Evangelio del día: La cuestión del divorcio

Evangelio del día: La cuestión del divorcio

Marcos 10, 1-12. Viernes de la 7.ª semana del Tiempo Ordinario. Cuando un amor fracasa las personas no se deben condenar sino acompañar.

Después que partió de allí, Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?». El les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?». Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre. y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Eclesiástico, Eclo 6, 5-17

Salmo: Sal 119(118), 12.16.18.27.34-35

Oración introductoria

Gracias, Señor, por el don de mi fe, por ella creo, espero y te amo. Pero hoy necesito dar un segundo paso, ya no sólo creer, confiar y quererte, sino que esta oración me ayude a transformar este querer en una auténtica pasión, de modo que derrita mi dureza de corazón y así pueda dejarte salir para que otros experimenten tu cercanía a través de mi testimonio.

Petición

Dios mío, dame tu gracia para saber trasmitir y defender la verdadera doctrina sobre el matrimonio y la familia.

Meditación del Santo Padre Francisco

Cuando un amor fracasa las personas no se deben condenar sino acompañar. Lo recomendó el Papa Francisco en la misa del viernes 28 de febrero. La belleza y la grandeza del amor, explicó el Pontífice, se reconocen desde la obra maestra de la creación, narrada en el Génesis, y elegido por Dios mismo como «icono» para explicar la esencia del amor entre el hombre y la mujer. Pero también entre Cristo y la Iglesia.

«Jesús estaba siempre con la gente», explicó el Papa refiriéndose al pasaje evangélico de Marcos (10, 1-12) propuesto por la liturgia. Y en medio de la gente el Señor enseñaba, escuchaba y curaba a los enfermos. Alguna vez, sin embargo, entre la multitud, se presentaban también los doctores de la ley que querían, en realidad, «ponerlo a prueba», buscando, en cierto sentido, hacerle caer. La razón se dice inmediatamente: «Ellos —destacó el Pontífice— veían la autoridad moral que tenía Jesús». Un hecho evidente que, sin embargo, percibían como «un reproche para ellos». Y así, «buscaban hacerlo caer para quitarle esa autoridad moral».

El Evangelio de san Marcos relata que los fariseos, precisamente «para ponerlo a prueba», plantearon a Jesús «esta cuestión sobre el divorcio». Una cuestión con su acostumbrado «estilo» basado en la «casuística». Quienes querían poner en dificultad a Jesús, en efecto, no le planteaban jamás «una problemática abierta». Preferían recurrir a la «casuística, siempre al caso pequeño», preguntándole: «¿Es lícito esto o no?».

La «trampa» que querían tender a Jesús está implícita en este modo de ver las cosas. Porque, advirtió el Papa, «detrás de la casuística, detrás del pensamiento casuístico, siempre hay una trampa, siempre». Una trampa, prosiguió, «contra la gente, contra nosotros y contra Dios, siempre». Así, relata el evangelista Marcos, la pregunta que los fariseos hicieron a Jesús: «si era lícito a un marido repudiar a la propia mujer». Y Jesús respondió ante todo preguntándoles «lo que decía la ley y explicando por qué Moisés hizo esa ley de ese modo».

El Señor no se detiene en esta primera respuesta y «de la casuística va al centro del problema». Es más, precisó el Santo Padre, «va precisamente a los días de la creación»: «Desde el inicio de la creación, Dios los hizo varón y mujer; por ello el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne. Así ya no son dos, sino una sola carne».

El Papa Francisco releyó este pasaje, explicando que «el Señor se refiere a la obra maestra de la creación». En efecto, Dios «creó la luz y vio que era buena». Luego «creó los animales, los árboles, las estrellas: todo era bueno». Pero «cuando creó al hombre» llegó a decir «que era muy bueno». En efecto, «la creación del hombre y de la mujer es la obra maestra de la creación». También porque Dios «no quería al hombre solo: lo quería con su compañera, su compañera de camino».

Éste es también el momento, dijo el Pontífice, del «inicio del amor». Y «muy poético» es precisamente el encuentro entre Adán y Eva. A ellos Dios les recomendó seguir adelante juntos «como una sola carne». He aquí entonces que «el Señor toma siempre el pensamiento casuístico y lo conduce al inicio de la revelación». Pero, advirtió el Papa, «esta obra maestra del Señor no acabó allí, en los días de la creación». En efecto, el Señor eligió precisamente «esta imagen para explicar el amor que Él tiene hacia su pueblo, el amor que Él tiene con su pueblo». Un amor grande «hasta el punto que cuando el pueblo no es fiel», de todos modos «Él habla con palabras de amor».

Así «el Señor —explicó— toma este amor de la obra maestra de la creación para explicar el amor que tiene con su pueblo. Y un paso más: cuando Pablo necesitó explicar el misterio de Cristo, lo hizo también en relación, en referencia a su esposa. Porque Cristo está casado: se casó con la Iglesia, su pueblo». Y precisamente «como el Padre se había casado con el pueblo de Israel, Cristo se casó con su pueblo».

«Ésta —afirmó el Papa— es la historia del amor. Ésta es la historia de la obra maestra de la creación. Y ante este itinerario de amor, ante este icono, la casuística cae y se convierte en dolor». Dolor ante el fracaso: «Cuando dejar al padre y la madre para unirse a una mujer, hacerse una sola carne y seguir adelante, cuando este amor fracasa —porque muchas veces fracasa— debemos sentir el dolor del fracaso». Y precisamente en ese momento debemos también «acompañar a esas personas que tuvieron ese fracaso en su amor». No hay que «condenar» sino «caminar con ellos». Y sobre todo «no hacer casuística con su situación».

Todo esto, continuó el Pontífice, hace pensar en un «designio de amor», en el «camino de amor del matrimonio cristiano que Dios bendijo en la obra maestra de su creación, con una bendición que jamás fue retirada. Ni siquiera el pecado original la destruyó». Y «cuando uno piensa en esto», precisó el Papa, encuentra natural reconocer «cuán hermoso es el amor, cuán hermoso es el matrimonio, cuán hermosa es la familia, cuán hermoso es este camino». Pero también «cuánto amor, y cuánta cercanía, también nosotros debemos tener con los hermanos y la hermanas que en su vida tuvieron la desgracia de un fracaso en el amor». Un amor, recordó, que «comienza poéticamente, porque la segunda narración de la creación del hombre es poética, en el libro del Génesis». Y que «termina en la Biblia, poéticamente, en las cartas de san Pablo, cuando habla del amor que Cristo tiene por su esposa, la Iglesia».

Sin embargo, alertó el Papa, «también aquí debemos estar atentos que no fracase el amor», terminando tal vez por «hablar de un Cristo demasiado “soltero”: Cristo se casó con la Iglesia. Y no se puede comprender a Cristo sin la Iglesia» como «no se puede comprender a la Iglesia sin Cristo». Precisamente «esto —afirmó— es el gran misterio de la obra maestra de la creación». El Papa Francisco concluyó su meditación pidiendo al Señor la gracia de comprender este misterio «y también la gracia de no caer nunca en estas actitudes casuísticas de los fariseos y de los doctores de la ley».

Santo Padre Francisco: Cuando fracasa un amor

Meditación del viernes, 28 de febrero de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

IV. Las ofensas a la dignidad del matrimonio

El divorcio

2382 El Señor Jesús insiste en la intención original del Creador que quería un matrimonio indisoluble (cf Mt 5, 31-32; 19, 3-9; Mc 10, 9; Lc 16, 18; 1 Co 7, 10-11), y deroga la tolerancia que se había introducido en la ley antigua (cf Mt 19, 7-9).

Entre bautizados, “el matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte” (CIC can. 1141).

2383 La separación de los esposos con permanencia del vínculo matrimonial puede ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho Canónico (cf CIC can. 1151-1155).

Si el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una falta moral.

2384 El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente:

«No es lícito al varón, una vez separado de su esposa, tomar otra; ni a una mujer repudiada por su marido, ser tomada por otro como esposa» (San Basilio Magno, Moralia, regula 73).

2385 El divorcio adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social.

2386 Puede ocurrir que uno de los cónyuges sea la víctima inocente del divorcio dictado en conformidad con la ley civil; entonces no contradice el precepto moral. Existe una diferencia considerable entre el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad por ser fiel al sacramento del Matrimonio y se ve injustamente abandonado y el que, por una falta grave de su parte, destruye un matrimonio canónicamente válido (cf FC 84).

Catecismo de la Iglesia Católica

Diálogo con Cristo

Jesús, dame la coherencia de vida para manifestar mi fe con las obras, porque como católico, miembro de la Iglesia, mi testimonio de vida personal, familiar, social y profesional influye, para bien o para mal, en otras personas. Debo reflejar mi fe las veinticuatro horas del día, en todas partes y en cualquier situación. Te pido la gracia de una vida auténtica.

Propósito

El amor que se estrena es maravilloso, es el primer amor. Si tu quieres puedes estrenar cada día tu amor y convertirlo en un día de maravilla.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: Ustedes son la sal del mundo

Evangelio del día: Ustedes son la sal del mundo

Marcos 9, 41-50. Jueves de la 7.ª semana del Tiempo Ordinario. Ser «sal del mundo» es adorar al Señor y transmitir su mensaje de fe, esperanza y caridad.

Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Eclesiástico 5, 1-10

Salmo: Sal 1, 1-4.6

Oración introductoria

Señor, me invitas a ser sal de la tierra, luz para los demás, y yo quiero hacerlo, dame la gracia que necesito y la fortaleza para ser fiel a tu amor.

Petición

Jesús, quiero dejar de ser tibio y mediocre. Ayúdame a ser la luz y la sal en mi entorno familiar y social.

Meditación del Santo Padre Francisco

El cristiano, según la metáfora evangélica, está llamado a ser la sal de la tierra. Pero si no transmite el sabor que el Señor le ha dado, se transforma en «sal insípida» y se convierte en «un cristiano de museo». ¿Cómo hacer para que la sal no se vuelva insípida?

El sabor de la sal cristiana nace de la certeza de la fe, de la esperanza y de la caridad que brota de la consciencia de que Jesús resucitó por nosotros y nos ha salvado. Pero esta certeza no se nos dio simplemente para conservarla.

La sal que hemos recibido es para darla; es para dar sabor, para ofrecerla. De otro modo se vuelve insípida y no sirve. Pero la sal tiene también otra particularidad: cuando se usa bien no se percibe el sabor de la sal misma ni altera el sabor de las cosas. Esta es la originalidad cristiana: cuando nosotros anunciamos la fe, con esta sal, cada uno la recibe en su peculiaridad, como los alimentos. Y es que la originalidad cristiana no es una uniformidad. Consiste en que cada uno sigue siendo lo que es, con los dones que el Señor le ha dado.

Santo Padre Francisco: La victoria del cristiano

Homilía del viernes, 31 de mayo de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

El respeto del alma del prójimo: el escándalo

2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave si, por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.

2285 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15).

2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión.

Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a “condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos del Sumo legislador” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que “exasperan” a sus alumnos (cf Ef 6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.

2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. “Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!” (Lc 17, 1).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ser el primero en disculparme u ofrecer una solución en alguna discusión que se presente.

Diálogo con Cristo

Jesús, me llamas a ser la sal y la luz para los demás, esto implica que mi testimonio de vida, palabras y acciones deben ser un reflejo de tu amor, de tu misericordia infinita. Tu gracia es la fuente para la felicidad. Ayúdame, Señor, a guiarme en todo por el Espíritu Santo, para que Él sea quien edifique, en mí, al auténtico testigo de tu amor.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *



Evangelio del día: Fiesta de la Cátedra del apóstol san Pedro

Evangelio del día: Fiesta de la Cátedra del apóstol san Pedro

Mateo 16, 13-19. Fiesta de la Cátedra del apóstol san Pedro. Jesús no ha venido a enseñar una filosofía, una ideología…, sino una «vía», una senda para recorrerla con él, y la senda se aprende haciéndola, caminando. Sí, queridos hermanos, esta es nuestra alegría: caminar con Jesús. 

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas». «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Primera Carta de san Pedro, 1 Pe 5, 1-4

Salmo: Sal 23(22), 1-6

Oración introductoria

Gracias Señor por permitirme el regalo de un día más. No sé que es lo que me tienes reservado para mi futuro sólo sé que quiero ofrecerte mi presente limitado, pero entusiasmado y sediento de conocerte para mejor amarte.

Petición

Espíritu Santo recibe mis manos abiertas para pedirte que mi confesión de amor por Dios no sea sólo con mis labios, sino que mis labios puedan confesar el deseo de vivir en conformidad con lo que conozco de Dios.

Meditación del Santo Padre Francisco

«Y Jesús iba delante de ellos...» (Mc 10,32)

También en este momento Jesús camina delante de nosotros. Él siempre está por delante de nosotros. Él nos precede y nos abre el camino… Y esta es nuestra confianza y nuestra alegría: ser discípulos suyos, estar con él, caminar tras él, seguirlo…

Cuando con los Cardenales hemos concelebrado juntos la primera Misa en la Capilla Sixtina, «caminar» ha sido la primera palabra que el Señor nos ha propuesto: caminar, y después construir y confesar.

Hoy vuelve esta palabra, pero como un acto, como una acción de Jesús que continúa: «Jesús caminaba…». Nos llama la atención esto en los evangelios: Jesús camina mucho e instruye a los suyos a lo largo del camino. Esto es importante. Jesús no ha venido a enseñar una filosofía, una ideología…, sino una «vía», una senda para recorrerla con él, y la senda se aprende haciéndola, caminando. Sí, queridos hermanos, esta es nuestra alegría: caminar con Jesús.

Y esto no es fácil, no es cómodo, porque la vía escogida por Jesús es la vía de la cruz. Mientras van de camino, él habla a sus discípulos de lo que le sucederá en Jerusalén: anuncia su pasión, muerte y resurrección. Y ellos se quedan «sorprendidos» y «asustados». Sorprendidos, cierto, porque para ellos subir a Jerusalén significaba participar en el triunfo del Mesías, en su victoria, como se ve luego en la petición de Santiago y Juan; y asustados por lo que Jesús habría tenido que sufrir, y que también ellos corrían el riesgo de padecer.

A diferencia de los discípulos de entonces, nosotros sabemos que Jesús ha vencido, y no deberíamos tener miedo de la cruz, sino que, más bien, en la Cruz tenemos nuestra esperanza. No obstante, también nosotros somos humanos, pecadores, y estamos expuestos a la tentación de pensar según el modo de los hombres y no de Dios.

Y cuando se piensa de modo mundano, ¿cuál es la consecuencia? Dice el Evangelio: «Los otros diez se indignaron contra Santiago y Juan» (v. 41). Ellos se indignaron. Si prevalece la mentalidad del mundo, surgen las rivalidades, las envidias, los bandos…

Así, pues, esta palabra que hoy nos dirige el Señor es muy saludable. Nos purifica interiormente, proyecta luz en nuestra conciencia y nos ayuda a ponernos en plena sintonía con Jesús, y a hacerlo juntos, en el momento en que el Colegio de Cardenales se incrementa con el ingreso de nuevos miembros.

«Llamándolos Jesús a sí…» (Mc 10,42). He aquí el otro gesto del Señor. Durante el camino, se da cuenta de que necesita hablar a los Doce, se para y los llama a sí. Hermanos, dejemos que el Señor Jesús nos llame a sí. Dejémonos con-vocar por él. Y escuchémosle con la alegría de acoger juntos su palabra, de dejarnos enseñar por ella y por el Espíritu Santo, para ser cada vez más un solo corazón y una sola alma en torno a él.

Y mientras estamos así, convocados, «llamados a sí» por nuestro único Maestro, os digo lo que la Iglesia necesita: tiene necesidad de vosotros, de vuestra colaboración y, antes de nada, de vuestra comunión, conmigo y entre vosotros. La Iglesia necesita vuestro valor para anunciar el evangelio en toda ocasión, oportuna e inoportunamente, y para dar testimonio de la verdad. La Iglesia necesita vuestras oraciones, para apacentar bien la grey de Cristo, la oración –no lo  olvidemos– que, con el anuncio de la Palabra, es el primer deber del Obispo. La Iglesia necesita vuestra compasión sobre todo en estos momentos de dolor y sufrimiento en tantos países del mundo. Expresemos juntos nuestra cercanía espiritual a las comunidades eclesiales, a todos los cristianos que sufren discriminación y persecución. ¡Debemos luchar contra cualquier discriminación! La Iglesia necesita que recemos por ellos, para que sean fuertes en la fe y sepan responder el mal con bien. Y que esta oración se haga extensiva a todos los hombres y mujeres que padecen injusticia a causa de sus convicciones religiosas.

La Iglesia también necesita de nosotros para que seamos hombres de paz y construyamos la paz con nuestras obras, nuestros deseos, nuestras oraciones. ¡Construir la paz! ¡Artesanos de la paz! Por ello imploramos la paz y la reconciliación para los pueblos que en estos tiempos sufren la prueba de la violencia, de la exclusión y de la guerra.

Gracias, queridos hermanos. Gracias. Caminemos juntos tras el Señor, y dejémonos convocar cada vez más por él, en medio del Pueblo fiel, del santo Pueblo fiel de Dios, de la Santa Madre Iglesia. Gracias.

Santo Padre Francisco

Homilía del sábado, 22 de febrero de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

La Cátedra de San Pedro don de Cristo a su Iglesia

Queridos hermanos y hermanas:  

La liturgia latina celebra hoy la fiesta de la Cátedra de San Pedro. Se trata de una tradición muy antigua, atestiguada en Roma desde el siglo IV, con la que se da gracias a Dios por la misión encomendada al apóstol san Pedro y a sus sucesores. La «cátedra», literalmente, es la sede fija del obispo, puesta en la iglesia madre de una diócesis, que por eso se llama «catedral», y es el símbolo de la autoridad del obispo, y en particular de su «magisterio», es decir, de la enseñanza evangélica que, en cuanto sucesor de los Apóstoles, está llamado a conservar y transmitir a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia particular que le ha sido encomendada, llevando la mitra y el báculo pastoral, se sienta en la cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles en la fe, en la esperanza y en la caridad. 

¿Cuál fue, por tanto, la «cátedra» de san Pedro? Elegido por Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia (cf. Mt 16, 18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en esa sala, donde también María, la Madre de Jesús, oró juntamente con los discípulos, a Simón Pedro le tuvieran reservado un puesto especial. 

Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada a orillas del río Oronte, en Siria (hoy en Turquía), en aquellos tiempos tercera metrópoli del imperio romano, después de Roma y Alejandría en Egipto. De esa ciudad, evangelizada por san Bernabé y san Pablo, donde «por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos» (Hch 11, 26), por tanto, donde nació el nombre de cristianos para nosotros, san Pedro fue el primer obispo, hasta el punto de que el Martirologio romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de San Pedro en Antioquía. 

Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, tenemos el camino desde Jerusalén, Iglesia naciente, hasta Antioquía, primer centro de la Iglesia procedente de los paganos, y todavía unida con la Iglesia proveniente de los judíos. Luego Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del «Orbis» —la «Urbs» que expresa el «Orbis», la tierra—, donde concluyó con el martirio su vida al servicio del Evangelio. Por eso, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recogió también el oficio encomendado por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el pueblo de Dios. 

Así, la sede de Roma, después de estas emigraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la «cátedra» de su obispo representó la del Apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo san Ireneo, obispo de Lyon, pero que venía de Asia menor, el cual, en su tratado Contra las herejías, describe la Iglesia de Roma como «la más grande, más antigua y más conocida por todos, que la fundaron y establecieron los más gloriosos apóstoles Pedro y Pablo»; y añade:  «Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes» (III, 3, 2-3). A su vez, un poco más tarde, Tertuliano afirma:  «¡Cuán feliz es esta Iglesia de Roma! Fueron los Apóstoles mismos quienes derramaron en ella, juntamente con su sangre, toda la doctrina» (La prescripción de los herejes, 36). Por tanto, la cátedra del Obispo de Roma representa no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el pueblo de Dios. 

Celebrar la «Cátedra» de san Pedro, como hacemos nosotros, significa, por consiguiente, atribuirle un fuerte significado espiritual y reconocer que es un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere congregar a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación. 

Entre los numerosos testimonios de los santos Padres, me complace recordar el de san Jerónimo, tomado de una de sus cartas, escrita al Obispo de Roma, particularmente interesante porque hace referencia explícita precisamente a la «cátedra» de Pedro, presentándola como fuente segura de verdad y de paz. Escribe así san Jerónimo:  «He decidido consultar la cátedra de Pedro, donde se encuentra la fe que la boca de un Apóstol exaltó; vengo ahora a pedir un alimento para mi alma donde un tiempo fui revestido de Cristo. Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por eso, me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» (CartasI, 15, 1-2). 

Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de San Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la Cátedra del Apóstol, obra madura de Bernini, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenido por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de Occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de Oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra tan sugestiva, que hoy se puede admirar decorada con muchas velas, para orar en particular por el ministerio que Dios me ha encomendado. 

Elevando la mirada hacia la vidriera de alabastro que se encuentra exactamente sobre la Cátedra, invocad al Espíritu Santo para que sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio diario a toda la Iglesia. Por esto, como por vuestra devota atención, os doy las gracias de corazón.

Santo Padre Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles, 22 de febrero de 2006

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

IV La Iglesia es apostólica

857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:

— fue y permanece edificada sobre «el fundamento de los Apóstoles» (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf. Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l; etc.).

— guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf. Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).

— sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, «al que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia» (AG 5):

«Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio (Prefacio de los Apóstoles I: Misal Romano).

La misión de los Apóstoles

858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, «llamó a los que él quiso […] y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus «enviados» [es lo que significa la palabra griega apóstoloi]. En ellos continúa su propia misión: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21; cf. Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe», dice a los Doce (Mt 10, 40; cf, Lc 10, 16).

859 Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como «el Hijo no puede hacer nada por su cuenta» (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (cf. Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como «ministros de una nueva alianza» (2 Co 3, 6), «ministros de Dios» (2 Co 6, 4), «embajadores de Cristo» (2 Co 5, 20), «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Co 4, 1).

860 En el encargo dado a los Apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20). «Esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los Apóstoles se preocuparon de instituir […] sucesores» (LG 20).

Los obispos sucesores de los Apóstoles

861 «Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, [los Apóstoles] encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio» (LG 20; cf. San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 42, 4).

862 «Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden sagrado de los obispos». Por eso, la Iglesia enseña que «por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió» (LG 20).

El apostolado

863 Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es «enviada» al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado». Se llama «apostolado» a «toda la actividad del Cuerpo Místico» que tiende a «propagar el Reino de Cristo por toda la tierra» (AA 2).

864 «Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia», es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo (AA 4; cf. Jn 15, 5). Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, «siempre es como el alma de todo apostolado» (AA 3).

865 La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos «el Reino de los cielos», «el Reino de Dios» (cf. Ap 19, 6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hechos en él «santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor» (Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, «la Esposa del Cordero» (Ap 21, 9), «la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios» (Ap21, 10-11); y «la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero» (Ap 21, 14).

Reflexión apostólica

No son las palabras las que mueven los corazones, son las actitudes y las palabras las que avalan un testimonio.

Propósito

Renovaré hoy en cinco minutos delante de un crucifijo mi deseo de coherencia con lo que sé que es verdadero y perenne.

Diálogo con Cristo

Si tú fuiste capaz de infundirle a Pedro el coraje que se requiere el testimoniarte, hoy dame a mí la gracia de hacer lo mismo con la alegría que sólo viene del que se entrega a ti.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: El Hijo del hombre será entregado

Evangelio del día: El Hijo del hombre será entregado

Marcos 9, 30-37. Martes de la 7.ª semana del Tiempo Ordinario. Los discípulos tenían «el corazón alejado», y «cuando el corazón se aleja, nace la guerra». 

Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?». Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Eclesiástico 2, 1-11

Salmo: Sal 37(36), 3-4-18-19.27-28.39-40

Oración introductoria

Señor, vengo abrirte mi corazón porque, aunque te he fallado, confío en tu misericordia y creo en tu infinito amor. No quiero tener nunca miedo de acercarme a Ti, porque sólo en Ti podré encontrar la respuesta a los interrogantes de mi vida.

Petición

Señor, permite que sepa imitar tu ejemplo de paciencia, donación y servicio a los demás.

Meditación del Santo Padre Francisco

Escandalizarse por los millones de muertos de la primera guerra mundial tiene poco sentido si uno no se escandaliza también por los muertos de las numerosas pequeñas guerras de hoy. Y son guerras que hacen morir de hambre a muchísimos niños en los campos de refugiados, mientras que los mercaderes de armas hacen fiesta. Es un llamamiento a no ser indiferentes frente a los conflictos que siguen ensangrentando el planeta el que hizo el Pontífice en la misa del martes 25 de febrero.

El hilo conductor fueron las dos lecturas de la liturgia, tomadas de la carta de Santiago (4, 1-10) y del Evangelio de san Marcos (9, 30-37). Precisamente el pasaje evangélico, explicó el Papa, nos induce a la reflexión. En él se narra que los discípulos «discutían» e incluso «disputaban por el camino. Lo hacían para aclarar quién era el más grande entre ellos: por ambición». Así, dijo el Pontífice, «su corazón se alejó». Los discípulos tenían «el corazón alejado», y «cuando el corazón se aleja, nace la guerra». Precisamente ésta es la esencia —subrayó— de la «catequesis que el apóstol Santiago nos propone hoy», haciéndonos esta pregunta directa: «Hermanos míos: ¿de dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros?».

Son palabras que «hacen reflexionar» por su actualidad. En efecto, observó el Papa, «todos los días encontramos guerras en los diarios». Hasta tal punto que ya «los muertos parecen formar parte de una contabilidad diaria». Y nos «hemos acostumbrado a leer estas cosas». Por eso, «si tuviéramos la paciencia de enumerar todas las guerras que en este momento hay en el mundo, seguramente llenaríamos varias páginas».

Ahora «parece que el espíritu de la guerra se ha apoderado de nosotros». Así, «se celebran actos para conmemorar el centenario de aquella gran guerra», con «muchos millones de muertos», y están «todos escandalizados»; sin embargo, también hoy sucede «lo mismo: en lugar de una gran guerra», hay «pequeñas guerras por doquier».

«¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros?», se preguntaba Santiago. Sí, respondió el Papa, la guerra nace «dentro», porque «las guerras, el odio, la enemistad no se compran en el mercado. Están aquí, en el corazón». Y recordó que, «cuando éramos niños y en el catecismo nos explicaban la historia de Caín y Abel, todos nos escandalizábamos: ¡éste mató a su hermano, no se puede entender!». Y, sin embargo, «hoy tantos millones de hermanos se matan entre sí. Pero, ¡estamos acostumbrados!». Así, «la gran guerra de 1914 nos escandaliza», mientras que «esta gran guerra casi por doquier, casi escondida —digo—, no nos escandaliza».

«La pasión —dijo de nuevo el Pontífice— nos lleva a la guerra, al espíritu del mundo». Así, «habitualmente, frente a un conflicto, nos encontramos en una situación curiosa», que nos impulsa a «ir adelante para resolverlo discutiendo, con un lenguaje de guerra». En cambio, debería prevalecer «el lenguaje de paz». ¿Y cuáles son las consecuencias? La respuesta del Papa fue neta: «Pensad en los niños hambrientos en los campos de refugiados; pensad solamente en ello. ¡Éste es el fruto de la guerra!». Pero su reflexión fue más allá. Y añadió: «Y, si queréis, pensad en los grandes salones, en las fiestas que hacen los propietarios de las industrias de armas, los que fabrican armas». Por lo tanto, las consecuencias de la guerra son, por una parte, «el niño enfermo, hambriento, en un campo de refugiados», y, por otra, «las grandes fiestas» y la buena vida que se dan los fabricantes de armas.

«Pero, ¿qué sucede en nuestro corazón?», se preguntó el Papa volviendo a proponer la idea fundamental de la carta de Santiago. «El consejo que nos da el apóstol —dijo— es muy sencillo: Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros». Un consejo que se refiere a cada uno, porque este «espíritu de guerra que nos aleja de Dios no está sólo lejos de nosotros», sino que «está incluso en nuestra casa». Como demuestran, por ejemplo, las numerosas «familias destruidas porque el papá y la mamá no son capaces de encontrar el camino de la paz y prefieren la guerra, hacer un juicio». En verdad, «la guerra destruye».

De ahí la invitación del Papa Francisco a «rezar por la paz», por esa «paz que parece haberse convertido solamente en una palabra y nada más». Rezar, pues, «para que esta palabra tenga la capacidad de actuar». Rezar y seguir la exhortación del apóstol Santiago a reconocer «vuestra miseria». De esta miseria –observó el Papa– «provienen las guerras, las guerras en las familias, las guerras en los barrios, las guerras por doquier».

Las palabras de Santiago indican el camino de la verdadera paz. Se lee en la carta del apóstol: «Lamentad vuestra miseria, haced duelo y llorad. Que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en aflicción». Palabras fuertes, que el Pontífice comentó proponiendo un examen de conciencia: «¿Quién de nosotros ha llorado cuando lee un diario, cuando en la televisión ve las imágenes de tantos muertos?».

Por eso, según el Papa Francisco, lo que «debe hacer hoy —hoy, ¡eh!, 25 de febrero, hoy— un cristiano frente a tantas guerras por doquier» es esto: debe humillarse, como escribió Santiago, «ante el Señor»; debe «llorar, entristecerse, humillarse». El Pontífice concluyó su meditación sobre la paz con una invocación al Señor para que nos haga «comprender esto», salvándonos «de acostumbrarnos a las noticias de guerra».

Santo Padre Francisco: Quien hace fiesta para hacer la guerra

Meditación del martes, 25 de febrero de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

El respeto del alma del prójimo: el escándalo

2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave si, por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.

2285 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15).

2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión.

Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a “condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos del Sumo legislador” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que “exasperan” a sus alumnos (cf Ef 6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.

2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. “Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!” (Lc 17, 1).

Propósito

Tener una atención, un acto de servicio, o al menos una sonrisa, con la persona que más me cuesta «soportar», con la sencillez de un niño.

Diálogo con Cristo

Jesús, qué testimonio de paciencia y comprensión ante la debilidad. En vez de valorar el plan de salvación que me propones, me distraigo en lo pasajero, en la tentación del poder, del tener o del aparecer, cuando mi único afán debe ser entregarme con la confianza y docilidad de un niño a mi misión, como discípulo y misionero de tu amor. Te ofrezco éste y todos mis días. Tómame Señor, como tu servidor. Cuenta conmigo.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: Curación de un endemoniado

Evangelio del día: Curación de un endemoniado

Marcos 9, 14-29. Lunes de la 7.ª semana del Tiempo Ordinario. Cuando Jesús cura a una persona, jamás la deja sola.

Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. El les preguntó: «¿Sobre qué estaban discutiendo?». Uno de ellos le dijo: «Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron». «Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuando estaré con ustedes? ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Tráiganmelo». Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que está así?». «Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos». «¡Si puedes…!», respondió Jesús. «Todo es posible para el que cree». Inmediatamente el padre del niño exclamó: «Creo, ayúdame porque tengo poca fe». Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más». El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: «Está muerto». Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró a la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». El les respondió: «Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Eclesiástico 1, 10

Salmo: Sal 93(92), 1-2.5

Oración introductoria

Una vez más, Señor, me acerco a Ti en esta oración. Aunque no te puedo ver, confío en que estás presente y quieres sanarme de mi debilidad. Aquí estoy para escucharte. Alimenta mi espíritu de fe, de confianza, de atención, para responderte con amor, eficacia y prontitud.

Petición

Señor, como el hombre del Evangelio te repito: ten compasión de mí y ayúdame.

Meditación del Santo Padre Francisco

Con sus gestos de ternura Jesús no nos deja nunca solos y siempre nos hace regresar a casa, llamándonos a formar parte de su pueblo, de su familia: la Iglesia. Lo afirmó el Papa Francisco en la misa del lunes 24 de febrero en la Casa Santa Marta.

Para su meditación, el Pontífice se inspiró en el pasaje evangélico de Marcos (9, 14-29) que relata la curación de un joven poseído por el demonio. Y el Papa insistió en la presentación del marco donde tiene lugar este episodio. «Jesús —recordó— bajaba del monte donde se había transfigurado y se encontró con esta gente inquieta, en desorden: discutían, gritaban». Así, «Jesús preguntó qué sucedía, el alboroto disminuyó» y comenzó un diálogo con el papá del muchacho poseído, mientras «todos escuchaban en silencio». Cuando Jesús lo libera, «el muchacho parecía como muerto» se lee en el Evangelio, tanto que muchos lo creían como tal. Pero «Jesús lo tomó de la mano, le hizo levantar y lo puso en pie». El muchacho estaba curado y podía volver a casa.

Así, destacó el Santo Padre, «todo ese desorden, esa discusión, acabó en un gesto: Jesús se abaja y toma al niño». Son precisamente «estos gestos de Jesús los que nos hacen pensar». En efecto, «cuando Jesús cura, cuando va entre la gente y cura a una persona, jamás la deja sola». Porque «no es un mago, un brujo, un curandero que va y cura» pero luego sigue por su camino. Él, en cambio, «hace que cada uno vuelva a su sitio, no lo deja por el camino».

El Papa Francisco quiso volver a proponer algunos de estos «gestos bellísimos del Señor» narrados en el Evangelio. «Pensemos —dijo— en aquella muchacha, la hija de Jairo. Cuando hace que vuelva a la vida, mira a los padres y les dice: dadle de comer». Con ese gesto tranquiliza al padre, como diciéndole: «Tu hija vuelve a casa, vuelve a la familia». Lo mismo hace con «Lázaro cuando sale de la tumba», invitando a los presentes a liberarlo de las vendas y a ayudarle a caminar. Y el Pontífice recordó también «al muchacho muerto, con la madre viuda detrás del ataúd: el Señor lo resucitó y lo volvió a llevar con su madre».

Con todos estos gestos «Jesús siempre nos hace volver a casa, jamás nos deja solos por el camino». Es un estilo que se encuentra «también en las parábolas». Así, por ejemplo, «la moneda perdida terminó con las demás en la cartera de la mujer. Y la oveja perdida fue llevada nuevamente al corral».

Por lo demás, explicó el Papa, «Jesús es hijo de un pueblo. Jesús es la promesa hecha a un pueblo». Por su actitud se reconoce, entonces, «su identidad, también su pertenencia a ese pueblo que desde Abrahán camina hacia la promesa». Y precisamente «estos gestos de Jesús nos enseñan que cada curación, cada perdón, siempre nos hace volver a nuestro pueblo que es la Iglesia».

Para hacer aún más clara su reflexión, el Pontífice hizo referencia a otros dos ejemplos evangélicos. «Muchas veces —afirmó— a quienes se habían alejado, porque eran condenados vivos por sus conciudadanos, Jesús realizó gestos inexplicables, que no se entendían bien. Pero eran gestos revolucionarios». Entre otros, «pensemos en Zaqueo, que verdaderamente era un gran estafador y también traidor de la patria»; sin embargo Jesús «hizo fiesta en su casa». Y «pensemos en Mateo, otro traidor de la patria». Y de nuevo Jesús «hizo fiesta en su casa: una buena comida». La enseñanza práctica es que «cuando Jesús perdona, siempre hace volver a casa». Por ello «no se puede comprender a Jesús sin el pueblo de donde proviene, el pueblo elegido de Dios, el pueblo de Israel. Y sin el pueblo que Él llamó en torno a sí: la Iglesia».

El Papa Francisco repitió luego un pensamiento de Pablo VI muy querido por él: «Es absurdo amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia; seguir a Cristo al margen de la Iglesia». Porque «Cristo y la Iglesia están unidos. La teología más profunda, más grande, nos habla de bodas: Cristo el esposo, la Iglesia la esposa». Así, «cada vez que Cristo llama a una persona, la conduce a la Iglesia».

«Estos gestos de tanta ternura de Jesús —continuó— nos hacen comprender que nuestra doctrina, digamos así, o nuestro seguimiento de Cristo, no es una idea. Es un continuo permanecer en casa. Y si cada uno de nosotros tiene la posibilidad, y la realidad, de marcharse de casa por un pecado o por un error, Dios lo sabe, la salvación es volver a casa: con Jesús en la Iglesia».

El Pontífice invitó a los presentes a pensar «en estos gestos de Jesús: imaginemos cómo hacía Jesús con tantos» que encontraba en su camino. Son «pequeños gestos», pero son «gestos de ternura que nos hablan de un pueblo, de una familia, de una madre». A «nuestra madre, la Virgen», el Papa, como conclusión, pidió «la gracia de comprender este misterio».

Santo Padre Francisco: Regreso a casa

Meditación del lunes, 24 de febrero de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN

1420 Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en «vasos de barro» (2 Co 4,7). Actualmente está todavía «escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Nos hallamos aún en «nuestra morada terrena» (2 Co 5,1), sometida al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado.

1421 El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos.

Diálogo con Cristo

Gracias, Jesús, por recordarme tan claramente que hay una clase de demonios que no salen sino a fuerza de oración y de ayuno. Sin vida espiritual es inútil cualquier esfuerzo evangelizador, por eso te ofrezco alimentar mi trabajo con la fuerza de la oración. Convénceme que sólo podré ser instrumento de salvación para mis hermanos en la medida en que esté unido a Ti.

Propósito

Hacer una comunión espiritual durante el día para unirme constantemente a Jesús en la oración.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: Dios es amor

Evangelio del día: Dios es amor

Mateo 5, 38-48. Séptimo domingo del Tiempo Ordinario. Quien acoge al Señor en su propia vida y lo ama con todo su corazón es capaz de realizar una nueva forma de vida animada por el amor y destinada a la eternidad.

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Ustedes han oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente». Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Levítico, Lev 19, 1-2.17-18

Salmo: Sal 103(102), 1-4.8.10.12-13

Segunda lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 3, 16-23

Oración introductoria

Padre Santo, dame tu Gracia para amar como Tú amas. Te imploro luz de tu Espíritu Santo para comprender qué es lo que tengo que hacer para crecer en el amor y la misericordia.

Petición

Señor, hazme comprender el auténtico sentido del amor y la misericordia.

Meditación del Santo Padre Francisco

«Que tu ayuda, Padre misericordioso, nos haga siempre atentos a la voz del Espíritu» (Colecta).

Esta oración del principio de la Misa indica una actitud fundamental: la escucha del Espíritu Santo, que vivifica la Iglesia y el alma. Con su fuerza creadora y renovadora, el Espíritu sostiene siempre la esperanza del Pueblo de Dios en camino a lo largo de la historia, y sostiene siempre, como Paráclito, el testimonio de los cristianos. En este momento, todos nosotros, junto con los nuevos cardenales, queremos escuchar la voz del Espíritu, que habla a través de las Escrituras que han sido proclamadas.

En la Primera Lectura ha resonado el llamamiento del Señor a su pueblo: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo» (Lv 19,2). Y Jesús, en el Evangelio, replica: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Estas palabras nos interpelan a todos nosotros, discípulos del Señor; y hoy se dirigen especialmente a mí y a vosotros, queridos hermanos cardenales, sobre todo a los que ayer habéis entrado a formar parte del Colegio Cardenalicio. Imitar la santidad y la perfección de Dios puede parecer una meta inalcanzable. Sin embargo, la Primera Lectura y el Evangelio sugieren ejemplos concretos de cómo el comportamiento de Dios puede convertirse en la regla de nuestras acciones. Pero recordemos todos, recordemos que, sin el Espíritu Santo, nuestro esfuerzo sería vano. La santidad cristiana no es en primer término un logro nuestro, sino fruto de la docilidad ―querida y cultivada― al Espíritu del Dios tres veces Santo.

El Levítico dice: «No odiarás de corazón a tu hermano… No te vengarás, ni guardarás rencor… sino que amarás a tu prójimo…» (19,17-18). Estas actitudes nacen de la santidad de Dios. Nosotros, sin embargo, normalmente somos tan diferentes, tan egoístas y orgullosos…; pero la bondad y la belleza de Dios nos atraen, y el Espíritu Santo nos puede purificar, nos puede transformar, nos puede modelar día a día. Hacer este trabajo de conversión, conversión en el corazón, conversión que todos nosotros –especialmente vosotros cardenales y yo– debemos hacer. ¡Conversión!

También Jesús nos habla en el Evangelio de la santidad, y nos explica la nueva ley, la suya. Lo hace mediante algunas antítesis entre la justicia imperfecta de los escribas y los fariseos y la más alta justicia del Reino de Dios. La primera antítesis del pasaje de hoy se refiere a la venganza. «Habéis oído que se os dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo: …si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra» (Mt 5,38-39). No sólo no se ha devolver al otro el mal que nos ha hecho, sino que debemos de esforzarnos por hacer el bien con largueza.

La segunda antítesis se refiere a los enemigos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (vv. 43-44). A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades y en el mundo. Queridos hermanos, Jesús no ha venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía. Para esto no era necesario que bajara del cielo y muriera en la cruz. Cristo vino para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad es la misericordia, que Él ha tenido y tiene cada día con nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Esto es lo que el Señor nos pide.

Queridos hermanos cardenales, el Señor Jesús y la Madre Iglesia nos piden testimoniar con mayor celo y ardor estas actitudes de santidad. Precisamente en este suplemento de entrega gratuita consiste la santidad de un cardenal. Por tanto, amemos a quienes nos contrarían; bendigamos a quien habla mal de nosotros; saludemos con una sonrisa al que tal vez no lo merece; no pretendamos hacernos valer, contrapongamos más bien la mansedumbre a la prepotencia; olvidemos las humillaciones recibidas. Dejémonos guiar siempre por el Espíritu de Cristo, que se sacrificó a sí mismo en la cruz, para que podamos ser «cauces» por los que fluye su caridad. Esta es la actitud, este debe ser el comportamiento de un cardenal. El cardenal –lo digo especialmente a vosotros– entra en la Iglesia de Roma, hermanos, no en una corte. Evitemos todos y ayudémonos unos a otros a evitar hábitos y comportamientos cortesanos: intrigas, habladurías, camarillas, favoritismos, preferencias. Que nuestro lenguaje sea el del Evangelio: «Sí, sí; no, no»; que nuestras actitudes sean las de las Bienaventuranzas, y nuestra senda la de la santidad. Pidamos nuevamente: «Que tu ayuda, Padre misericordioso, nos haga siempre atentos a la voz del Espíritu».

El Espíritu Santo nos habla hoy por las palabras de san Pablo: «Sois templo de Dios…; santo es el templo de Dios, que sois vosotros» (cf. 1 Co 3,16-17). En este templo, que somos nosotros, se celebra una liturgia existencial: la de la bondad, del perdón, del servicio; en una palabra, la liturgia del amor. Este templo nuestro resulta como profanado si descuidamos los deberes para con el prójimo. Cuando en nuestro corazón hay cabida para el más pequeño de nuestros hermanos, es el mismo Dios quien encuentra puesto. Cuando a ese hermano se le deja fuera, el que no es bien recibido es Dios mismo. Un corazón vacío de amor es como una iglesia desconsagrada, sustraída al servicio divino y destinada a otra cosa.

Queridos hermanos cardenales, permanezcamos unidos en Cristo y entre nosotros. Os pido vuestra cercanía con la oración, el consejo, la colaboración. Y todos vosotros, obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y laicos, uníos en la invocación al Espíritu Santo, para que el Colegio de Cardenales tenga cada vez más ardor pastoral, esté más lleno de santidad, para servir al evangelio y ayudar a la Iglesia a irradiar el amor de Cristo en el mundo.

Santo Padre Francisco

Homilía del Domingo, 23 de febrero de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). ¿Pero quién podría llegar a ser perfecto? Nuestra perfección es vivir como hijos de Dios cumpliendo concretamente su voluntad. San Cipriano escribía que «a la paternidad de Dios debe corresponder un comportamiento de hijos de Dios, para que Dios sea glorificado y alabado por la buena conducta del hombre» (De zelo et livore, 15: ccl 3a, 83).

¿Cómo podemos imitar a Jesús? Él dice: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5, 44-45). Quien acoge al Señor en su propia vida y lo ama con todo su corazón es capaz de un nuevo comienzo. Logra cumplir la voluntad de Dios: realizar una nueva forma de vida animada por el amor y destinada a la eternidad.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 20 de febrero de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III Dios, «El que es», es verdad y amor

214 Dios, «El que es», se reveló a Israel como el que es «rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6). Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad. «Doy gracias a tu Nombre por tu amor y tu verdad» (Sal 138,2; cf. Sal 85,11). Él es la Verdad, porque «Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5); él es «Amor», como lo enseña el apóstol Juan (1 Jn 4,8).

Dios es la Verdad

215 «Es verdad el principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios» (Sal119,160). «Ahora, mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad» (2 S 7,28); por eso las promesas de Dios se realizan siempre (cf. Dt 7,9). Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad.

216 La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo ( cf.Sb 13,1-9). Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal 115,15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas creadas en su relación con Él (cf. Sb 7,17-21).

217 Dios es también verdadero cuando se revela: la enseñanza que viene de Dios es «una Ley de verdad» (Ml 2,6). Cuando envíe su Hijo al mundo, será para «dar testimonio de la Verdad» (Jn 18,37): «Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero» (1 Jn 5,20; cf. Jn 17,3).

Dios es Amor

218 A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2).

219 El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (cf. Os 11,1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16).

220 El amor de Dios es «eterno» (Is 54,8). «Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará» (Is 54,10). «Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti» (Jr 31,3).

221 Pero san Juan irá todavía más lejos al afirmar: «Dios es Amor» (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1 Cor 2,7-16; Ef 3,9-12); Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Procurar un estilo de vida más sencillo y sobrio para ser solidario y misericordioso con los necesitados.

Diálogo con Cristo

Permíteme Señor que mi actitud, mi estilo de vida, sea el de «tener los pies en la tierra», estar atento a las situaciones concretas del prójimo y afrontar los problemas teniendo en la mente y el corazón el amor y la misericordia que Tú nos enseñaste.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *



Evangelio del día: en lo alto de la montaña

Evangelio del día: en lo alto de la montaña

Marcos 9, 2-10. Sábado de la sexta semana del Tiempo Ordinario. Los cristianos necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual.

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significará «resucitar de entre los muertos».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta a los Hebreos, Heb 11, 1-7

Salmo Sal 145(144), 2-5.10-11

Oración introductoria

Jesús, ¡qué a gusto me siento contigo en la oración! Tontería de mi parte es no acrecentar estos momentos en que puedo experimentar tu presencia. Te suplico que me lleves contigo al monte de la oración, ayúdame a guardar silencio para escuchar tu voz y salir de este encuentro dispuesto a transformar mi vida.

Petición

Dios Padre, ayúdame a no dejarme encandilar por lo exterior y pasajero de esta vida.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos presenta el acontecimiento de la Transfiguración. Es la segunda etapa del camino cuaresmal: la primera, las tentaciones en el desierto, el domingo pasado; la segunda: la Transfiguración. Jesús «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» (Mt 17, 1). La montaña en la Biblia representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el sitio de la oración, para estar en presencia del Señor. Allí arriba, en el monte, Jesús se muestra a los tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo; y luego aparecen Moisés y Elías, que conversan con Él. Su rostro estaba tan resplandeciente y sus vestiduras tan cándidas, que Pedro quedó iluminado, en tal medida que quería permanecer allí, casi deteniendo ese momento. Inmediatamente resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús su Hijo predilecto, diciendo: «Escuchadlo» (v. 5). ¡Esta palabra es importante! Nuestro Padre que dijo a los apóstoles, y también a nosotros: «Escuchad a Jesús, porque es mi Hijo predilecto». Mantengamos esta semana esta palabra en la cabeza y en el corazón: «Escuchad a Jesús». Y esto no lo dice el Papa, lo dice Dios Padre, a todos: a mí, a vosotros, a todos, a todos. Es como una ayuda para ir adelante por el camino de la Cuaresma. «Escuchad a Jesús». No lo olvidéis.

Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús es necesario estar cerca de Él, seguirlo, como hacían las multitudes del Evangelio que lo seguían por los caminos de Palestina. Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro itinerante, proponía sus enseñanzas, que eran las enseñanzas que le había dado el Padre, a lo largo de los caminos, recorriendo trayectos no siempre previsibles y a veces poco libres de obstáculos. Seguir a Jesús para escucharle. Pero también escuchamos a Jesús en su Palabra escrita, en el Evangelio. Os hago una pregunta: ¿vosotros leéis todos los días un pasaje del Evangelio? Sí, no… sí, no… Mitad y mitad… Algunos sí y algunos no. Pero es importante. ¿Vosotros leéis el Evangelio? Es algo bueno; es una cosa buena tener un pequeño Evangelio, pequeño, y llevarlo con nosotros, en el bolsillo, en el bolso, y leer un breve pasaje en cualquier momento del día. En cualquier momento del día tomo del bolsillo el Evangelio y leo algo, un breve pasaje. Es Jesús que nos habla allí, en el Evangelio. Pensad en esto. No es difícil, ni tampoco necesario que sean los cuatro: uno de los Evangelios, pequeñito, con nosotros. Siempre el Evangelio con nosotros, porque es la Palabra de Jesús para poder escucharle.

De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos, que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida. Y esto es curioso. Cuando oímos la Palabra de Jesús, escuchamos la Palabra de Jesús y la tenemos en el corazón, esa Palabra crece. ¿Sabéis cómo crece? ¡Donándola al otro! La Palabra de Cristo crece en nosotros cuando la proclamamos, cuando la damos a los demás. Y ésta es la vida cristiana. Es una misión para toda la Iglesia, para todos los bautizados, para todos nosotros: escuchar a Jesús y donarlo a los demás. No olvidarlo: esta semana, escuchad a Jesús. Y pensad en esta cuestión del Evangelio: ¿lo haréis? ¿Haréis esto? Luego, el próximo domingo me diréis si habéis hecho esto: llevar un pequeño Evangelio en el bolsillo o en el bolso para leer un breve pasaje durante el día.

Y ahora dirijámonos a nuestra Madre María, y encomendémonos a su guía para continuar con fe y generosidad este itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y escuchar a Jesús y a «bajar» con la caridad fraterna, anunciando a Jesús.

Santo Padre Francisco

Ángelus del domingo, 16 de marzo de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.

554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro «comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir […] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.; 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le «hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén» (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: «Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle» (Lc 9, 35).

555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para «entrar en su gloria» (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara («Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa» (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a. 4, ad 2):

«En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente, y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre» (Liturgia bizantina, Himno Breve de la festividad de la Transfiguración del Señor)

556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús «fue manifestado el misterio de la primera regeneración»: nuestro Bautismo; la Transfiguración «es es sacramento de la segunda regeneración»: nuestra propia resurrección (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 3, q. 45, a. 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo «el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que «es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios» (Hch 14, 22):

«Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San Agustín, Sermo, 78, 6: PL 38, 492-493).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Hacer silencio en el alma para entrar en oración y escuchar la voz de Dios.

Diálogo con Cristo

Gracias, Jesús, por darme la oportunidad de poder subir contigo al monte de la oración. Totalmente inmerecido pero grandemente deseado es este momento en que puedo llegar a contemplar tu divinidad y tu paternidad. No más palabras, reflexiones, peticiones u ofrecimientos… sólo contemplarte, sentir, experimentar tu cercanía, tu amor… ¡Qué maravilla y qué felicidad!

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *



Evangelio del día: Toma tu cruz y sígueme

Evangelio del día: Toma tu cruz y sígueme

Marcos 8, 34-38; 9, 1. Viernes de la 6.ª semana del Tiempo Ordinario. La cruz habla a todos los que sufren y les ofrece la esperanza de que Dios puede convertir su dolor en alegría.

Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles». Y les decía: «Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 11, 1-9

Salmo: Sal 33(32), 10-15

Oración introductoria

Señor, creo en Ti, espero en Ti y te amo. Te agradezco la claridad con que me señalas el camino que debo seguir para la santificación, pero soy débil y no me atrae la cruz, por eso recurro a Ti en esta oración.

Petición

Espíritu Santo, quiero acoger tu llamada, dame la luz y voluntad para seguir el camino de la cruz que hoy me presenta el Evangelio.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

La cruz es algo más grande y misterioso de lo que puede parecer a primera vista. Indudablemente, es un instrumento de tortura, de sufrimiento y derrota, pero al mismo tiempo muestra la completa transformación, la victoria definitiva sobre estos males, y esto la convierte en el símbolo más elocuente de la esperanza que el mundo haya visto jamás. Habla a todos los que sufren los oprimidos, los enfermos, los pobres, los marginados, las víctimas de la violencia— y les ofrece la esperanza de que Dios puede convertir su dolor en alegría, su aislamiento en comunión, su muerte en vida. Ofrece esperanza ilimitada a nuestro mundo caído.

Por eso, el mundo necesita la cruz. No es simplemente un símbolo privado de devoción, no es un distintivo de pertenencia a un grupo dentro de la sociedad, y su significado más profundo no tiene nada que ver con la imposición forzada de un credo o de una filosofía. Habla de esperanza, habla de amor, habla de la victoria de la no violencia sobre la opresión, habla de Dios que ensalza a los humildes, da fuerza a los débiles, logra superar las divisiones y vencer el odio con el amor.

Santo Padre Benedicto XVI

Homilía del sábado, 5 de junio de 2010

Propósito

Que las dificultades de este día sean ocasiones para crecer en el amor y confianza en Dios.

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, por tu compañía, por las ocasiones que me das para amarte en la lucha y en el sacrificio, en el trabajo y en las dificultades. Que sepa, Señor, colmar mi vida de tu gracia para poder permanecer fiel al Evangelio en vez de vivir centrado en mí mismo, en mis intereses y gustos. Por la cruz y desde la cruz me enseñas el camino a la felicidad.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *


Evangelio del día: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?

Evangelio del día: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?

Marcos 8, 27-33. Jueves de la 6.ª semana del Tiempo Ordinario. Pensar según el mundo es dejar aparte a Dios, no aceptar su designio de amor, es casi impedirle cumplir su sabia voluntad.

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?. Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas». «Y ustedes, ¿Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». 

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 9, 1-13Sant 2, 1-9

Salmo: Sal 102(103), 16-23

Oración introductoria

Señor, quiero ir contigo y «perder» mi vida por amor a Ti. No me atrae la cruz, pero creo que Tú eres mi Dios, mi Salvador, mi Amigo y fiel compañero, que ha estado y estará conmigo en todos los momentos de mi vida. Por eso, con mucha fe, esperanza y amor quiero tener este momento de oración.

Petición

Espíritu Santo, transforma mi debilidad en santidad, para poder seguir tu camino.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

¿Cómo es posible que «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» pueda padecer hasta la muerte? El apóstol Pedro se rebela, no acepta este camino, toma la palabra y dice al Maestro: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte». Aparece evidente la divergencia ente el designio del amor del Padre, que llega hasta el don del Hijo Unigénito en la cruz para salvar a la humanidad, y las expectativas, los deseos y los proyectos de los discípulos. Y este contraste se repite también hoy: cuando la realización de la propia vida está orientada únicamente al éxito social, al bienestar físico y económico ya no se razona según la voluntad de Dios sino según los hombres. Pensar según el mundo es dejar aparte a Dios, no aceptar su designio de amor, es casi impedirle cumplir su sabia voluntad. Por eso Jesús le dice a Pedro una palabra particularmente dura: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí!». El Señor enseña que «el camino de los discípulos es un seguirle a Él, al Crucificado. Pero en los tres Evangelios, este seguirle en el signo de la cruz… como el camino del ‘perderse a sí mismo’, que es necesario para el hombre y sin el cual le resulta imposible encontrarse a sí mismo».

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 28 de agosto de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

LA PERSONA Y LA SOCIEDAD

I. Carácter comunitario de la vocación humana

1878 Todos los hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24, 3). El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.

1879 La persona humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf GS 25, 1).

1880 Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido “heredero”, recibe “talentos” que enriquecen su identidad y a los que debe hacer fructificar (cf Lc 19, 13.15). En verdad, se debe afirmar que cada uno tiene deberes para con las comunidades de que forma parte y está obligado a respetar a las autoridades encargadas del bien común de las mismas.

1881 Cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas específicas, pero “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana” (GS 25, 1).

1882 Algunas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más inmediatamente a la naturaleza del hombre. Le son necesarias. Con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la vida social, es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa “para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial” (MM 60). Esta “socialización” expresa igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales. Desarrolla las cualidades de la persona, en particular, su sentido de iniciativa y de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos (cf GS 25, 2; CA 16).

1883 “La socialización presenta también peligros. Una intervención demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio llamado de subsidiariedad. Según éste, “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (CA 48; Pío XI, enc. Quadragesimo anno).

1884 Dios no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina.

1885 El principio de subsidiariedad se opone a toda forma de colectivismo. Traza los límites de la intervención del Estado. Intenta armonizar las relaciones entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional.

II. Conversión y la sociedad

1886 La sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana. Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los valores que subordina las dimensiones “materiales e instintivas” del ser del hombre “a las interiores y espirituales”(CA 36):

«La sociedad humana […] tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo» (PT 36).

1887 La inversión de los medios y de los fines (cf CA 41), lo que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que “hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941).

1888 Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cfLG 36).

1889 Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían “acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava” (CA 25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: “Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará” (Lc 17, 33)

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Renovar mi pureza de intención en mis actividades de hoy, y hacer todo para cumplir la voluntad de Dios en mi vida.

Diálogo con Cristo

Señor, quiero que seas todo para mí. Moldea mi corazón al tuyo para que pueda valorar y experimentar todos los acontecimientos desde tu perspectiva. Ayúdame a amarte sobre todas las cosas para estar listo para seguirte en los momentos de dificultad; cuando se necesite un sacrificio personal o renuncia, sosténme para poder seguir tu camino.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *