santiago para España— y un ángel —el Ángel Custodio de la Patria».

Cuando subía España la penosa cuesta del siglo más desgraciado de su historia, obtuvo como compatrono a su ángel tutelar, en honor del cual le fueron aprobados por la Santa Sede oficio y misa propios con rito doble de segunda clase y octava, señalando la fiesta para el primero de octubre. Transcurrieron los años y se dio al olvido aquella concesión que, sin embargo, parecía ser tan providencial. Pero nuevamente un gran siervo de Dios, el sacerdote tortosino Manuel Domingo y Sol, destacado apóstol de la devoción general a los ángeles, promovió también ardorosamente la de aquel a quien llamaba con cariño sin límites «su» Santo Ángel de España. «Nadie, decía, me estima bastante a mi Ángel de España, a pesar de su patronato. Es una incuria incomprensible el olvido en que le tenemos. ¿Cómo no hemos de redoblar nuestras oraciones a él hoy que nuestra España se encuentra agitada y combatida por las sectas del infierno, que tratan de arrebatarle el tesoro de su fe y empobrecerla y humillarla? Las circunstancias críticas de España reclaman acudir a él».

Desde 1880, al menos, hasta 1909, año en que voló al cielo, se desvivió en múltiples formas para atraer la atención de España hacia el olvidado protector. Fue este entusiasmo, en el celoso sacerdote, efecto natural de su ardiente devoción a los ángeles y de su profundo patriotismo. Después de perseverantes pesquisas pudo al fin conseguir una estampa del Santo Ángel del Reino editada en Valencia en 1837. No le satisfizo cuando la hubo visto y entonces ideó otra que resultó preciosa, diseñada bajo su inspiración por el dibujante barcelonés Paciano Ros y reproducida en fototipia por los talleres, también barceloneses, Thomas Y Compañía. En lo alto del firmamento, un corazón envuelto en llamas, rodeado de esta inscripción: «¡Reinaré en España!» Debajo, la Purísima, con Santiago y Santa Teresa a sus lados. En el centro inferior, ya en tamaño grande, fina y bellamente dibujado, el Santo Ángel, lleno de majestad, una espada en la diestra y el mapa de España delicadamente protegido con la mano izquierda. En, el fondo, revolviéndose y pretendiendo erguirse, dos monstruos infernales. Finalmente, aquel texto del salmo 33: «Enviará el Señor su ángel alrededor de los que le temen y los librará». Y esta invocación: «Virgen Inmaculada, Santiago Apóstol, Santa Teresa de Jesús y Santo Ángel, patronos de España, conservadnos la fe y defendednos de los enemigos de nuestra patria». Imprimió, por lo pronto 85.000 estampas en diversos tamaños y 90.000 hojas de propaganda de esta devoción. Más tarde costeó otras cien mil estampas y hojas volanderas.

 "Tú, príncipe de la celestial milicia, relega al infierno con divino imperio a Satanás y a los demás espíritus malignos que, en su intento de perder a las almas, recorren la tierra". Sí, que "no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires".El 6 de mayo de 1896 le autorizó su prelado para establecer en la diócesis una piadosa liga de oraciones al Santo Ángel del Reino. Dos días después, en los varios periódicos de Tortosa y en revistas de distintas capitales publicó ampliamente el proyecto. Escribió asimismo a todos los seminarios de España invitándoles a que fundasen otros tantos centros diocesanos para extender dicha unión. De más de doce sitios le contestaron enseguida aceptando encantados y los señores obispos indulgenciaron la inscripción. Simultáneamente hizo prender el fuego en los alumnos del Colegio de San José de Roma fundado por él hacía cuatro años. Y así lo atestiguan varios prelados que habían seguido allí sus estudios. Uno de ellos escribe: «De ti, amado padre, aprendí a venerar, a amar al Santo Ángel Custodio de España. En el Pontificio Colegio Español de San José de Roma, con fervor piadoso y con patriótico ardimiento, inculcabas a todos los alumnos esta santa devoción. Por tu amor salgo a propagarla. Mejor que antes en la tierra puedes ahora desde el cielo lograr que se extienda y arraigue». Estas palabras constituyen la «dedicatoria» de la sustanciosa y bellísima «novena» —todo un tratado de Ángelología— que en honor del Santo Ángel Custodio de España publicó en 1917 el Dr. D. Leopoldo Eijo y Garay, más tarde Excmo. Patriarca-Obispo de Madrid-Alcalá. Tal joya de novena fue reeditada el año 1936 en Vitoria por la Dirección General de la Obra Pontificia de la Santa Infancia. ¿No cabría pensar que la difusión de esa novena precisamente aquellos años pudo ser parte para la asombrosa victoria de quienes, en los humano, éramos impotentes ante los formidables enemigos de la guerra… y de la posguerra?

En 1920 el Santo Ángel Tutelar de España tenía ya un espléndido altar en la parroquia de San José de Madrid. Fue inaugurado el 13 de mayo de ese año, con asistencia de la Real Familia en pleno. Y aquel mismo día quedó también establecida, a propuesta de Su Majestad D. Alfonso XIII, la «Asociación Nacional del Santo Ángel Custodio del Reino». Alma de todo ello fue otro hijo espiritual de don Manuel Domingo y Sol: el sacerdote don Luís Íñigo, quien, como testamentario de aquél en todo lo concerniente al Santo Ángel, logró ver puesta en marcha la asociación en cuarenta provincias de España. Él fue quien una vez nos dijo: «En mi última entrevista con don Manuel, me hizo prometerle que no abandonaría el asunto del Santo Ángel mientras yo viviese. La primera parte de mi propósito está conseguida, pues en toda España se conoce y se practica la devoción al Santo Ángel. Ahora quisiera que se fomentase entre los niños esta devoción y que, en un día determinado, los niños y niñas de los colegios asistiesen a una fiesta en la que desfilasen ante la imagen del Santo Ángel y depositasen a sus pies una flor y diesen un beso a la bandera española».

Copiosa correspondencia se cruzó también entre el siervo de Dios y su joven amigo sobre otra iniciativa del primero: la de erigir en el Cerro de los Ángeles, próximo a Madrid, un monumento al Santo Ángel de España. No es posible expresar en pocas líneas todas las reservas de entusiasmo que el insigne apóstol dedicó a este proyecto. La tarde del 21 de abril de 1902 fue personalmente al Cerro de Getafe, entonó una salve a Nuestra Señora de los Ángeles en la iglesia y después, con íntima ilusión, se puso a planear y discurrir, pareciéndole todo cosa facilísima en punto a ejecución. Las enfermedades y las atenciones a sus muchas empresas le impidieron luego caminar deprisa, pero hasta tres meses antes de morir siguió escribiendo a unos y otros sobre el acariciado anhelo. Entre otros encargos hizo éste: «Que la hermandad deje aquí un recuerdo a su abogado». Se refiere a la Hermandad de Sacerdotes Operarios del Corazón de Jesús, en cuyas constituciones, redactadas por él, nombra varias veces al Santo Ángel de España, elegido para la misma como abogado especial.

Se pregunta uno ahora: ¿no sería deseable que, dentro de la más perfecta armonía arquitectónica, ese deseo de un santo quedase al fin plasmado entre las edificaciones que hoy ocupan el sagrado lugar, centro geográfico de la Península?

Cuando solamente existía allí la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, la mente de don Manuel Domingo y Sol relacionaba con dicha iglesia el soñado monumento. Ahora en cambio, ante el nuevo carácter que han revestido aquellas alturas, él, si viviese, revisaría sin duda su concepción primera, para estudiar en qué sitio preciso parecía mejor instalarlo. El no haberlo realizado medio siglo atrás puede hoy ser un bien, para que resulte posible planearlo de un modo definitivo, Una vez colocado allí el Santo Ángel del Reino, se atraería fácilmente las miradas y los corazones de toda España. Podría al mismo tiempo inspirarles a los católicos extranjeros que pasan por Madrid la magnífica idea de difundir en sus naciones la devoción al respectivo ángel tutelar de ellas.

Pocos años después de haber fallecido don Manuel Domingo y Sol, el ángel de Portugal en 1916 se apareció varias veces a los privilegiados niños de Fátima. Por conducto de ellos pidió a la humanidad oración, penitencia, reparación eucarística, recurso confiadísimo al Inmaculado Corazón de María. ¡Qué gozo ver así confirmada la designación, por parte de Dios, de ángeles custodios de las naciones! Harto bien lo sabía el apostólico varón tantas veces citado, quien hablaba de los ángeles. Como si los estuviera viendo y escribía de ellos, por ejemplo: «Hay que poner en contacto, a los ángeles de España y de Portugal. Diríase que, reñidos los españoles y los portugueses —vecinos del entresuelo y del principal—, no se cuidan para nada los unos de los otros». Ese propósito de poner en contacto a los dos celestiales confidentes y amigos suyos apuntaba en último término a su elevado plan de promover a fondo el intercambio cultural y apostólico de una y otra nación hermanas. Y así le confiaba también sus empresas de celo al Santo Ángel Custodio de Francia cuando la cruzaba muchas veces en sus viajes a Roma.

¿Qué hacer entonces para aprovechar tan útil ejemplo de santo patriotismo? Ante todo, naturalmente, ahondar en la fe de que, como dice San Pablo, «todos los ángeles son gestores de Dios, puestos al servicio de quienes hemos de lograr salvarnos». Después, recordar que la custodia de los ángeles es una admirable aplicación de la providencia divina; tener presente que en todas nuestras buenas obras intervienen los ángeles. Felicitarnos, además, de que, como advierte San Bernardo, los ángeles reúnan en sí tres magníficas dotes que siempre deseamos y exigimos en los supremos gobernantes: lealtad a toda prueba, prudencia exquisita y un poder inmenso. También son luz para las almas; su vigor nos contagia; saben, quieren y pueden defender nuestros intereses materiales. ¿Caben disposiciones más deseables en el ángel tutelar de una patria?

Lo que falta ahora es que esa patria se ejercite generosamente en aquellas virtudes en que los ángeles se complacen tanto: sumisión fiel y disciplinada a las órdenes del Altísimo; pureza e integridad cristianas; singularísima predilección por toda clase de obras consagradas a la educación e instrucción de los niños. Muy bien se ha preguntado: «¿Quién sabe si las calamidades que muchas veces llueven sobre los pueblos son la venganza de los ángeles por el abandono en que se deja a los niños, por los escándalos que se dan a los niños, por el daño que se causa a los ángeles de la tierra corrompiéndoles el corazón y la inteligencia? Espanta pensar cuán terribles deben de ser las órdenes del santo ángel de una nación a los demás ángeles, para vengar… tantos crímenes como se cometen contra los niños, aun antes de que nazcan. Quienes aman a los niños con amor cordial práctico se atraen la complacencia de los ángeles y, sobre todo, del santo ángel tutelar de la patria».

Ojalá todas las editoriales, todos los publicistas católicos, todas las familias fervorosas inunden hoy a España otra vez con estampas del Santo Ángel del Reino y con impresos explicativos de la excelsa misión que le está confiada en el plan divino. ¡Quién viera en todos los hogares, junto a la imagen del ángel individual de la guarda, venerada también la del Santo Ángel de la Nación! ¡Y quién viera que el amor a Él no sólo penetraba en las casas, sino que se adueñaba de las madres españolas y que éstas, con sus palabras, chispas de fuego del corazón, con miradas que son ráfagas de luz del entendimiento, con besos, insuperables para imprimir hondamente en el alma las ideas y afectos, grababan en las de sus hijitos, a la vez que la devoción al ángel de la guarda y al del Reino, el amor a la Iglesia y a la patria! ¡Quién pudiera lograr que simultáneamente esa devoción privada se transformase en pública y que en los templos se levantasen altares dedicados al príncipe de la milicia celestial guardiana de España, y que nuestras juventudes se congregasen en torno a esas imágenes para enardecerse en amor a la patria española y católica, a fin de estar dispuestas a derramar por ella la sangre cuantas veces fuera necesario!

Si para organizarlo todo ello se infundía vida nueva a la Asociación Nacional del Santo Ángel del Reino, mejor aún. Finalidad suya sería propagar por todas las diócesis la devoción al mismo. Fomentar en todos los españoles la santa virtud del patriotismo. Obtener del Corazón divino de Jesús por intercesión del Ángel del Reino el engrandecimiento espiritual y temporal de España. Que, al fin y al cabo, ese Corazón amabilísimo, fusilado un primer viernes de mes en su imagen, pero entronizado otra vez allí mismo en el centro de la Península, él es quien ha confiado al Ángel del Reino el mando supremo de las fuerzas angélicas encargadas de la defensa individual y social de los españoles.

«¿Con cuántas divisiones militares cuenta el Vaticano?», preguntó un día Stalin. ¿Con qué posibilidades en tierra mar y aire, con qué superproducción de armas nucleares —preguntamos nosotros—, con qué seguridades de defensa y victoria cuenta una nación como la nuestra, no opulenta ni mucho menos, en estos años explosivos de la historia del mundo?

Respuesta primerísima: por lo pronto, con aquellas armas que un ángel dejó ver a Judas Macabeo. Y después, sobre todo, con el arma de aquella fe invencible que habló así por tantos labios y que jamás dejará de hablar: «Nuestro Dios, al que servimos, puede librarnos del horno encendido. Y si no quisiere, sábete, rey, que no adoraremos a los falsos dioses ni inclinaremos la cabeza ante la estatua que has levantado.»

Fuente: Buebaventura Pujol, mercaba.org

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Oración al Santo Ángel Custodio del Reino

 "Tú, príncipe de la celestial milicia, relega al infierno con divino imperio a Satanás y a los demás espíritus malignos que, en su intento de perder a las almas, recorren la tierra". Sí, que "no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires".

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Marcha al Santo Ángel Custodio, de Antonio moreno Pozo

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Santo Padre Francisco: «Vivir en familia no siempre es fácil»

Santo Padre Francisco: «Vivir en familia no siempre es fácil»

[…] Doy gracias a Dios por estar en esta tierra chiapaneca. Es bueno estar en este suelo, es bueno estar en esta tierra, es bueno estar en este lugar que con ustedes tiene sabor a familia, a hogar. Le doy gracias por sus rostros y por su presencia, le doy gracias a Dios por el palpitar de su presencia en las familias de ustedes. Y también gracias a ustedes, familias y amigos, que nos han regalado sus testimonios, que nos han abierto las puertas de sus casas, las puertas de sus vidas; nos han permitido estar en sus «mesas» compartiendo el pan que los alimenta y el sudor frente a las dificultades cotidianas. El pan de las alegrías, de la esperanza, de los sueños y el sudor frente a las amarguras, la desilusión y las caídas. Gracias por permitirnos entrar en sus familias, en su mesa, en su hogar.

Manuel, antes de darte gracias a vos por tu testimonio, quiero dar gracias a tus padres, los dos de rodillas delante tuyo teniéndote el papel. ¿Vieron qué imagen es esa? Los padres de rodillas ante el hijo que está enfermo. No nos olvidemos de esa imagen. Por ahí, de vez en cuando ellos se pelean, por ahí. ¿Qué marido y qué mujer no se pelea? Y más cuando se mete la suegra, pero no importa. Pero se aman, y nos han demostrado que se aman y son capaces, por el amor que se tienen, de ponerse de rodillas delante de su hijo enfermo. Gracias amigos por ese testimonio que han dado y sigan adelante. ¡Gracias! Y a vos, Manuel, gracias por tu testimonio y especialmente por tu ejemplo. Me gustó esa expresión que usaste: «Echarle ganas», como la actitud que tomaste después de hablar con tus padres. Comenzaste a echarle ganas a la vida, echarle ganas a tu familia, echar ganas entre tus amigos; y nos has echado ganas a nosotros aquí reunidos. Gracias. Creo que es lo que el Espíritu Santo siempre quiere hacer en medio nuestro: echarnos ganas, regalarnos motivos para seguir apostando a la familia, soñando, construyendo una vida que tenga sabor a hogar y a familia. ¿Le echamos ganas? [Responden: «Sí»]. Gracias.

Y es lo que el Padre Dios siempre ha soñado y por lo que, desde los tiempos lejanos, el Padre Dios ha peleado. Cuando parecía todo perdido, esa tarde en el jardín del Edén, el Padre Dios le echó ganas a esa joven pareja y le dijo que no todo estaba perdido. Y cuando el Pueblo de Israel sentía que no daba más en el camino por el desierto, el Padre Dios le echó ganas con el maná. Y cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Padre Dios le echó ganas a la humanidad para siempre y nos mandó a su Hijo.

De la misma manera, todos los que estamos acá hemos hecho experiencia de eso, en muchos momentos y de diferentes formas: el Padre Dios le ha echado ganas a nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿Por qué?

Porque no sabe hacer otra cosa. Nuestro Padre Dios no sabe hacer otra cosa que querernos y echarnos ganas, y empujarnos, y llevarnos adelante, no sabe hacer otra cosa, porque su nombre es amor, su nombre es donación, su nombre es entrega, su nombre es misericordia. Eso nos lo ha manifestado con toda fuerza y claridad en Jesús, su Hijo, que se la jugó hasta el extremo para volver a hacer posible el Reino de Dios. Un Reino que nos invita a participar de esa nueva lógica, que pone en movimiento una dinámica capaz de abrir los cielos, capaz de abrir nuestros corazones, nuestras mentes, nuestras manos y desafiarnos con nuevos horizontes. Un reino que sabe de familia, que sabe de vida compartida. En Jesús y con Jesús ese reino es posible. Él es capaz de transformar nuestras miradas, nuestras actitudes, nuestros sentimientos, muchas veces aguados, en vino de fiesta. Él es capaz de sanar nuestros corazones e invitarnos una y otra vez, setenta veces siete, a volver a empezar. Él es capaz de hacer siempre todas las cosas nuevas.

Manuel, vos me pediste que rezara por muchos adolescentes que están desanimados y andan por malos pasos. Lo sabemos, ¿no? Muchos adolescentes sin ánimo, sin fuerza, sin ganas. Y, como bien dijiste, Manuel, muchas veces esa actitud nace porque se sienten solos, porque no tienen con quien hablar. Piensen los padres, piensen las madres: ¿hablan con sus hijos y sus hijas o están siempre ocupados, apurados?; ¿juegan con sus hijos y sus hijas? Y eso me recordó el testimonio que nos regaló Beatriz. Beatriz, vos dijiste: «La lucha siempre ha sido difícil por la precariedad y la soledad». ¿Cuántas veces te sentiste señalada, juzgada: «esa». Pensemos en toda la gente, todas las mujeres que pasan por lo que pasó Beatriz. La precariedad, la escasez, el no tener muchas veces lo mínimo nos puede desesperar, nos puede hacer sentir una angustia fuerte, ya que no sabemos cómo hacer para seguir adelante y más cuando tenemos hijos a cargo. La precariedad no sólo amenaza el estómago (y eso ya es decir mucho), sino que puede amenazar el alma, nos puede desmotivar, sacar fuerza y tentar con caminos o alternativas de aparente solución, pero que al final no solucionan nada. Y vos fuiste valiente, Beatriz, gracias. Existe una precariedad que puede ser muy peligrosa y que se nos puede ir colando sin darnos cuenta, es la precariedad que nace de la soledad y el aislamiento. Y el aislamiento siempre es un mal consejero.

Manuel y Beatriz usaron sin darse cuenta la misma expresión, ambos nos muestran cómo muchas veces la mayor tentación a la que nos enfrentamos es «cortarnos solos» y lejos de «echarle ganas»; esa actitud es como una polilla que nos va corroyendo el alma, nos va secando el alma.

La forma de combatir esta precariedad y aislamiento, que nos deja vulnerables a tantas aparentes soluciones –como la que Beatriz mencionaba–, se tiene que dar a diversos niveles. Una es por medio de legislaciones que protejan y garanticen los mínimos necesarios para que cada hogar y para que cada persona pueda desarrollarse por medio del estudio y un trabajo digno. Por otro lado, como bien lo resaltaba el testimonio de Humberto y Claudia, cuando nos decían que buscaban la manera de transmitir el amor de Dios que habían experimentado en el servicio y en la entrega a los demás. Leyes y compromiso personal son un buen binomio para romper la espiral de la precariedad. Y ustedes se animaron, y ustedes rezan, y ustedes están con Jesús, y ustedes están integrados en la vida de la Iglesia. Usaron una linda expresión: «Comulgamos con el hermano débil, el enfermo, el necesitado, el preso». Gracias, gracias.

Hoy en día vemos, y vivimos por distintos frentes, cómo la familia está siendo debilitada, cómo está siendo cuestionada. Cómo se cree que es un modelo que ya pasó y que no tiene espacio en nuestras sociedades y que, bajo la pretensión de modernidad, propician cada vez más un modelo basado en el aislamiento. Y se van inoculando en nuestras sociedades –se dicen sociedades libres, democráticas, soberanas–, se van inoculando colonizaciones ideológicas que la destruyen y terminamos siendo colonias de ideologías destructoras de la familia, del núcleo de la familia, que es la basa de toda sana sociedad.

Es cierto, vivir en familia no siempre es fácil, muchas veces es doloroso y fatigoso, pero creo que se puede aplicar a la familia lo que más de una vez he referido a la Iglesia: prefiero una familia herida, que intenta todos los días conjugar el amor, a una familia y sociedad enferma por el encierro o la comodidad del miedo a amar. Prefiero una familia que una y otra vez intenta volver a empezar a una familia y sociedad narcisista y obsesionada por el lujo y el confort. ¿Cuántos chicos tenés? «No, no tenemos, porque, claro, nos gusta salir de vacaciones, ir a turismo, quiero comprarme una quinta». El lujo y el confort, y los hijos quedan y, cuando quisiste tener uno, ya se te pasó la hora. ¿Qué daño que hace eso, eh? Prefiero una familia con rostro cansado por la entrega a una familia con rostros maquillados, que no han sabido de ternura y compasión. Prefiero un hombre y una mujer, don Aniceto y señora, con el rostro arrugado por las luchas de todos los días, que después de más de 50 años se siguen queriendo, y ahí los tenemos; y el hijo aprendió la lección, ya lleva 25 de casado. Esas son las familias. Cuando les pregunté recién a don Aniceto y señora quién tuvo más paciencia en estos más de 50 años: «Los dos, padre». Porque en la familia para llegar a lo que ellos llegaron hay que tener paciencia, amor, hay que saber perdonarse. «Padre, una familia perfecta nunca discute». Mentira, es conveniente que de vez en cuando discutan y que vuele algún plato, está bien, no le tengan miedo. El único consejo es que no terminen el día sin hacer la paz, porque si terminan el día en guerra van a amanecer ya en guerra fría, y la guerra fría es muy peligrosa en la familia porque va socavando desde abajo las arrugas de la fidelidad conyugal. Gracias por el testimonio de quererse por más de 50 años. Muchas gracias.

Y, hablando de arrugas –para cambiar un poco el tema– recuerdo el testimonio de una gran actriz –actriz de cine latinoamericana–, cuando ya casi sesentona comenzaba a mostrarse las arrugas de la cara y le aconsejaron un «arreglo», un «arreglito» para poder seguir trabajando bien, su respuesta fue muy clara: «Estas arrugas me costaron mucho trabajo, mucho esfuerzo, mucho dolor y una vida plena, ni soñando las quiero tocar, son las huellas de mi historia». Y siguió siendo una gran actriz. En el matrimonio pasa lo mismo. La vida matrimonial tiene que renovarse todos los días. Y como dije antes, prefiero familias arrugadas, con heridas, con cicatrices pero que sigan andando, porque esas heridas, esas cicatrices, esas arrugas son fruto de la fidelidad de un amor que no siempre les fue fácil. El amor no es fácil; no es fácil, no, pero es lo más lindo que un hombre y una mujer se pueden dar entre sí, el verdadero amor, para toda la vida.

Me han pedido que rezara por ustedes y quiero empezar a hacerlo ahora mismo. Ustedes, queridos mexicanos, tienen un plus, corren con ventaja. Tienen a la madre: la Guadalupana. La Guadalupana quiso visitar estas tierras y esto nos da la certeza de tener su intercesión para que este sueño llamado familia no se pierda por la precariedad y la soledad. Ella es madre y está siempre dispuesta a defender nuestras familias, a defender nuestro futuro; está siempre dispuesta a «echarle ganas», dándonos a su Hijo. Por eso, los invito –como están, sin moverse mucho–, a tomarse de las manos y decirle juntos a Ella: Dios te salve María….

Y no nos olvidemos de San José, calladito, trabajador, pero siempre al frente, siempre cuidando la familia. Gracias, que Dios los bendiga, y recen por mí.

Y ahora los quiero invitar, en este marco de fiesta familiar, a que los matrimonios aquí presentes, en silencio, renueven sus promesas matrimoniales. Y los que están de novios, pidan la gracia de una familia fiel y llena de amor. En silencio, renovar las promesas matrimoniales y los novios pedir la gracia de una familia fiel y llena de amor.

VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA FRANCISCO A MÉXICO (12-18 DE FEBRERO DE 2016)
DISCURSO DEL SANTO PADRE EN EL ENCUENTRO CON LAS FAMILIAS
Estadio «Víctor Manuel Reyna», Tuxtla Gutiérrez
Lunes 15 de febrero de 2016

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San Dositeo, humilde hasta en su celebración, con recursos audiovisuales

San Dositeo, humilde hasta en su celebración, con recursos audiovisuales

Los años bisiestos tienen el inconveniente de celebrar un tanto aislada en clara desventaja con respecto a los demás santos la fiesta de los que el santoral coloca en este día. Menos mal que desde la altura de la santidad esa situación peculiar, debida a las imperfecciones humanas que no encuentran otra forma para medir el tiempo, a mí se me antoja que puede ser una más de las oportunidades que en el Cielo deben tener los bienaventurados para bromear entre ellos aquello de la gloria accidental y para ejercer su función de intercesores al compadecerse mejor de las flaquezas tan comprobables de los hombres.

Es el caso de Dositeo. Cuenta una antiquísima biografía suya que pasó los años de su juventud alineado en las filas del ejército, peleón como el primero y entusiasta de las victorias como el que más. Era cristiano. Entre guerra y guerra tuvo la oportunidad de visitar los Santos Lugares; peregrino piadoso, fue rememorando los acontecimientos de la Salvación que allí se realizaron; su amor a Jesucristo fue creciendo entre las piedras que ahora podía tocar y besar; en Getsemaní se quedó profundamente impresionado ante la visión de un cuadro que representaba los tormentos del Infierno. Aquello fue la ocasión para que diera un vuelco su vida. Decidió abandonar sus bien estudiados planes de futuro y los cambió por hacerse monje en Gaza (Palestina); desde entonces, intentó poner en juego todas sus energías con el fin de lograr la más perfecta imitación de Jesucristo, bajo la dirección del abad san Doroteo.

Desprendimiento es la palabra-clave desde entonces.

Comprendió con claridad que cualquier persona, cosa y situación de la tierra podría servirle de enredo y estorbo para el anhelo del Cielo. Y con el paso del tiempo cuentan sus biógrafos, logró un desapego completo y perfecto de todas las cosas, manifestado incluso en el desprendimiento de los libros para los rezos y de las herramientas con las que trabajaba su huerto.

Debían tener razón, porque ¡tantas veces se oculta el apegamiento detrás de la razonable excusa de poseer las cosas consideradas imprescindibles para el ejercicio de la profesión, o de las que son un medio para vivir! De esta manera, se presenta al asceta san Dositeo como un inmenso mazo de amor a Dios, un hombre cuya voluntad está plena deseos, de ansias, de anhelos de vivir en exclusiva para el Señor, con la decisión de entrar en su eterna posesión sin la rémora o lastre que pueda suponer el más ínfimo cariño a las cosas terrenas.

Pensándolo bien, no es extraño que con esa desnudez heroica de afectos a lo que la mayoría de los mortales aprecian, Dositeo haya dado una prueba más al acertar a morirse en el día del año que sólo cada cuatro llega. Así, ni siquiera está apegado a su recuerdo.

Fuente: Mercaba.org

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Otras biografías en la red

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Recursos audiovisuales

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Oraciones a san Gabriel de la Dolorosa

Oraciones a san Gabriel de la Dolorosa

¡Oh bienaventurado Gabriel de la Dolorosa, que, por vuestra afectuosísima devoción a la ínclita Virgen afligida al pié de la cruz, llegasteis a ser espejo de inocencia, modelo de santidad y taumaturgo del presente siglo por los estupendos milagros obrados en derredor de vuestro sepulcro! Dignaos mirarme benévolo desde el cielo y recabadme de la munificencia divina las fuerzas que he menester para precaver los peligros del alma, despreciar los halagos del mundo, neutralizar las asechanzas del demonio, triunfar de mis pasiones, llorar contrito mis culpas, secundar con generosidad de corazón las divinas inspiraciones y labrar mi santificación mediante un afecto sincero a la Pasión de Jesús y a los Dolores de mi Madre Maria, a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos aquí en la tierra, pueda igualmente haceros compañia en el cielo por toda la eternidad. Así sea.

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Oh Dios, que enseñaste a san Gabriel de la Dolorosa a meditar asiduamente los dolores de tu dulcísima Madre, y le concediste alcanzar por ella las cumbres de la santidad. Concédenos a nosotros, por tu intercesión y ejemplo, vivir tan unidos a tu Madre Dolorosa que gocemos siempre de su maternal protección. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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Oración a san Gabriel de la Dolorosa para los problemas del hogar

¡Oh bienaventurado san Gabriel de la Dolorosa!,
que fuiste destinatario del amor y la misericordia del Señor,que, por tu afectuosísima devoción
a la insigne Virgen María afligida al pié de la Cruz,
llegaste a ser espejo de inocencia y modelo de santidad.
Glorioso san Gabriel,
aclamado como prodigioso por los innumerables milagros
obrados en derredor de tu sepulcro,
dígnate mirarme benévolo desde el cielo
y alcánzame de la generosidad divina
las fuerzas y los medios necesarios
para prevenir los peligros del alma,
vencer las asechanzas del demonio,
llorar arrepentido mis culpas,
seguir con generosidad de corazón las divinas inspiraciones
y labrar mi santificación mediante un afecto sincero
a la Pasión de Jesús y a los Dolores de mi Madre María,
a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos aquí en la tierra,
pueda igualmente haceros compañía
en el cielo por toda la eternidad.

San Gabriel de nuestra Madre Dolorosa,
te suplicamos con enorme esperanza que intercedas
para que se remedien favorablemente las carencias,
las preocupaciones, agobios y sufrimientos
por los que pasamos en nuestro hogar
en estos momentos difíciles y adversos,
custódianos, defiéndenos, ruega por nosotros
y auxílianos en esta gran necesidad:

(hacer la petición).

Recibe bajo tu protección a nuestras familias,
para que en ellas tengamos salud y bienestar
para que convivamos en amor, unión y armonía,
y con tu mediación y la ayuda de nuestro Señor Jesucristo
y su bendita madre María Santísima
podamos solucionar nuestros problemas y necesidades,
enséñanos a practicar la caridad y la bondad,
a asistir, servir y complacer a nuestros hermanos
y alcánzanos el camino de la verdadera vida
para que lleguemos a gozar un día de los bienes eternos.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

Rezar la Salve, Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

San Gabriel de la Dolorosa, el santo de los jóvenes, con recursos audiovisuales

San Gabriel de la Dolorosa, el santo de los jóvenes, con recursos audiovisuales

Asís, la ciudad embalsamada por el recuerdo de San Francisco y Santa Clara, fue su cuna. Cuando nació pertenecía aún a los Estados pontificios, en cuya administración de justicia trabajaba, corno juez asesor, su padre.

Vino al mundo el 1 de marzo de 1838. Pocos años después, cuando el pequeño Francisco tenía sólo cuatro años, murió su madre. Él quedó huérfano, junto con sus doce hermanos, al cuidado de su padre, ejemplar y cristianísimo. Y a su padre debió una firme educación familiar, gracias a la cual pudo llegar a superar el obstáculo de un carácter propenso a la cólera, y que no dejaba de dar frecuentes muestras de terca obstinación.

Francisco Possenti, que así se llamaba antes de entrar en religión, hizo sus estudios primero con los hermanos de las Escuelas Cristianas, y después con los jesuitas de Spoleto, a donde se había trasladado su padre. Ya de escolar se iniciaron en él las luchas en torno a la vocación religiosa, que tanto habían de alargarse.

A los dieciséis años, la pubertad logra enfriar algo sus fervores infantiles. Una enfermedad le sirve de advertencia, y él, vuelto hacia el Señor, le promete entrar en religión si se cura. Pero, recobrada la salud, no tarda en olvidar aquella promesa. Nuevo aviso, nueva enfermedad, más peligrosa aún que la anterior. Perdida casi toda la esperanza, se encomienda al entonces Beato San Andrés Bobola y renueva su promesa de entrar religioso. En efecto, al aplicarle la imagen de San Andrés, queda dormido y horas después se despierta completamente curado. Pero… el mundo tiraba de él con fuerza. Se encontraba en plena juventud, tenía éxito entre las muchachas de Spoleto y, por otra parte, la vida religiosa se hacía muy dura para su carácter independiente.

Nuevo aviso del cielo: el cólera se lleva a una de sus hermanas, que él quería tiernamente. Parecía ya imposible desoír la voz de Dios. Y, en efecto, Francisco habla un día seriamente con su padre y le manifiesta que quiere entrar en religión. Cosa curiosa, su padre, tan cristiano, se niega. Le parece imposible que un muchacho tan frívolo pueda perseverar, y quiere probar antes aquella vocación que más le parece fruto de una impresión fuerte, la causada por la muerte de su hermana, que de una serena reflexión. Y hay un momento en que parece que todo le daba la razón. A pesar de haber manifestado tan seriamente su deseo de marchar del mundo, Francisco vuelve a su vida anterior, y, aun frecuentando los sacramentos, se muestra aficionado al teatro y se deja envolver por las vanidades del mundo.

El golpe definitivo iba a llegar de la manera más inesperada. El día de la octava de la Asunción de 1856 Francisco está viendo pasar, como simple espectador, una procesión en la que se lleva una imagen de la Santísima Virgen de gran veneración en Spoleto: regalo de Federico Barbaroja a la villa, se decía que había sido pintada por San Lucas. De pronto el joven levanta su mirada al cuadro de la Virgen, y se siente sobrecogido al ver fijos en él los ojos de la imagen. Le parece escuchar una voz que dice: «Francisco, el mundo no es para ti. Tienes que entrar en religión».

Se siente anonadado. Ya no hay que deliberar más. Lo que importa es poner cuánto antes por obra la decisión tomada. Pero su padre continúa oponiéndose. Y más cuando ve que el joven ha pedido su ingreso nada menos que en la austera congregación de los pasionistas. Buen cristiano, deja su padre el asunto en manos de dos eclesiásticos respetables. Los dos, al principio, se inclinan a pensar que Francisco no resistirá la vida pasionista. Los dos, después de haber escuchado al joven, se conciertan con él para eliminar las últimas dificultades. Y así el 21 de septiembre de 1856 Francisco Possenti cambiaba de hábito y de nombre. Pasaba a ser un novicio pasionista y a llamarse Gabriel de la Dolorosa. Había dejado su casa paterna y se encontraba en el retiro de Morrovalle.

Su vida religiosa iba a ser breve, pero intensísima. La adaptación le costó terriblemente. Acostumbrado al género de comidas propio de una casa acomodada, los toscos alimentos del pobre convento pasionista le causaban una repugnancia invencible. A pesar de las protestas de su naturaleza insistía en comer, hasta que los superiores, compadecidos, le permitieron temporalmente algún alivio. Lo mismo ocurría con todos los demás aspectos de la observancia. Sin querer aceptar la más mínima singularidad, seguía siempre al pie de la letra un horario y unos ejercicios que costaban mucho a su delicada complexión.

En febrero de 1858 comienza sus estudios, que le llevan primero al convento de Preveterino, después al de Camerino y finalmente al de Isola. En todos estos conventos dejó el recuerdo de su ejemplar aplicación. Dicen que tenía siempre ante los ojos aquellas palabras que había escrito un glorioso santo de su misma congregación, San Vicente María Strambi: «Cuando tenéis que entregaros al estudio, imaginaos que estáis rodeados por una multitud innumerable de pobres pecadores privados de todo socorro y que os piden con vivas instancias el beneficio de la instrucción, el camino que conduce a la salvación». Esta era la única preocupación de Gabriel: prepararse para el sacerdocio, al que, sin embargo, por sabios designios de Dios no habría de llegar.

De una parte estarían los trastornos políticos del reino de Nápoles. Y de otra parte lo impediría también su propia salud. Cuando ya empezaba a aproximarse la fecha de su ordenación sacerdotal, cuando ya, el 25 de mayo de 1861, había recibido las órdenes menores, la salud de Gabriel empezó a empeorar rápidamente. La tuberculosis se apoderó de él. Fue necesario recluirse en la enfermería y dedicarse de lleno a aceptar, con toda alegría y sumisión a la voluntad de Dios, aquel inmenso sufrimiento. De vómito de sangre en vómito de sangre, de ahogo en ahogo, vivirá así un año enteramente entregado a Dios, ofreciéndose a Él como holocausto y víctima.

Había sido ejemplar mientras estuvo sano. Sus compañeros quedaban maravillados al contemplar la ejemplaridad de la observancia. A la meditación de la pasión, típica de la congregación en la que había ingresado, añadió siempre un amor entusiasta, ingenioso, encendido a la Santísima Virgen. Se podría sacar un tratado completo de devoción a ella, espigando detalles de la vida de San Gabriel. Desde lo intelectual, con el estudio continuo de lo que se refiere a la Santísima Virgen y la lectura repetida de Las glorías de María, de San Alfonso, hasta lo mas menudo y cariñoso: todo un cúmulo de expresiones filiales que a cada paso surgen de sus labios y de su pluma. El amor a la Santísima Virgen fue ciertamente la palanca que le permitió subir rápidamente por el camino de la perfección.

Ejemplar también en la práctica de las virtudes religiosas. Amante de la pobreza hasta en los más mínimos detalles. Obedientísimo siempre, con anécdotas que casi nos hacen pensar en el mismo escrúpulo. Y hasta su amor a la castidad, con el voto que hizo de no mirar nunca a la cara a mujer alguna.

Y fue también muy ejemplar mientras estuvo enfermo. La presencia de Dios, que con tanta frecuencia solía él recordar, según es uso entre los pasionistas, en sus recreos, se hizo ya para él completamente actual durante todo el día. Solo en la enfermería, podía darse de lleno a tan santo ejercicio. Sus mismos padecimientos le daban ocasión de ejercitar su caridad para con sus hermanos a quienes, ni en lo más agudo de sus sufrimientos, quería nunca molestar. Así se constituyó en la admiración y el ejemplo de todos los estudiantes del convento.

Hacia el fin de diciembre de 1861 un nuevo vómito de sangre puso en peligro su vida. Aún pudo asistir a una misa el día de Navidad. Su estado quedó estacionado hasta el domingo 16 de febrero. Nueva crisis, nuevos y más horribles dolores, nuevo vómito de sangre. Al fin se vio claro que aquello no tenía remedio humano. Cuando se lo dijeron, tuvo primero un ligero movimiento de sorpresa, e inmediatamente después una gran alegría. Recibió el viático, y pidió perdón públicamente a todos sus hermanos. Pero aún no era la hora. Sólo el 26 de febrero se le dio la extremaunción. En la noche siguiente, tras de rechazar reiterados asaltos del enemigo, Gabriel pidió por última vez la absolución. Y habiéndola recibido, cruzadas las manos sobre el pecho, iluminado su rostro juvenil por una luz celestial, rindió su último suspiro suave y dulcemente. Había, comenzado el 27 de febrero de 1862.

Se le hubiera creído dormido cuando, echado en tierra sobre una tabla, según el uso de los pasionistas, le pudieron contemplar los religiosos antes de proceder a la inhumación en la capilla del convento. Pero, pese a la sencillez de su vida, transcurrida sin contacto con el mundo, entre las paredes de las casas de estudio pasionistas, pronto corrió por todas partes la voz de su admirable santidad. En 1892 se hizo la exhumación de sus restos. Iban llegando de todas partes noticias de milagros obtenidos por su intervención. En 1908 San Pío X procedía a su beatificación, teniendo el consuelo de asistir, anciana ya, una señora que en su juventud le había tratado bastante, hasta el punto de haber entrado en los planes de la familia Possenti el proyecto de una boda entre ambos. Años después, el 13 de mayo de 1926, Benedicto XV le canonizaba.

Muerto a los veinticuatro años de edad, minorista aún, después de seis años de profesión religiosa, todo el mundo mira a San Gabriel de la Dolorosa como modelo y protector de la juventud de los seminarios, noviciados y casas religiosas de estudio. Y como modelo también de admirable y sentida devoción a la Santísima Virgen María.

Su fiesta se celebra el 27 de febrero.

Lamberto de Echevarría, en mercaba.org

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Evangelio del día: la ternura de un padre

Evangelio del día: la ternura de un padre

Lucas 15, 11-32. Cuarto Domingo del Tiempo de Cuaresma. Si quieres conocer la ternura de un padre, prueba a dirigirte a Dios. 

Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de herencia que me corresponde». Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!». Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros». Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus servidores: «Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado». Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: «Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo». El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!». Pero el padre le dijo: «Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado»».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Josué, Jos 5, 9a.10-12

Salmo: Sal 34(33), 2-7

Segunda lectura: Segunda carta de san Pablo a los Corintios, 2 Cor 5, 17-21

Oración introductoria

Señor, no merezco tu misericordia porque no he sabido corresponder. La tentación y mi debilidad me llevan a actuar como los hijos de esta parábola. Sé, creo y confío en que Tú estás aguardando este momento de oración para obsequiarme tu gracia, permite que sepa acogerla y aprovecharla para poder crecer en el amor.

Petición

Señor, ayúdame a volver a Ti cada día, como lo hizo el hijo pródigo.

Meditación del Santo Padre Francisco

«Si quieres conocer la ternura de un padre, prueba a dirigirte a Dios. Prueba, ¡y después me cuentas!». Es el consejo espiritual que el Papa Francisco dio en la misa que celebró el viernes 28 de marzo, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta. Por más pecados que hayamos cometido, afirmó el Pontífice, Dios nos espera siempre y está dispuesto a acogernos y hacer fiesta con nosotros y por nosotros. Porque es un Padre que jamás se cansa de perdonar y no tiene en cuenta si, al final, el «balance» es negativo: Dios no sabe hacer otra cosa que amar.

Esta actitud, explicó el Papa, se describe bien en la primera lectura de la liturgia, tomada del libro del profeta Oseas (14, 2-10). Es un texto que «nos habla de la nostalgia que Dios, nuestro Padre, siente por todos nosotros que nos hemos ido lejos y nos hemos alejado de Él». Sin embargo, «¡con cuánta ternura nos habla!».

Y el Pontífice quiso remarcar precisamente la ternura del Padre. «Cuando oímos la palabra que nos invita a la conversión —¡convertíos!—, quizá nos parezca algo fuerte, porque nos dice que tenemos que cambiar de vida, es verdad». Pero dentro de la palabra conversión está precisamente «esta nostalgia amorosa de Dios». Es la palabra apasionada de un «Padre que dice a su hijo: vuelve, vuelve, ¡es hora de volver a casa!».

«Solamente con esta palabra podemos pasar muchas horas en oración», afirmó el Pontífice, notando cómo «Dios no se cansa» nunca: lo vemos en «tantos siglos» y «con muchas apostasías del pueblo». Sin embargo, «Él regresa siempre, porque nuestro Dios es un Dios que espera». Y así también «Adán salió del Paraíso con una pena y también con una promesa. Y el Señor es fiel a su promesa, porque no puede negarse a sí mismo, ¡es fiel!».

Por esta razón «Dios nos ha esperado a todos nosotros, a lo largo de la historia». En efecto, «es un Dios que nos espera siempre». Y, al respecto, el Papa invitó a contemplar «el hermoso icono del padre y del hijo pródigo». El evangelio de Lucas (15, 11-32) «nos dice que el padre vio al hijo desde lejos, porque lo esperaba y todos los días iba a la terraza para ver si volvía su hijo». El padre, pues, esperaba el regreso de su hijo, y así, «cuando lo vio llegar, salió corriendo y se echó a su cuello». El hijo, en el camino de retorno, había preparado incluso las palabras que iba a decir para presentarse de nuevo en casa: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo». Pero «el padre no lo dejó hablar», y «con su abrazo le tapó la boca».

La parábola de Jesús nos permite comprender quién «es nuestro Padre: el Dios que nos espera siempre». Alguien podría decir: «Pero padre, ¡yo tengo tantos pecados que no sé si Él estará contento!». La respuesta del Papa es: «¡Prueba! Si quieres conocer la ternura de este Padre, ¡ve a Él y prueba! Después, me cuentas». Porque «el Dios que nos espera es también el Dios que perdona: el Dios de la misericordia». Y «no se cansa de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero Él no se cansa: ¡setenta veces siete! ¡Siempre! ¡Adelante con el perdón!».

Ciertamente, prosiguió el Papa, «desde el punto de vista de una empresa el balance es negativo, ¡es verdad! Él pierde siempre, pierde en el balance de las cosas. Pero gana en el amor, porque Él es el primero que cumple el mandamiento del amor: Él ama, ¡no sabe hacer otra cosa!», como recuerda el pasaje evangélico de la liturgia del día (Mc 12, 28-34).

Es un Dios que nos dice, como se lee en el libro de Oseas: «Yo te sanaré porque mi cólera se ha alejado de ti». Así habla Dios: «¡Yo te llamo para sanarte!». Hasta tal punto que, explicó el Pontífice, «los milagros que Jesús hacía a muchos enfermos eran también un signo del gran milagro que cada día el Señor nos hace a nosotros cuando tenemos la valentía de levantarnos e ir a Él».

El Dios que espera y perdona es también «el Dios que hace fiesta», pero no organizando un banquete, como «aquel hombre rico en cuyo portal estaba el pobre Lázaro. No, ¡esa fiesta no le agrada!», afirmó el Santo Padre. En cambio, Dios prepara «otro banquete, como el padre del hijo pródigo». En el texto de Oseas, explicó, Dios nos dice que «también tú florecerás como el lirio». Es su promesa: hará fiesta por ti, hasta tal punto que «brotarán tus retoños y tendrás el esplendor del olivo y la fragancia del Líbano».

El Papa Francisco concluyó su meditación reafirmando que «la vida de toda persona, de todo hombre y de toda mujer que tiene la valentía de acercarse al Señor, encontrará la alegría de la fiesta de Dios». De ahí su deseo final: «Que estas palabras nos ayuden a pensar en nuestro Padre, el Padre que nos espera siempre, que nos perdona siempre y que hace fiesta cuando volvemos».

Santo Padre Francisco: Regreso a casa

Meditación del viernes, 28 de marzo de 2014

Propósito

Tener un momento agradable con mi padre.

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, por esta oración, por este domingo en que deseo ardientemente contemplar y apreciar tu misericordia para dejarme transformar por tu amor, imitando la docilidad de san José quién siempre supo escuchar y cumplir tu voluntad. Permite que sepa aprovechar este día para «volver» y rectificar el mal que he podido hacer.

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Evangelio del día: Venimos ante Ti, como el publicano

Evangelio del día: Venimos ante Ti, como el publicano

Lucas 18, 9-14. Sábado de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. «Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador»: esta es la oración que nosotros debemos hacer todos los días, con la conciencia de que somos pecadores, con pecados concretos, no teóricos.

Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas». En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!». Les aseguro que este último volvió a sus casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Oseas, Os 6, 1-6 

Salmo: Sal 51(50), 3-4.18-21

Oración introductoria

Señor, hoy como el publicano y el fariseo, me acerco a Ti a orar. Me acerco, porque sé que sin Ti nada puedo, como Tú mismo nos lo dijiste. Señor, yo llevo en mi interior un fariseo y un publicano. Tú conoces mi debilidad y cómo a veces, sin yo quererlo, caigo y te ofendo; otras, me esfuerzo por hacer tu Voluntad, pero cuántas veces en este interés por agradarte me busco a mí mismo. Señor, sin Ti nada puedo, y como me doy cuenta de ello, me acerco una vez más para presentarme como soy y dejar que Tú lleves las riendas de mi vida. Tú toma lo bueno que me has dado, para mayor gloria tuya, pero también hazte cargo de mi debilidad y utilízala también en favor tuyo; pues, como San Pablo decía, «cuando soy débil es cuando soy fuerte», porque Tú tienes un mayor protagonismo. Señor, yo sólo quiero ser tu instrumento.

Petición

Señor, toma mi vida y guíala por el camino que lleva a Ti; que en cada momento mi actuar vaya dirigido a cumplir tu Voluntad con alegría y sencillez.

Meditación del Santo Padre Francisco

«Intelectuales sin talento, “eticistas” sin bondad, portadores de bellezas de museo»: éstas son las categorías de «hipócritas que tanto reprende Jesús». Las indicó el Papa Francisco en la misa del 19 de junio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, deteniéndose en la hipocresía, que existe también en la Iglesia, y en el daño que produce. El Pontífice recordó que «el Señor en el Evangelio habla numerosas veces de la hipocresía» y «contra los hipócritas».

Existen «los hipócritas de la casuística: son los intelectuales de la casuística», que «no cuentan con la inteligencia de encontrar y explicar a Dios»; permanecen sólo en la «casuística: “hasta aquí se puede, hasta aquí no se puede”»; son «cristianos intelectuales sin talento». Otros, en cambio, son los de los preceptos, que llevan al pueblo de Dios por un camino sin salida —prosiguió—. Son «eticistas» sin bondad. No saben lo que es la bondad. Son «eticistas»: «se debe hacer esto, esto, esto…». «Llenan de preceptos», pero «sin bondad». Y se adornan con «mantos, con muchas cosas para aparentar ser majestuosos, perfectos»; sin embargo «no tienen sentido de la belleza. Llegan sólo a una belleza de museo».

«El Señor habla de otra clase de hipócritas, quienes se mueven en ámbito sacro». Este caso es el más grave —advirtió el Santo Padre—, porque roza el pecado contra el Espíritu Santo. «El Señor habla de ayuno, oración y limosna —dijo—: los tres pilares de la piedad cristiana, de la conversión interior que la Iglesia nos propone a todos en Cuaresma. Y en este camino están los hipócritas, que presumen al hacer ayuno, al dar limosna, al rezar. Pienso que cuando la hipocresía llega a ese punto, en la relación con Dios estamos bastante cerca del pecado contra el Espíritu Santo. Éstos no saben de belleza, no saben de amor, no saben de verdad; son pequeños, viles».

No todo está perdido. Una ayuda para emprender «el camino contrario» viene de lo que dice Pablo en su segunda carta a los Corintios (9, 6-11): «nos habla de largueza, de alegría —prosiguió el Santo Padre—. Todos hemos tenido la tentación de la hipocresía. Todos. Todos los cristianos. Pero todos tenemos también la gracia, la gracia que viene de Jesucristo, la gracia de la alegría, la gracia de la magnanimidad, de la largueza». Pues bien: si «el hipócrita no sabe lo que es la alegría, no sabe lo que es la largueza, no sabe lo que es la magnanimidad», Pablo nos indica un camino alternativo hecho precisamente «de alegría, largueza y magnanimidad».

No dudó el Papa Francisco en referirse «a la hipocresía en la Iglesia». «¡Cuánto mal nos hace a todos!» —exclamó—. Incluso porque «todos nosotros tenemos la posibilidad de convertirnos en hipócritas». Por ello invitó a pensar en Jesús, «que nos habla de rezar en lo secreto, perfumar la cabeza el día del ayuno y no tocar la tromba cuando hacemos una obra buena». En esto, en la oración —aseguró, citando la parábola de Jesús del Evangelio de Lucas (18, 9-14)—, «nos hará bien la imagen tan bella del publicano: “Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador”. Y esta es la oración que nosotros debemos hacer todos los días, con la conciencia de que somos pecadores, con pecados concretos, no teóricos».

Santo Padre Francisco: Esos tipos de hipócritas

Meditación del miércoles, 19 de junio de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Esta mañana hemos dejado el aula del Sínodo y hemos venido «al templo para orar»; por esto, nos atañe directamente la parábola del fariseo y el publicano que Jesús relata y el evangelista san Lucas nos refiere (cf. Lc 18, 9-14). Como el fariseo, también nosotros podríamos tener la tentación de recordar a Dios nuestros méritos, tal vez pensando en el trabajo de estos días. Pero, para subir al cielo, la oración debe brotar de un corazón humilde, pobre. Por tanto, también nosotros, al concluir este acontecimiento eclesial, deseamos ante todo dar gracias a Dios, no por nuestros méritos, sino por el don que él nos ha hecho. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo viene de él y que sólo con su gracia se realizará lo que el Espíritu Santo nos ha dicho. Sólo así podremos «volver a casa» verdaderamente enriquecidos, más justos y más capaces de caminar por las sendas del Señor.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía del domingo, 24 de octubre de 2010

Propósito

Haré una visita al Santísimo en la que, con humildad, le pediré al Señor me enseñe a amarle más y a cumplir su Voluntad.

Diálogo con Cristo

Señor, hoy como el publicano nos acercamos a Ti, pues nos reconocemos débiles y necesitados de Ti, que eres la fuente de toda gracia. Señor, Tú conoces nuestro corazón y sabes que sin Ti nada podemos; por eso, queremos pedirte que te quedes con nosotros, que nos acompañes en todo momento de nuestro día. Señor, queremos amarte, pero a veces no conocemos bien el camino, o nos dejamos llevar por nuestros intereses; por eso, como el publicano, te pedimos: ¡Ten compasión de nosotros! Y escucha nuestra oración.

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El cimiento de la oración va fundado en la humildad, y mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios.

Santa Teresa de Avila

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Evangelio del día: Un día para ser generoso con Dios

Evangelio del día: Un día para ser generoso con Dios

Lucas 4, 24-30. Lunes de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Si queremos ser salvados debemos elegir el camino de la humildad, de la humillación.

Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio». Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Segundo Libro de los Reyes, 2 Re 5, 1-15a

Salmo: Sal 42(41), 2-3; 43(42), 3-4

Oración introductoria

Señor Jesús, al comenzar esta breve conversación contigo, quisiera actuar mi fe en tus palabras; mi esperanza, en tus promesas, y mi caridad, en tu inmenso amor por mí. Gracias, Señor, por ser quien eres. Gracias por cómo me tratas. Gracias por ser mi más grande bienhechor. Gracias, en fin, por todo; porque todo lo que soy y tengo, es gracia tuya.

Petición

Señor, te ruego que abras mi corazón a tus palabras, y que por medio de ellas, me decida por fin a ser generoso contigo. No quiero ser como esos hombres a los que visitaste en tu aldea y no te reconocieron. Quiero ser como aquellos otros, que, viéndote escondido detrás de un manto, supieron identificarte con corazón limpio.

Meditación del Santo Padre Francisco

Es en el camino de la marginación donde Dios nos encuentra y nos salva. Lo recordó el Papa Francisco en la misa del [día de hoy], centrando su homilía en un fuerte llamamiento a la humildad.

Para explicar lo que significa estar «en los márgenes» para ser salvados, el Pontífice se refirió a la liturgia del día, que presenta dos pasajes especialmente elocuentes, tomados del segundo Libro de los Reyes (5, 1-15a) y del Evangelio de Lucas (4, 24-30). En el pasaje evangélico, destacó el Santo Padre, Jesús afirma que no podía hacer milagros en su Nazaret «por falta de fe»: justamente allí, donde había crecido, «no tenían fe». Precisamente, añadió, Jesús dice: «Ningún profeta es aceptado en su pueblo». Y recordó luego la historia de Naamán el sirio con el profeta Eliseo, narrada en la primera lectura, y la de la viuda de Sidón con el profeta Elías.

«Los leprosos y las viudas en ese tiempo eran marginados», destacó el Papa. En especial «las viudas vivían de la caridad pública, no entraban en la normalidad de la sociedad», mientras que los leprosos tenían que vivir fuera, lejos del pueblo.

Así, en la sinagoga de Nazaret, relata el Evangelio, «Jesús dice que allí no se harán milagros: aquí vosotros no aceptáis al profeta porque no lo necesitáis, estáis demasiado seguros». Las personas que Jesús tenía delante, en efecto, «estaban muy seguras en su «fe» entre comillas, muy seguras en su observancia de los mandamientos, que no necesitaban otra salvación». Una actitud que revela, explicó el Pontífice, «el drama del cumplimiento de los mandamientos sin fe: yo me salvo por mí mismo porque voy a la sinagoga todos los sábados, trato de cumplir los mandamientos»; y «que no venga éste a decirme que son mejores que yo ese leproso y esa viuda, esos marginados».

Pero la palabra de Jesús va en sentido contrario. Él dice: «Mira, si tú no te sientes en zona marginal, no tendrás salvación. Esta es la humildad, la senda de la humildad: sentirse tan marginado» de tener «necesidad de la salvación del Señor. Sólo Él salva; no nuestra observancia de los preceptos».

Esta enseñanza de Jesús, sin embargo, que se lee en el pasaje de Lucas, no le gustó a la gente de Nazaret, tanto que «se enfadaron y querían matarlo». Es «la misma rabia» que siente también Naamán el sirio. Para ser curado de la lepra, explicó el obispo de Roma, Naamám «va al rey con muchos dones, con muchas riquezas: se siente seguro, es el jefe del ejército». Pero el profeta Eliseo lo invita a marginarse y a bañarse «siete veces» en el río Jordán. Una invitación que, reconoció el Papa, le tuvo que haber parecido «un poco ridícula». Tanto que Naamán «se sintió humillado, se molestó y se marchó», precisamente como «los de la sinagoga de Nazaret». La Escritura, destacó el Pontífice, usa el mismo verbo para las dos situaciones: indignarse.

Por lo tanto, a Naamán se le pide «un gesto de humildad, de obedecer como un niño: ¡hacer el ridículo!». Pero él reacciona, precisamente, con indignación: «Nosotros tenemos muchos ríos hermosos en Damasco, como el Abaná y el Farfar, ¿y yo voy a bañarme siete veces en este riachuelo? ¡Hay algo que no funciona!». Pero sus colaboradores, con buen sentido, «le ayudaron a marginarse, a realizar un acto de humildad». Y Naamán salió del río curado de la lepra.

Precisamente este, subrayó el Papa, es «el mensaje de hoy, en esta tercera semana de Cuaresma: si queremos ser salvados, debemos elegir el camino de la humildad, de la humillación». Testimonio de ello es María, que «en su cántico no dice estar contenta porque Dios miró su virginidad, su bondad, su dulzura, las muchas virtudes que ella tenía», sino que exulta «porque el Señor miró la humildad de su esclava, su pequeñez». Es precisamente «la humildad lo que mira el Señor».

Así también nosotros, afirmó el Pontífice, «debemos aprender esta sabiduría de marginarnos para que el Señor nos encuentre». En efecto, Dios «no nos encontrará en el centro de nuestras seguridades. No, allí no va el Señor. Nos encontrará en la marginación, en nuestros pecados, en nuestros errores, en nuestras necesidades de ser curados espiritualmente, de ser salvados. Es allí donde nos encontrará el Señor».

Y este, precisó una vez más, «es el camino de la humildad. La humildad cristiana no es una virtud» que nos hace decir «yo no sirvo para nada» y así nos hace «esconder la soberbia»; en cambio, «la humildad cristiana es decir la verdad: soy pecador, soy pecadora». Se trata, en esencia, sencillamente de «decir la verdad; y esta es nuestra verdad». Pero, concluyó el Papa, está también «la otra verdad: Dios nos salva. Pero nos salva allí, cuando estamos marginados. No nos salva en nuestra seguridad». Por ello la oración a Dios para que nos dé «la gracia de tener esta sabiduría de marginarnos; la gracia de la humildad para recibir la salvación del Señor».

Santo Padre Francisco: Marginados, por lo tanto salvados

Meditación del lunes, 24 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Conociendo justamente esta cerrazón, que confirma el proverbio «ningún profeta es bien recibido en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros realizados por los grandes profetas Elías y Eliseo en ayuda de no israelitas, para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. En ese momento la reacción es unánime: todos se levantan y le echan fuera, y hasta intentan despeñarle; pero Él, con calma soberana, pasa entre la gente enfurecida y se aleja. Entonces es espontáneo que nos preguntemos: ¿cómo es que Jesús quiso provocar esta ruptura? Al principio la gente se admiraba de Él, y tal vez habría podido lograr cierto consenso… Pero esa es precisamente la cuestión: Jesús no ha venido para buscar la aprobación de los hombres, sino —como dirá al final a Pilato— para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, dispuesto a pagarlo en persona. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia del día resuenan también estas palabras de san Pablo: «El amor… no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad» (1 Co 13, 4-6). Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto en quien Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerle y a servirle en los demás.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 3 de febrero de 2013

Propósito

Hoy haré un acto de generosidad con aquella persona que me parece más antipática.

Diálogo con Cristo

Muchos leprosos y muchas viudas había en Israel; muchos pecadores y necesitados hay hoy en día en nuestro mundo, pero sólo visitaste y obraste, Señor, con los que se abrieron a tu amor. Yo convivo a diario contigo, Jesús; presencio cada día infinidad de tus milagros. No obstante, no quiero acostumbrarme a tu presencia y a tus milagros, no quiero tenerte como a un cualquiera. Por eso, te pido que abras, Jesús Bendito, mi corazón, y te ameré como nadie lo ha hecho jamás.

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¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!

San Juan Pablo II

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San Alejandro, el gran defensor de la Divinidad de Cristo

San Alejandro, el gran defensor de la Divinidad de Cristo

San Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación en la historia de la Iglesia a principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio y haber iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. A él cabe también la gloria de haber formado y asociado en el gobierno de la Iglesia alejandrina a San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la ortodoxia católica en las luchas contra el arrianismo.

Nacido Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría se distinguió de un modo especial en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos sobre sus primeras actividades nos han sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir la interesante información de San Atanasio. Así, pues, en general, podemos afirmar que las fuentes son relativamente seguras.

El primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo presenta como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos y en particular para con los pobres. Esta caridad, unida con un espíritu de conciliaci6n, tan conforme con los rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente en medio de las persistentes luchas que tuvo que mantener más tarde contra la herejía; pues, viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el arrianismo, pudiera creerse que era de carácter belicoso, intransigente y acometedor. En realidad, San Alejandro era, por inclinación natural, todo lo contrario; pero poseía juntamente una profunda estima y un claro conocimiento de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasado celo por la gloria de Dios y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente a su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.

De este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas en su primer encuentro con Arrio. Este comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma frente al legítimo obispo Pedro de Alejandría. Por este motivo Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis de Alejandría. Alejandro, pues, se interpuso con todo el peso de su autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro en la sede de Alejandría.

Muerto, pues, prematuramente Aquillas el año 313, sucedióle el mismo Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias que sobre esta elección nos transmiten sus biógrafos. Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil si tenemos presente la conducta observada con él por Alejandro. Mas, por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio había presentado su propia candidatura a Alejandría frente a Alejandro, y que, precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces contra él una verdadera aversión y una marcada enemistad.

Sea de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años las más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Este desarrolló entre tanto una intensa labor apostólica y caritativa en consonancia con sus inclinaciones naturales y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos que hacen resaltar los historiadores en esta etapa de su vida, es su predilección por los cristianos que se retiraban del mundo y se entregaban al servicio de Dios en la soledad. Precisamente en este tiempo comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto de aquellos anacoretas que, siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio y otros maestros de la vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega y consagración a Dios. Estimando, pues, en su justo valor la virtud de algunos entre ellos, púsoles al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos que fue feliz en la elección de estos prelados.

Por otra parte se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas hasta entonces en Alejandría. Al mismo tiempo consiguió mantener la paz y tranquilidad de las iglesias del Egipto, a pesar de la oposición que ofrecieron algunos en la cuestión sobre el día de la celebración de la Pascua y, sobre todo, de las dificultades promovidas por los melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo legítimo. Pero lo más digno de notarse es su intervención en la cuestión ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había procedido Atanasio a bautizar a algunos de sus camaradas, dando origen a la discusión sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en protector y promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor y el paladín de la causa católica.

Pero la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría fue su acertada intervención en todo el asunto de Arrio y del arrianismo, y su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar Arrio una marcada oposición al patriarca Alejandro de Alejandría. Esta se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente en la divinidad del Hijo y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e inmutable, y, por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino pura criatura. La tendencia general era rebajar la significación del Verbo, al que se concebía como inferior y subordinado al Padre. Es lo que se designaba como subordinacianismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el misterio de la Trinidad y de la distinción de personas divinas. Mas, por otra parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban más allá del nivel de pura criatura.

En un principio, Atrio esparció estas ideas con la mayor reserva y solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida en muchos elementos procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo y los dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la mejor manera de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el sabelianismo, procedió ya con menos cuidado y fue conquistando muchos adeptos entre los clérigos y laicos de Alejandría y otras diócesis de Egipto. Bien pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro de la nueva herejía e inmediatamente se hizo cargo de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención. Por esto reconoció inmediatamente como su deber sagrado el parar los pasos a tan destructora doctrina. Para ello tuvo, ante todo, conversaciones privadas con Arrio; dirigióle paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios para convencer a buenas a Arrio de la falsedad de su concepción.

Mas todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces, pues, juzgó San Alejandro necesario proceder con rigor contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona. Así, reunió un sínodo en Alejandría el año, 320, en el que tomaron parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse y dar cuenta de sus nuevas ideas. Presentóse él, en efecto, ante el sínodo, y propuso claramente su concepción, por lo cual fue condenado por unanimidad por toda la asamblea.

Tal fue el primer acto solemne realizado por San Alejandro contra Arrio y su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto y se dirigió a Palestina y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría y presentarse a si mismo como inocente perseguido. Al mismo tiempo propagó con el mayor disimulo sus ideas e hizo notables conquistas, particularmente la de Eusebio de Nicomedia.

Entre tanto, continuaba San Alejandro la iniciada campaña contra el arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal y amigo de conciliación, viendo, la pertinacia del hereje y el gran peligro de su ideología, sintió arder en su interior el fuego del celo por la defensa de la verdad y de la responsabilidad que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión y sin arredrarse por ninguna clase de dificultades. Escribió, pues, entonces algunas cartas, de las que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por un lado lleno de dulzura y suavidad, mas por otro, firme y decidido en defensa de la verdadera fe cristiana.

Por su parte, Arrio y sus adeptos continuaron insistiendo cada vez más en su propaganda. Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea trabajaban en su favor en la corte de Constantino. Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría y hacer retirar el anatema lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su responsabilidad, ponía como condición indispensable la retractación pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso una excelente síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.

Por su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde, en la suposición de que se trataba de cuestiones de palabras y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno a sus puntos de vista en bien de la paz. El gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe y consejero religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San Alejandro y juntamente de procurar la paz entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio había vuelto a Egipto, donde difundía ocultamente sus ideas y por medio de cantos populares y, sobre todo, con el célebre poema Thalia trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.

Llegado, pues, Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca Alejandro y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos. Así se confirmó plenamente en un concilio celebrado por él en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico se podía poner término a tan violenta situación. Vuelto, pues, a Nicomedia, donde se hallaba el emperador Constantino, aconsejóle decididamente esta solución. Lo mismo le propuso el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera génesis del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea el año 325.

No obstante su avanzada edad y los efectos que había producido en su cuerpo tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea acompañado de su secretario, el diácono San Atanasio. Desde un principio fue hecho objeto de los mayores elogios de parte de Constantino y de la mayor parte de los obispos, ya que él era quien había descubierto el virus de aquella herejía y aparecía ante todos como el héroe de la causa por Dios. Como tal tuvo la mayor satisfacción al ver condenada solemnemente la herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la Iglesia y estaba presidido por los legados del Papa.

Vuelto San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo indecible durante el año siguiente en remediar los daños causados por la herejía. Su misión en este mundo podía darse por cumplida. Como pastor, colocado por Dios en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había derrochado en ella los tesoros de su caridad y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había condenado en su diócesis y había conseguido fuera condenada solemnemente por toda la Iglesia en Nicea. Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó cada vez más intensa durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro había desempeñado bien su papel y dejaba tras sí a su sucesor en la misma sede de Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid de la causa católica.

Según todos los indicios, murió San Alejandro el año 326, probablemente el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente su nombre fue pronto incluido en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.

Bernardino Llorca, SI, en mercaba.org